Algunas reflexiones sobre el compromiso jesuita (*)

Vincent J. O'Flaherty sj (**)





Un hecho de vida doloroso en la Compañía de Jesús de hoy es, citando al padre Arrupe, que "en general se puede decir que en todas partes del mundo el número de los que dejan la Compañía va en aumento. Este fenómeno debería hacernos reflexionar sobre la causa de este aumento..." (1). Ciertamente este hecho indicaría que un número de jesuitas están experimentando una especie de crisis, o al menos, se están planteando ciertas interrogantes sobre el compromiso que han hecho con la Compañía. Las crisis e interrogantes, a pesar de que entrañan ansiedad, sufrimiento y riesgo, no son, necesariamente, insanas. Le remiten a uno a los fundamentos de su vocación, los cuales pueden tender a perderse en el ritmo acelerado de la vida y trabajo de jesuita contemporáneo, y también en la confusión propia de nuestra era.

Este ensayo tratará de ofrecer algunas reflexiones sobre lo que es el compromiso jesuita, lo cual esperamos que ayude a otros jesuitas en sus reflexiones sobre su compromiso.

En fas páginas siguientes se estudiarán los múltiples desafíos que confrontan al compromiso jesuita en nuestros días. Se discutirán algunas razones de por qué un jesuita quizá nunca se haya comprometido desde el principio. La cuestión de si el compromiso a la Compañía, tal como se veía por los primeros jesuitas, es posible o justificable en nuestros días, se tratará conforme a la situación de los jóvenes que hoy entran a la Compañía. Por último, ofreceremos algunas reflexiones sobre lo inevitable de la crisis en el compromiso jesuita, y también, a la luz que pueda arrojar sobre el problema la experiencia de Cristo enfrentando las consecuencias de su propio compromiso.

Unas palabras de Jesucristo servirán como punto de referencia para las reflexiones a desarrollar. Para el jesuita, las palabras son cruciales en su significado, simplemente porque profesa tomar en serio la vida cristiana. "Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará" (Mc 8: 34).

I. Por Cristo y su Reino - El desafío

Cuando Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros formularon su concepto del compromiso ¡jesuita, compartían un entendimiento del tipo de experiencia de fe, que se pretendía como fundamento del compromiso. Habían llegado a un acuerdo sobre la naturaleza de su Compañía y los fines de esta.

Y estaban convencidos de que un hombre puede llegar a un momento en su vida, en que puede comprometerse definitivamente al servicio de Dios en una orden religiosa dentro de la Iglesia, tal como la Compañía de Jesús.

Sin embargo, han pasado más de cuatrocientos años desde que los primeros jesuitas formularon este concepto. De hecho, la mayor parte de los cuatrocientos años parece haber sido condensada en la última década. Porque durante este tiempo han surgido serios desafíos que afectan a casi todos los aspectos de la visión tradicional del compromiso en la Compañía.

La visión, por supuesto, siempre había sido hasta ahora objeto de desafíos. Pero el que desafía hoy, ya no es el adversario previsible, que podría esperarse. El que hoy desafía puede ser el tipo de persona con quien el jesuita trata diariamente, un católico, un compañero jesuita. Es alguien con buena voluntad, instruido, a veces de prestigio, agradable, con profundo interés por el mundo, comprometido con él. A veces, el jesuita descubre que es él mismo quien desafía.

A. El desafío a la experiencia tradicional de fe

Tal vez los jesuitas estén descubriendo que se cuestiona el tipo de experiencia de fe que les fue enseñado. Naturalmente, el cristiano, el jesuita, sabe que la fe es algo que nunca debe darse por supuesto, sabe que él nunca está afincado, de una vez para siempre, en la serena, estática posesión de cierto inexpugnable absoluto llamado "fe". Como Karl Rahner ha dicho: "El ateísmo es una perpetua tentación del teísta, una 'situación' de nuestra fe” (2).

Hasta el creyente cristiano sabe que debe orar con el hombre del Evangelio: "Yo creo; ayuda mi incredulidad" (Mc. 9:24). Sabe que la fe es un regalo de Dios, rescatando incesantemente al hombre de sus dudas, obscuridad e inclinación hacia el caos y el sin sentido.

Pero hay muchas cosas "en el aire" hoy día que hace que muchos cristianos, y por consiguiente, quizá, algunos jesuitas, sientan que lo que ellos entendieron como su fe, esta extraordinariamente amenazado. Y en el ambiente en que el ¡jesuita contemporáneo se mueve, este, con inquietante frecuencia, puede verse enfrentado con desafíos a su fe.

Oye hablar, o él mismo es confrontado directamente con el comentario supuesto hecho en un seminario por algún teólogo famoso o perito de Sagrada Escritura, con la pregunta del auditorio en una conferencia, con la condensación de un libro en cierta revista, con la conversación en una fiesta, con la carta explanatoria de un jesuita recién salido. Parece que adondequiera se vuelva le son planteadas interrogantes, las cuales, tanto por su fuente de origen como por su propia fuerza, pueden perturbar profundamente al jesuita como individuo.

Resucitó realmente un hombre llamado Jesús de Nazaret, al menos en un sentido que de alguna manera se asemeje a la noción tradicional de resurrección? Eso de una "íntima relación personal " entre el creyente y Cristo, no es, quizá, de hecho, una versión adulta de la tendencia de un niño a inventar un compañero imaginario de juego, una especie de arreglo a lo Elwood Dowd con su Harvey, arreglo que un hombre utiliza para escapar de las dolorosos realidades del mundo real y el llamado responsable hacia el mundo con hombres y para hombres reales?

Nos ponen los Evangelios, verdaderamente, en contacto con un hombre real, con una vida real, con hechos y palabras reales? O, más bien, nos presentan un mito, un mito encantador, un mito que arroja una luz incomparablemente brillante sobre algunas de las verdades básicas sobre el hombre, pero de pretensiones históricas muy cuestionables? Existe, de hecho, tal realidad como salvación personal, "la vida del mundo futuro", cielo, por no mencionar infierno?

Es tan único y privilegiado el cristianismo entre todas las grandes religiones del mundo? Y puede la Iglesia Católica Romana arrogarse con derecho a sí misma el título de "la única Iglesia verdadera" en contraste con otras Iglesias cristianas? Y el oficio y autoridad del papado, son realmente de institución divina?

Más aún, las palabras mismas y conceptos, incluso el de Dios, que han sido unidos tradicionalmente en expresión de la fe católica, son aún pertinentes, significativos, posibles en el mundo de hoy? Estas preguntas, ciertamente, golpean en el corazón del compromiso jesuita, tal como Ignacio lo concibió y tal como ha sido presentado históricamente a los jesuitas. Porque tales afirmaciones como, por ejemplo, qué Jesucristo resucito de entre los muertos, que hay una continuidad esencial entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe, que es posible una relación personal viva entre Cristo y su seguidor, que el hombre está llamado a una vida auténtica más allá y después de esta vida, que únicamente la Iglesia Católica Romana posee la "plenitud de gracia y de verdad" (3), que el Papa es el vicario de Cristo en la tierra, tales afirmaciones son fundamentales al concepto tradicional de la experiencia de fe en la cual se ha basado el compromiso a la Compañía y un individuo jesuita que ve su fe severamente probada por los desafíos dirigidos entre esa fe, encontrará su propio compromiso a la Compañía puesto igualmente en tela de juicio.

Una amenaza más sutil a la fe, en la que se basa el compromiso del ¡jesuita a la Compañía, es la potente fuerza del secularismo en nuestros días, en el mundo, e incluso entre los cristianos. El Padre René Voillaume ha dado esta interpretación del problema:

Nada podría ser más característico del mundo actual, debido a las condiciones bajo las que vive, que la manera como se está volviendo hacia la construcción de un mundo nuevo, y un mundo nuevo con un horizonte y perspectiva puramente terrenos. La fe y creencia de muchas decepciones se centran ahora sobre el hombre. La atmósfera creada por las diferentes clases de materialismo ateo se está haciendo más y más penetrante. Yo creo que hay pocos casos en la Historia en que el hombre ha perdido hasta tal extremo el sentido de Dios, o más bien, el sentido de un Dios vivo, personal, transcendente de todo lo creado. Parecen estar buscando el absoluto, no donde está, o sea en la divinidad, sino a través del hombre y en el hombre, o a través de la evolución del mundo y en la evolución del mundo, excepto cuando se contentan con reducirlo a un mero movimiento progresivo del mundo en el tiempo.

En ciertos países, la mentalidad toda y más profunda de la generación más joven de cristianos está influenciada por este clima moral y, debido a ello, la tendencia que prevalece en su cristianismo es el llevarlo a cabo únicamente con una ponderación nueva de las leyes de una hermandad humana total. Es a través del hombre como ellos prefieren ir a Cristo, porque, por encima de todo, desean hacer realidad y cumplir al máximo las aspiraciones de unidad y paz del mundo moderno (4).

Un jesuita de hoy, sin darse cuenta de ello, puede haberse vuelto bastante secularista en su apreciación de las cosas. Es decir, puede haberse vuelto tan preocupado con el mundo, o con su mundo académico profesional, con los tremendos problemas que encara la humanidad actual, con la infinidad de cosas por hacer aquí y ahora, con las aspiraciones del hombre a este lado de la tumba, que Dios, de hecho, ha dejado simplemente de importar gran cosa o de ser de mayor interés en su propio derecho. Pronto se siguen otros resultados. Por ejemplo, la oración parece ser una pérdida de tiempo valioso, o "la vida eterna" aparece como un lejano espejismo comparada con la vida en este mundo, vida a ser compartida con la hermandad humana, vida que debe hacerse más digna de vivirse, más humana, vida a ser disfrutada y experimentada al máximo.

Pero el compromiso jesuita se ha basado tradicionalmente en la experiencia de fe. Esto afirma positivamente la responsabilidad radical del hombre hacia el mundo y para el mundo, e insiste además, en que el hombre también posee una responsabilidad radical hacia un Dios vivo, personal, que debe ser alabado, reverenciado y servido, que el hombre debe estar unido con Dios incluso en sus actividades y que la salvación trasciende el bienestar de este mundo.

Por consiguiente, cualquier postura que restringiera el horizonte de un hombre a esta vida y a intereses estrictamente seculares haría imposible el tipo de fe en que Ignacio y los primeros jesuitas pretendieron se basara el compromiso jesuita.

B. El desafío con respecto al fin original y a la naturaleza de la Compañía

Debido a las ideas contemporáneas muy extendidas referentes al hombre, a causa de discusiones, opiniones y escritos del momento sobre la vida religiosa, y a causa de los problemas y oportunidades presentes de la Compañía de Jesús en nuestro tiempo, los jesuitas encaran ciertas preguntas básicos con respecto al fin y a la naturaleza de la Compañía, tal como fueron entendidos por los fundadores de ésta.

Esta evolucionando la Compañía de Jesús hacia algo que Ignacio y sus primeros seguidores nunca pretendieron? Es la Compañía contemporánea la clase de fuerza y movimiento en el mundo y en la Iglesia, que Ignacio al fundarla quiso que fuera, o ha traicionado su visión original? Es capaz la Compañía, tal como Ignacio la concibió, de responderá las necesidades, aspiraciones, naturaleza del hombre moderno? Es posible que el jesuita pueda sorprenderse a sí mismo pensando que la Compañía se está transformando rápidamente en una entidad esencialmente distinta de aquella a la cual él ingresó y a la que consideró ser continuación fiel de la concepción ignaciana.

Ciertamente, la obediencia se proyectó ampliamente en la visión ignaciana de la Compañía, "obediencia ciega" incluso. Ahora, el jesuita puede sorprenderse pensando que el hacer la propia voluntad está a la orden del día. A los jesuitas sacerdotes se les pregunta qué trabajos quieren. Los apostolados se hunden o se salvan según un principio de atracción. Los escolares dicen a los superiores en que carreras desean embarcarse, donde quieren hacer los estudios. Los superiores, con frecuencia, parecen haber abandonado su autoridad, normalmente, en manos de los jóvenes.

El jesuita, inquietado por el miedo de que la Compañía ya no es la que Ignacio fundó y a la cual él se comprometió, puede turbarse ante la revolución en el estilo de vida que está teniendo lugar en las comunidades jesuitas.

Las estructuras desaparecieron. Los jesuitas vienen, van, comen, duermen, rezan, cuando, como y si les place. Casi cualquier tipo de atuendo es permitido. Los escolares tienen dinero a su disposición y lo gastan en cines y pizzerías. Viven en comunidades pequeñas con poca, si es que hay alguna, supervisión. Ni siquiera el noviciado es seguro.

Si al jesuita le dicen que ninguna de estas cosas contradice a la esencia de la Compañía él arguye, al menos en lo privado de sus propios pensamientos, que se está abandonando una larga y venerable tradición, una tradición de la que surgieron hombres eminentes, grandes obras, una tradición marcada y singularmente jesuita. Y el problema persiste en su mente y le causa una dolorosa incertidumbre sobre su propia postura en la Compañía. Se puede reconocer, en esta Compañía que se transforma velozmente, la comunidad a la cual él se entregó? O todos estos cambios "no esenciales" se han sumado realmente hasta constituir una mutación esencial que ha hecho de la Compañía algo distinto de la orden religiosa a la que él consagro su lealtad?

Otro jesuita quizá sienta que la Compañía ha perdido el sentido de compañerismo al que dieron tanto énfasis los primeros padres. Siente que, simplemente, no ha experimentado amor, interés, apoyo por parte de sus compañeros jesuitas. Ha sufrido profundamente lo que a él le parece ser una soledad inhumana, la impersonalidad de la vida comunitaria jesuita moderna, la aparente imposibilidad de formar relaciones con otros jesuitas, excepto a nivel superficial que uno puede esperar de solteros que viven en el mismo club y comparten el periódico, cuando, por lo demás, cada uno procede dedicándose casi exclusivamente a lo suyo. La Compañía primitiva aparece como un grupo muy unido de compañeros. Debe el jesuita de hoy volverse a otra parte en busca del tipo de compañerismo que exige una vida verdaderamente humana?

Otro jesuita puede sentir que la Compañía de hoy no es, en absoluto, la fuerza y movimiento en el mundo y dentro de la Iglesia, que los primeros jesuitas intentaron que fuera, y que alguna vez fue. Sabe que hay jesuitas que individualmente están llevando una vida heroica y hacen una obra magnífica, casi a pesar de la Compañía. Pero le parece que la Compañía, en la cual se halla viviendo, parece estar estancada en su mayor parte en una mediocridad colectiva, sirviendo a las clases media y media-alta, adhiriéndose a sus colegios, casas de ejercicios y parroquias, cada provincia celosa de sus propias instituciones y tradiciones. No encuentra en la Compañía actual la movilidad que Ignacio exigió, la cual capacitaría a sus hombres para salir de sus ghettos protectores e ir "a cualquier parte del mundo", incluso a las barriadas marginadas de sus propias ciudades, a buscar y servir a los pobres, los oprimidos, los olvidados, los despojados, aquellos que realmente necesitan a Cristo con urgencia, o al menos, a aplicar resueltamente sus recursos espirituales, intelectuales y materiales a los problemas candentes de nuestros días. Este jesuita pregunta también si la Compañía ha permanecido veraz a su espíritu original; si aquello a lo que él se consagró puede haberse perdido irremisiblemente.

Incluso para otro jesuita, el problema puede ser la reluctancia de la Compañía a encarar el hecho de que, si ha de funcionar efectivamente en el mundo de hoy, debe abandonar valientemente, resueltamente la concepción de Ignacio de lo que la Compañía debería ser, o al menos alguno de los elementos de esa concepción.

Esa concepción, después de todo, fue formulada en otra edad y en otro mundo.

Este jesuita puede haber estado expuesto a diferentes actitudes hacia la vida religiosa, las cuales, otra vez, están "en el aire" hoy y a menudo tienen su origen en nociones contemporáneas sobre el hombre.

"Si los fundadores de órdenes religiosas apostólicas fueran a fundar sus comunidades hoy día", se dice a veces, "fundarían institutos seculares". El término "instituto secular" puede que no siempre este claro para el que lo usa en este contexto. Pero la afirmación quiere decir, probablemente, que los religiosos apostólicos hoy deben tener el derecho y la libertad de decidir por sí mismos en qué trabajo se enrolaran, que en los institutos seculares no hay compromisos comunitarios que considerar, al decidir sobre el destino de uno. Se dice que la personalidad del individuo debe desarrollarse de acuerdo a su propio carisma personal y que la comunidad a la que pertenece dentro de la Iglesia debe ayudar a un miembro a realizar esto con todos los medios a su disposición.

Pero independientemente de lo que sea un Instituto Secular, y de si la Compañía se está convirtiendo o debiera convertirse en Instituto Secular, existe un número de opiniones en el ambiente en que se mueve el jesuita. Si eso es correcto, estos puntos de vista parecerían requerir ciertas desviaciones radicales de la original concepción ignaciana de la Compañía. La dignidad humana y el carácter democrático de nuestra edad, puede oír el jesuita, exigen que los superiores religiosos sean solamente los intérpretes y coordinadores de las voluntades de sus comunidades. El religioso, si ha de vivir de una manera acorde con la verdadera madurez, debe poder disponer libremente de lo que gana. Aun para el religioso, el amor de una mujer, sí, una relación íntima, hasta exclusiva con una mujer, con ciertas manifestaciones exteriores, es necesario para el desarrollo de la personalidad.

El jesuita que acepta afirmaciones tales como éstas, se da perfecta cuenta de que no son reconciliables con las nociones tradicionales respecto a la vida de votos en la Compañía. Puede estar convencido de que estas nociones pasadas de moda deben ser abandonadas, si la Compañía quiere sobrevivir y servir al mundo de hoy. Puede encontrarse sumamente frustrado ante una inflexible negativa de la Compañía a encarar la realidad. Si decide permanecer en la Compañía, por ejemplo, a causa de su apego a sus fines apostólicos, será en términos en los que él cree, de acuerdo a su propio carisma, y con la esperanza de que la Compañía se pondrá finalmente al día con el mundo, y con él y con los otros que piensan como él.

C. El desafío a la concepción ignaciana del compromiso religioso

De acuerdo a San Ignacio y al pensamiento tradicional dentro de la Compañía, el compromiso a la Compañía debería ser una respuesta a una llamada específica de Dios, una llamada a la Compañía de Jesús; y el compromiso, formalizado al hacer los votos al completar el Noviciado, debería ser definitivo y permanente. Pero este punto de vista también está siendo retado en círculos en los que el jesuita se mueve.

Dios, se dice, no llama a un hombre a este o a aquel estado o modo específico de vida. Esto sería limitar la libertad del hombre, y Dios quiere que el hombre, por encima de todo, sea libre, quiere que el hombre elija lo que ha de hacer de su vida, lo que él ha de llegar a ser, sin el peso que una llamada específica de Dios envolvería. Dios ofrece todas las maneras posibles en las cuales el hombre podría vivir una vida humana buena y dice al hombre: "Asume la responsabilidad de tomar tu decisión". Después deja al hombre completamente libre para hacer su propia elección. No interfiere "llamando" al hombre en una dirección particular. Cualquier otro estado de cosas seria indigno tanto de Dios como de! hombre.

La posibilidad de que el compromiso sea permanente y definitivo también se desafía hoy, y se desafía dentro del cristianismo y del catolicismo.

Ante todo se puede indicar que ya San Ignacio previo que un hombre podría, con todo honor, decidir el dejar la Compañía después de los votos y embarcarse en una forma de vida diferente: la de los cartujos (5). En nuestro tiempo son posibles nuevas formas de vivir el cristianismo, tales como los institutos seculares y comunidades para canónicas, de las cuales, el jesuita puede simplemente no haber sabido, cuando hizo los votos en la Compañía. Ningún compromiso puede ser tan permanente y definitivo como para inhibir la libertad soberana de Dios, de confrontar al hombre con una posibilidad totalmente nueva, del todo inesperada.

Pero, por añadidura, se pone en tela de juicio la posibilidad misma del compromiso. Cómo puede conocer un hombre el estado en el que se verá transformado, digamos, de aquí a diez años, lo que habrá aprendido sobre el mundo y sobre sí mismo, que personas puede haber conocido, que circunstancias pueden haber alterado completamente su vida? A lo más, los compromisos pueden ser provisionales. De lo contrario, el hombre ligado al compromiso puede no ser, en absoluto, el hombre que originalmente lo hizo, o el mundo en el que hubiera de guardar el compromiso puede no ser, en absoluto, el mundo en que primero lo abrazo.

Si todo esto es así, entonces la noción ignaciana de compromiso se derrumba. Si Dios llama al hombre, no a este o aquel modo de vida, sino simplemente a la responsabilidad y ejercicio de la libertad, entonces no puede haber tal cosa como una "vocación" a la Compañía, una respuesta a una llamada particular de Dios. Y si el hombre, a medida que va por la vida, no puede estar ligado a promesas hechas en el pasado, particularmente promesas hechas en la inocencia e ignorancia con respecto al futuro y con la inexperiencia de la juventud, entonces tales compromisos definitivos como el de los votos perpetuos, no se pueden mantener.

II. ES NECESARIO PERDER LA VIDA

En el momento presente, para un número de jesuitas, su compromiso a la Compañía es un problema, una materia de confusión, duda, interrogantes, ansiedad. Ciertamente, la posibilidad, lo práctico, los presupuestos básicos y los términos de tal compromiso son cuestionados por todas partes.

Pero independientemente de estos desafíos, el individuo jesuita puede encontrarse cuestionado después de un número de años en la Compañía, si en primer lugar, él hizo jamás realmente, un compromiso. Y la respuesta a esta pregunta puede, en algunos casos, ser no.

El padre Arrupe afirma un hecho cabal, doloroso, cuando dice que "cuando se estudian las razones de por qué la gente deja la Compañía, uno encuentra con demasiada frecuencia, que nunca deberán haber sido admitidos" (6). Sobre tales casos, él comenta en otro contexto:

Son hechos que, si bien tenemos una obligación grave en caridad de prevenir con los medios que están a nuestro alcance, sin embargo, no parece humanamente posible el evitarlos completamente (7).

Mas adelante, en esta carta, después de haber discutido algunas razones de la crisis de vocación, continúa diciendo:

Con mayor frecuencia creo que puedo discernir, en no pocas incerti­dumbres y desalientos sobre la propia vocación, otra causa más pro­funda. Es simplemente que, por extraño que pueda parecer, no se ha hecho una verdadera elección de vida, una elección completamen­te consciente y responsable, capaz de comprometernos definitivamen­te (8).

Si un paso dado por un hombre en su vida ha de ser una "verdadera elección" debe ser un acto totalmente humano, un acto, por consiguiente, por el que el hombre es verdaderamente responsable, un acto que tiene su "raíz en el centro espiritual de la persona, en una visión profunda y en Iibertad" (9). Y el jesuita, después de algunos años en la Compañía, puede tener razones para dudar de si a la hora de su compromiso formal en la Compañía, al ha­cer los primeros votos, o en cualquier otro tiempo desde entonces, ha opta­do realmente por la Compañía con la visión profunda y libertad requeridas.

La sicología profunda nos ha hecho conscientes de que los hombres pueden actuar por motivos, de los cuales, real y conscientemente no se percatan, es decir, por coerción síquica. Y es posible que un hombre pueda haberse comprometido a la Compañía aparentemente, para otros y para sí mismo, porque, en respuesta a una genuina experiencia de fe, decidió libremente entregarse al servicio de Dios, pero básica, realmente, lo hizo por algún motivo completamente distinto.

Puede, por ejemplo, haber estado realmente envuelto en una huida de mu­jeres, en una huida de su propia sexualidad y de los correspondientes sen­timientos de culpabilidad. Puede, sin darse cuenta de ello, haber estado buscando seguridad con honor, lejos de las responsabilidades de la vida or­dinaria del adulto, para la cual no se sentía con fuerzas. Puede haber esta­do tratando de huir de los conflictos básicos, aparentemente insolubles, de la vida que está tratando de dejar atrás, buscando un medio de acabar con sus preocupaciones de una vez por todas, en cuyo caso, la vida religiosa representó simbólicamente un suicidio emocional. Ahora, en su vida de adulto, puede tener que reconocer, con gran dolor, "Esto es realmente por lo que vine a los jesuitas; esto es por lo que he permanecido".

O, el jesuita puede llegar a darse cuenta en su vida adulta que, al tiempo de hacer los primeros votos, simplemente no era suficientemente maduro para hacer de su vida un compromiso definitivo. En algún punto, a medida que pasaron los años, habiendo obtenido el grado requerido de madurez, puede haber hecho el compromiso o, puede tener que encarar el hecho de que ha estado a la deriva año tras año, sin haberse jamás dicho, finalmente, a sí mismo: "Si, opto por la Compañía, de por vida". Y puede ser que vagó a la deriva precisamente porque, en realidad, nunca creció lo suficiente en ciertas áreas esenciales de la vida que le capacitaran para hacer el compromiso definitivo, con "visión profunda y libertad".

Quizá vino a la Compañía lleno de generosidad, fascinado por el ideal de servir a Cristo y lleno de entusiasmo por realizar esto en la Compañía. Pero se requiere más que generosidad y entusiasmo. Por citar al padre Arrupe de nuevo:

El candidato que es admitido al Noviciado debería ser suficientemente maduro como para hacer con provecho los Ejercicios Espirituales completos y la elección responsable para toda su vida… Es importante, por consiguiente, el examinar cuidadosamente la madurez sicológica y espiritual del candidato. Muchos jóvenes generosos, con talento y experiencia, podrían parecer aptos para la Compañía sin un cuidadoso examen, pero hay evidencia de lo contrario. Muchos se entusiasman con nuestra enseñanza espiritual cuando la oyen en teoría, a menudo magníficamente propuesta, y se inflaman con la nobleza de nuestra misión hacia el mundo entero, pero todo esto puede ser un idealismo abstracto y quizá dejen de percibir las realidades básicas, que son más espléndidas pero difíciles. Con la impetuosidad propia de la juventud, pueden aceptar todo lo que dice el maestro de novicios, pero "no tienen raíces". Experiencias similares confirman la opinión común de que la madurez sicológica llega ahora más tarde que en generaciones anteriores (10).

El padre Arrupe habla aquí de los jóvenes de hoy. Pero su observación es válida para todos los jesuitas. Para un compromiso tal como el de la Compañía, es necesario un cierto grado de madurez espiritual y sicológica. Y es posible que el jesuita que ahora tiene treinta, cuarenta o cincuenta años, no tuviera, cuando se entregó a la Compañía, la madurez sicológica para hacer una verdadera elección. De hecho, puede llegar a ver que este compromiso le zanjó la posibilidad de llegar a ser un hombre realmente maduro.

El padre Rene Voillaume, superior religioso él mismo, ha observado:

La vida religiosa…puede ser abrazada solamente por una persona completamente adulta. Esa es la gran dificultad, quizá la mayor de todas. Porque lo que es renuncia saludable para un adulto puede ser frustración dañina para un adolescente. Hay ciertas cosas, como la necesidad de afecto, la seguridad de un hogar, ciertos placeres y, sobre todo, una necesidad confirmada de independencia, a las cuales una persona no puede renunciar demasiado pronto sin hacerse daño a sí misma (11).

Cristo nos llama a perder nuestras vidas por El. Pero esto presupone que el hombre tiene una vida que perder, que tiene el sentido suficiente de su propia valía y de su hombría, que percibe la ofrenda de sí mismo a Dios como algo de verdadero valor.

El padre Rene Voillaume habla de "una necesidad de independencia" y de "ciertos placeres" a los que no se puede renunciar prematuramente en el crecimiento sicológico del hombre sin que el individuo salga perjudicado. Para que un individuo concreto sea capaz, en absoluto, de experimentarse a sí mismo como hombre y de llamarse hombre a sí mismo, es necesario que se haya demostrado a sí mismo su habilidad de ir solo por el mundo por un tiempo, de obtener un trabajo y mantenerlo, ganarse su subsistencia, pagar sus facturas, tomar muchas decisiones en su independencia y aceptar sus consecuencias. Si tal hombre ha venido a la Compañía sin haber enfrentado con éxito esta clase de independencia, la clase de independencia a la que el religioso es ordinariamente llamado a renunciar, puede aun siendo de edad madura, estar todavía inseguro de sí mismo y no aceptarse a sí como hombre maduro, aun atrapado en una especie de rebeldía infantil que hace imposible la verdadera obediencia, aun incapaz de comprometerse a nada por razón de un problema irresuelto sobre sí mismo, que le deja sin verdadera paz interior y resentido de que, de alguna manera, le han timado su hombría.

Por poner otro ejemplo, sobre el problema un jesuita puede, también, experimentar desasosiego y duda, lo que hace imposible un compromiso firme como el de la Compañía, si no ha experimentado ciertas formas de amor humano. Por ejemplo, uno no necesita abonarse a la teoría de que en el curso de la vida adulta "el amor, de una naturaleza exclusiva y manifestado externamente, de una mujer, es necesario para el desarrollo de la personalidad", para aceptar el hecho de que, al menos el hombre individual, en orden a experimentarse a sí mismo como hombre, debe, en su juventud o en algún otro punto del proceso, haberse visto a sí mismo como hombre a través de los ojos de una muchacha o de una mujer que le haya amado. Si esto no ha sucedido, puede que el hombre en cuestión nunca se haya sentido suficientemente seguro en su hombría para haber sido capaz de ofrecerla, con "visión profunda y libertad", por el servicio de Cristo y de su Reino.

Todo esto no es decir que tales experiencias sean universalmente necesarias; que un hombre, aunque jóven, no pueda haber hecho una "verdadera elección" comprometiéndose a la Compañía, sin haber tenido tales experiencias. Pero en el caso de algunos, tales experiencias habrán sido esenciales a su madurez sicológica y la ausencia de ellas en su vida puede haber hecho imposible un compromiso firme y sereno en la Compañía.

Una advertencia, también es útil aquí. En todo este campo tratado hasta ahora se da también el peligro de la propia decepción. O sea, algún jesuita puede decir, "Yo no sabía lo que estaba haciendo", cuando la verdad del caso es que se ha ido simplemente cansado de su vida de votos en la Compañía. Está buscando una racionalización que justifique el abandono de su compromiso de jesuita.

III. POR CRISTO Y EL EVANGELIO

En vista de los retos formidables dirigidos contra el compromiso religioso y de los problemas que han surgido con respecto a él, el punto central parecería encontrarse en esta pregunta: es posible hoy, en este tiempo, el tipo de compromiso de la Compañía, que San Ignacio y los primeros jesuitas pretendieron y que ha sido vivido tradicionalmente en la Compañía? Y es justificable en absoluto?

Para responder a esta pregunta puede ayudar el mirar a la concepción ignaciana del compromiso jesuita tal como se les presenta y es visto por los jóvenes que entran a la Compañía en el momento presente. Al hacer esto, el autor se valdrá de la experiencia adquirida en años anteriores con cierto número de jesuitas jóvenes, como director espiritual y maestro de novicios.

El joven que ha entrado a la Compañía en años recientes, encara los mismos problemas discutidos mas arriba en este ensayo; de hecho, los trae consigo cuando entra. Producto, como él es, de una cultura secular post-cristiana, ha estado expuesto a los desafíos dirigidos a la fe cristiana y concernientes a la importancia del cristianismo en nuestros días. Su actitud hacia la Iglesia, hacia su papel en el mundo, hacia los problemas de libertad, autoridad y discusión dentro de la Iglesia, no es, en absoluto, incuestionable. Puede ser muy crítico de la Compañía como el la ve, de lo que él llama su actitud hipócrita hacia la pobreza, de sus ministerios o de la forma de llevarlos a cabo, del estado actual de la formación del jesuita, de la vida comunitaria jesuita tal como él la ha observado, ya desde dentro o desde fuera. Es bien consciente de la agitación en la Iglesia sobre el asunto del celibato sacerdotal. Quizá ha conocido jesuitas que han dejado la Compañía y se han casado, y ha oído que el celibato ha sido declarado sicológicamente insano. Tiende a ser muy cauto en comprometerse con nada de una manera permanente en esta época inestable. Se pregunta sobre sus motivos, cuestiona su madurez. Teme llegar a ser como otros jesuitas, quienes a veces le parecen ser desdichados, desasosegados, inoperantes, amargados.

Entonces, por qué viene? por qué hace los votos? qué entiende del compromiso que hace?

Al tratar estas preguntas, el autor no pretende hablar por todos los jesuitas jóvenes; no se usará el "ellos" vagamente comprensivo. Tampoco es un ser compuesto, construido aquí por diferentes jesuitas jóvenes, con quienes ha trabajado el autor. Más bien, lo que se dice aquí hay que entenderlo a partir, simplemente de su experiencia con un buen número de jesuitas jóvenes, con quienes ha tratado en los últimos años.

A. La experiencia de fe

En un momento dado antes de hacer los votos, el joven en cuestión se dice: Yo elijo libremente vivir el resto de mi vida por Dios como miembro de la Compañía de Jesús, porque mis experiencias interiores más profundas de Dios y de mí mismo me convencen de que el dar este paso concreto, éste y no otro, es para mí hacer la entrega completa de mí mismo a Jesucristo, su persona, su palabra, su servicio ya que el parece estar invitándome a darlo y yo quiero hacerlo.

El "momento" de "buena elección" que Ignacio de Loyola descubrió y legó a la espiritualidad cristiana es el de la elección hecha en el transcurso de los Ejercicios Espirituales. Y es significativo el que Ignacio diera a estos Ejercicios primacía entre los diferentes experimentos a que habían de someterse los novicios jesuitas. Es así, típicamente al hacer los Ejercicios, como el jóven tendrá la experiencia de fe que le conducirá y resultará en su opción libre de entregar su vida a Dios a través de su afiliación a la Compañía de Jesús (11*).

Al hacer los Ejercicios Espirituales, una experiencia sobre todo, parece apoderarse del jóven; una pavorosa, a menudo abrumadora comprensión del amor de Dios hacia él. Parece estar movido profundísimamente, y no puramente en el sentido emocional de esa palabra, por un "conocimiento íntimo" de "cuanto ha hecho Dios Nuestro Señor por mí y cuánto me ha dado de lo que tiene y consequenter el mismo Señor desea dárseme en quanto puede (12). Pero el amor de Dios por él, que experimenta el jóven que hace los Ejercicios hoy, es un "amor que Él nos mostró enviándonos a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn. 4:10) . Porque el punto de partida de los Ejercicios propiamente tales es "la consideración y contemplación del pecado". Durante la primera semana, el ¡oven ruega a Dios que le conceda los dones de "contrición, dolor y lágrimas por sus pecados" (13) el don de "un profundo conocimiento de mis pecados", de "un conocimiento del desorden de mis operaciones" (14). Encara el hecho del pecado en su vida, de la posibilidad de la separación eterna de Dios. Se experimenta íntimamente a sí mismo en necesidad de redención, redimido, de hecho, por el amor misericordioso de Dios. En consecuencia, lejos de sucumbir a la desesperación a causa de su pecado, se encuentra "acabando con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor, porque me ha dado vida hasta agora" (15).

Este jóven que hace hoy los Ejercicios, encuentra la enseñanza cristiana de que el amor fiel y misericordioso de Dios por el hombre, o como San Ignacio frecuentemente lo expresa, "por mí"(16), se ha manifestado a los hombres, definitivamente, en la persona de Jesucristo.

Cristo domina los Ejercicios Espirituales. Contemplando los misterios de la Encarnación de Cristo, su vida en la tierra, su pasión y muerte, su resurrección, reflexionando siempre sobre uno mismo y sobre su propia situación, es como, de acuerdo a Ignacio, el hombre que hace los Ejercicios, llegará al momento en que, abierto a la influencia de la gracia de Dios, puede hacer una "buena elección" con respecto a la disposición de su vida.

El Cristo de los Ejercicios es el "Rey Eterno y delante de Él todo el universo mundo" (17). Para Ignacio, Cristo resucitado es una realidad viva; de hecho, es la realidad suprema que confronta a los hombres. Y es en el seguimiento de Cristo como la raza humana salvará su vida, y como el hombre individual salvará la suya. Esencial para un verdadero entendimiento de la realidad de Cristo es, según Ignacio, un "conocimiento íntimo" del sufrimiento de Cristo, de la pobreza y humillación que sobrellevó durante su vida y durante su misión de amor redentor que llevó a cabo en este mundo. El Cristo a quien debe contemplar el jóven que hace los Ejercicios es el Rey Eterno que "nació en suma pobreza…ya cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en Cruz y todo esto por mí" (18).

En el transcurso de la segunda, tercera y cuarta semanas de los Ejercicios el joven llega a aceptar o, para ser más directo al tratar de describir lo que parece que sucede verdaderamente, a experimentar la realidad viva de Cristo, el interés y amor personal del Señor resucitado por él individualmente, y por todos los hombres, por los cuales Cristo sufrió y murió voluntariamente. El jóven crece en un deseo sincero de una relación con Cristo, que será la relación personal más profunda, mas íntima en su vida. La humanidad de Cristo le impresiona profundamente. Llega a sentir que en Cristo tiene alguien que le entiende, alguien con quien se puede "relacionar".

Pero también experimenta que Cristo le interpela. Porque el Cristo a quien este joven pide llegar a conocer íntimamente y amar, llama a aquellos que se le acercan a que se unan a Él en su empresa perenne de salvación. El jóven considera "cómo el Señor de todo el mundo escoge tantas personas, apóstoles, discípulos, etc. y los envía por todo el mundo esparciendo su sagrada doctrina por todos estados o condiciones" (19).

Pero esta llamada es mucho más que una convocación al apostolado. Ciertamente es eso; y el jóven que viene hoy a la Compañía está ansioso por empezar. Esta impresionado por la urgencia de la situación del mundo y siente que tiene algo que dar. Pero llega a ver que la llamada es, más profunda y radicalmente, una llamada a la renuncia de su "propio amor y de su propio querer e interés" (20), y de la propia "sensualidad y del amor carnal y mundano" (21) y mas aún, a la completa sumisión de la propia persona a Cristo. Y con esta noción, el lucha. Porque eso va totalmente en control de la actitud de la cultura de la que él viene, y posiblemente a la par con el tipo de catolicismo que él ha traído consigo. Es conducido a "querer", "desear", "suplicar" (22) la gracia de hacer esta sumisión de sí mismo a Cristo, de "dejar atrás el propio yo", de "tomar su cruz y seguir" a Cristo.

Puede sorprender el que los novicios estén hoy día haciendo los Ejercicios Espirituales en bases individuales, tal como San Ignacio los propuso, o sea, no en grupo, sino cada ejercitante haciéndolos bajo la dirección dada individualmente por un director. Lo que puede ser aún más sorprendente es que el jóven de hoy, el jóven jesuita que aquí consideramos, todavía aceptará los Ejercicios, y no solamente los acepta, pero de hecho va a ellos y permanece en ellos con fidelidad, energía, verdadera generosidad, un creciente sentido de importancia y significado para él y un sentido profundo de hallazgo. En verdad, experimenta, no existe otra palabra para ello, no simplemente el amor fiel y misericordioso de Dios por el individualmente. Experimenta un creciente deseo, procedente de su apertura a Cristo, de someter toda su persona a la persona de Cristo, a su palabra y a su servicio. Su experiencia de fe tiende a ser la misma que Ignacio y sus compañeros cofundadores de la Compañía desearon como base en que se fundara el compromiso definitivo a la Compañía.

B. La Compañía

El desafío se le presenta a este jóven: "Si tú realmente quieres afectar y señalar en todo servicio de su Rey Eterno" (23), por qué, tan siquiera, piensas ajustarte a la Compañía de Jesús, con toda su turbulencia, incertidumbre, su seguridad amenazada, mediocridad, muchos que saliendo, pocos entrando y todo lo demás? Su respuesta es: "Aquí es donde yo creo que pertenezco, aquí donde, quizá, yo debo servir a Cristo".

Si se le pregunta qué quiere decir con "aquí", tenderá a expresar su entendimiento de la primitiva visión de la Compañía que tuvieron Ignacio y los primeros padres. A través de la lectura de las vidas, obras y palabras de los primeros jesuitas, y otros jesuitas a lo largo de la historia de la Compañía, se ha puesto en contacto con un ideal que él encuentra encarnado en esta máxima: " siempre mayor servicio de Cristo en su Iglesia, en unión con otros compañeros, yendo a cualquier parte del mundo para ayudar a quienes necesitan de Cristo"(24).

En el estudio de las Constituciones él encuentra esta visión institucionalizada y formulada. Ve que la Compañía es una orden religiosa de clérigos, aunque algunos de sus miembros, incluyendo hombres eminentes que él ha conocido, no son clérigos; que, cualquiera que sea la expansión de la Compañía en el mundo y su división administrativa en provincias, es un solo cuerpo con una sola cabeza; que el jesuita es llamado a colaborar en el servicio de Cristo en su Iglesia de acuerdo a la misión que recibe a través de la obediencia; que es la Compañía, a través de sus superiores, quien determinará finalmente la formación que él ha de recibir así como sus actividades apostólicas una vez completada la formación; que el jesuita no ha de tener posesión alguna que pueda llamar propia, incluso dinero; que el jesuita es llamado a un ideal de castidad célibe que se pone muy alto y concisamente: "lo que toca al voto de castidad no pide interpretación, contando cuan perfectamente deba guardarse" (25).

Este jóven que está considerando el comprometerse a la Compañía y que ha considerado esta visión primitiva, puede aún tener preguntas, y problemas referentes a la obediencia en la Iglesia y en la Compañía. Sin embargo, dice: "Yo puedo concebir a un hombre aceptando esto. Yo puedo concebir a alguien, en este tiempo, alguien de mi generación a quien yo podría respetar, deseoso de vivir su vida de acuerdo a esta visión".

El padre Arrupe, dirigiéndose a un grupo de maestros de novicios, dijo recientemente: " Creo que para formar a nuestros novicios debemos darles una idea muy clara de la vocación, es decir, de la Compañía como ideal; pero también debemos dar una, idea clara de la Compañía hoy, de la Compañía real, para que jamás puedan decir que han sido engañados…Explicar la Compañía ideal, pero también las limitaciones con que tendrán que vivir" (26).

Si al jóven en cuestión se le ha preguntado, hacia el final de su noviciado, si piensa que tiene una "idea clara de la Compañía de hoy, de la Compaña real ", probablemente responderá que su idea no es tan clara como sería si hubiera vivido dentro de la Compañía durante unos años. Pero habrá pasado, probablemente, algún tiempo, como novicio, viviendo o trabajando en una o más comunidades jesuitas. Habrá observado la escena con ojos avizores y se habrá formado impresiones de los jesuitas allí, de su vida, de su trabajo. Como novicio, habrá tenido, probablemente la oportunidad de llegar a profundamente en los esfuerzos por la renovación de la Compañía y de la provincia y se habrá formado su propia conclusión sobre la profundidad y sinceridad de estos esfuerzos.

El joven jesuita en cuestión concluye que en la Compañía de hoy, con sus limitaciones, sus problemas y todo, se puede reconocer la misma que la comenzada por Ignacio. Lo que ella es hoy, no está irreparablemente alejado de lo que el joven piensa que debería hacer. Piensa que valdría la pena entregarse a lo que ella es hoy, siempre que no cesa en una lucha sincera por ser lo que debería ser. Y él puede imaginarse a sí mismo como parte del esfuerzo por conseguir eso. De modo que la Compañía, tal como él la encuentra, le parece ser un medio auténtico de entregar a Cristo la propia vida.

C. El compromiso

Sin embargo, el comprometerse a la Compañía de Jesús, como muy bien sabe el ¡oven de hoy, no es, en absoluto, la única manera de entregarse a Dios en esta vida. De forma que, si el hombre de quien estamos hablando ha tenido una experiencia de fe genuina, y como resultado de ella está, según Dag Hammarsk¡old, lo expresa en uno de sus poemas

Preparado en cualquier momento para reunirlo todo. En un simple sacrificio… (27)

Y si el hombre ha conocido a la Compañía, la ha examinado, ha encontrado en ella un medio auténtico de servir hoy a Cristo y ha considerado seriamente el sumarse a ella, tarde o temprano debe hacer una "elección" al respecto, una "decisión positiva que pide la acción" (28), una decisión hecha con libertad interior, libertad de toda "afección desordenada" y de toda ilusión, una opción que el hombre entiende que es una respuesta a una llamada de Dios.

Los Ejercicios hablan de tres "tiempos" para hacer elección. En la edición francesa más reciente del texto se hace la siguiente observación: Cada "tiempo" corresponde a una experiencia espiritual determinada…Los tres tiempos se presentan en un orden decreciente de perfección, pero pueden confirmarse el uno por el otro. Su unidad proviene del hecho de que siempre se llega a la certeza por la acción, más o menos inmediata, del Espíritu Santo en el alma (29). Y de hecho, los tres tiempos para hacer elección se influencian mutuamente y, al final, todos entran en juego, en cierto "buscar y hallar la voluntad de Dios en la disposición de su vida"(30).

Ciertamente, se requiere la prudencia del "tercer tiempo" iluminada por la fe. El jóven que pensara entregarse personalmente a la Compañía debe tener un conocimiento adecuado de la Compañía. Y debe tener un conocimiento adecuado de sí mismo, de quién es él, de sus dones, limitaciones, temperamento, de forma que pueda juzgar si parece "más la razón se inclina"(31) que se entregue a esta comunidad del hombre en vista de su fin, "aquello que sintiere ser más en gloria y alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi ánima" (32).

Llegar, sin embargo, a una decisión como la de unirse a la Compañía de Jesús, no es, simplemente, un asunto de sopesar tranquilamente los pros y los contras. Es la vida de un hombre la que está en juego. Y los hombres no toman decisiones que afectan sus propios destinos, basándose en juicios prudentes e imparciales. Todo el hombre, y no solamente su poder de raciocinio, se pone necesariamente en juego cuando la pregunta es: Que haré de mi vida?

A medida que pondera las implicaciones, el jóven que está considerando el unirse a la Compañía, experimentará, al nivel más profundo de su afectividad, diferentes "movimientos". En su lucha por llegar a una decisión experimentará momentos de "paz interior, alegría espiritual, esperanza, fe, amor, lágrimas, elevación de la mente" (33).

Y habrá momentos de "conflicto en lugar de paz, tristeza en lugar de alegría espiritual, esperanza en las cosas terrenas en lugar de esperanza en las cosas más altas, amor terreno en lugar de espiritual, sequedad en lugar de lágrimas… su mente vagando, apoyándose en las cosas caducas en lugar de elevarse sobre ellas" (34).

La decisión de unirse a la Compañía irá tomando forma gradualmente, a medida que el jóven empieza a ver que, para él, la auténtica "paz en Dios Nuestro Señor" (35) significa comprometerse con la Compañía; que solamente entonces puede volverse a Cristo y decir, con simplicidad y verdad, "Señor, tú sabes que te amo", o quizá más honestamente, "Señor tu sabes que quiero amarte". Esta paz interior es auténtica si el llegar a ella ha supuesto una verdadera abnegación de uno mismo, de todas las ambiciones, miedos, deseos afecciones que podrían impedir al hombre el ponerse simple mente a la disposición de Dios. Y la sumisión que ha conducido a la paz pude haber sido extremadamente doloroso a medida que el joven ha visto más y más claro que "Para mí, amar realmente a Cristo, seguirle, servirle, es entrar a la Compañía de Jesús, si la Compañía me acepta".

Porque, al entregarse a la Compañía, uno debería, finalmente, ser capaz de poner de lado toda vacilación, duda, incertidumbre en la materia, y ésta es la atmósfera del "primer tiempo" para hacer Elección. Últimamente deberá haber claridad de que "esto es lo que Dios quiere que yo haga". San Ignacio, al describir en los Ejercicios una manera de "hacer elección de un modo de vida en el tercer tiempo" de elección, concluye diciendo:

Hecha la tal elección, debe ir la persona que tal ha hecho con mucha diligencia la oración delante de Dios Nuestro Señor, y ofrecerle la tal elección, para que la Divina Majestad la quiera recibir siendo su mayor servicio y alabanza (36).

En este confirmar la decisión del hombre, Dios le concede alegría y paz interior en la elección que ha hecho, una alegría y paz de resurrección que son fruto de una rendición verdadera y doloroso de sí mismo, una paz que el mundo no puede dar, una alegría que nadie le puede arrebatar.

Tal elección tiene que hacerse y confirmarse, necesariamente, antes de que el joven se comprometa formal y definitivamente a la Compañía, al hacer los votos. Los votos son perpetuos, de por vida. Lo definitivo de ellos, sin embargo, no es simplemente cuantitativo, medido por los años de vida de un hombre. Más profundamente, el aspecto definitivo de los votos es una cuestión de identidad.

En estos últimos años, un novicio en probación escribía lo siguiente a su maestro de novicios: (Había estado luchando por algún tiempo con el problema de si deberá hacer los votos en la Compañía, un problema agravado por la falta de confianza en sí mismo, cosa que la probación estaba despejando en gran parte).

Así, empecé a sentirme suficientemente fuerte para caminar, pero algo faltaba, y me di cuenta en cuanto llegó. Era a estas alturas la Fiesta de..., después que había decidido... y fui a una misa más tarde, cuando llegó ese momento de comprensión de mí mismo. Yo quería ser jesuita, era yo. Fue un momento de verdadera visión interior y gracia verdadera. Y lo he sabido desde entonces. Y así, todas las causas de confusión son como obstáculos en un camino, se a dónde voy, así que tienes que caminar por encima de ellos.

Al hacer los votos, el joven deberá ser capaz de decir: "Este soy yo mismo. Ser autentico conmigo mismo, llegar a ser lo que yo soy, amar realmente, responder cuando Dios me llama por mi nombre, todo esto es comprometerme a la Compañía de Jesús, no porque sea la única manera, ni siquiera la más noble, necesariamente, de servirle, sino porque es lo que el me pide cuando dice, "Me amas"? Uno debería ser capaz de aplicar al hecho de hacer los votos lo que dice Tomas Moro en la obra "A Man for All Seasons", sobre el hacer un juramento: "Cuando un hombre hace un juramento, tiene su propio yo en sus manos. Como agua. Y si entonces entreabre sus dedos que no espere encontrarse así mismo otra vez" (37).

Al decidir hacer los votos en la Compañía, el joven no se envuelve, porque sí, en una especie de búsqueda masoquista de sufrimiento. Tiene el deseo normal del hombre, de ser feliz. Su experiencia de la Compañía de hoy es que ella ofrece verdaderas oportunidades al hombre que quiere hacer un buen trabajo, importante, retador. Ha observado un número importante de jesuitas que parecen felices, que parecen recibir y ofrecer amor, ayuda, alegría dentro de la comunidad jesuita, que parecen sentir que el ser jesuita es lo mejor que podrían haberles sucedido.

Pero también cae en la cuenta de que el camino que emprende no será fácil. Puede ver que al cabo de diez años, sucederán muchas cosas. Existe la verdadera posibilidad de que pueda enamorarse, de que pueda llegar a conocer a una mujer con quien se vea a sí mismo llevando una vida abundante y hermosa. El futuro de la Iglesia y de la Compañía parecen muy inciertos. Alguien, quizá un jesuita, puede decirle que uniéndose a la Compañía, él será como "rata en barco que se hunde". Cada semana parece traer noticias de otro que sale, alguien a quien él ha conocido, de quien ha oído hablar, cuyo libro ha leído, cuya obra ha admirado. Sabe que él podría traicionar su compromiso, substituir el amor de Cristo por su propio egoísmo como fuerza motivadora en su vida, dejar la oración, perder la fe.

Oye decir que un hombre, al dar tal paso definitivo como el que él está dando, deberá poseer la madurez requerida. Él es consciente de su propia inexperiencia, del crecimiento que aún tiene por desarrollar. Somete sus propios motivos a ciertas interrogantes ansiosas.

Pero, sin embargo, desea hacer el compromiso. Desea hacerlos; y, si puede confiar en sus experiencias más profundas, Dios le llama. Por último, se da cuenta de que debe confiar en su convicción de que hay un Dios que le ama, que se interesa en lo que le sucede, que es fiel, que dará al individuo la luz y fortaleza para hacer lo que le pide. Otro novicio, escribiendo a un jesuita, decía:

He estado muy preocupado últimamente sobre si yo, en realidad, puedo hacer o no un compromiso permanente a Jesucristo en la Compañía de Jesús. Con tantos saliendo, cómo puedo tener la arrogancia de pensar que sería capaz de permanecer? Bien; puedo esperar hasta mi lecho de muerte para hacer los votos, o puedo dar el salto de fe y pedir que Dios me de cada día la valentía para conservar mi vocación. Nunca caigo en la cuenta de la fe tan débil que tengo, como cuando enfrento la posibilidad de los votos. Ojalá que, cuando llegue el tiempo, la Compañía me acepte en toda mi debilidad y me eche una mano para unirme a todos ustedes, débiles también.

A pesar de todo el trastorno en el mundo contemporáneo, en la Iglesia, en la Compañía, los jóvenes de quienes he estado hablando este ensayo con conscientes de todos los desafíos a lo que están haciendo. Son muy pocos en número, comparado a los años de abundancia; quizá les guste el cabello largo, la música a todo volumen y las horas trasnochadas; quizá tengan poco respeto aparente por venerables tradiciones, insistan en ser tratados como personas y ser escuchados, simpaticen por la contra-cultura que ha surgido con su propia generación y todo lo que va con ella, a pesar de todo esto, es un hecho que estos jóvenes están haciendo los votos. Su motivo básico parece ser, un deseo de servir a Dios y a su prójimo, un amor que procede de una experiencia profunda del amor fiel, misericordioso de Dios por ellos, individualmente, y por todos los hombres, un deseo de servirá Dios en la Compañía por razón de su convicción sincera de que es allí donde Dios les llama. Quienes tratan con ellos, únicamente pueden concluir, como espectadores de sus experiencias, luchas y decisiones, que todo esto no puede describirse simplemente como fervor de noviciado, ingenuidad juvenil, impetuosidad inmadura, motivación nebulosa. Más aún, solo pueden llegar a la conclusión de que tales jóvenes han sido movidos por Dios; y que si existe algo como auténtica experiencia religiosa y sus signos, el compromiso que estos jóvenes hacen es justificable.

IV. Perdiendo la propia vida

Lo que se ha dicho aquí no pretende que sea un pedestal para los jesuitas jóvenes. El punto importante de las observaciones previas es, éste: en la descripción anterior de la experiencia de fe, del entendimiento de la Compañía y del compromiso con la Compañía que lleva a los jóvenes de hoy a hacer votos en la Compañía, muchos jesuitas con votos reconocerán los motivos, la comprensión de la Compañía y del compromiso jesuita con los que ellos mismos hicieron los votos.

Otros, sin embargo, que se preguntan seriamente si deben permanecer en la Compañía, concluirían que ellos no están ligados por los votos que hicieron hace algunos años, cuando eran jóvenes, inexpertos, no probados, inconscientes de otras posibilidades, no tocados aún personalmente por los problemas profundos porque, en primer lugar, nunca hubo un verdadero compromiso, o porque los desarrollos subsiguientes han alterado substancialmente los presupuestos bajo los cuales entraron a la Compañía.

Algún jesuita quizá tenga que encarar el hecho de que sus razones de venir y permanecer en la Compañía eran erróneas, que permanecer sería vivir una mentira, una cobardía, o sería, no tanto el perder su vida por Cristo y el Evangelio, cuanto cometer una especie de suicidio.

O puede tener una convicción Creciente de que Dios le llama a otra parte y que no seguir este llamado sería volver la espalda a la voluntad de Dios para él. En el estado actual del mundo y de la Iglesia son posibles nuevas formas de vivir la vida cristiana total y profundamente, de las cuales puede que alguno no supiera cuando hizo los votos en la Compañía. Puede parecerle que toda su vida hasta este momento ha sido, sin darse cuenta de ello, una preparación para un decisivo salir de la Compañía hacia esta nueva forma de vida a la que se siente llamado.

El padre Arrupe reconoce esta situación cuando escribe:

Si alguno cree, delante de Dios, que ha descubierto en sí mismo una vocación nueva y que el modo de vida de un instituto secular puede ayudarle a descubrir mejor a Dios, debería considerar la cuestión responsable y sinceramente, buscando el consejo de aquellos que le conocen bien y conocen la Compañía, y alcanzar así su decisión" (38).

Pero hay que hacer serias consideraciones en esta materia.

Primeramente, cualquier "vocación nueva" que indujera a uno a salir de la Compañía, será una llamada, no simplemente a otra forma valida de vida cristiana, sino a lo que es para este hombre una renuncia progresiva de sí mismo, a lo que es para este individuo un conformarse más de cerca a su Señor crucificado.

En segundo lugar, la palabra "paz" está muy en boga estos días en nuestro vocabulario de discernimiento. Característicamente, uno que sale de la Compañía escribirá o dirá: "He encontrado una gran paz en esta decisión". Pero no todo tipo de "paz" es la paz que Cristo deseó a sus discípulos. La sensación de alivio y libertad que uno experimenta cuando se ha sacudido una carga pesada de compromiso y responsabilidad, el sentido de realización que uno experimenta al alcanzar la posesión del algo muy deseado no es necesariamente la paz de Cristo, aun cuando, por un tiempo, pueda aparecer muy eficazmente como tal.

Después está el asunto fundamental de la fe. Fe dolorosa, fe en prueba es una cosa. La muerte de la fe es otra. Puede ser, simplemente, que creencia en la existencia de Dios, en una vida más allá de este mundo, en la realidad de un Cristo resucitado, no dé ya ningún significado a la vida de un jesuita ni motive sus acciones. Ya no puede decir, "Creo en una sola Iglesia, Santa, Católica, Apostólica". Cuando esto es así, la razón central de vivir en la Compañía de Jesús ha desaparecido. Entre "las causas más obvias" que el padre Arrupe enumera para las salidas de la Compañía está "la crisis individual de fe, que es, o el resultado, o la causa del abandono de los deberes espirituales, oración, frecuencia de los sacramentos...".

Pero puede haber jesuitas que saben que no se entregaron a la Compañía por razones erróneas, que no sienten una llamada de Dios hacia una vocación nueva, cuya fe no está muerta. No obstante, experimentan una crisis en su vocación.

Un jesuita pueda darse cuenta que, por un período de tiempo, quizá bastante largo, anterior al momento de cuestionarse, ha abandonado gradualmente la oración; que ha sido culpable en lo que él sabe es un compromiso en su vida del voto de castidad o de pobreza; que ha llegado a confiar en si mismo hasta el extremo de haber opuesto una verdadera resistencia a la palabra y a la gracia de Cristo, particularmente, en cuanto mediatizada para el a través de una vida de obediencia a sus superiores.

Quizá ha tenido éxito al justificarse a sí mismo su vida, con alguna de las actitudes que ha encontrado "en el aire" a su alrededor. La noción tradicional del celibato es inhumana, destructora de la personalidad. La Iglesia y la Compañía deben someterse a las realidades de la vida contemporánea. Todo este asunto de perder la propia vida, de renunciarse a sí mismo, de tomar la cruz, es enfermizo, un acercamiento a la vida espiritual que pertenece al pasado. Un modo substancialmente nuevo de vivir la vida cristiana está tomando forma. Los tiempos están cambiando y está amaneciendo una edad en que el cristianismo debe apuntar mucho más a lo humano, a la sed del hombre por la libertad y la realización.

Y sin embargo, cuando considera el salir de la Compañía, quizá experimente dentro de sí una nostalgia por los días en que se sintió seguro de su compromiso. Quizá experimente un "deseo de desear" el sentido de vocación que una vez sintió. Aquí en el momento de la verdad, quizá vea que, si tiene que pensar seriamente en permanecer en la Compañía, debe de alguna manera volver a Dios, a la oración, debe encontrar ayuda en alguna parte, debe dar algún paso decisivo que entrañará una renuncia radical. Y este camino de regreso puede parecer muy largo y por encima de sus fuerzas. Aquí hay verdaderamente una noche oscura.

Quizás, otro jesuita, experimentando una profunda crisis con respecto a su compromiso jesuita, puede ser consciente de que no ha habido ninguna infidelidad substancial de su parte a su compromiso y no obstante puede estar hondamente tentado de alejarse de él. Su fe quizá haya sido profundamente sacudida en los últimos años. Ahora, cuando vuelve a la oración, tal vez sólo encuentre un vacío, una pared desnuda, el silencio y la ausencia de Dios. Su trabajo quizá haya cesado de darle un verdadero sentido de satisfacción o logro, un sentido de estar haciendo algo que vale la pena. Puede parecer que la vida se le escurre de las manos y que el mundo se desliza por su lado a medida que él camina a paso cansino, durante días y meses, haciendo las mismas cosas rutinarias. Quizá esta desilusionado con la Iglesia y la Compañía, oprimido por el miedo de que se están derrumbando.

Quizá se ve a sí mismo solo y ansiando amor humano, ansiando una especie de intimidad y seguridad que nunca le ha dado la vida en una comunidad de varones. De hecho, y sin haber salido a buscarlo en absoluto, sino simplemente en el curso de su trabajo, puede haber conocido a una mujer de quien se ha enamorado. Ha luchado contra ese amor. Se da cuenta de que "ese amor sexual tiene el poder de arrojar a seres humanos a situaciones que pueden destruirlos no solamente a ellos mismos, sino a mucha otra gente a la vez" (39).Y sin embargo, el amor puede parecerle que es no simplemente sexual, sino una de las experiencias más profundas y puras de su vida. Y puede haber alcanzado el punto en que deba elegir entre este amor o la Compañía.

En este momento de la vida de este jesuita, el permanecer en la Compañía quizá aparezca solamente como sufrimiento, vacío, inseguridad frente al futuro indefinido, sin poder ser capaz de ver una salida. También esto es, verdaderamente, una noche obscura.

Cualquiera de estos dos jesuitas, tanto el que ha conservado la fe con su compromiso como el que no, al tratar de encarar la crisis, puede que se vea sin casi ninguna ayuda humana en que apoyarse. Habiéndose vuelto a toda ayuda humana disponible, puede que encuentre, quizá por primera vez en su experiencia, que solamente tiene a Dios hacia quien volverse, si es que es capaz de hacer esto.

La tercera semana de los Ejercicios Espirituales, la semana "que trata de la pasión de Cristo Nuestro Señor" (40) sigue inmediatamente al tratado de Ignacio sobre la Elección. Los Evangelios nos dicen que cuando Cristo, en su noche obscura, entró en el huerto "vinieron sobre El miedo y tedio" (Mc. 14;34); que habló a sus compañeros de como su corazón estaba a punto de quebrarse de dolor, de que no podría soportar la compañía de aquellos hombres de quienes había sido más íntimo; que pidió que si fuese la voluntad del Padre, le retiraran la copa; que con espíritu angustiado oró más arduamente; que su sudor llegó a ser como gotas de sangre que caían al suelo.

El autor de la carta a los Hebreos nos dice que en Cristo "tenemos uno que fue probado en todo igual que nosotros" (Heb. 4:15). Ciertamente, un elemento en la agonía de Cristo fue su caer en la cuenta la inmanencia del sufrimiento físico y de la muerte. Y tenía el dolor del rechazo de su pueblo, de la debilidad del amor y de la fidelidad de sus amigos más íntimos.

Pero las tentaciones del justo van más alía. Esta la angustia de la duda que experimenta sobre la dirección que ha tomado en su vida, cuando le lleva al momento del fracaso y del rechazo. Está el impulso de volverse atrás, cuando aún hay tiempo, de regresar a la vida anónima de Nazaret, de empezar la vida de nuevo.

Está el miedo del justo de que, al tomar el camino que tomo, ha estado engañándose a sí mismo respecto a la voluntad de Dios hacia él. Y esta la tentación de desesperar, de abandonar toda esperanza de significado o resultado de su propia vida y misión, o de la vida misma, la tentación de adoptar una postura cínica ante la vida y tomar lo que se pueda obtener mientras aún haya luz.

Si Jesucristo fue "tentado en todo igual que nosotros" (Heb.4:15), entonces, aunque no hubo jamás en El manchas de pecado o concupiscencia que se mezclase con las tentaciones que padeció, parecería que las tentaciones supremas que asaltaron al justo en los momentos críticos de su vida, asaltaron a Cristo en aquella noche obscura de la suya.

Pero había habido otros momentos decisivos en aquella vida: El día que junto al río Jordán, la Voz le había llamado "Mi Hijo muy amado"; la misión a que Él se había comprometido; el momento en el monte de la transfiguración, el momento de consolación, cuando con gran claridad había comprendido el "éxodo" que debía realizar en Jerusalén, el cual le capacitó de decisión y valentía para "volver resueltamente la mirada" hacia aquella ciudad y poder conservar la fe en su compromiso.

El seguidor de Cristo, y por consiguiente el jesuita, debe esperar seguir el camino que Cristo siguió, no simplemente a imitación de un compromiso que Cristo hizo hace dos mil años, sino llevando a cabo hoy el compromiso mismo que Cristo hizo al Padre y a los hombres. Este compromiso es creado por el Espíritu en el seguidor de Cristo, y ya no es simplemente el cristiano el que vive, sino Cristo quien vive y realiza su compromiso en el cristiano. Urs von Balthasar ha escrito, "Dios, en su plan de salvación, hace uso de una fe imperceptible, una rendición sin perspectivas y una esperanza ciega, que solamente parece asir el vacío" (41). Y de esta forma, el jesuita puede esperar la noche oscura, en que la fidelidad a su compromiso se pone a prueba, en que vienen sobre él la duda sobre su vocación, el miedo de decepcionarse a sí mismo en su compromiso, la soledad, el temor del futuro si ha de continuar por la misma senda, el impulso de escapar hacia una vida nueva, la tentación de la desesperación.

Si en este momento él ha de ser veraz con su compromiso, tendrá que asirse al recuerdo y al significado de las experiencias de su propio Jordán y transfiguración. Un teólogo contemporáneo de la gracia, ha escrito:

Hay... momentos en que una experiencia de fe se destaca distinta y nítida. Por ejemplo, los días de generosidad y consolación, los tiempos en que la verdad de Dios inunda de luz el alma, imparte sentido y realidad a todas las cosas. Tales momentos deberían ser recordados con gratitud y atesorados para los días de obscuridad y prueba. La reserva principal en una vida de fe son las pruebas ocasionales de la experiencia de la realidad y verdad divinas en nosotros (42).

En la vida del jesuita habrá habido momentos privilegiados en que su alma estaba "inflamada en amor de su Creador y Señor, y consenquenter quando ninguna cosa criada sobre la luz de la tierra, puede amar en sí, sino en el Criador de todas ellas" (43); momentos de gran fe y esperanza, en que el Jesuita estaba seguro de que era él y quién era él, a través del compromiso al que Dios la llamaba y en que él eligió libremente seguir ese camino en su vida (44).

Con el recuerdo de aquellos momentos de claridad y consolación en su vida, y con su convicción, a pesar de todo, de la fidelidad de su Padre para con El, Cristo salió del huerto a aceptar las consecuencias del compromiso que había tomado sobre sí. Y el seguidor de Cristo, y así también el jesuita, debe esperar, al conservar la fe en su compromiso, perder su vida, sufrir una especie de muerte. Quizá lleve consigo la renuncia a un fantástico amor humano y un tiempo de soledad profunda. Quizá implique larga paciencia y doloroso con los caprichos y vicisitudes de esa "mínima Compañía" a la que se ha comprometido. Quizá implique el continuar un trabajo con el cual uno experimenta poca satisfacción humana. Quizá implique el perseverar en una "fe imperceptible" a través de una época de incertidumbre y cambio constante, una fe que solamente puede asirse al recuerdo de la luz, al recuerdo de cierto sentido del significado y realidad del compromiso hecho. Alguno puede ser capaz de adhesión por motivo de su obstinada convicción de que Dios es fiel y llama al hombre a una fidelidad que El ama y sostiene, que El no conduce por callejones sin salida ni olvida a quienes se adhieren a Él, a pesar de todo, a pesar, incluso, de su ausencia aparente.

Cristo fue a la muerte, de la cual resucitó. Por la fidelidad a su compromiso llegó a ser la semilla que cayó al suelo y murió y después produjo una cosecha abundante. Y así" sucederá con su seguidor. El jesuita que pierde su vida, y esas son palabras terribles, por Cristo y su Evangelio, que sufre muerte al permanecer fiel a su compromiso jesuita, surge a una vida nueva, a una paz que nadie le puede quitar, a una pobreza de espíritu, a un olvido de sí, a una apertura y amor desinteresados hacia otros hombres y hacia él mundo, que marcan al gran apóstol.

Porque "el amor de Dios es fuerte, su fidelidad es eterna" (Ps. 117:2). El no será superado en generosidad. El entra en compromisos mutuos con los hombres. El jesuita comprometido puede estar seguro de que, en este mundo, su mismo compromiso le llevará al huerto y al Calvario, Pero una vez enterrado con Cristo, resucitará con Cristo. Y quizá, solamente a través de esta experiencia de perder su vida por la fidelidad al compromiso, es como el hombre aprende realmente lo que es amar y servir, lo cual es el todo de la vida.





Notas:

(*) Nota del traductor: La palabra inglesa commitment no es traducible unívocamente al castellano. A veces puede 'leerse como compromiso,: a veces como entrega personal de sí mismo. El autor se refiere con ella a la entrega permanente que uno hace de su propia vida a la Compañía, inmediatamente, y a Dios, mediatamente, a través de la Compañía. El compromiso junta en un solo concepto las dos facetas de esa entrega, que en realidad es una sola. Siempre, pues, que aparezca compromiso o entrega personal, ha de entenderse en este sentido —aunque por razón de uniformidad y fidelidad al texto original, hemos optado generalmente por la primera acepción.

(**) El autor es Maestro de Novicios de la Provincia de Missouri.

(1) The Visit of Father General to the English Province, January, 19 70, Letters and Notices, Vol. 75, n. 352 (July 1970), pp. 142-143.

(2) Citado por Joseph Donceel, en Rahner's Argument for God, America.

(3) De The Decree on Ecumenism (Decreto sobre Ecumenismo), section 3, en la edición de Walter M. Abbott, S.J., The Documents of Vatican II (New York : American Press, 1966), p. 346.

(4) René Voillaume, In the Midst oí Meu (Notre Dame : Fides Publishers, Inc.,1966, pp. 9-11.

(5) Ver la bula Licet debitum, n. 6, en C ons t i tut i on e s Societatis Iesu, I(Roma, 1934), 361.

(6) Letters and Notices, Vol. 75 (July 1970), 143.

(7) MRP Pedro Arrupe, S.J., a los escolares de Colombia, Sobre los años de formación (1968), p. 1.

(8) Ibid., p. 2.

(9) Bernard Haring, The Law of Christ, I (Westiminster, Md., 1966), p. 189.

(10) MRP Pedro Arrupe, S.J., The Spiritual Training of a Jesuit (1967), pp. 21-22.

(11) René Voillaume, Conferences to Religious Superiors. Manuscrito inédito, 1970.

(11*) Es verdad que alguno puede optar por comprometerse a la Compañía fuera del tiempo de los Ejercicios. Un jóven puede haber hecho tal elección antes de venir al noviciado. O puede llegar a esta elección algunos meses después de haber hecho los Ejercicios. Pero la elección de comprometerse definitivamente a la Compañía, o la confirmación de una elección hecha anteriormente, viene, típicamente, mientras se hacen los Ejercicios.

(12) Ejercicios Espirituales (abreviado EE.) de S. Ignacio, sección (234).

(13) EE. (4).

(14) EE. (63).

(15) EE. (61).

(16) Ver por ejemplo, EE, (116).

(17) EE. (95).

(18) EE. (116).

(19) EE. 145.

(20) EE. 189.

(21) EE. 97.

(22) EE. 157.

(23) EE 97.

(24) John C. Futrell, S.J., "Ignatian Discernement", Studies in the Spirituality of Jesuits, II, n. 2 (April 1970), p.58. La traducción de este artículo ha sido pu¬blicada en este boletín del Centro de Espiritualidad, en su entrega de marzo de 1971, n. 8. Para la cita, ver p. 17.

(25) Constituciones, 547.

(26) Alocución del MRP General, Pedro Arrupe, S.J., a los maestros de novicios al comienzo del encuentro, 5 de abril de 1970, Curia S.J., Roma, p. 7. Manuscrito inédito.

(27) Citado por Sven Stolpe, en Dag Hammarskjold :A Spiritual Portrait (New York 1966), p. 107.

(28) Saint Ignace :Journal spirituel, editado por Maurice Giuliani, S.J.(París 1960), p. 19.

(29) Saint Ignace de Loyola : Exercises spirituels, editado por Franpois Courel, S.J. (París 1960), p. 98, nota1.

(30) EE. 1.

(31) EE. 182.

(32) EE. 179.

(33) Directorios autógrafos de S. Ignacio de Loyola.

(34) Ibid.

(35) EE. 150.

(36) EE. 183.

(37) Robert Bolt, A Man for All Seasons (New York 1966), p. 81.

(38) Letters and Notices, Vol. 75 (July 1970), 154.

(39) Ibid 143.

(40) Rollo May, Love and Will (New York 1969), p. 110.

(41) Hans Urs von Balthasar, Prayer (New York, 1961), p. 113.

(42) Peter Fransen, S.J., The New Life of Grace (New York, 1969), p. 294.

(43) EE. (316).

(44) EE. 316.









Boletín de espiritualidad Nr. 14-15, p. 3-36.