Algunos interrogantes sobre la futura Congregacion General

Ladislas Orsy sj





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Introducción

Muy pocas veces el autor de un ensayo sobre espiritualidad o sobre las Constituciones comienza llamando la atención sobre la forma literaria de su trabajo. Generalmente resulta innecesario o se piensa que es más conveniente que los mismos lectores lo descubran. Pero siempre se dan las excepciones…Creemos que, para mayor claridad de nuestro intento, es oportuno indicar el carácter peculiar de este estudio. Se trata de una encuesta.

Nuestro principal designio es formular preguntas e intentar que sean correctas. El designio secundario es proponer algunas respuestas, no con carácter definitivo, sino como hipótesis de trabajo que pueden ser confirmadas o rechazadas en la medida que la búsqueda progrese y la evidencia las ratifique o rectifique.

Las comunidades de los jesuitas de todo el mundo han entrado en una larga búsqueda que culminará en la Congregación General XXXII. Nuestro estudio es un aporte inicial a esta búsqueda. Por tanto su propósito es transitorio: suscitar preguntas. Una vez respondidas, nuestra atención debe dirigirse a los temas más importantes.

A. Temas considerados como más importantes:

Hace aproximadamente más de un año que los jesuitas de todo el mundo recibieron cuestionarios por medios de los cuales expresarían sus opiniones sobre el grado de importancia e interés de muchos asuntos que la próxima Congregación General debería considerar. Al informar sobre los resultados de dicha encuesta, la Comisión Preparatoria de la Congregación General XXXII comunicó a toda la Compañía que el orden de importancia dado a los puntos que han de tratarse está claro. Encabezando la lista aparece un grupo de temas que se refieren a nuestra vocación, a la identidad del Jesuita y su misión dentro de la Iglesia, las formas especiales de apostolado, los aspectos más importantes de nuestra vida comunitaria y religiosa...

Ocupando un puesto inferior aparece otro grupo de temas que se refieren a los miembros de la Compañía; y, finalmente, a nuestras estructuras, congregaciones, gobierno central y provincial.

B. Es nuestra Congregación General, en su forma actual, el instrumento apropiado para tratar estos temas

Antes de que las comunidades jesuitas se vuelquen sobre los temas de interés, nos parece conveniente formular algunos interrogantes fundamentales.

¿Es posible que se resuelvan los problemas elegidos como los más importantes sin contar para ello con el instrumento más eficaz?

Si no es así, ¿nuestra congregación general, en su forma actual, es ese instrumento? ¿Es capaz de convertirse en una asamblea sensible, sabia y con capacidad para guiar la Compañía hacia un muido nuevo?

Y si se descubre que nuestra Congregación General en su forma actual es deficiente, ¿cómo podría reestructurarse para convertirla en un buen instrumento de cambio y desarrollo?

Detrás de todos estos interrogantes hay otro más importante y esencial: ¿hasta qué punto una congregación general, reestructurada o no, es capaz de dar nueva luz sobre la temática que ocupa un lugar primordial, hoy en día, en la mente de los jesuitas?

Nuestro principal objetivo en este estudio es demostrar que estos interrogantes son los correctos; y que, de un modo u otro, deberían ser constatados antes de abocarnos en la discusión de los temas y a su discernimiento. Desde luego que nuestro artículo no puede reducirse a acumular interrogantes. Ofrecemos respuestas. Sin embargo, son sólo un ensayo, ya que se proponen sin las ventajas que ofrece discernirlas en comunidad.

Esta es nuestra sugerencia: mientas se lleva a cabo los preparativos para la próxima Congregación General XXXII, el esfuerzo de las comunidades debería dar prioridad a un examen crítico sobre los fines y objetivos de la congregación general en la vida de la Compañía; y, después de eso, ir a los temas específicos en los que la Congregación General XXXII puede ayudar.

Esta prioridad es lógica y es práctica. Es lógica, porque quien desea producir algo debe conocer profundamente la naturaleza y las posibilidades de su instrumento de producción. Este principio es valedero para cualquier campo de la actividad humana. Si alguien quiere producir un auto, debe disponer de buena maquinaria. Si alguien desea ejecutar una sonata, debe tener un buen violín y conocerlo a la perfección. Si los jesuitas quieren que la congregación general de forma a su futuro, la misma debe estar bien organizada, y todos deben saber cómo utilizar esta asamblea para el fin que se pretende. Igualmente es práctica porque, a la larga, ahorrará tiempo y gastos. San Ignacio quería prevenir a su Compañía contra una introspección demasiado prolongada a costa de la acción apostólica. No hay mejor manera de alcanzar esta meta que echar una seria mirada sobre la congregación general tal como actualmente se halla estructurada y decidir primero qué se puede esperar de ella y trabajar luego ahorrando energías.

C. Metas y alcances posibles de una congregación general (1)

Una vez que nos hayamos empapado bien de la capacidad que toda congregación general tiene para contribuir al desarrollo de la Compañía, de acuerdo con la mente de San Ignacio, será necesario determinar la meta, el propósito de la Congregación General XXXII.

Hay varias alternativas. La meta o propósito puede ser "doctrinario" (dar definiciones, explicaciones, hacer planteos sobre nuestros objetivos, etc.); o "pastoral" (exhortar, limar, etc.); o "práctico" (reformar estructuras, legislar procedimientos, etc.). Puede ser también una combinación de los tres con distintas proporciones.

Antes de comenzar la discusión sobre las demás temas, habría que aclarar primero el fin o fines de nuestra próxima Congregación. Deberíamos establecer metas realistas y poner en orden el procedimiento de la misma. Todas sabemos cómo Juan XXIII influyó sobre los trabajos del Concilio Vaticano II, aclarando desde el principio que sería un concilio pastoral. Sin esa orientación inicial, el Concilio hubiera acabado fácilmente en una total confusión. Si el fin de la congregación general no se define desde el comienzo y todos aquellos que la preparan, es decir toda la Compañía, no hacen suya esa definición, habrá confusión a lo largo del proceso. Más aún, el resultado final será probablemente la expresión de buenas intenciones que se mueven en distintas direcciones y que se encuentran todas en una mezcolanza inaceptable de enunciados y mandatos que no serán constructivos ni completos.

D. El largo camino de preguntas correctas y respuestas definitivas.

No es extraño que nos resulte más fácil en este estudio formular preguntas que contestarlas. La Compañía se encuentra en una etapa en la que muchos problemas pueden ser localizados con precisión pero no, en cambio, tan fácilmente resueltos. El camino que hay que recorrer desde las preguntas correctas hasta las respuestas coherentes requiere estudios especializados en historia, una relectura de nuestras Constituciones, una sabia interpretación de las necesidades de la Iglesia y un conocimiento del mundo. El camino que existe entre las preguntas y las respuestas definitivas es muy largo. Incluye, ciertamente, un amplio intercambio de información entre todos los miembros de la Compañía, así como las discusiones en el seno de las respectivas comunidades locales.

Existen trampas peligrosas: Por un lado, está la tentación que se inclina a un entusiasmo demasiado romántico. Por otra parte, puede faltar ánimo y coraje para enfrentar los temas institucionales y metodológicos, menos agradables que los espirituales y apostólicos.

Se puede construir un mito alrededor de la congregación general y pueden crearse expectativas difíciles de conseguir -aun con la ayuda del Espíritu Santo- por los miembros de nuestra mínima Compañía que hayan sido seleccionados y elegidos para ir a la Congregación General. La fascinación de tal mito puede alejamos indebidamente de nuestro trabajo apostólico. Puede fomentar una exagerada preocupación por nuestros propios problemas. El desencanto y la desilusión afectan a individuos y comunidades cuando no se alcanzan las expectativas.

El Espíritu necesita un buen instrumento con el cual trabajar. Si no hacemos un esfuerzo para crearlo, nuestra esperanza de ayuda divina será una vana presunción. Por supuesto que de las piedras el Señor puede sacar hijos de Abraham; pero ésta no es su forma habitual de proceder. En consecuencia no debemos impacientarnos por los aspectos institucionales o jurídicos de nuestra carnalidad. Estamos de acuerdo que la legalidad excesiva es enemiga de la libertad de espíritu.

(1) En este escrito, la expresión "congregación general", con minúscula, se refiere a toda asamblea de este tipo; y con mayúscula, "Congregación General", cuando se refiere a una en particular, por ejemplo la Congregación General XXXII.

Pero no hay libertad de espíritu sin que haya cierto orden en una comunidad, orden que libere a cada miembro para alcanzar su máxima capacidad. Ser esclavos de las estructuras y de las leyes es malo; pero también lo es el ser esclavo del caos y de la anarquía.

E. Una posible objeción.

Ya que nos estamos ocupando de reglas fundamentales, deberíamos encarar a esta altura una posible objeción, precisamente para despejar el camino. A primera vista parece que nuestro estudio se opusiera al deseo de los miembros de la Compañía en lo que se refiere a la prioridad de los temas para la próxima Congregación General: la mayoría concedió suma importancia a las cuestiones espirituales y doctrinarias, y muy poca a las reformas estructurales; en cambio nuestro estudio parece trastocar esa votación.

No es exacto. Coincidimos sinceramente en que las cuestiones realmente importantes para la Compañía son las espirituales y doctrinarias. Lo que queremos dejar documentado es que, si la solución tiene que surgir de una congregación general, ésta debe estar bien estructurada a tal efecto.

Más aún, para encontrar el verdadero significado de aquellos votos se requiere gran habilidad en hermenéutica. Existen algunas preguntas básicas que deben ser contestadas.

Primero, ¿cuál fue la razón por la cual los votantes concedieron máxima prioridad a un tema? ¿Fue acaso su convicción acerca de la importancia vital del problema para la Compañía y para ellos personalmente? ¿0 su sentir es que el problema puede ser resuelto mejor por la congregación general? Las dos razones no significan lo mismo.

Segundo, aun habiendo pensado los votantes que una congregación general podría resolver mejor el problema, ¿confiaban, después de haber reflexionado, en que la próxima Congregación General estaría suficientemente bien estructurada como para resolverlo? ¿Dedicaron especial atención a los procedimientos de trabajo y a la capacidad de la próxima congregación? Los buenos resultados dependerán de la calidad del instrumento.

Hasta ahora nadie ha dado una respuesta a estas preguntas.

Sea como fuere, no debe interpretarse que la votación prohíbe un examen concienzudo de la estructura y el proceder de la congregación general. Antes bien, tal prohibición implicaría una interpretación demasiado apresurada de la intención de los votantes. En cambio, el justificado gran interés despertado por los temas doctrinales debería movemos a que nos preguntemos si poseemos el instrumento adecuado para tratarlos.

PRIMERA PARTE. Espíritu y Estructuras

A. Una congregación general según nuestra legislación actual.

El papel de una congregación general en la Compañía de Jesús se puede entender únicamente en el contexto espiritual de nuestras Constituciones. Las estructuras existen no tanto para limitar a la carnalidad como para liberarla y canalizarla hacia una intensa cooperación con el Espíritu.

San Ignacio afirma en el Proemio de las Constituciones que el nacimiento de la Compañía y su existencia continua son dones de la suprema sabiduría y bondad de Dios, nuestro Creador y Señor. Nuestra respuesta a su iniciativa debería estar inspirada por la ley interior de caridad y amor inscripta en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Sin embargo, dice San Ignacio, las estructuras son necesarias para asegurar la cooperación humana en el plano divino, y para ayudarnos a todos a proceder mejor al servicio de Dios.

Ninguna estructura en nuestras Constituciones es fuente de vida para nosotros tal como lo son los Ejercicios. Tampoco es una estructura el objetivo de nuestra existencia y trabajo; sí lo es, en cambio, en la proclamación del Evangelio. Se deduce que todas nuestras leyes e instituciones externas tienen una importancia relativa en la jerarquía de valores, son medios para lograr nuestros objetivos. Deben ser continuamente adaptadas y readaptadas hacia un fin más alto. No hay estructuras inflexibles en nuestras Constituciones.

B. Una congregación general como centro de unión de la Compañía.

Ya que una congregación general es una asamblea de todos los representantes de toda la carnalidad, es un instrumento de unión de todo el cuerpo social. En él convergen muchas de las inspiraciones y aspiraciones de los miembros. De toda esa multitud de ideas e intenciones, la congregación debe crear una sola visión y un solo propósito que todos puedan aceptar. Cada acto de la congregación debe tener por objeto el reunir a los miembros dispersos de la Compañía, tal que todos sean uno como el Hijo y el Padre lo son.

En este interminable proceso de construir una unidad y preservarla, la congregación general esté inspirada por toda la Compañía; y a su tiempo ésta será inspirada por aquélla. La Compañía Universal con sus dones de gracia y naturaleza, con sus limitaciones y fracasos humanos, es la fuente principal que alimenta a la congregación. Todas las fortalezas y debilidades existentes en ella, se verán reflejadas indefectiblemente en una congregación general.

Por tanto no es extraño que las sesiones de la congregación general puedan ser manifestaciones de fortaleza interior o de una debilidad externa. Para asegurar el éxito, no es suficiente confiar en los dones espirituales. Es necesario reunir toda la sabiduría humana de que seamos capaces para que entre en juego en la organización y procedimiento de estos encuentros. El hecho de que nuestra Compañía haya sobrevivido a tantas tempestades se debe a la gracia divina y al genio organizador de San Ignacio, que la capacitó para construir una fuerte estructura que sostenga el buen vino del Espíritu.

Eventualmente el impacto de la congregación general debe alcanzar a toda la Compañía, tal impacto puede estar, a nivel de nuevos discernimientos que incorporen una visión nueva, o a nivel de decisiones tendientes a la acción. De cualquier manera la fortaleza la congregación general engendrará fortaleza en toda la comunidad. Por el contrario, la debilidad de la congregación general afectará a todo el cuerpo social hasta su última célula. Los resultados de la próxima congregación general repercutirán a través de la Compañía. Por ella podríamos crecer espiritualmente o debilitamos.

En nuestro actual sistema de leyes una congregación general es un centro hacia el cual las fuerzas vitales convergen, se unen, se recrean, y fluyen nuevamente dentro de todo el cuerpo con esperanza.

C. Una congregación general y el Padre General.

Una congregación general es un centro de unión para la Compañía, pero no es el único: existe otro centro que es el Padre General. Ordinariamente, las inspiraciones y aspiraciones de los miembros convergen en él, quien de toda una multiplicidad debe crear también una unidad de visión y acción. Pero lo hace en menor escala que la congregación general. Una comparación entre el poder de la congregación y el del Padre general nos ayudará a compren der mejor el rol de cada uno.

De una manera muy clara se refieren las Constituciones al poder de la congregación general:

1. "En algunos casos será necesario, como es para la elección del General..." que se recurra a una congregación general (Const.VIII,c.2,n.1/677/).

2. "El segundo caso es cuando se hubiese de tratar de cosas perpetuas y de importancia, como sería el deshacer o transferir de las Casas o Colegios, o de algunos otros casos muy difíciles tocantes a todo el cuerpo de la Compañía o al modo de proceder de ella para más servicio de Dios nuestro Señor" (Const.VHI,c.2,n.2 /680/) .

Se desprende de esto que además de elegir a un Padre general, la congregación tiene poder que se extiende a "cosas perpetuas y de importancia" y "algunas otras cosas muy difíciles tocantes a todo el cuerpo de la Compañía o al modo de proceder de ella, para más servicio de Dios Nuestro Señor".

Las Constituciones ofrecen también alguna ayuda para encontrar el significado de "cosas perpetuas y de importancia": tal sería, por ejemplo, la supresión o transferencia de una casa o colegio.

Tenemos ahora una afirmación positiva del poder de una congregación general así como también una limitación negativa del poder del Padre general, el cual no se extiende a asuntos perpetuos y de importancia o muy ; difíciles concernientes a todo el cuerpo de la Compañía o a su modo de proceder, para un mayor servicio del Señor.

Esta división de poder entre los dos centros de unidad, la congregación general y el Padre general es saludable. Establece un equilibrio dentro del gobierno de la Compañía. Da prioridad a la sabiduría colectiva; asegura que ningún hombre, por sí solo, causará cambios significativos. Es también una distinción entre el gobierno ordinario y extraordinario.

La congregación general tiene la llave de una estabilidad y continuidad históricas y de los estibios legítimos. El Padre general toma en cuenta la administración diaria y la empresa de trabajos apostólicos de acuerdo a, determinadas estructuras y principios fundamentales que no está autorizado, a tocar.

Una descripción positiva del poder del Padre general puede darse mejor a través de analogías.

La analogía de un obispo dirigiendo su presbiterio no es demasiado forzada, pero tampoco es adecuada. No es forzada porque hay una comunión genuina entre el Padre general y todos los miembros de la Compañía; y no es adecuada, porque él no es un obispo, ni son sacerdotes todos los miembros. Dicho comunión se hace particularmente intensa al momento de una congregación general que el Padre general tiene derecho de convocar, presidir y guiar.

Lo mismo que un obispo, él guía; pero a diferencia de aquél, está sujeto a las decisiones de la congregación.

La analogía dé estructuras constitucionales modernas puede ayudar también. Mientras la congregación es única legisladora, el superior general posee principalmente el poder ejecutivo. Su tarea es dar misiones a los miembros de la Compañía; es decir, comisionarlos para trabajos, y controlar y supervisar que el mandato sea cumplido. En ciertas ocasiones no lo hace en su nombre sino en nombre del Vicario de Cristo.

D. Limitaciones del poder de una congregación general.

Sin embargo, una congregación general no tiene poder para atar y desatar, construir y destruir según su antojo. No debe borrar viejas cosas y crear nuevas sin guiarse de acuerdo a principios.

Primero, el poder de una congregación general se halla limitado por las inspiraciones originales y las bases espirituales de la Compañía. Ellas se encuentran en los Ejercicios Espirituales. Una congregación general que se apartara de los Ejercicios destruiría una continuidad histórica e instituirla una nueva comunidad sin un pasado en el cual pudiera inspirarse. Por más bueno que ese comienzo fuera, no sería sin embargo el fruto de un viejo árbol.

Segundo, el poder de la congregación general se encuentra limitado por la jurisdicción superior de la Santa Sede. Ella sola puede aprobar nuevas órdenes religiosas o ratificar un cariño en sus Constituciones que vaya en contra de la aprobación original, o bien, suprimirlas. El contenido espiritual de esta regla aparentemente legal es que sólo podemos, después de todo, existir en una total comunión con la Iglesia. De otro modo, no hay vida para nosotros.

Tercero, las Constituciones limitan el poder de la congregación general. Debe funcionar en armonía con otras estructuras dentro del contexto de todo el edificio construido por San Ignacio. Nuestros predecesores pensaron siempre que la congregación general estaba obligada a preservar los rasgos fundamentales de la construcción original. Sosteniendo firmemente este principio, durante tres siglos las congregaciones generales se resistieron sabiamente a la tentación de definir en concreto las estructuras esenciales, los "sctostantialia Instituti". Pero es recién en el siglo XX cuando una congregación sucumbe a la tentación, y define con precisión las "substantialia primi et secundi ordinis" (ver Epitome Instituti, N°22), La definición sin embargo ha dejado de ser tan estricta después de la última Congregación General.

Llegamos a la conclusión de que el poder aparentemente ilimitado una congregación general para tratar temas de gran importancia se halla limitado por un deber de fidelidad al espíritu de los Ejercicios, por la obligación de respetar las condiciones de aprobación establecidas por la Santa Sede, y finalmente, por el deber de preservar los puntos esenciales del Instituto, aun cuando sea difícil definir cuáles son.

E. Una congregación general como instrumento de cambió.

La congregación general surge como el instrumento de cambio dentro de la Compañía.

No hay otro instrumento de cambio porque nadie más tiene el poder de introducir un cambio significativo. Ni la Santa Sede, porque ella tiene una función subsidiaria y no creativa en la vida de las carnalidades religiosas. Ni el conjunto universal de los miembros de la Compañía porque ellos necesitan un organismo constitucional para lograr el cambio, y tal organismo, precisamente, la congregación general. Ni el Superior General, porque su competencia no se extiende a temas de gran importancia. Si estas surgen debe convocar a una congregación general.

Decir que la congregación general es el instrumento de cambio es atribuirle un rol singular entre todos los recursos estructurales de la Compañía. Es posible que sea sólo una estructura, el medio para alcanzar un fin; pero si no funciona bien, las fuerzas vitales y de crecimiento no pueden ser adecuadamente canalizadas. El estancamiento y la parálisis pueden infectar a todo el cuerpo, causando desastrosas consecuencias.

F. El principio-guía de San Ignacio para las congregaciones generales.

El principio-guía para la realización de congregaciones generales surge de su posición relativa en las Constituciones. No es un objetivo en sí mismo sino un medio para lograr un fin. Debe ser realizado hasta el punto que los temas importantes lo requieran, ni más ni menos. Cualquier regla fija e inmutable implicaría legalismo; pondría la ley por encima de la razón. Obligarla a la Compañía a la realización de encuentros improductivos en obsequio de una regla, o la privarla de su único instrumento de cambio cuando los grandes temas lo postulan.

Por eso no es extraño que en el transcurso de la historia se haga necesario un cambio en la frecuencia, procedimiento y estructura de la congregación general. Una comunidad enclavada en la historia, como lo estamos nosotros, atraviesa períodos de estabilidad con firmes expectativas. Sufre también rápidos cambios y la consiguiente necesidad de responder a ellos con igual rapidez.

La Compañía de Jesús no es una roca inamovible alrededor de la cual fluye la historia humana. Debe ser un cuerpo vivo y sensible a los cambios del mundo. No puede elegir y ni siquiera influenciar el ritmo de cambio que se origina en otra parte.

La congregación general es el único organismo competente para abordar los cambios que son también grandes desafíos. La necesidad de convocarla no puede depender de un principio abstracto, legal o tradicional, sino que surge de los cambios que tienen lugar en el mundo, en la Iglesia o en la misma Compañía.

SEGUIDA PARTE. Algunos interrogantes sobre la próxima Congregación.

La Compañía abriga grandes esperanzas con respecto a la Congregación General XXXII. Los objetivos han sido fijados, de acuerdo a lo que nos informó la Comisión Preparatoria el 5 de marzo de 1972.

Encabezando la lista se halla tal grupo que abarca nuestra vocación, la identidad y misma del Jesuita dentro de la Iglesia, formas relevante de servicio apostólico y los aspectos más importantes de nuestra vida religiosa y común incluyendo la pobreza.

La tarea propuesta para la Congregación General XXXII es en verdad inmensa.

A. ¿Qué podemos razonablemente esperar de la Congregación General XXXII?

Pero ¿cuánto podemos esperar realmente de ella con toda la ayuda de la gracia y el empleo de la sabiduría humana?

Para formarnos una idea realista, tonemos como ejemplo algunos de los temas principales, y veamos en qué medida puede contribuir a su solución la Congregación General XXXII.

1. Sobre la identidad del Jesuita.

Es necesario por cierto que la Congregación formule algunas declaraciones sobre nuestra identidad, y exhorte a preservarla. Sin embargo es recomendable cierta restricción.

La identidad jesuita no se puede comprimir en una definición o ley, aun en la era en que nos hallamos. Es una realidad viva, creciente y en expansión alimentada (en el contexto de nuestras inspiraciones en el presente) por continuos retornos a los Ejercicios, a las Constituciones, a las grandes personalidades de nuestra orden en el pasado. Estas fuentes son tan ricas y profundas que es difícil que una congregación general pueda agregar mucho a ellas.

Nos preguntamos si la falta da éxito atribuida a algunas congregaciones generales recientes no se debe al hecho de que las Padres congregados trataron de decir en muchas palabras lo que San Ignacio había expresado en pocas. San Ignacio y su grupo necesitaron 30 años para desarrollar la identidad jesuita. ¿Cuánto puede agregar a ella una congregación general breve?

2. Sobre nuestra misión dentro de la Iglesia.

Nuestra misión dentro de la Iglesia trae a colación dos interrogantes. Primero, ¿cuál es, si existe alguna, nuestra relación específica con el Papa? Segundo, ¿cuál es, si la hay, la misión apostólica específica de los jesuitas?

En respuesta a la primera pregunta: para San Ignacio, la total dedicación a Cristo implica el servicio práctico de la Iglesia, tal como lo requiere el Papa, Vicario de Cristo. En el texto a, su primer proyecto de las instituciones, Ignacio da una descripción vivida y algo pragmática de la obediencia prestada al Papa por la Compañía:

"...como fuésemos de diversos reinos y provincias, no sabiendo en qué regiones andar o parar, entre fieles e infieles, por no errar in vía Domini, no siendo seguros dónde Dios nuestro Señor podríamos más servir y alabar mediante su divina gracia, hicimos la tal promesa y voto, para que Su Santidad hiciese nuestra división o misión a mayor gloria de Dios Nuestro Señor, conforme a nuestra promesa e intención de discurrir por el mundo..." (MIgn. Const.II, pp.210-211).

Esta pragmática actitud de San Ignacio hizo que la Compañía quedara encomendada al Papa de modo especial; pero al mismo tiempo, nos dejó libres. Los mientras prometieran solemnemente ir dondequiera que se los necesitara, a juicio del Papa; pero no prometieron predicar más que la doctrina católica universal, y no prometieron otra lealtad que la de trabajar para mayor gloria de Dios en el lugar que se les asigne. Esta dedicación absoluta, combinada con sabia moderación, ¿podrá ser mejorada por la Congregación General?

Sea como fuere, una cosa es cierta: Un cuerpo legislativo del tipo de nuestra Congregación no debería irse en sutilezas, hoy en día especialmente cuando existen tantos postulados que tratar.

En respuesta a la segunda pregunta: No nos hallamos sometidos a ningún trabajo específico, pero sí a aquél donde más se nos necesite. San Ignacio estableció la regla de apertura sin límites. Quería que sus compañeros fueran dondequiera que se reclamara su presencia, tanto entre creyentes como entre, no creyentes. No quería que se distrajeran en intereses particulares que los apartaran de necesidades más universales. La mayor gloria de Dios debía ser su ideal. La Congregación General podría reafirmar por cierto esta apertura; pero el limitarla de algún modo implicaría el alejarse seriamente de la mejor de sus tradiciones. En el futuro, en una sociedad con cambios tan rápidos, la libertad que esta apertura trae nos va a ser más necesaria de lo que lo fue en el pasado.

3. Sobre nuestra pobreta.

Varias congregaciones generales en épocas recientes intentaron definir el significado de nuestra pobreza religiosa. Apenas si tuvieran suerte.

¿Hay razones para suponer que a la próxima no le sucederá lo mismo? O deberíamos decir que, después de todo, una congregación general sólo puede cambiar ciertas reglas sobre la pobreza, pero la verdadera respuesta debe darse a nivel práctico a través de la búsqueda tenaz por parte de toda la comunidad de un mejor equilibrio en la utilización o no de cosas materiales para bien del Reino. Queda concedido que nuestra Compañía necesita algunas nuevas definiciones legales en materia de propiedad, posesión y utilización de bienes mundanos. Pero lo que más necesitamos es un examen de conciencias que sea comunitario, honesto y mire hacia adelante. Los ideales no faltan pues están plenamente establecidos en los Ejercicios y Constituciones. Si hemos fracasado, este fracaso fue de orden práctico. Debemos corregir nuestros hechos, pero discutiéndolos lo menos posible.

Todos estos ejemplos aconsejan precaución en nuestras expectativas. La próxima Congregación General puede ser un buen instrumento de cambio, pero su poder es limitado. La mayor parte de los problemas que perturban a la Compañía hoy en día, son de orden práctico y no legislativo. La Congregación puede reafirmar nuestra visión por cierto; y puede contribuir parcialmente a crear soluciones aquí o allá. Pero si no conocemos sus limitaciones intrínsecas, podemos convertimos primero en víctimas de una expectativa romántica, y luego víctimas del brusco despertar.

Sin embargo, no debería esta última afirmación sugerir que la Congregación no tiene objeto alguno. Por el contrario, ésta es útil y necesario, siempre y cuando hagamos que sea un instrumento adecuado de cambio en un proceso que marcha hacia adelante, y nada más. Ninguna congregación puede formular las esperanzas mesiánicas de la Compañía, pero puede ayudar a una comunidad mesiánica a mantenerse unida.

B. ¿Cuál puede ser el logro más importante de la Congregación General XXXII?

Hemos indicado ya que la próxima Congregación General puede no ser el mejor instrumento para decidir los temas doctrinarios de nuestra espiritualidad o de nuestro, servicio a la Iglesia. Sugerimos también que los problemas fundamentales de la Compañía hoy en día son prácticos y estructurales.

Tenemos muchos recursos inspiradores actuales e históricos que refresquen nuestra visión y agranden nuestros horizontes, pero necesitamos una maquinaria organizadora mejor para poner en posesión de todos lo que se está descubriendo en nuestra herencia o lo que se considera como nueva inspiración la tarea principal de la Congregación General XXXII puede ser no alimentar con ideas la mente de la Compañía, sino más bien, proveer buenas estructuras que ayuden a la unidad de nuestras comunidades y que den lugar a una diversidad saludable; estructuras que den una oportunidad a cada uno para que comunique su descubrimiento e inspiración sin destruir nuestra eficacia apostólica.

Esto puede parecer una respuesta muy simplista. Esta actitud práctica es, sin embargo, exigente al extremo. Construir exhortaciones y mandatos doctrinarios no es más difícil que escribir un buen capítulo en espiritualidad; pero crear nuevas estructuras para nuevas necesidades sin perder los valores espirituales que las viejas estructuras protegieran, es una tarea gigante. Hachos religiosos han escrito buenos libros espirituales; sólo un puñado triunfó en dar estructuras duraderas a las comunidades. San Ignacio fue uno de ellos.

Podríamos tomar una actitud más personalista ante el mismo problema. Vamos a suponer que el problema principal de la Compañía consiste en una falta de visión en sus miembros. Si esto es verdad, ¿cuál es el remedio? ¿Cómo se puede adquirir una visión clara cuando ésta está empañada? ¿Cómo puede su horizonte extenderse para abarcar nuevas ideas y producir nuevas iniciativas? La respuesta a esto es que la visión puede repararse o el horizonte extenderse sólo desde el interior de cada persona a través de su desarrollo personal. Los mandatos ideológicos de una congregación general, dados de una vez y para siempre, pueden jugar sólo una pequeña parte en dicho crecimiento o transformación personal e interna. Pero la congregación general puede crear nuevas estructuras para facilitar el intercambio estable y continuo de inspiraciones entre los miembros de modo que contribuyan a la maduración de cada uno.

San Ignacio nos dio poco por medio de la doctrina elaborada, pero sí dejó instrumentos excelentes para fomentar la libertad y el genio inventivo al servicio de Dios y de la Iglesia, especialmente los Ejercicios y Constituciones. Su pedagogía consistió en hacer surgir y mantener vivo un movimiento dinámico en los individuos y las comunidades a través de estos Ejercicios y Constituciones. No le gustaba dar definiciones.

Lo mejor que la Congregación General puede hacer es ubicarse en la tradición de San Ignacio, y ejerciendo a su modo una restricción de ideas y exhortación, fomentar también el movimiento dinámico que comenzó con San Ignacio y tiene un mayor alcance hoy en día.

C. ¿Cuál es el propósito de la próxima Congregación General?

Pueden darse varias respuestas distintas a esta simple pregunta. Pero cada una de ellas puesta en práctica requiere un proceso diferente de preparación.

Si existe alguna duda en cuanto a que debería darse una mayor prioridad a esta pregunta antes de que comiencen nuestras preparaciones y discusiones, tenemos simplemente que recordar la resolución adoptada a tiempo por el Papa Juan XXIII con motivo del Concilio Vaticano II, y la duda se disipará. Desde el momento que adoptó una actitud pastoral hacia todos los problemas, dio una nueva dirección al trabajo preparatorio y al concilio mismo. Necesitamos desde el comienzo una dirección clara si queremos que la Congregación triunfe.

Podemos dar por sentado que son necesarias alginas afirmaciones doctrinarias concernientes a nuestra Compañía y vocación; que algunas exhortaciones pastorales son útiles. Aun así nos permitimos decir que el propósito principal de la próxima Congregación General debería ser eminentemente práctico.

Tendría que convertirse primero en un instrumento eficaz de cambio, y proveer luego de buenos instrumentos a toda la Compañía, los cuales se necesitan a nivel local, provincial, regional y mundial.

A nivel local y provincial, han surgido muchas estructuras, probablemente demasiadas. Se han establecido concilios de comunidades, concilios consultivos, asambleas provinciales y congresos que funcionan con éxito variable. ¿Deberíamos examinar estas evoluciones a los efectos de seleccionar las mejores para usarlas más universalmente, y descartar aquellas que nos distraen de nuestro trabajo apostólico más importante? A menudo oímos decir que el gobierno de nuestra Compañía en su totalidad se rige por una forma arcaica. Si esto es verdad, deberemos pues trabajar mucho para adaptar nuestras estructuras a las necesidades de una nueva época. Pero está adaptación requerirá la evaluación de experimentos actuales y luego un planeamiento experto y prolongado. Más de una sola congregación general será necesaria para hacer el trabajo. ¡Después de todo el redactar nuestras Constituciones llevó más de 15 años!

Es indispensable establecer desde el comienzo del trabajo preparatorio cuál es el propósito principal de la próxima Congregación. Los delegados elegidos deberían saber claramente qué es lo que se espera que hagan. ¿Confeccionarán ellos mandatos pastorales doctrinarios, siguiendo el modelo de la Congregación General XXX y XXXI? ¿0 crearán nuevas estructuras agregando a ellas un poco (lo más sustancial) del texto pastoral y doctrinario de acuerdo al modelo de las Constituciones de San Ignacio?

Actualmente, muchos de los Jesuitas y sus carnalidades no tienen una idea clara del propósito de la próxima Congregación General. Dar clarificación es una necesidad urgente. A menos que tengamos un objetivo común, el proceso preparatorio indefectiblemente se convertirá en caótico.

Algunas comunidades han demostrado poco interés en el proceso iniciado el año pasado para asignar distintas prioridades a los tópicos a tratarse en la Congregación General XXXII. Quizás el motivo sea precisamente el hecho de que pocos Jesuitas han reflexionado seriamente sobre el propósito de la próxima Congregación. Como no tienen idea clara de un objetivo definido, les interesan muy poco los tópicos que allí se discutirán.

Además, una discusión general hecha por todas nuestras comunidades sobre el propósito de la Congregación, ayudaría a la Compañía de muchas maneras. Se pueden mencionar algunas ventajas.

Daría, a todos y cada uno, una apreciación realista de lo que razonablemente se puede esperar. Una evaluación inteligente del rol de la Congregación General, cortaría las ilusiones en flor y evitaría el desastre de la desilusión posterior.

Propondría ideas acerca de cómo debería reformarse la congregación general, tal como se halla ahora estructurada de acuerdo a la ley vigente; porque la congregación necesita ser reformada.

Prepararía a las provincias para aceptar aquellas reformas estructurales a las que algunos se pueden oponer firmemente hoy en día. Por ejemplo, cada provincia tiene derecho a enviar tres representantes; pero ¿cuántas de ellas están preparadas a ver reducido este número de manera que se logre una congregación general más fácil de manejar?

Una vez que el rol de la congregación fuera considerado inteligente y críticamente por toda la Compañía, los miembros estarían más dispuestos a aceptar sus decisiones.

Si en realidad esperamos buenos resultados de nuestras congregaciones generales, debemos aseguramos de que éstas sean el instrumento adecuado.

Por lo tanto, deberíamos pensar más acerca de la naturaleza y el propósito de tal instrumento, antes de comenzar a usarlo con la esperanza de que produzca frutos. La bondad del fruto estará en proporción a la excelencia del instrumento.

D. ¿Cuáles deberían ser idealmente el poder y la estructura de las futuras Congregaciones Generales?

El equilibrio establecido por San Ignacio entre el poder extraordinario de la congregación general de introducir cambios significativos, y el poder ordinario del superior general de preservar y defender nuestras Constituciones, debería ser cuidadosamente mantenido. Hay una gran sabiduría en ese equilibrio. Asegura amplia consulta y participación razonable en caso de cambios de importancia; y ellas sólo competen a la congregación general. Asegura gobierno eficaz y acción rápida en nuestro trabajo apostólico, y ello compete al superior general. Los cambios fundamentales sólo pueden originarse en la sabiduría de la comunidad; nadie tiene por sí solo el poder de causarlos. La Compañía confía las decisiones comunes al superior general; no es necesario gastar energías apostólicas en discusiones y consultas interminables.

I. Su frecuencia.

La frecuencia de las congregaciones generales no debería medirse de acuerdo a una regla concebida en respuesta a las necesidades del XVI, sino más bien a una surgida de nuestras necesidades actuales. Es un hecho que el ritmo de vida o marcha del desarrollo, por así llamarlo, es mucho más rápido hoy en día de lo que lo fue en siglos anteriores. Por lo tanto necesitamos actualmente una vara de medida distinta. La congregación general debería reunirse con más frecuencia que en el pasado. Como el futuro promete una aceleración y no una disminución de la velocidad del desarrollo a nuestro alrededor, se debe aumentar la frecuencia de las reuniones hasta que éstas se lleven a cabo a intervalos regulares.

Tales convocatorias a intervalos establecidos traerán otra ventaja. Pondrán fin a la atmósfera de crisis en la cual nuestras congregaciones actualmente se reúnen. No se debatirá más acerca de si una congregación es o no necesaria. Los problemas pueden ser enfrentados metódicamente. Sus soluciones preparadas y presentadas a la próxima asamblea. La ejecución de los mandatos puede ser periódica y controlada, cosa tan importante para lograr un experimento exitoso. Mientras la regularidad se hace estable en la Compañía, será más fácil volcar nuestra atención a las tareas apostólicas. No esperaremos que la renovación surja de una introspección dramática y prolongada, sino más bien de los nuevos procedimientos y medios que desarrollamos al servicio de las criaturas de Dios.

Ninguna congregación general puede triunfar si sus miembros no cuentan con tiempo suficiente para estudiar todas las preguntas, desarrollar nuevas ideas con la ayuda mutua, y llegar a decisiones inteligentes. Tal proceso no se desarrolla nunca bajo presión; la sabiduría no prospera sin algo de ociosidad. Si San Ignacio, con toda la inspiración espiritual que le fue otorgada y con el genio creador para la organización que desarrolló a través de su vida, necesitó tantos años para escribir nuestras Constituciones, ¡cuánto más necesitaremos nosotros (años, no meses) para adaptarlas a las necesidades del siglo XX.'!

2. Sin distracción en nuestro trabajo apostólico.

Haremos bien en recordar el principio de San Ignacio de que una congregación general no debe transformarse en una distracción mayor para toda la Compañía (Const.VIII, c.2, n.1 /677/): el trabajo apostólico es nuestra primera tarea.

Si la congregación se convoca regularmente, y quizás por repetidas sesiones, el número de miembros no debe ser ni tan grande como para obstaculizar seriamente la actividad apostólica, ni tan pequeño como para excluir una adecuada representación.

El objetivo debería ser tener participantes suficientes para una representación genuina e inspiración mutua, pero no permitir que la congregación se convirtiera en algo difícil de manejar y demasiado propensa a un compromiso descolorido. En tanto que los números aumentan por encima de lo esperado, se corre el peligro de caer en la profundidad de las deliberaciones y resoluciones.

E. ¿Cómo se eleva al ideal la realidad de una Congregación General, tal como se halla ahora estructurada?

El ideal arriba mencionado es obviamente una hipótesis. Aun así, da una buena base para la evaluación crítica de los procedimientos y estructuras actuales de la congregación general. Naturalmente nuestro juicio tiene carácter de tentativa. Pero no es una tentativa el afirmar que se necesita un examen crítico; ni tampoco es una hipótesis el decir que en general se debe garantizar una reforma esencial.

1. La irregularidad de las Congregaciones es ahora una debilidad.

El hecho de que las congregaciones generales se reúnen a intervalos impredecibles constituye ahora una debilidad. Sabemos que en el mundo de hoy los temas importantes para la Compañía surgen con mayor frecuencia. Sin embargo no contamos actualmente con un instrumento que respalda con regularidad provechosa a las amenazas y a los cambios significativos entre nosotros, en la Iglesia y en todo el mundo. No es sorprendente, por tanto, que se desarrolle un clima de crisis y cataclismo en torno a cada congregación general; y que muchos esperen soluciones mágicas de este encuentro ocasional de 250 representantes. La irregularidad en la convocatoria de una congregación demora el tratamiento de muchos temas, y provoca la tendencia de resolver algunos importantes mediante medios inconstitucionales. Muchas veces personas bien intencionadas, pero no familiarizadas con la distinción fundamental en nuestras Constituciones entre asuntos perpetuos y de importancia tocantes a todo el cuerpo de la Compañía (Const.VIII, c.2, n.1 /677) y asuntos comunes, o con la diferencia de jurisdicción que existe entre la congregación general y el superior general, pueden pedir al Padre General (creemos que no muy regularmente) que decida temas que no están dentro de su competencia. Nos danos cuenta hoy en día que San-Francisco Borgia o el Padre Aquaviva tuvo influencia demasiado grande sobre el desarrollo de la Compañía. Podremos mantener el equilibrio en el futuro mediante una congregación general bien llevada.

Más aún, cuando una congregación general, como se halla estructurada hoy en día, se reúne, sus mientras tienen trabajo apostólico que hacer en casa y ansían por lo tanto volver cuanto antes. Se esperan respuestas en el transcurso de una o dos sesiones. A menudo los problemas originados por la "postulata" no tienen tiempo de madurar, y preguntas pobremente formuladas rara vez producen respuestas correctas que perduren.

En los últimos cincuenta años, el hecho de que las congregaciones generales se reunieran en forma irregular y no frecuente, ha sido una de las causas serias de los acontecimientos actuales.

2. Tiempo insuficiente para profundizar.

La congregación general así concebida, tiene poco tiempo para el estudio profundo. El tipo de temas presentados ante una congregación general hoy en día, necesita un estudio en profundidad para obtener buenas decisiones y, por lo tanto, requiere mucho más tiempo. Una o dos sesiones no son suficientes. Debería tenerse en cuenta la posibilidad de que cada congregación tenga derecho a nombrar comisiones (como ha sucedido en casos aislados en el pasado) que estudien los problemas importantes y luego informen acerca de ellos al Padre General o preferentemente a la próxima Congregación. Nos preguntamos si esos miembros de la Compañía que han sugerido revisiones importantes a nuestras Constituciones son conscientes del tiempo que les llevó a San Ignacio y los primeros Padres la primera redacción de ellas, y de los años de reflexión que dicha revisión requiere.

3. Demasiadas personas involucradas.

El número de miembros de la congregación general, estructurada como lo está actualmente, es demasiado grande, y ha causado desventajas. Muchos son alejados de su trabajo apostólico; y un gran número de representantes no hace a la asamblea más eficaz. Se espera para la próxima Congregación más de 250 miembros votantes sin contar a los expertos, observadores y demás miembros del clero. ¿Se necesitan tales números para obtener buenas decisiones? ¿Se justifica tal inversión de dinero, tiempo y energía?

Aún esta evaluación breve y resumida nos guía a conclusiones ineludibles: Nuestra Compañía no cuenta con un instrumento de cambio y desarrollo adecuado al mundo moderno, no por lo menos en la congregación general de acuerdo a lo que sabemos de ella. Y ya que no se pueden abordar bien los grandes temas y menos aún resolverlos con un instrumento inadecuado, se hace imperativa la reforma de la congregación general; y éste debe ser el tema más importante a tratarse.

TERCERA PARTE. Sugestiones prácticas para la reforma de la Congregación General

A. Renovación y congregación general no significan lo mismo.

El primer paso hacia la reforma de nuestras congregaciones generales debe estar más en nuestras mentes que en cualquier cambio estructural. El proceso de renovación que se está llevando a cabo en la Compañía no debería ser identificado en el proceso de reunión de una congregación general. Acertamos que una congregación pueda contribuir a la renovación, pero su contribución es sin embargo limitado y parcial. Las fuerzas del Espíritu y del genio inventivo humano en la Compañía, operan sobre un campo mucho más amplio que el que la congregación general puede abarcar.

Quizás la mejor manera de concebir el papel de la congregación general es considerándola como una oportunidad que tiene toda la Compañía de hacer un examen de conciencia. También es un medio de presentar preguntas desafiantes a nuestras comunidades, la congregación general debe legal y fundamentalmente permanecer con el instrumento de cambio y desarrollo, a través del cual pueda continuar en la línea de la pedagogía de San Ignacio. Debe inspirarnos y liberar nuestras energías al trabajo apostólico, dándonos estructuras simples y saludables para nuestras operaciones.

B. La Congregación General debería ser convocada a intervalos regulares.

Debería reafirmarse el principio que establece que los temas de importancia concernientes a toda la Compañía sean reservados, de acuerdo a nuestras Constituciones, a la congregación general. De la misma manera debería sostenerse el principio de colegialidad y de participación. Debemos cambiar nuestra actitud tradicional hacia el Padre General. No debe estorbarse su trabajo con un sinfín de consultas y reuniones de comisión; él tiene que sentirse libre como lo fue San Ignacio para inspirar y guiar el trabajo apostólico.

La ventaja de reunir congregaciones a intervalos regulares sería múltiple.

Nos ahorraríamos las costosas, inacabables y repetidas discusiones que surgen cada tres años cuando la Congregación de Procuradores se reúne después de las congregaciones provinciales, simplemente para decidir si debe o no convocarse una congregación general.

No se le pediría al Padre General que adoptara una postura en temas importantes sin la ayuda de sus hermanos en congregación. Podrían evitarse ciertos experimentos y evaluarse mejor los realizados. Habría más estabilidad en la Compañía.

Es correcto mencionar aquí, para nuestro conocimiento que ninguna otra orden o congregación religiosa sigue la actual práctica Jesuita de capítulos generales irregulares. ¿Somos tan diferentes de ellas» o tienen ellos algo que enseñamos?

Podemos aún preguntar: ¿es aceptable una congregación más o menos permanente? Es necesaria una gran estabilidad y continuidad para dar respuestas firmes a iguales cambios y desafíos. Hace falta un estudio mayor del que podemos hacer para desabrir cómo se logra dicha continuidad. ¿Quizás a través de una congregación general permanente con miembros rotativos? No podemos hacer comentarios sobre este tema, pero sí decir que deberían estudiarse todas las respuestas posibles; no habría que descartar sugestión alguna sin echarle primero una buena mirada. Podemos estar bordeando los límites de estructuras apropiadas a un grupo apostólico que no desea ocuparse demasiado de la propia organización. De todos modos, si descartamos algo, debemos saber por qué lo hacemos.

C. Debería reducirse el número de miento ros de las Congregaciones Generales.

El tipo de congregación general por la que optamos no podría tener un gran número de miembros. Contar con una congregación general de 250 miembros o más que se reúnan regularmente y trabajen en forma pausada, es demandar demasiado de la Compañía. Por lo tanto, debe reducirse este número. No hay, por supuesto, números ideales. Pero pueden hacerse algunos cálculos.

Con irás de 100 miembros es imposible lograr un diálogo y un intercambio de ideas razonable. Con menos de 50 tampoco se obtiene una amplia representación de las distintas tendencias. Se necesitarán muchos cálculos y una gran reflexión antes de hacer cualquier propuesta precisa. Vamos a ilustrar mientras tanto la complejidad de la composición de la asamblea mediante las siguientes observaciones.

Existen equilibrios delicados dentro de la congregación general tal como ahora está compuesta. Se eligen casi a dos tercios de los miembros; y un poco más de un tercio entra ex officio. Hay una proporción sensible entre aquellos delegados elegidos de las congregaciones provinciales y aquellos nombrados por el Padre General. Desde que los representantes elegidos gozan de una amplia mayoría están capacitados legalmente para enriquecer a la Compañía con ideas e iniciativas nuevas, quizás no abogadas por aquellos que gobiernan. En otras palabras, nuestro sistema actual favorece la infusión de sangre nueva. Deberían atesorarse tales equilibrios ya que la humanidad y los Jesuitas no están exceptuados de avanzar dialécticamente.

San Ignacio sentó en el corazón de la congregación general las bases de una dialéctica vivificante, eligiendo simplemente dos miembros de cada provincia, y permitiendo a los provinciales unírseles ex officio. ¿Cómo podemos mantener este equilibrio si se reducen los números? No hemos llegado a ninguna respuesta satisfactoria, pero queremos elegir algunas posibles opciones y comentarlas.

Cada provincia podría elegir un delegado que puede o no ser el provincial. De esa forma se reduciría el número de miembros. Pero el provincial, que es quien conoce mejor a la provincia, puede o no estar presente en la congregación. Además, ¿qué ocurrirá con dicha estructura dialéctica?

El provincial podría ir con un delegado elegido. Pero, así las cosas, se perturbaría el equilibrio de la asamblea.

Las elecciones pueden llevarse a cabo, no en las provincias pero sí en las asistencias. En algunos lugares esto es factibles; en otros es ilógico realizarlo.

Podría mantenerse la congregación general tal como se halla ahora constituida pero siempre y cuando los miembros elijan un organismo más reducido que realice todo el trabajo de manera que el campo de acción de la congregación general sea sólo aprobar o desaprobar. Pero ¿cómo puede un grupo opinar sabiamente sobre algo que no ha discutido en profundidad?

Al examinar todas las opciones, no nos debería asombrar el que una asamblea bicameral pueda ayudamos más. Puede ser que no; pero descartemos la idea sólo si tenemos fundamentos. El sistema no es tan extraño como parece. En nuestro gobierno común operamos más y más con dos principios de organización, territorial y funcional. Por ejemplo, existen en algunos lugares provinciales regionales y provinciales a cargo de ciertos trabajos tales como la enseñanza superior, los apostolados ministeriales e internacionales y cosas similares. ¿Podrían estar representados esos trabajos como lo están las regiones? ¿Cuál sería la relación entre los dos grupos si esto sucediera?

No hay respuestas fáciles ni experimentadas. Actualmente estas ideas son tópicos de estudio, y no propuestas listas para la decisión.

D. Debería considerarse antes que nada la reforma de la congregación general.

La próxima Congregación General parecería tener que considerar la reforma de su estructura antes que los temas espirituales y doctrinarios, por la simple razón de que la Compañía debe verse favorecida con un buen instrumentó capaz de tratar los verdaderos temas. Actuar de otra manera sería ilógico.

Queda concedido que la próxima Congregación General debe convocarse de acuerdo a las normas actuales. Pero, antes de iniciar su trabajo, los delegados deben asegurarse a conciencia de que la asamblea sea el instrumento adecuado a la realización de sus expectativas.

Es posible que lleguen a la conclusión de que el mayor beneficio que la próxima Congregación General puede producir es la reforma de su propia estructura, dejando a consideración de una reunión posterior el trabajo más sustancial. Si esto sucede, no debe interferir con las fuerzas de renovación espiritual, ya que ésta tiene que continuar en todos los niveles y en otros más profundos, inspirada por los Ejercicios y alimentada por las comunidades contemporáneas.

CUARTA PARTE, La reforma propuesta ¿surgiría del Espíritu Ignaciano?

En este punto pueden surgir algunas objeciones a las consideraciones que hemos venido haciendo.

A. ¿Sería la regularidad genuinamente Ignaciana?

Antes que nada, San Ignacio no quería que las congregaciones generales se convocaran a intervalos regulares; y por tanto la reforma propuesta aquí no parece ser un fruto genuino de nuestras Constituciones.

Sin embargo, hay una respuesta a esta objeción. San Ignacio escribió en las Constituciones: "No parece en el Señor nuestro por ahora convenir que se haga en tiempos determinados" (Const. VIII, c.2, n.1 7677). Es decir que no lo consideró conveniente o adecuado o necesario por ahora, o sea, en aquella era suya de lento desarrollo. No hace una objeción de raíz; y es válido pensar que si viera la cantidad de cosas de importancia a tratar hoy en día, optaría por las reuniones regulares. Pienso que el principio esencial para San Ignacio era que nadie más que la congregación general debe juzgar y decidir los temas importantes. Ni siquiera quería que se transfiriera o cerrara un colegio sin el consentimiento de una congregación general.

B. La regularidad ¿causaría mayor distracción en la Compañía?

San Ignacio consideraba a la congregación general como una "distracción a la universal Compañía"; por lo tanto quería que tuviera lugar tan espaciadamente "cuanto posible fuere" (ibídem).

Respuesta: Es verdad que San Ignacio consideraba que la congregación general distraía del trabajo apostólico. Pero los tiempos han cambiado; y los encuentros espaciados son ahora una causa de distracción universal. ¿Cuántas horas se nos irán en discusiones preparatorias de la próxima Congregación General, horas robadas al trabajo apostólico? Si la congregación general se reuniera regularmente, se daría la posibilidad de una contribución serena y constante por parte de la Compañía, sin el trastorno que experimentamos ahora. Además, las soluciones dadas a tiempo ahorran muchas horas de expectativas y tensiones.

Más aún, si se redujera el número de participantes, serían menos las personas apartadas de su trabajo apostólico.

Yendo aún más lejos, San Ignacio debe haber pensado en la cantidad de tiempo que se necesitaba para viajar. Cruzar los Alpes era por cierto enloquecedor para cualquier delegado, y muchas veces podían sentirse contentos por el solo hecho de sobrevivir. Ahora los viajes aéreos han solucionado este problema.

C. ¿Un acercamiento al gobierno capitular?

La reunión de congregaciones generales, y especialmente una congregación general más o menos permanente, introduciría el gobierno capitular; y esto va en contra de los principios fundamentales de nuestro Instituto.

Respuesta: Primeramente, como ya lo hemos mencionado, San Ignacio no consideraba que las congregaciones generales regulares estuvieran en contra de ningún principio, sólo estableció pragmáticamente que "por ahora" no parecen "convenir".

En segundo término el gobierno capitular difiere ampliamente de una congregación general que se reúne en forma regular y aún de una que lo hace permanentemente. Gobierno capitular quiere decir que las decisiones ejecutivas comunes se reservan al capítulo, es decir que la competencia del mismo no se limita a los asuntos principales de gobierno y legislación general. Gobierno capitular significa también gobierno ejecutivo ejercido por el capítulo en todos los niveles: general, provincial y local.

No se sugiere en este estudio una transformación tan radical. Lejos de ello, debemos preservar la fuerte función ejecutiva del superior general.

D. ¿Tal reforma es innecesaria ahora?

La próxima Congregación General será peculiar en la historia de la Compañía; nunca estuvo tan bien preparada como lo estará la Congregación General XXXII. En efecto, casi se puede decir que la Congregación ya se está llevando a cabo; toda la Compañía participa de ella. Las reformas sugeridas en este estudio son innecesarias, ya que el rol de la asamblea final será menor que antes, pero tendrá a su disposición muchas proposiciones en las que se ha pensado cuidadosamente y por las que se ha rezado mucho.

Respuesta: Sí, la próxima Congregación General será, en cierto modo, peculiar. Aun así, va a ser ella y no otro quien tome las decisiones finales. Por lo tanto, debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para lograr que ese organismo sea un instrumento de cambio tan perfecto como sea humanamente posible. Esperar el don de la gracia pero, al mismo tiempo, obtener el máximo rendimiento de los recursos humanos, esa fue siempre la característica de nuestra Compañía. Nuestro objetivo es la armonía de lo divino y lo humano, y no la unilateralidad en cualquiera de ambas direcciones.

Conclusión

Aun cuando la Compañía logre reformar la congregación general, será necesario reformar toda una mentalidad, muy común entre los Jesuitas, que esperan demasiado de una congregación general. De las ilusiones románticas se debe llegar, a través de un movimiento purificador, a la previsión razonable. La pedagogía de San Ignacio no consistía en dar definiciones detalladas sobre nuestra identidad, misión y demás, sino en proveernos de buenas estructuras y recursos espirituales: recursos que nos alimentarían, y estructuras que nos darían el orden necesario para operar con eficiencia.

En cierto modo es verdad que la congregación general no debería hacer demasiado. Su rol tendría que ser reafirmar nuestras creencias en determinados ideales; dar a la luz algo así como m credo en ciertos valores; explicar nuestros ideales en términos contemporáneos; legislar sobre estructuras; iniciar nuevos movimientos y trabajos; y alentarnos a todos. Solamente ella debería sancionar los cambios necesarios.

Llevándola a cabo regularmente, reduciendo el número de sus miembros, la haríamos más común, más modesta y, según creemos, más ignaciana. Su esfera de acción no es tanto el ser el organismo aleccionador supremo de la Compañía, sino más bien nuestra conciencia comunitaria práctica. Debe jugar un rol importante en la promoción del crecimiento saludable de todo el cuerpo, a través de un hacernos volver a nuestros ideales y dejar el camino abierto al desarrollo y al progreso.

El motivo principal por el cual la congregación general, tanto la próxima como cualquier otra, debe restringir sus pronunciamientos o su legislación, es la gran libertad dejada por San Ignacio. En esta perspectiva, toda palabra o ley nueva vendrá probablemente a limitar nuestro actuar, que es el trabajar para mayor gloria de Dios ayudando, en el Espíritu, a nuestro prójimo.









Boletín de espiritualidad Nr. 24, p. 7-28.


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