Una predicación sobre la doctrina cristiana por san Ignacio de Loyola

Miguel Ángel Fiorito sj y José Luis Lazzarini sj





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1. Recomendaciones previas

Para una eficaz confesión (1), es necesario tener en cuenta tres cosas: contrición de corazón, confesión de boca y satisfacción de obra.

1.1. Aspirar a lo más perfecto

Tendremos contrición cuando sintamos gran dolor de nuestros pecados, y firme propósito de no volver a pecar, con gran voluntad y deseo de ser verdaderos cristianos, sirviendo y alabando a Dios nuestro Señor.

El primer remedio para lograr verdadera contrición, es pensar que, después que soy nacido, no he hecho por mí mismo, sin ayuda, cosa alguna que sea buena para poderme salvar, ni menos para poderme librar del infierno.

Segundo, pensará cuántas veces he pecado contra Dios mi creador por mi tanta fragilidad, que es contra el Padre; cuántas veces por mi crasa ignorancia,que es contra el Hijo (2) cuántas veces por mi tanta iniquidad, que es contra el Espíritu santo.

Acerca de la confesión de boca, debemos tener la palabra humilde, el hablar breve, distinto y no verboso.

Acerca de la satisfacción de las obras, no sólo cuando a alguna persona debemos algún bien o fama, estamos obligados a hacer íntegra y debida restitución, sino también estamos obligados a hacer obras buenas para satisfacción de los pecados y de la pena por ellos.

1.2. Admitir lo alcanzable

Cuando no podamos tener la verdadera contrición, o no nos sea concedida – ya que es don de Dios –, al menos, al ir a nuestra confesión, tengamos un gran dolor y displacer de no poder tener esa contrición y dolor, ya que son tan grandes nuestros pecados; aún cuando, antes de la confesión, haciendo satisfacción y teniendo debida contrición, seamos en gracia de Dios nuestro Creador y Señor (3).

En la confesión eficaz, se recibe la absolución de todos los pecados.

Cuando no podamos satisfacer al otro, y tengamos firme propósito de satisfacer lo antes que podamos, iremos a la verdadera confesión debidamente, y sin temor alguno.

2. Reflexiones teológicas sobre los ritos

2.1. Señal de la cruz

Para hacer la señal de la cruz, ponemos la mano en la cabeza, que significa Dios Padre, el cual no procede de ninguno; cuando ponemos la mano sobre el vientre, significa su Hijo, nuestro Señor, el cual procede del Padre, y es venido hasta el vientre de la Sacratísima Virgen María; cuando ponemos la mano de un lado al otro, significa el Espíritu santo, el cual procede del Padre y del Hijo; cuando ponemos las manos juntas, significa las tres personas ser una vera esencia; cuando ponemos la cruz en la boca, significa, en Jesús nuestro Salvador y Redentor, ser el Padre y el Hijo y el Espíritu santo, un solo Dios nuestro Creador y Señor; y que la divinidad no estuvo nunca separada del Cuerpo de Cristo en su muerte.

2.2. Confiteor

a. Doctrina sobre el pecado venial y mortal

Hay tres modos de decir mentira.

El primero es cuando la decimos por juego, o para complacer a alguno, no haciendo displacer o daño a otros; y es pecado venial.

Segundo, cuando la decimos para hacer utilidad y placer a alguno; y es todavía pecado venial.

Tercero, cuando es contra el prójimo; y entonces es pecado mortal.

El primero y el segundo, y lo mismo los otros pecados veniales, quitándolos con el agua bendita, no es necesario confesarlos; pero el tercero, y los otros pecados mortales, es preciso, y en todo necesario, confesarlos.

b. Confesión de los pecados

Después que se ha hecho la señal de la cruz, decimos el confiteor, hasta que decimos una vez mea culpa; después, discurriendo por los mandamientos, confesamos todos los pecados; y después, diciendo dos veces mea culpa, acabaremos el confiteor.

3. Los mandamientos de Dios

3.1. Contexto de la historia de salvación

Antes de discurrir sobre los mandamientos, a continuación un poco de discurso sobre la vida pasada.

Habiendo Dios nuestro Señor creado el cielo, la tierra y toda cosa, y siendo el primer hombre en el paraíso, le fue revelado cómo el Hijo de Dios se había de hacer hombre (4); y después que Adán y Eva hubieron pecado, conocieron que Dios se había de hacer hombre para redimir el pecado de ellos; y fueron vestidos de cilicio y echados del paraíso. Después revelaron a sus hijos cómo el Hijo de Dios (5), nuestro Creador y Señor, se había de hacer hombre; y sus hijos a los otros, y los otros a los otros, hasta el tiempo de Abraham. Este (como el mundo fuese lleno de idolatría) fue llamado por Dios nuestro Señor, y de su generación hizo multiplicar al pueblo elegido. Este fue luego mucho ofendido por el Faraón, el cual, como no dejase ir al pueblo dilecto, a pesar de que viese tantas señales y plagas sobre sí y sobre toda su casa, Dios nuestro Señor, liberando sus siervos, hizo pasar a todos por el Mar Rojo en seco, ahogándose Faraón con todo su ejército. Después, yendo adelante el pueblo dilecto en el desierto, Dios nuestro Creador hizo que se preparasen y lavasen sus vestiduras para recibir los Mandamientos con toda puridad y reverencia debida.

3.2. Los diez mandamientos de la ley de Dios

a. El primer mandamiento, como introducción general a todos

Los mandamientos estaban escritos en dos tablas de piedra: los tres primeros, en una, se referían al verdadero honor y culto divino; los otros siete, en otra, en honor y dilección del prójimo.

Por tanto, para entender bien los mandamientos, sepamos que la caridad, sin la cual ninguno puede salvarse, es un amor con el cual amamos a Dios nuestro Creador y Señor por sí mismo, y a los prójimos por el mismo nuestro Salvador.

Por prójimo entendemos todo hombre que se puede salvar, sea fiel o infiel, a los cuales debemos amar en cuanto criaturas de Dios nuestro Creador y Señor, y hechos a su verdadera semejanza e imagen.

La caridad no busca sus propias cosas, sino sólo las del verdadero Dios y las de nuestro prójimo, al cual, cuanto más damos de aquello que es conveniente (6), mayor es la caridad.

Cuando la caridad ferviente está en el ánima justa (7), hace obrar a todos los miembros en el verdadero camino de nuestro Señor; porque el ánima, creada a semejanza verdadera e imagen de Dios, adornada e impulsada por la caridad, se halla con gozo y paz, como si reinase en este mundo, sometiendo toda contrariedad y sensualidad.

Como nuestra ánima tenga tres potencias, memoria, intelecto y voluntad, debiendo amar a Dios nuestro Señor con toda el ánima, es conveniente que la memoria haga su oficio (8), primero, acordándose de sus beneficios: creación, redención, y dones espirituales; segundo, acordándose de los mandamientos y preceptos de la Iglesia, para observarlos; tercero, acordándose de aquello que es conveniente para conservar el cuerpo humano (9), para ayudar a nuestra ánima a salvarse.

Después, es propio del intelecto entender y discurrir, para acordarse de todo aquello que el ánima ha hecho.

Finalmente (10), es propio de la voluntad, que está sobre las otras potencias del ánima, el esforzarse y el alegrarse en todo, para que el ánima, en toda cosa sea agradable a su Creador y Señor. Para ello, es necesario que no haya de pecar, por nada del mundo, mortalmente contra Dios nuestro Creador y Señor; y de este modo, amaremos a Dios con todo el corazón, con toda el ánima y con toda la voluntad.

b. Los otros mandamientos de Dios

El 2do mandamiento es no jurar el nombre de Dios en vano. Por este mandamiento entendemos que no podemos ni debemos jurar por el Creador, ni por ninguna creatura,si no fuese con toda verdad, con gran necesidad y debida reverencia. Y jurar – en vano (11) – por el Creador, es mayor pecado que por la creatura. Pero hay que tener en cuenta que es más difícil jurar debidamente por la creatura que por el Creador; y esto hace que el jurar debidamente por la creatura sea de los perfectos (12).

El 3er mandamiento es guardar el día domingo, en el cual, estando prohibida toda obra, negocio y fatiga humana, ocupándonos en obras buenas y preparando nuestras ánimas, por asidua contrición y frecuente confesión, a la santificación de nosotros mismos, debemos con todo el corazón santificar el día santo del domingo.

El 4to es honrar al padre y a la madre; y se entiende los padres naturales, temporales y espirituales. A los naturales, socorriéndolos en su necesidad, y haciéndoles debido honor y reverencia, y obedeciéndoles en las cosas que son indiferentes, o en sí buenas y justas. Pero nunca debemos obedecer a nuestro padre o a nuestra madre, en cosa que sea pecado, o cuando nos quisieren remover de algún estado de más perfección que nosotros hayamos querido tomar.

El 5to no matar, es decir, ni corporal ni espiritualmente. Según el cuerpo, no debemos quitar la vida al prójimo, ni miembro alguno; ni hacer herida alguna, ni menos aún con ira desordenada castigar al hijo o la hija, al siervo o la sierva. Según el verdadero espíritu, no debemos quitar la fama a alguno, diciendo que está en pecado mortal.

El 6to es no fornicar, es decir, ni corporal ni espiritualmente; porque toda vez que nos viene algún pensamiento de fornicar, dándole oídos, o haciendo alguna demora, o deleitándose en ello, aunque no haya consentimiento, siempre es pecado, a lo menos venial; y donde hay consentimiento, es mortal; y haciendo la obra, se hace más grande el pecado mortal (13).

El 7mo no robar; es decir, ninguna cosa, ni grande ni pequeña, podemos tomar ni retener del prójimo sin su voluntad, siendo ésta bien ordenada; de modo que está prohibido tomar o retener toda cosa que pueda ayudar al prójimo.

El 8o no decir falso testimonio contra nuestro prójimo. Para entender este mandamiento, debemos advertir una cosa: decir mentira, siempre es pecado; mientras que decir falso testimonio, incluye además la mentira y por esto el falso testimonio es tan prohibido.

El 9o no desear la mujer de los otros: y este deseo y concupiscencia puede ser sola materia en la parte sensual, o en la parte espiritual, o en todo. En la primera, puede ser pecado venial; en la segunda y tercera, es mortal, habiendo consenso pleno o interpretativo.

El 10o no desear los bienes de otros; y aquí se da la concupiscencia del mismo modo que en el 9o. Asimismo, no podemos desear cosa alguna del prójimo.

3.3. Recapitulación final

Estos mandamientos se resuelven en dos, es decir, amar a Dios nuestro Señor por sí mismo y al prójimo por el mismo Señor nuestro.

Y para entenderlos bien, es muy necesario y conveniente (14) que la persona sea indiferente en todas las cosas mudables, como son riqueza, pobreza, etc. teniendo en su corazón a su Creador y Señor, sin ninguna afición desordenada.

4. Los mandamientos de la Iglesia

Siendo la Iglesia una congregación de los fieles cristianos, iluminada y gobernada por Dios nuestro Señor, hemos de entender que el mismo Señor nuestro, que ha donado los diez mandamientos, es el principal donador de aquellos que da la Iglesia, para que nosotros, en toda obediencia y servicio de su Majestad, más seguramente nos podamos salvar.

El primer mandamiento es ayunar toda la Cuaresma, excepto los domingos; de modo que, dejando un solo día de ayunar, es pecado mortal; y además en las cuatro Témporas y Vigilias que manda la Iglesia. Hay que exceptuar a aquellos que ganan su vida trabajando o caminando a pie, o bien, que tienen alguna necesidad bien ordenada (15), ya sean enfermos, personas grandes, nodrizas, o bien que han llegado a notable vejez; y aquellas que no tienen veintiún años. Aunque es mejor a los padres mover a sus hijos a ayunar antes que tengan veinte años, especialmente si son inclinados a pecados.

El 2do es guardar las fiestas ordenadas por la Iglesia. Este mandamiento se entiende como el 3e􏰙 mandamiento de Dios, de observar el domingo. Debemos imitar, y hacer oración especial en conmemoración de aquel Santo del cual se hace fiesta.

El 3ro es oír la misa el día de fiesta que la Iglesia manda, y que sea entera, siendo atento con la mente y el cuerpo; y, oyendo la palabra del sacerdote, hacer oración sin perturbar.

El 4to es confesar, al menos una vez al año, y cuanto más frecuentemente, tanto mejor.

Y así el 5to, es decir, comulgar.

5. Los siete pecados mortales

El primero es soberbia. Entonces es el hombre soberbio, cuando pretende obrar sobre sus fuerzas (16), o sea, en desprecio de nuestro Señor o de los prójimos, andando inflado sobre sus fuerzas interiores o exteriores.

El 2do es avaricia, la cual es un apetito y deseo desordenado de tener riquezas temporales, el cual jamás se sacia con aquello que tiene, ni aún con aquello que desea, después que lo ha adquirido.

El 3ro es lujuria, entendiéndola según lo que ha sido declarado en el 6to y 9o mandamientos. Es de advertir que así como en echar enseguida un pensamiento malo se merece, de la misma manera es pecado, y gran peligro de toda ruina, no consentir las buenas inspiraciones del Señor Dios.

El 4to es ira, la cual es una súbita mutación del ánima, con perturbación; y siempre es pecado, cuando la voluntad es mala.

El 5to es envidia, la cual se entiende cuando nosotros no queremos ver ni oír la prosperidad de nuestro prójimo, sea en cosas, sea en bienes espirituales o temporales.

Con todo se da una envidia santa, o invitación de querer imitar a los santos en ser contra nosotros mismos, siguiéndolos en todas las obras de sincero amor y caridad.

El 6to es gula, la cual se entiende cuando hay exceso en el comer o beber, el cual exceso se da cuando por la parte Superior se juzga que el apetito sensitivo procede desordenadamente.

El 7mo es acedia, la cual, como tenga en sí negligencia, tibieza y ocio, es una escuela de todos los otros vicios y pecados.

6. Los cinco sentidos del cuerpo

El primero es ver. Entonces pecamos cuando vemos alguna cosa con mala intención; y como la vista sea un instrumento de nuestro enemigo mortal(17), es una ventana por donde entran todos los otros vicios y pecados.

El 2do es oír. Entonces pecamos cuando con alguna delectación oímos algunas cosas viciosas, o bien no queremos oír las cosas buenas, pudiendo hacerlo oportunamente.

El 3ro es oler. Entonces pecamos cuando aquellas cosas que olemos, las ordenamos a alguna delectación desordenada.

El 4to es gustar. Entonces pecamos cuando movemos el apetito desordenadamente.

El 5to es tocar. Entonces pecamos cuando la intención no es bien ordenada.

7. Las obras de misericordia

La primera es dar de comer al pobre que tiene hambre, no al pariente que no tiene esa necesidad. Y cuando hacemos limosna de aquello que nos sobra, es de obligación; pero de aquello de lo cual nosotros tenemos necesidad, es perfección. Toda limosna se debe ordenar al mayor fruto espiritual.

Y así la 2da, dar de beber a quien tiene sed.

La 3ra, vestir los desnudos.

La 4ta, alojar a los peregrinos.

La 5ta, visitar los enfermos.

La 6ta, liberar los encarcelados.

La 7ma, sepultar los muertos.

8. Las siete obras espirituales

La primera es dar buen consejo, exhortando a las cosas espirituales en el tiempo y modo que los pueda ayudar.

La 2da, enseñar a los ignorantes en todas aquellas cosas que con oportunidad pueden ayudar al ánima, a fin de que pueda más servir a Dios nuestro Señor. La 3ra, corregir la iniquidad, lo que se hace mejor por amor; y cuando por uno mismo no se lo pueda sacar del pecado, recúrrase a otros que lo puedan ayudar, y no dañar.

La 4ta, es consolar los afligidos, en alegría y contentamiento espiritual, y no en placer carnal.

La 5ta, perdonar las injurias, sobrellevándolas de buen corazón (18), o más perfectamente aún, alegrándose en ellas.

La 6ta, es tener paciencia en las adversidades, poniéndose en las manos de Dios, queriendo lo que Él quiere.

La 7ma, es rogar por los amigos y enemigos, y para que se puedan salvar.



Anexo: Breve o sumaria declaración

Estamos persuadidos de que la lectura del texto – que acabamos de traducir y transcribir – puede ofrecer, a pesar de su concisión – o tal vez, gracias a ella –, la oportunidad de un provecho espiritual significativo.

Con todo – y sobre todo, porque el mismo san Ignacio nos alienta a ello en una situación similar de los Ejercicios –, pensamos que puede ser útil »discurrir ... solamente por puntos – de la »predicación sobre la doctrina cristiana« – con breve o sumaria declaración« (EE [2]).

Pensamos que así podemos ayudar a algunos de nuestros lectores; y, a otros, no los estorbamos, porque pueden dejarnos de leer, o bien olvidarse de nosotros, y dedicar toda su atención al mismo texto de san Ignacio.

En el curso de la traducción – y transcripción – del texto original, hemos explicado – en notas al pie de página – el por qué de ciertas traducciones o de ciertos cambios de orden en las palabras de las frases ignacianas: es un texto antiguo, está escrito en un italiano anticuado – españolizado o latinizado –, no es la redacción completa sino un resumen ... y suponemos un lector que no tiene preocupaciones críticas, sino que quiere »sentir y gustar de las cosas internamente« (EE [2]).

Este último es también el objetivo de nuestra declaración de la »Predicación sobre la doctrina cristiana« de san Ignacio: ayudar a su lector a que pueda un poco más »sentir y gustar ... internamente« el texto ignaciano a pesar de la distancia de tiempo y espacio – distancia cultural, por tanto – que nos separa del original.

En realidad – y ésta es nuestra primera »declaración«, previa a todas las otras – no se trata de un texto completo – sino sólo de una »summa« o resumen –, ni tampoco de una predicación completa sobre toda la doctrina cristiana, sino solamente de una parte de la misma, que se refiere, en concreto, a la preparación de la confesión sacramental: san Ignacio tenía verdadero aprecio de ésta – la »verdadera – o eficaz – confesión«, como él mismo dice al principio de su predicación –, y consideraba un ministerio muy fructuoso el preparar a la gente a confesarse (19) – o sea, como dice al comienzo de su predicación, con »contrición de corazón, confesión de boca y satisfacción de obra«.

Las otras declaraciones las haremos refiriéndonos al mismo texto, remitiéndonos para ello a su numeración marginal – que no estaba en la misma forma en el original (20) –: así evitaremos repeticiones y podremos ser breves y sumarios.

1. En las Recomendaciones previas, hemos distinguido, mediante subtítulos, entre Aspirar a lo más perfecto (cfr. 1.1) y Admitir lo alcanzable (cfr. 1.2).

Nos pareció advertir la presencia del espíritu realista de san Ignacio, quien ante una situación difícil – aquí, no »tener la verdadera contrición« –, no se resigna a dejarse derrotar, sino que imagina una alternativa – aquí »tener un gran dolor y displacer de no poder tener esa contrición y dolor« –. Lo mismo hace en Ejercicios, cuando, ante ejercitantes que no tienen »muy pronta voluntad para hacer elección ...«, les propone »forma y modo de enmendar y reformar la propia vida y estado« (EE [189]).

1.1. Al dar el segundo medio para »lograr verdadera – o sea, perfecta, como diríamos ahora – contrición«, san Ignacio pone a su catequizando frente a un rostro trinitario de Dios, contraponiendo las notas fundamentales de mis pecados – fragilidad, ignorancia, iniquidad – a cada una de las divinas Personas. El mismo análisis hace, en los pecados propios de los Ejercicios (EE [59]: 4to punto de la meditación del »proceso de los pecados propios«), pero sin mencionar la Trinidad.

1.2. Para liberar el sentido del texto original, hemos tenido que cambiar el or- den de algunas de sus frases, y cambiar también la puntuación. El texto – traducido al castellano – decía así: »Cuando no podremos tener la verdadera contrición, o no nos será concedida, como don de Dios, al menos tengamos un gran dolor y displacer de no poder tener aquella contrición y dolor, que son tan grandes nuestros pecados, para ir a nuestra confesión; aún cuando, ante la confesión, haciendo satisfacción y teniendo la debida contrición, estemos en gracia de Dios nuestro Creador y Señor (cfr. Epp. XII: 667).

2.1. Se ve claro que, según san Ignacio, la confesión de la Trinidad se condensa en la naturaleza humano-divina de Jesús: »... significa, en Jesús nuestro Salvador y Redentor, ser el Padre y el Hijo y el Espíritu santo un solo Dios nuestro Creador y Señor ...«.

Todos los problemas que los Ejercicios plantean acerca del cristocentrismo o el teocentrismo ignacianos, se resuelven aquí en una visión sintética, mucho más rica que cualquier alternativa (21).

Notemos, además, toda la teología que san Ignacio aprovecha a dar, a propósito de un simple gesto: la señal de la cruz; y ésta, al hacerla »en la boca«.

2.2. A propósito de la mentira, san Ignacio ejemplifica su doctrina – por la que siempre se jugó (22) – de la distinción entre el pecado venial y el pecado mortal.

Esta distinción le sirve aquí para explicar lo que es »necesario« confesar, y lo que no.

La misma doctrina se encuentra en los Ejercicios, a propósito de los »pensamientos« (EE [33-37]).

3.1. Lo primero que llama la atención es que, para presentar la historia de salvación, se refiere a ella como »un poco de discurso sobre la vida pasada«: o sea, la historia de salvación es para san Ignacio, »la vida pasada« de todo hombre.

Lo segundo es que este recurso a la historia de salvación – que llega hasta la Alianza del Sinaí (23) –, tiene por objeto contextuar los mandamientos como »de Dios«, recibidos por el »pueblo dilecto« – como dice aquí san Ignacio –. Más adelante hará una presentación similar de los mandamientos de la Iglesia (cfr. 4), de los cuales »el mismo Señor ... es el principal donador«.

3.2. a. La explicación del Primer mandamiento sirve de introducción general a la explicación de todos los demás. En realidad, san Ignacio no comenta – al menos, explícitamente – el »primer mandamiento«, sino que nos habla de »la caridad, sin la cual ninguno puede salvarse«; y nos dice que »es un amor con el cual amamos a Dios nuestro Creador y Señor por sí mismo, y a los prójimos por el mismo nuestro Salvador«. Quiere decir que, lo que nosotros llamamos »primer mandamiento«, era, para san Ignacio, un capítulo aparte (24).

Es original la manera de definir al prójimo: »todo hombre que se puede salvar, sea fiel o infiel ...«.

Notemos además que esta caridad, »cuando ... está en el ánima justa, hace obrar a todos los miembros – se puede entender, los del propio cuerpo – en el verdadero camino de nuestro Señor«, restituyendo así la armonía rota por el pecado, y haciendo que todo el hombre – cuerpo, alma y espíritu – »se halle con gozo y paz, como si reinase en este mundo, sometiendo toda contrariedad y sensualidad«. Finalmente notemos que san Ignacio aplica las potencias del ánima – memoria, inteligencia y voluntad – en la siguiente forma. La memoria, para el recuerdo global de los grandes hechos de la historia de salvación (»creación, redención, y dones espirituales«), entre los cuales adelanta, como obligaciones a observar, »los mandamientos y preceptos de la Iglesia«, de los que enseguida hablará (cfr. 4), y también »aquello que es conveniente para conservar el cuerpo humano, para ayudar a nuestra ánima a salvarse« (25). La inteligencia, para recordar los hechos particulares de la vida de cada catequizando (su contribución, acertada o desacertada, a la historia de salvación). La voluntad, finalmente, para »el esforzarse y alegrarse en todo, para que el ánima, en toda cosa, sea agradable a su Creador y Señor«. En esta forma se cierra el »circuito de la salvación«, porque la caridad se convierte en alegría (26): es la »devoción« que, según san Ignacio, hay que buscar en todo lo que se hace (27).

3.2. b. Sólo nos fijaremos en el 4to mandamiento. Aquí, san Ignacio habla de la obediencia a los padres »en las cosas que son indiferentes, o en sí buenas y justas ...«. Pareciera que, para una conciencia, no se dan cosas indiferentes, sino sólo o buenas o malas. Pero san Ignacio nunca considera una conciencia aislada, sino dentro de »un cuerpo«, en este caso, dentro de una familia concreta y determinada. En otros términos, el 4to mandamiento se mediatiza en una familia; y, en ésta, pueden hallarse cosas »indiferentes o en sí buenas y justas«. Esto mismo valdría de otros marcos del comportamiento humano: comunidad eclesial, comunidad política, comunidad de trabajo, etc. etc., en los cuales la ley positiva hace las »cosas en sí – es decir, en la ley – buenas y justas«, o – si no legisla sobre ellas, las deja »indiferentes«. Otra es la consideración de la »indiferencia« cuando ésta – por ejemplo, en Ejercicios (EE [23]), o aquí mismo, al final de los mandamientos de Dios (cfr. 3.3) – se aplica, no a las cosas mismas, sino a las personas, pues entonces es muy necesario y conveniente que ... sea indiferente en todas las cosas mudables, como son riqueza, pobreza, etc., teniendo en su corazón a – solo – su Creador y Señor, sin ninguna afición desordenada«.

3.3. Es la Recapitulación final del »discurso sobre los mandamientos«; y reitera su introducción (cfr. 3.2. a), pues dice – como el Señor (Mt 22,40) – »estos mandamientos se resuelven en dos, es decir, amar a Dios nuestro Señor por sí mismo, y al prójimo por el mismo Señor nuestro«.

Es original que aquí san Ignacio nos diga que »para entenderlos bien – los mandamientos – es muy necesario y conveniente que la persona sea indiferente ...«: según esto, la misma condición debe cumplir, para el Santo, un ejercitante (EE [23]) y un catequizando. Y es verdad, porque esta »indiferencia« no es otra cosa – como acá lo dice – que tener »en su corazón a – solo – su Creador y Señor, sin ninguna afición desordenada«.

4. Se encuentra aquí, como introducción a los mandamientos de la Iglesia, la misma concepción de la Iglesia que en los Ejercicios (EE [365]). No tiene desperdicio: es »una congregación de los fieles cristianos ...« (un »pueblo«, como acaba de decir el Vaticano II); y este pueblo está iluminado y gobernado por Dios (»... Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo«, Jr 31,31, con nota de la BJ), el cual, como »ha donado los diez mandamientos, es el principal donador de aquellos que da la Iglesia, para que ... más seguramente nos podamos salvar«. Toda »ley« es pues, en la Iglesia, un »don de Dios«, una »seguridad de salvación«. En verdad, el camino de san Ignacio es el del amor.

5. Habla de los pecados »capitales« como mortales, como lo hace en los Ejercicios (EE [57] y [244]), siguiendo una costumbre de la época (28).

Además, no se olvida nunca de recordar la perfección que él mismo vive (cfr. Presentación 2.1): a propósito de la lujuria, dice que »es pecado y gran peligro de toda ruina, no consentir las buenas inspiraciones del Señor Dios«.

6. Si quisiéramos entender el por qué de esta consideración tan espiritual acerca de los cinco sentidos del cuerpo, tendríamos que leer las consideraciones de san Agustín en sus Confesiones, X 31-34.

7. Como acabamos de ver, san Ignacio reconoce, en todos sus catequizandos – sean éstos »niños o personas simples« (Const. [410]) – una capacidad de generosidad con Dios nuestro Señor, cualquiera sea su »capacidad natural«, a la que hay que acomodarse. Lo demuestra aquí al presentar, no sólo la limosna »de obligación« – que da »de aquello que nos sobra« –, sino también la de »perfección«, que da »de aquello de lo cual nosotros tenemos necesidad«. Y – como si esto fuera poco – todavía agrega que »toda limosna se debe ordenar al mayor fruto espiritual«.

8. Lo que acabamos de decir de la limosna, aquí se generaliza y vale de las siete obras espirituales, en cuanto que, en todas y cada una de ellas, no se desdeña de presentar al pueblo sencillo que lo escucha, el camino de la perfección.




Notas:

(1) El texto original dice: »Per la vera confessione ...«. Nosotros, pensando en que se trata de un sacramento – signo eficaz de la gracia –, hemos preferido traducir: »Para una eficaz confesión ...«.

(2) El original dice »Figliuolo«, que es, en general, una manera más afectiva de referirse a un hijo – algo así como »predilecto« –; y que, en particular, es una manera de referirse – según ciertos diccionarios – a la segunda Persona de la Trinidad. Solamente una vez dice, refiriéndose al Verbo, »Figlio«; y es cuando, haciendo »historia de salvación« (cfr. 3.1), debe hablar del Hijo de Dios, y de los hijos de Adán y Eva. En este caso, san Ignacio reserva el término »figliuoli« para designar a estos últimos.

(3) El original dice así: »Quando non puotremo haver la vera contritione, o a noi non sara concessa, come sia dono de Dio, almanco habbiamo una gran doglia e dispiacer de non puoter haver quella contritione et dolore, che tanto grandi sono li nostri peccati, per andar alla nostra confessione, ancora que inanzi della confessione, facendo satisfa􏰗ione et havendo debita contritione, siamo in gratia de Dio nostro creatore et signore« (Epp. XII: 667). Nuestra traducción, con algunos cambios de orden y de puntuación, pretende ser una mera interpretación.

(4) Parece seguir la teoría – o hipótesis – escotista de que, si Adán no hubiese pecado, Cristo igualmente se hubiera dado, como fin de la creación (cfr. Fiorito, “Cristocentrismo del Principio y Fundamento de San Ignacio”, Ciencia y Fe 17 (1961), p. 15-18). Lo importante es, desde nuestro punto de vista, notar que no hay escisión entre teología y vida; y que la vida de los »niños o personas simples« necesita, a juicio de san Ignacio, de la teología de su tiempo, incluso de la que aparentemente es más »especulativa«, pero que, de hecho, ayuda »para en todo amar y servir a Dios nuestro Señor« (EE [363]).

(5) Éste es el único sitio donde, en el original, al Hijo de Dios se lo llama »Figlio«; en los demás sitios se refiere a él como »Figliuolo« (cfr. nota 3).

(6) El original dice: »ci è di bisognio«, que nosotros hemos traducido como »aquello que es conveniente«. Hemos preferido reservar el término »necesario« – o el de »necesidad« – para cuando el mismo san Ignacio lo usa (cfr. nota 15). Creemos que hay, en el lenguaje ignaciano, una diferencia – o matiz diferencial – entre »lo conveniente« y »lo necesario«; y que el primer término, más concreto y menos abstracto, abarca más que el segundo. Véase, por ejemplo, el uso de ambos términos en las Constituciones de la Compañía de Jesús.

(7) El texto original dice: »... la charità, la quale essendo fervente et nell’amima, fa operar ...«.

(8) El texto original dice: »è di bisognio che la memoria faccia il suo officio ...«. Recuérdese el sentido muy concreto y determinado que le damos a nuestra expresión »es conveniente« (cfr. notas 7 y 10).

(9) El texto original dice: »... dell’officio che bisognia per conservar il corpo humano ...«. Recordamos lo que, más arriba (cfr. notas 7 y 9) dijimos de nuestra traducción. Si no hubiera sido por el uso que san Ignacio hace, en las Constituciones, de »conveniente«, hubiéramos traducido siempre »bisognia« por »ser menester«.

(10) En realidad, el texto original dice »2o«; y tal vez sea por la importancia que san Ignacio atribuye a la voluntad (y porque la función de la memoria sólo se diferencia en un matiz de la de la inteligencia: la memoria hace una consideración del orden objetivo de las obligaciones; y la inteligencia hace una consideración subjetiva de la participación de cada hombre).

(11) Hemos agregado, en la traducción, »en vano«, para hacer más claro el texto.

(12) La misma doctrina teológica, aunque aquí mucho más brevemente dicha – recordemos que se trata de una Summa delle prediche di M. Ignatio sopra la do􏰗rina christiana –, que la dada por el mismo san Ignacio en Ejercicios (EE [38-39]).

(13) Como acabamos de decir (cfr. nota 13), la misma doctrina que en Ejercicios (EE [35-37]). Podríamos repetir aquí lo dicho en la nota 5, acerca de teología y vida.

(14) El original dice: »... è molto necessario et conveniente ...«. Este texto fue el que nos inspiró las traducciones indicadas en las notas 7, 9, y 10).

(15) Aquí el texto original dice expresamente »necessità«, no dejando la alternativa indicada en las notas 7, 9, 10 y 15.

(16) El texto original dice: »quando procede sopra le sue forze ...«. Hemos preferido traducir: »cuando pretende obrar sobre sus fuerzas ...«, tratando así de indicar la raíz de la soberbia, que es la »pretensión« y, consiguientemente – como a continuación dice el mismo san Ignacio – el »desprecio de nuestro Señor o de los prójimos«.

(17) Es una manera típica de san Ignacio de hablar del demonio: véase por ejemplo EE [7], [8], [10], [12], [135] [217], [274], etc. etc.; y corresponde a la manera de hablar que de él tiene el Antiguo Testamento, cfr. Leon-Dufour, Vocabulario de TEología bíblica, art. »Satán, I«; y el Nuevo Testamento, cfr. Leon-Dufour, ibidem, art. »Satán, III«.

(18) El texto original dice: »... essendo di buon cuore«; y nosotros hemos traducido, más según el sentido posible: »sobrellevándolas de buen corazón«.

(19) Cfr. Fórmula del Instituto, 3 (MConst. I: 374). Las Constituciones, que son un comentario de la Fórmula, hablan con frecuencia del ministerio de la confesión – y también de su práctica por parte de los mismos jesuitas –: véase, por ejemplo, Const. [642], donde se ve el lugar que la confesión sacramental – junto con la comunión (Const. [406]) – tiene en el »universo pastoral« de san Ignacio.

(20) Tampoco forman parte del original los títulos y subtítulos que han sido puestos por nosotros para ayudar a la lectura –y, a veces –, para insinuar una interpretación pastoral –.

(21) Cfr. Fiorito, “Cristocentrismo del Principio y Fundamento de San Ignacio”, Ciencia y Fe 17 (1961), p. 23, nota 51; Fiorito, “Apuntes para una teología del discernimiento de espíritus”, Ciencia y Fe 30 (1964), p. 102, nota 39).

(22) Cfr. Autobiografía, 68-72.

(23) Ex 19,1, con nota de la BJ.

(24) Autobiografía, 68: »... le mandaron que declarase el primero mandamiento de la manera que solía declarar. Él se puso a hacerlo, y detúvose tanto y dijo tantas cosas sobre el primero mandamiento, que no tuvieron ganas de demandarle más ...«.

(25) Las leyes – de la Iglesia, etc. –se conciben como parte de la »historia de salvación« y como un »beneficio«. Cfr. Fiorito, “Alianza bíblica y Regla religiosa”, Ciencia y Fe 21 (1965), p. 297-298.

(26) La presentación de »las tres potencias« es similar a la de los Ejercicios (EE [50-52]): la memoria sirve para el recuerdo »global«; la inteligencia para »discurrir más en particular«, y la voluntad para mover »los afectos« (cfr. EE [3]).

(27) Cfr. Const. [250], [277], [282], para los que están en formación; y para los demás Const. [521], [536], [580], [583]. El Diario Espiritual de san Ignacio es un testimonio fehaciente de su devoción, intensa, continua, suave, clara, »como rúbea« (Diario Espiritual [49]), »calurosa« (Diario Espiritual [71]), etc. etc.

(28) Cfr. Calveras, “La fealdad de cada pecado mortal cometido”, Manresa 24 (1952), p. 177-181.









Boletín de espiritualidad Nr. 36, p. 9-23.


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