Carta a los Romanos y Primera semana de Ejercicios

(re-elaboración bíblica de los Ejercicios Espirituales)

Miguel Ángel Fiorito sj





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Estas páginas nacieron del deseo de re-pensar, a la luz de la Biblia, la práctica de los Ejercicios de san Ignacio.

Pensamos en una práctica de los Ejercicios guiada por el texto ignaciano en su sentido genuino; pero sabemos que dicho texto resume y recapitula una tradición espiritual de la cual la Biblia es fuente. Volvemos, pues, a la Biblia para encontrar mejor el sentido genuino del texto ignaciano, y también podríamos decir que penetramos en éste hasta llegar a su fuente que es la Biblia.

1. Elegimos, como tema fundamental en la práctica de los Ejercicios, su Primera Semana; y se nos puede preguntar porqué, tratándose de ésta, recurrimos precisamente a san Pablo y a su carta a los Romanos.

Nuestra respuesta es doble: cuál es para nosotros el sentido genuino de la Primera Semana, y qué podemos esperar encontrar al respecto en la »Carta a los Romanos«.

1.1. Entendemos por Primera Semana la etapa de los Ejercicios que va del Principio y Fundamento (EE [23]) hasta el Rey Eternal (EE [100]), ambos incluidos.

No se trata, pues, de una »predicación de verdades eternas« o retiro espiritual sobre las »postrimerías«, sino de una etapa de los Ejercicios Espirituales completos, cuando se los da »todos ... por la misma orden que proceden (Anotación 20) y no solamente »algunos de estos ejercicios – o meditaciones – leves« (Anotación 18).

Si entendemos la Primera Semana en toda esta riqueza, el sujeto apto para hacerla es el mismo que puede hacer, durante treinta días más o menos (Anotación 4), todos los Ejercicios, sea de un tirón – como antes se hacía – sea »por etapas« o un poco cada día, hasta terminarlos totalmente en dos o tres meses (Anotación 19).

1.11. El objetivo de esta primera semana es preparar la elección o reforma de vida: hasta el Rey Eternal, es la preparación remota; y desde el Rey Eternal hasta los Binarios o Maneras de humildad, será la preparación próxima.

Entendemos además por elección o reforma de vida una verdadera conversión, en el sentido bíblico y teológico del término (cfr. A. Galli, “Lineamenti per una teología della conversione”. Sacra Doctrina 1966, n. 42, p. 253).

En pocas palabras diríamos que esta »conversión«, que san Ignacio llamaba »elección o reforma«, es triple: 1. opción fundamental – teológica y cristológica respecto del fin último; 2. conversión moral respecto de los medios que apartan aun levemente del fin; 3. conversión espiritual respecto de los medios en sí indiferentes que, en la situación privada y personal del ejercitante, no conducen o conducen menos al fin personal asignado por Dios nuestro Señor a cada uno dentro de la historia de salvación.

Respecto de esta conversión así entendida, la Primera Semana debe entenderse también en toda su plenitud espiritual, en toda su profundidad teológica y cristológica, y con toda seriedad.

Sobre este papel de la Primera Semana, cfr. “Apuntes para una teología del discernimiento de espíritus”, en Ciencia y Fe/Stromata XX (1964), p. 97-102, 102-108), (contenido cristológico), etc. Y sobre la »conversión« incluso en santos, cfr. Rimaud, “Sur la conversion de S. Thérese de Lisieux”, en Christus, n. 17 (1958), p. 129-137.

1.12. Tal es el papel, a nuestro juicio, de la Primera Semana; y sólo lo podrá cumplir si en ella incluimos el Principio y Fundamento y el Rey Eternal (que a su vez es el comienzo del segundo proceso o etapa que lleva hasta el umbral de la elección, nuevo proceso que comienza con la contemplación de la vida pública de Cristo, EE [158]).

Alguien nos podría decir que san Ignacio presentaba al Principio y Fundamento más bien como un »pórtico« de los Ejercicios Espirituales; y que éstos comenzarían propiamente con el »primer ejercicio« (EE [45]). Respondemos que es posible, y aun muy probable que el ambiente de la época estuviera tan empapado del lugar de Cristo en la historia de salvación (de esto trataban las obras espirituales de entonces, como la de Vives y Erasmo) que san Ignacio podía contentarse con constatar — como por un test rápido – que el ejercitante tenía fresca la idea fundamental del Principio y Fundamento y que por eso se detenía más en la proposición de los restantes ejercicios de la Primera Semana, de cuyos temas no estaban tan empapados los ejercitantes, o los habían oído predicar en otra forma (como »verdades eternas«, para asustar, y no tanto para llevar a una entrega total a Cristo, única salvación).

A este propósito es sintomático el paralelo que se podría hacer entre los textos ignacianos de la Primera Semana y el »simul iustus et peccator« de Lutero como tema teológico de la época (véase H. Küng, “La justificación según K. Barth”, p. 236-248; y el resumen que el autor hace de la doctrina católica de la justificación como acto gracioso de Dios, p. 276-277, que nos puede servir para profundizar la doctrina ignaciana).

San Ignacio quiso transmitirnos detenidamente su peculiar vivencia al respecto, como se nota por la extensión que le da a la Primera semana; así como el ser vivencia peculiar de él lo demuestra su carta a Borja (Epp. I: 339-342) cuando le dice:

Yo para mí me persuado que antes y después (de una gracia de nuestro Señor) soy todo impedimento; y de esto siento mayor contentamiento y gozo espiritual en el Señor nuestro, por no poder atribuir a mí cosa alguna que buena parezca. Sintiendo una cosa (si los que más entienden otra cosa mayor no sienten), que hay pocos en esta vida, y más echo, que ninguno, que en todo pueda determinar o juzgar cuánto impide de su parte y cuánto desayuda a lo que el Señor nuestro quiere en su ánima obrar.

Y el mismo sentido vivencial tienen sus frases de los Ejercicios: »llaga y postema« (EE [58]), »como desterrado entre brutos animales« (EE [47]), etc.

San Ignacio no temía demorarse, examen tras examen (EE [24-43], [77]), en el proceso de sus pecados personales (EE [56]), y en sus tentaciones y desolaciones (EE [314-322], y reglas de la segunda semana), porque en todo ello encontraba a Cristo (EE [53]), y su gracia preveniente (EE [71]), sus inspiraciones y consolaciones (EE [323-324], y las reglas de la segunda semana).

San Ignacio estaba seguro de encontrar a Cristo en esta forma porque para él – como para san Pablo, a quien »el aguijón de la carne« lo llevaba a Cristo, 2Cor 12,7-10 – Cristo era el centro de la economía de la salvación (cfr. Küng, o. c., p. 122-125), preexistente eternamente (Küng, o. c., p. 125-134) y presente en la historia de salvación desde la creación y hasta el fin de los tiempos (Küng, o. c., p. 134-146).

En este horizonte infinito – »la anchura y largura, la altura y profundidad ...« de la caridad de Cristo, Ef 3,18, que es el denso contenido de la primera parte del Principio y Fundamento, el misterio del pecado y de la muerte (Küng, o. c., p. 146-149), la miseria del pecado (Küng, o. c., p. 169-179) y la corrupción del hombre (Küng, o. c., p. 179-189) adquieren su verdadera dimensión que es cristológica y cristocéntrica, sin dejar de ser teológica y trinitaria.

De ahí la importancia que le atribuimos al Principio y Fundamento como »roca« sobre la que se asientan la Primera Semana y todos los Ejercicios que no son sino su desarrollo inagotable y, por tanto, reiterable para cada ejercitante de ayer, de hoy y de mañana – pues Cristo es »el mismo ayer, hoy y mañana« (Hbr 13,8).

San Ignacio podía – como dijimos – por razones ambientales teológicas, dar- se el lujo de ser breve en el Principio y Fundamento: mientras que las mismas razones le movían a extenderse en el desarrollo de la Primera Semana. Noso- tros hoy en día, debemos extendernos en el uno y en la otra porque nuestra época nos pide esta re-elaboración de los Ejercicios a la luz de la Escritura y de la Tradición que fueron la fuente que san Ignacio, con su personalidad y originalidad kerigmática, nos resumió en sus Ejercicios Espirituales (cfr.“Apuntes para una teología del discernimiento de espíritus”, en Ciencia y Fe 10 (1964), p. 105-108).

1.2. La segunda respuesta – qué podemos esperar encontrar en san Pablo respecto de la Primera semana ignaciana – es la siguiente (cfr. Lyonnet, “Dict. de la Bible”, Supp. art. “Péché”):

No hay duda que, entre todos los autores del Nuevo Testamento, nadie como san Pablo le ha acordado un papel semejante al pecado, ni nadie como él ha descrito en términos tan fuertes su poder maligno. Y sus afirmaciones acerca del pecado, sus efectos y su universalidad, han hecho que se le acusara de pesimismo. Y la causa es el no haber captado la significación exacta de esas afirmaciones en su contexto doctrinal. Porque si ha expresado en esa forma única la solidaridad en Adán pecador, lo ha hecho para revelarnos otra solidaridad: la de toda la humanidad en Cristo.

Todo se ordena en san Pablo – como, por otra parte, en el plan de Dios al triunfo de Cristo.

La experiencia del abismo en que el hombre se halla librado a sí mismo y del cual sería salvado por Cristo, serviría para revelar a la vez la debilidad extrema del hombre y la omnipotencia de Dios, capaz de conferir inmortalidad al ser mortal y eternidad al ser efímero.

Y el hombre que así descubra, como reveladas en su propia persona, todas las energías de Dios en Cristo, sentirá brotar del fondo de su alma un canto de incesante acción de gracias.

De modo que difícilmente se podrá concebir una concepción más optimista – y más cristocéntrica – de la historia de salvación y del lugar que en ella tiene el pecado y, consiguientemente, Cristo salvador.



Y esta es la estructura precisamente de la Primera semana de los Ejercicios ignacianos, entendiendo como tal esa etapa de los Ejercicios completos que va del Principio y Fundamento al Rey Eternal inclusive; y no meramente la clásica predicación de las llamadas »verdades eternas« ni un mejor retiro espiritual o »ejercicios leves« (Anotación 18).

También la Primera semana le da un lugar excepcional al pecado (a su historia, a su interioridad y profundidad, y a su escatología) porque sólo en él se revela a fondo la salvación en Cristo (Rey Eternal).



San Pablo, por ejemplo, en una de sus afirmaciones paradojales, dice que el Padre ha hecho pecado a su propio Hijo, a fin de que nosotros viniéramos a ser en Él »justicia de Dios« (2Cor 5,21). Si, como es verosímil, el apóstol ha empleado los términos de »pecado« y de »justicia de Dios« en su habitual sentido de »potencia« o poder, respectivamente »maligna« y »salvífica«, ha querido decirnos que el Padre sometió a su Hijo bienamado a los efectos de esa potencia de muerte que es el pecado, a fin de que nosotros fuéramos sometidos a los efectos de esa potencia de vida que es la justicia de Dios en Cristo.

Así se comprende el »cántico« que, al término del capítulo 8 de la carta a los Romanos entona san Pablo al »amor de Dios en Cristo Jesús«, así como la exclamación de reconocida admiración con que termina la exposición del pecado de Israel (Rm 11,33-36), y la doxología final de la carta (Rm 16,25-27). Aquí hay, pues, un paralelismo con la Primera semana de los Ejercicios, o sea con su »exclamación admirativa con crecido afecto« (EE [60]), y sus coloquios de misericordia, agradecimiento a Cristo, y propósitos (EE [53], [61], [71]) que se coronan con oblaciones »de mayor estima y mayor momento« dirigidas al mismo Cristo Salvador y Señor (EE [98]) que son la tónica general de todos los ejercicios ignacianos.

De modo que se justifica que pensemos en una re-elaboración de la Primera Semana ignaciana a la luz de la Carta a los Romanos, cuyo tema doctrinal es el pecado del hombre sin fe, y la justicia de Dios en Cristo.

2. Acabamos de hablar de un paralelismo entre san Pablo y san Ignacio y debemos aclarar – y lo mismo podríamos decir, en general entre Biblia y Ejercicios, y mucho más en general entre cualquier texto tradicional y su fuente bíblica a cuya luz se leen (re-leen) sus textos más significativos – que este paralelismo se puede establecer de dos maneras extremas: una, buscando textos paralelos; y otra buscando más bien grandes intuiciones paralelas que no se concretan totalmente en ningún texto aislado, sino en el conjunto o contexto históricosalvífico de la Biblia.

Ejemplo del primer método – el más usado hasta ahora y que tiene una tradición muy antigua – es el trabajo de J. Enn: »La Sagrada Escritura y los Ejercicios« (original alemán, 1963), traducido al inglés con el mismo título, y al italiano como »Directorio biblico« (Milano 1966). En su línea es tal vez el trabajo más completo.

Otro ejemplo en la misma línea es J. Laplace, “Ejercicios espirituales (diez días), quien encuadra dentro de la prospectiva bíblica la trayectoria ignaciana del ejercitante.

El otro método de re-elaboración de la práctica de los Ejercicios Espirituales, que respeta más la totalidad vital de ambos textos y que va a lo más profundo de la experiencia religiosa de sus respectivos autores, consistiría, como insinuábamos antes, en el paralelismo de las intuiciones globales de los autores humanos de los libros bíblicos y del autor de los Ejercicios Espirituales.

Un ejemplo sería el trabajo – antiguo, pero aún útil – de S. Lyonnet sobre las Dos Banderas, (cfr. Christus 1 (1956) p. 435-453). Y otro ejemplo del escrito de M. Petty, titulado »Evangelios de la infancia y Ejercicios«, (Ciencia y Fe 20 (1964), p. 469-480) donde hace ver que la síntesis ignaciana de la infancia del Señor está basada fundamentalmente en el Evangelio de Lucas, aunque sin excluir lo fundamental de san Mateo.

Y en esta misma línea se puede ver un trabajo presentado en el Congreso Internacional de Loyola (1966), titulado »Alianza Bíblica y Ejercicios Espirituales«: en él se compara la expresión que toma la Alianza bíblica y su estructura teológica, con la estructura espiritual de los Ejercicios como »renovación« de dicha alianza.

3. Por lo dicho hasta el momento (cfr. 1.1 y 1.2), está claro que en esta reelaboración de la Primera Semana a la luz de la carta a los Romanos, adoptamos el segundo método que llamamos por paralelismo de intuiciones, la una ignaciana – en su texto de los Ejercicios – y la otra paulina – sobre todo en la carta a los Romanos.

Y como buscamos la luz de san Pablo en nuestra re-elaboración de la práctica de la Primera semana, expongamos primero la intuición paulina y, luego, la ignaciana.

3.1. Se trata de la intuición y experiencia de san Pablo en la carta a los Romanos. Nos referimos a su parte dogmática, o sea del cap. 1 al 11, ya que el resto sería una exhortación de circunstancias.

Acerca de esta parte de la carta se han propuesto diversos planes, todos discutibles, ya que la retórica paulina no se deja esquematizar fácilmente. Por ejemplo, para ciertos autores tanto católicos como protestantes, el apóstol pretendería dar una descripción total y equilibrada del evangelio: y según esta intención trataría primero del pecado (cap. 1 al 3,20), luego de la justificación (3,21 a 4,25) y finalmente de la santificación (cap. 5 en adelante), de modo que el resto de la carta sería una sucesión de apéndices, más o menos independientes de esta parte doctrinal.

Estudios recientes han propuesto otra estructura centrada en una intuición central del apóstol, y más conforme con la manera »concéntrica« como los profetas del AT procedían, es decir, por repeticiones concéntricas (y no por un desarrollo lógico) de la intuición central.

Según esta interpretación (cfr. la introducción a »Epitre aux Romains«, traducción oecumenique de la Bible, Cerf, Paris 1967, p. 27-28), san Pablo describiría en cuatro expresiones, lo que sería su intuición religiosa de la historia de salvación: la extrema miseria de la humanidad por una parte, y por la otra a victoria del Evangelio. Es decir:

1a. descripción, cap. 1,18 a cap. 4 incl.: miseria de paganos y judíos (1,18 a 3,20) bajo la condenación divina; y justificación gratuita de todo creyente por Jesucristo (3,21 a 4,25).

2a. descripción, cap. 5 a 6 incl.: miseria del hombre solidario con el primer Adán (cap. 5,1-14), y salvación del hombre solidario con Jesucristo (cap. 5,15 a 6,23); pero de manera que en el cap. 5 los dos temas de miseria y salvación se mezclan íntimamente.

3a. descripción: cap. 7 a 8 incl.: miseria del hombre esclavo de la ley (cap. 7,1-25), y liberación por el Espíritu (cap. 8,1-39).

4a. descripción, cap. 9 a 11 incl.: miseria de Israel que rechaza a Cristo (cap. 9,1 a 10,21), y participación escatológica de Israel en su salvación (cap. 11,1-36).

Este plan de cuatro círculos concéntricos alrededor de un único tema dual (miseria y salvación) – aun siendo hipotético – tiene la ventaja de poner más en evidencia la miseria del hombre sin Cristo y la salvación en Cristo, al expresarlas en cuatro terminologías teológicas de naturaleza y origen diferentes:

a. Más jurídica la primera, por la imputación de la fe como justicia.

b. Sacramental la segunda, por la significación del rito bautismal.

c. Más espiritual la tercera, por la intervención del Espíritu.

d. Más histórica la cuarta y última, en cuanto escatológica.

Y podría uno preguntarse si estas cuatro descripciones corresponden a cuatro etapas sucesivas en la existencia humana, o si cada una expresa, en categorías diversas, la totalidad de la existencia humana. Si fuera la primera hipótesis, resultaría: a) el hombre ante todo justificado; b) luego solidario con Cristo; c) después liberado o santificado por el Espíritu; d) y, por último, integrado en la historia que se encamina hacia la salvación escatológica.

Pero parece que la segunda hipótesis responde mejor a la intuición fundamental del apóstol que quiere expresar de todas las maneras indicadas la totalidad de la existencia cristiana.

3.2. Y con esto podemos volver a la Primera semana de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, en la cual vemos expresada la misma totalidad de la existencia en Cristo y sin Cristo, en diversas meditaciones o contemplaciones:

a. En el Principio y Fundamento (EE [23]), la existencia en Cristo es el fin para el cual ha sido creado todo hombre (cfr. “Cristocentrismo del Principio y Fundamento”, Ciencia y Fe (1961), 3. ss., sobre todo 23-25, 36-37]).

b. En el primero, segundo y tercer pecado (EE [45-52]) o historia del pecado, es el ser sin y contra Cristo de los demás: mientras en uno mismo es la vivencia de la gracia de ser (todavía) en Cristo (EE [53]).

c. En el proceso de los pecados personales (EE [55-59]), se repite el mismo dualismo, pero interiorizado en uno mismo; y por eso el coloquio con que termina esta »repetición« es más sentido y personal (EE [60-61]).

d. Y las restantes contemplaciones de la semana (infierno, muerte, juicio, etc.) hasta el Rey Eternal inclusive, no son sino una repetición cada vez más profunda y personal del mismo dualismo de pecado y gracia, de salvación y de condenación, del »simul iustus et peccator« bien entendido; y una profundización de la entrega incondicional a Cristo, y de la »renuncia a Satanás, a sus pompas y a sus obras« (sobre el sentido teológico de esta »renuncia«, ver H. Rahner, “Pompa diaboli” ZkTh 1931, p. 121-122; y brevemente en “Teología de la predicación”, edic. castellana,1950, p. 69-71, 121-122]).

De modo que en los Ejercicios como en la carta de san Pablo a los Romanos, hay una repetición concéntrica y progresiva alrededor de un tema central, el del misterio del pecado y la salvación.

Y la actitud central que en todo momento se trata de suscitar y acrecentar, es la opción por Cristo, con Cristo y en Cristo; y de rechazo la renuncia a Satanás, el discernimiento de sus engaños, la lucha espiritual, la conquista del Reino para sí y para otros ...

Y para poner un solo ejemplo de paralelismo afectivo entre los Ejercicios y la carta a los Romanos, compárese:

a. por una parte, »la exclamación admirativa con crecido afecto, discurriendo por todas las creaturas ... los ángeles ... los santos ... los cielos, sol, luna, estrellas y elementos, frutos, aves, peces y animales ... y la tierra ...« (EE [60], y todos los demás coloquios, anteriores o posteriores en esta semana).

b. y por la otra, las exclamaciones o himnos de san Pablo en Rm 5,1-11; 11,33-36 (oh abismo de riqueza ...): 9, 31-35; y la doxología final, 16,25-27.

Y habría que añadir, saliéndonos de la carta a los Romanos, todos los himnos cristológicos paulinos, nacidos de esta misma experiencia de salvación cu- yo origen es la experiencia en el camino de Damasco. Porque es ésta una experiencia de »conversión«, si por tal entendemos – como lo indicamos más arriba – también la »espiritual«, que significa el descubrimiento de una »vocación« o llamamiento especial, que cambia la orientación de una vida, al darle un »nuevo« sentido dentro del plan de Dios. Cfr. Zedda, “La conversion in San Paolo”, Sacra Doctrina (1966), n. 42, p. 207-208.

3.3. La similitud estructural teológica de la carta a los Romanos y de la Primera semana de los Ejercicios Espirituales, consistente en el mismo tema central de miseria extrema (sin Cristo) y salvación (sólo en Cristo), expresado de diversas maneras, posibilita el re-elaborar la práctica de la una con la re-lectura meditada de la otra.

4. Todo lo anterior puede parecer demasiado teórico o poco práctico, porque pone delante del ejercitante – o de su director – dos textos originales – el ignaciano y el paulino – y sólo añade una orientación general para que se puedan descubrir sus paralelismos en la respectiva concepción de la historia de salvación.

Vamos a dar un paso adelante más práctico, ofreciendo una lectura paralela – y, por tanto, simultánea – de ambos textos.

Se trata, en ambos autores (san Pablo y san Ignacio) de una presentación original del pecado, no como mera transgresión de una ley (aunque también lo sea), ni como mero desorden de la naturaleza humana, sino como libre iniciativa del hombre que contra-dice una libre iniciativa de Dios que le es anterior.

Hay un designio salvador de Dios, que crea en gracia (a los ángeles y al hombre); y frente a ese designio claro y explícito, que es voluntad de Amor, el pecado adquiere su verdadero y profundo significado.

Hay una elección, una promesa y una alianza, que vienen de la iniciativa de Dios; y la creatura peca contra esa elección, esa promesa y esa alianza.

El Principio y Fundamento debe presentar esa creación en gracia por iniciativa de Dios (»el hombre es creado para ...«), esa elección, esa promesa y esa Alianza que es Cristo (»... Dios nuestro Señor«). Y la Primera semana (hasta el Rey eternal inclusive) debe presentar la contrapartida del pecado en los ángeles, en el primer hombre, en los otros hombres, en mí mismo y la renovación de esa elección, esa promesa y esa alianza respecto de cada ejercitante.

4.1. Sobre la base de este breve resumen de la intuición ignaciana, vamos a presentar a continuación un paralelismo de expresiones entre san Ignacio en la Primera semana y san Pablo en su carta a los Romanos.

A modo de introducción bíblica más general, recordemos que la promesa es por su esencia unilateral. La elección tiene consecuencias respecto de otros pueblos. Y la alianza añade la respuesta de Israel, y es bilateral en su desigualdad (la iniciativa de Dios sigue primando).

El Deuteronomio realiza la síntesis de los tres temas (cfr. [1966: 19-20, 46]), ya explícitamente vinculados en Jos 24.

En los relatos bíblicos de alianza o de su renovación, se hacen presentes los »procesos« (»ribs«) o »acusaciones« que el Señor hace contra el pueblo para hacerle caer en la cuenta de su pecado como pecado contra la elección, la promesa y la alianza.

Miqueas 6,1-8
Sl 50 (49): ver la BJ, en nota, para entender las tres partes de la acusación de Dios. Dt 32,15-18 (siguen las amenazas; y a partir del v. 34, las promesas de liberación y de perdón)
Is 1,2-20
Is 5,1-7
Jr 2,4-13.

El mismo sentido tiene, en san Ignacio, la »historia« de los pecados (proceso o acusación a la humanidad, EE [45]), y el »proceso« de los pecados propios (EE [56]): preparar la renovación de la alianza en cada ejercitante que se hará manifiesta en los coloquios que culminan en el del Rey Eternal (EE [98]).

Esta acusación de Dios tiene su plena fuerza porque viene después de recordar la iniciativa salvadora de Dios: ver el Cántico de Moisés, Dt 32.



El proceso de los pecados que san Ignacio hace hacer en la Primera semana supone la historia de salvación a partir de la misma creación, que Is 40-55 – y es su mérito – presenta como primer acontecimiento salvífico, y que san Ignacio presenta en el Principio y Fundamento.

La mención que san Ignacio hace de la creación en el Principio y Fundamento no nos coloca en un plano meramente »natural«, porque la creación es en el pensamiento bíblico – y en el ignaciano – el arquetipo de salvación (cfr. S. Croatto, “Historia de la Salvación, 1966, p. 115 ss. y passim) y el primer hecho salvífico.

4.2. Y pasemos ya al paralelismo textual entre la carta a los Romanos y la Primera semana. A la derecha ponemos el material de los Ejercicios y a la izquierda el material bíblico. Citamos los textos de los Ejercicios con la numeración marginal clásica. Las citas bíblicas con una cruz (+) quieren decir que la Biblia de Jerusalem ofrece una nota interesante para el paralelismo.

Tomamos la primera descripción paulina de la miseria del hombre pecado y de la gracia en Cristo (Rm 1,16 a 4,23), según la interpretación del plan paulino que ya dijimos.

Rm 1,16-17: la Buena Nueva (con su perenne y actual no-vedad) que es una Fuerza de Dios para salvación
EE: Pedir la gracia de conocer esta Buena nueva

Rm: la Justicia de Dios, de fe en fe
EE: esta Justicia de Dios

Rm: la Fe como entrega a la única Fuente de salvación
EE: esta Fe

Rm: (nótese, como se dijo, que la revelación del pecado y de su verdadero sentido va precedida de la revelación de la salvación como iniciativa de Dios). Cfr. Rm 1,17 + en la BJ
EE: para más me avergonzar de pecar contra ella (EE [48])



Rm 1,18-23: la cólera de Dios ante la impiedad y la injusticia de los hombres todos
EE: Tercer punto (EE [52]) o »tercer pecado« y su castigo

Rm: los (gentiles) que aprisionan la verdad en la injusticia
EE: »primer ejemplo« de pecado y condenación de otro

Rm 1,24-25: los entrega a las apetencias de su corazón
Rm 1,26-27: los entrega a sus pasiones infames
Rm 1,28: los entrega a su mente réproba (la definición del pecado es la in-justicia frente a la Justicia, la im-piedad frente a la Piedad)
EE: nótese que estos pecados contra natura no son la »definición« del pecado, sino su »castigo« y consecuencia o manifestación de condenación.



Rm 2,1: Los judíos, juzgando a otros, obran lo mismo: desprecian las riquezas de bondad, paciencia y magnanimidad de Dios, sin reconocer ... que impulsa a la conversión dureza e impenitencia de corazón
EE: segundo ejemplo de pecado y condenación de otro

Rm 2,3-4: el juicio de Dios
EE: el juicio, para más dolerme (EE [78])

Rm 2,5: el día de su cólera cólera e indignación tribulación y angustia
Rm 2,6 el día de Yahvé (cfr. 2,6 + BJ; Hbr 10,26)
EE: el Infierno (EE [65])



Rm 2,17-24: el nombre de Dios blasfemado (por causa de los judíos)
Rm 3,1-8: falsas excusas de los judíos
Rm 3,9-20: todos pecadores
EE: recapitulación que introduce en el coloquio personal



Rm 3,21: la justicia de Dios
Rm 3, 22-23: por la fe en Jesucristo (Rm 3,24 + b) 3,24 por el don de su gracia (Rm 3,24 + a)
EE: lo que Cristo ha hecho por mí (EE 53)

Rm 3,25-27: en dos tiempos: tiempo de paciencia (Rm 3,25 + c) tiempo de justicia (Rm 3,26 + a)
Rm 4,1-23: la fe reputada como justicia (Rm 4,9 +)
Rm 4, 24-25: a nosotros, que creemos en Aquel que suscitó entre los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras faltas y resucitó por nuestra justificación.
EE: “y así a morir por mis pecados …”

Rm 5,1: estamos en paz
EE: “discurrir por lo que se ofreciere”

Rm 5,2: la gracia en la cual nos hallamos y nos gloriamos en la esperanza (cfr. Rm 5,2 + b)
Rm 5,5: el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que nos ha sido dado (Rm 5,5 + b)
EE: (San Pablo discurre por todo lo que implica la salvación en Cristo)

Rm 5,5-8: la prueba de que Dios nos ama
Rm 5,9-10: cuánto más ahora
Rm 5,11: nos gloriamos en Dios por Jesucristo
EE: coloquios (EE 54, 61, 62, 71)

cfr. Rm 8: la vida del Espíritu;
la destinación a la gloria[
el plan de salvación

himnos paulinos:
Rm 8,31-35: Qué diremos ...
Rm 11,33-36: Oh abismo ...
Rm 16, 25-27: Doxología final.



4.3. Hasta aquí la comparación o paralelo entre san Pablo, en su primera descripción de la miseria del hombre sin Cristo y de la salvación del mismo hombre en Cristo.

Como repetición – en el sentido ignaciano del término – podríamos tomar la segunda descripción de san Pablo – o repetición concéntrica del mismo tema dual –, o sea Rm 5,12 a 6,23; que permiten una peculiar re-elaboración bíblica de la Primera semana – incluyendo en ella el Rey Eternal y su oblación final. Porque en estos textos paulinos se trata del bautismo como muerte y resurrección (según el rito de la inmersión, que significa mejor ese doble movimiento).

Y al tema del pecado (vida sin y contra Cristo) se une el tema bíblico de la muerte física que también san Ignacio hace contemplar (EE [78], y nota especial de la »vulgata«).

Respecto del bautismo, téngase en cuenta que los Padres resumían el rito en dos partes: renuncia a Satanás (apotaxis) y adhesión al Padre, al Hijo y al Espíritu. En otros términos, abolición del compromiso con Satanás, y compromiso con Dios (cfr. J. B. Umberg, “Los Ejercicios y los Sacramentos”, p.13-15). San Ignacio, en sus coloquios que culminan con el Rey Eternal, insiste en este compromiso con Cristo.

Y todo el cap. 6 de Rm es un alegato por este mismo compromiso, y por la abolición del compromiso con el pecado (apotaxis y syntaxis).

De modo que la Primera semana – incluido el Rey Eternal – posibilita una renovación espiritual del bautismo (y del misterio pascual).

5. Hemos hecho dos paralelos entre las descripciones que san Pablo hace en la carta a los Romanos, y la que san Ignacio hace en la Primera semana basándonos en una similitud de intuición o visión de la realidad del hombre en la economía de salvación: el primer paralelo pudo ser más detallado; pero no así el segundo, porque el segundo texto paulino (5,12 a 6,23) mezcla, como dijimos en la introducción (cfr. 3.1) los dos aspectos del tema o intuición central.

Podríamos presentar aquí los restantes paralelos con las otras dos descripciones paulinas. Pero no lo haremos porque, como dice san Ignacio en una situación similar a la nuestra, »esto es dar una introducción modo para después mejor y más cumplidamente contemplar« (EE [162]).

Resumiendo, ¿en qué ha consistido esta »introducción y modo« en la reelaboración de los Ejercicios ignacianos a la luz de la Biblia y del conocimiento mayor que de ella tenemos?

En la Biblia, como en los Ejercicios, comenzamos por buscar la intuición fundamental, el espíritu del texto, su mensaje esencial y original, porque aquí es más posible descubrir »paralelismos«.

Para llegar a estas intuiciones de los textos bíblicos, nos valemos de los estudios contemporáneos, sobre todo los que se proponen este mismo objetivo y no tanto los que insisten en análisis textuales.

Y para re-descubrir las intuiciones ignacianas, prestamos atención no a los textos aislados, sino al conjunto de textos que forman una unidad de experiencia espiritual, o sea, los que abren el proceso, los acompañan y lo culminan (sobre esta concepción dinámica de los Ejercicios, véase “Apuntes para una teología del discernimiento de espíritus”, en Ciencia y Fe/Stromata XX (1964), p. 97-102).









Boletín de espiritualidad Nr. 21, p. 21-34.


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