Discernimiento y hermenéutica

Daniel Gil sj





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I. La experiencia del discernimiento.

Gracias a Dios es ya una convicción frecuente que el puesto del discernimiento de espíritus en los Ejercicios Espirituales, y en la vida espiritual en general, individual o comunitaria, es absolutamente irremplazable. Sin el discernimiento espiritual derivarnos hacia el racionalismo o hacia un anarquismo utópico. Ahora bien, suele ser también frecuente un cierto temor o encogimiento ante Id praxis del discernimiento de espíritus. Estas líneas van dirigidas simplemente a ubicar el género de actitud que implica el discernimiento; y en forma de afirmación lo resumiríamos así: las reglas de discernimiento de espíritus son un sistema exegético de la experiencia humana en busca de una decisión personal importante. El discernimiento, por lo tanto, es una hermenéutica de la vida personal explícitamente evangélica y católica.

1. Jesús en el desierto: niveles de la realidad.

Todos recordamos el episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto (Mateo 4,1-11). Para facilitar la comprensión de lo que afirmamos anteriormente, de la naturaleza hermenéutica del discernimiento de espíritus, ejemplificaremos con este episodio evangélico. Imaginemos que a la escena del desierto concurrimos acompañados de un médico, un siquiatra y un profeta. Habiendo presenciado la escena, en lo que ella puede ser percibida por los sentidos, las reacciones podrían ser las siguientes.

El médico se dirige resueltamente a Jesús, lo ausculta, le toma el pulso, la presión, etc. y diagnostica "hambre" y grave peligro de muerte próxima por debilitamiento. Sin duda que, en la medida en que sus instrumentos y su sistema de signos sea correcto, ese diagnóstico será verdadero. Animado por la verdad que ha conocido, y lleno de buen sentimiento, dirá a continuación a Jesús que coma inmediatamente tal o cual cosa, que beba esto o aquello, etc. Pero en ese preciso instante intervendrá seguramente el psiquiatra...

El siquiatra, al escuchar al médico que quiere hacer comer a Jesús, lo tomará discretamente aparte y le dirá más o menos estas palabras: "Señor doctor, por favor escúcheme un momento: no dudo de que Ud. tenga razón en su diagnóstico, pero me temo que se equivoque al intentar hacer comer en este momento al paciente. Usted no ha prestado atención, en efecto, a las palabras que él pronunciaba, aquello del pan y las piedras, y de que las palabras de su Dios son pan también, etc. Comprendo que Ud. no haya prestado atención, pero yo como siquiatra si lo he hecho, y puedo asegurarle que si Ud. hace comer a su paciente quizás le salve la vida del cuerpo, pero le habrá causado un terrible daño síquico. Pienso, en cuanto un somero análisis de las palabras que le escuché me da pie a un diagnóstico, que este paciente, además de hambre, tiene un grave conflicto interior. El piensa que sólo debe tomar su propia vida a partir de su Dios, pero por otra parte se está muriendo de hambre y en consecuencia se halla en un dilema: si come, se sentiría infiel a su manera de relacionarse con su Dios, y si no come se muere. Por lo tanto, doctor no se apure a alimentarlo, pues corre Ud. el riesgo de destruirlo más profundamente. Permítame actuar a mí. Yo trataré de hacerlo comer sin que eso le acarree conciencia de culpabilidad. Aquí se trata de una cura síquica y nada más, quizás un calmante y un poco de sugestión alcancen para..." Pero interviene aquí el profeta.

El profeta tomará a su vez aparte al siquiatra, y le dirá más o menos esto: "Señor psiquiatra, lo escuché con agrado hasta el final, pero me temo que Ud. esté ahora corriendo el mismo riesgo de equivocarse que Ud. reveló al médico, o sea, desatender a otros datos de la situación que han caído fuera del método usado para Interpretar al paciente. Ud. ha atendido solamente a las palabras que escuchó, y las ha interpretado en un parámetro muy escolar, discúlpeme usted. Le aplicó al paciente los modelos siquiátricos de comprensión, y ha hecho de sus palabras unos síntomas definidos a la luz de los principios que usted sostiene en su disciplina. Pero se le escapa a Ud. algo: esas palabras son apenas parte de una conversación más amplia, son referencias a una palabra anteriormente dicha, y a la luz de la cual el paciente trata de vivir y tomar decisiones. Pues bien, a la luz de esa Palabra anterior, y encuadrando la situación presente de este jóven rabí en desierto, me animaría a decirle que...".

¿Por qué no dejar que nuestra imaginación haga tomar parte a Jesús mismo en este extraño diálogo? Pues Jesús podría muy bien en este momento decir: "Permítame, señor profeta, que yo mismo termine sus palabras: esta situación mía es tentación. Agradezco y reconozco la verdad de los anteriores diagnósticos, pues, en efecto, tengo hambre, y tengo una perplejidad interior; ni el médico ni el siquiatra han equivocado sus observaciones, sólo que eran parciales y corrían el riesgo de pretender ser exclusivas. Sin negar la verdad de las interpretaciones anteriores, la verdad completa de mi actual situación sólo es captada por un nuevo tipo de diagnóstico, o juicio espiritual, que dice, en este caso: tentación".

2. Los niveles de la interpretación en el ejercitante.

Dejemos el desierto y volvamos la atención a los ejercitantes, o directores de ejercicios, que sienten cierto encogimiento ante la praxis del discernimiento de espíritus. Hacer un juicio de discernimiento, en Ejercicios, no es substituir explicaciones científicas sobre el origen o modalidad de experiencias personales. El ejercitante puede elegir el nivel de auto-interpretación para sus fenómenos, y aún pasar de uno a otro. Pongamos aquí también un ejemplo.

En una meditación a la tarde, contemplando al Niño perdido y hallado en el Templo, una religiosa siente fuertes repugnancias, aversión, irritación, dificultad para terminar la oración, etc. Ella misma comienza explicando su situación con estas palabras: "Creo que no debí haber comido la cantidad de carne que comí al mediodía; ya otras veces me ha ocurrido que la carne me hace pesada la digestión, y no sirvo para nada..." Esta primera aproximación (en la que reconoceremos sin mucho esfuerzo el nivel de interpretación del médico) dio paso posteriormente a esta otra: "Me sentía deprimida, tengo la sospecha de que no voy a sacar nada en limpio de éstos Ejercicios, empiezo a recordar que ya otras veces he sentido la mismo desazón... qué sé yo, en fin: que cuando en la vida ordinaria me vienen estas depresiones, suelo tomar una pastilla de estas, que una vez me recomendaron para los días de nervios. Quedo tranquila, y después se me pasa". Esta segunda interpretación, que como vemos no desautoriza a la primera (y corresponde al nivel del siquiatra, aunque de modo rudimentariamente vulgar), no fue obstáculo a que más tarde hiciera una tercera exégesis de su experiencia de aquella hora de oración, y, esta vez sí, utilizando los signos de interpretación que se le habían suministrado al explicársele las reglas de discernimiento. Y dijo así: "En realidad, estaba en desolación. En una desolación terrible, aunque no la reconocía. El origen de todo me parece que fue la repugnancia que me inspiró lo que a mí me pareció una actitud insolente del niño con sus padres. Cuando meditaba aquellas palabras "por qué me buscabais?", algo se rompía dentro mío, no podía comprender esa insensibilidad ante el dolor de sus padres, esa incomprensión, esa frialdad... en fin, que me volvía loca tratando de entender, y cuanto más pensaba más alejada me sentía de Jesús. En el fondo, no podía aceptar a Jesús tal como me aparecía allí. Esa impotencia mía, rápidamente se llenó de tristeza, de fastidio, quizás de un secreto resentimiento contra el Señor. Y aparecieron tantas y tantas experiencias mías, anteriores, en que la vida religiosa me ha presentado el mismo aspecto inaceptable. En realidad: tengo una larga lista de reproches contra Dios!... y me va a costar abandonar esta actitud de juez del Señor..."

3. El que da los Ejercicios.

En Ejercicios, pues, el director ofrece al ejercitante un sistema de interpretación de su experiencia: Según la profundidad del ejercitante, su situación espiritual, etc. le suministra una clave más baja o más alta, reglas de primera y de segunda semana respectivamente. Le enseña a tipificar qué es consolación y qué es desolación. Posiblemente nunca se insistirá bastante en la importancia de este ABC del discernimiento, que es la codificación fundamental del sistema de signos ignacianos para el discernimiento: la consolación y la desolación. Luego se enseñan otras claves de interpretación, que serla fuera de lugar tratar aquí. El ejercitante debe ir interpretando sus experiencias, habidas durante la hora de oración sobre todo, de acuerdo a este sistema que se le ofrece. Es libre de usarlo o no, y no es raro que le cueste hacerlo, o que lo haga titubeando, enredado a menudo en la ilusión de que la verdad de un nivel de interpretación (hambre, indigestión, depresión síquica, etc.) desautoriza la verdad del juicio en otro nivel de interpretación (tentación, desolación, etc.). '

Quien quiera iniciar a su ejercitante en la discreción de espíritus deberá tener claro la naturaleza del juicio de discernimiento. Es un juicio de fe, que se hace con ayuda de lo que Santo Tomás llamarla lumen supernaturale, en la misma línea del lumen fidéi, y muy cercano, si no el mismo, que el lumen propheticum. Esa luz espacial, actuando en el ejercitante por la gracia, recibe la ayuda de un sistema exegético históricamente producido por la experiencia de discernimiento de San Ignacio. Con su propia libertad en la fe, y mediante ese punto de vista ignaciano que el director le ya enseñando, el ejercitante tiene la posibilidad real de interpretar evangélicamente sus experiencias producidas al contacto con la Palabra de Dios, en un clima especialmente garantido por la apertura al director, etc. y en vistas a buscar y hallar la voluntad de Dios para él, respecto a una decisión importante. El que da los ejercicios supervisará los juicios del ejercitante, etc. como tan prudentemente advierten los directorios antiguos de la Compañía de Jesús.

II - Elementos de un sistema exegético.

Si clasificamos al discernimiento de espíritus ignaciano como un sistema de interpretación de la experiencia del ejercitante, podemos reconocer en él algunos elementos comunes a todo sistema exegético con pretensiones de interpretar la existencia humana (como el freudismo, el marxismo, el existencialismo, etc.). Para ayuda práctica de todos aquellos que están hoy buscando vivir la actitud de discernimiento, propongo a continuación un bosquejo de tales elementos a tener en cuenta.

1. Las mociones.

Creo que siempre las hay, sí bien no siempre el ejercitante las advierte; con todo, San Ignacio no excluye la posibilidad del "tiempo tranquilo", en el cual las mociones no son suficientemente significativas como para guiar una elección. Dejando como supuesto que hay mociones, es necesario constatar el contexto de las mismas. En Ejercicios esas mociones ocurren habitualmente en el enfrentamiento con la Palabra de Dios, en concreto, con los misterios de la vida de Cristo tal como los relata el evangelio. Esta referencia de las mociones a la Palabra es muy importante (*); y no deberíamos trasladar acríticamente las reglas de San Ignacio fuera de la situación del ejercitante para aplicarlas sin más ni más a situaciones diversas.

Las repeticiones deben hacerse sobre los puntos de más intensidad en la consolación y en la desolación. Asimismo algunos ofrecimientos y peticiones de lo que parece repugnar a los afectos desordenados, son actos aptos para visibilizar en la conciencia del ejercitante las mociones.

2. La observación.

Fundamental importancia del examen de la oración, que es la reflexión o advertencia específica dirigida en Ejercicios al hallazgo de la voluntad de Dios en la disposición de la vida. Obsérvese una cosa importante: es gracias a la instrucción que el director de Ejercicios le da al ejercitante, que este hará cada vez mejor una reflexión cualitativamente apta para el juicio de discernimiento. Si pensamos un poco sobre ello, caemos en la cuenta de que el ejercitante que al reflexionar vaya a la busca de "consolaciones" y "desolaciones", realiza por eso mismo un juicio de discernimiento. No es lo mismo, en efecto, que examine su oración buscando euforias y depresiones, que lo haga buscando consolaciones y desolaciones. La estructura síquica de la vivencia que encontrará será la misma, pero la formalidad "euforia" o "consolación" califican al objetó muy diversamente. Por eso decía que el ejercitante que consiente va buscar consolaciones o desolaciones, juzgándolas tales, realiza ya un juicio interpretativo sobre lo acaecido en su oración.

A lo largo de los Ejercicios el director deberá prestar atención muy cuidadosa a la enseñanza del examen de la oración, de tal forma que dilate la advertencia del ejercitante hasta hacerla actual y concomitante a las mociones. Pero el director no enseña un método de introspección síquica, sino que califica la reflexión misma del ejercitante mediante las reglas de discernimiento. En este sentido, la reflexión del ejercitante difiere notablemente de la reflexión sicológica, o filosófica, o científica; se trata ahora de una reflexión pre-dirigida ya totalmente al hallazgo de una comunicación divina, al desciframiento de un llamado divino a través de los acontecimientos suscitados en los ejercicios que se van practicando.

3. La clasificación.

No cualquier cosa es una moción: San Ignacio tipifica las mociones mediante descripciones empíricas apropiadas. La consolación, la desolación, los pensamientos que salen de la consolación, los pensamientos que salen de la desolación, etc.

Las mociones deben ser clasificadas o distinguidas, y para eso se necesitan criterios. Cuando en determinado momento de una experiencia de elección por discreción de espíritus es necesario distinguir unas consolaciones de otras, San Ignacio trae un criterio, también empírico: la causa precedente (EE, 330). Mediante estos criterios, las mociones son distinguidas y se predispone el juicio posterior sobre su significado.

4. La clave exegética.

Se observa para distinguir, se distingue para saber qué significan esas mociones. Ahora bien, San Ignacio propone al ejercitante una clave exegética, es decir, un modo de reconocer y afirmar, libremente, el significado de las mociones distinguidas. Por ejemplo: en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, y en la desolación el malo. EE, 318). Es una afirmación sobre el significado religioso de esas mociones y de los pensamientos que surgen de ellas. La consolación sin causa precedente es de solo Dios, en cambio la que tenga causa precedente es de valor ambiguo (EE, 330s.).

El ejercitante es invitado a juzgar así del sentido divino o diabólico de sus tendencias, y a través de ello, de sus proyectos para disponer de su vida. En esos juicios de valor se aproxima a la elección de un estado de vida, elección entera y formalmente apoyada en un motivo: es la voluntad manifestada de Dios.

5. La elección.

Una vez hecho formalmente el juicio de discernimiento, siguiendo las claves que San Ignacio le ofrece, el ejercitante puede llegar a iluminar suficientemente su deliberación. Si llega a reconocer "lo propio de Dios" sobre uno de sus proyectos, podrá, siempre bajo la mirada del director, elegir aquel camino por ser esa la voluntad divina. ¿Cuándo llega ese momento o cuándo es necesario todavía exigir más claridad? Hay posibilidad de engaño, y por eso los mismos juicios de discernimiento deben ser corregidos, según adónde hayan inclinado al ejercitante (si a consejos evangélicos o no: cfr. MI Directoría Doc. 1 n. 9 p. 72), etc.

Tengo la esperanza de que encarando la tarea de discernimiento como una actitud de interpretación de la propia experiencia, producida en condiciones especiales, siguiendo los pasos que nos enseñó San Ignacio, se quite el encogimiento que paraliza a algunos. Otros han sacudido la parálisis y se lanzan a realizar un discernimiento comunitario, necesario hoy como nunca, por cierto, pero sin estudiar suficientemente la naturaleza de los procedimientos Ignacianos. Me parece claro, por ejemplo, que un sujeto incapaz de discernir en su propio corazón, será igualmente inepto para formar parte de un grupo que intente discernir comunitariamente el sentido evangélico de los acontecimientos que enfrentan. Para facilitar la tarea de iniciación en el estudio y la praxis del discernimiento ignaciano fueron escritas estas líneas.





Notas:

(*) Cfr. Hénri HOLSTEIN, SJ. Entendre la Parole de Dieu dans les Exercices, en Christus 14 (1967) 80-96: "Son las reglas de discernimiento de espíritus las que nos permiten saber si nuestra contemplación de los misterios de Cristo es correcta y verdaderamente espiritual. Nos esclarecen el significado del gusto, del disgusto, del fastidio que experimentamos durante la oración" (p. 89).









Boletín de espiritualidad Nr. 23, p. 3-8.


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