Ejercicios Espirituales y Liberación
II jornadas de Ejercicios

Discernimiento y liberación

Daniel Gil sj





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Introducción

De la liberación mediante el discernimiento podemos hablar en dos situaciones: dentro de ese especial proceso que son los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y fuera de ellos. De los EE.EE, como proceso de liberación ha hablado en su anterior exposición el P. Ignacio Iparraguirre. El comentario de Gastón Fessard se inscribe también en esa línea al considerar los Ejercicios como la dialéctica del acto libre. Por eso yo trataré más del discernimiento como modo especial de liberación fuera de los Ejercicios, si bien tomo ese modelo implícito de discernimiento lo que S. Ignacio enseña en su libro. Con todo, diremos brevísimamente algo sobre los Ejercicios, que nos guiará para lo que después expondremos.

Los Ejercicios son un proceso de liberación en el sentido estricto de la palabra, porque encaminan a un sujeto hacia la entrega total de su vida, removiendo para ello las ataduras que le impiden un servicio lo más perfecto posible al Bien Común. Es evidente que esa total entrega de sí, quitando esclavitudes (=afecciones desordenadas), sólo puede realizarse por la propia libertad. En ese sentido, el ejercitante realiza un itinerario típico: el de la libertad humana desplegándose, al aliento creador de la Palabra de Dios, en busca de la culminación personal de toda existencia: la entrega total de sí por amor. Ese itinerario contiene varias "liberaciones'' sucesivas: desde las presiones ambientales que indebidamente lo condicionan más allá de la verdad social del hombre (y para eso se va al desierto), hasta las tentaciones diabólicas que asaltan al que se decide a decidirse hasta la raíz de su vida, pasando también por la ignorancia del evangelio, las pasiones desordenadas, etc. Removidas las ataduras, el ejercitante es cualificado en su libertad, mediante la asimilación de las actitudes amorosas serviciales de Cristo: el tercer grado de humildad, etc. Y así llega a enfrentar "su hora". Esa hora o tiempo de elección es diversa: San Ignacio habla de tres tiempos de elección. La elección es el sacramento que condensa, visibiliza y proyecta eficazmente hacia el futuro, la liberación o conjunto de liberaciones producida a lo largo del proceso de los Ejercicios. Esa Selección podría llamarse la liberación por antonomasia, si bien agrega unos matices que no dice de por sí la palabra "liberación”, como son: la recepción de la libertad divina en la propia libertad, el conocimiento suficiente de la propia vocación, etc.

En los Ejercicios, por tanto, el proceso de liberación remata en tres tiempos de elección. La triplicidad de los tiempos de elección es una triplicidad, en realidad, de todo el proceso de liberación. Retengamos esto: no toda liberación es fruto del discernimiento personal. Hay también, junto al discernimiento, otros "tiempos de elección", con sus características indudablemente diversas, como son la indubitabilidad del primer tiempo o la mayor moción racional del tercero. Y aún dentro del segundo tiempo, hay dos experiencias que sí bien en sentido amplio ambas son de discernimiento, si habláramos con toda propiedad, sólo a la segunda le cabría el nombre de experiencia de discreción de varios espíritus. Si tratamos de "Discernimiento y Liberación", lo hacemos, pues, con la visión de que no es la única manera de recibir el don divino de la Liberación; más aún: tenemos la persuasión de que es más bien un camino poco frecuente así como son poco frecuentes los sujetos que en su vida personal realizan la decisión de su vocación por la segunda experiencia del segundo tiempo de elección dentro del mes de ejercicios. Ahora bien: los ejercicios de San Ignacio no son la única oportunidad para ejercer el carisma del discernimiento. Lejos de eso, en la vida cotidiana aparecen oportunidades de practicarlo, y en esta época postconciliar, hay una notoria exigencia de discernimiento. "Discernir los signos de los tiempos" es ya un slogan, un lugar común en diócesis, congregaciones religiosas, etc. Casi no hay reunión de sacerdotes o de religiosas o de laicos, que no comience o termine diciendo que van a discernir los signos de los tiempos. En nuestra exposición nos referiremos entonces a ese discernimiento fuera de los Ejercicios, cuando se plantea como es el hecho actual en América Latina, como una urgencia de discernimiento para la liberación.

PARA QUÉ LIBERACIÓN QUÉ DISCERNIMIENTO.

A. PARA QUÉ LIBERACIÓN.

1. Liberación integral, liberaciones parciales.

La liberación integral del hombre resume la reducción de todas las formas de alienación: en este sentido liberación integral equivaldría a vida eterna. A partir de Medellín utilizamos un vocabulario que, a pesar de cierta ambigüedad, podríamos presentar así: la liberación integral o total, reúne todas las liberaciones parciales del hombre, necesitado de ellas a causa del desorden original de nuestra libertad seducida y caída en la tentación. Las liberaciones parciales se diversifican según la multiplicidad averiguada de las alienaciones: económica, sociales, culturales, políticas, religiosas, educacionales, etc. Así, por ejemplo, la alienación de los hombres suficientemente preparados para compartir plenamente la vida social (analfabetismo, por ejemplo) es combatida por un proceso apropiado de liberación cultural, social, que tratará de realizar la remoción de fuerzas y circunstancias que nos mantienen alienados (1).

2. Alienación y liberación del creyente en cuanto tal

El creyente cree precisamente que la liberación plena y verdadera, la liberación integral, ha sido concedida a los hombres por una intervención y don gratuito de la Santísima Trinidad. A la luz verdadera de Jesucristo, el creyente contempla el camino de la liberación definitiva, y es consciente de los caminos extraviados que constantemente se ofrecen a su libertad. Desde el ápice de su fe, juzga de la verdad o el error de los caminos parciales de liberación del hombre, en relación a la totalidad de la liberación. Sólo Dios libera definitivamente, y no hay otra liberación fuera de la que nos dio Jesucristo.

Ahora bien: junto al creyente hay muchos otros que proponen caminos de liberación. Liberación de la mujer, liberación de los oprimidos políticos, liberación de las minorías raciales, etc. Y hay también movimientos históricos que se autoproclaman, portadores de una sistematización global de todas esas liberaciones parciales, y poseedores de la llave de la eficiencia histórica, para abrir las puertas del futuro a una humanidad liberada de todas sus alienaciones. El movimiento histórico más típico en esta pretensión es el movimiento marxista, que en América Latina tiene resonancias mesiánicas muy marcadas.

Y he aquí entonces el problema que nos introduce en nuestro tema: entre tantas pretensiones de liberación y entre tanto título de liberador histórico, qué corresponde al creyente que pretende vivir toda su vida informada de la única liberación integral verdadera y plena, don gratuito de Dios? entra en competencia, en oposición, en subordinación…con los otros pretendidos agentes de la liberación humana?

El tema es amplio. En esta oportunidad nos limitamos a un punto: el creyente, que es objeto y sujeto de la liberación que nos ha dado Jesucristo, al entrar en contacto con esas otras pretensiones de liberación (con el éxito o con el fracaso), sufre un cuestionamiento en cuanto creyente, respecto a la autenticidad y eficacia de la liberación cristiana. El creyente, en cuanto tal, queda cuestionado. Cuán a menudo hemos visto a nuestro alrededor desvanecerse poco a poco la fe de nuestros hermanos a medida que pensaban poder constatar la inanidad del cristianismo para realizar los ideales que proclamaba. Esta es pues la alienación y liberación correspondiente que entretendrá nuestra atención: la alienación del creyente en cuanto tal y su liberación correspondiente. Tanto las formas de alienación del creyente como las formas de su liberación son variadas, y no podemos analizar todas las situaciones.

3. Alienación del creyente en una situación actual

Las formas de deterioro de la condición liberadora del creyente, las mareras de perderse su agresividad histórica liberadora, son variadas. Nos referíamos recién a una, por su mayor frecuencia entre nosotros de los resultados. Una encuesta en Montevideo, entre gente joven, nos, dará pie a una consideración sobre este punto. Una señora judía, Que realizó la encuesta en su medio ambiente (como los demás alumnos laicos de un Instituto de formación familiar social), redondeó sus observaciones así:

"La juventud está obsesionada por la solución de los problemas sociopolíticos y económicos. Si Dios sirve para solucionar algo, lo toman; si no, lo dejan, y parecen pensar, aún los católicos, que Dios en realidad no sirve para solucionar ninguno de los problemas que les preocupa. Más aún: algunos ex-católicos decían no creer ya más, ni querer creer lo que les habían enseñado en el colegio católico, porque ese Dios no se interesaba en serio en el sufrimiento de los oprimidos. Sabían sí que el Concilio se había empeñado en decir lo contrario, y algunos curas también; pero no ven que eso haya servido para algo efectivo”.

En algún medio social, para los universitarios por ejemplo, rige un eje de valor que juzga a todos y a todo: servir o no servir, comprometerse o no comprometerse, efectivamente, por la liberación política. Y con ese criterio pragmático se mide a todo y a todos. Así la Iglesia será rescatada de su inclinación a favorecer el "status quo”, en la medida en que haga algo efectivo, medible y pesable y constatable, a favor de la liberación política del pueblo. Y Dios será aceptado en la medida en que cumpla las mismas condiciones, y lo haga de modo evidente y verificable, y no sólo a través de las declaraciones piadosas de sus fervorosos creyentes. Se detesta, en efecto, de una liberación puramente nominal.

El creyente situado en ese contexto duda entonces de la efectividad de la liberación cristiana. Se admira de la precisión con que funcionan otros mecanismos y estructuras sociopolíticas, que aspiran a liberar y realizar efectivamente acciones coherentes y convincentes a favor de la liberación proclamada. Ofrecen también ancho campo a la actividad de los católicos, mil formas variadas de adquirir el derecho a considerarse agentes de una liberación real, mediante compromisos concretos rodeados de un halo prestigioso: desde pegar murales en la noche a intervenir en un golpe armado. Junto al hormigueo revolucionario o contrarrevolucionario, el creyente en cuanto tal es empujado a considerarse como mero espectador de la historia de la liberación que; según se declara, se está llevando a cabo. Pero sentirse mero espectador y considerarse inútil, en cuanto creyente, para la lucha por la liberación, es todo uno.

Su condición de creyente se deteriora, languidece. Como creyente se aliena, porque está inducido a interpretar que su calidad de creyente no aporta nada a la acción que verdaderamente le interesa. La lucha por la liberación (gremial, económica, política) lo ha llevado a considerar superfina su fe, o aún a considerarla una rémora alienante…y en ese momento, como crecente, se está alienando. Y necesita una liberación especial. Es de esta liberación y de esa alienación que hablamos ahora, aun cuando el proceso de alienación del creyente provenga de muchas otras causas, y no sólo de esa confrontación a que aludíamos más arriba (2).

B. QUÉ DISCERNIMIENTO

El creyente que comienza a encontrar en su propia fe un motivo de disminución, una superfluidad, un escándalo, necesita una liberación. Esta liberación se da de muchas maneras. Alcanzará recordar la existencia de esas almas grandes y sencillas, a las que basta volver a fijar la mirada en el magisterio de la Iglesia para recobrar la alegría de la fe, y ver, en la misma acción de la Iglesia en el mundo, un convincente testimonio de efectividad liberadora. Otras personas tienen experiencias personales de haber sido beneficiadas, efectivamente liberadas de males morales por ej., por el cultivo de la vid a de la fe; y entonces el recurso a la propia experiencia les da una base personal, oculta pero convincente, respecto al poder liberador de la fe. Y así otras muchas formas de superar los obstáculos y tentaciones contra la condición del creyente. Ahora nos interesa observar más de cerca un modo peculiar de liberación del creyente en cuanto tal: el discernimiento (3).

1. Tres nota del discernimiento liberador

En qué está la peculiaridad de este proceso de liberación del creyente en cuanto tal, que llamamos discernimiento?

El discernimiento, como actitud personal del creyente, es un momento de un proceso de compromiso con la propia libertad. Se trata, pues, de reducir una alienación, y superar así los obstáculos para su coalición de creyente, pero siempre dentro de un proceso en el cual ese sujeto está tratando de insertarse efectiva y explícitamente como creyente en las alternativas de las luchas por la liberación. Primera característica, pues, del discernimiento como peculiar forma de liberación del creyente en cuanto tal: integrar un proceso de decisión del creyente que busca insertarse como tal en su contexto histórico en forma liberadora (4).

Pensemos también que el juicio de discernimiento se hace en una situación especial, dentro de una experiencia. Se abre camino a través de tanteos y vicisitudes y tiene algo de imprevisible en cuanto al resultado al que arribará. El sujeto no está tranquilo haciendo su juicio, sino que es contrariado por razonamientos e impulsos contradictorios.

No se trata solamente de ubicar los peligros, amenazas, origen de las disminuciones , etc.; se trata también de encontrar, y ésta es la tercera peculiaridad del discernimiento liberador, por dónde va la iniciativa divina en ese forcejeo. El sujeto que discierne, en efecto, no busca sólo decidirse moralmente, honestamente, dentro de una experiencia agitada; ni siquiera tampoco decidirse de manera efectivamente liberadora en su contexto histórico.

El creyente, en cuanto tal, busca una manera de liberar su vida cristiana y promoverla, que consista en recibirla de Dios como un don. Busca, en otras palabras, la voluntad de Dios. Y decir la voluntad de Dios es decir su infinita libertad, suscitando gratuitamente, en el agente que discierne, una liberación específicamente teologal, es decir, perteneciente al creyente cuanto tal. El que discierne, no sólo se beneficia de la acción liberadora de Dios (como puede ocurrir en otras personas) sino que busca conocer experimentalmente esa iniciativa liberadora de Dios, para recibir del Señor la propia liberación.

Esta tercera característica suele pasar algo desapercibida, por la costumbre con que oímos o leemos la frase "hacerla voluntad de Dios" hasta no darle seriedad. El discernimiento, sin embargo, sólo es explicable e inteligible en sujetos decididos a buscar la voluntad de Dios, convencidos por lo tanto de que es posible la comunicación con Dios respecto a las decisiones a tomar en la historia (5). Y esta actitud es evidentemente extraña y quizás hoy en día, además, muy difícil. Resulta escandaloso que un sujeto se ponga "en serio" a averiguar la voluntad de Dios, o a pretender obtener una comunicación del Ser Supremo respecto a su actitud ante los negocios presentes...

Pero el discernimiento apunta precisamente a eso: a no poner un acto de la libertad si no es simultáneamente una comunicación explícita de la Libertad divina y no pretender una comunicación de la Libertad divina sin hacerla simultáneamente propio acto de la libertad. El discernimiento es esa postura de la liberación cristiana en la cual ésta queda convertida en "lugar teológico", en pre-historia (o co-historia) donde la epifanía de la iniciativa liberadora de Dios se hace historia.

2....del creyente, en cuanto tal

Por eso este discernimiento que hemos caracterizado en tres notas es liberador del creyente en cuanto tal: porque lo potencia como creyente, lo lleva a la comunión estrecha con el Dios de su fe. Fe y libertad culminan en la medida en que actúan de acuerdo a sí mismas. Ahora bien: el acto de discernimiento por el cual el creyente se pone libremente como creyente en medio de todas las dificultades (por fidelidad al Dios infinitamente fiel) buscando recibir esa posición de las manos de Dios... (ese acto) está profundamente de acuerdo a la fe y a la libertad; Por eso es discernimiento liberador del creyente en cuanto tal, porque realiza la unión de la Libertad de Dios que libera y la libertad del hombre que se le ha entregado en una situación conflictual por su condición de creyente. (Sólo la Libertad, en efecto, libera a la libertad).

II. PRACTICA DEL DISCERNIMIENTO

El creyente, pues, que discierne comienza a advertir que su fe está paralizándose delante de los desafíos de su medio ambiente, y toma conciencia de sus disminuciones, en cuanto creyente, y del origen de esas disminuciones, etc. Esa toma de conciencia y averiguación proceden de su interés en vivir como creyente esa encrucijada de escándalo de su fe ante las tareas de la liberación. Ese es el sujeto que intentará hacer de su lucha por sobrevivir como cristiano y para desplegar posibilidades tan sólo presentidas en su misma vocación, una lucha de discernimiento, que lo libere a él como creyente y extienda esa liberación a sus compañeros de tarea.

Qué será esa tarea de "discernimiento" en este sujeto? Será confrontar los juicios que el medio ambiente hace sobre la historia y sobre la fe cristiana, con los juicios que pueden hacerse sobre ese medio ambiente a partir de la fe cristiana. El creyente tratará ni más ni menos, de juzgar a sus jueces y a sus acusadores ante el tribunal de la luz verdadera que Jesucristo enciende en su corazón cada día. Quiénes arrojan sospecha sobre la efectividad de su fe y por qué? Qué resortes personales empujan, en los forcejeos de la vida social, para producir esa peligrosa inclinación al derrumbamiento? Donde está la fuerza que lo paraliza o lo seduce o lo desmoraliza?

1. Discernimiento individual y grupal: terminología

Suele hoy hablarse de discernimiento individual y discernimiento comunitario. Confieso que no tengo una idea clara de lo que digo cuando hablo de discernimiento grupal, y me parece que eso les ocurre también a otros, que nos falta un poco de precisión (6).

Llamaremos, pues, discernimiento individual el que hace un sujeto individual en vistas a una decisión personal, que le atañe primordialmente a él, o en otras palabras, busca la voluntad de Dios en la disposición de su vida. No se excluye, pues, que durante el proceso de su búsqueda y discernimiento, participen muchas personas; pero lo consideraremos igualmente discernimiento individual.

Llamaremos, en cambio, discernimiento grupal, provisoriamente, a aquel cuyo sujeto y destinatario es una colectividad; el grupo buscaría la voluntad de Dios para la comunidad, para la vida de la comunidad. Esto no excluiría quizás que en algún momento del proceso el portador de dinamismo del discernimiento, incluso como encargado de formular la decisión final fuera un solo sujeto. Muy probablemente, este discernimiento grupal relame la presencia de miembros que, uno a uno, hayan hecho ya, o hagan simultáneamente procesos individuales de discernimiento espiritual, en temas o decisiones semejarles.

2. Dificultades del discernimiento grupal.

Con demasiada facilidad hablamos de discernimiento comunitario. Hagamos un paralelo: no tan fácilmente hablamos de un filosofar comunitario, a de una creación artística comunitaria. Hay evidentemente momentos comunitarios en el discernimiento, como es la formación, la discusión, la realización de muchos de ellos, pero acaso la creación misma del juicio libre del discernimiento tolera cualquier sujeto comunitario? Nos convendría andar con más cuidado en esto, no sea que al traspasar el discernimiento ignaciano a nuevas fórmulas comunitarias nos ocurra lo que le ocurrió a los ejercicios cuando pasaron de lo que Ignacio prescribió a lo que posteriormente se practicó en formas de tandas colectivas. En otras palabras, frenemos nuestro impulso a llamar ''discernimiento comunitario” a cualquier reunión para tratar temas importantes o tomar decisiones en diálogo. No sería muy extraño que en un tiempo donde hay que buscar con candil a las personas con discernimiento espiritual pulularan , en cambio, los sujetos aptos para un discernimiento comunitario?

Sobre el discernimiento comunitario tenemos ya un excelente documento elaborado por un equipo de la Provincia Argentina, y no voy a repetir ahora sus puntos (7)

Las tres notas anteriormente expuestas, como intrínsecas al discernimiento liberador del creyente como tal, deben verificarse también en el caso del discernimiento grupal, o de lo contrario estaríamos fuera de tema. Esta exigencia puede recordarnos que no hay que suponer fácilmente la existencia de un grupo decidido a decidir: 1) libremente y como creyentes, 2) participando de una misma "experiencia" de agitaciones contrarias, y 3) buscando nada menos que una comunicación de Dios. Si es difícil hallar un hombre con "Subiectum", no es más fácil hallar un grupo con "subiectum". (8)

A.DISCERNIMIENTO INDIVIDUAL

Para que un creyente haga un discernimiento que lo libere en cuanto crecente, son necesarias al menos dos cosas: que sea orante y esté en una situación misional conflictual, agitada por las peripecias de un compromiso pastoral. No podemos ni siquiera ensayar una visión más amplia del condicionamiento de este discernimiento peculiar. Nos limitaremos, pues, a estos dos puntos, por tenerlos como más ciertos que los otros.

SUJETO ORANTE

I) No hay discernimiento sin oración

El que discierne debe ser orante y su oración deberá estar impregnada de los misterios que realizó Cristo en su carne mortal, aunque no consista necesariamente en la meditación del evangelio.

Por qué esta necesidad de la oración? Para cortar camino respondamos esto: el discernimiento es una recepción, en la propia libertad, del don liberador de la voluntad divina. Eso no puede acontecer, obviamente, fuera de esa relación 11a- piada oración. Si la oración es "levantar el corazón a Dios", ya vemos que, necesariamente, el discernimiento, que comienza en la búsqueda de una comunicación personal de Dios, y termina con la persuasión de haberla obtenido, implica necesariamente la oración. El discernimiento exige una atmósfera teologal en el sujeto, para que las mociones condensen su trayectoria al pasar por su corazón como las partículas al pasar por un ambiente saturado de vapor de humedad. Y la actuación más universal de la vida teologal es la oración.

Repitamos algo: el que discierne, busca la voluntad de Dios. Esto es muy original. No busca "decidirse bien", no busca "lo mejor", no busca "hacer las cosas lo mejor posible", no busca "ser auténtico", no busca. Busca ni más ni menos que la voluntad de Dios para él, y espera hallarla de modo tal que pueda empalmar en ella, con ella, su propia libertad mediante una decisión que le inserte más profundamente en la historia (de salvación), con un signo liberador. El discernimiento es una actitud interpersonal; no habrá naturalmente relación de libertades sin relación personal entre el sujeto y Dios. Esa relación personal adoptará formas de oración variadas: petición, adoración incondicional, alabanza, etc.; pero retengamos esto: no hay discernimiento sin oración, fuera de un sujeto errante.

2) Por que el sacerdote debe orar para hacer un discernimiento liberador?

Demos por suficientemente claras las afirmaciones de que no hay discernimiento sin oración, y tratemos ahora de entender por qué es necesaria la oración a un sujeto que pretende hacer un discernimiento liberador, e.d. un discernimiento como el que venimos tratando. Tratemos de ver las consonancias entre discernimiento, liberación y oración. Pero tendremos en cuenta un nuevo elemento: tomaremos como sujeto al presbítero. El presbítero es, en efecto, frecuentemente, el sujeto prototípico del discernimiento del que venimos hablando.

a. situación agitada

Jesucristo, salva al sacerdote haciéndalo coautor instrumental de la historia de la salvación; el sacerdote es, pues, un agente de liberación, de la liberación integral de Cristo. Al mismo tiempo, en nuestra América Latina, hay movimientos de liberación que acosan al sacerdote urgiéndole una decisión y un compromiso frecuentemente expresado en forma de disyuntiva: o se pliega a lo que ese grupo considera el proceso de liberación, o queda convertido en un "cretino inútil" (para los derechistas) o un "alienado religioso" favorecedor del status quo (para los izquierdistas). Esta tensión es vivida por el sacerdote como un tironeo entre fidelidades aparentemente contradictorias: entre su "vocación de presbítero y su vocación de ciudadano (9).

La Iglesia en América Latina habla de "liberación", los movimientos políticos hablan de "liberación". El sacerdote es un agente de la liberación, y de ahí la necesidad de averiguar el alcance de los términos. La liberación integral de la cual el sacerdote es agente, difiere de la liberación política como el todo de la parte. El sacerdote está ordenado a una liberación definitiva, que comienza en esta historia, pero culmina sólo después de la muerte; usa fundamentalmente de la palabra como medio de promoción de esa liberación, reuniendo comunidades que reciben esa Palabra libremente. El agente político está ordenado, en cuanto tal, a una liberación intramundana; usa de la palabra y de otros medios que le den el poder político mediante la formación de grupos con poder efectivo. No debemos extremar las diferencias, pues las mismas características pueden encontrarse tanto entre los políticos cristianos como entre los sacerdotes; pero tampoco conviene borrar toda diferencia. Pues la misma que existe entre la liberación plena y verdadera por una parte, y la liberación política por otra, esa misma cualifica a los agentes que se proponen como específicos de una u otra.

b. - Tendencia a la identificación política

Alguno dirá, por qué hablar de "específicos de una u otra" liberación? Pensamos que en este tiempo no, porque equivaldría prácticamente a desconocer al sacerdote en cuanto tal una especificidad propia en la historia de la salvación (10).

Y eso llevaría a desconocérselo a la Iglesia y a Cristo mismo. Cuando se jaquea al sacerdote para que se comprometa a la lucha política, se está suponiendo implícitamente que él sólo será liberador tanto cuanto coincida con la estrategia de este o el otro movimiento político de liberación. Y eso que se dice del sacerdote, deberá decirse igualmente de la Iglesia y de Cristo, a quienes el sacerdote sacramentalmente representa: serán liberadores tanto cuanto coincidan con él movimiento de liberación que los interpela. Hay un peligroso error en esto. El error consiste en el escamoteo de la densidad liberadora propia de Jesucristo, y de aquellos a quienes Jesucristo se la ha comunicado (la Iglesia y el sacerdote como asociado sacramental a la obra de la liberación integral). La verdad no es que Jesús, la Iglesia, el sacerdote, sean liberadores tanto cuanto coincidan con el movimiento de liberación política de turno, o con algún imaginario "sentido de la historia". No, la verdad es que cualquier movimiento, asociación, persona, situación, país, etc. que pretenda ser liberador, lo será tanto cuanto coincidan con la liberación que nos ha dado Jesucristo, y esa coincidencia o no coincidencia tiene ahora un testigo y un juez para conocerla y concretarla: la Iglesia y el sacerdote.

Una variante de lo anterior consiste en esto: se adelanta la afirmación y el reconocimiento de la densidad específica propia del sacerdote como agente de una liberación integral, pero se agrega: cómo visibilizar aptamente esa condición si es a través de un compromiso efectivo con los efectivos movimientos de la liberación política del medio ambiente? en qué otra forma el sacerdote podría visibilizar su condición de agente de una liberación? Porque si se mantiene al margen de los afanes temporales por la liberación política (que agrupa todo un cúmulo de liberaciones parciales), no será un anti testimonio, una visibilización negativa, de marginalidad, de extrañeza (alienación) respecto a la liberación que efectivamente interesa a la sociedad? La respuesta debe ser ahora semejante a la anterior: si el sacerdote integra un movimiento de liberación política, visibiliza "ese" movimiento, y lo hace con un "plus" de visibilidad social respecto a otros integrantes del mismo movimiento; de ahí que los grupos de lucha social soliciten intensamente la presencia del sacerdote. Pero en esa militancia, donde queda la visibilización de su carácter de agente de una liberación integral? Y si unos sacerdotes militan en un movimiento y otros en el contrario, quedará, por eso, salvada la pretensión de integralidad de la salvación de la cual dicen ser agentes en cuanto sacerdotes? No. La inserción del sacerdote en ni movimiento político, hoy en América Latina, (y nos referimos a una inserción plena, no a una simple participación) significa la desaparición, simple y total de la base de la visibilidad del sacerdote como agente de una liberación diversa de la política, inadecuadamente diversa. El "político" aliena al "sacerdote".

La participación en discusiones, mesas redondas, cursillos, etc. acerca de los procesos políticos actuales, ayuda al sacerdote a tomar conciencia y aclarar, a darle densidad síquica y afectiva, individual y grupal, a su identidad como "ciudadano". De ahí surgirán, casi inevitablemente (teniendo en cuenta que esas reuniones son promovidas a menudo con la finalidad más o menos implícita de obtener exactamente una reactivación de la vida política del presbítero), las tendencias a un "compromiso" político que esté de acuerdo a sus ideas políticas. Pero el sacerdote no es sólo un ciudadano, no sólo es un miembro más del cuerpo social agitado por oleadas de acciones políticas. Esa consideración del sacerdote como sujeto político es una abstracción. Y puede ocurrir que la presión de esa toma de conciencia tan vivida, tan urgidora de deberes cívicos (piénsese en la compulsividad entrañada en los congresillos para "defender la democracia", o en las reuniones para "concientizarse y comprometerse en la lucha por la liberación", resonando en la conciencia y en la sensibilidad habitualmente disponible y generosa del sacerdote, contribuya a empañarle la conciencia de su especificidad le agente de una liberación integral. Hay concientizaciones que desconcientizan.

Y hay tomas de conciencia que, por su parcialidad, inducen a error (11). Es un punto delicado este de la relación, en el presbítero, entre su condición de ciudadano y su condición de sacerdote. Se insiste hoy desconsiderada y unilateralmente en el peligro de la alienación religiosa del sacerdote, como si estuviera patológicamente encerrado en un excesivo sacramentalismo que le serviría de refugio para eliminar la responsabilidad que le cabe en el campo político. Es cierto: hay algún que otro ejemplar de este tipo, pero es exagerado afirmar que es lo común. Al contrario'. Se omite sistemáticamente también, al menos en algunos ambientes, la realidad de otra igualmente peligrosa alienación, hoy muy real por cierto (y extendida), del sacerdote patológicamente entregado a otros roles sacerdotales que desfiguran su vocación presbiteral, en supuesto beneficio de su condición secular. La alienación por abstracción nos amenaza por cualquiera de las pendientes de la parcialización.

Estamos soportando el fuego cruzado de los ideólogos marxistas y de los neocapitalistas, esta vez unidos en un mismo intento: diluir la consistencia social del cuerpo de Cristo, para que sus elementos desintegrados deriven y se polaricen hacia sus posiciones. El fuego cruzado apunta siempre a lo mismo: ser católico, ser sacerdote es totalmente Intranscendente para la lucha por la liberación; sólo el compromiso con tal o cual movimiento dará significado realmente liberador a ese sujeto (12).

Pero ese fuego cruzado es sólo eso: propaganda, atentado, terrorismo verbal contra la densidad específica propia de los únicos agentes de la única liberación integral definitiva. Por qué ese fuego cruzado? Porque la Iglesia ha desenmascarado siempre la falsedad de las excesivas pretensiones de esos movimientos. El fuego cruzado contra la aparente inutilidad liberadora de los sacerdotes en cuanto tales (mientras se mantengan en una figura social no diluida en la de los movimientos políticos), estaría revelando, paradójicamente, que esa forma de vida sacerdotal es una amenaza para la pretensión exclusivizante de esos movimientos. Porque desde una figura social autónoma, el sacerdote (la Iglesia jerárquica), es siempre una instancia soberana y con efectiva autonomía y autoridad social. De ahí los intentos para suprimirla.

c. Politización alienante? Por qué?

El error está en desconocer la densidad salvífica, liberadora, del sacerdote en cuanto, tal, de la Iglesia jerárquica, de Jesucristo. Si el sacerdote comienza a pensar, como le quieren hacer creer las presiones de izquierda y de derecha, que sólo logrará realizar su sacerdocio en la medida en que coincida con tal o cual movimiento político de liberación, tomando de él la visibilidad social característica, en ese mismo momento comienza a alienarse como sacerdote. Está comenzando a pensar que es la obra política la que "salvará” a su sacerdocio de la absoluta inocuidad de que está amenazado por una temida y presunta consideración del medio ambiente. Comenzará a deslizarse por la pendiente del mesianismo temporal: puesto que Cristo está en manos de Poncio Pilato, que puede liberarlo o no, por qué no aceptar en definitiva que es el poder político el que puede liberar a Cristo mismo y todo su programa, de la impotencia de realizarse ?

La autenticidad del, sacerdote como agente de liberación integral no será juzgan en última instancia por ninguna coincidencia o no coincidencia con movimientos ultramundanos, sino al revés. Es el sacerdote, como Cristo, el encargado de juzgar la autenticidad de la liberación que pretenden tales movimientos. Este juicio exige del sacerdote una actuación social propia, exclusiva, distinta de la figura social del agente político. Esta forma de vida, adoptada a su autónoma y soberana calidad de agente de la liberación definitiva, no es alienación, ni ghetto, ni divorcio de la realidad, etc. En este punto, el discernimiento debe ser agudo. (13).

d. Discernimiento liberador del sacerdote

Volvamos al discernimiento liberador, del cual nos habíamos apartado un poco para ubicarlo en el punto que nos interesaba: el discernimiento liberador del sacerdote ante los requerimientos de un medio social convulsionado por las pretensiones políticas de diversos y contrarios espíritus y movimientos de liberación política, y qué papel juega en tal discernimiento la oración del sacerdote.

Preguntémoslo pues: estando el sacerdote en América Latina sometido a presiones que intentan desplazarlo de una figura social que le de autonomía en cuanto agente de una acción social evangélicamente liberadora diversa de la política... cómo discernirá la manera práctica de elaborar en concreto esa figura social para poder vivir sus compromisos partidistas (sean por anticipación, por rechazo, por neutralidad, etc.), de tal manera que visibilice y realice su condición de agente de una liberación integral que transciende a los diversos movimientos políticos? El sacerdote juzgará de todo, según su propia meta; su tarea liberadora relativiza indudablemente a las otras, aunque no las desvaloriza en lo que tienen de acertado; y las juzga liberadoras, tanto cuanto coinciden con la integralidad de liberación que él va buscando. El sacerdote que renuncia a esta pretensión de definitividad, de última instancia, renuncia pura y simplemente a su función profética sacerdotal y pastoral. Bien: pero en el caso de que no renuncie a su condición, algo extraña por cierta v escandalosa. Cómo discernirá los contornos concretos de la figura social que debe adoptar para liberar su condición de creyente presbítero de las alienaciones ambientales?

e. La oración focaliza teológicamente la mirada del sujeto. Nuevamente aquí deberemos dejar muchas cosas de lado. El sacerdote que intenta discernir, deberá procurarse muchos elementos externos de auxilio y muchas disposiciones interiores. Debe conocer lo mejor posible las realidades políticas, económicas, etc. y los procesos efectivos que se van produciendo en la sociedad en que vive; y esto no es fácil por la tendenciosidad de los medios informativos, la censura gubernamental, la falta de estudios especializados, etc. Asimismo debe procurar con todas sus fuerzas la comunión con el Obispo y el presbiterio, ya que la subordinación constituye la forma misma de su sacerdocio. Y así otras muchas condiciones que dejaremos de lado, para detenemos en una sola: la oración. El sacerdote que intente discernir la forma concreta de vida en que reducirá las tensiones y alienaciones de su condición de sacerdote, y promoverá las fuerzas internas contenidas en su ser agente la liberación de Jesucristo, (discernimiento liberador del sacerdote en cuanto sacerdote), tendrá que enfocar la situación social y personal que está viviendo desde la distancia focal que sólo la oración le dará. Cualquier otra distancia focal, aunque le procure una comprensión interesante de su situación, no será la apropiada para este juicio de discernimiento (14).

Aunque no hayamos llegado a una claridad satisfactoria todavía en éste punto de la relación del presbítero a la política, una cosa es cierta: el sacerdote que pretenda ser sólo "un ciudadano como cualquier otro" está rompiendo un equilibrio de responsabilidades, al ignorar la densidad propia de su vocación de ser sacramento visible de la liberación integra (15). Ahora bien, cómo asegurar una toma de conciencia que respete todas las dimensiones, en sus respectivas jerarquías, de la existencia del hombre sacramentalmente consagrado presbítero y viviendo en esa situación convulsionada que lo solicita, le exige y le entabla más de un ultimátum? (16). Sólo la oración personal creará en el sacerdote un centro firme, que ordene concéntricamente toda la otra parcial toma de conciencia de sus muchas dimensiones de hombre. Veamos esto.

La oración del sacerdote, a lo largo de sus días, es la que da consistencia real, densidad síquica, afectiva, a su identidad como persona libremente entregada y soberanamente asumida por Jesucristo como instrumento para continuar su misión de modo semejante al que Cristo mismo la realizó en esta vida mortal. La identidad del sacerdote se condensa vivencialmente en esa confrontación interpersonal con Dios; y fuera de esa relación, se desvanece. El presbiterado es una elección de Cristo, libremente comunicada, libremente recibida, y permanece siempre una relación interpersonal. Al desviar su mirada de Cristo, el sacerdote comienza a derivar hacia la anemia existencial. Una vocación recibida de lo alto, sólo de lo alto recibe identificación. A Jesús le pasó lo mismo. Si deseoso de saber qué hacer y cómo, acudía a las opiniones del medio ambiente, en busca de saber "quién dice la gente que soy yo", recibía otras "vocaciones" o "denominaciones" , que le sugerían otros caminos en su vida. Por eso acude una y otra vez a la oración, a ver qué le dice su Padre, y se niega a recibir otra vocación que no sea la que su Padre le quiera dar, cuando se la quiera dar, y de la manera que al Padre le plazca indicarle el modo de realizarla. Al sacerdote le ocurre otro tanto: sólo en la oración personal al Dios qué lo ha constituido sacramento viviente de Cristo entre los hombres y sólo ese Dios al que ora le irá dando la identificación correspondiente a cada situación. Ahora bien: acudir a ese Dios, enfrentarlo, procurarlo, buscar su rostro, suplicarle ayuda, perseguir su compañía qué otra cosa es si no su oración?

3) Por qué, pues, el que discierne debe ser un orante

La raíz de esta inexorabilidad de la presencia de la oración en el sujeto que quiera discernir así (o sea, la raíz de la necesidad de convertirse en orante) está probablemente en la irreductible singularidad de la relación entre dos libertades, y en este caso, de la libertad humana y la libertad divina. Otros contactos pueden concebirse según un "modelo mecánico"; el contacto entre dos libertades exige la disolución de todas las rigidices existenciales que envuelve a la persona como un caparazón, habilitándola para contactos mecánicos, pero inhabilitándola para contactos interpersonales de libertad a libertad. La oración es la puesta en remojo de esas "actitudes de poder", y la iniciación en las actitudes verdaderamente interpersonales. En el caso del hombre y Dios, todavía tenemos que considerar la realidad de que nuestra libertad es pecadora y culpable, y la libertad de Dios es infinita; y eso agrega más profundidad a la necesidad de oración cómo ámbito único del encuentro de ambas, ya que de antemano puede suponerse una gran separación con doble motivo (e.d. culpa e infinitud),

La oración, o sea la búsqueda y encuentro del rostro de Dios por parte del sacerdote, identifica pues a éste como lo que realmente es. Le da un centro para ordenar y jerarquizar la otra toma de conciencias parciales, que deben estar informadas por ese origen, de toda su vocación, que es la relación personal con Dios. Al fijar los ojos en Dios hasta encontrarlo, focaliza bien su mirada, para darle la justa perspectiva a su misión en los procesos sociales que está viviendo. Podrá discernir auténticamente (e.d. coincidiendo con su más profunda identidad) la relación de su propia acción liberadora y la situación que vive. Ante esa perspectiva justa, la situación adquirirá entonces el aspecto, la configuración de un signo de los tiempos. Y accederá a la comunicación de la voluntad de Dios. Desde otro nivel de enfoque, la situación se le aparecerá como un desafío o una respuesta política de tal o cual tipo; pero desde el nivel y perspectiva de su identidad profunda, la situación lo provocará a una respuesta propia de toda su realidad de la existencia humana sacramentalmente consagrada como manifestación de la liberación de Cristo entre nosotros. Y así discernirá la figura social que le resultará más propia a su vocación.

La oración constante dará densidad en la carne, densidad en el mundo, a la existencia del sacerdote. Sólo el diálogo personal con quien personalmente Jo constituyó sacerdote puede constituirlo también en un agente liberado y liberador (17).

4) Sí, la oración nos desaliena. Pero quién desaliena a la oración?

Hemos visto ya cierta fundamentación de la necesidad de la oración para el discernimiento liberador del sacerdote en cuanto agente de una liberación integral. Antes de pasar a otro tema, digamos todavía algo más de esta peculiar oración.

El sacerdote, cuando es orante, se ve sometido a las mismas o parecidas deformaciones que cuando está en otra actitud o actividad. Me atrevería a decir que cuando el sacerdote busca transformarse en orante, esas deformaciones se exasperan. En consecuencia: no ocurrirá que ese campo de la oración, donde hemos ido a buscar el exacto punto de vista para juzgar de las cosas, está a la vez distorsionado y afectado por los mismos insensibles desplazamientos que alteran los demás campos del sacerdote? Nos parece que debemos responder francamente que sí: que cuando ese sacerdote se transforma en orante, lleva consigo todas sus alienaciones. Pero esto no es una desventaja necesariamente. Quizás ocurra que al llevarlas consigo, al ponerse a escuchar a Dios, termina finalmente cayendo en la cuenta de ellas. La oración es, en efecto, el momento más calificado para la manifestación de las alienaciones, y de ahí su valor medicinal y estratégico.

En la confrontación personal con Dios, dejándonos penetrar por su Palabra, insistiendo constantemente en convertirnos en oyentes de veras, acaban por aparecer las resistencias a Dios, que laten en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestra visión del mundo, etc. No sin causa San Ignacio convierte al ejercitante en un orante confrontado con la Palabra de Dios. En ese clima interior del corazón afloran las resistencias, las tentaciones, y lo que en lenguaje de moda hoy llamamos las alienaciones (cosas a las que San Ignacio llamaría, algunas veces al menos, probablemente, "afecciones desordenadas") (18).

Sería imposible exponer ahora los modos cómo la oración, en cuanto confrontación sincera de nuestra vida y la Palabra de Dios, desenmascara las alienaciones a que estamos sometidos; y cómo en la oración aparecen también, dibujándose lentamente, las actitudes que Dios mismo va poniendo en el corazón de su creyente, para superar esas alienaciones, y vivir en esa situación como creyente fiel.

SUJETO MISIONERO CONFLICTUAL

Pensamos que el sacerdote que quiera hacer un discernimiento liberador debe vivir su vida pastoral en determinada forma agresivamente apostólica, entregándola a los conflictos que esa forma de vivir le ocasiona. Esa será la específica ortopraxis para sensibilizarse a la experiencia de agitación de diversos espíritus, y convertirse, en ella, en orante que discierne la voluntad de Dios y los caminos falseados. El fundamento de nuestra afirmación es nuevamente la consideración del acto fundante y originante del único eterno sacerdote: Jesús. Veremos más despacio estas afirmaciones.

1. Cómo nació el Evangelio

Jesús fue manifestando su mensaje a través de una acción misional especial, a lo largo de encuentros, acogedores o conflictuales, que su predicación le deparaba.

El evangelio nació en una situación determinada por la decisión de Jesús recibida del Padre, de comunicar un mensaje a su pueblo. El modo de comunicarlo, la expresión que en cada caso le dio a su predicación, estaba estrechamente unido a la actitud de las personas con las que se encontraba. El texto evangélico respira por todos los poros ese origen misional. Es un mensaje nacido en coyunturas apostólicas. Es un mensaje conservado en la memoria y el corazón de hombres nacidos a su vocación "evangélica’' en esa misma estructura y "enviados" para eso mismo. Es un mensaje, pues, nacido, conservado y transmitido y redactado en condiciones misioneras. No sería justo decir que Jesús tuvo que hacer su predicación "a pesar" de la situación difícil en que le tocó enseñar; tampoco sería totalmente verdadero pensar que el evangelio nació "en medio" de una vida agitada, Como los dichos de Jesús no pueden separarse indiscretamente de sus hechos, así el evangelio no puede desprenderse de esa estructura misional desde la que fue engendrado y transmitido.

Surgido el evangelio (dicta et facta Iesu) a medida que se desplegaba la actividad misional del Señor, podrá ser bien entendido por un sujeto que pretende discernir liberadoramente, desde una situación no apostólica? El sacerdote que de alguna manera renuncia a toda pretensión misional (aunque no lo diga así, evidentemente), y dirige su sociabilidad hacia formas de convivencia pacífica no conducentes a sustentar la predicación del evangelio se le va convirtiendo en "tema de charla" pero no de proclamación; y cuando se convierte el evangelio en "tema de conversación" ideológica, despojándolo de toda intencionalidad kerigmática, misional, no se produce inevitablemente un desenfoque que deja fuera del campo de comprensión la profundidad salvífica del evangelio?

Ya hemos visto cómo la oración, en cuanto actitud libre y determinada del sujeto, le daba la posibilidad de un enfoque correcto de la realidad; ahora veremos la interdependencia desde el polo opuesto: cómo el tipo de vida social que lleva el sacerdote, le permite o le obstaculiza su acceso a un enfoque interior correcto, Fe y vida, en otras palabras, se condicionan mutuamente.

2. Sacerdocio y conflictualidad

El evangelio nació, pues, a través del enfrentamiento. A veces fue el choque frontal con la incredulidad, con el pecado, con el rechazo despectivo, insidioso o agresivo de los que no querían aceptarlo; otras veces se impregnó del dolor, del desaliento ante el abandono de los que no pudieron soportar las dificultades a que los exponía la predicación y el predicador. "Felices van a ser los que no se avergüencen ni se escandalicen de mí ni del Evangelio". Esa dimensión conflictual de la vida de Cristo, que prepara el desenlace en el Calvario, y sin la cual la cruz aparece sólo como un inexplicable accidente de camino, forma parte esencial del evangelio cristiano.

El sacerdote que recibe la misión de pastoreo de sus contemporáneos mantiene una relación hacia los ya "creyentes" y otra hacia los "incrédulos". El ambiente católico le ofrece hasta cierto punto un clima protector, al menos en los grupos que lo acogen favorablemente en cuanto sacerdote. En esos grupos, su sacerdocio se explica solo, su función es aceptada de antemano. No ocurre lo mismo en, sus relaciones hacia los ambientes incrédulos, incluso dentro del ambiente " tradicionalmente'' cristiano. Allí experimenta, a menudo, una gran hostilidad; o, lo que es peor, una deprimente, constante, radical indiferencia. En ese medio pagano, su sacerdocio adquiere apariencias monstruosas: es un parásito, un solterón, un sinvergüenza, un aprovechado, un anormal, un alienado, un resto sobreviviente del naufragio medieval en la época moderna, un bicho raro... La mirada de los no creyentes sobre él en cuanto sacerdote lo perturba, le quita sentido (19). Es cierto que el sacerdote sabe que ha sido ordenado para enfrentar esa incredulidad y predicarle la Palabra de Dios con coraje. Pero nos explicamos fácilmente que ante esa mirada incrédula que lo borra del mapa de la gente digna, se sienta totalmente indefenso, impotente, solo a veces buscará refugio en su pequeña comunidad creyente, donde recuperará el sentido de sí mismo, con riesgo de convertirse en un simple consumidor de la fe de su comunidad, sin garra ya para sostenerla y propagarla. Otras veces intentará adquirir una figura social que le dé adaptabilidad por parte del medio pagano que lo mira: renunciaráasí a las aristas más extrañas de su sacerdocio, y quizás acabe refugiándose nuevamente, pero ahora en cierto holgado anonimato sacerdotal (al que, en momentos de duda, tenderá a llamar "apostolado indirecto", sin mayor convicción).

Los casos se podrían multiplicar. Y en cada caso no será nunca fácil averiguar si en el movimiento de regreso a su pequeño ambiente de cómoda credulidad, o en el movimiento de adaptación hasta lograr comodidad ante la incredulidad, ha predominado un impulso apostólico táctico, o una simple cobardía sacerdotal. La fidelidad y la infidelidad a su misión de predicador para los incrédulos es muy difícil de medir; y ahora corresponde recapacitar; sobre el punto en sus conexiones con el sujeto que intenta discernir liberadoramente. Un sacerdote carente de proyectos apostólicos, misionalmente anémico, que esquiva sistemáticamente las confrontaciones conflictuales explícitamente propias del predicador, no se está poniendo a sí mismo en un movimiento de involución tal que le dará una perspectiva falseadora, superficialmente, meramente ideológica, cuando intente enfocar el evangelio ? Pensamos que sí (20). Un sacerdote "quemado" por sus experiencias conflictuales en cuanto predicador explícito y destinado a esos enfrentamientos con la mirada que lo "aniquila" desde la incredulidad, y que se haya retirado de esas situaciones, no es ya un sujeto apto para vivir la experiencia de discreción de varios espíritus.

3. CONFLICTUALIDAD PASTORAL para el discernimiento.

El sacerdote, pues, que en vez de perfilar los contornos sociales de su vida de modo tal que pueda soportar y vivir cristianamente los conflictos que le acarrea su condición de enviado a predicar el evangelio y por lo tanto sobrellevar la incredulidad y el rechazo, se entregue a un movimiento de "adaptación" al medio social qué le ahorre ese desgaste, se está poniendo fuera de toda situación de experiencia de discreción de espíritus para una decisión liberadora de su condición de sacerdote.

Está pura y simplemente alienado como sacerdote. Desde esa homogeneización anonimizante con el medio pagano circundante el evangelio le resultará intranscendente o ininteligible (21). Podrá asistir a reuniones y grupos donde se pretenda vivir el evangelio, pero difícilmente será el evangelio allí algo más que mero tema de conversación. El evangelio, en efecto, o existe como una mediación, en conducta y en palabras, entre el sacerdote y los demás (creyentes y no creyentes), o no existe como evangelio vivo para ese sujeto. Pero para que exista tal mediación, el sacer dote debe vivir misionalmente.

Tenemos la impresión de que a un "sacerdote de cristiandad" ha seguido la tendencia a un "sacerdote anónimo". El sacerdote de cristiandad sería el consumidor de la fe de los demás, un administrador de la situación en que la fe es un hecho dado por supuesto, y que puede darse el lujo de reprochar a los demás la falta de fe. El "sacerdote anónimo", en cambio, se ha dado cuenta de que no tiene alrededor una comunidad nutritiva, de cuya fe y cristianas costumbres pueda vivir sin mayores problemas su propio sacerdocio; a su alrededor encuentra, por el contrario, un medio pagano (bautizado o no) que lo desfigura, que le hace perder sentido, que lo lleva a sentirse mal comprendido, etc. Entonces abandona la casa parroquial y se refugia en un personaje adaptado al medio ambiente, cosa que le permite sobrevivir evitando las tramas conflictuales. El precio que debe pagar por ese traspaso, sin embargo, es a menudo ni más ni menos que la intención y el ejercicio de evangelizar a los demás. Sacerdote de cristiandad o sacerdote anónimo, en ninguno de los dos casos logra una vida misionera, y con ello pierde acceso a la profundidad del evangelio, que deja de estar en su verdadero centro de gravedad, entre él y los demás, para convertirse, en cambio, en tema de charla ideológica.

La discreción de espíritus se hace en una "experiencia”, a lo largo de un tiempo de elección en el cual el sujeto mantiene firmemente su pretensión de hallar la voluntad de Dios, sin ceder a las desolaciones, y aceptando las contrariedades que su pretensión acrecienta en su corazón. Quien ha encontrado ya que Dios lo instrumentaliza sacerdote, y lo ha aceptado, y ha intentado vivir así, visibilizando sacramentalmente la presencia liberadora de Cristo, y se halla luego en situación de agitación de varios espíritus, debe sostener con paciencia y constancia la forma de vida en la que se ha comprometido, porque es ella la que le dará el armónico fundamental para ordenar el sentido de las mociones espirituales. Desde esa situación conflictual, pastoral, ese sacerdote podrá discernir correctamente, y desde esa ortopraxis pastoral podrá ser un oyente de la Palabra apto para el discernimiento. El ejemplo de Jesucristo, nuevamente, y el de San Pablo, lo muestra con claridad: es la praxis misional que van viviendo la que les da elementos para interpretar la Palabra anterior a la luz de lo que viven, y esa misma Palabra se les hace más transparente para penetrar mejor la Palabra, a condición, pues, de que esa vida sea antitípicamente consonante con la Palabra correspondiente. A ese estilo de vida misional conflictual, le llamamos para el caso ortopraxis (22).

En resumen, pues: El sacerdote que pretenda hacer un discernimiento liberador, tomando conciencia crítica de las alienaciones propias del sacerdote en tal situación dada, debe sostener una forma de vida pastoral enérgicamente entregada a la hostilidad. En esa forma percibirá mejor, por un lado, las deformaciones y tendencias alienantes de su medio y de su época, mientras que, por otro lado, se capacita como oyente de la Palabra apto para comprenderla en discernimiento. Es en la oración, como vimos, que se realizará esa audición. Pero es la oración de un sujeto así, abierto a los movimientos y contrariedades de la vida pastoral de la comunidad, y no encerrado en los refugios del aislacionismo o del anonimato.

III. REFLEXIONES SOBRE EL SISTEMA IGNACIANO DE DISCERNIMIENTO

De lo dicho hasta aquí sobre las condiciones de un discernimiento liberador, podemos tomar dos elementos para considerar: la intervención de la libertad del sujeto en todo el proceso del juicio de discernimiento y el carácter hermenéutico de discernimiento ignaciano.

A. SOLO LA LIBERTAD LIBERA A LA LIBERTAD

Si el sujeto no despliega al máximo su propia libertad, no habrá juicio de discernimiento. La experiencia de discernimiento es, en efecto, un proceso de elección, un proceso de inserción de la propia vida en el contexto histórico, que se está viviendo, y esa inserción de la propia vida en el contexto histórico (si se busca a nivel de lo histórico y no de lo meramente biológico) sólo se hace libremente.

Si un sujeto no está dispuesto a elegir, no sirve para discernir. Si no está dispuesto a abrazar en su libertad lo que Dios le manifieste, no conviene en absoluto que entre a elegir. Se trata, pues, no sólo de una libertad sicológicamente apta (e.d. no un adolescente, o un enfermo), sino una libertad dispuesta indiferentemente a lo que Dios quiera comunicarle. Más aún, San Ignacio insiste en que esa libertad esté lo más profundamente posible penetrada del amor a la cruz de Cristo, y deseosa de una imitación actual lo más ceñida posible a la forma de vida que Cristo llevó su vida mortal. Es desde esa libertad así dispuesta que la experiencia de discernimiento puede llevarse a cabo. De modo que habiendo resistencias o fijaciones graves, determinaciones a no cambiar lo ya elegido de antemano, o a no aceptar posturas que impliquen sacrificar tal o cual prestigio personal, etc., difícilmente la experiencia de discernimiento será algo más que un engañabobos. Esto es particularmente grave en el caso de un discernimiento grupal.

Teniendo, en hipótesis, una voluntad suficientemente dispuesta, la experiencia de discernimiento queda garantizada. Pero todavía podemos preguntarnos si ese despliegue activo de la propia libertad no molestará a la manifestación de la libertad divina. Es decir: si el sujeto está buscando un contacto liberador con la libertad divina, si está buscando que Dios mismo se le comunique, iluminándolo en sus alienaciones y liberándolo hacia una verdadera libertad, propia de su vocación, entonces, no resultará perjudicial que excite su propia libertad? Parecería que el uso de la libertad propia llevaría más bien a un intento de auto-liberación, con exclusión de la libertad divina. Sin embargo, no es así: la intervención de la libertad divina no sólo no excluye la dilatación de la propia libertad humana, sino que la exige. Más aún: esa dilatación de la libertad humana, que se lanza a la experiencia de discernimiento y se decide a decidir, es ya una manifestación de la proximidad de la Libertad divina que se acerca. En qué otra facultad humana podría manifestarse la Libertad divina con mayor propiedad sino en nuestra propia libertad?

La decisión, pues, de comprometer la vida en la elección que se anda buscando, y hacerlo libremente, en cierta incondicionalidad ante la perspectiva de una comunicación divina, es condición imprescindible para vivir genuinamente una experiencia de discernimiento. El proceso de la experiencia misma irá revelando las resistencias, las ataduras más o menos ocultas de la propia libertad (las afecciones desordenadas) y las irá desatando. El proceso de discernimiento es, en efecto, un proceso de liberación y en la medida en que lo es cumplidamente rematará en un "Sacramente" de tal liberación: la elección en la que explícitamente se recibirá como propia determinación la voluntad reconocida de Dios para el sujeto.

El sujeto que se interna en la experiencia de discernimiento excitando su libertad lo más posible, no hace, con todo, un ejercicio arbitrario o individualístico de su voluntad. En el proceso de búsqueda de la voluntad liberadora de Dios para él, aceptará el condicionamiento impuesto por el contexto eclesial de su búsqueda. Hay, en efecto, otras personas a su alrededor, y anteriores a él, que en el terreno de la decisión que anda buscando, ya han discernido según él espíritu, y esos otros discernimientos lo obligan según el mismo Espíritu. El sujeto no es sólo un nuevo Adán que inicia una historia desde el comienzo, sino que hereda y acepta una historia colectiva o comunitariamente proyectada y llevada a cabo. Esto nos plantea un problema: en el proceso tan irreductiblemente individual del discernimiento, tan irrepetible y singular, tan intransferiblemente propio del sujeto (o del grupo), cómo se hace presente el legítimo discernimiento ajeno?

Las leyes generales o el marco eclesiástico dentro del cual cabe el discernimiento, y fuera del cual no hay que intentar nunca una experiencia así, ya está dado por la legislación y las órdenes legítimas y vigentes en la Iglesia, en la Congregación religiosa, etc. (23). Todo eso es claro. Pero aún queda por resolver un punto: no tendría el discernimiento mismo una estructura tal que garantice en lo posible un ejercicio católico de la libre interpretación de la propia existencia en búsqueda de la voluntad de Dios? De eso trataremos enseguida: del carácter hermenéutico del discernimiento ignaciano, como sistema explícitamente católico.

B.- CARACTER HERMENEUTICO DEL DISCERNIMIENTO IGNACIANO

La experiencia del discernimiento requiere un plazo de tiempo para que se desarrollen sus elementos, para que el sujeto sufra las influencias de las mociones y logre distanciarse reflejamente de ellas, y valorarlas. El juicio y la decisión llegarán, pero después de un tiempo de maduración. En ese tiempo de experimentación, el sujeto irá recogiendo observaciones y fijando puntos que le servirán de referencia firme a su debido tiempo. La experiencia de elección mediante el discernimiento no es un proceso mecánicamente divisible en etapas previamente planificadas; no admite una manipulación por parte del sujeto; o dicho de otro modo, tiene un porcentaje tal de pasividad y de necesidad de comprensión, que no se puede fijar de antemano un plazo determinado. Ni a la maduración de la propia libertad se la puede cronometrar, ni a Dios se lo puede obligar a comunicarnos su Libertad a tiempos determinados. Con todo, en lo que respecta a la actividad del sujeto que ha sido puesto por Dios en esa experiencia (tener subiectum) podemos decir algunas cosas ahora.

El discernimiento ignaciano es un sistema exegético especial para Interpretar la existencia humana en busca de una inserción explícitamente misional y católica en la historia. Como todo sistema exegético ofrece elementos que debemos atender; categoriliza mociones, informa un modo de observación, propone criterios de clasificación, ofrece claves de interpretación y advierte sobre la oportunidad de la decisión final. Diremos algo sobre estos cinco elementos, que son abstraídos, recordémoslo siempre, de la experiencia de discernimiento, y no tienen por sí autonomía ni valor propio fuera de la unidad que le da esa experiencia (24).

El discernimiento ignaciano es un sistema exegético de la existencia humana, porque en el caso (siempre supuesto) de un sujeto puesto en situación de elección, que es tironeado en diversas direcciones o hacia proyectos mutuamente excluyentes, San Ignacio le ofrece una manera de interpretar su situación, de modo de poder llegar a una decisión. Por eso es un "sistema exegético de la existencia humana".

Pero además es un sistema explícitamente católico, que se propone al sujeto que como modo de decidirse quiere encontrar la mismísima voluntad de Dios sobre él. Y a eso va dirigido el conjunto de operaciones espirituales que conocemos con el nombre de "Ejercicios Espirituales" de San Ignacio de Loyola. Por eso dijimos que este sistema exegético de la existencia humana va en busca de un inserción de explícita colaboración con Dios en la historia de la salvación (o en la salvación de la historia, como prefieren decir algunos). Y esa inserción explícita se pretende en consonancia con la santa madre Iglesia jerárquica, y por eso, es católica, y basa su pre tensión de catolicidad en una serie grande características (25).

Sobre lo que entendemos por "carácter hermenéutico del discernimiento ignaciano” y los elementos de su sistema exegético en los Ejercicios Espirituales tendremos oportunidad de volver sobre el tema. Ahora preferimos detenernos un poco más en un aspecto del discernimiento comunitario: sobre los primeros pasos del mismo, donde se trata de visualizar las mociones que afectan al grupo y plantear las primeras reflexiones sobre esas mociones. Puede ser interesante dar a conocer un método sencillo, que ha dado buenos resultados.

C. TIPIFICACION Y OBSERVACION DE MOCIONES GRUPA LES A TRAVES DE FRASES CARACTERISTICAS

Cuando se trata de un ejercitante, San Ignacio ha tipificado las mociones que debe atender en su corazón, sobre todo la "consolación" y la "desolación" en cualquiera de sus muchas formas. Pero cuando se trata de un discernimiento grupal, la tipificación ignaciana de las mociones no es tan fácilmente trasladable a esa nueva situación. Un ejercitante puede advertir, en un simple examen de la oración, si está consolado o no: pero ese mismo hombre no podrá advertir con la misma seguridad si su comunidad o el presbiterio de su diócesis está consolado o no. El discernimiento comunitario exige procedimientos complementarios. Aquí proponemos sólo uno, que ha dado buenos resultados en algunas oportunidades, sobre todo en comunidades de vida religiosa. Se trata de tipificar las mociones que afectan al grupo a través de frases características, y luego centrar la observación en un análisis de las mismas. Veamos esto:

TIPIFICACION DE FRASES

Suele suceder que las mociones que afectan a un grupo, los sacerdotes por ej., se manifiesten típicamente en expresiones a través de las cuales ejercen su influencia sobre los miembros del grupo. A menudo ocurre también que una expresión más que otra lleve consigo encerrada toda la intencionalidad de la moción o corriente que está afectando al grupo. Puede parecer algo extraño, a primera vista, pero no están raro esto, en un mundo en el que el "slogan” ha pasado ya a ser un componente permanente del mundo en que vivimos.

El sujeto, pues, que caiga en la cuenta de estar puesto en una situación de agitación de varios espíritus, y se decida a tomar posición buscando la voluntad divina en esa situación, que se convierte así para él en tiempo de elección y en proceso de discernimiento, debe dirigir su atención a las frases donde reverbere el movimiento que lo empuja hacia alguna actitud relacionada al tema. Esto es muy vago, en teoría muy sencillo, pero en la práctica:

1. Frases recogidas por religiosas relativas a la crisis de la vida religiosa. (1966-1967)

Se trataba de "husmear" las mociones que agitaban a las comunidades para poder posteriormente discernir. Al orientar a las religiosas aproblemadas hacia la búsqueda de esas frases, se las instruía previamente sobre las actitudes a tener en cuenta posteriormente ante esas frases, que básicamente son las siguientes:

a. Qué hay de verdad en ella?

b. Qué hay de error en ella?

c. Qué efectos causa la frase en mí y en otros

d. A qué actitudes conducen, más a largo plazo?

e. De dónde provienen esas frases: quiénes las lanzan y quiénes las hacen circular?

Esas cinco operaciones naturalmente no se hacen a nivel científico, no se trata de hacer una investigación teológica, ni una encuesta sociológica, ni sicológica, etc; todas esas operaciones no escapan al poder de una advertencia vulgar, empírica. Pero ante todo, se trata de coleccionar las frases consideradas típicas. He aquí algunas de esas frases, que dieron ocasión a posteriores ejercicios de reflexión, etc. sobre ellas:

1) La pobreza de las religiosas es pura mentira. No nos falta nada. No somos verdaderos pobres.

2) "Las religiosas estamos fuera de la realidad"

3) Las reuniones? No sirven para nada. Se habla de todo, y todo sigue igual o peor"

4) "Las alumnas de nuestros colegios salen peores que las de los colegios del Estado; nunca más vuelven a pisar una Iglesia, y ni a Misa van"

5) "Siempre se hizo así"

6) "Son cosas de la nueva ola. Antes no había nada de esto y las cosas andaban "mejor"

7) "La vida de comunidad? Ni es de comunidad ni es vida, puro formulismo, vacío... de todo calor humano"

8) "Acá ya no se puede hacer nada. En otra parte podré dar testimonio más auténtico"

9) Tenemos que ser como todas, porqué buscar ser diferentes?"

2. Frases más actuales

Para completar el ejemplo, véase esta otra colección más reciente (1971), tomadas de religiosas, sacerdotes, religiosos varones no clericales, y algunos laicos, respecto al ambiente de Montevideo;

1) "El Evangelio? Pero si es un catecismo!"

2) Jesús no solucionó los problemas de su época, con los recursos y los límites de su contexto socio-cultural. Pero nuestros problemas, al igual que nuestra época y nuestro contexto socio-cultural es radicalmente diferente"

3) "Lo importante no es la santificación personal, sino el sentido de la historia"

4) "Qué testimonio daremos si no nos comprometemos con posiciones políticas populares? Un anti-testimonio, pues de hecho estamos apoyando el status quo"

5) "La división entre creyentes y no creyentes no es lo que importa hoy". Lo transcendental hoy es la división entre los que luchan por la liberación y los que se oponen a ella".

6) "La vida religiosa será un testimonio de liberación tanto cuanto coincida con el movimiento de liberación que efectivamente se está llevando en el país".

Cuando se han recogido algunas frases que parecen condensaciones características del momento que se está viviendo, se procede a reflexionar, individual y grupalmente, a través de reuniones directamente encaminadas a llegar a una toma de posición. Sobre estas reuniones o deliberaciones comunitarias, nos remitimos al documento de trabajo elaborado por un equipo de la Provincia Argentina. La apreciación de las frases, la facilidad para encontrar lo que contienen de verdad o error, etc. va dando ocasión a la manifestación de las sintonías o estridencias del grupo respecto a la tendencia patente en la frase. No siempre puede llegarse a un acuerdo, ni hace falta, al menos en los primeros tiempos; pero sí es notable la celeridad con que este procedimiento llega a "descubrir" las agitaciones latentes en el ambiente respecto al cual hay que tomar posición.

Los pasos posteriores son comunes. Es necesario un tiempo más o menos largo para que los miembros del grupo reconozcan y remuevan sus resistencias. En este tipo de reuniones es evidentísimo que la presencia de personas sin las condiciones requeridas para una elección, sobre todo en cuanto a la "indiferencia", hace totalmente imposible la marcha de la experiencia de discernimiento, y el grupo resbala inevitablemente hacia puntos muertos. El artículo "Discernimiento en situaciones ambiguas", que citamos en nota, hace un excelente recuento de esas actitudes, alienadoras del proceso, sea antes, durante o después de las decisiones, Nos remitimos a ese artículo.

3. Nuevos procedimientos

La experiencia fue agregando nuevos procedimientos complementarios a este de la frase. Analizando los efectos que a mediano y largo plazo causan las tendencias manifestadas en esas frases, los grupos elaboran un nuevo procedimiento: una tipificación de actitudes habituales en las personas. Así, por ejemplo, se elaboraron "colecciones" de actitudes del corazón a que iban a parar los procesos desatados por las tendencias manifestadas en las frases: suspicacia, desconfianza, crítica cerrada e incluso contradictoria, hastío, tedio, aburrimiento, mediocridad, dureza, mezquindad del corazón, tristeza, auto-compasión, auto-justificación, amargura, desespero, soledad, agresividad, superficialidad, suficiencia, etc.

La constatación de esos "malos fines", era un punto de referencia firme para el discernimiento, algo así como la "cola serpentina".

Y analizando quiénes eran las personas que aceleraban la circulación de esas frases, o las mantenían presentes en los ambientes, se llegaba a una caracterización de esas personas a acuerdo a tipos que el mismo ambiente se encargaba de definir. Los grupos no siempre logran saber el origen que en el medio social tienen esas frases, pero sí constatan que tipos de personas las propagan, etc. Y así surgieron galerías de personajes que a modo de contexto humano de la frase, acrecían el significado de las mismas, facilitando el discernimiento. Esa galería está formada por ejemplo por "el quemado", "el reaccionario", "la víctima”, "el atormentado", el oficialista", "el revolucionario", etc. Fue notable también que a través de estos trabajos los miembros de los grupos entraban en un rápido proceso de alerta ante las características de los medios de información pública, y acerca también de la intencionalidad latente en los actos y directivas pastorales.

Para terminar con la presentación de este método de facilitar el discernimiento grupal, digamos que son mucho más fáciles los primeros pasos que los últimos, y que propiamente el juicio de discernimiento…fue una mosca blanca en la mayoría de los casos. El mayor fruto probablemente está en el crecimiento, a veces muy notable, del nivel de advertencia acerca de las mociones latentes en el medio social donde se vive, Pero de ahí a un juicio que sacramentalice la manifestación de la voluntad de Dios al grupo, comprometiéndolo en una decisión que lo inserte en la historia…hay un buen trecho todavía.

Damos por terminadas estas reflexiones finales, sobre la necesidad de la dilatación de la propia libertad en el proceso de discernimiento, y sobre el carácter; hermenéutico del discernimiento ignaciano, punto este que se redujo, en realidad, a la presentación de un método sencillo para iniciar el proceso grupal de discernimiento liberador.

La inmensidad del tema queda ante nosotros como un llamado al trabajo. Al trabajo práctico ante todo y también a la sistematización doctrinal luego, y, finalmente, cosa muy importante hoy, a la comunicación humilde de los resultados que vamos logrando. La comunicación recibida de otros me ha ayudado mucho, y con la esperanza de poder ayudar es que entregué a ustedes estas páginas, incompletas, asistemáticas, pero posiblemente también con cierta capacidad de brotar en mejor cepa: en la reflexión y en la práctica de ustedes.





Notas:

(1) Varios han advertido contra la tendencia a identificar la liberación con la esencia del cristianismo, de la reflexión teológica y de la misión de la Iglesia. Ver para esto Mons. Pironio, en Teología de la liberación, Criterio 42(1970) 783 n. 1.

(2) Es claro que la pérdida de la fe proviene de mil caminos diversos. Si nos limitamos a la situación actual del creyente que está presente en las luchas de la liberación, es sólo porque es típica de muchos sacerdotes y de mucha juventud actual, y porque fácilmente en ese tipo de alienación se plantea la especialísima forma de liberación correspondiente que nos ocupa ahora: el discernimiento.

(3) Sin negar que en las formas de liberación recién nombradas haya también cierta actividad de discernimiento, con todo parece que éste suele ser más propio de quienes están vivamente interesados en la tarea pastoral, conviviendo con los agentes de las diversas liberaciones parciales, y teniendo en cuenta también la responsabilidad de liberar no sólo su propia condición de creyente, sino la de sus hermanos comprometidos en las lachas de los varios niveles de la liberación plena y verdadera.

(4) Hay o puede haber creyentes que militan en luchas liberadoras sin pensar que nada de eso tenga algo que ver con su fe. En estos tales no cabe hablar ni de "deterioro de su fe", ni de la liberación correspondiente. Nos referimos en cambio al católico que intenta serlo en serio y explícitamente en todas las dimensiones de su vida en esta situación.

(5) Nos referimos al discernimiento espiritual, que es el propio del creyente en cuanto tal, ya que no tratamos ahora de otros niveles de discernimiento: político, filosófico, etc.

(6) A veces parece pensarse que et discernimiento es grupal si el sujeto que discierne es el grupo, y que ese juicio de discernimiento afectará a una colectividad, y de ahí el considerarlo comunitario, aunque sea 'uno solo el que lo haga; otras veces, finalmente, parece considerarse suficiente la participación de muchas personas en el proceso de formación del juicio de discernimiento, aunque no todos intervengan en la decisión misma; etc. La tendencia general es, con todo, a llamar comunitario al discernimiento como proceso y decisión se formó comunitariamente, y cuyo alcance afectan a una comunidad.

(7) "La vida de comunidad a la luz de documentos ignacianos", E/O/A, Suplemento del Centro de Espiritualidad, número 1, marzo 1971.

(8) El documento de trabajo citado ha señalado las condiciones necesarias para la "discusión-comunitaria" (parte tercera), haciendo un paralelismo con las "anotaciones" del libro de los Ejercicios.

(9) El contexto de esas tensiones y acosamientos es muy rico. Las ideologías de origen marxistas o neocapitalistas empujan al sacerdote a insertarse en un proceso histórico que "salvará" su función.

(10) Un problema muy interesante para estudiar sería la historia de los Estados Pontificios como LOCUS THEOLOGICUM para una reflexión sobre teología de la política y el sacerdocio.

(11) Pablo VI llamó la atención sobre este fenómeno de la sobre valoración contemporánea de la conciencia refleja en la vida social; "Ecclesiam sioam", AAS 56(1964), 617ss.

(12) Se dice que la división realmente importante es la que separa a los hombres entre los que lucían por la liberación y los que se oponen a ella, y no la que los separa en creyentes e incrédulos. A no ser que por creyente se esté significando al espantapájaros del creyente, tenemos allí una sustitución del cristiano por el luchador revolucionario como agente verdadero y definitivo de la historia.

(13) Puede verse el fino discernimiento de las actitudes de los católicos de "vanguardia" y de "retaguardia" respecto a la Iglesia y a Jesucristo mismo en el artículo de Héctor BORRAT, "El Cristo de la fe y los Cristos de América Latina. Para una Cristología de la Vanguardia", en la revista Víspera, n. 17, año IV (1970) 17 de junio, pp. 26-31.

(14) Por temor a repetir demasiado no lo decimos en el texto, pero por su importancia lo repetimos en esta nota. El juicio de discernimiento de que hablamos, es el que al sacerdote hace buscando la recepción en su propia libertad de una comunicación de la Libertad divina, que lo salve de las alienaciones que el medio social le induce contra su calidad de agente de la liberación integral, y lo potencie como agente de la misma, mediante un compromiso o un conjunto de decisiones que le den consistencia social apta para realizar efectivamente esa función liberadora.

(15) En una reflexión teórica podríamos preguntarnos por qué nos planteamos como alienación del sacerdote su consagración a la acción política, y no otras posibles entregas: a la investigación científica, a la educación etc. En una reflexión teórica hay que plantearse todo eso. Pero una reflexión sobre el descendimiento de la alienación del sacerdote hoy conviene que se detenga en la situación real que origina la reflexión; y hoy es la acción política la que reclama alienadamente al sacerdote, y no la educación. Las "objeciones" sobre la parcialidad del discernimiento son movimientos interiores casi inevitables, como momentos del discurso de discernimiento.

(16) Preguntamos cómo asegurar una toma de conciencia así no en el sentido de dar seguridad al sujeto, o de tranquilizarlo o evitarle riesgos. Por el contexto se ve claramente que se trata solamente de afinar la puntería, no de evitar el conflicto; de apuntar a la verdad, no de eliminar el temor y temblor del proceso donde "hacer verdad" esa verdad.

(17) Nos hemos detenido en el valor medicinal y estratégico de la oración. "Medicinal" en cuanto correctivo crítico de las deformaciones inevitables en las parciales tomas de conciencia del sacerdote en el mundo. "Estratégico", en cuanto vértice interpersonal que ordena los momentos interiores y desde el cual el sacerdote puede encontrar el ángulo exacto de incidencia de la vida política en su propia vida, y de su función liberadora en la vida política.

(18) Uno decía que "pocos sacerdotes conozco tan alienados como los que hacen siempre su oración!". Aparte de lo opinable del caso, al menos es cierto que no cualquier modo de orar es apto para el discernimiento. La actitud de "examinar la oración" y no sólo "hacerla", es imprescindible.

(19) Suele decirse: "lo que escandaliza no es el sacerdocio sino la imagen sociológica actual del sacerdote". Sin entrar a discutir todo el contenido de esta afirmación, pensamos que la imagen sociológica del sacerdote en los medios paganos no puede ser liberada de su disonancia, a menos que el pagano deje de serlo; esa disonancia es, en efecto, la falta de fe. Es interesante, con todo, observar el espejismo de poder que se apodera de nosotros cuando proyectamos "cambios de imágenes" para sortear dificultades. Esquivamos la dificultad, en efecto, pero en la misma medida esquivamos la oportunidad de vivir el Evangelio.

(20) Aceptamos desde luego, una gran multiplicidad de formas de vivir misionalmente el sacerdocio. Cuando hablamos de "predicación" lo hacemos en sentido amplio.

(21) AI comprobar que su vida y su fe explícita son ininteligibles y chocantes en su medio pagano, tradicionalmente católico o no, se angustiará y comenzará a preguntarse si puede ser signo siendo tan ininteligible, si puede dar testimonio siendo tan repudiado o dejado de lado. A quién no han mordido estas nobles preguntas?

Pero luego viene lo alienante: en el caso de una adaptación pacificante al medio incrédulo, el sujeto se hace inteligible y significativamente aceptable para el medio pagano, pero al mismo tiempo el evangelio mismo se le hará ininteligible, su sacerdocio se desdibujará, Dios se esfumará para ceder paso a un vaporoso humanismo…y en adelante será él quien no comprenda a los creyentes explícitos. Es todavía cristiano?

(22) Por eso parece un error lo que hacen los sacerdotes que, estando en crisis, abandonan el ministerio hasta "poner las cosas en claro". Aunque parezca chocante, aunque resulte a menudo aparentemente contraproducente, el sacerdote saldrá, sin embargo, beneficiado si realiza su reflexión desde una forma de vida de alguna manera comprometida pastorilmente. Desgraciadamente suele ocurrir que cuando hay compromiso pastoral no hay reflexión, y cuando se dan tiempo para la reflexión se dejan los compromisos ministeriales...

(23) En este sentido es inaceptable que una persona o grupo "hagan discernimiento" para conocer la voluntad de Dios en un punto que ya está zanjado por la ley eclesiástica. Hay también ataduras anteriores del propio sujeto, que no admiten revisión, como son las "elecciones inmutables" de que habla San Ignacio (EE. 172). El discernimiento busca una decisión más allá de la ley común, respetando íntegramente la ley. Pero aun en ese "más allá" de la ley, en lo puramente singular, tiene vigencia el discernimiento ajeno, no en virtud de una "ley natural", sino por el carácter eminentemente comunitario de las decisiones personales en la Iglesia. Mis discernimientos, por ejemplo, no pueden ignorar los discernimientos de Jesucristo y de quienes están puestos por el Señor para orientarme (caso del celibato eclesiástico, por ejemplo).

(24) Decimos esto para recordar que la experiencia de discernimiento no se puede traducir a un sistema de elección, descomponiéndola en elementos que se vuelven a componer en otro contexto. Eso es desconocer totalmente el carácter irreductible y personalísimo de la experiencia de discernimiento.

(25) El someterse el ejercitante a un sistema aprobado por la Iglesia, ya es un índice de su renuncia a una interpretación caprichosa. El marco eclesial de las cosas sobre las que puede elegir (EE, 170-173) es otra garantía. Finalmente, porque forma parte del subiectum apto para discernir, el ánimo aparejado y pronto a deponer su juicio ante el juicio de la jerarquía (EE 353), porque el Espíritu Salto no se contradice (EE. 365).









Boletín de espiritualidad Nr. 18, p. 17-47.


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