La gracia de nuestro fundador y la gracia de nuestra vocación

John H. Wright sj





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I - El porqué de este estudio

El mismo título de este estudio puede chocar a algunos como un error fundamental. El empeño por comprender la gracia de nuestro Fundador a fin de iluminar el significado de nuestra vocación puede parecer a algunos un esfuerzo inútil destinado, en el mejor de los casos, a develar una cuestión de curiosidad histórica.

¿Por qué hemos de ceñirnos a la visión de un hombre, aun cuando ese hombre sea Ignacio de Loyola? ¿No somos acaso adultos responsables de nuestra propia comprensión de las necesidades actuales de la Iglesia, capaces de forjar nuestro propio futuro? ¿No deberíamos buscar los factores significativos de nuestra vocación en nuestras mentes y en nuestros corazones antes que en las Constituciones de la Compañía de Jesús o en los Ejercicios Espirituales, o en los Decretos de la Congregación General XXXI, o en los resultados de cualquier otra asamblea? El devenir marca todas las cosas. Todos los grupos y todos los individuos cambian a medida que crecen, y nos pertenece a nosotros, aquí y ahora, descubrir lo que nosotros mismos queremos hacer, sin estar agobiados o impedidos por el pasado.

Este punto de vista contiene algo muy importante que no podemos descuidar sin perder el contacto con el mundo real. Siempre es necesario para los miembros de la Compañía de Jesús reflexionar sobre el movimiento actual del Espíritu Santo. ¿Cómo nos está guiando ahora? ¿A qué nos llama ahora? Debemos vivir nuestra experiencia presente de la acción de Dios en nuestros corazones y en nuestras mentes. Debemos reconocer la necesidad siempre presente de discernir la moción del Espíritu. Ninguna fórmula del pasado, por muy hermosa o perfecta que sea, puede decirnos con exactitud que nos pide el presente y a qué nos, llama el futuro.

Sin embargo, un deseo de romper completamente con el pasado y hacer un comienzo absolutamente nuevo está basado en un doble malentendido, uno en el campo de la sociología y de la historia y el otro en el de la Teología. Desde un punto de vista sociológico e histórico, en cualquier comunidad identificable, los hombres una historia común, una vida común juntos y una común esperanza para el futuro. Su esperanza para el futuro y su vida presente en común nacen de su historia común. Sencillamente, no estarían unidos, no tendrían una perspectiva particular de ellos mismos y del mundo, no estarían organizados para objetivos particulares si no tuvieran un origen definido en el páselo. Nosotros, miembros de le Compañía de Jesús., no podemos comprender lo que somos ahora, ya sea como comunidad ya como individuos dentro de esa comunidad, sin tener plenamente en cuenta nuestro pasado. Imaginar una Compañía de Jesús hecha de hombres para quienes esta historia no viene el caso, es inventar una ficción fuera de la realidad, no considerar la Compañía que realmente existe. Si tratáramos de actuar sin reconocer nuestro pasado, estaríamos continuamente tomando decisiones bajo la influencia de fuerzas poderosas que simplemente nos eludirían. Las clases de relaciones que en el presente nos mantienen juntos y nos orientan hacia el futuro nacen de una historie de cuatrocientos años, que es únicamente nuestra. Pensar que podemos no tomar en cuenta estas relaciones y dirigirnos por cualquier otro camino hacia el que nos sintamos inclinados, hacia cualquier futuro que podamos desear, es entender mal tanto la fuerza como la limitación del ser humano.

Teológicamente la posición al no apreciar la fidelidad de Dios que nos llama dentro de la continuidad de nuestra historia religiosa. La mejor manera por la que quizás podamos entender esta fidelidad es considerar como una orden religiosa nace, se desarrolla y perdura. Normalmente comienzo cuando un hombre, dotado de la gracia de Dios y movido por el Espíritu Santo, percibe una necesidad en la vida de la Iglesia y resuelve satisfacer esa necesidad asistido por otros quienes comunica su visión y su inspiración. De esta manera y un grupo de individuos se reúnen alrededor de una figura carismática central. Ellos comparten su visión y están entregados y decididos a trabajar por los fines a los que él se dedica. Una orden religiosa nace consciente de una necesidad particular, resuelta a servir a la Iglesia y si Pueblo de Dios de una manera especial. Y la Iglesia, por su parte, reconociendo la continua efusión de los dones del Espíritu Santo dentro de ella, aprueba el sistema de vida que han abrasado esos hombres. Después, ellos atraen a otros que también son movidos por el espíritu, por los fines que persiguen y por la manera en que trabajan para lograr esos fines. En consecuencia, a través de esta institución, le visión original y la inspiración del fundador continúan siendo operativas en la historia aún mucho tiempo después de haber muerto él y sus primeros compañeros. El cuerpo vivo de hombres dentro de la Iglesia, compartiendo un determinado estilo de vida, persiguiendo determinados objetivos, queda como una especie de inspiración para la gracia de Dios. Otros individuos contemplando su propio futuro y deliberando acerca de la vida la cual Dios los llama, encuentran una resonancia dentro de sí mismos para el sistema de vida que lleva este grupo de hombres y los objetives que persiguen. Y en esta resonancia descubren el llamado de Dios para unirse a ese grupo de hombres. La invitación divina, originalmente extendida al Fundador y a aquellos que compartían con él los comienzos de esa orden, continua atrayendo hombres hasta el momento en que ningún otro comparta esa visión desee alcanzar esos objetivos. La perdurable significación de la vocación, por tanto, ha de encontrarse últimamente en la fidelidad de dios que continúa llamando a algunos nombres para buscar estos objetivos y satisfacer estas necesidades.

La gracia que Ignacio recibió, su visión y su espíritu, es un hecho histórico y una realidad dentro de la Iglesia. Este hecho esta en la base y en el origen de la Compañía de Jesús. La gracia ignaciana se desplegó en la historia de la Compañía en las vidas de miles de jesuitas. Por cierto, debemos preguntarnos si esta visión y este espíritu son todavía viables en la Iglesia de dios: ¿representan todavía un estilo de vida hacia el cual nos sentimos atraídos por Dios? ¿Son para nosotros una manera de servir auténticamente a la Iglesia y al pueblo de dios? de ser así, debemos entonces arraigarnos en ellos todavía más profunda y firmemente. Pero de no ser así, entonces debemos reconocerlo y considerar con toda conciencia el formar una nueva sociedad, comprendiendo lo que estamos haciendo. Porque sería una ilusión y un engaño seguir llamándonos la Compañía de Jesús fundada por Ignacio de Loyola si queremos, a fin de cuentas, incluir un punto de vista .básicamente diferente, dirigido hacia fines totalmente diferentes y que se logran por medios esencialmente distintos. El nombre es, pues, de importancia secundaria. Pero tras el mismo nombre está la necesidad de ser plenamente conscientes de lo que somos. Debe notarse que mientras un grupo considerable de hombres dentro de la Compañía se encuentre viviendo movido por el ideal ignaciano y quiera vivir de acuerdo con espíritu, continuará la Compañía de Jesús. Y si otros piensan que este estilo de vida es fundamentalmente inadecuado para ellos, a sus objetivos, a lo que esperarían lograr en su vida, entonces en lugar de intentar cambiar a la Compañía para convertirla en lo que ellos quisieran, sería más razonable que se retiren para formar su propia comunidad. La historia nos proporciona ejemplos en los que una orden religiosa se convierte en madre de otra, cuando alguien dentro de la orden se siente llamado por Dios para instaurar otro estilo de vida.

Por lo tanto, el que la Compañía de Jesús deba seguir siendo una compañía ignaciana o se deba convertir en otra cosa, depende muy profundamente de la experiencia interior de nosotros mismos, los hombres que la construimos. Si nosotros, como cuerpo, descubrimos que Dios nos está llamando ahora a algo completamente diferente de lo que llamó a Ignacio, entonces, en fidelidad y obediencia a Dios, necesitamos cambiar radical y esencialmente para transformarnos en algo distinto. Sin embargo, si en realidad descubrimos que la visión de Ignacio todavía nos llena y que sus objetivos aún nos atraen, entonces, por la fidelidad al Dios que nos llama, debemos renovar y profundizar nuestra comprensión del espíritu de Ignacio y procurar satisfacer las necesidades del mundo a la luz de este espíritu tan plenamente como podamos. El presente estudio trata de desentrañar la gracia concedida a Ignacio, la gracia que llevó a la fundación de la Compañía de Jesús y que siguió desarrollándose en vida posterior. Esto puede ayudarnos en nuestra búsqueda de cómo Dios nos está llamando ahora y hacernos capaces de encontrar una respuesta a cómo, debemos renovarnos en fiel dependencia de la gracia de Dios.

II - Documentos de la Iglesia y de la Compañía

Tanto la Iglesia como la Compañía han llamado la atención sobre la importancia de la gracia concedida al Fundador de una orden religiosa y a la significación de esa gracia para los miembros de esa orden. El Concilio Vaticano II en su decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa propuso dos procesos simultáneos para llevar a cabo esta renovación. El primer proceso es un continuo volver a las fuentes de toda vida cristiana, así como al carisma fundacional que inspira a cada comunidad. El segundo proceso es un ajustarse por parte de la comunidad y de su espíritu a las condiciones variantes de los tiempos. Estos dos procesos ilustran el doble significado de la palabra "renovación", es decir, hacer algo como cuando era nuevo y hacerlo nuevo hoy día en su relación con las condiciones contemporáneas. Sera nuestra tarea reflexionar primeramente sobre la inspiración original de la Compañía y, luego, considerar cómo esta inspiración puede ayudarnos a resolver algunos problemas actuales que nos desafían.

El Concilio afirmó lo siguiente: "Cede en bien mismo de la Iglesia que los institutos tengan su carácter y función particular. Por lo tanto, reconózcanse y manténganse fielmente el espíritu; y propósitos propios de los fundadores, así como las sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio de cada instituto" (Perfectae Caritatis, n. 2). Sería, sin duda, un error trazar una distinción u oposición demasiado rígida entre las fuentes comunes de la vida cristiana que se encuentran en la Escritura y las fuentes particulares de la espiritualidad propia de cada instituto religioso. Porque los fundadores de los institutos, los confirmaron según el espíritu del Evangelio e hicieron convergir su significado para sus propias comunidades a fin de servir a los intereses de la Iglesia del modo que ellos creían les conducía el Espíritu Santo.

No fue el Concilio Vaticano II el primero que reconoció y expuso la necesidad de que una orden religiosa se desarrolle según la gracia y el espíritu de su fundador. Leemos, por ejemplo, en una carta de Pío X al General de los Dominicos, P. Cormier O.P.: "Alentamos muy especialmente a todos los miembros de familias religiosas que sigan las huellas de esos santos hombres a quiénes veneran como a padres y fundadores; porque es claro para todos que un árbol extiende sus ramas con más amplitud y lleva mas abundante fruto cuanto más pura y copiosa, es la savia que viene de sus raides" (Acta Apostolicae Sedis, 1913» p. 387). El Papa Pío XI escribió una carta a Generales de órdenes religiosas en 1924: "Primeramente urgimos a los religiosos a considerar él ejemplo de sus fundadores, los padres que dieron a cada orden sus leyes, si quieren estar seguros de participar más abundantemente de las gracias de su vocación. Porque cuando estos hombres extraordinarios fundaron sus institutos estaban claramente obedeciendo a una inspiración divina. Todo el que, por lo tanto, lleva la marca que el fundador quiso imprimir en su comunidad está con toda seguridad en el .recto camino desde el principio. De allí que estos miembros, como buenos hijos, deban ser cuidadosos en honrar a su padre y legislador siguiendo sus prescripciones y consejos y empapándose en su espíritu" (A.A.S. 1924, p. 135)»

La Compañía de Jesús, del mismo modo, ha buscado tradicionalmente su guía e inspiración en la vida y escritos de Ignacio. La Congregación General XXXI recurrió repetidamente a las Constituciones y a los Ejercicios Espirituales para determinar cómo debemos renovarnos y realizar nuestra vocación en el mundo de hoy. Esto aparece de un modo especial en los decretos sobre la misión de la Compañía, hermanos, formación, oración, obediencia, pobreza y apostolado. Tratando sobre el apostolado de la Compañía, por ejemplo, la Congregación General afirma lo siguiente: "La regla suprema de nuestro apostolado, como aparece por el carisma peculiar de nuestro santo Fundador, la Fórmula del Instituto, las Constituciones, y la viva tradición de la historia de la Compañía, es el mayor servicio de Dios y el bien más universal de las almas, en máxima disponibilidad hacia la voluntad de Dios; y ésta se nos manifiesta en la voluntad de la Iglesia y en cada tiempo concreto de modo especial a través del Romano Pontífice" (C.G. XXXI, V., Apostolado, n.23r Apostolado sacerdotal).

Esta mirada hacia el pasado no es una idea nueve en la Compañía. En una carta del P. Francisco Javier Wernz del 8 de septiembre de 1907 toda la Compañía y escrita para celebrar el primer centenario de la restauración de la Compañía leemos: "Pío VII quiso renovar este genuino espíritu de, nuestro Padre Ignacio cuando por un extraordinario acto de bondad llamó nuevamente a la vida a nuestra Compañía. El Supremo Pontífice quiso que este nuevo batallón reviviera las virtudes y santidad de vida del primero. Quiso que estos nuevos compañeros, como los primeros, estuvieran disponibles para la Iglesia como fuertes soldados con ligero armamento prontos para ser enviados donde la gloria de Dios y la salvación de las almas lo requiriesen, siempre listos y bien dispuestos a cada deseo del Papa, preparados para el sufrimiento y la muerte, capaces de cumplir los destacados hechos que los Sumos Pontífices admiraron en los primeros tiempos de la Compañía" (A.E. I (1905- 1914) 101).

Basta con releer los números de Acta Romana con motivo de la conmemoración de algún centenario importante de la vida de Ignacio y de la primitiva Compañía para ver cuán profundamente la. Compañía ha estado con plena Conciencia de su dependencia de la gracia dada S. Ignacio. Con motivo del centenario de los Ejercicios Espirituales, de la canonización de Ignacio y Javier, de los primeros votos de Ignacio y sus compañeros, de la primera fundación de la Compañía y, especialmente, en el año ignaciano cuando en 1956 conmemoramos el cuarto centenario de la muerte de S. Ignacio. Las memorias de estos acontecimientos evocaron una consciente necesidad de compararnos con nuestro pasado y comprobar si la misma vitalidad está ahora presente dentro de nosotros mismos, la misma dedicación y espíritu, la misma entrega de una vida para la mayor gloria de Dios.

III - El carisma ignaciano: compañero de Jesús, contemplativo en la acción

Ahora vamos a intentar descubrir la peculiar gracia o carisma ignaciano, luego someterla a un análisis más detallado y, finalmente, sugerir cómo esto pudo guiarnos en nuestra actual renovación de la Compañía de Jesús.

Es difícil hablar de la gracia característica de un santo sólo en lo abstracto, como si por medio de una peculiar combinación de términos generales y universales pudiéramos describir su específica relación con Dios. En esta materia, cierta concreción es necesaria y esclarecedora. Debemos discernir en los acontecimientos de la vida de Ignacio, así como en sus escritos, cuáles fueron las particulares atracciones divinas que experimentó y la forma cómo respondió a las mismas. Una expresión que parece indicar muy clara y concretamente la gracia otorgada a nuestro fundador la encontramos en un episodio de la vida de Ignacio y sus primeros compañeros, cuando esperaban la posibilidad de ir a Tierra Santa. Esteban misionando en el norte de Italia; Ignacio les dijo a sus compañeros que si alguno les preguntaba quiénes eran, deberían responder que eran "compañeros de Jesús" (Polanco, "Ghronicon" 1,72). El mismo Ignacio era ante todo un compañero de Jesús y es esto lo que quería que fuesen sus seguidores antes que cualquier otra cosa. Jesús es Señor, Rey, Guía, Mediador, Salvador; Ignacio era su compañero. Está por demás claro que la gracia que se pretende en los Ejercicios Espirituales, desde la contemplación del Reino hasta el final, es precisamente esta gracia de un estrecho compañerismo con Jesús, arraigado en la fe y sellado por el amor.

El llamamiento a ser un compañero de Jesús significaba para Ignacio una introducción en las profundidades de la vida divina y evocaba una respuesta firme y especial. El P. Jerónimo Nadal lo describe en un pasaje muy conocido e importante: "Sabemos que el P. Ignacio recibió de Dios la singular gracia de gozar libremente de la contemplación de la Santísima Trinidad y de descansar en ella. El Padre Ignacio disfrutó de esta clase de oración en razón de un gran privilegio y de una singularísima manera, con el resultado adicional de que en todas las cosas, acciones y conversaciones contemplaba la presencia de Dios y tenis tal sentido de las cosas espirituales que aun en la acción era contemplativo, lo que acostumbra expresar diciendo: se debe encontrar a Dios en todas las cosas". (Ep. P. Hier. Nadal, XV, 65X652).

El compañerismo con Jesús no era para Ignacio simplemente una feliz casualidad. Le fue otorgado sin sus méritos; pero se mantuvo sólo por su honesta y sincera cooperación; y esta cooperación radicaba en ser "contemplativo en la acción". La expresión latina del Padre Nadal es simul in actione contemplativus. Se ha escrito mucho para explicar el significado de esta expresión y yo no pretendo añadir une nueva interpretación, sino solamente indicar algunos elementos fundamentales sobre los que existe general consentimiento. Lo primero es que Ignacio era en verdad un contemplativo, que vivió una vida de profunda oración e íntima familiaridad con Dios y que de esta experiencia de Dios en la oración brotaba el dinamismo de toda su vida. Lo segundo es que este modo de oración permitía a Ignacio encontrar a Dios en todas las cosas, vivir en unión con Él en todo lo que hacía. Está claro que Ignacio no era un contemplativo solamente en la acción sino un contemplativo también en la acción. El espíritu contemplativo que penetraba toda su vida se fundamentaba primeramente en la contemplación de Dios en la oración. Las experiencias místicas del período de Manresa continuaron siendo la vida espiritual de Ignacio en años posteriores, aunque de diferentes modos y en continuo crecimiento. Por medio de su unión con Dios en la oración le fue posible encontrar a Dios en todas partes.

Le fue posible vivir como un compañero de Jesús. Ser contemplativo también en la oración no significa, por cierto, una reflexión consiente explícita en todo tiempo, sino más bien que uno tiene une conciencia habitual y permanente en la periferia del conocimiento donde uno gusta del Señor, descansa en él y encuentra ahí una fuente continua de fuerza y aliento.

Nosotros podemos, pienso, ver algo más claro acerca del sentido de la expresión "contemplativo también en la acción" contrastándola con la descripción de Santo Tomás sobre lo que más tarde conocería como vida mixta. Tomás de Aquino describía la vida de los frailes predicadores distinguiéndola de la vida, de los monjes y escribió: contemplari et aliis contemplata tradere. (Sumrae Theolog. II-IIae, q. 188, a, 6). Para Tomás este modo de vida religiosa era primeramente una vida dedicada a la contemplación pura de la verdad por sí misma y para la unión con Dios que la misma realizaba. Posteriormente esto influía en la vida de otros dándoles lo que uno había hallado en la contemplación, comunicándoles por medio de la enseñanza y la predicación la luz emanada de esta vida de oración. Para Ignacio, la contemplación y la vida activa no las separaba así. Uno encontraba a Dios en la oración, se arraigaba en Dios en contemplación privada; y posteriormente encontraba a Dios en la acción porque primero lo había encontrado en la oración. Todos los hechos, trabajos, pensamientos, acciones y consideraciones-que constituían el resto de su vida eren también terreno de contemplación; porque ahí encontraba igualmente a Dios y estaba unido con El.

Y esta unión con Dios es lo que más radicalmente significa la contemplación en sentido cristiano.

La contemplación final de los Ejercicios, la contemplación para alcanzar amor, ilustro todo esto de una manera particularmente vigorosa. Este ejercicio está concebido como una transición entre el período de retiro y la vida ordinaria. Vigoriza dentro del ejercitante una permanente actitud de amor que ha ido creciendo a lo largo del proceso de los Ejercicios Espirituales.

En este punto, la actitud se encuentra orientada hacia las circunstancias y condiciones en las cuales ha de transcurrir el resto de su vida. La contemplatio, en otras palabras, hace de un hombre que sea contemplativo también en la acción. Es un modo de oración que establece un modo de vida.

IV - Análisis del carisma ignaciano

Después de unas breves consideraciones sobre Ignacio compañero de Jesús, lo que hacía que permaneciera siendo un contemplativo también en la acción, podemos pasar a un análisis particular dé su gracia. Lo haré en tres momentos, indicando primero el enfoque teológico de su gracia, luego su orientación apostólica y, por último, su ejecución práctica tal como lo veía Ignacio:

1) Enfoque teológico: la Santísima Trinidad

La fuente teológica de la vida de San Ignacio como compañero de Jesús y contemplativo en la acción está en la Santísima Trinidad. Vivir como un compañero de Jesús significa necesariamente vivir como hijo de Dios Padre, bajo le inspiración del Espíritu Santo.

En el relato de su vida en Manresa que dictó al P. Gonqalves da Camera, San Ignacio habla de una penetración en el misterio de Ia Santísima Trinidad que Dios le otorgó, lo que le hiso estallar en lágrimas y sollozos sin poder controlarse. Describe el gozo y consolación que experimentó durante muchas horas y de esta experiencia arranca el sentimiento de gran devoción que experimentó el resto de su vida cuando oraba a la Santísima Trinidad (Auto- biografía, n. 27), Por supuesto que el aprecio de Ignacio por la Santísima Trinidad no era simplemente una comprensión abstracta de lo que significa decir que hay tres Personas, en un solo Dios, La doctrina de la Santísima Trinidad, según se desprende de los escritos de Ignacio, es la conceptualización de la experiencia de cómo Dios se comunica a si mismo al hombre en el misterio de la redención y más particularmente de cómo Ignacio experimentó Ia realidad viviente de Dios en su vida; es decir, como Padre, Hijo y Espíritu Santo. La contemplación de la Encarnación representa a las personas de la Santísima Trinidad deliberando sobre cómo salvar a los hombres de las consecuencias del pecado. Y a cada una de estas personas divinas las experimentó Ignacio como una relación, diferente y respondió de diferente manera.

Parece claro que cuando Ignacio dio a la Compañía el lema "ad maiorem Del gloriam" tenía en su mente nuestra relación con Dios Padre. Porque en la conclusión de la Formula del Instituto, aprobada en 1550, aparece esta súplica: "al cual suplicamos tenga por bien de favorecer estos nuestros flacos comienzos a gloria de Dios Padre, al cual se de siempre honor en todos los siglos. Amén" (Fomr. Inst., 9). Ignacio tenía conciencia de Dios Padre como la raíz última de la vida de Dios en él y la fuente de esa vida que se nos comunica a través de Jesucristo y en el Espíritu Santo.

Fue Dios Padre quien envió a su Hijo al mundo para ser nuestro salvador y el íntimo compañero de nuestras vidas. Cristo era para Ignacio el mediador con Dios Padre. Era por lo tanto muy cociente de la posición especial de Dios Padre en la totalidad de la Vida del hombre con Dios.

La relación de Ignacio con Cristo nuestro Señor, como lo hemos indicado, expresaba de una manera concreta el carisma esencial ignaciano. Siendo un compañero de Jesús fue como entró en le vida de la Santísima Trinidad. Esto apareció más fuertemente a raíz de la visión de la Storta en los alrededores de Roma: "Y estando un día, algunas millas antes de llegar a Roma, en una iglesia, y haciendo oración, sintió tal mutación en su alma y vio ten claramente que Dios Padre le ponía con Cristo, su Hijo, que no tendría ánimo para dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hija" (Autobiografía, 96; cfr. también Fonte Narretivi, II, 132-153). Laínez indica que por esto Ignacio concibió una gran devoción a este Santísimo Nombre y resolvió llamar a su congregación la Compañía de Jesús.

El Espíritu Santo, finalmente, con sus inspiraciones ocupa un lugar muy especial en la espiritualidad de Ignacio. En párrafo introductorio de las Constituciones señala: "y de nuestra parte más que ninguna exterior constitución, la interior ley de le caridad y amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones ha de ayudar para ello" (para la preservación, crecimiento y progreso de la Compañía). Igualmente, en la parte VII, cuando habla "Del reparto en la viña de Cristo", dice: "Aunque la summa Providencia y dirección del Sanctus Spíritu sea la que eficazmente ha de hacer acertar en todo, y en imbiar a cada parte los que más convengan..." (Const., n. 624). Pasajes de este estilo, referentes a la conducción e inspiración del Espíritu Santo se encuentren a lo largo de todas las Constituciones. Además, el discernimiento de espíritus es un rasgo característico de la espiritualidad ignaciana; y la capacidad de discernir los movimientos o mociones del Espíritu es uno de los propósitos fundamentales de los Ejercicios Espirituales. Por medio de este discernimiento, un hombre se hace profundamente consciente de la acción del Espíritu Santo dentro de sí mismo y a aprende a distinguir esta acción del Espíritu de otros movimientos o mociones que brotan del egoísmo o del "enemigo de la natura humana".

Hay que insistir en que la conciencia espiritual de Ignacio de Dios como Trinidad no era simplemente una contemplación de la vida de Dios en Sí mismo. Nacía más bien de la experiencia del amor redentor de Dios hacia nosotros. En la fe conoció a Dios Padre que envió a su Hijo al mundo y al Hijo que continúa enviando al Espíritu Santo a nuestros corazones. A este misterio de entrega divina, de amor redentor, manifestado en la Encarnación, es a lo que estamos incorporados y a la Trinidad entendida de este modo era a la que Ignacio era especialmente devoto.

2) Orientación apostólica; servir a la Iglesia y transformar el mundo

Lo que acabamos de decir nos lleva a la orientación apostólica de la gracia especial de Ignacio. Todo cristiano llamado por el bautismo al amor y al servicio de Dios esté intentando de alguna manera responder al amor de Dios para con él. Pero como el amor de Dios puede ser concebido de muchas maneras diferentes, también la respuesta del hombre a ese amor puede revestir muchas formas. Lo que distingue el modo de responder de Ignacio es su atención centrada en los aspectos redentores del amor de Dios.

No era, por ejemplo, el amor de Dios llamándole a la soledad y a la unión contemplativa lo que atraía al espíritu de Ignacio , sino: el amor de Dios en cuanto busca transformar y renovar el mundo en Cristo. La Fórmula del Instituto, aprobada en 1550, comienza así: "Cualquiera que en esta Compañía (que deseamos se llame la Compañía de Jesús) pretende asentar debajo del estandarte de la cruz, para ser soldado de Cristo y servir a sola su Divina Majestad y a su esposa le Santa Iglesia bajo el Romanó Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra, persuádase que, después de los tres votos solemnes de perpetua castidad, pobreza y obediencia, es ya hecho miembro de esta Compañía" (Exposcit debi- tum, Julio III, 21 julio 1550-, n. 1), Ignacio, respondiendo al amor redentor de Dios, estaba procurando de una manera particular satisfacer las necesidades de la Iglesia. Su espiritualidad, por lo tanto, tenía una inconfundible y esencial orientación al apostolado.

Esta orientación apostólica del espíritu de Ignacio, más que cualquier ascetismo aislado, es lo que constituye la base de la continua exhortación a la propia abnegación, que aparece en los escritos de Ignacio. La autoabnegación no la buscaba por sí misma o como un simple ejercicio de perfección personal, sino en razón de la causa a la que quería servir. Ignacio veía a Cristo pobre y sufriente, y reconocía que aquellos que son de Cristo, que intentan seguirlo de cerca y llevar a cabo su misión, debe estar preparados para ser como El. Una vida cuyo último objetivo final es uno mismo no puede ser una vida apostólica ni una vida en compañía de Jesús. Ignacio era profundamente consciente de que en el Evangelio Cristo insiste que quienquiera que desee ir tras Él debe renunciar a sí mismo, tomar su cruz, y seguirlo (Marcos, 8, 3). La contemplación del Reino refleje la enseñanza de San Pablo en Romanos 8,17 cuando nos dice que tendremos parte de su herencia "con tal que suframos con Él para que también seamos con glorificados con Él".

El espíritu apostólico de Ignacio encontró particular expresión en las normas que estableció para la elección de ministerios en la Compañía de Jesús. Estas normas pueden reagruparse en tres grupos o títulos: a) nuestras tareas deben ser importantes; b) deben ser urgentes; y c) deben ser tareas que otros descuidarían o que no se harían. Estos tres títulos creo que contienen la traducción realista de la metáfora librar combate por Dios y portarse como soldados al servicio de Cristo. Algunas veces esta metáfora mili­tar se la lleva demasiado lejos y, particularmente en nuestros días, cuando con frecuencia un ejército es una especio de máquina impersonal, por lo que la analogía de la Compañía de Jesús con un ejército puede ser muy engañosa e inoportuna. Pero si, de acuerdo con el Evangelio y con el espíritu ignaciano. vemos la vida cristiana como une especie de guerra, de dar batalla con­tra lo que se opone a Dios y al bien del hombre, entonces podemos ver en la Compañía una especie de grupo compacto que desea hacer lo importante, lo urgente, lo que de otro modo se descuidaría o no se haría.

a) Ignacio estaba impresionado por: el hecho de que lo qué tiene más influencia, lo que llega a más individuos, es más divino (Constituciones 622). Aquí se destaca le magnanimidad de Ignacio, su insistencia en el magis su preocupación por el mayor servi­cio de Dios, por el bien más universal, por lo que lleve con más seguridad al fin para el que hemos sido creados. Esta magnanimi­dad es una fuente de energía para emprender grandes cosas por Dios.

b) Además Ignacio quería que la Compañía dirigiera sus esfuerzos hacia las necesidades más apremiantes donde la demora podría traer consigo algún daño, donde existe hostilidad contra la Iglesia, donde un trabajo apostólico esté claramente señalado como urgente, una necesidad más apremiante. Esto no hay que confun­dirlo con algún objetivo más inmediato que reclame atención; porque un bien más remoto y más universal debe preferirse uno más inmediato y menos universal. La tarea urgente es aquello que no puede ser diferida sin poner en peligro el bien de las almas y perjuicio de la causa de Dios (Const. 623).

c) Finalmente estamos llamados de un modo especial a los trabajos que se descuidan y que, no obstante, deben hacerse. Si al­guien ya está ocupándose de la tarea, entonces debemos dirigir nuestra atención a otra parte, a lo que es importante y urgente y que de otra manera se descuidaría (Const. 623). Podemos ad­vertir que para Ignacio había un ministerio en particular que parecía adecuarse s estas normas, el único que se menciona ex­plícitamente en la fórmula del voto de los profesos, a saber, la educación de la juventud (Const. 528).

3) Ejecución práctica: una comunidad sacerdotal dotada de movilidad

La ejecución práctica de la gracia que Ignacio había recibido implicaba, según el mismo Ignacio lo veía, la formación de una comunidad sacerdotal dotada de especial movilidad, disponibilidad. Los compañeros de Ignacio no formaban simplemente un grupo de hombres que tenían una tarea en común; eran "amigos en el Señor" (Scti. Ignatii Epp. et Instr. I, 119). Procuraban formar un solo cuerpo preocupándose y comprendiéndose unos a otros para el mayor bien de las almas. A través de largas horas y días transcurridos juntos llegaran a compartir sus más profundas esperanza, temores y deseos uniéndose entre sí por el vínculo del Espíritu Santo. Es una pena que al leer la segunda regla del Sumario, extraída del Examen General (donde Ignacio indica el fin de la Compañía), hayamos entendido esto en un sentido excesivamente individualista, Ignacio escribió: "El fin de esta Compañía es, no solamente atender a la salvación y perfección de las ánimas propias con la gracia divina, mas con la misma intensidad procurar de ayudar a la salvación y perfección de las de los prójimos" (Ex. c. 1, n. 2). La frase, como vemos, está redactada en plural y expresada como fin de la Compañía. No se plantea aquí le cuestión de que cada uno tiene que atender a su propio bien espiritual. Más bien indica que los primeros objetivos de nuestra preocupación apostólica son los otros miembros de la Compañía de Jesús y que debemos procurar en espíritu de amor y comprensión, de paciencia y abnegación, promover el bien espiritual de nuestros hermanos en esta Compañía. Procuramos compartir todo lo que tenemos unos con otros, como nos lo enseña la contemplación para alcanzar amor, de modo que lo que pertenece a uno pertenezca a todos; y en este compartir formamos una auténtica comunidad cristiana vivificada por el Espíritu Santo y damos testimonio vivo de la presencia del Señor resucitado entre nosotros, prueba de que somos en verdad compañeros de Jesús. Esta unidad entre nosotros está fundada, como lo esté en toda comunidad cristiana, en el ágape, en el amor generoso que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones, como dirá Ignacio en la octava parte de las Constituciones: "el vínculo principal de entrambas partes para la unión de los miembros entre sí y con la cabeza, es el amor de Dios nuestro Señor" (Constituciones, 671). Es este ágape, por tanto, el que nos permite ver a Dios en los otros y allí reverenciarlo. Nos permite compartir unos con otros las gracias que Dios nos da y penetrar en las dificultades, tentaciones y problemas que los otros puedan experimentar. Sin esta clase de comunidad, la movilidad y disponibilidad que Ignacio quiso que tuviera la Compañía nos destruiría en vez de hacernos instrumentos aptos para la extensión del reino de Dios.

Ignacio quiso fundar una comunidad sacerdotal, no en el sentido de que todos los jesuitas fueran sacerdotes, sino que el frente de ataque de su trabajo apostólico fuera la actividad sacerdotal. Cada uno de los primeros compañeros de Ignacio terminó los Ejercicios Espirituales con el convencimiento de que Dios lo llamaba para servirle como sacerdote y con la determinación de responder a ese llamamiento. El permiso para la ordenación de Ignacio y sus compañeros vino del mismo Papa Paulo III, impresionado como estaba por el celo y la ciencia de aquellos jóvenes. Cuando sus planes de ir a Tierra Santa y convertir a los infieles aparecieron impracticables, se pusieron por entero al servicio del Papa - una disposición de espíritu que Ignacio incorporó en los votos finales de los profesos. Este deseo de servir a la Iglesia en su estructura visible, cooperando con los obispos y especialmente con el Papa en la edificación del pueblo cristiano, marcó a la compañía ignaciana como sacerdotal.

Por esta razón hizo de la ordenación sacramental un requisito para la profesión solemne. Administrar los sacramentos, celebrar la misa, enseñar la doctrina cristiana, predicar la Palabra de Dios, fortalecer a la Iglesia tanto en su vitalidad interior como en su unidad externa, en suma, las actividades que brotan de modo especial de la órdenes sagradas son las- tareas claves de la Compañía (Cfr. Formula Instituti, 3 y 4). Otras tareas están relacionadas con éstas, para hacerlas posibles y más eficaces.

Cuando hablamos de la movilidad de la Compañía no queremos significar volubilidad o irresponsabilidad, sino una sensibilidad al Espíritu Santo, una prontitud para responder a sus mociones adondequiera que nos lleven, una movilidad por la gracia de Dios. Ignacio entendió esta movilidad para le Compañía primeramente en un sentido geográfico, es decir que deberíamos ir a cualquier parte del mundo donde la ayuda de las almas y la mayor gloria de Dios pudieran ser servidas. Era también una movilidad ocupacional; deberíamos emprender este o aquel otro trabajo también de acuerdo con los intereses de Dios y de la Iglesia. Y además es una movilidad estructural o metodológica; no estamos como fijados inflexiblemente en un modo particular de hacer las cosas, o en un despliegue particular de fuerzas. Lo que mejor sirva a los propósitos de Dios y a las necesidades de la Iglesia, eso abrazamos con prontitud y de todo corazón (Cfr. Parte VII de les Constituciones). Esta movilidad proviene de la libertad que Cristo nos da, una libertad de nuestros intereses egoístas, una libertad frente a la opinión humana y a los intereses materiales, la libertad de los afectos desordenados que Ignacio ubica como una finalidad primordial de los Ejercicios Espirituales.

Dentro de este contexto de comunidad y movilidad, Ignacio propone un ideal de obediencia. Para él está fuera de cuestión una Obediencia o servidumbre donde uno está de alguna manera sujeto a otro solamente como a hombre. Es más bien una obediencia donde, en última instancia, uno se somete solamente a Dios. En el Examen General. Ignacio escribió: "como la vera obediencia no mire a quién se hace, más por quién se hace; y si se hace por solo nuestro Criador y Señor, al mismo Señor de todos se obedece" (Examen, 84), La obediencia en la Compañía de Jesús es sobre todo una obediencia de toda la Compañía a las mociones del Espíritu Santo; y el empeño de la Compañía mientras vive su vida de obediencia es siempre discernir, descubrir cuál es la voluntad de Dios: ¿Cómo nos llama ahora el Espíritu Santo? La obediencia para la Compañía es en primer lugar una actitud de todo el cuerpo hacia Dios antes que una actitud dentro del cuerpo de unos hacia otros. La estructura del gobierno dentro de le Compañía, por lo tanto, es sobre todo un medio para discernir el movimiento del Espíritu y para llevar ese movimiento a la acción. Por esta rezón, aunque Ignacio tenía mucho interés en que los súbditos obedecieran a los superiores, se les dice, no obstante, que si algo se les ocurre distinto de lo que piensa él superior, pueden, después de hacer oración, representárselo al mismo superior y éste debe escucharlo y ponderarlo honesta y sinceramente. Porque el Espíritu Santo actúa en toda la Compañía y demos

4) Sumario del carisma Ignaciano

Podemos resumir ahora brevemente el carisma ignaciano. Ninguna experiencia humana puede encontrar expresión adecuada en palabras o conceptos. Cuando esta experiencia es la experiencia del amor gratuito de Dios, la dificultad aumenta. Y el problema se complica más cuando uno intenta conceptualizar una gracia que pertenece a otra persona. El siguiente resumen, por tanto, es por su misma naturaleza muy inadecuado, imperfecto. En la experiencia de su conversión y en los meses transcurridos en Manresa, Ignacio se sintió llamado por Dios a ser compañero de Jesús. Le inserción realista de este llamado en su vida significó para él ser contemplativo también en la acción. Cultivó una familiaridad con Dios en la oración y por esta familiaridad le fue posible encontrar a Dios en todas las cosas y entregar su vida al servicio de la Iglesia. Su vida de oración estaba centrad en la Santísima, Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Reconocía a Dios como a Padre e intentaba que otros, lo conociesen trabajando para su mayor gloria, como lo hizo Cristo de quien Ignacio era compañero. Conocía a Cristo como su Señor y Jefe, como el Salvador con quien sufría en la esperanza, cierta de ser glorificado con Él. Finalmente ora profundamente consciente de la inhabitación del Espíritu, sensible a su presencia y a sus mociones derramando en el corazón de Ignacio el amor de Dios. Ignacio contemplaba a la Santísima Trinidad de un modo especial en el contexto del amor redentor de Dios; de ahí que su respuesta al amor de Dios dio a su vida una orientación apostólica inspirándole unirse con Cristo en la negación de sí mismo, ansioso y presto para hacer lo que es importante, urgente y lo que de otro modo no se haría.

Esta respuesta de amor a Dios la incorporó luego en una compañía, en una comunidad de cristianos que estaban unidos en el mutuo amor, dedicados al servicio de aquéllos a quienes Cristo había redimido, siempre sensibles a las mociones o movimientos del Espíritu Santo y liberados interiormente papa llevar a cabo el cumplimiento de Su voluntad. Era una comunidad sacerdotal sellada por una obediencia que era expresión de su libertad y sumisión solo a Dios, sin importar el modo o personas por las que el Señor daba a conocer Su Voluntad. Estaban para pelear por Dios bajo el estandarte de la Cruz y para servir sólo al Señor y a su Esposa la Iglesia bajo el Romano Pontífice, guiados por el Espíritu Santo como compañeros de Jesús para mayor gloria de Dios.

V - Sugerencias para la renovación

1) Observaciones preliminares

Cuando nos preguntamos acerca de la viabilidad de esta visión y de este espíritu hoy día y cómo podría adaptarse a las condiciones actuales para servir al mundo y a sus necesidades, parecen oportunas dos observaciones previas. Primeramente, la gracia de nuestro Fundador se presenta como una dirección y una actitud más que como una limitación. No delinea un campo, dándonos un área definida dentro de la cual deben limitarse nuestros esfuerzos; más bien es un impulso básico, fundamental en nuestras vidas. No participemos de un ideal platónico, de alguna idea remota e inmutable que existe en un mundo aparte. Antes bien experimentamos un empuje hacia el futuro, llamándonos el Señor a servirle, como Ignacio lo sirvió, con generosidad y flexibilidad tal como lo precisan las necesidades de nuestro, tiempo.

En segundo lugar, debemos advertir que Ignacio pertenece a toda la Iglesia antes que a nosotros. De la gracia concedida a Ignacio están invitados a participar todos los cristianos, no únicamente los jesuitas. Por lo que sabemos, casi todas las congregaciones religiosas fundadas desde su tiempo muestran su influjo; y muchas de las órdenes más antiguas han sido enriquecidas por le gracia concedida a Ignacio, de igual modo que el mismo Ignacio fue enriquecido por la gracia concedida a los anteriores fundadores. Pero aunque Ignacio pertenece, en verdad, primero a toda la Iglesia, pertenece de una manera especial a la Compañía de Jesús, porque estamos llamados a ser los portadores de su espíritu para los demás. Tenemos une especial responsabilidad hacia toda la Iglesia, la de que el carisma otorgado a Ignacio continúe vivo y ejerciendo su influencia no solamente en provecho nuestro sino en beneficio de todos. Por medio de nuestras instituciones educacionales, apostolado, social, ejercicios, retiros, predicación y demás actividades apostólicas, tratamos de comunicar algo del celo do Ignacio por la mayor gloria de Dios, algo de su inquietud para encontrar a Dios actuando amorosamente en todas las cosas.

2) Asimilando el espíritu ignaciano

Todo esto sirve para destacar el hecho de que nuestra incorporación a la gracia de Ignacio no debe, ser una especie de fundamentalismo. Nosotros reconocemos que muchas de las prescripciones muy detalladas que Ignacio da en las Constituciones para determinados trabajos de la Compañía ya no son aplicables. Por ejemplo, regentar un colegio o universidad de la misma manera que Ignacio indica en las Constituciones sería un gran error. A veces, especialmente después de la restauración de la Compañía, los esfuerzos por reproducir fielmente el espíritu de Ignacio tomaron algunas de las características de una aproximación fundamentalista. Esto, sin duda, habría sorprendido y chocado a S. Ignacio quien repetía tan frecuentemente en las Constituciones, después de dar una prescripción particular o una indicación concreta "o cualquier otra cosa que para mayor gloria de Dios pareciere". La adaptación de la gracia Ignaciana a la tarea de la Compañía de Jesús hoy día requiere sobre todo una asimilación interior del espíritu de Ignacio. Esto significa que cada uno de nosotros debe revivir dentro de sí mismo la experiencia que tuvo Ignacio. La presuposición es que, desde que Dios nos está llamando de esta manera, es experiencia es ciertamente aprovechable para nosotros. Si la experiencia esencial de Dios como Ignacio le tuvo está cerrada para nosotros, entonces el espíritu ignaciano no puede existir más y la Compañía de Jesús, tal como fue fundada por Ignacio, debe morir. Ningún cumplimiento mecánico exterior de leyes, prescripciones y directivas puede suplir el dinamismo interior de su espíritu.

El método básico para asimilar el espíritu de San Ignacio es hacer fiel y generosamente los Ejercicios Espirituales; estos son la expresión esencial de su experiencia religiosa. Presuponen, teóricamente y para su eficacia, el deseo y voluntad de Dios de comunicársenos. Los Ejercicios nos proporcionan una comprensión de esta actitud básica de Dios hacia nosotros y nos hacen ver claramente cómo debemos nosotros penetrar en el misterio de la comunicación de Dios abriéndonos cada vez más a su luz y a su amor. Los Ejercicios Espirituales no pueden hacerse en cumplimiento de una orden onerosa aunque con la esperanza de algún fruto. Los Ejercicios Espirituales para Ignacio y para los primeros padres de le Compañía de Jesús eran una experiencia extraordinariamente liberadora, dándoles un sentido de la presencias de Dios y de su concreta conducción en sus vidas, más allá de lo que hubieren podido expresar en palabras.

Tan amplia y tan básica es la experiencia de los Ejercicios Espirituales, que han surgido muchas discusiones sobre su finalidad primaria, si son un medio para hacer une elección fundamental en la vida o si son una escuela de oración, la oración que caracteriza el que es contemplativo aún en le sesión. Probablemente lo mejor es no trazar distinciones tan definidas, sino reconocer que en cuanto uno se prepara pare una vida de oración, se dispone automáticamente para tomar decisiones adecuadas. Y a la inversa, la disposición para, elegir rectamente es imposible fuera de esa atmósfera de unión con Dios, que es la vida de quien es contemplativo también en la acción. Los Ejercicios Espirituales, por lo tanto, se hallan de alguna manera en el mismo comienzo de le vida de un jesuita confirmando su elección de la Compañía como su manera de servir a Cristo; y continúan como la escuela en la que se educa cada vez más profundamente para vivir con Cristo como un contemplativo en la acción.

Uno de los fenómenos que se puede observar en la vida de los jóvenes a medida que crecen en madurez, es su deseo y voluntad de abrazar un estilo de vida que tenga sentido. La pasión del espíritu humano por el sentido de la vida los lleva a buscar y frecuentemente, a adoptar un estilo o sistema que les prometa esa existencia que buscan. De acuerdo con esto, los jesuitas por medio de los Ejercicios Espirituales traten de asimilar más profundamente un estilo de vida con sentido evangélico. Por medio de la oración y meditación se penetra en esa experiencia que dio sentido a la vida de Ignacio. Este es, en verdad, un proceso sobrenatural porque su iniciativa se encuentra en Dios y en su posterior inspiración y dirección provienen del Espíritu Santo que habita en nosotros. Pero, al mismo tiempo, no es ningún proceso mágico. Manifiesta en lo exterior todo lo que pertenece al modo de ser discípulo. Manifiesta la misma dedicación, entrega, entusiasmo, y voluntad de explicar y ver todas les cosas a la luz de lo que da sentido a la vida y esperanza para solucionar los problemas básicos de la existencia. Es importante reconocer que los Ejercidos Espirituales lleven continuamente más allá de ellos mismos a las fuentes originales de la espiritualidad cristiana, es decir, a los Evangelios.

Las llamadas meditaciones claves de los Ejercicios sirven para ayudarnos a penetrar más profundamente en el mensaje de que contiene los Evangelios. Estas meditaciones no constituyen el mensaje esencial de los Ejercicios, ilustradas solamente por varios acontecimientos de la vida de Cristo. Las inagotables riquezas de la Sagrada Escritura se apropian así de una manera determinada a medida que uno responde al llamado particular de Dios para realizar la vocación apostólica y la propagación del misterio redentor de Cristo para con la humanidad.

3) Problemas concretos de adaptación

A medida que la Compañía de Jesús enfrenta el problema de la adaptación al mundo contemporáneo, el espíritu ignaciano, como lo hemos descrito aquí, ilumina dichos problemas, A este propósito quisiera sugerir algunas respuestas sobre cinco puntos importantes: renovación, oración personal, comunidad, liturgia y apostolado. Cada uno de ellos suscita muchas discusiones y debates en las reuniones comunitarias, en charlas privadas y en encuentros o asambleas de provincias y aun de toda la Compañía.

I) Renovación

Le renovación y la adaptación al mundo contemporáneo implican un cierto cambio; pero hay muchos que se resisten al cambio, prácticamente a cualquier clase de cambio, no porque quieren ser obstruccionistas, sino porque quieren ser fieles a lo que les ha sido transmitido, fieles a la Compañía a la que ingresarán hace muchos años, fieles a la gracia que el Señor les concedió entonces. Lo que aprendemos, en cambio, de la vida de Ignacio es que la misma fidelidad exige a veces un cambio. Sólo creciendo y adaptándonos podemos permanecer fieles. Ignacio, en el Principio y Fundamento, señala suprema importancia del fin para el que fuimos creados. Y esta máxima importancia del fin relativiza automáticamente todos los medios. Todo lo que no es fin en sí mismo, tiene valor, importancia y significado en la medida que conduce al fin. Por tanto, cualquier institución o manera de hacer las cosas que deje de llevar eficazmente al fin y no puede ser revitalizada para hacerlo así, ha perdido por ese motivo, según el espíritu de Ignacio, derecho a nuestra fidelidad. Debemos estar radicalmente dispuestos a sacrificar nuestras más importantes maneras de obrar si así podemos promover más auténticamente la gloria de Dios, Esto no significa, por supuesto, permiso para cambiar por el cambio en sí. Significa que todo cambio que se introduzca debe, en la medida que podamos juzgarlo con le gracia de Dios, promover más eficazmente la acción de Dios entre los hombres. La movilidad que Ignacio deseaba caracterizase a la Compañía la movilidad que es nuestra sensibilidad a la acción del Espíritu Santo, sustenta la misma necesidad de estar dispuestos a cambiar en nuestros esfuerzos pare hacernos más eficaces para los propósitos de Dios.

II) Oración personal

Hay muchos hoy día que sinceramente cuestionan el valor e importancia de la contemplación o de la oración personal privada. Algunas personas que desearían sustituir la oración por la actividad apostólica, argumentando que ahí se encuentre Dios y que el amor del prójimo se identifica con el amor de Dios, otros consideran los periodos de oración en común o la oración litúrgica como suficientes para arraigar en Dios le vida del jesuita. Nadie, creo yo, puede cuestionar el celo de Ignacio o su convicción de que a Dios se lo encuentra en todas las cosas, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones y trato con los demás, en varias formas de oración comunitaria. Sin embargo, para Ignacio, la oración personal privada, la contemplación solitaria en la cual uno se encuentra con Dios en une relación personal permanece siendo fundamental y de decisiva importancia. Ignacio, en su propia vida, y todos los santos de la Compañía, manifiestan la misma inquietud por una vida que se desarrolla a partir de una relación personal con Dios. Cuando S. Ignacio describe las cualidades del General de la Compañía y esboza así la imagen del jesuita que él deseaba, el primer requisito que señala es que sea un hombre verdaderamente familiar con Dios en le oración (Constituciones, 723). Esta vida de oración se caracteriza, sobre todo, por un gran espíritu de libertad que busca y encuentre a Dios conforme a Su Voluntad. El ideal ignaciano de la oración no es simplemente llenar cierto tiempo del día con una actividad, útil, santa y meritoria, sino desarrollar una auténtica relación personal con Dios, verdadera familiaridad con El, convertirse, de hecho, en un compañero de Jesús. Y de aquí brota generosamente la acción apostólica, la oración en común, la oración litúrgica, le edificación de comunidad y toda clase de implicaciones apostólicas. Pues una relación personal con Dios, si es verdadera y auténtica, jamás impide le relación con los demás, sino que, por el contrario, por su misma vitalidad y vigor, nos abre a los demás en las innumerables formas que el Evangelio indica y que la sensibilidad cristiana puede sugerir.

III) Comunidad

Algunos jesuitas creen que el esfuerzo por desarrollar una vigorosa vida de comunidad está básicamente mal dirigido. Se da por sentado que un jesuita es alguien que puede sostenerse por sí mismo. Al contrario de los monjes con voto de estabilidad, nosotros no tenemos un lugar definido para habitar. Estamos preparados para ir a cualquier parte del mundo para el mayor servicio, de Dios y bien de los demás. Además, la oración ignaciana característica es la oración privada la finalidad de los Ejercicios es disponernos pare efectuar nuestras elecciones individuales sin inclinarnos por influencias exteriores o afectos desordenados. Si bien es verdad que Ignacio quería encontrar en cada jesuita una gran fuerza que proviene de la fuerza misma de Cristo, de tal manera que, de ser necesario, pudiera valerse por sí solo, no era de ninguna manera su deseo disminuir o minimizar la importancia de la comunidad en le vida de un jesuita En les Constituciones escribió: "pues ni conservarse puede ni regirse, ni por consiguiente conseguir el fin que pretende la Compañía, a mayor gloria divina, sin estar entre si y con su cabeza muy unidos los miembros della" (Const. 635). Y más adelante: "El vínculo principal de entrambas partes unión de los miembros entre sí y con la cabeza, es el amor de Dios nuestro Señor; porque estando el Superior y los inferiores muy unidos con la su divina y summa Bondad se unirán muy fácilmente entre si mesmo, por el mesmo amor que della descenderá y se extenderá a todos próximos, y en special al cuerpo de la Compañía " (Const. 671). Y con una nota de severidad algo desusada en San Ignacio indica cómo hay que tratar a quien fomente la división dentro de la comunidad: "Quien se viese ser autor de división de los que viven juntos, entre sí o con su cabeza, se debe apartar con mucha diligencia de la tal congregación, como peste que la puede inficionar mucho, si presto no se remedia" (Const. 664). San Francisco Javier, el que de todos los primeros compañeros de Ignacio quizás ejemplificó mejor al jesuita llevando una acción misionera solitaria, calificó, sin embargo, a Ia Compañía de Jesús como una "compañía de amor". Nuestra preocupación por llevar el Reino de Cristo al mundo, pare salvar y santificar a todos los hombres, y llenarlos con el gozo y le paz de Cristo, debe dirigirse primero hacia nuestros propios hermanos, Debemos reconocer que la eficacia apostólica de la Compañía como un todo depende en gran manera de la realidad y fuerza de esta vida de comunidad cristiana. Si en verdad manifestamos la presencia del Señor resucitado entre nosotros, el don del Espíritu Santo en el amor que nos profesamos mutuamente, entonces seremos con toda seguridad un canal eficaz pare comunicar al mundo ese amor. No tenemos un mensaje de amor y perdón que el mundo pueda creer si no tenemos la salvación y el perdón entre nosotros. Si no podemos compartir unos con otros la luz, la alegría y el amor que Dios derrama en nuestros corazones, tampoco podremos compartirlos con el mundo que se encuentra más allá de nuestra comunidad.

IV) Liturgia

El tema de la oración y de la renovación de la comunidad presente más vivamente un problema peculiar de nuestros días, el problema de le oración litúrgica. Muchos jesuitas creen que cualquier interés por la liturgia comunitaria es ajeno al espíritu ignaciano. No existe, piensan, ninguna especial necesidad o importancia para los sacerdotes, hermanos y estudiantes de la Compañía el acercarse juntos como comunidad para, compartir la Eucaristía del Señor. Ignacio no dejó ninguna disposición sobre el particular en la vida de la Compañía. Deliberadamente excluyó el coro como algo que insumiría largas, horas y nos impediría realizar tareas de mayor importancia apostólica. La fidelidad a nuestra vocación exige, por tanto, que nos mentegamos a cierta distancia de las cuestiones litúrgicas. Los sacerdotes deben celebrar su misa, con un ayudante si es posible. Deben, naturalmente, estar, dispuestos para celebrar para una asamblea cuando ésta tenga necesidad de su ministerio.

El punto de vista señalado no tiene en cuenta todo el movimiento litúrgico que se ha desarrollado dentro de la Iglesia, especialmente en los últimos quince años; y este no tomar en cuenta lo que ha sido un fuerte movimiento dentro de la vida de la Iglesia, sancionado y aprobado por un concilio ecuménico, es ajeno al espíritu de Ignacio quien tenía especial interés en que "sintiéramos" con la Iglesia". Una cantidad de razones, relativamente fáciles de enumerar aquí indican porqué las celebraciones litúrgicas comunitarias tuvieron poco lugar en la mente de Ignacio, Había, en primer lugar, un punto de vista teológicamente inadecuado que prevalecía en su tiempo, al cual podemos calificar como "teología de los números". Según esto, el sólo número de veces que se ofrecía la Eucaristía era considerado esencialmente importante. Así leemos cómo Ignacio pedía a la Compañía celebrar misas cientos y aún miles de veces por determinadas intenciones. No hay dude que los números tienen cierta importancia, pero esa importancia está en razón del ritmo que se da en nuestras vidas, pero no por su mera multiplicación, de ahí que en una misa concelebrada o en una función eucarística en la cual todos participaran donde se ofrece un solo sacrificio, no disminuye la gloria de Dios o el bien, de las almas comparado con cincuenta, sesenta o más misas donde el sacerdote celebra solo o quizás con un ayudante; porque no es la frecuencia con la cual nos unimos al sacrificio de Cristo y manifestamos a Dios nuestra adoración, sino la sinceridad, la profundidad y, le intensidad de nuestra adoración lo que en último término tiene significado, según nos unimos al culto de Cristo al Padre, Además, existía en tiempos de Ignacio una cierta inadecuación básica en el rito mismo. La celebración de la misa en latín, inevitablemente la convertía en una especie de espectáculo, al cual uno podía asistir pero en el cual no podía fácilmente verse incluido de una manera directa e inmediata. Es difícil hacer de un rito la expresión de nuestra vida en común, si muchas de las personas presentes en ese rito no saben lo que significan las palabras con las que el mismo rito se realiza, Finalmente debemos notar que en el tiempo de Ignacio existían otras disposiciones para edificar el espíritu de la vida comunitaria. Por ejemplo, las largas horas de discusión y oración que aparece en las deliberaciones de nuestros primeros padres, los unían y los hacían una comunidad cristiana en el Señor.

El Concilio Vaticano II afirma: "no puede formarse ninguna comunidad cristiana sino tiene como base y centro la celebración de la Sagrada Eucaristía" (Presbyterorum Ordinis, 6). No se habla aquí de largas y frecuentes ceremonias que nos apartarían de las tareas que emprendemos por la salvación de la humanidad, pero necesitamos una auténtica expresión y un sostén de nuestra vida común en Cristo, la cual tiene su base y centro en le Eucaristía. Nuestras vidas individuales y nuestra vida en común tienen su fuente en el sacrificio de entrega de Cristo. Si de verdad creemos que esto es importante lo celebraremos, lo manifestaremos exteriormente de un modo que nos unirá más profundamente con Cristo y unos a otros. Esto reviste una especial urgencia hoy en día, cuando las formas más antiguas de unidad externa están desapareciendo gradualmente. Ya que esas formas y detalles exteriores no nos unen ya exteriormente, es necesario encontrar un vínculo más fundamental verdaderamente importante y esto en ningún otro lugar lo podremos encontrar mejor que en el Sacrificio de Jesucristo entre nosotros.

V) Apostolado

Por último, en lo que respecta a los ministerios apostólicos de la Compañía, existen actualmente dos criterios que hasta cierto punto se encuentran en conflicto entre sí. Uno tiene en cuenta antes que nada nuestras propias inclinaciones y aptitudes. ¿A qué nos sentimos inclinados a realizar? ¿De qué manera encontramos nuestra realización al satisfacer las necesidades de nuestros prójimos? Y el segundo intenta descubrir primero cuáles son esas necesidades. No contempla primordialmente nuestras propias inclinaciones, gustos y posibilidades? sino que procura informase acerca de lo que los otros necesitan. ¿Cuáles son las actuales exigencias apremiantes de la Iglesia si el amor de Dios ha de ser verdaderamente operativo en el mundo, si ha de establecerse el reino de Dios? No hay duda que los dos criterios hay que tenerlos en cuenta. No podemos pretender llenar necesidades cuando no estamos capacitados para ello; pero soy del parecer, especialmente teniendo en cuenta el ideal ignaciano, que debe darse prioridad al segundo criterio. Primero debemos preocuparnos de las necesidades del mundo en que vivimos y luego prepararnos para satisfacer esas necesidades. Esta es la auto abnegación del apostolado ignaciano. Puede ocasionarnos inicialmente una cierta decepción cuando algunos de nuestros esquemas más apreciados tienen que quedar de lado debido a tareas que más auténticamente llenan las necesidades de la Iglesia. Pero todo esto sirve para hacer resaltar el hecho de que para un cristiano la realización personal no es nunca un objetivo primario sino sólo un resultado inevitable e integral del seguimiento de Cristo. Nuestro Señor nos ha dicho en muchos pasajes de su Evangelio que el que quiera salvar su vida, la perderá, pero aquel que pierde su vida por amor a El y al reino, la salvara. Por lo tanto, los cuestionarios que sólo investigan las inclinaciones y las esperanzas de miembros individuales de la Compañía no son sino una ayuda fundamental para determinar cuáles deben ser nuestros ministerios. Necesitamos hacer investigaciones sobre los problemas reales, ansiedades y dificultades de la humanidad para que podamos llevarle el mensaje salvador de Cristo y continuar el ideal ignaciano de la mayor gloria de Dios.

Desde luego que ningún jesuita puede decir a sus hermanos lo que deben pensar; pero puede decirles lo que él mismo sinceramente piensa e invitarlos a responder, pera que del intercambio de opiniones, de diferentes puntos de vista, podemos llegar a ese común discernimiento de espíritus que nos capacitará para prolongar de manera efectiva en el mundo la gracia que Ignacio recibió de Dios.

VI – CONCLUSION, LA FIDELIDAD DIVINA

Una vocación religiosa (y cualquier otra vocación), de la misma manera que la efusión del Espíritu Santo y el mismo acto divino de la creación, no es simplemente un acontecimiento singular del pasado con efectos perdurables en nuestra vida posterior. Es una actividad de Dios siempre en marcha, una continua manifestación de su amor siempre fiel. Dios no nos llamó simplemente une vez en el pasado pare ser Jesuitas: El continúa llamándonos. La visión y la inspiración que atrajeron a Ignacio y lo sostuvieron durante toda su vida, nos atrajeron y continúan atrayéndonos.

El llamado de Dios nunca deja de anticiparse a nuestra respuesta. Únicamente la fidelidad de Dios es la que nos hace fieles. Ninguna resolución por más firme que sea, ningún plan para el futuro por más sabio que sea, ninguna actividad humana por más generosa que sea, puede garantizar nuestro futuro como compañeros de Jesús, Antes bien, como Pablo escribió a los Tesalonicenses sobre su santificación y perseverancia "Fiel es el que os llama y también Él lo hará (I Tes. 5,24). Es verdad que nosotros podemos dejar de responder de todo corazón a su llamado, podemos impedir en nosotros la entrada de la fuerza del Señor, podemos hacernos sordos a su llamamiento, pero aún "si somos infieles, El permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo"(2 Tim. 2,13).

En una época en la que existe mucha confusión, cuando muchos dudan de este género de vida, cuando muchos cuestionan los recursos disponibles para la perseverancia, cuando cada vez en mayor número lo abandonan por completo, siempre permanece siendo verdad aquello de que “no se ha abreviado la mano del Señor" (Is 59, 1). Si dejamos al Señor que nos llame cada día, tanto en le oscuridad como en la luz, y si le respondemos en la fe para contenernos plenamente en compañeros de Jesús, contemplativos también en la acción, entonces la Compañía de Jesús tal como fue fundada por Ignacio de Loyola, continuaré existiendo. Experimentaremos une auténtica renovación del espíritu interior y, es de esperar, que también aumentara el número de aquellos que optan por ligarse a Cristo y a los demás en esta "mínima Compañía de Jesús" para la mayor gloria de Dios.









Boletín de espiritualidad Nr. 12, p. 1-23.


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