Reflexiones sobre la Compañía hoy

Pedro Arrupe sj





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I. Aggiormanmiento de la Compañía

Estamos en un momento sumamente interesante del mundo y de la Compañía; en esto no voy a entrar en esto que conocéis perfectamente, mejor que yo. .Ahora se trata de un “agornamiento” de la Compañía en el mundo de hoy, una encarnación de la Compañía, en el mundo de hoy, una encarnación apostólica; y esto tiene consecuencias de gran importancia, que llevan a modificaciones grandes.

El apostolado es una característica esencial de nuestro fin. Por tanto cuando haga la Compañía tiene que ir iluminando por esa luz del apostolado. Por ello, cuando tratamos de una adaptación de la Compañía al mundo actual, empezamos a estudiar este mundo y conocerlo; lo cual lleva también ciertamente, a una transformación de la Compañía.

El servicio de la Compañía hizo a la Iglesia después del Tridentino es distinto, por supuesto, del que pide hoy el Vaticano II. La situación del mundo y la situación de la Compañía son hoy muy distintas a la del siglo XVI. El servicio, que es el común denominador, de todas las situaciones, tiene en cada una aplicaciones distintas.

Naturalmente, esta aplicación hoy, en palabra conciliar será una “renovatio accomodata”, debe ser una acomodación que esté basada, en una renovación espiritual, punto de vista que no podemos olvidar, y que toca muy de cerca a este curso de Ejercicios.

Porque si tratamos a la Compañía de una acomodación apostólica, cien por cien, de una eficacia grande sobrenatural, tratamos por supuesto, también de esta renovación interior. Sin embargo, a veces podemos dejarnos arrastrar, hacia lo meramente exterior, acuciados por la necesidad urgente, de dar una aplicación práctica a nuestros ministerios. Encuantas comisiones, estudios sociológicos, etc., como lo estamos realizando, son muy útiles. Pero todo esto supone, primeramente, una renovación interna espiritual.

Y para realizar esta comodación, debemos ir a las fuentes. Esas fuentes según el mismo Concilio, son, para todos los Religiosos, primero el evangelio, segundo su propio carisma y su expresión en las Constituciones. Así también nosotros tenemos que ir, a descubrir el carisma ignaciano en toda su profundidad.

II. Razón de ser de la Compañía hoy

Es cuestión de gran importancia porque al tratar de una aplicación apostólica de la Compañía al mundo actual, se puede preguntar, en primer lugar, hasta qué punto la Compañía hoy tiene elasticidad suficiente para aplicarse a la situación actual. Y de ahí vendría el que de una forma más o menos drástica, se puede preguntar, como se pregunta actualmente: Tiene la Compañía razón de ser, hoy?

Surgen, pues problemas que hay que presentar de una manera clara, pero de frente. Porque no se trata de huir las dificultades, sino de proponerlas, si existen y de solventarlas, si se puede.

Se puede adaptar hoy ja Compañía? Hasta qué punto? Preguntas sumamente interesantes. Esto nos lleva, primero, a una reflexión hacia afuera, es decir, hacia el estudio de la situación actual del mundo en que vivimos hoy. Pero, al tratar de acomodar la Compañía a esta situación actual del mundo, no podemos eliminar o modificar las que son notas esenciales de la Compañía. Porque, sí cambiamos una sola de sus notas esenciales en ese mismo momento, deja de ser la Compañía lo que es.

Esto nos lleva en segundo lugar a una reflexión “ad intra”, la de preguntarnos cuáles son las notas esenciales de la Compañía (no vamos a entrar ahora en una discusión “substantial ibus” ) lo que nos debe llevar a descubrir las notas del carisma ignaciano.

Toda Orden o Congregación Religiosa, tiene su carisma vivido, en su historia. Y la Compañía en concreto, lleva cuatrocientos años de historia en las que ha ido desenvolviendo su carisma, aplicándolo a diversas situaciones históricas de cada época.

Ciertamente la Compañía en el año 1965tuvo una formación determinada y la Congregación General se preguntó: hasta qué punto esta forma concreta es indispensable y la más eficaz expresión del carisma ignaciano qué se debe mantener?. No existirán elementos obsoletos, que pueden ser un bagaje histórico anacrónico y qué, por consiguiente, hayan de ser modificados? O al contrario no hará faltas introducir otros elementos nuevos y formas acomodadas que hoy no tenemos?.

Esto nos lleva a preguntarnos: qué haría San Ignacio en nuestras situaciones actuales?

Porque no se puede, desde luego, prescindirde la evolución y enriquecimiento que las gracias vinculadas al carisma ignaciano han proporcionados a la Compañía, ni se puede prescindir de su actual situación. Ambas cosas se están, en cierto sentido, condicionadas. Más que por otro lado hay que ver, cuál es el ideal, cuál es la forma en que San Ignacio fundaríahoy la Compañía, en qué modo aplicaría él ese carisma, teniendo en cuenta su evolución enriquecida. Esto será lo que nosotros tenemos que hacer. En una palabra tenemos que repetir hoy la “experiencia ignaciana”.

III. La experiencia ignaciana

Pero, qué es la “experiencia ignaciana”?

Mucho se había hoy en la Compañía de la experiencia ignaciana; pero si preguntarnos al que la quiere realizar en que consiste tal experiencia, hallamos frecuentemente, por desgracia, una ignorancia grande de las cosas de la Compañía y de San Ignacio. No se sabe qué es esa experiencia.

No se niega la buena voluntad, pero se trata de una aventura espiritual, de una cosa que pudiera ser una experiencia humana, espiritual, hasta sobrenatural; pero quien garantiza su carácter ignaciano. De ahí viene la importancia de conocimiento los Ejercicios Espirituales que son el principio de esta experiencia, aunque esta no se limita al conocimiento de los Ejercicios.

San Ignacio a lo largo de los años, fue teniendo muchas experiencias espirituales y, como sabemos, las grandes luces le acompañan toda su vida. En sus Ejercicios hay una base, un enfoque espiritual, un modo de valorar las cosas, que es enteramente ignaciano. Esta experiencia de los Ejercicios es la base para poder llegar a conocer bien el mismo carisma y la espiritualidad de san Ignacio.

Por esto digo que es sumamente interesante el profundizar en los Ejercicios, no se trata tanto de la acomodación práctica en la exposición de los Ejercicios (que es el trabajo que habéis estado realizando durante estos dos meses, y que también puede ayudar y es necesario. Si no que se trata “primo et perse” de una experiencia propia personal, que es lo que despúes hay que comunicar a los demás. Esta experiencia personal de los Ejercicios es condición necesaria para una acomodación de la Compañía, siguiendo el espíritu posconciliar. En esta tarea todos somos responsable, individual y colectivamente. No es la responsabilidad de una oligarquía, sino la de todos y de cada uno, según su puesto.

De ahí resulta el enorme dinamismo de esta responsabilidad y el serio compromiso que cada uno de nosotros debe sentir. La acomodación de la Compañía hoy al mundo es una acomodación total y a la que todos debemos contribuir: jóvenes y viejos, superiores y no superiores, todos.

De este sentido de responsabilidad nace el deseo de interiorización que a su vez es fuente del impulso apostólico. Con otras palabras: eso de que hoy tanto se habla, la horizontalidad, lo comunicación, el apostolado, .el contacto mutuo, es magnífico, ciertamente. Esta valoración de lo humano, de lo natural, y esa autonomía de los valores naturales, es un avance teológico, eclesial, apostólico de primera magnitud, pero, sin embargo, esto no excluye la verticalidad de esta relación con Dios en la oración, el contacto divino en lo más íntimo del corazón. Podemos pues decir que la máxima expansión apostólica y el máximo impulso apostólico están condicionados por la máxima interioridad. Es decir, que si queremos tener una influencia apostólica sobrenatural, verdadera, en sentido horizontal, de contacto con las criaturas, con el mundo, con los hombres y con la humanidad actual, hay que suponer la verticalidad de la relación personal e íntima con Dios.

Cuando vemos que San Ignacio tiene ese inmenso impulso apostólico, sentimos que se apoya en lo oración, en el contacto con la Trinidad, en el diálogo con el Hijo, en el pedir a la Madre Nuestra Señora que le ponga con el Hijo y a éste que le ponga con el Padre, etc. Estas aspiraciones y gracias místicas de San Ignacio son verdaderamente las que le dan la fórmula específica del ser de la Compañía, más que todas sus cualidades y esfuerzos humanos.

Es un consuelo extraordinario ver cómo San Ignacio es el hombre que vive los Ejercicios, poseyendo la indiferencia positiva y la máxima docilidad a las inspiraciones del Espíritu, a quien sigue con gran confianza, con inmenso optimismo y amplia abertura, en la oscuridad de la fe.

San Ignacio no supo a donde iba. A. veces creía saber, pero se equivocaba, San Ignacio creó una Compañía que no esperaba haber creado al principio. Ya conocemos el zigzagueo que realiza: Loyola, Manresa, Alcalá, Jerusalén, París..,: y que cuando ya se encontraba perdido, echa mano de un .medio que no puede fallar para conocer la voluntad de Dios: Vamos al Sumo Pontífice; él nos dirá lo que vamos a hacer. San Ignacio es el hombre que busca siempre a Dios y se entrega por completo a El, el hombre de la indiferencia absoluta y positiva, el hombre del "magis" y de la mayor gloria de Dios. En sus empresas utilizara todos los medios humanos; pero siempre preguntándose: “Domine quid me vis facere". Si no ve claro, va probando por un lado y por otro, en una constante discreción de espíritus, hasta que encuentra una Compañía, la Compañía que hoy tenemos, fruto de esa posición de humilde docilidad, pero de búsqueda dinámica, y de colaboración con Dios.

IV. Experiencia de la Compañía

La Compañía actual se encuentra en una situación nueva del mundo, una situación que externamente se presenta de gran confusionismo y de profundas convulsiones en todos sentidos; de duda y de oscuridad y de luchas. Pero no cabe duda que esta nueva posición de la Iglesia ha sido querida por Dios. Ciertamente que esta posición ha sido determinada en gran parte, al menos en sus orígenes, por un Concilio; pero, ciertamente, en el Concilio está el Espíritu Santo, Así, toda esta nueva orientación de la Iglesia ciertamente es del Espíritu Santo. De esto no cabe duda.

La Compañía, en su tanto, tiene que seguir esa irrupción del Espíritu de la iglesia; no solamente en sus jerarcas y el primero es el Santo Padre sino también en él Pueblo de Dios y en los signos de los tiempos.

Siguiendo esta dirección, la Compañía tiene que ir buscando, con la inspiración del Espíritu Santo, la acomodación apostólica en amplia abertura al mundo. Una abertura al mundo que se seculariza.

La Compañía, por tanto, tiene que abrirse a ese mundo secularizado; y tiene que integrarse apostóIicamente en ese mundo secularizado; lo que no es directamente abertura al mundo, sino abertura a Cristo. Es llevar a Cristo a ese mundo secularizado con nuestra presencia apostólica. Esta palabra "secularisrno" se toma, como sabéis, en muchos sentidos. Tiene un sentido bueno y aceptable, cuando se dice que el secularisrno es una revalorización de los valores humanos, sin prescindir de los sobrenaturales. Pero tiene un sentido reprobable cuando secularisrno o secularidad significa la absolutización de los valores naturales, con negación de lo divino o de lo sobrenatural.

V. Integración apostólica

Por eso, como es una palabra tan equívoca, yo prefiero usar el término "integración apostólica" en el mundo de hoy, que lleva en cierto sentido a una abertura y (puesto ya con comillas y bien interpretado), a una "secularización", a una abertura distinta de la que antes había; y que supone que primero nos abrimos a Cristo, y luego llevamos a Cristo a este mundo moderno.

Es muy interesante y de suma importancia comprender bien esto. Porque no se trata de acomodarnos, identificándonos con el mundo de hoy de una manera estática, como si fuera el último estadio evolutivo del mundo; sino que se trata de integrarnos e identificarnos con Cristo. Que mira la historia que va pasando. Por esto nosotros nos vamos acomodando para llevar a Cristo a un mundo que se mueve, y que hoy pasa por un período de secularización. De ahí que, en la actual situación del mundo, la solución está en nuestra adaptación apostólica, para llevarlo a Cristo.

Todo esto supone una gran indiferencia, un gran impulso apostólico, una identificación absoluta con Cristo y un delicado discernimiento de espíritus.

Hoy se habla mucho de discreción de espíritus; pero para que haya verdadera discreción, tiene que ser verdaderamente ignaciana, la cual supone que se vive en actitud de desprendimiento, en indiferencia, poseyendo una delicada sensibilidad del alma para oir la voz del Espíritu y saber así discernir el trigo de la cizaña. Esto supone altura espiritual, experiencia íntima y esa disposición de ánimo que dan los Ejercicios.

Para una verdadera discreción de espíritus es necesario el amor personal a Cristo, punto que hoy se discute tanto y lo habéis discutido también aquí. No es el amor a Cristo un amor de carácter intelectual o sentimental, ni un amor a un ente individual; sino al Cristo del Evangelio, que es el que San Ignacio nos presenta en sus Ejercicios; llegando a ese contacto íntimo con El. La verdadera discreción de espíritus supone un amor a Cristo hasta el tercer grado de humildad.

VI. Estructuras externas y estructuras internas

Si amamos a Cristo así, no hay peligro. Entonces se pueden quitar muchas de las medidas externas. Todo el mundo habla de estructuras .Lo cierto es que en esta confusión de ideas y de cambios, están cayendo muchas de las disposiciones externas, muchas estructuras. Es cierto que una transformación limitadora de las normas externas es sana; pero ello supone una estructura interna mucho más vigorosa y flexible que rija todos los cambios externos con prudencia sobrenatural. Ciertamente que la adaptación apostólica al día de hoy exige la supresión de muchas de las estructuras o disposiciones externas que hasta ahora han existido. Pero esto supone una interiorización muchísimo mayor y un sentido de responsabilidad personal y de sinceridad y de entrega interna a Nuestro Señor. Esto es precisamente lo que hoy quiere la Compañía; quiere hoy hombres que vivan los Ejercicios: ese espíritu apostólico, esa indiferencia, ese amor, esa humildad, que les permita integrarse en el mundo aun en las circunstancias más difíciles.

Y esto, no solamente para vosotros personalmente, sino para todos: decídselo a todos. El joven sacerdote que se forma hoy, necesita mucho más que lo que nos exigían a nosotros. Pues el trabajo apostólico hay que realizarlo frecuentemente en circunstancias difíciles de aislamiento, de falta de protección de la comunidad, de falta de dirección con normas externas, por un lado; y por otro, este hombre debe vivir en el mundo, identificándose en cierto grado con él, pero llevándolo a Cristo. No solamente manteniéndose en su vocación más o menos; sino ganando el mundo para Cristo, lo que supone una energía espiritual muy grande.

De ahíla necesidad absoluta de la interiorización máximo, con espíritu de oración profunda. No hablo ahora de la forma de oración ni del tiempo que a ella se debe consagrar. Hablo de la necesidad de ser hombre de oración, hombre unido con Dios, identificado absolutamente con Cristo.

Aquí hablamos con confianza y con sinceridad, por qué muchas de las caídas que hay hoy en la Compañía? Porque hoy exige el apostolado de la Compañía una actitud y unas actividades para los que muchos no están preparados suficientemente. Los sacerdotes jóvenes de hoy -35-40 años se encuentran en circunstancias muy diversas de las que nos encontrábamos nosotros a esa edad.

En lugar de poderse retirar a casa a las ocho y media o nueve de la noche y encontrar una comunidad perfectamente organizada, ese Padre jóven se ve obligado a trabajar con jóvenes de uno u otro sexo, con estudiantes, con obreros o intelectuales, hasta las altas horas de la noche, volviendo a casa a la una de la madrugada en París, en Madrid, en Calcuta, o en Nueva York; y no hay regla del compañero; ese jesuita debe ser casto, puro y apóstol, teniendo que llevar almas a Cristo.

Esto supone una interioridad muchísimo mayor. Pero esto es lo que exige la Compañía, y el jesuita debe ser capaz de llevar una vida apostólica moderna. Si vamos a tener que andar con vigilancia y cortapisas, la dinámica y eficacia apostólica se verán muy disminuidas. El ideal es que el Provincial o el Superior puedan destinar a un jesuita a cualquier sitio, donde se requiere su labor, enviándolo sólo. Pero quedando seguro humanamente, porque el enviado es un hombre interior, hombre de oración, hombre que sabe controlarse. Esto es lo que hoy necesitamos. Y este hombre es el hombre de los Ejercicios. Esta es la Compañía, la Compañía “qua tal is”. A esto tenemos que ir. Y esto supone gente segura, sincera, de confianza, gente, sobre todo, completamente identificada con Cristo.

VII. Experiencia honda de Ejercicios

Por eso será eficaz esta renovación de los Ejercicios, si conseguimos que todos vosotros, tengáis la experiencia personal y profunda de estos Ejercicios. Porque el director de Ejercicios, podrá exponerlos muy bien; pero en el fondo vale lo que él vive. Y cuando quiere orientar las almas con verdadera discreción de espíritus, y llevarlas a una entrega completa, cada cual habla con eficacia de lo que tiene, no de lo que aprende en los libros, ni de lo que ha oído a otros; y esto supone una experiencia verdaderamente ignaciana y profunda de esos Ejercicios.

Es una idea que se me ocurre en este momento. Por qué vosotros, que sois realmente directores de Ejercicios, no hacéis un mes de Ejercicios, profundamente bien hecho? Esa es la vivencia de los Ejercicios: los Ejercicios que se hacen. No basta estudiarlos. Ese mes de Ejercicios sería una vivencia espiritual nueva, que habríais hecho, tras todo ese conocimiento teórico que tenéis, al cabo de diez semanas de estudio. Yo os he oído decir tantas veces en este tiempo: "Padre, no tenemos tiempo de reflexionar, de digerir todo lo que hemos aprendido". Por eso yo os propondría ahora unos meses de reflexión y consideración y luego un mes de Ejercicios completo, con una asimilación total de este curso que habéis tenido. Cuánto bien redundaría para vosotros; pero para toda la Compañía también.

VIII. Pluralismo y misión

Hay otro tema que yo quisiera tratar aquí y es éste: supuesto que buscamos una aplicación apostólica de este carisma ignaciano o de esta Compañía de Jesús, al mundo actual; y supuesto que el mundo está cambiando tanto y en ritmo tan diverso, resulta que en la Compañía tiene que haber un pluralismo grande.

La Compañía se tiene que acomodar en la India y en Holanda, en Estados Unidos, en la Argentina y en Australia… a circunstancias completamente distintas, por lo cual el pluralismo es necesario y apostólicamente debe existir. Se quiere que haya pluralismo. Hablamos mucho de la africanización, de la asiasización, de la adaptación a las juventudes obreras; hablamos de comprensión con los intelectuales; en una palabra del hacernos "todo a todos". Cada cual tiene que ser distinto, porque no cabe duda de que el apostolado en África y en la India es distinto del apostolado en París o en Chicago. El que trabaja con intelectuales es diverso del sacerdote obrero. Tiene que hacer una diversificación de países, de lugares, etc.

Tiene que haber un pluralismo de ideas. La posición que ha tomado la Iglesia respecto a la libertad de investigación en los estudios, lleva ciertamente a un pluralismo de ideas. Tiene que haberla. La sospecha de una investigación mutilada hace que hoy se pregunte: puede existir una universidad católica? Por qué no? Porque como está sometida a la autoridad eclesiástica dicen que no tiene libertad. Niego rotundamente, ya que, si es verdaderamente católica esa universidad, debe dar verdadera libertad científica.

La Compañía, porque quiere servir a la Iglesia, tiene que investigar y tiene que investigar con libertad. Por esto, tiene que llegar en muchos casos, en que no hay evidencia, a un pluralismo de ideas. Por tanto, aquello del "idem sapiamus, idem dicamus omnes" hay que entenderlo bien.

Pero ese pluralismo necesario, en sentido apostólico, debe ser fomentado y no debe romper la unidad. San Ignacio deseó muchas cosas a la Compañía; pero una de ellas, absolutamente indispensable es la unión. Sin unión no puede existir la Compañía. Esta idea la repitió magníficamente el Santo Padre en la carta del 27 de julio donde nos decía que la unión es "bene prezioso fra tutti". Unión que es absolutamente necesaria "perché la Compagnia possa continuare ad essere in seno alia Chiesa e nelle maní del Papa, quello strumento ideale di aposto lato che essa ha voluto e saputo essere finora, e-sul quale ha, oggi piu chemai bisogno di poter contare senza reserva". Palabras que son una paráfrasis de las Constituciones "pues ni conservarse puede, ni regirse, ni por consiguiente conseguir el fin que pretende la Compañía a mayor gloria divina, sin estar entre sí y con la cabeza unidos los miembros de ella".

La unión es especialmente necesaria "para que se conserve el buen ser y proceder de esta Compañía", y es también especialmente difícil de obtener y conservar en la Compañía. San Ignacio reconoce, “pues están esparcidos en diversas partes del mundo entre fieles e infieles", también hay otras razones como es que "comúnmente serán letrados". Pero esa unión de espíritus, que de ningún modo excluye la pluralidad, pues "entre tanta diversidad de personas y naturas no puede haber regla cierta, "debe diligentemente procurarse y no permitirse lo contrario".

La dificultad aparece a lo largo de la historia de la Compañía. Cada época tiene sus características y esta presente las suyas. El ambiente de "aggiornamento" postconciliar, la crisis de la fe, del concepto del sacerdocio, de la vida religiosa, el ateísmo, el naturalismo, las crisis sociales, los problemas del compromiso temporal, etc. en una palabra, nos encontramos en un ambiente de tensión dialéctica, que se extiende a todos los campos, lo cual añade dificultades especiales que hacen de un mundo de evolución y ebullición como tal vez nunca ha presentado la historia. La Compañía sirve a ese mundo y que vive "encarnada" en él, no puede menos de sentir también esa tensión sana dialéctica que se manifiesta en las diversas tomas de posición que, en apariencia, al menos, parecen contradictorias e irreductibles.

La unión en San Ignacio es apostólica, dinámica. Es el efecto unitivo de la caridad. Es la unión de todos los corazones en uno con Cristo. Por otro lado, la unión apostólica es el fruto y la causa de una dialéctica constante entre la unidad y la pluralidad. La unidad qué debe procurarse, en cuanto sea posible, pues conduce y protege la unidad pero no tanto que sea un impedimento a la eficacia apostólica; y la pluralidad que, aunque es contraria a la unidad y puede ser un obstáculo para una unión de sentido más profundo que origina la adaptación necesaria para la eficacia apostólica. Esto nos conduce a la comprensión de unidad dinámica y al significado más profundo y universal de la unión: "Unió cordium in caritate cum Christo et in Christo". La fuerza unitiva de esa caridad es tal, que si une hasta transformar identificando a los que la poseen, tiene también la fuerza dispersiva pluralizante para diversificar, al obligar por amor a "hacerse todos a todos". Cuanto más perfecta sea la caridad unitiva, más poder de diversificación, conduce a los más íntimo de la fuerza unificante que, en último término, es la caridad de Cristo.

No puede haber unidad comunitaria apostólica si no está Cristo en medio "estaban unidos en corazón y en ánima" (Act. 4-32) y, "cuando dos o tres están unidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos". En la unión comunitaria debemos ver más profundamente un espejo de la vida trinitaria donde la pluralidad de personas posee una sola esencia divina.

La Compañía fue creada para el bien más universal. Las exigencias y oportunidades apostólicas que se ofrecen hoy a la Compañía son numerosísimas. La eficacia del apostolado tan diverso depende en gran parte de la posibilidad de adaptación y, por tanto, de diversificación» Esto exige que la Compañía busque esa adaptación necesaria, pero sin perder la unión esencial a ella, cuya pérdida la destruiría.

Siendo esa unión de tanta importancia, es natural que San Ignacio tratase de salvaguardarla.

Para ello propone varios medios: el amor de Cristo, la selección, la obediencia y buen gobierno de los superiores, la unión de doctrina, la uniformidad en lo exterior.

Si analizamos estos factores, veremos que hoy nos encontramos en circunstancias muy diversas a las del tiempo de San Ignacio. Nuestro trabajo apostólico exige una gran variedad que destruye la unidad externa pero no debe debilitarla, antes obligarnos a profundizar y robustecer la verdadera unión, que es caridad.

Vemos por estos elementos la unión en que piensa San Ignacio. Todo esto supone, pues, que tenemos que ir a una profundización grande del fundamento de la unión que es la verdadera caridad, la verdadera obediencia y el verdadero sentido apostólico; y esto es compatible con unas diversidades superficiales del modo de proceder o del modo de pensar.

Además de necesaria la comunicación, San Ignacio tuvo en esto una gran visión. Esta comunicación mutua es un fundamento grande de la unión, y hoy se puede realizar de una manera excelente, porque hoy todo se sabe y todo se puede comunicar rápidamente, si se quiere.

San Ignacio aun habla de otro elemento absolutamente necesario para esta unión: es la selección “no admitir turba. . . ni retener sino personas escogidas"; porque la grande multitud de personas no bien mortificadas en sus vicios no sufren orden, así tampoco comunión, que es Cristo nuestro Señor, tan necesaria para que se conserve el buen ser y proceder de esta Compañía. San Ignacio fue muy explícito en este punto, no consintiendo la permanencia en la Compañía de los que "especialmente mostrándose inquietos o escandalosos en palabras o en obras", "quien se viese ser autor de división de los que viven juntos, entre si o con su cabeza, se debe apartar con suma diligencia de la tal Congregación como peste que puede inficionarle mucho si presto no se remedia", o "personas duras de cabeza y que inquieten a otros o los perturben aun en cosas mínimas no los suele sufrir" (Ep.III, 499-507; BAC p.768).

Esta selección se impone de un modo especial hoy, cuando las circunstancias exigen en la Compañía hombres en los que se pueda confiar plenamente, pues al desaparecer las estructuras externas tradicionales, se exige mucho más: hombres con el verdadero espíritu ignaciano, en los que se puede confiar plenamente.

Pero donde especialmente reside el peligro de la división profunda es entre aquellos que no admitan la dirección de la Compañía, considerándola como algo desconcertante y peligroso, o entre aquellos que la consideran como algo tímido e insuficiente.

Este es un punto en el que quisiera que se reflexionase profunda y personalmente; pues con el pasar del tiempo se está creando una división profunda entre estas 2 posiciones, no solamente en cuanto a ideas o interpretación "del Concilio y de la Congregación General, sino lo que es peor, que está trascendiendo a la destrucción de la "unió cordium" que se manifiesta en unas posiciones duras e irreductibles, en una imposibilidad de diálogo, en unas críticas duras que hieren profundamente, y lo que es peor, en una desilusión del sentido mismo de la vocación.

Cómo se remedia esto? Con caridad y con obediencia.

Esto es capitalismo, y cuando deis Ejercicios, mis queridos directores de Ejercicios que habéis estado en este Curso, debéis fomentar especialmente estas virtudes vitales, porque todo reino dividido se cae; y la Compañía no puede aguantar perturbadores ni divisiones. Existen diferencias por esta evolución; pero tenemos que ir a la unión. Esto es capital.

IX. ¿Qué es la Compañía?

Puede haber ideas diversas y habrá criterios diversos; pero desunión y faltas de caridad y publicaciones injuriosas de unos contra otros y contra la misma Compañía, revelando faltas enteramente privadas y personales, es intolerable; porque estamos atacando el corazón mismo de la Compañía que es la caridad, la "unió cordium" de San Ignacio.

Hoy, ciertamente, existen distintas opiniones y modos de pensar; pero nos tenemos que unir. Y dónde está la unión? En un solo punto: en querer a la Compañía como es. Y la Compañía es como determinó la Congregación XXXI. No hay otra Compañía de Jesús. Esto lo debemos tener muy claro, porque se puede pecar por los dos extremos. O por no admitir la Congregación, diciendo que la Congregación General XXXI fue, en fin. . . que esperamos a la siguiente , para echar marcha atrás, etc. O bien otros que dirán: no, ya pasó la Congregación XXXI estamos esperando la Congregación siguiente porque los decretos de la anterior ya están sobrepasados. No se puede admitir ninguna de estas dos posiciones.

La Compañía de Jesús es la de la Fórmula del Instituto, con las Constituciones y la Congregación XXXI, y (me dispensareis) las direcciones que ha dado el P.General, aprobadas en la carta del Papa del 27 de julio. En ella dice que aprueba completamente la Congregación General y que aprueba las direcciones del General.

Esta es la voluntad de Dios y esa es la única Compañía que existe. Y la única posibilidad de unión está ahí: en admitir de corazón la Compañía de la Fórmula, de las Constituciones y de la Congregación XXXI. Esta es la unión que quiere Dios en la Compañía. No existe más que una Compañía y ese punto de unión.

X. Secularismo y Compañía

Hoy se habla (no sé si tanto en los países de lengua castellana, como en los otros) de que, puesto que existe el sécularismo y esta secularización del mundo. La Compañía evoluciona y debe evolucionar hacia un Instituto Secular. Se niega rotundamente. Por qué? Pues, sencillamente, porque el Instituto Secular y la Compañía se diferencian esencialmente.

San Ignacio quiso crear una Orden clerical religiosa, con todas las características que eso lleva consigo. Es cierto que el .espíritu de la Compañía, que aparece en los Ejercicios, tiene mucho de esa apertura, otra vez, entre comillas "secularizante" del Concilio, en el mundo actual; porque reconoce el valor de las criaturas y los valores humanos; porque realmente es una concepción humana integral del hombre, que admite lo humano y lo divino; admite lo espiritual y lo material. San Ignacio, realmente, es un hombre -no digo que previese el secularismo de hoy en cierto sentido (entendámonos bien) secularizante.

Quiere decirse que el espíritu de la Compañía va a esa integración en el mundo, a esa encarnación en el mundo y, por tanto, tiene ese aspecto secularizante.

Por eso, han sido creados tantos Institutos Seculares bajo la inspiración de la Compañía, bajo la inspiración de los Ejercicios. Y por eso, dicen los Padres que tienen contacto con esas instituciones, que cuando un jesuita habla a un Instituto Secular, entienden su espíritu perfectamente. Pero esto no quiere decir que la Compañía tenga que evolucionar hacia un Instituto Secular, ni muchísimo menos.

Es sumamente importante subrayar, pues, que nosotros tenemos que trabajar por los seglares, tenemos que identificarnos con el mundo, tenernos que favorecer esos Institutos Seculares; pero esto no supone una transformación de la Compañía en un Instituto Secular.

XI. Movilidad universal

Hay otro punto sumamente interesante, relacionado con esta unión, con este pluralismo y esta integración en el mundo. Es una especialidad o característica absolutamente necesaria en el apostolado del mundo: la movilidad universal, mundial, garantizada por la unión e indiferencia ignaciana.

Esa unión que existe en la Compañía de una gran movilidad apostólica. Por esto realmente hoy la Compañía tiene unas posibilidades apostólicas inmensas. Por eso la unión no se debe romper. La Compañía nunca puede ni debe ser una federación de provincia, como pudieran ser otras Órdenes Religiosas. Ellas tienen otra organización. La Compañía es una, y cuando alguien entra en la Compañía, no entra en una provincia, sino en el "corpus soeietatis", que, por ventajas administrativas está dividido en Provincias. Pero entra en el "corpus soeietatis", en el corpus universal. Y esta unidad, con esta universalidad y este pluralismo, da a la Compañía una agilidad y una eficacia apostólica extraordinaria, sobre todo hoy, en que los movimientos de comunicación son tan fáciles y tan rápidos, y hacen posible la concretización o aplicación de este dinamismo estratégico, que brota de la unidad.

En la Compañía estamos o debemos estar, según el deseo de San Ignacio, bien informados de las oportunidades y necesidades del mundo. Por otro lado, tenemos esta movilidad, ya que nadie está ni pertenece a una Provincia por derecho propio, ni es contra el derecho de la persona trasladarla de lugar o cambiarla de ocupación. Esto da a la Compañía su gran eficacia apostólica: esa "missio" mundial, que se basa en el "rey temporal" y en la indiferencia y el desprendimiento.

Por eso, realmente, hoy la Compañía tiene muchísimas posibilidades pero también muchísima responsabilidad. Si existe una planificación universal con esa movilidad, todo se puede -disponer mucho mejor, porque es posible usar los talentos según la especialización, las cualidades, las necesidades, etc.

Para qué, por ejemplo, el "Supvey", el estudio y reflexión en toda la Compañía? Para conocer la situación actual en cada Asistencia y en todo el mundo. Así se podrá ver dónde la Compañía debe ejercer su apostolado con más fuerza: porque habrá circunstancias especiales que exigen o aconsejen o un esfuerzo especial en algún cambio de apostolado. Esto hay que estudiarlo de una manera estratégica a escala mundial.

Son cosas de muchísima responsabilidad. Por eso es propio de la Compañía conocer las diversas situaciones, para encarnar a Cristo en este mundo. Ver la manera humano divina con un estudio serio, de realizar el apostolado. Como un hombre de negocios que quiere vender lo extraordinario: la fe, Cristo. Para ello tenemos que conocer el mercado, saber valorar las cosas y poder movilizarnos como sea necesario, en una forma o en otra, para dar la máxima adaptabilidad a los medios y a la máxima eficacia a la obra.

XII. Nuestra vocación hoy

Vista desde este punto de vista nuestra vocación es, mis queridos Padres de una belleza tan extraordinaria, de una actualidad tan evidente y, por otro lado de una responsabilidad tan grande, que tenemos que procurar conocer cada vez mejor nuestro espíritu: para ello tenemos que ir a las fuentes que son los Ejercicios y éstos nos llevarán a Cristo. Debemos considerar que Cristo no quiere al mundo en esta situación tan terrible de opresión e injusticias.

Lo sabemos perfectamente; y la Compañía tiene algo que hacer; pero con espíritu ignaciano. Por eso, si preguntamos qué haría hoy San Ignacio si estuviera aquí, tendremos que responder que haría lo mismo que hizo en el siglo XVI: seguir a Cristo pobre, con testimonio de pobreza; y tener un sentido de obediencia hasta la "kénosis" de Cristo, que esa es la perfección de la personalidad.

Cuando digamos eficazmente el "suscipe" total con el que entregamos a Cristo lo poquísimo que podemos darle, esa llamita de la libertad, entonces habremos hecho lo que quiere San Ignacio en los Ejercicios, que es entregarse a Cristo y seguirle a dónde quiera que nos llame.









Boletín de espiritualidad Nr. 5, p. 3-12.


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