Signos de los tiempos en pastoral y en espiritualidad

(presentación de »Reflexiones sobre la Religiosidad Popular«)

Miguel Ángel Fiorito sj





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Esta es la segunda vez que presentamos, en el Boletín de Espiritualidad, unas »Reflexiones sobre la Religiosidad popular«. La primera vez dimos, como razón, el ser una experiencia de Tercera Probación, o sea, de esa última etapa de la formación en la Compañía de Jesús que antecede inmediatamente la incorporación definitiva en ella (1).

La misma razón vale esta segunda vez, pues el material, recogido en esa misma experiencia, es el que ahora presentamos, redactado por Agustín López sj. Pero hay algo más ...

1. Ser cristiano hoy, problema de espiritualidad

Para nosotros, se trata de saber qué es ser cristiano hoy en América Latina y, más concretamente, en la Argentina.

El contenido de este ser cristiano hoy, tiene que tener en cuenta, por una parte, nuestra situación histórico-cultural; y, por la otra, tener en cuenta que ser cristiano significa vivir desde una actitud de fe, de esperanza y de caridad, que son el núcleo sustancial de una vida cristiana. Vivir desde la fe esa situación, ese proceso histórico-cultural, implica, a la vez, interpretarlos y valorarlos desde la fe; y, desde esa misma actitud creyente, actuar en ellos. El interrogante formulado y la respuesta dada, pueden ser, pues, ubicados en lo que en nuestro lenguaje cristiano moderno se llama espiritualidad, si con este vocablo entendemos la existencia cristiana, siempre y cuando se quieran despejar, en ésta, líneas de orientación concreta, trazadas según el Espíritu o, como dice san Pablo: »conforme a la acción del Señor, que es Espíritu« (2). »Cuando planteamos la cuestión como un problema de ser cristiano, y traducimos dicho planteo en términos de espiritualidad cristiana, estamos indicando que se trata de ser a partir de un centro interior, el ›espíritu‹, entendido como una actitud determinada por la fe. Indicamos también que se tata de vivir, desde ese centro interior creyente, una realidad cultural, de asumir una situación histórica ... Damos así con el punto de conflicto y, a la vez, con el gozne del problema: la tarea de ser cristiano ... acarrea la exigencia de unificar dos dimensiones ...«, la de la fe y la de la situación histórico-cultural. »Pero la crucialidad del problema se pone de relieve si no separamos del ›sujeto‹, de nosotros mismos, ese problema. Ya que se trata de dos dimensiones de su existencia, esto es, de tener que unificar su conciencia«.

2. Ser cristiano con otros

»Por otra parte, ser cristiano no es un asunto de carácter individual, si bien es tarea profundamente personal. Por ser personal, es asunto de carácter relacional y colectivo; se es cristiano estando encuadrado dentro del Pueblo de Dios, que es la Iglesia, o referido a él de alguna manera«.

»El problema que se plantea, pues, en su amplitud, está en cómo ser cristiano con otros – eclesialmente –, en relación a la situación histórica ... en la que, culturalmente, está ubicada esta comunidad cristiana. Es al Pueblo de Dios, como sujeto colectivo, a quien se le presenta la tarea de unificar, en su conciencia colectiva, las dimensiones de su fe y de su inserción histórica. Es como Pueblo de Dios, como ser colectivo, que los cristianos entran en la historia (3), y quedan condicionados e interpelados por ella; y es, por consiguiente, al Pueblo de Dios, cuyo ser específico consiste en la vida de fe, a quien se plantea la tarea de vivir de modo coherente, desde una misma fe, determinadas situaciones histórico-culturales«.

3. Ser cristiano en Iglesia-institución

»Este Pueblo de Dios, a su vez, si es que ha de ser factor realmente histórico, no puede ser imaginado como una masa inorgánica, o constituido por una dimensión puramente intimista (mística – diríamos, descalificando la palabra –), sino también realizada en forma orgánica y estructurada«.

»Si bien el Pueblo de Dios es una comunidad de fe, el pensamiento o el deseo de que sólo fuera una comunidad de fe, y no sociedad o institución, es, por lo menos, una gran abstracción, y pone de manifiesto una incapacidad de pensar a la Iglesia históricamente, si es verdad que la historia se mueve en base al juego y al conflicto de instituciones, estructuras, organizaciones y poderes, y no solamente en base a la interna conversión de las personas, o a factores místicos como la oración, o la espontaneidad de grupos y masas, o a un testimonio que nunca se traduce en formas orgánicas«.

»Esto no significa desconocer el valor, indudablemente requerido y fundamental, de la conversión, la oración, la espontaneidad de los grupos y personas, y el carisma colectivo e individual. Solamente queremos decir que hasta que el carisma, colectivo o individual, no es institucionalmente organizado, no llega a poseer toda la fuerza que requiere, para ser determinante histórico«.

»Al individuo creyente, por consiguiente, se le plantea el problema de cómo ser cristiano en referencia a la situación histórico-cultural ...; (y) de cómo serlo con otros, con quienes está ligado en la fe y en la participación de la misma situación; pero también de cómo serlo con otros, con quienes se organiza en el marco de una institución eclesiástica, y así en referencia a una jerarquía«.

»Esto complica indudablemente las cosas. A la tarea de tener que unificar, en la propia conciencia, la experiencia de fe con un compromiso ... – histórico-cultural –, se añade la exigencia de hacerlo sin llegar a romper sustancialmente la unidad con otros, con quienes se constituye un Pueblo de Dios, y, como peculiar dificultad, se suma la exigencia, que en las actuales circunstancias llega con frecuencia al límite de su posibilidad, de unificar un compromiso ... de nuestros pueblos con la lealtad a una institución, cuyos responsables no siempre dan cauce a aquel compromiso ...«.

4. Ser cristiano y jerarquía

La respuesta a este último problema es distinta, según se trata o de un religioso, o de un sacerdote, o de un laico »comprometido«, a la vez, con su pueblo y con la Iglesia.

A continuación vamos a hablar solamente de la respuesta que, a nuestro juicio, debe dar la Compañía de Jesús: o sea, de la actitud de Compañía de Jesús ante la Jerarquía.

Se ha dicho con frecuencia que la obediencia es una de nuestras características »carismáticas« fundamentales; pero, ¿a quién? Si se responde que al Superior, no parece que se diga nada que no valga de otro religioso. En cambio, si se responde que al Papa, esto es algo distinto.

También aquí se nos podría decir que »el Evangelio nos enseña y por la fe católica conocemos y firmemente creemos que todos los fieles están sujetos al Romano Pontífice, como a su cabeza y Vicario de Cristo ...«; pero diríamos que esto ya lo sabía san Ignacio – acabamos de citar textualmente la Fórmula del Instituto –, y que »sin embargo – continuamos citando la misma Fórmula –, por nuestra mayor devoción a la obediencia a la Sede Apostólica, y para mayor abnegación de nuestras libertades, y más cierta dirección del Espíritu santo ... además de los tres votos, nos obligamos con este voto particular, que obedeceremos a todo lo que nuestro Santo Padre ... nos mandare en lo que toca al provecho de las ánimas y acrecentamiento de la fe, y a cualquier parte nos quiera enviar ...«.

San Ignacio era bien consciente de que pedía, al jesuita, algo especial; y por eso continúa diciendo que

... quienes se nos junten, antes de poner sus hombros debajo de este peso, mucho y por largo tiempo mediten si se hallan con tanto caudal de espíritu, que puedan dar fin a esta torre, conforme al consejo del Señor (cfr. Lc 14,30); es decir, si el Espíritu santo, que los empuja, les promete tanta gracia que esperen, ayudándolos Él, llevar el peso de esta vocación (4). En fuerza de este voto especial de obediencia al Papa (5), creemos que la Compañía tiene que manifestarse especialmente obediente a los distintos Pastores que andan dispersos por el mundo, a cada uno de ellos en sus »planes pastorales«; y que sólo así cada jesuita puede ser »signo« ante los demás religiosos, sacerdotes y laicos, de este peculiar »servicio a la Iglesia«.

No hay, a nuestro juicio, servicio a la Iglesia como Pueblo de Dios que no sea, a la vez, servicio a su Jerarquía; ni hay servicio a la Jerarquía que no sea, a la vez, servicio a todo el Pueblo de Dios.

No decimos, con esto, nada fácil (6); y por eso, como dice nuestra Fórmula, debemos pensar, »mucho y por largo tiempo«, antes de tomar sobre nosotros este carisma dentro de la Iglesia jerárquica.

5. Sentido pastoral de esta espiritualidad

Y con esto podemos pasar al sentido pastoral de esta espiritualidad.

»La acción misionera o pastoral está ligada al mismo ser vital del Pueblo de Dios, del que no se diferencia sino así como, en el viviente, el acto de engendrar a otros se distingue de la misma vida del viviente; sólo, pues, como un particular momento creativo de desborde y plenitud, que corona el proceso vital de quien, henchido de madurez, comunica lo que posee«.

»La misión del Pueblo de Dios consiste en comunicar lo que él mismo es: con su acción misionera o pastoral, se autoengendra a sí mismo en nuevos miembros, o bien arraiga con más intensidad, creciendo cualitativamente en los que ya son sus miembros«.

»El Pueblo de Dios, creyente, comunica, en su actividad pastoral, como un estilo de vida, una nueva actitud vital desde la cual, la realidad, toda la realidad es interpretada y asumida, de un modo nuevo ... La misión, pues, consiste en suscitar en otros una actitud de fe desde la cual se asuma, de un modo nuevo y específico, la situación histórica«.

»En esta actitud de fe radica el ser cristiano hoy en América Latina; éste es el contenido mismo de nuestra vida cristiana, históricamente fechada y culturalmente situada. Pero esto, que antes considerábamos como contenido de la vida cristiana, – cfr. más arriba, 1 – como dimensiones que debían ser unificadas en la conciencia de un mismo sujeto, individual y colectivo – cfr. más arriba, 2 a 4 –, pasa ahora, visto en la perspectiva de la misión, a ser considerado como fin y objeto de la misma que, mediante la tarea pastoral se busca suscitar y ahondar en otros. De modo que plantearse el interrogante sobre qué significa ser cristiano en una determinada cultura y situación histórica, equivale a plantearse simultáneamente el problema de la misión de la Iglesia en su punto decisivo, a saber, en su finalidad y objetivos ...«.

»Acabamos de decir que la actitud de asumir, desde la fe, la dimensión ... – de una situación histórica y de una cultura –, constituye el contenido mismo del ser cristiano, entre nosotros. Es decir, el contenido de una línea de espiritualidad determinada ... Cuando ahora pasamos a considerarlo en una perspectiva pastoral, ese contenido es considerado como objetivo, que determina una línea pastoral«. »Convergen, pues, línea de espiritualidad y línea pastoral« (7).

6. Signos de los tiempos y espiritualidad ignaciana

Finalmente, quisiéramos decir unas palabras de otro punto de convergencia, esta vez más en concreto entre espiritualidad ignaciana y pastoral: la lectura de los signos de los tiempos. Esta lectura es, hoy en día, una tarea de la pastoral (8); la Iglesia – en su pastoral – »sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido. Para lograr este intento, es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos, e interpretarlos a la luz del Evangelio ...« (9).

Hemos citado el texto fundamental del Concilio Vaticano II; y el mismo Concilio dice, poco más adelante, que la Iglesia, como Pueblo de Dios, »procura discernir, en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios (10).

En estos dos textos fundamentales se puede hacer – prescindiendo, por el momento, de un estudio histórico de los mismos, y sólo atendiendo al uso que se viene haciendo de ellos – la siguiente triple distinción:

a. Ante todo, acontecimiento, en el cual hay que »escrutar los signos de los tiempos« y que pueden ser hechos, o »exigencias« o deseos« de la humanidad, pero de los cuales la Iglesia, como institución, participa.

b. En segundo lugar, podemos considerar los mismos »signos ... de los planes de Dios«: o sea, la significación o sentido salvífico de esos »acontecimientos, exigencias y deseos« en »los planes de Dios«.

c. Por fin, hoy en día se habla de los »acontecimientos« como »lugar teológico«; o sea, como punto de partida de una reflexión teológica propiamente dicha – universalizante, centrada en los »misterios de Dios«, etc. etc.

En una primera aproximación, se puede hacer esta primera distinción de términos, dejando – para la discusión ulterior – la determinación de su mutua implicación; o sea, hasta qué punto es – o no – teología una lectura de los »signos de los tiempos« que desemboque meramente en el descubrimiento de un »plan de Dios«.

Lo que ahora nos interesa es señalar que una lectura de los »signos de los tiempos« como »signos ... de los planes de Dios« – cfr. b –, requiere, en quien lo hace, una disposición interior espiritual; y que, después de hecha la lectura, ésta requiere – se entiende, en la medida que quiera influir en los otros, dentro de la Iglesia – una confirmación eclesial. Veámoslo por partes.

6.1. Lectura de signos y disposición espiritual

Ha dicho recientemente el P. Pedro Arrupe, General de la Compañía de Jesús, en un discurso dirigido a los PP. Generales, que es un »deber permanente de la Iglesia ... escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio ... No se trata solamente de constatar hechos y de analizar tendencias, sino de interpretarlos según el espíritu del Evangelio, pues de lo contrario se nos podrían aplicar las palabras de Cristo en el Evangelio: ›Sabéis discernir el aspecto del cielo, y no podéis discernir las señales de los tiempos‹ (Mt 16,3). El simple coleccionar e interpretar los hechos, aunque esencial, no es todavía discernimiento. Este, propiamente hablando, es la reflexión, hecha oración, sobre una realidad humana. Cualquiera ve que esta delicada y difícil tarea exige una constante transformación interior, una auténtica ›metanoia‹ o conversión a Cristo crucificado, lo cual implica liberarse de todo aquello que puede perturbar el juicio u ocupar nuestro corazón indebidamente, y estar siempre a la escucha y a la disposición del Espíritu« (11).

San Ignacio requiere, en sus Ejercicios Espirituales, que el que recibe los Ejercicios, antes de »buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida«, trate de »preparar y disponer el ánima, para quitar de sí todas las afecciones desordenadas«; más aún, dice que, »después de quitadas«, busque, ... y entonces encontrará la voluntad de Dios (cfr. EE [1]). Y si esto es así cuando se trata de buscar un »signo del plan de Dios« para una persona individual, mucho más lo es cuando se trata de toda una comunidad, o de la Iglesia en su universalidad.

Esta disposición interior, espiritual, es pues muy importante en una lectura de los signos de los tiempos, como »signos de los planes de Dios« sobre uno mismo, sobre una comunidad, o sobre la Iglesia; y su falta, si bien no hace absolutamente imposible esta lectura (cfr. No 22, 22-35), la hace muy difícil y, además, poco creíble.

6.2. Lectura de los signos y confirmación eclesial

Pero no basta la disposición espiritual que acabamos de indicar – y que podríamos desarrollar mucho más (12) –, y que es anterior a la misma lectura, sino que se requiere, después de hecha, y antes de hacerla pública en la Iglesia, una confirmación de la misma, dada por su autoridad.

Este es un punto, claro en espiritualidad – sobre todo si ésta es ignaciana – pero que cuesta aceptar, y que lleva a acusar, a dicha espiritualidad, de »angélica«.

La búsqueda de una confirmación eclesial puede convertirse en verdadera »cruz«; pero »la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios ... Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres« (1Cor 1,18-25).

Por eso hemos dicho que la espiritualidad tiene su palabra que decir, sea respecto de la disposición anterior, sea respecto de la confirmación posterior a la lectura de los signos de los tiempos, como signos de la voluntad de Dios, Señor de la historia.

Más en concreto, la espiritualidad ignaciana, basada en el discernimiento o discreción espiritual, y que quiere »sentir en la Iglesia« (13) – con todo lo que la Iglesia representa de Pueblo de Dios y de Jerarquía (cfr. más arriba, 4) –, tiene su palabra en esta lectura de los signos de los tiempos.

7. La Religiosidad popular, un signo de los tiempos

Y con esto llegamos al tema de este Boletín de Espiritualidad, titulado Reflexiones sobre la Religiosidad popular.

La Religiosidad, y la consiguiente Pastoral popular, es un »signo de los tiempos«; pero como de esto hemos hablado recientemente (14), nos vamos a referir, a continuación, a las características que tiene la »religiosidad popular« de Agustín López sj, que estamos presentando.

Son tres:

a. Es una experiencia de Pueblo de Dios en la Argentina.

b. Esta experiencia responde a una fe, una esperanza y un amor cristiano.

c. Esta respuesta tiene su historia.

Veámoslo por partes.

7.1. Experiencia de pueblo de Dios

En su mayor parte, las expresiones que presentamos lo son de una fe popular, o sea, de la gente sencilla y pobre; pero manifiestan la misma experiencia de otros »sectores« del mismo Pueblo de Dios, ni tan »populares« ni tan pobres.

El dinero, la posición social, el »status« – el »tener«, en sus variadas formas– , hacen, con frecuencia, olvidar el »ser« cristiano; pero, »al rascar la pintura, aparece el rancho« (15).

La gran mayoría de los argentinos de hoy, o somos hijos del criollo pobre, o lo somos de aquellos pobres inmigrantes que vinieron a esta tierra a trabajar, y la trabajaron en forma.

Esta tierra absorbió, en su historia de casi cuatro siglos, dos grandes impactos: el de los Conquistadores, que dio lugar al mestizaje; y el de los Inmigrantes, que dio lugar a buena parte de los argentinos de hoy. En uno y otro caso, la fe actuó como aglutinante (16), y esto no lo puede olvidar ningún proyecto nacional. La fe es algo que, por su esencia – o mejor, por su misma existencia en el corazón del hombre – actúa como unificante.

La fe es algo que nunca se vive solo, sino como parte de un pueblo: en todas las experiencias que se narran a continuación, incluso en las que se refieren al sacramento más »privado«, como es el de la penitencia, no aparece tanto – o mejor, no aparece sólo – el gesto individual, cuanto los gestos colectivos: la procesión, la peregrinación, el »velar a los santos«, etc. etc.

Todos estos gestos colectivos tienen, además, algo de fiesta: el pueblo es, por su esencia, »festivo«, incluso cuando llora a sus muertos (17), pero sobre todo cuando se casa por la Iglesia o bautiza a sus hijos, y también cuando pide perdón a Dios nuestro Señor (18).

7.2. Respuesta a la fe, esperanza y amor cristianos

La fe »ilustrada« tiende a señalar, acá y allá, defectos en esta religiosidad popular; pero siempre serán defectos parciales, porque, en cualquiera de esos »gestos, ritos y palabras«, el hombre se encuentra entero. Como decía alguien: »No estará todo el credo, pero está todo el hombre ...«; y esto es lo que quiere Dios cuando nos dice: »Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza ...« (Dt 6,5).

Esta fe está muy unida a la cultura que se llama »popular«, pero que no por eso deja de ser cultura (19). No es, por supuesto, la cultura »renacentista«, resultado de una educación exquisita, basada – y versada – en filosofía, letras, artes, que impregnan a las relaciones sociales del hombre de »buen gusto« y »distinguido«; ni tampoco será la cultura »iluminista«, que tiene muchos conocimientos, mucha instrucción, y mucha »racionalidad«, entendiendo por tal la instrumental científica. Pero la cultura popular está hecha de costumbres y tradiciones – de las que enseguida hablaremos –, y siente la vida y la muerte, y sabe de la lucha por la vida mediante el trabajo sobre la naturaleza (las cosas), con los otros hombres (en sociedad), y en busca del misterio de su destino (Dios y el »más allá«, que »ya es, pero todavía no«).

Esta cultura es una »sabiduría« – en el sentido etimológico, de que tiene »sabor« de las cosas –, que »sabe« lo positivo y lo negativo de la realidad, y que conoce – en el sentido bíblico de este término (20) – qué es amar, y que intuye cuál debe ser su comportamiento moral.

Esta fe y este amor conllevan una esperanza igualmente cristiana, que sabe darle »tiempo al tiempo« (o tiempo ... o sangre), que acepta »lo que no anda«, que espera »tiempos mejores«, que sabe soportar (21).

La prueba de la fe, es la esperanza, porque »la fe es garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven ...« (Hbr 11,1); »por ella, fueron alabados nuestros mayores ...« (ibidem), y pueden ser alabados todos aquellos a los que nos referimos en este Boletín de Espiritualidad.

7.3. Historia de la respuesta

Al hablar de la historia de esta respuesta, queremos decir que esta fe popular ha sido recibida de nuestros mayores, y que sigue pasando, sin solución – sensible – de continuidad, de padres a hijos.

Esta fe no es de hoy, ni ha sido »importada« – como sucede con muchas »ideologías« – del extranjero, ni es sostenida por »extranjerizantes« autóctonos, sino que es de siempre, y de esta tierra.

En esta fe tiene mucho que ver esta tierra y su historia: tiene nuestro espacio y nuestro tiempo (22).

Está constituida por gestos muy sencillos, como el »tomar gracia«, el »hacerse pisar«, etc. etc., que se pueden enseñar y aprender sin palabras, y con sólo verlos hacer por los otros. Como aquel anciano que, en un templo del Norte, en cuclillas y con dificultad ante una vela prendida por él, fue preguntado por el cura – extrañado de verlo horas sin moverse, ante el Cristo –, y respondió: »Como no sé rezar, veo cómo la velita reza por mí ...« ¿Quién de nosotros es capaz de gastar horas en algo similar y, además, los días del camino de ida y de vuelta ...?

Dijo bien el que dijo:

Bendita seas, blanca cera, que con tu fuego haces arder los corazones;
y que, al quemarte en los altares, das testimonio de aquel Sol que no se pone.
Como la Madre sin mancilla, fuiste panal de viva miel para los hombres;
y en otro gesto de dulzura, te das en luz como la Madre sin reproche.
Tienes ahora, con el fuego, la caridad que ayer tuviste con las flores;
después de haber sido remedio de la amargura, eres remedio de la noche.
Aunque las sombras son espesas, en la profunda oscuridad nos reconoces;
y con tus lágrimas ardientes pagas el precio de la luz que nos socorre.
Feliz el hombre que divisa desde el desierto la blancura de tus torres;
y hacia la luz que brilla en ellas, con firmes pasos se dirige desde entonces (23).

Cuando se leen las historias de nuestros Misioneros, se encuentran en ellas casi los mismos »gestos, ritos y palabras« de la actual Pastoral popular(24); y a uno se le pueden ocurrir una de dos cosas: o bien, qué atrasados que están ahora; o bien, qué acertados que estuvieron entonces – y lo están ahora – al transmitir así su fe. La primera ocurrencia es típica de otra cultura, que se desconoce en su pasado histórico; y la segunda ocurrencia, es la de quien tiene cultura histórica.

A lo largo del tiempo, es evidente que ha habido desvíos, y que se han agregado cosas espurias; pero, lo fundamental queda de pie, y vale la pena conocerlo y re-conocerlo (25).

8. Objetivo de estas reflexiones sobre la religiosidad popular

Nuestro objetivo es, simplemente, hacer este re-conocimiento.

Se nos podrá decir que hay mucho más que decir sobre estos sacramentos (Bautismo, Difuntos y Eucaristía, en el Boletín de Espiritualidad 31; y sacramento del Orden Sagrado y de la Penitencia, en éste); pero no se nos podrá decir que no es verdadero lo que decimos. Como dijo un cura, cuando leyó nuestro anterior Boletín de Espiritualidad: »Yo he visto – en mi experiencia pastoral personal –, mucho más que esto ...«; sí, pero no podía decir que esto no lo había visto.




Notas:

(1) Cfr. Boletín de Espiritualidad 31 (1973), p. 1.

(2) Cfr. 2Cor 3,18. A continuación citaremos – salvo algunas interrupciones y añadidos – a Gera, “La Iglesia frente a la situación de dependencia”, en Teología, Pastoral y Dependencia , Buenos Aires 1974, p. 15-16. Las citas textuales están indicadas entre comillas; las interrupciones, por los puntos suspensivos; y los añadidos, porque van fuera de comillas. Los subrayados son, en general, nuestros.

(3) Cfr. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 9.

(4) Fórmula del Instituto, 4 (MConst. I: 377-378).

(5) No podemos entrar aquí en una discusión sobre el »objeto« de este voto: ¿cualquier orden – incluso una doctrina –, o sólo una misión? Solamente notaremos que »misión«, para San Ignacio, tenía un sentido peculiar, más amplio que el actual, y que comprendería »todo lo que mandare el Romano Pontífice«, aunque no implicare cambio de lugar (cfr. Const. [529]); y que, además, la »misión« debe personalizarse. Esto último es función primaria del Superior en la Compañía; y, secundariamente, de cada súbdito, que debe buscar jerárquicamente esta personalización.

(6) Cfr. Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 25 (1972): I, 2.4; II, 2.23; III, 5.16 y IV, 1.1.

(7) Gera “La Iglesia …”, cit., p. 16-17. A continuación el autor explica – p. 17-18 – cómo se deben conjugar la »particularidad« de una determinada línea de espiritualidad y de pastoral, con la »totalidad«, la »universalidad« y la »dimensión permanente« del Mensaje evangélico.

(8) No es lo mismo – a nuestro juicio – discernir un signo de los tiempos, que considerar, a la historia, como »lugar teológico«: lo primero es buscar »los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios« – o sea, de su voluntad –; mientras que lo segundo implica hacer, a partir de la historia, una verdadera teología. Sin embargo, en ambas cosas se considera, a la historia, como »sacramento« del Misterio de Dios. Lo primero interesa a la pastoral – y es lo que directamente dice el Concilio –, mientras que lo segundo interesa a la teología en su especificidad universalizante.

(9) Cfr. Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 3-4.

(10) Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 11.

(11) P. Arrupe, »El futuro de la vida religiosa« (30 de mayo de 1974).

(12) Fiorito, “Orientaciones practices de una reunion para … en la Iglesia de hoy”, Boletín de Espiritualidad 32, p. 9-14, cuando el discernimiento de los »signos de los tiempos« se hace en comunidad; y »La llamada de Dios en la vida religiosa«, Estudio – Oración – Acción, Suplemento del Boletín de Espiritualidad 22, cuando se hace en privado.

(13) EE [352-370], en especial la Décimo-tercera regla »para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener« (EE [365]).

(14) Cfr. M. A. Fiorito y J. L. Lazzarini, “Un aporte de la historia a la pastoral popular”, Boletín de Espiritualidad 34, p. 1-2.

(15) Cfr. “Reflexiones sobre la Religiosidad popular” Boletín de Espiritualidad 31 (1973), p. 4.

(16) Cfr. Seminario sobre Pastoral Popular, San Miguel, 6-9 setiembre de 1973, Ficha 5: Fe y cultura.

(17) Cfr. “Reflexiones sobre la Religiosidad popular”, cit., p. 9 y 11.

(18) La consolación, que »confirma« lo que uno ha decidido – y hace – por Dios (EE [183] y [188]), se transparenta en el »cuerpo« que está de fiesta.

(19) Cfr. Seminario sobre Pastoral Popular ..., Ficha 4: Cultura popular.

(20) Cfr. Os 2,21-22, con la nota de la BJ.

(21) “Ypomene” con “parresía”, diría una persona que tuviera cultura bíblica. Cfr. León-Dufour Vocabulario de teología bíblica, art. »Esperanza«, y art. »Confianza, 3«.

(22) En todas estas consideraciones, somos deudores de F. Boasso, en un estudio ad instar manuscripti titulado »Pastoral popular«, en curso de publicación.

(23) Francisco Luis Bernárdez, Poema de las materias sagradas.

(24) M. A. Fiorito y J. L. Lazzarini, “Un aporte de la historia a la pastoral popular”, cit.

(25) Mons. Eduardo Pironio, Sínodo de los Obispos, II Congregación General, 28 de septiembre de 1974, 1. Religiosidad popular, »... Hay dos aspectos que conviene subrayar todavía: a) forma parte de la unidad del pueblo (es una ›fuerza unitiva‹); 2) nos ha llegado a través de una primera evangelización particularmente centrada en el misterio de Cristo crucificado ... Quedó en parte oscurecido el aspecto pascual. Sin embargo, esta dimensión de la Pascua nos ha llegado por el lado de María ...« (OR VI [1974] , p. 465-466).









Boletín de espiritualidad Nr. 35, p. 1-12.


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