Los quince primeros años de la Compañía de Jesús

Andre Ravier sj





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El tema que abordamos aquí es importante, sobre todo en las actuales circunstancias. Ningún estudio sobre un punto particular, como sería la participación comunitaria, la relación autoridad-obediencia, los grados, el sacerdocio, etc. etc., puede llegar a esta verdad ignaciana si no tiene en cuenta la historia global de los quince primeros años de la Compañía de Jesús, con sus avances y retrocesos, y también sus fracasos, que son más significativos que los hechos y textos aislados de su contexto vital.

Ahora bien, esta historia es difícil. Se diría que los historiadores han preferido ocuparse de la parte, evidentemente más lineal, de la vida de San Ignacio que precede al año 1541, y no de la que sigue a ese año y hasta su muerte, parte más compleja y cambiante.

El P. Dudon consagra, sobre un total de treinta capítulos, sólo cinco capítulos a la vida de Ignacio General de la Compañía. El P. Brodrick renuncia, pero la salud ha tenido bastante que ver en esta decisión, a publicar el segundo volumen de su “San Ignacio”. El P. Rouquette, en los esbozos históricos que nos ha dejado, llega hasta 1541.

Felizmente, los dos historiadores de la Asistencia de Italia, Tacchi Venturi y Scadutto, llenan esa laguna; y Schurhammer, con su “Francisco Javier”, nos aporta enseñanzas precisas.

Además Monumenta Histórica Societatis Jesu pone a nuestra disposición los documentos de los archivos, y Archivum Historicum Societatis Jesu nos ofrece excelentes monografías.

No es pues temerario tentar una síntesis, al menos un esbozo de la misma, aprovechando todos estos elementos.

I. Balance al 31 de julio de 1556

Tomaré como punto de partida el balance que hace Polanco, en el tomo IV de su Chronicon (1), de estos años Ignacianos.

Es un balance brillante, porque lo es de acción de gracias; es el cuadro de todas las alegrías que el Señor ha concedido a Ignacio, al fin de su vida, en recompensa por su humilde amor.

La perspectiva de Polanco es pues totalmente distinta de la nuestra, y la crítica que le voy a hacer no toca en nada la honestidad de Polanco como historiador: todo lo que dice es verdadero, pero está rodeado de silencios

Este balance de Polanco tiene siete capítulos (2), pero no puedo considerarlos todos. Me detendré en el capítulo cuarto “Ignacio -nos dice- dejo tras de sí a numerosos de su instituto: muchos eran célebres por su nacimiento, su ciencia o su prudencia; otros más numerosos lo eran por su labor espiritual y sus dones recibidos de Dios”.

Pero aquí hay algo que molesta a Polanco. El añade que en ese entonces los profesos de cuatro votos no eran muchos, eran treinta y cinco de todas las naciones, entre ellos cinco proveniente de los primeros compañeros, pues cuatro ya habían precedido a Ignacio en su muerte. Este texto parece un poco cándido. Leámoslo a la luz de los hechos. No insistimos en que, para Polanco los compañeros de Jesús eran alrededor de mil quinientos en el año 1554, mientras que los historiadores de hoy en día numeran mil en el año 1556, Cámara decía novecientos en el 1555. Veamos más bien las estadísticas: treinta y cinco profesos entre los cuales cinco eran supervivientes de los primeros Padres. Seamos generosos e interpretemos “entre ellos” como una adición. Total cuarenta profesos de cuatro votos. Monumenta Histórica numera cuarenta y dos (en nota del Chronicon), a los que Zapico añade once Profesos de tres votos cinco Coadjutores Espirituales y trece Coadjutores Temporales (3).

Más importante que estas cifras absolutas es su proporción: un compañero entre veinticinco, para Zapico y Monumenta Histórica: y uno entre treinta y siete, según Polanco, eran Profeso de cuatro votos hasta la muerte de Ignacio. Y uno sobre catorce (o uno sobre veintiuno, según Polanco) habían pronunciado sus últimos votos.

Podríamos ir más al detalle pero quedamos no aquí. ¿Qué significa esto? Que significa que unos buenos números de Padres o Hermanos, habiendo terminado su formación, quedaban con los votos simples y privados, aunque de sus partes perpetuos, pronunciados al terminar su noviciado.

Sí nos fijamos ahora en el número de Profesos de cuatro votos (cuarenta, treinta, y siete o treinta y cinco), en el de Profesos de tres votos (once), y en el de Coadjutores Espirituales (cinco), quiere decir que cuando Ignacio llamaba a alguno a los últimos votos, lo llamaba preferentemente a la profesión de cuatro votos; sobre todo sí, como lo recordaba Polanco a los Padres traumatizados por no haber sido llamados sino a los votos de Coadjutores Espirituales, este grado podía no ser sino la etapa hacia una de las profesiones (Everard Mercuriano, cuarto General de la Compañía, fue en primer término Coadjutor espiritual).

Ahora bien, y a esto quería yo llegar, según Polanco (4), Ignacio se reprochaba, al fin de su vida, el haber sido demasiado liberal en admitir en la Compañía (como dice Zapico, "en admitir a los últimos votos”): el "aunque” (quamvis) de Polanco era verdaderamente una discreción demasiado filial.

Dejemos los números. Pasemos a los nombres y a los motivos que han llevado a Ignacio a llamar a tal o cual a la profesión (el menos, en la medida en que lo podamos discernir).

Ante todo, los treinta y siete de cuatro votos, y tomo la lista de Monumenta Histórica (5). Entre ellos un primer lote de excepcionales: Araoz, Borja, Olave, Bustamante. Cuatro casos de los cuales no se puede sacar otra conclusión sino que Ignacio, cuando lo juzgaba bueno en el Señor, sabía, diría, preferir el Espíritu a la letra.

Sigue luego un grupo compacto de Padres (cerca de veintiséis) que ejercen cargos de Provinciales, de Rectores de Colegios importantes, de Visitadores, de Comisarios, o que asumen responsabilidades de importancia (como Polanco): notemos entre ellos a Superiores de comunidades menores, como la de París, de Lovaina, de Colonia, pero que tenían el trabajo difícil de establecer la Compañía en su territorio; y que, para tratar los negocios canónicos o civiles, convenía que pudieran declararse “profesos” (porque la gente, aún la de leyes, se perdía un poco en nuestro vocabulario de los últimos votos, que difería del vocabulario corriente).

Siguen luego dos o tres profesores, o maestros, o doctores, como Canisio (profeso antes de ser superior).

Finalmente, un grupo de tres Padres elegidos por un motivo revelador del espíritu de Ignacio: los misioneros designados para Etiopía o Brasil, es decir, para misiones particularmente peligrosas y de las cuales podían no volver (recuerdo del deseo de martirio de Ignacio y de sus primeros compañeros de Montmartre). Parece que, por ejemplo, el P. Nuñez, Patriarca de Etiopía, y uno de los Obispos Coadjutores, el P. Carneiro, no habrían jamás hecho su profesión de cuatro votos si no hubieran sido elegidos para Etiopía.

Esta intención de Ignacio se manifiesta mejor todavía en los once Profesos de tres votos: leemos en esta lista el nombre de seis misioneros que parten para Etiopía, el Brasil, y aún la India; y habrían sido más numerosos si no se hubiera sabido que los misioneros de Etiopía, debiendo detenerse algún tiempo en Goa, no habrían podido vivir de las rentas del Colegio, si hubieran hecho el voto solemne de pobreza. Se decidió por ello que haría la profesión (una u otra), en el momento de abandonar Goa para ir a Etiopía.



Si me he permitido detenerme en este análisis fastidioso, es para poner en evidencia el tipo de enigma que nos plantea a cada paso el “arte de gobernar” de San Ignacio.

Ignacio no ignoraba la fragilidad de su salud, y medía cabalmente la importancia de una Congregación General que se reuniría después de su muerte: ésta tendría que aprobar, o bien enmendar, las Constituciones.

¿Cómo y por qué ha dejado que se creara una situación disparatada, por no decir, explosiva? En el momento de reunirse dicha Congregación, no habría, en ciertas regiones, número suficiente de Profesos -por ejemplo, en Italia del Norte- como para tener una Congregación Provincial, y a fortiori, como para enviar a uno o más a una lejana Congregación General, sin comprometer con ello el trabajo apostólico de la Provincia (5bis).

Se me responderá: “Ignacio había designado una docena de Padres para la Profesión. Fue Nadal quien redujo ese número, y la muerte de Ignacio bloqueó toda nueva profesión”. Sea estas designaciones tienen su historia, pero esto no cambia la situación genera, porque pertenecen a Portugal y a España…que tenían casi el número correcto de Profesos de cuatro votos (6).

Para medir mejor el “imbroglio” de la situación, hemos de considerar más de cerca quiénes eran los cinco sobrevivientes de los primeros Padres.

En ese mismo 31 de julio de 1556, Laynez estaba moribundo en su cuarto de La Strada, cerca de Ignacio…hasta el punto de que, si Ignacio muere sin la Extremaunción, Laynez recibe los últimos sacramentos; y se retrasará aún algunos días la elección de un Vicario General para saber si él sobrevivirá.

Entre los cuatro restantes, están Simón Rodríguez y Bobadilla, que podrían, permítaseme la expresión, tomarse alguna revancha.

Con solo citar estos tres nombres, se evoca la crisis que se va a plantear aún antes de reunirse la Congregación General. Porque, en España, está Nadal que, desde hace dos años, es legítimamente Vicario General: su función no ha sido sino suspendido durante su misión en España. Y además, ¿no son Rodríguez y Bobadilla co-fundadores de la Compañía de Jesús? Uno y otro, y esto es humano consideran que tiene algo que decir en esta situación, más que Polanco y los otros que han entrado en la Compañía después de su fundación.

La historia de todo este "imbroglio” puede verse en Scadutto (7).

Paulo IV no oculta su designio de modificar ciertos puntos –esenciales- de nuestras Constituciones; y, la guerra que, con el apoyo de Francia, ha desencadenado contra Felipe II y España, llega a momentos a las puertas de Roma.

El decreto de la Facultad de Teología de París produce su efecto desastroso no sólo en Francia sino en toda la Europa.

Detengámonos en el análisis de la situación, aunque habría todavía muchas cosas que decir.

De hecho, en este 31 de julio de 1556, la situación de la Compañía si no dramática, al menos seria. Es, por así decirlo, antinómica: la Compañía se presenta como constituida, y en búsqueda; sólida y sin embargo vulnerable, unida por tensiones internas, equilibrada e inestable, apreciada en gran medida; pero no menos contestada, incluso por los amigos, segura de su identidad por su mañana inmediato.

Ante esta situación se nos impone una pregunta: estas sombras en el cuadro, estos defectos en la obra, ¿son naturales? ¿Le vienen de su ser profundo? ¿Son simples accidentes, fiebres de crecimiento que desaparecerán con el tiempo?

Para poder responder a estas preguntas, es necesario atender a la génesis de la Compañía de Jesús.

II. Génesis de la Compañía de Jesús

Ha habido una génesis.

La Compañía de Jesús no ha nacido de un proyecto pre-establecido en un cerebro genial, ni en un relámpago de iluminación mística, ni en la visión de un profeta: es el fruto maduro de una historia.

Esta historia tuvo sus etapas, fijadas una después de otra por Dios, y que Ignacio y sus compañeros vivía día a días, de acontecimiento en acontecimiento al paso de Dios, al placer de Dios ignorando el objetivo hacia el cual los llevaba el Espíritu, ciertos solamente de sus deseos de “, felices de ser en cada instante lo que “seguir a Jesucristo”, felices de ser en cada instante lo que Él querían que fueran, y de hacer lo que Él quería que hicieran (8). Confiado siempre pronto y disponibles. Alegres ¡sobretodos alegres!

1. En 1534 las cosas se precipitan. El 15 de agosto de ese daño, hacen en Mormartre, el voto de pobreza total, pero cuyo pleno efecto se remite al término de sus estudios.

Lo nuevo, es un voto extraño que por así decirlo, tiene un doble término u ofrece se remite al término de sus estudios y ordenados de sacerdote; pero si por alguna razón no pudieran partir hacia Tierra Santa, o partidos no pudieran quedarse en ella, irían a ofrecerse al Vicario de Cristo en la tierra…al Papa, para trabajar a sus órdenes, en cualquier parte del mundo. Por el momento, continúan su vida de estudiantes. Forman una “Compañía”, un grupo de hombres que viven un ideal común, el que Ignacio ha traído de Manresa y que practica y hace practicar al otro en París.

En abril de 1535, Ignacio vuelve a España, mientras que los otros permanecen en París, se comprometen a volver a encontrarse en Venecia, una vez terminados sus estudios. Entretantos los Parisiences reclutan tres nuevos compañeros, e Ignacio otro.

2. Venecia y su región en 1537. Todos son bien prontos ordenados sacerdotes (salvo Salmerón que no tiene la edad canónica). Antes de recibir el sacerdocio, han renovados sus votos de pobreza, castidad, pero ahora de pobreza absoluta. Y se dispersan en pequeños grupos (dos o tres por grupos) por la región vecina. Misionan a su manera. Nada parece haber cambiado del proyecto de París, por el contrario todo parece ser cumplido. Conocen las alegrías espirituales, la plenitud de la vida evangélica con Cristo, al servicio de los pobres, de los enfermos, de los pecadores.

En ese año ningún navío hace vela hacia los Santo lugares: según el voto de Montmartre, deben ofrecerse al Papa para cualquier misión en el mundo. Se aprestan pues, a partir en pequeños grupos; y “si se les preguntara su nombre, responderían con toda simplicidad: somos de la Compañía de Jesús”. Ya tienen un nombre, su propio nombre.

3. Roma, noviembre de 1538: la oblación al Vicario de Cristo. Momento muy importante en este camino de los primeros compañeros, sobre el cuál muchos historiadores pasan demasiado rápido.

Su sentido espiritual es inmenso: es una oblación; y si, aunque total, no es un voto, es el cumplimiento de un voto. Los compañeros no piensan de ninguna manera en la constitución de una Orden religiosa: aunque les ha fallado este año, no desesperan poder algún día la peregrinación a Jerusalem.

Paulo III acepta esta oblación; y de inmediato le señala Roma como campo de apostolado. Permanecen pues juntos, y juntos trabajan. Pero persisten que bien pronto otras misiones les serán confiadas; y será la dispersión por todo el mundo, el estallido del grupo. ¿Será el fin de la experiencia del “maravilloso compañerismo” que vivieron desde París, y sobretodo sacerdotes desde Venecia?

4. Primavera de 1539. Helos aquí deliberando sobre la nueva situación. Dos preguntas: ¿debemos permanecer unidos? ¿Debemos para mantenernos unidos, “obedecer a uno de nosotros”? la primera pregunta tiene como respuesta, una rápida afirmativa. La segunda pregunta exige reflexión, oración, discusión y tiempo. Finalmente la respuesta es afirmativa y unánime; once hombres firman la decisión (9).

Es una decisión sacrificial: estos hombres que no son niños y que han apreciado la alegría viril del apostolado en libertad, no renuncia por que sí a esta forma de vida.

Pero prefieren mucho más la unidad a la libertad; y como resultado de una profundización debida a la reflexión en común y a la oración, “la obediencia a uno de nosotros” se les presenta a uno como medio para realizar “mejor y con mas exactitud sus primeros deseos”. Y cuáles son esta “primera desidería”? (primero con una prioridad más espiritual que cronológica). Son los deseos de cumplir todo, per omnia, la voluntad divina. Es la fuerza maravillosa de un comparativo (“melius et exactius”) en almas conquistadas únicamente por Jesucristo.

Detengámonos aquí. La Compañía de Jesús se ha convertido en el “Corpus Societatis”. El cambio es ciertamente profundo; pero ni es una quiebra ni una vuelta atrás, sino un desarrollo de un dinamismo interno, más que por necesidad dialéctica o lógica. El resorte que empuja ese dinamismo es misterioso “magis” que los hace ir hacia adelante sin descenso. Por fidelidad a su “prima desideria”, los compañeros han llegado al punto donde se hallan. Y puesto que es Dios quien les hace dar un paso, se esfuerzan y se esforzaran siempre en integrar, en la nueva forma de existencia, todas las riquezas de la experiencia pasadas.

Su ideal no se ha debilitado. Por el contrario, por “la obediencia a uno de nosotros”, van a poder cumplir mejor, y más exactamente, la “voluntad divina” en todo, y esto es lo único que le interesa.

Hay que darse cuenta con que simplicidad y naturalidad se hacen estas modificaciones.

Con todo, un incidente caracteriza estos encuentros de la primavera de 1539. Si han sido once firmas las que se encuentran en el documento de la “deliberación”, no hay más que siete al término de las "determinaciones” y de las primeras “constituciones”. ¿Qué ha sucedido con las otras cuatro?

Broët y Rodríguez han sin duda partido para Siena, a donde los envía Paulo III. Javier anda en otra misión, o tal vez enfermo. En cuanto a Bobadilla, se halla en disidencia: a pesar de las discusiones en común y de las oraciones, se rehúsa a firmar la “constitución” que establece un voto para la enseñanza del catecismo a los niños. Es un rudo golpe para estos hombres que se han acostumbrado a ver, en la unanimidad -difícil a veces de hallar- el signo de la voluntad de Dios.

Hay pues que resignarse, y sustituir el principio de la unanimidad por el de la mayoría. Esto no se hace en dificultad, y notando expresamente que “no es justo que, si alguien disiente de este principio, no sea por ello admitido en la definición de las demás cosas (10).

5. Otoño de ese año 1539: la “Summa Instítutí” está lista. El Cardenal Contarini la presenta a Paulo! quien aprueba “viva voce”. De hecho, y por las razones que se conocen, la Bula “Regimini militantis” no será firmada sino en 1540.

La “Suma” y la Bula se asemejan: el texto central, común a ambas, está formado por los llamados “cinco capítulos”. Su estructura es muy significativa: reproduce en cierta manera las etapas de la génesis de la Compañía. En primer lugar el deseo esencial, la decisión de “seguir a Cristo”, de “militar bajo la bandera de la cruz, y servir a solo el Señor y a su Vicario en la tierra”, pero en común, en compañía (y, en el momento presente, unidos por la obediencia). Sigue, en lugar de primacía y separado del resto, el voto (porque ahora es un voto) de obediencia al Vicario de Cristo. Enseguida, como cambiando de nivel y pasando del plano de la Iglesia universal al del cuerpo de la Compañía, la obediencia al Prepósito General. Luego, una suerte de himno a la pobreza, de la que dicen han experimentado la alegría, la pureza y la edificación del prójimo. El texto termina refiriéndose al canto coral del Oficio divino.

El ritmo es pues neto desde el punto de partida. Las cosas toman su justo valor las unas respecto de las otras, y se jerarquizan orgánicamente, en la línea de la experiencia de vida.

La Bula “Regimini militantis” confiaba al Prepósito General el cuidado de redactar las Constituciones, y a la Compañía el derecho de decidir al respecto. De hecho, los compañeros, presintiendo su dispersión por regiones remotas, mediante dos “delegaciones” (4 de marzo de 1540 y 14 de mayo de 1541), entre las cuales se inserta la redacción de los “49 puntos” (llamados también “constituciones”), la dramática elección de Ignacio como Prepósito General, y también la profesión en San Pablo extramuros, confiaban la misión de redactar las Constituciones y de aprobarlas a “aquellos de los compañeros que estarán en Roma” o podrán ser llamados fácilmente, o incluso podrán hacer llegar su voto por correo, Entre las firmas esperadas, falta la de Bobadilla (11).

6. 22 de abril de 1541: Ignacio y cinco compañeros hacen, en San Pablo extramuros, su profesión solemne, incluyendo esta ceremonia en una peregrinación por las siete basílicas”. Faltan cuatro compañeros que están, ya en misiones pontificias; pero mientras que Fabro y Javier se apresuran a hacer su profesión cuando las circunstancias se lo permiten, y utilizan la fórmula de San Pablo extramuros, será necesario el arbitraje de tres personas para decidir a Bobadilla a hacer su profesión, cuando pase por Roma en 1541. En cuanto a Simón Rodríguez se decidirá a hacerla finalmente en su misa de navidad de 1544, y según una fórmula de su cosecha.

Así es cómo, a través de azares, sinuosidades y accidentes en un largo e imprevisto camino, la Compañía de Jesús se ha insertado en la Iglesia.

Desde el punto de partida, se nos presenta como la hemos descrito en todo momento, al hacer nuestro balance de 1556: es una fuerza en marcha; un organismo viviente que desarrolla vigorosamente su actividad, que sigue su camino de acontecimientos en acontecimiento (12), y a quien nadie detiene, ni un fracaso, ni una decepción ni un abandono, porque se siente querida y movida por el Espíritu de Dios.

El mañana le pertenece a Dios; y, a ella, el cumplir hoy, allí donde el “Vicario de y de Cristo” la envía, lo mejor que ella pueda, la voluntad de su Creador y Señor.

III. Lugar de la Compañía en el universo ignaciano

Pienso que nos será útil, para captar en toda su dimensión el espíritu que anima en ese momento a los compañeros, prolongar un poco más este análisis.

Los primeros compañeros no han considerado a la Compañía como una “mónada” que tenga su fin en ella misma, en su propia perfección, sino que han querido inserirla profundamente en el movimiento viviente de la iglesia de Cristo, en el trabajo de la redención y evangelización de los hombres. Si se me permite una expresión actual, el “Corpus Societatis” quería ser una célula en el Cuerpo de Cristo.

Ahora bien, Ignacio tenía, desde Manresa, sus “vistas” sobre la obra de Cristo Salvador del mundo, con las cuales se había hecho su universo interior, que había comunicado a sus compañeros (como a los otros ejercitantes) mediante sus Ejércitos Espirituales.

¿Habrá que decir “universo teológico”? No, porque Ignacio no era técnicamente lo que se llama un teólogo (13). ¿Universo espiritual entonces? El término es equívoco. Más bien es un conjunto coherente de verdades simples, casi catequéticas, pero bañadas de una cierta luz sobrenatural, la que le viene de las “ilustraciones” de Manresa.

Son “vistas”, pero tan profundas que uno se siente tentado de evocar, a su propósito los primeros capítulos de la Carta a los Efesios y a los Colosenses: un Dios Creador del mundo que quiere hacer de los hombres sus hijos en Jesucristo, un Dios Misericordioso que, lejos de sentirse detenido por el pecado de los hombres, les ofrece la redención en Jesucristo; un Dios, presente en cada persona humana, a cada instante, en todo lugar, y que llama a trabajar con Él por la salvación del mundo.

Ignacio tiene un sentido agudo de ese movimiento de amor que parte de Dios y vuelve a Dios “en alabanza de la gloria de su gracia” (Ef. 6,1). Dios es para él la “divina bondad”, la “bondad infinita”. De aquí se sigue la espiritualidad de la cooperación con Dios. El llamado de Dios, que deja al hombre libre en su respuesta, se juega en torno al si o al no de la libertad humana: ¿sabrá ser magnánima y se entregará por entero a los trabajos de la redención de Dios con Jesucristo, o bien se reservará de alguna manera en su entrega? Las meditaciones de las Dos Banderas y del Reino, en símbolos cuyo fondo es evangélico, el signo de una época, presentan este llamado de Cristo, y la doble respuesta del hombre.

Es un vasto cuadro de una verdad existencial que nos viene directamente del Evangelio y de San Pablo. Cada hombre, por su respuesta, se sitúa en este cuadro; cada hombre, pero también cada grupo de hombres. Sin hablar de los que se rehúsan, los habrá “razonables” y los habrá “insignes”: Ignacio y sus compañeros se sitúan, por la gracia de Dios y por su generosidad total, en el campo de los “insignes” (EE.97).

Creo que es interesante profundizar en nuestro análisis de la Compañía de Jesús desde este punto de vista. Lo que se sigue, no se impone; es sólo una interpretación, pero que parece esclarecer la decisión de los compañeros en 1539.

Los “insignes”, a igualdad del deseo de amor totalizante, y de la voluntad de no rechazar nada que pida Dios nuestro Señor, pueden encontrarse en una de tres situaciones: de pobreza espiritual, de pobreza “tanto en efecto como espiritual”, y en fin de “humillaciones y menosprecios” que conducen a la humildad total. Sólo esta última situación hace coincidir perfectamente el deseo del amor total a Cristo con la existencia concreta.

¿Será demasiado osado encontrar estos tres grados en las tres etapas del "camino” que los ha llevado, a los compañeros de Montmartre, a la decisión de 1539?

Montmartre es la pobreza espiritual, porque la pobreza la pobreza real que queda en parte diferida (“cuando hayamos terminado nuestros estudios”). Venecia, y los primeros meses de Roma, es la pobreza “tanto en efecto como espiritual”. En cuanto al tercer grado, podemos, sin forzar los textos, verlo en la aceptación de voto de “obedecer” a uno de nosotros”, como sacrificio total en el cual la libertad humana cede de sus derechos a la autonomía, y se pone plenamente, en manos de la libertad de “uno de nosotros” a disposición de su Creador y Señor en bien de las almas.

Si esta interpretación no se impone, al menos explica que, en ese abril de 1541, saliendo de San Pablo extramuros, los compañeros hayan sentido la necesidad de cantar como habían cantado el 15 de agosto de 1534, sobre la colina de Montmartre: habían vuelto a encontrar, en un plano más profundo, la misma alegría de una libertad movida por el amor. Estaban totalmente disponibles para los trabajos de la Iglesia, y permanecían unidos en el Señor, obedientes a “uno de nosotros”.

IV. “Praxis” de gobierno de san Ignacio

¿No hemos dado acaso una vuelta demasiado grande para terminar finalmente en la “praxis” de gobierno de San Ignacio de Loyola? No lo creo así. Esta “praxis”, tal cual la podemos constatar en el Chronicon, en su correspondencia, en su Diario Espiritual, en el Memorial de Cámara, no deja de platear cuestiones al historiador, al psicólogo, al hombre de hoy. ¿Por qué negarlo? Ciertas conductas de San Ignacio pueden parecemos extrañas, desconcertantes: se nos escapa su sentido.

El personaje es misterioso.

a. El Carácter de Ignacio

Tomo algunos ejemplos al azar y sin orden con la que Ignacio impone penitencias, aún por carta; la brusquedad, por no decir brutalidad, de algunas dimisiones; las minucias de ciertas prescripciones u ordenanzas con su “tabla”, penitencias en caso de falta (14); la extensión, en general parcial, del voto de obediencia religiosa a un cardenal u Obispo, o a un Príncipe secular, o a un bienhechor; el lugar considerable que en su correspondencia tiene la “cabalgadura”, el cocinero, el comprador, aún el barbero y la longitud de la barba; la distinción entre las cartas “mostrables” o de edificación y las cartas secretas(aquí habría que hablar del “bonus odor Christi”) que revela un sentido extraordinario de la publicidad.

No se puede considerar el “affaire” Simón Rodríguez como totalmente claro por qué por ejemplo, le escribe Ignacio unas cartas serenas, confiadas algunos pocos días antes de comunicarle su cambio de función, es decir y para hablar con toda claridad, su exilio de Portugal?

¿Cómo es posible acumular en ciertas regiones, Superiores mayores, como en España en 1556 (además de tres Provincias y sus “colaterales”, un Comisario y un Visitador), mientras que en tal o cual región un mismo hombre podía ser rector de dos Colegios y aun de tres Colegios?

Sería poco razonable, y por otra parte injusto, detenernos en detalles de los casos particulares. No poseemos todos los datos de la situación, que solo puede ser juzgada teniendo en cuenta la época y el lugar. Estas cuestiones no responden “chicaneando”, sino tomando distancia, pues solo así adquieren su verdadera proporción dentro de la mentalidad global de Ignacio de Loyola.

Vayamos más lejos. Concedemos que ciertos aspectos del carácter de Ignacio pueden no agradar a todo el mundo; y así le sucedió en su vida. Supongamos incluso que tienen algunos defectos. ¿Qué tiene eso de extraño? No es disminuir a los santos considerar que no han nacido perfectos: ¿fue acaso transformado de golpe Pedro, cuando fue designado por Jesús cómo cabeza de los Apóstoles?

¿Y Pablo, después de su experiencia de Damasco? Ignacio tenía su personalidad: este es un don que no deja de tener sus dificultades para quienes se deben arrimar a un “hombre excepcional”; y las grandes cualidades van a la par, en general, con los serios defectos. Lo esencial es que haya reconocido esos defectos, los haya combatido con coraje, y se haya esforzado por eliminarlos…y podemos confiar que esta lucha se ha dado en San Ignacio.

He aquí, a título documental, algunas líneas de su carácter, extraídas de un estudio caracterológico muy detallado, hecho por un grafólogo que ignoraba casi por completo la vida de San Ignacio (y que pertenece a la Escuela de Jung y a la de La Senne): "La actitud (del de Loyola) (15) ante los problemas es más la de un realista, la de un sensorial, que la de un cerebral. Loyola no es hombre de abstracciones, de puras especulaciones: el poder excepcional de su pensamiento se expresa de una manera extraordinariamente vigorosa, concreta…Tiene una fe, que nada puede empañar, en el valor personal. El razonamiento: extremadamente riguroso, pero sin estrecheces, sin “racionalización”, dejando siempre lugar a intenciones fulgurantes o a astutas combinaciones de ideas. La dialéctica es viva, atrayente, hábil en astutos razonamientos…Imaginación casi profética, de visionario. Voluntad extremadamente fuerte, dominante…Es un hiperactivo por temperamento, que no retrocede ante ninguna dificultad, que dispone de vitales considerables, de gran vigor físico, de una excepcional resistencia a al dolor. Su vida no tiene sentido para él sino es por la lucha que lleva contra y consigo mismo al servicio de una causa grande…Su exigencia es severa, imperiosa: nace de un orgullo incontestable, pero también de un deseo de lo absoluto, conductor de hombres, siempre a la cabeza de un movimiento, calculando los riesgos ciertos, pero capaz de impulsos audaces, aventureros, cuya temeridad puede hacerle ir más allá de los objetivos, o provocar accidentes. Se podría decir que es un temerario” de sangre fría… De gran sensibilidad, a pesar de su apariencia ruda y austera. Tiene un gran dominio sobre sí mismo… Avidez insaciable, es por la ambición de hacerse valer, de realizar grandes proyectos, por el orgullo de ser el primero, el más fuerte. Pero todas estas aspiraciones de grandeza y de realización total de sí mismo, se acompañan de ansiedad, de dudas, de escrúpulos…Ejerce a su alrededor un atractivo magnético poco común; es un que se teme como adversario, pero cuyas pisadas se siente uno irresistiblemente llevado a seguir, tanta es su autoridad natural, su ascendiente y su hechizo…”

Contentémonos con estos rasgos. Confirman la impresión que nos dan los hechos y los textos. Estas tensiones, estas antinomias que encontramos en la génesis de la Compañía de Jesús, y en su situación de 1556, puede ser que vengan de un hombre de quien Dios se ha querido servir para hacerla entrar en el mundo y guiarla durante cerca de quince años.

b) Las ocupaciones de Ignacio General:

Sea lo que fuere, debemos considerar a este hombre extraordinario, general a pesar de él mismo (y esto más comprensible después del análisis grafológico precedente) porque Ignacio como verdadero santo, y lúcido por tanto para sí mismo, quiso desentenderse de esta elección, en su extenso gobierno de la joven y un poco turbulento de la Compañía de Jesús; porque Dios permitió que se viera rodeado de personalidades de fuerte catadura.

Hagamos un corte vertical en las ocupaciones y preocupaciones de Ignacio eso nos permitirá darle su valor relativo a cada una de ellas, su importancia jerárquica.

1. Hay que situar, en lo más elevado de sus ocupaciones y preocupaciones su unión con Dios. No es necesario insistir en probarlo, porque todos los documentos y testimonios, incluidos el retrato de General según las Constituciones convergen sobre esta afirmación. Ignacio llevaba literalmente a la Compañía ante Dios en todo instante. Esta unión con Dios es, en Ignacio un tema delicado, en razón del carácter excepcional de gracias místicas desde su conversión. Es un tema más delicado aun cuando se trata de sus principios de gobierno. Ignacio deseaba que la Compañía viviera en un clima de continua unión con Dios, en un sentimiento permanente de intercambio de amor con Dios. Este amor participado debía ser como su medio natural, su ambiente, su entorno. El instrumento no es eficaz sin la mano que guía. La salud y la eficacia apostólica de la Compañía (su “buen ser”) depende de esta unión con Dios. Una Compañía sin unión con Dios es un ser sin savia “putridum membrum”, algo pestilente, nocivo.

No insisto sino en dos cosas:

a. El cuidado de Ignacio por acomodar la oración al “modo de ser” de la Compañía, para que la oración no se desviara ni por exceso (recuérdense sus cartas a Borja, a Oviedo, y también a otros) ni por defecto (falta de indiferencia y abnegación, previas a la oración).

b. El cuidado de Ignacio por poner en oración a toda la Compañía en favor de una región en peligro (Alemania, Inglaterra, Etiopía...), o de un asunto importante (una conversión recalcitrante, la elección del Papa…).

Es una verdadera movilización de todas las energías suplicantes.

Todo comentario del famoso “in actione contemplativus”, corre el riesgo de flotar en lo arbitrario si no se apoya en ejemplos concretos, y a la vez muy variados, de la “praxis” de Ignacio.

Es incontestable que Ignacio fue favorecido por gracias místicas, excepcionales y casi continuas, algunas de ellas originales, extremadamente raras. Ahora bien, si uno se pregunta sobre el influjo que su elevada vida mística pudo ejercer sobre su acción apostólica, salta a la vista de vista de inmediato que para descubrir la Voluntad de Dios, usa con toda simplicidad los mismos métodos que cualquier hombre prudente y sabio: se documenta pacientemente cual debe tomar una decisión, hace pieza por pieza lo –que hoy llamaríamos su “dossier”, consulta a sus consejeros habituales y a gente competente, discute con ellos los “pro” y los “contra” como en una balanza, y por fin decide. ¿Cuál es el vínculo de unión entre la iluminación del místico y el sentido común del sabio? Existe sin embargo: y hay que buscarlo en los métodos de elección de sus Ejercicios Espirituales.

Para Ignacio, hay varios caminos para interrogarlo a Dios y conocer su Voluntad: la iluminación súbita, como la que experimentó San Pablo hacia Damasco, las mociones interiores del Espíritu en la conciencia humana, por fin el sentido común, la sabiduría banal que se ejercita con naturalidad y simplicidad, apaciblemente, a la luz de la fe.

A Ignacio le gusta utilizar estos tres caminos en su reflexión, en sus decisiones como General de la Compañía y como hombre particular: no prefiere de ninguno de ellos por principio, y pasa de uno al otro según sus disposiciones interiores.

El fin interesa más que los medios: y el fin es vivir él y hacer vivir a sus compañeros, obrar y hacer obrar a los suyos, según ese Amor infinito que, desde los días de Loyola y Manresa, se le ha impuesto, ha invadido y ha transfigurado tan radicalmente su ser que sus proyectos humanos han sido sustituidos por la intención eterna.

2. Hay que poner a continuación, en la jerarquía de ocupaciones y preocupaciones de Ignacio, el sentimiento que tenía de ser el responsable del modo de la Compañía.

¿Es esto en calidad de Prepósito General? Es una cuestión que nunca plantea, a causa de toda la historia de la génesis de la Compañía: la respuesta, es simplemente que se debe a ser él quien es, y sus compañeros lo que son.

Desde París, él era quien le daba, al grupo, su impulso, su ritmo, su estilo de vida; y esto, fuera de toda autoridad, como no sea la que le daban espontáneamente sus compañeros.

Quisiera ahora más bien insistir en lo siguiente: este “modo de la Compañía’’ no es nada teórico, sino bien práctico. Se reduce a cuatro frases que nos son familiares: los Ejercicios Espirituales, la peregrinación (con lo que el “camino” representa para él mismo, para sus compañeros, y para quienes lo encuentran en él), los hospitales de pobres y enfermos (habitación y cuidados), los oficios domésticos o humildes tareas comunitarias.

Son las cuatro experiencias, las cuatro “pruebas” de todo candidato en probación, y que constituyen el fondo de vida común a todo compañero, cualquiera sea su edad, su grado, su función, su misión. E Ignacio no deja pasar la ocasión de recordarlo y de hacerlo practicar.

Hay que leer, a este propósito, las preciosas y demasiado poco explotadas "instrucciones” que redacta para los que parten para alguna misión: comienzan con la Nunciatura de Broet y Salmerón en Irlanda, y terminan en 1556 con las “colonias” que parten para Praga, Viena. El mismo, durante sus raras salidas de Roma, y a pesar de sus enfermedades, viaja como peregrino o, en caso de una gran hambre, mendiga en Roma.

Este “modo de la Compañía” se expresa en lo que el Chronicon llama “ministeria assueta o consueta Societatis”. Los enumero en cualquier orden: el ejemplo (la edificación o el “bonus odor”), los servicios en los hospitales (hasta velar de noche a los enfermos, y sepultar los muertos), los servicios en las prisiones, en las galeras, entre los “Turcos” (asistencia a los condenados a muerte), los “colioquia familiaria” (o “spiritualia”), la “sancta mendicitas”, el catecismo a los niños y a los rudos, los Ejercicios Espirituales (sobre todo los de Primera Semana), la predicación en las plazas públicas (hasta hacer irrupción en las fiestas populares), la reconciliación de los grupos (“facciones”) o de las personas, la lucha contra la blasfemia y los juramentos, los oficios caritativos en las desgracias o en las plagas públicas (pestes, hambres, “feminae errantes”), y, por sobre todas las cosas, los “ministeria confessionis et communionis”.

Todo esto define claramente una tendencia apostólica, simple y segura, y tal vez una sociología (16): todo compañero, sea teólogo del Papa en el Concilio de Trento o profesor en una célebre Universidad, debe darse, en la medida de lo posible, a estos “ministeria assueta”.

3. El tercer cuidado de Ignacio era que el “corpus Societatis”, y cada compañero en su sitio, tuviese el sentimiento vivo y verdadero de que lo que él hacía, por modesto que fuera, era misión del “Vicario de Cristo en la tierra”.

Es notable que, salvo rarísimas excepciones, jamás Ignacio escogía el lugar, país o región donde los compañeros misionaban e implantaban la Compañía.

No fue él evidentemente quien envió a Simón Rodríguez y a Francisco Javier a Portugal, ni a Francisco Javier a las Indias Portuguesas (se le había propuesto el envío a las Indias Españolas, y hubiera sido diplomáticamente más ventajoso),

No fue él quien envió a Broet y a Salmerón como Nuncios a Irlanda, ni a Fabro, Laynez y Salmerón a Trento, etc.

Los Papas, los Príncipes eclesiásticos o temporales, los bienhechores del pasado (Hércules del Este, Andrés Lipomano, etc.) decidían estas implantaciones o misiones más que el mismo Ignacio. Y cuando, al cabo del tiempo, el Papa concedió a Ignacio el poder designar por sí mismo, al menos para Europa, misiones y “misioneros”, Ignacio tuvo el gran cuidado de presentar al Papa el grupo de los que partían para que los bendijera (Sicilia, Nápoles, Praga, Viena).-

Se olvida con frecuencia que Ignacio General se consideraba en Roma como un “misionero”: se sentía todavía encargado y continuaba la misión confiada a los primeros Padres en 1538-1539.

La Strada fue un centro misionero extremadamente activo, e Ignacio fue su alma: bajo su impulso se fundó Santa Marta, un orfelinato, el Colegio Romano, el Colegio Germánico, se predicaba, se confesaba, se catequizaba, se atendí mucho a los catecúmenos judíos y mahometanos.

Ignacio quería que esas obras fueran ejemplares; y lo fueron, no solamente para los compañeros fuera de Roma, sino también para los otros sacerdotes o religiosos.

La señal de esto es la expresión “Societas romana”.

4. La cuarta preocupación de Ignacio Prepósito General era la de llenar la tarea precisa para la cual había sido instituida la función de General; con el voto de “obedecer a uno de nosotros”: es decir, la de ser el vínculo de unión personal y viviente del “corpus Societatis”, y de darle un rostro a la autoridad.

Este rostro debía de ser ante todo paternal y amistoso: en su memorial Cámara nos describe la manera de recibir que tenía Ignacio, su delicadeza (que no excluye la severidad, cuando las circunstancias lo requerían) en el tratar con unos y con otros. “Nadie era más amante y afable que él, testifica Cámara; sin embargo, cuando reprendía, era temible”.

Es verdad que el mismo Ignacio prevenía a los suyos que “quien midiera su amor por lo que él mostraba, se engañaría” (17).

Pero es sobre todo en la relación autoridad-obediencia donde resplandece el carácter personal del gobierno de Ignacio. Tendría que ser muy hábil el historiador que pudiera reducir a una fórmula las conductas de Ignacio como Superior: cuantos eran los casos, tantas eran sus maneras de actuar. Aquí libera a un compañero de toda dependencia respecto del Superior local, allí le deja una amplia iniciativa de elección en su trabajo o en su estudio. A uno le propone el sacerdocio, dejándolo libre para aceptar o rechazar. Llama a otro a la profesión, pero no le impone ni el lugar ni la época. Se adapta a las fantasías de Bobadilla, a la melancolía de Godanus, a la enfermedad de Laynez…

Resumiendo, trata a cada uno como es. Si se quiere revivir su espíritu, hay que releer el maravilloso capítulo III de la Parte VIl de las Constituciones.

Le agrade o no a nuestra mentalidad de hoy, el punto crucial de la fundación de la Compañía de Jesús es, en cuanto Orden religiosa, la de “la obediencia a uno de nosotros”: si se quiere saber en qué consiste esencialmente el instituto que “nace entonces en la iglesia, hay que leer y releer la relación titulada “Deliberado primoruiri Patrum” (1539).

Antes de la aceptación de esta obediencia, la “compañía de Jesús” se reducía, como diríamos ahora, a un libre "compañerismo”: un grupo, espiritual y apostólico, de amigos, en el cual cada uno guardaba su autonomía. Después, existe el “corpus Societatis”, es decir, una Compañía en la cual sus miembros se han ligado los unos a los otros para formar, un todo, “tota Societas”, como a ellos les agradaba llamarse; y el vínculo que los une es el de la caridad (“el vínculo principal… es el amor de Dios nuestro Señor”, Const. 671), pero de una caridad que se concreta libremente en la obediencia y se expresa en ella (Const. 659).

Sin esta obediencia, no hay ni se puede hablar del “corpus Societatis", sino sólo un grupo de hombres más o menos fortuito, más o menos estable, más o menos numeroso de hombres que se reconocen próximos por su visión de la vida cristiana y por su deseo apostólico; con la obediencia, se constituye un cuerpo visible y orgánico, con una cabeza, que es “uno de nosotros”, al que todos obedecerán.

Ignacio fue elegido para tal cargo. ¿Cómo va a usar esta autoridad de la que es investido?

La usa aportando toda, su energía natural y toda su fe, los textos legislativos y las cartas lo atestiguan para afirmar el principio de autoridad, y para mantener en su integridad el valor y el sentido místico de la obediencia.

¿Y en la práctica? En la práctica, constatamos una admirable adaptación a las personas y a las situaciones: con tal compañero, la autoridad de Ignacio se hace rigurosa, casi diríamos dura; y con tal otro, es dulzura, benevolencia, y hasta Libertad.

Abundan las diferencias de actitud: para algunos, dimisiones rápidas, aún en la noche; para otros, dimisiones temperadas, envueltas en una suerte de ternura. Para unos, penitencias severas, enviadas por carta, cuando el que desobedecía se llamaba Laynez o Nadal; pero otros, como Rivadeneira, podían ir a estudiar donde quisieran, Valencia, Gandía, Sicilia, Boloña o Padua. Unos recibían órdenes formales y “en nombre de la santa obediencia", mientras que a otros les llegaban invitaciones, propuestas, sugerencias.

La relación autoridad-obediencia descansa, para Ignacio, en el mutuo amor, en Cristo, del superior y del súbito (Cons. 671).

Es indispensable señalar aquí actitud de Ignacio respecto de los primeros Padres.

Los primeros compañeros le son sagrados. Los considera como co-fundadores, como sus iguales. Este respeto resplandece en los cargos y misiones que les confía con frecuencia los deja estar en una región “al estado libre”, por así decirlo, sin ningún cargo oficial, y sin estar sometidos al Provincial o al Rector del lugar (lo cual no deja de crear sus dificultades, como fue el caso de Bobadilla en Nápoles).

Y sin embargo, él es el General: la historia de la crisis de Simón Rodríguez un caso notable. Qué drama debió ser para Ignacio cuando, debió considerar la dimisión de la Compañía de su antiguo compañero. Rodríguez agradecerá un día el haberlo tratado siempre como con-fundador,

5. Este respeto sagrado de los “Primi Patres” como co-fundadores nos explica la actitud de Ignacio en la redacción de las Constituciones.

Nuestra manera de hablar traiciona, con frecuencia, la realidad: hablamos y juzgamos como si las Constituciones fueran solamente la obra de Ignacio (18). El por el contrario, se consideraba como un delegado de los primeros Padres: las Constituciones debían ser el fruto de la reflexión de todos, su elaboración debía inspirarse en sus sugestiones y críticas. Estamos seguros que los consultaba siempre que podía, por ejemplo, cuando casaban por Roma; y no solamente a los primeros Padres sino a los hombres como Borja, Nadal y otros.

Ignacio ha preferido las personas a las estructuras.

Los primeros compañeros, al confiarle el cuidado de redactar las Constituciones, se han arriesgado: cierto es que Ignacio, la experiencia pasada lo había probado, tenía intuiciones ardientes, visión exacta de las cosas y amplitud de miras; y era deseable que el mismo espíritu que los animaba desde los días de París, animara ahora las Constituciones.

Pero toda ley es espíritu y letra, inspiración y estructura. ¿Era Ignacio el hombre capaz de construir un conjunto legislativo arquitectónico, sólidamente basado en el conocimiento de la tradición y del derecho religioso, expresado en el modo de pensar y en el lenguaje de la curia pontificia?

Sea lo que fuere, tuvo la suerte de" ser secundado en su trabajo por un joven español de Burgos, Juan Alonso de Polanco, que era el tipo de “oficinista”: inteligencia, erudición, memoria, dotes literarios, orden mental, rapidez, en captar y reflejar el pensamiento del “patrón”, capacidad de trabajo y, por sobre todo, fidelidad total a la persona de Ignacio. .

Desde que Polanco fue nombrado Secretario de la Compañía de Jesús, en marzo de 154?, el trabajo de Ignacio en las Constituciones, que llevaba casi solo, se acelera a tal punto que, en 1550-1551, una primera redacción puede ser presentada a los Padres reunidos en Roma.

Cinco años más tarde, cuando Ignacio muere, deja las Constituciones inacabadas, “abiertas”; y esto, a lo que parece, no por casualidad o retraso, sino con una intención forma que Polanco expresa diciéndonos que “noluit ciaudere Constituciones”, no quiso “cerrar” por si mismo las Constituciones.

Muchas explicaciones pueden elaborarse respecto de este hecho. Sería largo estudiar estas hipótesis. Más revelador es la manera cómo Ignacio, en ausencia de Constituciones aprobadas, ha gobernado la Compañía.

Tiene en cuenta ante todo las Bulas pontificias de aprobación o de confirmación de la Orden, y algunos “puntos de regla”, precisados en 1541. Pero sobre todo gobierna con hombres; en primer lugar, con los compañeros de Paris y de Venecia, que han vivido con él la experiencia inolvidable, y con los cuales ha fundado y funda todavía la Compañía. Cuando ha tenido que recurrir a otros compañeros, ha elegido gente que posee la mente y “el modo de la Compañía”.

¿Quiere promulgar y poner a prueba a la vez, en las Provincias, la primera redacción de las Constituciones? Es a Nadal a quien confía esa tarea, cuando hubiera podido contentarse con enviar una copia escrita.

Poco importa si esta promulgación dura varios años, y si algunas Provincias se impacientan: la letra debe ser presentada por un hombre que posee su espíritu.

¿Se trata, en 1554, de aliviarse del gobierno de España, de Portugal, y de las indias? Nombra a Borja comisario, y le delega la plenitud de poderes sobre cinco Provincias y cinco Provinciales; y un año más tarde, inquieto al darse cuenta que las cosas no se clarifican totalmente, envía además a Nadal a España en calidad de Visitador, y a Cámara, en calidad de “superintendente”, a Portugal.

Corre el riesgo de crear situaciones de tensiones y malentendidos entre esos hombres cuyas responsabilidades se superponen y se molestan. Pero todas estas tensiones, si estos hombres se quieren bien en la caridad, se superan, mientras que las estructuras por si solas no hubieran curado ningún mal.

Ignacio confía más en la persona humana que en la regla escrita: en una Orden misionera, piensa, por importantes que sean las Constituciones, lo que cuenta sobre todo es la "interior ley de la caridad y amor”, y esta ley está escrita e impresa “en los corazones” de los hombres (Const. 134).

Se ha notado que la ordenación de las diez Partes de las Constituciones representa un itinerario espiritual, un “camino” por el cual el candidato avanza paso a paso para integrarse finalmente en el! “corpus Societatis".

Esta visión global de las Constituciones es exacta. Se la puede desarrollar más todavía, porque este itinerario corresponde a las etapas de la génesis espiritual de la Compañía de Jesús: si se nos permite decirlo así, la ontogénesis es la filogénesis; en cada candidato y en cada época, incesantemente se renueva la experiencia histórica de Ignacio y de los primeros Padres.

V. Conclusión

El balance al 31 de julio de 1556, fecha de la muerte de San Ignacio, nos planteó una cuestión: los “defectos” que entonces encontramos en Jesús, ¿le son naturales, o son simples accidentes?

Ha llegado el momento de dar una respuesta.

Creo que debemos afirmar que esta pregunta no tenía ningún sentido para Ignacio, porque supone que se detiene a la vida y se la fija como objeto de un análisis.

Ignacio ha muerto trabajando: la víspera a la noche, todavía ha arreglado la adquisición de una casa. Durante muchos años, ha estado al acecho de la Voluntad de Dios y, cuanto ha podido, la ha realizado con generosidad. Lo esencial es que la Compañía existe, trabaja con celo y eficacia allí donde el “Vicario de Cristo la envía… y continuará después de la muerte de Ignacio, como ha continuado en Alemania después de la muerte de Fabro, y en las Indias después de la muerte de Javier.

¿Qué importa la muerte de un compañero, aunque éste sea, en este caso, el inspirador de la Compañía? Otro tomará su lugar. Tendrá sus cualidades y defectos, como él ha tenido los suyos; y serán otros que los suyos. Él ha sido el primero en reconocer que su trabajo no ha sido perfecto, y que, si la obra es defectuosa, es él el responsable en ese momento en que la deja: tiene la marca de sus negligencias, de sus errores, y también de sus fatigas. En 1541 y también en 1551, no quería ser General, de modo que nadie se puede figurar que él se creía indispensable.

De hecho, lo que Ignacio lega a sus hijos ese 31 de julio de 1556, no es ni un molde para hacer copias uniformes, ni un “Codex juris” perfecto, sino un “corpus vivens”.

Es un cuerpo viviente y que hay que conservarlo así: esto es más difícil, pero también es más entusiasmante y más precioso. En cada época y lugar y para cada misión, los sucesivos compañeros deberán “hacer la Compañía” según el espíritu de Manresa, París, Venecia, Roma, y enriquecerla con sus propias experiencias en una génesis indefinida de la Compañía de Jesús: tanto valdrá ésta cuanto valgan los compañeros en cada época y de cada lugar.

La herencia que nos deja Ignacio es un impulso misionero, un amor ardiente a Cristo nuestro Señor y a las almas, una consagración total a la Iglesia en la persona del “Vicario d Cristo en la tierra”, un compañerismo que resiste a todas las dispersiones, un vínculo personal entre ellos dentro de una jerarquía de funciones, una abertura indefinida a las aspiraciones de un mundo en pecado y en gracia.

Es evidente que un dinamismo así tiene sus límites y sus riesgos. No se pasa sin tropiezos de la mística a la política: todo lo que sé encarna puede lastimarse, mancharse perderse. Y los hombres, sobre todo si son fuertes personalidades, no puede vivir juntos sin que surjan tensiones, enfrentamientos, divisiones, crisis…

En el fondo, al lanzar la Compañía al mundo, Ignacio ha hecho una gran apuesta: la apuesta sobre la capacidad de amor del corazón humano, y sobre la fuerza de la gracia de Dios.

San Pedro Canisio, en una exhortación del 31 de julio de 1587, declaraba: “El Fundador de la Compañía de Jesús es Jesucristo”. Pero entonces, Ignacio ¿qué es? Y respondía: “Ignacio es el jefe y el Patriarca. Hay muchas cosas en él que no podemos imitar, y aún que no debemos imitar. Pero hay cosas en las cuales importa extremadamente que lo imitemos: su amor por la cruz de Jesucristo, su prudencia natural y sobrenatural, su celo por las almas, su obediencia ciega”. Y Canisio exhortaba a sus oyentes a pedirle a Ignacio “que el cuerpo de la Compañía se propagara más, se limpiara, se iluminara; y que aumente en nosotros el mismo espíritu que él recibió”.

Ignacio, y esto no es disminuirlo sino engrandecerlo, hubiera aplaudido esta exhortación de Canisio!.




Notas:

(1) MBSI, Chronicon, VI, pp. 39-42. Si bien Polanco comenzó su redacción en 1573, tenía la idea de redactarlo por lo menos en 1547.

(2) Los siete “capítulos'1 del balance de Polanco son: 1. Institución de la Compañía de Jesús y su aprobación por parte de numerosos Pontífices: 2. Privilegios otorgados; 3, Constituciones y Reglas; 4, Número de religiosos; 5. Eficacia apostólica de la Orden: 6. Su buena reputación en la Iglesia; 7. Las doce Provincias.

(3) MHSI, Fontes narrativas, 1, 63, por el P. Zapico.

(4) Ibídem, 1,66.

(5) SMHSI, Chronicon, VI, p. 40, nota 1.

(5bis) Nota del Editor: este no era problema para Ignacio, que no buscaba representación de "regiones", como hoy se dice, y mal, sino de compañía universal (Const. 6-82).

(6) Hay que tener en cuenta la "praxis” de Ignacio en la fundación de Provincias. Ciertas de ellas, como Francia, Alemania inferior, Brasil, no contaban sino con un número pequeño de compañeros.

(7) M. SCADUTTO, L'epoca di G, Laynez, tomo I, libro 1, sobre todo el cap. II, dissidio di N. Bobadilla.

(8) Cfr. la carta de Javier a Ignacio en 1547, que los Padres del Gesú, en Roma, proponen para la oración de aquellos que vienen a orar en el altar de San Ignacio.

(9) Los diez primeros compañeros, más Cáceres. El nombre de éste no aparece ya más en la Summa instituti. En ese momento se ha separado del grupo, y ha vuelto a su vida aventurera.

(10) MHSI, Mign, Cons. 1, p. 13.

(11) Entre las dos delegaciones de poder, hay un cambio de dos nombres: sólo hay cuatro compañeros, uno de los cuales es Ignacio, que ha firmado ambos documentos. Fabro envía su adhesión primero desde Worms, y luego desde Spira.

(12) Cfr. El tema del camino en S. Ignacio de Loyola Estudio, Oración, Acción, Suplemento del Boletín de Espiritualidad, n 23 (julio1974).

(13) NOTA DEL EDITOR: no estamos de acuerdo con Ravier. San Ignacio, en el! libro de los Ejercicios Espirituales, habla de los "doctores positivos", de quienes "es más propio. . . el mover los afectos para en todo amar y servir a Dios nuestro Señor”, y que exponen "la doctrina positiva" como distinta de la “doctrina escolástica”, pero igualmente teológica. Hugo Rahner ha estudiado esta teología ignaciana (cfr.H. RAHNER, Saint Ignace Théologien, CHRISTUS, 8 (1961), pp. 355-375; M.A. FIORITO, Apuntes para una teología del discernimiento de espíritus, CIENCIA Y FE, 19 (1963), y 20 (1964), especialmente pp. 93-95). Se puede decir que es "un conjunto coherente de verdades simples, casi catequéticas", pero entendiéndolo en la época, de S. Ignacio: la “doctrina cristiana” de entonces, o como la llamaba Fabro, el "catecismo de los niños”, MHSI, Fabri Mon. p. 122 - era un libro espiritual, que podía servir para la oración de los teólogos de entonces, como lo era el mismo Fabro (cfr. Mon. Ign. Epp. XII, pp. 666-673): y evoca como dice a continuación el mismo Ravier, “los primeros capítulos de la Carta a los Efesios y a los Colosenses”.

(14) Un ejemplo característico lo constituyen las “reglas" de los sacerdotes, publicadas en Regulae, a la cabeza del volumen de MHSI.

(15) El mismo psicólogo ha analizado la escritura de doce de los “primeros Padres” o “responsables” que han tenido relaciones más estrechas con Ignacio, y sus análisis pueden ser solicitados a A. RAVIER S.I., “Les Fontaines”, Chantilly (Oise), Francia.

(16) Este asunto merecería un estudio amplio, basado en documentos precisos: la visión de la sociedad contemporánea es, en Ignacio, un elemento muy importante de su psicología apostólica.

(17) MHSI, Scripta de S. Ignatio, Memorial, 1 05-p. 203.

(18) Se ve pues que la polémica suscitada por F. Roustang no es solamente errónea -como lo ha probado A. de Aldama (La composición de las Constituciones de la Compañía de Jesús, CIS) sino vana. Ignacio no quería que las Constituciones fueran su obra persona (cfr. Suffragium quattour sociorum, de 1548). Ignacio consulta a sus compañeros para la admisión de los Profesos.









Boletín de espiritualidad Nr. 33, p. 5-26.


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