Denuncia profética y Ejercicios Espirituales

Oscar Calvo sj







El profeta bíblico tiene una conciencia muy vívida de ser instrumento de Dios, que lo envía como mensajero e intérprete de su Palabra, de su Mensaje a los hombres.

En general, tal Mensaje contiene una denuncia de situaciones de pecado dentro del pueblo elegido, debido a sus sucesivas infidelidades al pacto con Iavé, su Dios.

Actualmente, tal misión profética va siendo acentuada como constitutivo indispensable del cristiano: los obispos de América Latina han interpretado el ritmo de vida de nuestros pueblos, y también ellos denuncian una “situación de pecado” crónica y cada vez más grave: el subdesarrollo latinoamericano.

Y el camino de solución parte también ahora de “una profunda conversión que todos los hombres necesitamos, a fin de que llegue a nosotros el Reino de justicia, de amor y de paz” (Medellín, Justicia 2.1).

La función profética de los obispos pone el dedo en la llaga del pecado subdesarrollista, nos invita exigentemente a la conversión (adquirir, sobre todo, sensibilidad social) para que aflore una nueva realidad: el desarrollo integral de cada hombre y de todos nuestros países.

En los Ejercicios Espirituales, cada hombre es interpelado por Cristo Profeta, quien 1. Denuncia su situación de pecado, de su subdesarrollo personal, y lo invita a 2. convertirse y 3. desarrollarse de modo integral, en lo humano y en lo sobrenatural.

1. Denuncia de la situación interior de pecado

Actualmente, quien se ponga en diálogo personal con el Señor durante unos días -en esto consisten los Ejercicios Espirituales- debe llegar a una vivencia básica: la situación externa, denunciada por los obispos, de algún modo tiene sus raíces en mis propias actitudes internas de insensibilidad comunitaria. “La falta de solidaridad lleva en el plano individual y social, a cometer verdaderos pecados, cuya cristalización aparece evidente en las estructuras injustas que caracterizan la situación de América Latina” (Just. 1.2).

Un examen de conciencia personal, sin dejar de lado los pecados con repercusión más individual, debe acentuar lo cometido u omitido en el plano social.

Más aún. Los Ejercicios Espirituales exigen una introspección que detecte las actitudes y motivaciones que dan origen a tal comportamiento. Pues no se trata de un mero arrancar los frutos malos, sino de sanear las raíces de donde brotan tales frutos. Pero si compelen a esa reflexión, también la permiten: el ejercitante asume y realiza el autoanálisis, acompañado de quien “le es más íntimo que su propia intimidad” Cristo es esa “Palabra de Dios, viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón” (Hebr 4,12).

Cristo–Palabra denuncia en el interior de cada ejercitante la misma situación de pecado y las mismas actitudes de egoísmo que denuncia en nuestro Continente.

Su “espada” no se permite meros cortes narcisistas, encaminados a retocar y hermosear la perfección personal: hoy como siempre, llegará hasta los más recónditos rincones del espíritu humano, abriendo y zanjando todos los repliegues disimulados de indefinición y aburguesamiento.

Quien se ponga a tiro del Señor en una oración personal, quizá descubra serenamente y con hondura clarificadora, que la situación de violencia institucionalizada en el ambiente latinoamericano, e que una minoría oprime a grandes poblaciones, está espejando sus propias actitudes de instalamiento y conformismo; un “hombre viejo” que, a pesar de haber sido doblegado por el bautismo, sigue oprimiendo al “hombre nuevo” cristiano.

El centrarse de modo exclusivo sobre uno mismo, sobre sus problemas, su perfección, puede impedir la liberación de esa nueva vida en Cristo, que ante todo es amor y proyección hacia los demás.

Si “el subdesarrollo es un pecado colectivo de América Latina” (Monseñor Pironio), los Ejercicios Espirituales deben actualizar en cada ejercitante su parcela de responsabilidad.

2. La conversión

La dialéctica profética sobre Latinoamérica sobre Latinoamérica se repite en el interior de cada hombre.

Por eso, una vez que el ejercitante ha tomado conciencia de su situación actual de pecado, de sus actitudes no cristianas o menos cristianas, se verá invitado a una conversión siempre renovada y ahondada: “el origen de todo menosprecio del hombre, de toda injusticia debe ser buscado en el desequilibrio interior de la libertad humana, que necesitará siempre, en la historia, una permanente labor de rectificación”. Por ello “la originalidad del mensaje cristiano no consiste tanto en afirmar la necesidad de un cambio de estructuras, cuanto en la insistencia en la conversión del hombre. No tendremos un continente nuevo, si nuevas y renovadas estructuras, sobre todo no habrá continente nuevo sin hombres nuevos que, a la luz del Evangelio, sepan ser verdaderamente libres y responsables” (Just. 2. 1).

Los obispos nos hablan de una “profunda conversión” que todos necesitamos para alcanzar la liberación: la oración personal que configuran los Ejercicios Espirituales, se orienta hacia esa conversión, ese salir de sí mismos para tomar una actitud de apertura solidaria.

Ser convertido por Dios significa entonces, liberarse del egoísmo empobrecedor y enriquecerse con el Amor que viene de Dios y es Él mismo.

Y el Amor obrando en nosotros “nos impulsará a buscar una nueva relación más profunda con Dios mismo y con los hombres, nuestros hermanos…” (Just. 2.2).

Más aún. La conversión, para ser auténtica, debe hacer brotar en el corazón humano una caridad totalmente ansiosa por la justicia social: “el amor… no es solamente el mandato supremo del Señor; es también el dinamismo que debe mover a los cristianos a realizar la justicia en el mundo” (Just. 2.2).

En último término, la conversion supone un volverse hacia el hombre, porque “para conocer a Dios es necesario conocer al hombre” (Pablo VI, Discurso clausura Concilio).

La fe, el amor a Dios y a los demás, y la justicia o anhelo constante por el bien común, son vivencias que para ser auténticas, deben germinar desde zonas mucho más profundas que el comprender o querer humano. Por el mismo hecho de ser vivencias, suponen que más allá de estas potencias humanas del entendimiento y la voluntad, es el mismo ser quien se compromete, desde el núcleo vital de su personalidad.

La conversión hacia los demás, o sea la liberación de una situación personal de pecado, se ve ahondada en unos días de silencio interior y exterior, en que podemos objetivarnos respecto a nuestro obrar periférico, a nuestro querer y pensar cotidiano, para identificarnos con nuestro ser auténtico, “en las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas” …

Al repetir la tradicional experiencia del retiro al “desierto”, de los antiguos monjes, el Señor nos invita a un reencuentro vivencial con el hombre que cada uno es.

Tras la opacidad de un obrar a veces rutinario y de actitudes no siempre motivadas conscientemente, la oración nos permitirá redescubrir cada vez más, la imagen y semejanza de Dios inscripta en los comienzos de nuestro ser: esa capacidad de amar, porque Dios es Amor; y la exigencia de que yo desee a cada hombre, lo necesario para ser y desarrollarse, como Dios mismo lo desea, porque es Justo, es decir porque quiere que Su salvación integral llegue a todos.

Una persona empieza a liberarse efectivamente de sus alienaciones interiores cuando la fe, el amor y la justicia, son más que sentimientos epidérmicos o conocimientos y decisiones fluctuantes: sólo es libre quien vive las virtudes cristianas desde su ser originario, denunciado por Cristo y convertido -o liberado- para los demás.

3. El desarrollo integral

En Ejercicios Espirituales no se trata de desarrollar las capacidades personales, psíquicas y religioso-sociales, sino de ponerlas en marcha gracias al reencuentro existencial.

Después de la denuncia, la conversión incluía el arrepentimiento hacia el pasado y la apertura hacia nuevas actitudes: hacia el Desarrollo integral del plan de Dios.

Una vez “purificados el corazón y los labios en el carbón encendido”, el profeta Isaías comenzó su misión. Así también, cuando el ejercitante vive ya una más auténtica conversión y liberación, automáticamente deja de replegarse hacia sí, hacia el inmovilismo o instalamiento, y toma la actitud de marcha: conoce y vivencia mejor sus talentos, sus capacidades, y necesita fructificarlas en el compromiso cotidiano.

También ahora, el interior del ejercitante sigue siendo eco y resonancia de la situación externa actual:

“América Latina está evidentemente bajo el signo de la transformación y el Desarrollo. Transformación que además de producirse con una rapidez extraordinaria, llega a tocar y conmover todos los niveles del hombre, desde el económico hasta el religioso. Esto indica que estamos en el umbral de una nueva época histórica de nuestro continente, llena de un anhelo de emancipación total, de liberación de toda servidumbre, de maduración personal y de integración colectiva”.

“No Podemos dejar de interpretar este gigantesco esfuerzo por una rápida transformación y desarrollo, como un evidente signo del Espíritu que conduce la historia de los hombres y de los pueblos hacia su vocación” (Medellín, Introducción, 4).

Se trata, pues, de una aspiración común: crecimiento de todo el hombre (maduración personal integral) y de todos los hombres (integración colectiva latinoamericana).

Los obispos descubren en estos deseos, la presencia del Espíritu: nosotros, nuevo Pueblo de Dios, no podemos dejar de sentir el paso del Señor que salva, cuando se da el verdadero desarrollo, que es el paso para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas, es decir desde la superación de la miseria hasta la integración de los valores espirituales, sobre todo la fe y la caridad.

En el encuentro y diálogo personal con Dios, la denuncia y la conversión serán auténticas, si son integrales, es decir si se prolongan en actitudes desarrollistas, también integrales: no en solos propósitos de evitar determinadas faltas morales o de intensificar la vida espiritual, sino en un vívido “anhelo de integrar toda la escala de valores temporales en la visión global de la fe cristiana” en uno mismo y en los demás (Medellín, Intr., 7).

La decisión de unificar lo temporal y lo sobrenatural, aunque sin confundirlos, es el criterio para ver si el ejercitante se ha puesto en contacto real con Dios, “que quiere salvar al hombre entero, alma y cuerpo” (Iglesia en el mundo contemporáneo, 3).

En una oración de simbiosis humano-sobrenatural, al orante solitario le son reveladas sus capacidades germinales, destello de la vocación original de América Latina: vocación a aunar en una síntesis nueva y genial lo antiguo y lo moderno, lo espiritual y lo temporal, lo que otros nos entregaron y nuestra propia originalidad” (Pablo VI, Homilía Ordenación Diáconos Am. Latina, julio 1966).



En este enfoque, los Ejercicios Espirituales son más bien Ejercicios integrales: dada la “dramática urgencia de esta hora de la acción”, deben mentalizarnos en totalidad, incluyendo el progreso religioso junto a un claro compromiso en lo social.

Esos días de silencio y oración nos asimilarán al Señor “nuevamente encarnado” en cada hombre y en cada pueblo de nuestro continente, con todos sus anhelos de liberación y desarrollo.

Al meditar la Biblia, desde y hacia Jesucristo, principio y fin de todos los tiempos, iremos comprendiendo “este momento histórico del hombre latinoamericano, a la luz de la Palabra que Cristo, en quien se manifiesta el misterio del hombre” (Iglesia en el mundo contemporáneo, 22).









Boletín de espiritualidad Nr. 4, p. 4-6.