Los Ejercicios en el momento histórico actual (*)

Pedro Arrupe sj





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Tema de fundamental importancia es, ciertamente, el estudio de los Ejercicios en el momento histórico actual. Este es el objeto del presente curso de directores y sobre este tema en sus aspectos generales quisiera entretenerme esta tarde con vosotros.

Se puede juzgar una obra por su análisis interno; pero puede contribuir mejor a su inteligencia la consideración de sus efectos, es decir, el modo cómo el espíritu que en ella se contiene ha podido llegar a realizarse o encarnarse. Si la obra puede juzgarse por el fruto que produce, éste, a su vez, muestra la naturaleza y la realidad concreta de la causa de la cual procede.

Vosotros habéis hecho sobre todo un análisis interno y habéis estudiado el modo de utilizar los Ejercicios ignacianos. Yo quisiera fijarme principalmente en la encarnación de este espíritu como aparece en el libro de las Constituciones y en el hombre de las Constituciones. Esto nos enseñará en concreto la fuerza y las características del carisma ignaciano y nos mostrará qué puede decir el hombre de San Ignacio al hombre moderno, caracterizado por una problemática y por un dinamismo nuevo.

I. Los Ejercicios y las Constituciones, valores de fondo de los ejercicios

No es raro encontrar en la crítica actual del libro de los Ejercicios afirmaciones como éstas: que es un libro anticuado, de ascética pasada de moda, de métodos espirituales superados se cita, por ejemplo, el silencio, las anotaciones, la penitencia, etcétera, de una estructura demasiado detallista que coarta y destruye la libertad; de tendencia individualista, en la que, por decirlo así, no se desarrolla el espíritu comunitario; de resabios pelagianos que querrían sobreestimar la eficacia del esfuerzo humano; de una línea psicológica de presión que se compagina menos con la espontaneidad y autenticidad de las escuelas psicológicas de hoy .

Sin embargo, para el que sabe penetrar en el fondo de las cosas, el valor de los Ejercicios más que en la modalidad o en detalles externos, se funda en una doble intuición ignaciana, la intuición evangélica y la intuición del hombre, conseguidas ambas a la luz de una innegable gracia divina.

La intuición evangélica es una visión de los evangelios propios de Ignacio, profundísimo y, al mismo tiempo, simplísimo, realistas y completos, de significado profético y de dinamismo apostólico.

La intuición antropológica es un conocimiento penetrante del hombre real actual, del hombre concreto. En su naturaleza elevada, caída, redimida.

Ambas intuiciones son enriquecidas por la experiencia directa y personal o cotejada con las realidades natural y sobrenatural, y son fruto de un sano realismo y de un profundo psicologismo.

El valor de la obra ignaciana proviene de esta penetración en los valores eternos, tanto evangélicos como humanos. De aquí proviene su perennidad. “Este pequeño y sencillo libro pertenece a aquellos libros que han marcado el destino de la humanidad", ha escrito el historiógrafo protestante Enrique Bohmer.

Afirmación que no carece de fundamento si damos fe a los innumerables testimonios que se han sucedido uno a otro en cuatro siglos sobre la eficacia y profundidad del libro de los Ejercicios.

Al fin del siglo pasado el historiador alemán Jánssen escribía también: "Este libro, considerado por los mismos protestantes como una obra maestra de psicología de primer orden, ha sido para el pueblo alemán, para la historia de su fe y de su civilización, uno de los escritos más importantes de los tiempos modernos. Ha ejercido una influencia tan extraordinaria sobre las almas que ningún otro libro se le puede parangonar".

San Ignacio, tan parco en sus palabras, tan enemigo de reflexiones vanidosas, escribiendo a su confesor de París, el Dr. Míona, le decía: "...dos, y tres, y otras cuantas veces puedo, os pido por servicio a Dios Nuestro Señor, lo que hasta aquí os tengo dicho, le recomendaba hacer los Ejercicio; porque a la postre no nos diga su Divina Majestad por qué no os pido con todas mis fuerzas, siendo todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y entender, así para el hombre poderse aprovechar a sí mismo, como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a otros muchos" (MHSI, Epist. 1,112).

No es extraño qué los Papas, solícitos del bien de la Iglesia, hayan considerado siempre los Ejercicios como una gracia singular de Dios. El 26 de noviembre de 1969 lo hacía resaltar, una vez más, el Papa Pablo VI ante los participantes del II Curso Internacional de estudio de los Ejercicios: "De hecho, los Ejercicios de San Ignacio han grabado tal señal, tal impronta en la vida de la Iglesia, que sería superflua toda alabanza y todo comentario".

Pienso que podemos hacer nuestras estás palabras del Sumo Pontífice. Ciertamente los Ejercicios siguen siendo instrumento de Dios para orientar al mundo en el quehacer presente.

Profundizando en las características de esta intuición ignaciana no es fácil descubrir la admirable síntesis unificadora evangélico-humana; analizándola se manifiesta llena de elementos aparentemente contrarios pero que constituyen, unificados por su fuerza carismática, una unidad de orden superior místico: la simplicidad, la caridad divina .

Por ejemplo, dicha síntesis puede expresarse en la fórmula que Nadal utilizo para definir a San Ignacio: "contemplativas in actione": conexión estrecha entre la "contemplatio Sanctissimae Trinitatis" y la "caritatis amor et unió" de la acción. Como el Hijo sale del Padre por las obras que nos son representadas en los ''misterios de Cristo", del mismo modo las misiones y trabajos apostólicos cooperan a la obra de Cristo, son el medio por el cual "in spiritu" seguimos siendo los "familiares" de Dios en el momento mismo en que "salimos" hacia nuestro apostolado. Por decirlo en otras palabras, como la "salida" de la Encarnación no disminuye la unidad del Hijo con el Padre, así el paso de la oración propiamente dicha a la acción no rompe la unión con Dios.

Como lo expresa bien, con otras palabras, el mismo Nadal; "Cada uno debe esforzarse para que la oración y la contemplación de la Compañía, se extiendan a la actividad que está cumpliendo".

La misma síntesis se advierte en la simultaneidad con que concibe Ignacio la perfección propia y la perfección ajena, la propia santificación y el apostolado; en la claridad con que intuye que la perfección humana es la santidad, la cual, al mismo tiempo, es amor y conocimiento de Dios y se identifica con el cumplimiento generoso de la divina voluntad: en esta se concretan tanto la felicidad humana como la gloria de Dios, en la concatenación admirable con que la lógica de la razón humana, más bien el mismo irracionalismo existencial de la vida, son como absorbidos en una unidad total por el transcendentalismo de la experiencia directa de Dios.

Es interesante recorrer los elementos de la transformación espiritual que seo, para en el alma que asimila la esencia del carisma de la intuición para poder llegar a descubrir una antropología ignaciana, esto es al hombre de los Ejercicios.

Arranca este proceso interior de la posición del hombre como creatura de Dios y de la consecuencia evidente de esta dependencia, que es alabar, hacer reverencia y servir al Señor de todo lo creado. Para realizar este último fin el hombre debe con toda razón quitar cualquier impedimento y colocarse en la actitud de perfecta indiferencia o de disponibilidad. Esto, si por un lado implica una separación real de cuanto en lo creado pueda alejar del fin, por otra parte proporcionará un criterio rectísimo en el uso de las creaturas. Criterio que lleva al recto equilibrio del "tanto cuanto" y al impulso dinámico de la generosidad de buscar siempre y aficionarse a lo que más conduce para el fin al que el hombre ha sido creado. Verdadera "liberación humana" en el más riguroso sentido paulino: cuando no hay trabas o impedimentos nace el verdadero "hombre libre”: libre de la esclavitud del pecado, de las ataduras del interés personal, de la intricada red de las aficiones desordenadas.

Es el momento del encuentro con Cristo, revelador y argumento infalible e inefable del amor de Dios hacia los hombres, y del amor personal a Cristo, que brota del conocimiento del Cristo real de los Evangelios, estimulado por la confrontación emocional de mi persona con la de Cristo, es decir de mi propia vida —"qué he hecho por Cristo? con la persona de Cristo, que en la Cruz nos ha dado la prueba de su amor, “¿qué ha hecho Cristo por mí?”. Confrontación purificadora y transformadora que lleva a un deseo y a una voluntad decidida de imitación, ofreciéndose por consiguiente al trabajo, Rey temporal, y a llegar a ser el hombre cristificado del tercer grado de humildad.

El alma llega de esta manera a la resolución de seguir en todo la voluntad de Dios, buscando en la elección o en la reforma de la propia vida la sinceridad y la eficacia de este seguimiento, que se deberá estudiar y encontrar con todo cuidado con normas seguras de discernimiento y con el proceder sin equívocos de un corazón profundamente recto, como aquel del tercer binario. Se trata del hombre del amor eficaz, que busca siempre a Dios y en todas las cosas, para quien acción es oración y oración es acción; y que supera la esquizofrenia de un dicotomismo en la armonía unificante que integra todo en la unidad superior.

Este vivir en Dios se manifestará en el "sentir con la Iglesia", que es "verdadera Esposa" de Cristo, y en el buscar a Dios en todo, amándolo en todas las cosas, introduciéndose en la experiencia trinitaria que es fuente de inspiración y de plenitud y origen y complemento de todas las creaturas.

Las Constituciones concretizan los valores de los Ejercicios

Esta intensa concepción ignaciana no se quedó en la abstracción de una teoría o en un genérico y posible modelo espiritual, sino que cristalizó en una obra y en una institución, en las Constituciones y en la vida de la Compañía de Jesús, considerada ya como institución, ya como un grupo de hombres que la componen. Nacen así en la Iglesia las Constituciones y el hombre de las Constituciones.

El libro de las Constituciones reproduce las disposiciones típicas del carisma ignaciano de los Ejercicios, y aun emplea para explicarlas las mismas expresiones de los Ejercicios.

El fin de la Compañía no es otro que el de "enrolarse bajo la bandera de la Cruz para ser soldado de Cristo y servir al único Señor y a la Iglesia, su Esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra". Así lo escribió San Ignacio en la Fórmula del Instituto que presentó a Julio III. Y en el libro del examen definirá así lo que quiere sea la Compañía. "El fin de esta Compañía es no solamente atender a la salvación y perfección de las ánimas propias, mas con la misma intensamente procurar ayudar a la salvación y perfección de las de los prójimos" (Examen cap, 1, n.2). Fin esencialmente apostólico, que funde, por primera vez en la historia, en uno solo, el ideal de la perfección propia y de la perfección de los demás, ya que el amor de Dios cuando es verdadero no puede menos que difundirse en nuestros prójimos. Este apostolado supone la total disponibilidad a la voluntad de Dios, manifestada en la voluntad de Vicario de Cristo o del Superior de la Compañía a través de la misión concreta que de ellos se recibe y que cada uno elige allí dónde se espera que consiga mayor servicio de Dios nuestro Señor y bien de las ánimas (Constituciones, n 603).

Supone un espíritu de universalidad; prontos para "ser esparcidos acá y allá en las varias partes del mundo...de “discurrir por el mundo, y cuando no hallasen el fruto espiritual deseado en una parte, pasar a otra y a otra, buscando la mayor gloría de Dios nuestro Señor y ayuda de las ánimas (ibidem 605).

La Compañía de Jesús, escribirá San Ignacio en la tercera parte de las Constituciones, “está ordenada a un servicio de Dios a un bien de las almas más grande y más universal y a su mayor provecho espiritual" (ibídem 258).

El fin apostólico de la Compañía supone una perfecta unidad de unos con los otros. San Ignacio dedica a este punto la octava parte de las Constituciones.

La Compañía, escribe, “ni conservarse puede ni regirse, ni por consiguiente conseguir el fin que pretende a mayor gloria divina, sin estar entre si y con su cabeza unidos los miembros de ella" (Ibidem.655). Esta unión se realiza en gran parte por medio del vínculo de la obediencia (ib.659), por consiguiente el principal vínculo recíproco, dirá más adelante, para la unión de los miembros entre sí y con su cabeza es el amor de Dios nuestro Señor. En realidad sí los superiores y súbditos estuvieren muy unidos con la divina y suma Bondad, lo estarán con toda facilidad también entre sí, en virtud del único amor que de Ei descenderá y se extenderá a todos los prójimos (ibid.671).

Para fomentar esta unidad de todos, ayudará también de manera especialísima la correspondencia epistolar entre súbditos y superiores, con intercambio frecuente de informaciones entre unos y otros, el conocimiento de las noticias y las relaciones provenientes de diversas partes (ibid.673).

Es bien conocido el sentido de adaptación al mayor servicio de Dios y ayuda del prójimo que aparece en todas las Constituciones: adaptación sin límites en el campo del apostolado, que otorga al apóstol libertad de adaptarse a las circunstancias concretas. De ahí la insistencia de aquella expresión; “según las circunstancias”, "como parecerá al superior", y otras semejantes. Adaptación que también se refleja en los métodos de apostolado y en el diálogo apostólico como condición del mayor servicio y de la mayor gloria de Dios y bien del prójimo.

Son también de todos conocidas las sabias normas dictadas por Ignacio para la selección de ministerios, con un preciso "tanto cuanto", con toda una serie de criterios sobrenaturales que reflejan continuamente el magis del Principio y Fundamento de los Ejercicios.

Con la misma solidez se construyó la estructura del cuerpo de la Compañía.

Una gran unidad, centrada en el General, para una semejante unidad de acción apostólica. Se contempla una división administrativa en Provincias para una mayor eficiencia en el gobierno: pero la Compañía no será una federación de provincias, sino un cuerpo único con sus miembros correspondientes. Habrá una amplia gama de adaptación, a fin de que en los casos concretos el Superior pueda cumplir aquello que juzgue mejor; habrá una inteligente delegación y sentido de subsidiariedad en el modo de gobernar, una continua comunicación de los provinciales con el general y del general con los provinciales.

Las Constituciones realizan así plenamente el ideal de los Ejercicios: plena conformidad con Cristo y un incesante impulso apostólico de caridad, a fin de que Dios sea siempre más conocido y amado por los hombres: unión, universalidad, adaptación que llevan al pluralismo sin destruir la unidad.

El hombre de las Constituciones y el hombre de los Ejercicios

El jesuita, el hombre que busca vivir según las Constituciones, reproduce o debe reproducir, los lineamientos distintivos del hombre de los Ejercicios: todo candidato debe entrar en la Compañía "indiferente a cualquiera de los grados, dejándole la decisión al superior" (Const. n.15). Debe amar y desear con todas las fuerzas…revestirse de la misma vestidura y librea de su Señor, por su debido amor y reverencia…debe estar impulsado por el deseo de imitar de alguna manera a nuestro Creador y Señor Jesucristo, revistiéndose de su vestidura y libreo… (ibid. 101), y buscar en el Señor nuestro la mayor abnegación y continua abnegación de sí mismo en cuanto fuere posible (Íbid 103). Con estas disposiciones de ánimo debe llegar a la primera consagración a Dios por medio de los votos. Después, en aquellos que han de ser admitidos a profesión y a la definitiva incorporación a la Compañía "se presupone serán personas espirituales y aprovechadas para correr por la vía de Cristo Nuestro Señor, de modo que en "lo que toca a la oración, meditación, estudio, austeridad y penitencia, no se les deba dar otra regla sino aquella que la discreta caridad les dictare" (Ibid. 582).

"Ayudará a la unión de los ánimos, escribe en la parte octava de las Constituciones, no admitir a profesión a gran turba de gente y no retener sino personas escogidas…porque la gran multitud de personas no bien mortificadas en sus vicios, como no sufre orden, así tampoco unión, que es en Cristo nuestro Señor tan necesaria para que se conserve el buen ser y proceder de esta Compañía" (ibid. 657). Y en la parte novena de nuevo afirma que para que se perpetúe el buen estado de todo el cuerpo de la Compañía, servirá mucho, como se ha dicho, que no se admita, ni aun a probación, turba de gentes y personas ineptas para nuestro instituto. Y si algunos no se mostrasen aptos, sean despedidos durante el tiempo de la misma probación. La admisión entre los profesos… no debe hacerse sino de personas escogidas en espíritu y doctrina, y muy a la larga ejercitadas y conocidas, en varias pruebas de virtud y abnegación de sí mismos, con edificación y satisfacción de todos. Porque de esta manera, aunque se multipliqué el número de personas, no se disminuye ni debilita el espíritu, siendo los que en la Compañía se incorporaren, cuales se han dicho (Const.819),

Todavía, San Ignacio describe con la mayor precisión y en todos sus detalles al hombre que surge del carisma ignaciano de los Ejercicios, cuando se enumeran las dotes que debe tener el Prepósito General: éste es uno de los capítulos más interesantes de todas las Constituciones: "Sea alma de íntima unión y familiaridad con Dios, que con el ejemplo de toda virtud ayude al resto de la Compañía. En él debe resplandecer la caridad... y la verdadera humildad que lo hagan muy amable a Dios nuestro Señor y a los hombres. Debe estar libre de todas pasiones, teniéndolas domadas y mortificadas. Debe saber atemperar la rectitud y la necesaria severidad con la benignidad y la mansedumbre. Asimismo le es muy necesaria la magnanimidad y la fortaleza de ánimo para soportar las flaquezas de muchos, y para comenzar cosas grandes en servicio de Dios nuestro Señor y perseverar constantemente en ellas, cuando es necesario...(ib id. 723-728).

El hombre de las Constituciones, el hombre que vive el espíritu de la Compañía, halla en el carisma de los Ejercicios la fuente inextinguible de su inspiración y de su experiencia, y de su discernimiento espiritual. El verdadero jesuita es un hombre que camina en espíritu. El espíritu es su guía, que le inspira las sugerencias adaptadas a las situaciones concretas. La "Identidad" de este espíritu es cosa que surge a la luz de los Ejercicios y crece con una vida integrada en la misma vida de la Compañía. Mas este espíritu no podrá llegar a su perfección; la formación, la re-identificación, sí el desarrollo y el crecimiento no son permanentes, siempre alimentados por la experiencia personal y comunitaria del mismo espíritu.

Fuente perenne de este espíritu sigue siendo siempre la Palabra de Dios vivida en los Ejercicios, asimilados ellos mismos de manera vital a través de todo el curso de la vida, Y las Constituciones son la adaptación histórica de tal espíritu, refiriéndolo continuamente a su propia autenticidad.

II. Los Ejercicios y los problemas de hoy

Y ahora podemos proponernos de nuevo la pregunta con que comenzamos nuestra conversación. Hoy día los Ejercicios son los mismos de antes? En el momento histórico actual, por una progresiva secularización, por un creciente respeto de los derechos y cualidades del hombre y de la persona humana, por un gran sentimiento de solidaridad, de las mutuas relaciones personales y sociales y por una exigencia comunitaria, los Ejercicios tienen todavía su eficacia, pueden conservar todo su auténtico valor?

Vale la pena analizar este punto: punto de importancia vital

Reflexionemos, aunque sea rápidamente, sobre algunos rasgos del mundo de hoy; no será difícil especificar la tarea que los Ejercicios pueden de hecho representar, por ejemplo, en la conversión personal, en el trabajo necesario en favor del Tercer Mundo, en la solución de la injusta opresión de los pueblos y en su liberación, en la valoración del auténtico profetismo en la Iglesia, en el discernimiento del fenómeno de la secularización y en otras cosas semejantes.

Hablando luego desde un punto de vista del todo general, si hoy, como siempre, el fin del hombre, y en particular del cristiano, es “buscar y hallar la voluntad de Dios", deberemos ante todo afirmar que los Ejercicios no han perdido su actualidad, no sólo cuando se orientan exclusivamente en el sentido de realizar en nuestra propia vida el querer de Dios, sino también por su característica espiritual y sus principios prácticos de acción apostólica.

En los Ejercicios se verifica una "conversión personal" profunda, cuando se hacen con toda seriedad. Y esta conversión personal es la base y la raíz de todo edificio espiritual que se intente edificar. Hoy se repite hasta la saciedad que es urgente un cambio de las estructuras de la sociedad: todos anhelamos crear un mundo nuevo, en condiciones económicas, sociales y comerciales mucho más justas que las actuales, con un sentido humano mucho más completo, en un ambiente y en un clima de paz y de prosperidad material, cultural y espiritual.

Pero las estructuras no se pueden cambiar sino por medio de los hombres: mientras no se llegue a una verdadera conversión del corazón, ¿cómo se podrá realizar una verdadera transformación de las estructuras?

Podríamos así pensar en cambios sociales, en trazar excelentes planes programáticos, en proclamar urgentes e inevitables transformaciones de la humanidad y un cambio de estructuras, pero nada obtendríamos de todo esto sí no pudiéramos contar con hombres de una mentalidad nueva, de un corazón renovado, prontos al sacrificio de sí mismos por el bien de los demás.

Cambio de actitudes

Hoy se reclama una nueva actitud en muchas cosas. Una actitud es una disposición psicológica relativamente estable y que previene inmediatamente a la acción. Es un modo de ver, de juzgar, de interpretar los acontecimientos y los hombres, de reaccionar emotivamente ante ellos.

Hablamos así de actitudes políticas, sociales, religiosas. Adoptaremos tal actitud frente a un partido político, a un colega, a un amigo.

Nuestra actitud está condicionada por todos aquellos factores cognoscitivos y emotivos que pueden inspirar nuestro modo habitual de proceder, de hablar ante una persona o una situación especial.

Los Ejercicios están específicamente dirigidos hacia una "metanoia" interior, que es la base de este cambio de actitud. Solamente un profunda fidelidad al espíritu y un buen adiestrado discernimiento nos pueden dar una suficiente abertura interior, hacernos suficientemente capaces de auscultar y asimilar, suficientemente sensibles a todos estos “'signos de los tiempos" a través de los cuales el Señor nos habla interna y externamente, suficientemente humildes para aceptar reacciones y actitudes que nos son exigidas por razones de orden apostólico. La lectura de los signos de los tiempos es "discernimiento de espíritus", es ver el mundo a través de los ojos de Cristo.

Nueva actitud ante todo y, de modo especial, frente a los cambios actuales.

He aquí lo que dice el Concilio Vaticano II en la Constitución " Gaudium et spes”: "La humanidad vive hoy un período nuevo de su historia, caracterizado por profundos y rápidos cambios, que progresivamente se extienden al universo entero. Provocados por la inteligencia y la actividad creadora del hombre, repercuten luego sobre él, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre su modo de pensar y de obrar tanto en lo que se refiere a las cosas, como en cuanto se relaciona con los hombres...Esta transformación trae consigo no leves dificultades... Afectados por tan compleja situación, muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer los valores permanentes y a compaginarlos con exactitud con los nuevos descubrimientos. Por eso, la inquietud los atormenta y se preguntan, entre esperanzas y angustias, sobre la actual evolución del mundo. El cual desafía al hombre, o mejor lo constriñe a darle una respuesta.

Aceptar estos cambios, precisar su íntimo valor, definir de nuevo los valores concretos de nuestro trabajo apostólico; revisar la estructura concreta de la autoridad, descubrir un nuevo estilo de diálogo y de comunicación, inculcar los grandes principios de fraternidad, no obstante las inevitables y largas tensiones; provocar una revisión constante de nuestra responsabilidad colectiva en un mundo que va en busca de la paz, de la justicia, del desarrollo integral; estar realmente verdaderamente convencido del papel vital que la Iglesia y la vida religiosa ejercitan en el impulso de renovación que está transformando el mundo; saber favorecer la participación y una sana descentralización; tener presentes, hoy más que nunca, los valores universales y de amplia influencia, sin dejarse impresionar por impulsos inmediatos; aceptar y aun fomentar una sana autocrítica, que nos ilumine sobre nuestro modo de proceder en función de los objetivos ya prefijados, etcétera. Todo esto exige en nosotros una flexibilidad mental, una docilidad afectiva, una capacidad de saber aceptar y comprender las circunstancias concretas de una existencia que solamente un alma que posee una visión purificada, -Mateo, 5- y que esta adiestrada en la humildad y en la obediencia al Divino Espíritu, virtud a que los Ejercicios nos preparan bien sabrá afrontarse y superar.

Reflexión interior, examen, discernimiento, silencio del corazón en íntima unión con Dios en la oración personal, asimilación perfecta del ejemplo de Cristo -Dos Banderas- Tres grados de Humildad- son el método más seguro para no defraudar hoy los planes de Dios y !a exigencia histórica del momento en que vivimos.

Tercer mundo y desarrollo

"La transformación del mundo por parte del hombre es, por tanto, una exigencia absoluta, en cuanto que es complemento humano necesario de la acción creadora de Dios”- Alfaro, hacia una teología de I progreso humano, pág. 43- "La acción del hombre sobre el mundo, como así también el progreso de la humanidad, han recibido una orientación nueva y definitiva hacia la participación en la gloria de Cristo y, a través de ésta, en la vida misma de Dios".

Cómo podremos tomar parte en este grandioso programa divino, si no nos purificamos de cuanto nos impide descubrir y luego realizar el plan divino? Cómo vivir de la vida divina, si no vibramos al unísono con la voluntad de Dios?

Esta transformación del mundo por obra del hombre presenta a veces características tales que podría llamarse una concretización de un programa enteramente en armonía con el espíritu que se desarrolla en los Ejercicios, así como el hombre de los Ejercicios podría decirse el mejor equipado para poder realizar una labor más eficaz.

Esto se revela muy claramente respecto al trabajo por el Tercer Mundo, que está hoy en el centro de la atención de la Iglesia y que debe ser eficazmente ayudado.

El trabajo de ayuda al Tercer Mundo exige una disposición de espíritu y además ciertas condiciones de vida y de apostolado que están en perfecta armonía con las características de los Ejercicios.

Se trata de una tarea de extensión y consistencia tal es que parecen las propias de los planos estratégicos del Rey Eterno, si tenemos en vista la amplitud, la posibilidad de realizar el programa de las Bienaventuranzas, la misión confiada y la solidaridad con Cristo Redentor y con toda la humanidad doliente.

Tarea ésta que exige además la actualización de los valores centrales de los Ejercicios: lucha contra el egoísmo y la injusticia, desapego de todo aquello que es temporal -riquezas, comodidades, etcétera-, servicio desinteresado en favor del prójimo. Sólo hombres formados en la espiritualidad del Reino de Cristo y de las Dos Banderas podrán realizar eficazmente este compromiso, en el momento en que se sientan, libres interiormente de todo egoísmo e interés personal.

Por lo demás, este contacto con la humanidad que sufre hace, sin duda, volver al Evangelio en el amor experimental de la pobreza y del sufrimiento, renovando la incorporación a Cristo y haciendo necesaria una fe y una caridad en verdad trascendentes, que dan, por decirlo así, vida al hombre espiritual del que nos había San Pablo.

Y el espíritu de desprendimiento, de disponibilidad apostólica, de ansia de la cruz, de separación del mundo -en el sentido de San Juan- son las mejores disposiciones para poder realizar esta misión.

La vocación religiosa, en la interpretación del carisma de los Ejercicios, recuperará entonces todo su vigoren el servicio del Tercer Mundo, que hoy se nos presenta como el Siervo de Yahvé, que denuncia el pecado del mundo y de esta civilización basada sobre el lucro y lo redime eficazmente con el propio dolor.

El Tercer Mundo, que es la mayor parte de la humanidad, necesita para salvarse de hombres modelados sobre esta interpretación radical del Cristianismo, como resulta de la experiencia de los Ejercicios, los cuales requieren una actitud contraria a aquella que ha hecho posible la existencia misma de este Tercer Mundo.

Es en el Tercer Mundo -y en medio de los pobres de 1° y 2° Mundo- donde la dinámica de las obras temporales puestas al servicio inmediato de los miserables se mantiene integrada en la dinámica cristiana, como la interpreta San Ignacio. Se pueden, de este modo, hacer coincidir y aun unificar el arrojo por realizar grandes cosas y al mismo tiempo eficaces, con el trabajo de despertar nuevas vocaciones juveniles y sobre todo con la vocación fundamental de la imitación de Cristo, como la interpreta San Ignacio.

El Tercer Mundo exige finalmente que cuantos se pongan a ayudarlo sean imitadores fieles del Cristo histórico: y que los servidores totales de Cristo, tales como los forman los Ejercicios, deben ser los mejores servidores de las necesidades más profundamente humanas del prójimo.

En este entusiasmo por el Tercer Mundo que observamos en la juventud de hoy podemos descubrir un signo de los tiempos, que, enteramente aplicado, puede conducir a un pleno resurgimiento de esa forma suprema de vida cristiana que es la que surge de los Ejercicios.

No podemos cerrar los ojos a este mundo que nos circunda. Algunos piensan que hoy el problema fundamental de la humanidad es el de la pobreza.

En realidad: el verdadero problema, el más profundo, no es tan sólo la división entre hombres ricos y pobres —problema de la creación y distribución de las riquezas y recursos del mundo— o la sola división en las naciones ricas entre grupos y grupos de ciudadanos. El verdadero problema está en el hecho que los que poseen los medios económicos ejercen su poder contra los que no tienen bienes suficientes, anulando su libertad de acción y sometiéndolos una injusta opresión.

Se habla mucho de igualdad entre los hombres y de derechos fundamentales e inalienables de la persona humana, más la desigualdad y la injusticia continúan y se van acentuando, si todavía no se fomentan intencionadamente. Es un problema fundamentalmente humano; el del egoísmo individual, social, nacional e internacional.

Urge una solución, si no queremos ver consecuencias todavía más dolorosas de cuantas ha sufrido hasta ahora la humanidad.

Se proponen y discuten muchas soluciones concretas y con modificaciones de estructuras; pero, en último análisis, no hay mejor remedio que éste: tratar de alcanzar la conversión personal especialmente de las personas de mayor influencia; de llegar a lo más hondo del alma humana, poniéndola frente a la realidad del orden humano y del orden sobrenatural y haciéndole sentir la propia responsabilidad. Este es el rol que hoy incumbe a los Ejercicios.

Transformar la mentalidad: liberación

En muchas ocasiones, a través del curso de la historia, los Ejercicios han producido conversiones de orden moral e individual, que se han concretado luego en cambios radicales de vida y en grandes erogaciones financieras en favor de los necesitados. Hoy no basta esto. Se debe procurar, a través de los Ejercicios, transformar la mentalidad y despertar las conciencias; se debe poner a los hombres de hoy frente a estos problemas fundamentales de nuestra humanidad, con verdadero realismo y aun crudeza, para hacerlos conscientes de la necesidad de efectuar serios cambios de dirección en la marcha del mundo y de las naciones. No basta dar de limosna cuanto ha sido mal adquirido.

Si todo esto es especialmente eficaz para los creyentes, puede también serlo para los que no tienen noción alguna de Dios. Las técnicas humanas y psicológicas de los Ejercicios pueden aplicarse en parte también a los que no han recibido el don de la fe, como se observa en países paganos en hombres de buena voluntad. El discernimiento de espíritus, las reglas de elección, los Binarios, presentan tal abundancia de factores humanos y psicológicos, tan amplia base de prudencia humana, que bien se pueden aplicar aun en el caso del no-creyente.

Un ansia de Iiberación sacude al mundo de hoy. ¿Cómo ignorarla? “La liberación construye una de las aspiraciones más profundas y más fuertes de todos los pueblos. Es uno de los signos de los tiempos que debernos saber interpretar a la luz del Evangelio. Esta profunda aspiración pertenece, sin duda, al designio salvífico de Dios. Es un llamado de Dios al hombre, una irrupción de su gracia, un comienzo de su acción salvífica. Dios revela al hombre la profundidad de su miseria y la grandeza de su vocación. La muestra el deseo que hay en él, le dice que está llamado sin vacilación a realizar en sí mismo la plenitud de su ser” (Mons. Píronio, Celam 1970)

Ciertamente se trata de liberación de toda dependencia y opresión humana; pero también de todo lo que impide al hombre, aun en lo interior de su propio ser, alcanzar la plenitud de su destino eterno.

El hombre siente la necesidad de ser plenamente libre, anhela aquella libertad suprema de que habla el Apóstol: "libértate qua Christus nos iberavit" Gal.4, 38. Tal libertad supone estar libre del pecado, de todo interés personal, de todo formalismo externo, de toda ingenuidad ilusoria, de nuestra “forma mentís” quizá inadecuada a las realidades emergentes y a la voz de la Iglesia de hoy.

La libertad supone esencialmente la creación del "hombre nuevo". Hombre nuevo dice relaciones nuevas con Dios, con los hombres, con el mundo.

Hombre verdaderamente hijo de Dios, hermano de los hombres, que ejerce dominio sobre las cosas y no está esclavizado. Hombre decidido a trabajar por una sociedad nueva, más justa y más fraternal, hombre definitiva y enteramente nuevo, según el modelo del Señor resucitado, hecho verdaderamente "hombre nuevo" (Ef.2,15) por el Espíritu de Santidad (Rom. 1,4) que lo ha restituido a la vida (Rom.8,11) Mons.Pironio, ib.

Para la obtención de este objetivo, sin duda difícil, pero hoy ineludible, la Iglesia ofrece su preciosa colaboración y nos exhorta a valernos del carisma ignaciano de los Ejercicios, como de uno de los medios más aptos para penetrar en el corazón humano y transformarlo con una profunda liberación. Nuestra responsabilidad aumenta en proporción a la urgencia de formar hombres nuevos, libres de sí mismos y llenos del espíritu libertador de Jesucristo; hombres que no buscan sino los intereses de Jesucristo, que se convierten en verdaderos realizadores del cambio profundo que el mundo necesita, dando a los otros lo que ellos mismos han obtenido en su contacto con Dios, en el silencio de la reflexión, en la sinceridad de una revisión interior de sí mismos y en un seguro discernimiento de los diversos espíritus que hoy mueven a los individuos, a los grupos y a las grandes masas humanas.

Liberación ésta, hecha, no a base de violencia externa, sino de amor, y de caridad, que constituyen el testamento de Jesucristo y son la única fuerza capaz de salvar a la humanidad y unir a los hombres: "Todo hombre es mi hermano", como lema y principio de la única justicia duradera entre los hombres, como dice Pablo VI.

Ejercicios y profetismo

En la Iglesia misma se habla mucho de "profetismo" y encontramos hoy tendencias, así llamadas proféticas, que es necesario discernir con mucha exactitud; surgen teorías, movimientos, campañas que, sí provienen a veces del espíritu de Dios, en otras ocasiones pueden alejarnos de la verdad de la fe y de la unidad de la caridad.

Los Ejercicios con sus Reglas para el discernimiento y su intuición evangélica, no menos que las Reglas para sentir con la Iglesia, nos dan los criterios para distinguir los verdaderos de los falsos profetas en la Iglesia de hoy. Una maravillosa aplicación de estos principios la tenemos en la carta de San Ignacio San Francisco de Borja (julio 1549, Ep. XII, Ó632-654-).

Es verdad que la profecía y el espíritu profético no pueden faltar en la Iglesia y de hecho no han faltado; es verdad que no debemos apagar el Espíritu, ni despreciar las profecías (1 Tesal. 19-20), mientras Cristo sea la piedra angular. Pero recordemos que la palabra de los profetas no resulta siempre grata a los oídos del Pueblo de Dios y que es palabra de doble filo que penetra y divide.

De ahí se sigue que pueden darse verdaderos y falsos profetas, por lo cual es necesario buscar criterios seguros para discernir los verdaderos de los falsos.

El verdadero profeta, explica claramente San Ignacio, es aquel que es fiel a Jesucristo y acepta todo su Evangelio; el falso profeta, aun aceptando a Jesucristo, toma algunos aspectos y deja de lado otros; reconoce algunas palabras de Cristo, descuidando otras. El verdadero y el falso profeta se distinguen precisamente en la fidelidad total a Cristo y a su mensaje, puesto que Cristo no puede estar dividido.

La segunda señal del verdadero espíritu profético es la docilidad a la autoridad apostólica: "Nosotros somos de Dios, escribe San Juan -1 Juan 4,6-: el que conoce a Dios, nos escucha; el que no es de Dios, no nos escucha".

Ei carisma profetice no puede estar en contradicción con el carisma apostólico. Compete al carisma apostólico juagar de la autenticidad del carisma profético -Lumen Gentium, n. 12-,

Lo que siempre ha distinguido a los verdaderos de las falsos profetas ha sido la obediencia a la Iglesia, el aceptar humildemente el juicio de la Iglesia sobre el propio carisma; en virtud de esta obediencia , los verdaderos profetas han mostrado poseer el espíritu de verdad y, por consiguiente, de ser en realidad de Dios -Ejerc., la Regla para sentir con la Iglesia-.

Por cierto, los nuevos tiempos exigen un cristianismo renovado. Mas el cristianismo se renueva solamente cuando vuelve radicalmente al Evangelio de Cristo, tal como lo vive la Iglesia, animada de su espíritu, y como la han comprendido los santos. La invitación a volver al Evangelio de Cristo en su integridad, caracteriza al verdadero profeta: los profetas cristianos más auténticos son los santos.

Si los Ejercicios conducen directamente a la santidad con la ayuda de la gracia divina, si nos disponen a discernir los diversos espíritus, si nos enseñan a sentir con la Iglesia y a obedecer en todo, no hay duda que el intensificar la práctica del espíritu de los Ejercicios constituirá un aporte extraordinario para la Iglesia en el momento actual. Crean, en efecto, en nosotros un sentido de Cristo tan profundo y autentico que, casi instintivamente, nos hace sentir la diferencia entre el bueno y el mal espíritu, entre el ángel bueno “que toca dulce, leve y suavemente al alma como gota de agua que penetra en una esponja”, y el ángel malo” que penetra agudamente y con sonido e inquietud, como cuando la gota cae sobre la piedra” Ejerc, n.335.

Ejercicios y "los signos de los tiempos"

Otra expresión del Concilio, que a veces se emplea sin comprenderla y que puede ser objeto de abuso, cuando se le da un sentido equívoco, es la expresión evangélica "los signos de los tiempos" -Mat.16, 3-4- „ Designa los indicios que manifiestan cuáles son las preguntas que se le plantean a la Iglesia por la situación actual; cuándo por ejemplo, es tiempo de plantar, cuándo de arrancar, etc. - Ecles. 3, 1-.

A veces este término se refiere, en las formulas conciliares, a la manifestación del designio salvífico de Dios, recogido en la situación presente. -Sacr. Conc. n.43; Aspost. actuos. n. 14; Dignit. hum. n.15-. Aún más frecuentemente, la expresión designa una situación compleja, en la cual es necesario usar el discernimiento. Según el Concilio, aun cuando el Espíritu Santo llena el universo - Gaud. et Spes n. 11- y trabaja en el corazón de cada hombre - Ibid. nn. 38,22- , todavía la actividad humana está “corrompida por el pecado” y, de este modo, en los fenómenos observados “el orden de los valores no rara vez se trastorna y el mal permanece mezclado con el bien” - Gaudium et spes, n. 37-. He aquí por qué la Iglesia y el cristiano deben, según la Gaudium et Spes “expresar un juicio sobre aquellos valores que hoy son estimados en tal alto grado y reconducirlos a la fuente divina de donde proceden. Desde el momento que tales valores proceden del ingenio humano del cual Dios mismo ha dotado al hombre, ellos son muy buenos, mas, por efecto de la corrupción del corazón humano, no rara vez se desvían de su debida ordenación, por lo que necesitan ser purificados” - n .11- .

“Es deber permanente de la iglesia - nos inculca la Gaudium et Spes en el n. 4 - escrutar los signos de los tiempos e interpretarlas a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario, por ello, conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y su índole frecuentemente dramática”.

Leer los signos de los tiempos significa, en el lenguaje ignaciano, discernir su sentido y descubrir el origen del espíritu bueno o malo. Los principios y las reglas del discernimiento de los espíritus son una guía, un criterio excelente para interpretar y valorizar estas manifestaciones del mundo de hoy.

Ejercicios y secularización

Afirmar, pues, que la secularización es uno de los signos de los tiempos, no significa que ella debe ser aceptada totalmente, sino que debe ser juzgada, o bien interpretada “a la luz del Evangelio” - GS n.4-, de modo que se distingue, en el actual movimiento de las ideas, lo que en la secularización es contrario al Evangelio y lo que, en cambio, puede ser una preparación para el Evangelio.

En la secularización, hay, por ejemplo, valores positivos que los Ejercicios de San Ignacio nos han hecho familiares: la grandeza y el valor de la creación, la bondad de las creaturas, cuyo recto uso ennoblece, la altísima dignidad de la persona humana, el derecho inalienable a las propias decisiones, los beneficios de la técnica y del progreso, etcétera. Sin embargo, hay asimismo fórmulas, expresiones y tendencias, más o menos ambiguas, a través de las cuales se pretende llegar a sustituir el mundo de lo sagrado y del cristianismo con un mundo definitivamente profano y desacralizado, que excluye la adoración y la plegaria; es como un pasar de la trascendencia a la inmanencia, en una palabra, de la fe en Dios al ateísmo.

Se ve, por tanto, cuán indispensable sea clarificar y promover, mediante un esfuerzo conjunto de fidelidad y de reflexión, el carácter religioso y sagrado de nuestra fe, y discernir con exactitud este misterioso “signo de los tiempos”.

Nadie como el hombre de los Ejercicios, entregado totalmente al servicio del Rey Eterno y al apostolado con los hombres, podrá obtener estas cosas que me parecen esenciales en las circunstancias actuales:

1° Una doctrina cierta sobre el hombre, un verdadero humanismo, según la expresión ya tradicional. Debemos ciertamente servirnos de todas las conquistas de la cultura, especialmente de las "ciencias humanas", pero sabiendo situarlas, mediante nuestro sentido crítico, sin dejarnos intimidar por indebidas dilaciones. .Debemos establecer, una vez por todas, aceptando sus consecuencias, la verdadera antropología ignaciana: el hombre es grande porque ha sido creado a imagen de Dios; pero tal grandeza comporta, por una parte, el sentimiento de ser "una llaga purulenta" y de otra, de ser el Rey de la creación, para quien "todas las cosas han sido creadas", más aún, de ser hijo de Dios.

2° Una fe cristiana existencial sobrenatural en toda su pureza e integridad, tal como nos la presentan los Ejercicios. Sin ceder a engaño alguno a oscuridad de Ienguaje. Una fe en el Dios personal y trascendente que se ha revelado a nosotros en Jesucristo. Una prontitud para alabarlo, reverenciarlo y servirlo en todo momento. Una adhesión a la persona de Jesús y a su Evangelio total y eficaz. Con la convicción de que el misterio de Cristo no puede ser vivido sinceramente sino a través del empeño de imitar a Jesucristo hasta la Cruz .

La fidelidad a los Ejercicios de San Ignacio, a su práctica y a su espíritu, nos hará vivir esta fe cristiana total.

3o.- La unidad católica, basada en la caridad y la obediencia a la Iglesia jerárquica. Toda casa dividida en sí misma perecerá. En este tiempo, en que los vínculos espirituales tienden a disgregarse, es necesario esforzarse con renovado ardor por mantener y robustecer más y más esta unidad. Esto no puede hacerse, como dice San Ignacio, sino en torno al Vicario de Cristo y a la Iglesia, Esposa de Cristo, “regida por el mismo Espíritu y Señor Nuestro” - Ejercicios n. 365-.

Y esto no debe obtenerse mediante un conformismo extrínseco, una especie de disciplina humana, vacía de honda sinceridad, que originaría no pocos abusos, sino mediante la convicción íntima que nace de la fe infundida por él Espíritu Santo en nuestros corazones, en el Vicario de Cristo y en su Iglesia. Esto supone sacrificio, pero el que ama la unidad y aprecia sus ventajas, lo aceptará de buena voluntad.

4°. La vida espiritual. San Ignacio quiere contribuir a la reforma de la Iglesia con una vida espiritual renovada y profunda. Basta pensar en la meditación de Dos Banderas. De esta manera se realizarán auténticos cambios.

Por el mismo camino se efectuará la “renovatio accommodata” que pide el Concilio. Esta experiencia religiosa es en efecto, el mejor antídoto para vencer las crisis de fe que se manifiestan hoy de modo tan universal y variado.

En realidad, sin vida espiritual, la fe se corrompe, se seca, se hace estéril, se disuelve y muere.

Sin vida: espiritual, la caridad fraterna desaparece, el apostolado se desnaturaliza y la abertura al mundo se convierte en identidad con el mundo. La tradición cristiana no se siente más como un enriquecimiento, como una experiencia que nutre y como una fuerza que empuja hacia adelante, sino como una carga que fastidia.

Un espíritu de crítica violenta e Intemperante toma el lugar de la alegría cristiana. La cruz, que es como el sello imprescindible de cualquier vida cristiana, y sobre todo de cualquier vida apostólica, viene a ser desechado en la práctica.

No es necesario, por tanto, combatir en nosotros y en torno a nosotros la ilusión que nos lleva a abandonar la oración, a apartarnos del ejemplo de los santos, a perder aquella preocupación que teníamos de seguir la doctrina de Cristo, como si nuevas concepciones y nuevos métodos pudieran superar tales enseñanzas. No es necesario hacer un verdadero discernimiento de espíritus para oponer un no preciso a un secularismo insidioso que destruiría, consumiéndolo, cuanto nos une con Dios y cuanto por nuestro vocación cristiana debemos promover para dejarnos, en cambio, transportara la que llaman vida “postcristiana” o bien, en definitiva, a un ateísmo, al menos, práctico. Al contrario, es precisamente hoy el momento de dar testimonio valerosamente de nuestra fe y de abrirse con confianza y generosidad total a la verdadera renovación que, en sus grandes líneas, se nos propone por el Concilio y a la que nos exhorta de continuo el Vicario de Cristo.

Los Ejercicios, creando en nosotros un espíritu de fuerte dinamismo, pero al mismo tiempo de sano discernimiento, son una gran ayuda para conservarnos en un justo equilibrio “que no es una componenda política, en este nuestro tiempo de confusión y de desorientación, entre la institución y el carisma, entre un derrotismo pesimista y una ingenuidad angelical utópica, entre una verticalidad exclusivista y una horizontalidad anti trascendental, entre un frío racionalismo y un profetismo de exaltado, entre un pelagianismo voluntarista y un providencialismo paralizante, entre un dicotomísmo traumatizante y un monismo confusionista, entre un individualismo separatista y un colectivismo despersonalizante, entre un carismaticismo personalista y una obediencia mecanizada.

Ejercicios y trabajo comunitario

Hoy que se habla tanto de objetivos y de planificación, los Ejercicios pueden sernos de gran ayuda, especialmente si se trata de planificación apostólica. Varias veces me he referido al discernimiento de espíritus, pero casi siempre entendido bajo el aspecto y en su extensión personal.

Frente al actual desenvolvimiento del sentido comunitario, el discernimiento de espíritus en sentido comunitario puede encontrar una aplicación semejante a la que San Ignacio realizó, junto con sus primeros compañeros, en la famosa “deliberalatio primorum Patrum”. En nuestros días ella reviste una importancia decisiva cuando se trata de estudiar comunitariamente los diversos objetivos apostólicos y la misma estructura de la vida de comunidad.

La primera condición para tal discernimiento comunitario es la verdadera “unió animorum” -comunión-, el sentimiento profundo de una comunión de espíritu y de finalidad apostólica general. Toda deliberación exige que exista un objeto concreto sobre el cual se quiere conocer la voluntad de Dios para luego pasar a la ejecución.

Para este fin es necesario que cada uno de los miembros de la Comunidad se ponga personalmente en contacto con Dios y procure conocer su voluntad, lo que exige, una auténtica oración personal - discernimiento personal -.Seguidamente, todos, reunidos en comunidad, deben comunicarse esta su experiencia íntima comunicándose mutuamente lo que Dios ha manifestado a cada uno. Así se podrá llegar a una decisión, o colectiva, o, según los casos, por medio del superior, que interpreta la voluntad de Dios.

En otras palabras, tal discernimiento de espíritus no es ni una dinámica de grupos, ni un grupo terapéutico, y ni siquiera una discusión en Ia que se busca convencer al adversario, sino una comunicación de interiores experiencias espirituales a la luz de Dios, que sirvan para descubrir la verdadera y concreta voluntad divina.

Por este motivo, en una Orden apostólica que tiende a un fin apostólico - objeto del discernimiento - cada miembro debe rezar y mantenerse en intimo contacto con Dios – oración -. En el comunicarse los unos a los otros las propias experiencias interiores crea un íntimo vínculo de unión entre los miembros del grupo, vínculo que da vida a una verdadera "comunio" de espíritu, sincera y profunda.

Conclusión

En realidad, son tantos los valores qué los Ejercicios ofrecen al Mundo Moderno: valores espirituales, evangélicos, trascendentes; valores humanos, naturales, inmanentes, que quiero resumirlos en el catálogo siguiente:

1. La abertura al Espíritu, fundada sobre la indiferencia que nos hace siempre prontos a escuchar la voz de Dios. Posición que podría parecer pasiva, de desinterés y de frialdad, cuando por el contrario encierra un gran activismo: ante todo en permitirnos conservar esa misma libertad interior; después y sobre todo en mantenernos constantemente bajo la acción de la fuerza mucho más dinámica del Omnipotente, cuyo Verbo es creador y cuyo Espíritu es amor infinito.

2. El impulso del "magis", base de todo verdadero progreso: que busca siempre lo mejor, lo más perfecto, lo más eficaz, lo que redunda en gloria de Dios y al mismo tiempo en felicidad del hombre. Precisamente en este tiempo en que se habla tanto de desarrollo, se subraya que es de aquí, del "magis", de donde tiene origen la disposición fundamental del espíritu para un verdadero progreso humano.

3. El sentido del discernimiento, osea la justa valuación que se manifiesta en una constante reflexión iluminada, de introversión para interpretar los movimientos interiores de nuestro espíritu, y de cristificado extraversión para leer en las creaturas, en los acontecimientos y en los signos de los tiempos la obra de la Providencia y la expresión de la voluntad de Dios.

4. Y sobre todo el cristocentrismo, que se funda y manifiesta en un amor total a Cristo, persona divina encarnada. Esto comporta compromiso de amor incondicionado, y al mismo tiempo esto es sabiduría divina que hace cambiar la visión del mundo como transformó el alma de San Ignacio sobre la ribera del Cardoner.

El propio Concilio ha insistido sobre esta misma línea cristocéntrica, que forma como la columna vertebral de los Ejercicios. Cristo es el centro de los Ejercicios y Cristo, dice la Gaudium et Spes, debe ser siempre el centro de nuestra vida y el centro de toda la creación. Recordemos las palabras del Concilio: "El Verbo de Dios por quien todo fue hecho, se encarnó para que, hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, el punta de convergencia hacía el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización", el centro de la humanidad, el gozo de todos los corazones, la plenitud de sus aspiraciones… En su Espíritu vivificados y reunidos, caminamos como peregrinos hacia la consumación, la que coincide plenamente con su amoroso designio: “Restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra” -Efesios, 1, 10 - Gs.n .45 - .

Quiera el Espíritu Divino hacer que en verdad vivamos del alma de los Ejercicios: del conocimiento interno y, lo que es lo mismo, del amor a Cristo - Ejercicios n. 104 -, de la entrega incondicional a Él, de la continua identificación con sus ejemplos y con su voluntad.





Notas:

(*) Curso de directores de Ejercicios Roma, febrero 1971.









Boletín de espiritualidad Nr. 13, p. 1-20.


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