Originalidad de nuestra organizacón popular

(selección de la Carta-Relación del P. J. Cardiel)

Miguel Ángel Fiorito sj y José Luis Lazzarini sj





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1. La Organización: núcleo fundamental en el proceso popular

La Pastoral popular se define como el esfuerzo de la Iglesia en asumir a los pueblos en cuanto pueblos. De esta manera, la pastoral de la Iglesia Argentina transita por la historia para recoger la memoria de los hechos protagonizados por un pueblo, de tal modo cohesionado, que podemos hablar de un sujeto colectivo, un cuerpo que tiene corazón y personalidad; y esta personalidad se refleja en una manera de vivir y de morir que le es propia y que es, en definitiva, la cultura de ese pueblo (1).

Estas tres realidades – memoria, sujeto colectivo y cultura –, que caracterizan a un pueblo, están articuladas. El hecho que las articula y que les da consistencia, es el de la organización. Es una memoria orgánica la que se impone, y no tal o cual relato folklórico. Son miembros organizados, en un cuerpo, los que hacen al sujeto colectivo, y no un mero acoplamiento de ciudadanos. No son gestos, más o menos sueltos, los que caracterizan nuestra cultura, sino el ritmo profundo, el golpeteo armónico y perseverante de la diástole y de la sístole de un solo corazón.

Creemos que, para calar en la originalidad de nuestra organización popular es útil rastrear la historia. Así rescataremos, desde su origen, el hilo conductor de esa praxis organizada que se sustenta en una doctrina vertebradora del alma de nuestro pueblo, de su sentir común, de su fe.

2. La originalidad de nuestra organización popular: una pista de comprensión

ara descubrir en qué consiste la originalidad de nuestra organización popular, nos parece una buena pista el modo cómo van surgiendo los pueblos y, posteriormente, las Reducciones, cuando los Españoles se instalan en estas tierras.

Sería pretencioso que un Boletín de Espiritualidad entrara en largas disquisiciones históricas. Más allá de la »historia rosa« y de la »leyenda negra« de este hecho – nos referimos al poblamiento de los Españoles en América –, nos es lícito esbozar algunas sugerencias que se infieren de la peculiaridad de este poblamiento, y que creemos marcan, a fuego, el modo de organización de estos pueblos con las siguientes características:

* Estas poblaciones – y también las Reducciones – surgen con un nítido énfasis religioso y político-militar en su modo organizativo.

* Este tipo de poblamiento – y la organización subsiguiente – sólo puede ser entendida en categorías de organización político-militar.

* El proyecto de estos pueblos es cristiano desde el »vamos«.

a. Énfasis religioso y político-militar en su modo organizativo. En este sentido, son – estas poblaciones – herederas del modo de poblamiento de la España que se reconquista de los Moros, de la España que, allá por los siglos XIII y XIV, adelanta sus fronteras (de allí el nombre de Adelantados que recibieron los que conducían la empresa).

Estos pueblos son puestos de defensa y de avanzada, y van consolidando las conquistas. Surgen con una mística de unidad que se encarna en la común fe y en el común horizonte del Reino. Ponen su fuerza en la persona del Rey que los cohesiona frente al enemigo, y es instancia de justicia; pero la soberanía reside en el pueblo. Recogen, en esta forma, la tradición visigoda: »Rey, si justo«; y la afirmación de los castellanos en el siglo XI, y que repetirán, en el siglo XVI, frente a Carlos I: »Nos, que valemos tanto como Vos, y todos juntos, más que Vos ...«.

El nacimiento de estos pueblos difiere, a poco que se los analice, del nacimiento de las ciudades de la Liga Hansiática, o de las del norte de Italia, que surgen, como afirmación económica de una clase contra otra, en el seno del mismo Reino.

b. Categorías de organización político-militar.

Es decir, tenemos que recurrir a las categorías de conducción, donde interesa, en el proceso de realización, la presencia de un enemigo externo, y los dispositivos y operaciones frente a ese enemigo; y que fundamentalmente implican:

* Reconocimiento de un conductor.

* Aceptación de una estrategia que integre, en el tiempo, el espacio o ámbito humano donde se desarrollarán las operaciones.

* Juego de fuerzas frente a ese enemigo, que determinará cuándo convenga una estrategia ofensiva, o defensiva, o un repliegue táctico.

* Finalmente, el territorio específico donde se realizarán las operaciones.

Así, por ejemplo, para San Martín o Bolívar, el tiempo es el de la integración de ese espacio o ámbito humano que es América – lo que ellos llamaban la »Patria Grande« –, con una clara conciencia del enemigo de esa integración y de las fuerzas con que se cuentan. El territorio es la Nación, la consolidación de un frente fuerte, sin quiebras internas, donde cada uno, desde su actividad, organizadamente – a la manera de un ejército –, ocupe su lugar en la lucha. Ocupar este lugar en la lucha no implica, como es obvio (y menos en nuestros días), montar un fusil al hombro, sino tener clara conciencia de este teatro de operaciones – el horizonte de Nación – donde se juegan, como pueblos americanos, nuestras realizaciones o nuestras frustraciones.

En este tipo de organización, lo que se vuelve nuclear es una mística de defensa nacional que no sólo alcanza a las fuerzas armadas, sino que es la causa común: la Nación en armas, para una guerra integral.

El parámetro o criterio decisivo para medir por dónde andan las fuerzas liberadoras en estos pueblos no es, desde este punto de vista, el marginado o el desposeído como tal. El núcleo fuerte para la realización de la Nación lo constituirán aquellos que pueden prometerse un horizonte de Nación tan real que pospongan sus miras individualistas frente a la realización de la Nación.

Esta actitud tiene connotaciones precisas. Las más relevantes parecerían ser: * Conciencia del enemigo externo y de sus fuerzas.

* Aceptación del tiempo que demandará desgastar al enemigo hasta vencerlo.

* Conciencia de las fuerzas que demandarán estas operaciones y que, en nuestro caso, coincide con la necesidad de que el espacio argentino – el ámbito humano que constituye nuestra comunidad – se consolide en la unidad.

* Sentido del alcance de la propia misión – de su lugar de lucha –, y valoración de la misión de los otros en este cometido.

Esta postura se ubica en las antípodas de »ideologías« que reivindican la fuerza revolucionaria para una clase determinada, ubicada en un momento del proceso productivo. Pero esta postura no niega que el afán de riqueza de ciertos sectores los instale en un individualismo tal que les quite la buena voluntad y la humildad necesarias para ser los artífices de la grandeza de la Nación y de la felicidad de todos.

c. Proyecto cristiano desde el »vamos«

No se trata, empero, de un cristianismo meramente pneumatológico, sino que este proyecto conlleva una imagen visible de Iglesia.

Esta imagen de Iglesia es la de un Pueblo de Dios jerárquicamente constituido, organizado en unidad, para poder ser »sacramento de unidad« en la marcha misma de los pueblos.

Creemos que el juego pendular de césaro-papismo o de regalismo queda superado en la riqueza y originalidad con que estos pueblos viven la íntima unión de su fe y de su realización política.

3. Las Reducciones, un hito en el proceso de nuestra organización popular

Las Reducciones jesuíticas marcan un hito importante en la memoria de nuestro pueblo.

Por ello presentamos, en este Boletín de Espiritualidad, una selección de textos de la Carta-Relación, de 1747 del P. José Cardiel sj, pues creemos que nos puede ir develando esta peculiar experiencia de las Reducciones.

En la lectura de los textos – y en su ulterior comentario, que titulamos Breve o sumaria Declaración –, creemos pueden encontrarse datos suficientes para avalar nuestra hipótesis acerca de la organización original de estos pueblos.

En las Reducciones jesuíticas se da una fuerte síntesis de organización cultual y moral, sustentada en una persistente predicación doctrinaria. Esta doctrina trasciende el proyecto histórico del poblamiento de España en América; pero lo encarna, asumiendo la organización político-militar y sus consecuencias económico-sociales, haciendo del mismo un proyecto cristiano.

Esta es la originalidad de la cultura propia de los Indios en las Reducciones que, como dice el P. Cardiel, es, gracias a los Misioneros, »política y cristiana« (cfr. Carta-Relación, 32).

En lo específicamente cristiano, la doctrina le ha dado una organización tan eficaz que ha vencido el tiempo, y ha llegado hasta nosotros en sus núcleos más significativos.

Esto es lo que llamamos religiosidad popular.

4. Vigencia de la organización religiosa de nuestro pueblo

A algunos les puede parecer que estas reflexiones sobre la religiosidad popular tienen una pretensión restauracionista. Y no es así. Nuestro propósito no es detener la natural evolución de formas de religiosidad que han transitado ya tres largos siglos, ni idealizar la religiosidad popular, sino señalar que, aún las quiebras y la conciencia de pecado, hacen referencia a núcleos fundamentales que, o en su afirmación o en la conciencia de su negación, siguen vivos y operantes en la marcha cristiana de nuestro pueblo fiel.

Si miramos la vertiente moral de nuestra religiosidad popular, nos encontramos con que la vida moral de nuestro pueblo se organiza en torno a la afirmación de la unidad: se valora la unidad familiar, la unidad barrial, la unidad sindical ... En estas unidades, cada hombre encuentra su propia unidad; y, en referencia a ellas, cada hombre se encamina o se pierde; y se condenan las actitudes mezquinas que desintegran, y quienes las asumen tienen nombre: trepador, logrero, zángano, vividor, vago ...

Se aprecia, como bueno, al hombre que ayuda a superar conflictos divisionistas.

Nuestro pueblo aprecia, con alegría, al que logra mejorar su situación; pero la conciencia de que, a la mesa de familia, deben sentarse todos, pone un límite al ansia de posesión y de reivindicación.

No se concibe que un obrero argentino pida aumento de sueldo por sí y para sí; lo pide con otros y para otros, organizadamente; y esto, no sólo por sagacidad – porque en esta forma es más eficaz –, sino porque la solidaridad es el corazón que organiza, más que la búsqueda de bienestar.

La vida política de nuestro pueblo visualiza el horizonte de Nación; y su memoria histórica le da un instintivo rechazo y un descreimiento por las teorías que huelen a imposición de esquemas abstractos. Acepta más bien aquellas interpretaciones que respetan la realidad tal cual es, y por eso mismo pueden encauzar sus ansias concretas de transformar esa realidad. Tiene olfato para detectar al genuino conductor, y lo sigue con disciplina militar, ocupando su lugar – como en un ejército organizado –, y no invade otros territorios de lucha. Tiene conciencia del enemigo y sus fuerzas, y esto lo aprendió de tantas veces que ganó con su sangre lo que otros perdieron en la mesa de las negociaciones: Colonia del Sacramento, en tiempo de las Reducciones (cfr. Carta-Relación, 91), y luego Cepeda, Pavón ... Esta conciencia del enemigo verdadero le ha dado sagacidad, y sentido del tiempo: su tiempo es el tiempo de la esperanza paciente y perseverante (2), que sabe que termina por vencer.

También en la vertiente cultual, tiene una organización firme. Fundamentalmente se organiza en torno a los sacramentos (3), donde afirma su sentido de Iglesia – mediatizada en la Capilla, la Parroquia, o el Santuario – y de la Jerarquía: es el Cura que bautiza, celebra la Eucaristía ... y el que bendice objetos, como prolongación de sus funciones sacramentales; y es también el Cura el que enseña o respalda la tarea de los catequistas.

Gracias a esta firmeza en la organización jerárquica de la Iglesia, tiene sus »organizaciones libres« en una serie de otras actividades: elige Santos, peregrina a sus Santuarios, y hasta »canoniza« a hombres y a mujeres de nuestra tierra que, de algún modo, refractan la Bondad de Dios en actitudes que le resultan significativas.




Selección de la Carta-Relación de las Misiones de la Provincia del Paraguay del P. José Cardiel

Publicamos, a continuación, una selección de textos, tomados de la Carta-Relación, escrita, el 20 de diciembre de 1747, por el P. José Cardiel sj, a »mi amantísimo Padre y Maestro Pedro de Calatayud«.

Nos hemos valido, para dicha selección, del libro del P. Guillermo Furlong sj, José Cardiel sj y su Carta-Relación, que forma parte de la colección titulada »Escritores Coloniales Rioplatenses«.

El P. Cardiel tiene, cuando escribe esta Carta-Relación, »diez y ocho años de morador ... – en estas tierras –, y diez y seis de Misionero, así de Indios cristianos e infieles, como de Españoles, habiendo corrido, en este ministerio, millares de leguas por Colegios, Residencias, Pueblos y despoblados; y por mar, de donde llegué dos años desde catorce leguas cerca del Estrecho de Magallanes ...« (4).

Escribe en 1747. Esto hace que su intención sea marcadamente apologética, ya que las objeciones en torno a las Misiones jesuíticas han llegado a tal punto que, en 1743, por la así llamada Cédula Grande, se ha ordenado una minuciosa investigación de la tarea de los jesuitas en estas tierras; y, aunque el resultado de la misma ha sido elogioso y una como confirmación de las Misiones, no estaba de más corroborar la defensa.

La selección – que a veces ha implicado también un cambio en el orden de los textos – ha sido hecha teniendo en cuenta el objetivo de este Boletín de Espiritualidad; o sea, mostrar la organización religiosa de las Reducciones del Paraguay – descritas aquí por el P. Cardiel –, su fuerte énfasis político-militar, y su vigencia, tanto en la vertiente moral como en la cultual, en nuestro pueblo argentino.

El mismo objetivo tienen los títulos según los cuales hemos clasificado nuestra selección de textos, y que son los siguientes:

1. Gobierno político y organización militar de las Reducciones,

2. Vida religiosa de los Jesuitas en las Reducciones.

3. Medios con que se convierten estas Naciones.

4. La mayor dificultad: gastos cuantiosos y deudas de las Reducciones.

5. Gobierno religioso: sus danzas, fiestas y procesiones.

6. Costumbres religiosas: vida en los Pueblos, viajes y trato con los Padres. 7. Misiones a los Españoles.

Para facilitar, a cualquier lector, la lectura del texto en su contexto original, citamos – por su numeración marginal – a la Carta-Relación, que copiamos de la edición publicada, por primera vez, por Furlong.

1. Gobierno político y organización militar

1.1. En cada Pueblo hay un Corregidor indio, un Teniente, un Alférez Real, dos Alcaldes, mayor y menor, cuatro Regidores, dos Alguaciles, mayor y menor, un Alcalde de Hermandad y un Procurador, todos Indios.

Tienen todos sus insignias: el Corregidor, bastón con su puño de plata; y los demás, varas, y las que les corresponden, como en las poblaciones españolas.

Estos oficios se eligen el primer día del año, con asistencia y dirección del Cura, según las Leyes de Indias ...

Les hace el Cura una plática – el día de la elección – en que les explica las obligaciones de sus oficios; les pondera la cuenta que han de dar a Dios de ellos (y) cómo su principal cuidado debe ser celar sobre que todos guarden la ley de Dios, y después las leyes y órdenes del Rey, etc. ... (Carta-Relación, 46).

1.2. En cada pueblo, hay ocho compañías de soldados, cuatro de caballería y cuatro de infantería, con los cabos e insignias correspondientes: Capitanes, Tenientes, Alféreces, Sargentos y Ayudantes; ocho de cada oficio, con sus insignias; ocho banderas de seda con las armas del Rey; ocho cajas y pífanos, y dos clarines de guerra, además de los que suele haber de música eclesiástica. Y, además de esto, un Maestre de campo y un Sargento mayor ...

Está muy encargado de los Superiores, y escrito en el libro de Órdenes, que hagamos que se ejerciten los Indios en las armas un día cada semana; y que haya, cada mes, alarde general, para lo cual se sacan armas de la Armería ...

Son estos Indios muy aptos para la guerra, si se ejercitan en las armas. Bien lo mostraron en las batallas de los Portugueses Mamelucos, hasta derrotar del todo al ejército mayor y más bien armado de gente blanca que se ha juntado en esta tierra. Después de esto ganaron, a viva fuerza, la fortaleza de la Colonia del Sacramento de los Portugueses dos veces, aunque después, por convenios de paz, se la volvió el Rey – a los Portugueses –; la tercera vez que fueron llamados y, a pocos días, restituidos a sus pueblos por orden del Gobernador de Buenos Aires, que fue el año 1735, pareciéndole que sólo los Españoles la ganarían, no se hizo nada, y la poseen todavía los Portugueses ... (cfr. Carta-Relación, 90-91).

1.3. Concluyo este párrafo, del gobierno militar, con referir el modo que hay de juntar tanta gente en funciones militares.

Cuando el Gobernador pide tres mil indios, por ejemplo, como ya sabe cómo va el gobierno, no escribe a los Corregidores ni (a) los Maestres de Campo. Sólo escribe al Provincial o, si éste está muy lejano, al Superior de (las) Misiones. El Provincial luego escribe al Superior, para que lo haga poner en ejecución. Este coge la lista y matrícula de todos los pueblos, que se hace todos los años y tiene consigo. Señala la gente que le toca a cada Pueblo, según el número mayor o menor de sus vecinos, cargándolos por igual. Y hace un papel que dice así: el pueblo de San José, v. gr., dará 300 soldados con sus cabos respectivos. De estos, 70 han de llevar escopeta y espada, con tantas libras de pólvora, tantas balas, tantos cartuchos ya hechos. De los restantes, 100 han de llevar hondas con un zurrón capaz de muchas piedras, y cinco hondas cada uno ... llevarán tantas mulas de carga, y en ellas tantas arrobas de yerba del Paraguay, y tantas arrobas de tabaco en hoja, para mascar y pitar ... Llevarán las vacas necesarias hasta tal paraje, en donde hallarán a los Padres NN., que van por Capellanes del ejército, con las vacas necesarias para todo él, sacada de tal parte, a quien se pagarán de cada Pueblo.

El Pueblo de San Carlos dará 250, etc.; y así va señalando a todos los Pueblos hasta el número de 3.000.

Este papel va por todos los Pueblos algunos días antes de la marcha, para que haya tiempo de aderezar bien las armas.

Traslada cada Cura lo que de él le toca, y lo despacha adelante, sin tardanza.

Luego, llama al Corregidor y Cabos de milicia. Intímales la orden del Rey por boca de su Gobernador. Repíteles las razones que hay para obedecerles en todo como Dios manda. Mándales luego que escojan el número de soldados que toca a aquel pueblo, los más aptos para la guerra, y que los traigan al patio de casa para verlos.

Obedecen con prontitud, sin que jamás haya habido ejemplo de repugnancia.

Luego dispone, con los herreros y armeros, el aderezo de todas las armas, y al día señalado salen para el paraje en donde todos se han de juntar, y marchan con sus Capellanes ...

Allá, en el ejército, comúnmente tienen un Cabo principal español, por cuyas órde- nes se gobiernan, aunque éste nada les suele intimar, sino por medio de los Padres, si no es en el rigor de la refriega (y) en orden a matar.

1.4. Esta es la forma, éste el orden, éste el concierto, ésta la obediencia, ésta la lealtad que muestran en toda función militar, en todo servicio del Rey, que tienen mucho que aprender los Españoles; tan sin rastro de rebelión, tan sin muestras de amotinarse, ni en sus Pueblos, ni en el curso de la función militar, que antes bien son ellos los que sosiegan cualquier motín de Españoles, como ha sucedido ya en algunas de estas ocasiones.

1.5. En una de estas funciones en que yo me hallé, estuvieron cuatro mil, – Indios – dos años en campaña, fuera de sus mujeres y familia, sin lograr, de sus sementeras, sus batatas, su maíz, su mandioca, sus sandías, sus melones, frutos todos que apetecen sumamente; y no hubo rastro de motín, sino tanta obediencia, que nos causaba mucho ejemplo y compasión a todos.

Era en tiempo que estaban en la frontera los amotinados Paraguayos, que, en número de 4 y 5 mil, amenazaban a quererse llevar los indios de los primeros Pueblos; y en que estaban esperando al Gobernador Ruiloba para introducirlo en el Paraguay; el cual, llegado que fue a los indios, mostró notable contento de verlos tan bien armados, tan obedientes y prontos para su servicio, como lo mandaba el Virrey. Vio que era mayor su orden y concierto, y aún mucho mejor su porte militar, de lo que publicaba la fama. Hízoles notables agasajos. No quiso llevarlos consigo, persuadido de que, con los Españoles que llevaba y con los que, de dentro del Paraguay por cartas se le mostraban fieles, sosegaría aquella Gobernación sin tanto ruido de armas.

Instáronle mucho los Cabos de los Indios que los llevase consigo, que para eso estuvieron allí esperándole tanto tiempo; persuadíanle a que no se fiase de los Paraguayos, que ellos los conocían muy bien, etc.

No se dejó persuadir el Gobernador, quizás a instancias de algunos principales Paraguayos que llevaba consigo y se le mostraban fieles, aunque después le faltaron; antes bien, después de haberles agradecido su fidelidad y amor, les rogó que se quedasen allí en campaña, 30 leguas de los confines de la Gobernación; y les dio palabra de que si, con los que tenía de su parte, no podía sosegar del todo aquellos alborotos, luego les enviaría correo pronto para que fuesen en su socorro.

1.6. Quedáronse los indios obedeciendo, aunque hartos pesarosos de la confianza del Gobernador, temiendo algún infortunio.

A pocos días vino, no correo del Gobernador, sino la funesta noticia de que los amotinados le habían muerto violentamente al salir a campaña a sosegarlos ocastigarlos, acompañado de mucho número de los que se le mostraban fieles, los cuales, al encararse con los rebeldes, le desampararon, sin tener lugar el Gobernador de avisar a los indios, que, aunque por su orden estaban a 60 leguas de allí, hubiesen llegado a su presencia en 4 o 5 días, con las remudas de caballo que para ello tenían.

Luego que oyeron la noticia los indios, quisieron ir a largas jornadas a arrasar del todo aquella Gobernación. Mas como entre ellos no había dejado el Gobernador algún Cabo español, ni más órdenes de que esperasen en campaña en el sitio señalado; y como, por otra parte, nosotros sabemos su furor en la guerra, y conocíamos la mortal ojeriza que tenían contra aquella gente, temíamos que, pasando los términos de la justicia, todo lo llevarían a sangre y a fuego, les hicimos retirar a sus casas, hasta recibir órdenes del Gobernador de Buenos Aires, que tenía instrucciones secretas del Virrey, y a quien luego al punto se despachó correo de todo lo sucedido, de que resultó venir dicho Gobernador, en persona y con 6 mil indios, a sosegar y ajusticiar a los amotinados ...

1.7. Ofrecióseme aquí apuntar este suceso, así porque confirma mucho la fidelidad de los Indios al Rey y sus ministros, como porque quizás en las Gacetas y papeles que habrán corrido en España de este funesto suceso, no se referían las cosas como pasaron, al menos en parte, o dejarán de referir lo que debían, como noticiadas por sujetos que, como suele suceder, no se hallaron en el suceso, sino que lo oyeron; y, por otra parte, serían de los que vilipendian a los indios; y, como yo me hallé en estas milicias y funciones, antes y después del homicidio del Gobernador, y no me tira otra pasión que la verdad y sacar la cara por los pobres y desvalidos cuando lo merecen, puedo decir con acierto lo sucedido, aunque, por no ser largo – que harto lo soy, aunque dejo muchas cosas –, sólo apunto y no lo refiero ... (cfr. Carta-Relación, 95-99).

2. Vida religiosa de los jesuitas: armonía de disciplina religiosa y de actividad apostólica

2.1. En cada Pueblo, hay uno o dos relojes de rueda; unos, hechos por los Indios, otros, comprados en Buenos Aires, por los cuales nos gobernamos en la distribución religiosa. Un indio viejo y ejemplar, que tiene su aposento dentro de casa, es el portero. Guárdase clausura como en los Colegios, no permitiendo de ningún modo que mujer alguna entre de puertas adentro. El viejo, gobernándose por un reloj que siempre hay en el corredor del primer patio, toca a »levantar«, en invierno a las cinco, y en verano a las cuatro. Despierta y toca a »oración mental«. Acabada ésta, se toca a Misa, y se siguen las demás distribuciones, espirituales y domésticas, del mismo modo que en los Colegios.

En el refectorio, lee uno de los músicos, primero algo de la Biblia, y después el libro común, y al fin sale otro a leer el Martirologio.

Cada semana hay Caso de moral los lunes, y los viernes se leen los Órdenes de las Doctrinas; y el Instituto cada quince días.

Los Triduos de renovación se hacen en tres o cuatro Pueblos, acudiendo los que son citados, con asistencia del Superior; y se concluyen con Plática, y papel de Aviso de los defectos que se han notado en cada particular.

Los Ejercicios anuales de ocho días, que jamás se dejan por ninguna ocupación, por más espiritual que sea, los tienen los Curas, en otros Pueblos, con mayor quietud; y los Compañeros que no cuidan de lo temporal, en el suyo.

Toda esta distribución y disciplina religiosa se hace con mucho orden y sosiego.

2.2. Mas dirá alguno: ¿cómo es posible que en Pueblos tan numerosos de mil familias, y mucho menos en los que pasan de mil quinientas, y en ellas de más de seis mil almas, que hay en algunos de éstos, puedan dar lugar los ministerios de un Párroco, con sólo un Ayudante, y a veces solo, como lo suele estar, para el orden y sosiego de la distribución religiosa?

Cierto que, si no dieran lugar para ella, dejaríamos estas Misiones, pues la caridad bien ordenada, y más la espiritual, empieza por sí mismo. Todo lo hace el orden y concierto en los ministerios ... Si los indios nos llamaran a confesiones de enfermos, a bautismos, a viáticos, a matrimonios, a la hora que se les antoja, de día y de noche, y las más veces sin necesidad, como sucede con los Españoles en esta ciudad de Buenos Aires, cierto es que muchos sacerdotes no bastan en cada pueblo. Pero hay mucho orden y prudencia en esto.

2.3. No se abre la portería hasta un cuarto de hora antes de acabar la oración. A ese tiempo, entran los médicos o enfermeros, los cuales, desde el alba, han estado visitando los enfermos de todo el pueblo; y se llaman Curuzuyá, que quiere decir el de la Cruz, porque siempre andan con unas cruces en la mano, de dos varas en alto y delgadas, que les sirven de báculo, y del bastón que llevan los médicos en España. Entrados éstos, que suelen ser dos o cuatro – remudándose por semanas –, esperan a que toquen a salir de oración, y a que se reconcilien los Padres. Dan luego cuenta al Cura de todos los enfermos de cuidado ... Si corre mucha prisa, que rara vez sucede, va el uno de los Padres luego al ministerio; si no, va a decir Misa, y dadas sus gracias, van al Viático, a la Extremaunción, y al Entierro o entierros, que en pueblos grandes cada día suele haber algunos. A la tarde, a las dos, entran otra vez los enfermeros ...

Fuera de estos tiempos, y mucho menos de noche, no llaman sino en grave necesidad; y ya saben ellos que si, habiendo necesidad, no llaman, aunque sea a medianoche y lloviendo y tronando han de llevar una vuelta de azotes.

2.4. Los Bautismos se hacen los Domingos, después de tocar a Vísperas, y se ponen juntamente los óleos. Sulen ser dieciséis y veinte, cada domingo, en pueblos grandes. Antes de salir el Padre, ya están todos en la puerta de la Iglesia, con sus capillas y velas, y con los padrinos, a cargo de un secretario que da una lista de los nombres de todos al Padre.

Hácese esta solemnidad con mucho aseo, con vasos de plata, etc. y en menos de un ahora se acaba, aunque sean treinta.

Todas las tardes, antes del Rosario, menos los jueves y días de fiesta, se enseña la doctrina a los muchachos y muchachas.

Todos los domingos hay plática doctrinal a todo el pueblo, y sermón en forma todos los días de fiesta de precepto ... Todos los sábados se canta la Misa con toda la plena música, y si es rito de 1􏰑a o 2da clase, de la fiesta ocurrente; y si no es de este rito, de la Virgen.

Todos los días de fiesta se canta asimismo la Misa. Y los domingos, hay Asperges, con toda solemnidad, de capa pluvial y música.

Por las cuaresmas, se mudan todos los curas, yendo cada uno por ocho días a otro pueblo a hacer Misión para que así, con más libertad, puedan sus feligreses confesarse con otro ...

En orden a ministerios espirituales, que es el punto preciso de este párrafo, se ha procurado adelantar, haciendo Misiones con Acto de contrición y saetillas de noche, como se hace en España, e introduciendo los Ejercicios Espirituales de san Ignacio nuestro Padre; pero viendo que estas cosas no les movían más que lo que suelen mover a niños europeos de seis o siete años, se dejaron luego que se comenzaron.

Sólo hay, además de los ya insinuados, la Novena de san Javier, compuesta al capto de ellos, y dos Congregaciones en cada pueblo, de la Virgen y san Miguel, y el Jubileo del mes con el Santísimo patente, y los Ejemplos de la Cuaresma, como en los Colegios (cfr. Carta-Relación, 40-43).

3. Medios con que se convierten estas Naciones

En el tiempo en que traté a estas dos tan feroces naciones – los Guaraníes y los Mocobíes –, conocí con la experiencia los medios que conducen para la conversión de estas gentes tan del todo semejantes a los gitanos, tártaros, vagabundos y árabes o alárabes errantes; y, después acá, tratando con otras muchas más naciones semejantes, me he confirmado en lo mismo.

3.1. Lo primero, es menester un continuo recurso a Dios, en sacrificios, oraciones, penitencias, y otras pías obras, pidiéndole con aquella devotísima oración Eterno Dios, etc., que decía san Javier, cada día, por la conversión de los infieles, y con lo íntimo del corazón, que dé luz a aquellos pobres, ya que no les entre la razón, para que conozcan y abracen su santa ley, aborreciendo de corazón aquella vida de fieras; y a su ministro, palabras y gracia para insinuarse en ellos, dictándole aquellas cosas que más fuerza les han de hacer.

3.2. Segundo, es menester mostrarles mucho amor, pero junto con mucho valor y superioridad, como un prudente padre a sus hijos, sin hacer caso ni mostrar el mínimo miedo a sus lanzas, flechas y »macanas«, ni a sus fieros – gestos – y amenazas cuando se enfadan por no darles lo que piden. Si todo es amor, y con muestras de algún miedo, no harán caso del Padre, y aún le robarán lo que tiene; o a bien librar, vendrán a pedir con altivez y amenazas. Si todo es superioridad, con muestras de severidad, se retraen con ceño, y publican que el Padre es muy bravo.

Tercero, mostrar mucha compasión en sus necesidades y enfermedades.

Cuarto, hacerles modestamente muchas caricias a sus hijos, dándole de continuo regalitos, especialmente delante de sus padres.

Quinto, ser liberal con ellos en lo que más apetecen, yerba, tabaco, maíz, sal, higos, pasas, bizcochos, cascabeles, cuentas de vidrio y otros abalorios.

Sexto, tener una paciencia de un Job en sus barbaridades, cuando vienen a pedir todo el día, y cuanto más le dan, piden más; y cuando, al negarles algo, que no lo hay, se enfadan, prorrumpiendo en palabras bárbaras: Padre mentiroso, engañador, avariento, mezquino, Padre malo,malo Padre, y otras a este modo; no haciendo más caso que si fueran niñerías. El mostrar humildad a esta gente, que no tienen entendimiento para conocer lo que es cortesía ni virtud, les es dañoso; pues luego se ensoberbecen, como si un padre mostrase humildad y rendimiento a su hijo de seis o siete años, y de mala condición, en las injurias que le dijo porque no le dio lo que pedía. Débese mostrar siempre autoridad de padre, aunque siempre sin resabio alguno de altivez; y a las veces les entra bien el reprenderles cuando se desmandan.

3.3. Séptimo, a las mujeres es menester tratarlas como un virtuoso y prudente padre trata a sus hijas, aunque siempre con mucho más recato que a los hombres. Si se las trata con el notable recato que usamos con las españolas, y aún con las indias cristianas, sin darles nada por nuestra propia mano, sino por mano ajena, ni tomándolo de la suya, no saludándolas con muestra de afecto, ni diciéndoles cosas que modestamente les puedan alegrar, etc., se retraen y huyen del Padre, teniéndolo por severo y bravo. Aquel especialísimo recato, aún mayor que entre Españoles, que tenemos con las Guaraníes, es bueno para cuando conozcan que es resguardo y modestia, para cuando sepan estimarlo por virtud, que entonces les causa mucho ejemplo, y mucha veneración del Padre.

3.4. Octavo, es menester darles las casas hechas, y también la sementera, de que gustan notablemente.

Noveno, es preciso disimular mucho, a los principios, con sus borracheras, hechicerías, etc., sin instarles ni molestarles porque las dejen. Si esto se hace, se enojan y retraen, y aún se vuelven a su pasada vida y tierra, y retraen a los demás de que vengan. De sus hechicerías se hace donaire como de niñerías, y convenciéndolos con cosas palpables, sin severidad, y así se van desengañando. Pasada la borrachera, se les pone delante la fealdad del vicio, aquel reducirse a bestias voluntariamente, aquel estar aullando toda la noche como si fueran perros – así parecen sus cantos –, y, sobre todo, las pendencias, heridas y muertes que suceden en casi todas sus borracheras. No se les dice que lo dejen del todo, sino que beban como los Españoles, un vaso no más cada día; y cuando están más adelantados en amor y respeto al Padre, y en afición a las cosas de Dios, se les reprehende y se les quita esto y lo demás. Si se quiere atropellar con celo, todo lo perderá. Es menester mucha paciencia, y encomendarlos mucho a Dios. La medicina se debe aplicar en tiempo y sazón, cuando ha de hacer provecho; fuera de su tiempo, aunque ella sea muy buena, es veneno ... (cfr. Carta-Relación, 175-177).

3.5. Finalmente, concluyo que, para convertir a estas gentes, es menester tratarlas con amor, autoridad y prudencia ... Esto es lo que les entra, lo que les aprovecha, y lo que los convierte; y, para acertar en esta prudencia, es menester pedírselo a Dios todos los días en todos los sacrificios y oraciones (cfr. Carta-Relación, 179).

4. La mayor dificultad: gastos cuantiosos y deudas

4.1. A estas bárbaras, pobres y miserables gentes entraron nuestros Misioneros por los años 1588. Hallaron esta barbarie junta con la cotidiana frecuencia de borracheras, y sembrada de multitud de hechiceros y hechicerías, contrarios capitales de los ministros evangélicos.

Cultivaron este tan inculto y espinoso campo por algunos años con colmados frutos, y con tantas necesidades temporales que, en muchos años, no probaban pan, ni bebían más vino que el de las Misas, guardado para esto con grande economía y trabajo.

4.2. El modo de convertirlos era entrándoles primero por lo temporal, como a gente tan material. Dábanles cuchillejos, cuentas, cascabeles y otros dijes de niños. Con esto les ganaban la voluntad; y en lo que más se empeñaban sus agasajos eran los caciques, que son sus cabezas y sus régulos.

Ganada la voluntad, los reducían a que muchos pueblecitos – que no eran mayores que lo que ocupaba la gente de cada cacique, 30 o 40 familias – se juntasen en uno, para poderlos doctrinar ...

Así estuvieron algunos años, formando algunos Pueblos entre continuos peligros de la vida, entre las flechas y las »macanas« de sus enemigos, y entre continuos acometimientos que levantaban los hechiceros y los malcontentos, que costaron la vida de cuatro Misioneros martirizados a sus manos.

No era el menor trabajo aprender su lengua, pues es la más difícil que yo encuentro entre tantas naciones de infieles ... (cfr. Carta-Relación, 33-34).

4.3. El trabajo que tenemos en que cultiven la tierra que se les señala, en que la siembren, limpien o escarillen, y recojan y guarden sus frutos para todo el año, es de los mayores ... (Y todo este trabajo se toma porque el hambre destruye la cristiandad del Pueblo).

Digo que destruye, porque, cuando hay calamidades de hambres, etc., no sucede lo que entre cristianos europeos, que luego acuden a Dios y a sus santos, con misas, oraciones, novenas, procesiones, penitencias. No es así aquí, sino que todo es tristeza, melancolía, y desgracias en el Pueblo, con desamparo de las Iglesias.

Unos se van a los pastos del ganado mayor y menor, y en pocos días acaban con todo. Otros dan contra los caballos y yeguas del trajín y miliaia del pueblo, y los matan y comen. Y los más se esparcen por los bosques, viviendo casi el modo bárbaro de su gentilidad.

Al contrario, cuando por el cuidado y rigor del Cura y de los que gobiernan, hay abundante cosecha, causa grande consuelo el ver la alegría del pueblo; el numeroso concurso a los templos, aún en las funciones que no son de obligación, y el aseo y devoción del culto divino. Esta es la causa porque sudamos tanto en procurar lo temporal del pueblo, y el ver que de ello se sigue tanto bien espiritual ... (cfr. Carta-Relación, 52-51).

4.4. Es menester darles de comer y vestir, habitación en qué vivir, y sementera labrada, en que no tenga el indio más que hacer que guardarla y comerla, sin apretarles mucho a que trabajen en esto, pues no hay cosa más aborrecida para ellos que el trabajo, por corto que sea, aunque sea para su bien.

Todo esto es preciso hacer el 1er año y el 2do Al tercero, ya van entrando en alguna cortesía, respeto y obediencia al Padre, y en trabajar algo en sus casas y sementeras; y así se va adelantando cada año en todo.

4.5. Este es el modo de convertir esta vagabunda barbarie de a caballo.

Toda la dificultad está en tan exorbitantes gastos en vacas, maíz, sal y otros comestibles; en ropa para todos; en el sueldo de los jornaleros ...; y en comprar madera para el Pueblo, Iglesia y casa nuestra, y las alhajas para todo esto.

De manera que cada Pueblo de éstos nos cuesta, cada año, tres mil pesos o más. Y aunque después de cinco o seis años no cuesta tanto, siempre – hasta diez o doce años, en que los Indios estén con el gobierno de los Guaraníes – nos cuesta no poco.

El Pueblo de Mocobíes de que acabo de hablar, en cuatro años que tiene de su fundación, ha gastado más de doce mil pesos. El de los Pampas, al sur de Buenos Aires, en distancia de 40 leguas ..., en seis años que ha que empezó, ha gastado cerca de dieciocho mil pesos; aunque ese ya está en disposición que los Indios trabajen para comer y vestir, y de aquí en adelante poco se gastará.

Estos tan cuantiosos gastos los han hecho, parte los Colegios, parte las misiones de los Guaraníes, y parte los seculares piadosos, acudiendo con sus limosnas – aunque han sido tan pocas, que no pasan de tres mil pesos las de los seglares –.

No pueden proseguir adelante para formar el Pueblo de Abipones, ni el de los Serranos, 100 leguas al sur de Buenos Aires – que comencé yo el año pasado, y ahora acabo de venir de él, como luego diré –, ni otros que pretendemos formar más al sur, del mucho gentío que hay adelante ... Porque los Colegios están tan pobres, que el de Santa Fe, aún cuando socorrió con vacas y otras cosas a la fundación de los Mocobíes, estaba con ocho mil pesos de deuda, aunque ahora le ha favorecido Dios – sería en premio de tan piadosas limosnas –, que me dicen que las ha pagado todas. El de Buenos Aires, que dio mucho ganado y alhajas a la fundación de los Pampas, y otras varias limosnas a la de los Serranos, está con no pocas necesidades. El Colegio Máximo de Córdoba, que tiene en su Noviciado, Estudios y Universidad, más de 100 religiosos ... está al presente gravado con más de treinta mil pesos de deuda, por las muchas quiebras de hacienda que ha tenido estos años ...

4.6. Esta es la mayor dificultad, y andamos discurriendo diversidad de medios para sacar lo necesario para llevar adelante estos tres Pueblos. Pues vemos que todos los demás medios que por espacio de 100 años se han tomado para convertir a esta vagabunda gente, no han tenido efecto, y éste sólo lo tiene. Si hallamos dinero para tan cuantiosos gastos, sin duda alguna se reducirán a vida racional y cristiana tanta multi- tud de naciones vagabundas como nos cercan de cerca y de lejos. Porque, en lo demás, no hay dificultad. No ponen argumentos en contra. No tienen entendimiento para es- tas cosas; y, ni aún los desvaneos de sus hechiceros, no los creen del todo. Sólo se les atrae y convierte con estas cosas temporales, sin muchas razones ... (cfr. Carta-Relación, 179-181).

5. Gobierno religioso: sus danzas, fiestas y procesiones

5.1. Conducen estas danzas a su gobierno eclesiástico, pues sólo se usan en lo perteneciente al culto divino.

No se usa entre ellos jamás danza ni baile ninguno en sus casas, o en particulares, como se usan en Europa entre mozos y mozas. En ninguna danza entran mujeres, ni aún hombres con trajes de ellas, ni hay cosa alguna que huela a esto, ni en público ni en particular, ni ún en los entremeses que suelen hacer entre danza y danza.

Todas las danzas son en la festividad de los Santos; y también se usan para festejar a los Señores Obispos y Gobernadores, en sus visitas. Todas son de Cuenta, y no poco artificiosas, aprendidas en Escuela y con maestro, que hay en cada Pueblo. Unas son al modo que enseñan los maestros de allá, de uno solo danzando a Españoleta, Pavana, Canario, y los demás sones que llaman de palacio, al son de arpas y violines, en que suele hacer el danzante dieciséis y veinte mudanzas diversas. Otras, y son las más, son de muchos, ya a la Española, unas veces haciendo el Paloteado, otras con variedad de escaramuzas; y otras, con espadas, representando esgrimas y escaramuzas, haciendo segundo instrumento con ellas, con sus golpes a compás; ya a lo Turquesco, ya a lo Asiático, con vestidos de estas naciones, con Alfanjes, Lanzas, Saetas, y a veces con bocas de fuego que disparan a compás. Hay también variedad de danzas de Ángeles; y de Ángeles y Diablos, con el traje correspondiente, peleando unos con otros; y otras en que, trayendo cada uno una tableta en la mano pintada, y poniéndola cada uno sobre una mesa, una sobre otra tras cada mudanza, representan al fin una perfecta imagen de la Virgen María, de San Ignacio Nuestro Padre, o de otro Santo. Describiré tal o cual para que se conozca su artificio.

5.2. Salen, en una danza, doce danzantes, chicos y grandes, todos con instrumentos músicos, danzando y tocando a un tiempo, sin que los músicos les hagan el son. Los dos primeros, con violines y vestidos a la española. Los segundos, con pequeñas arpas, amarradas con cintas a la cintura, y vestidos a lo persa. Los terceros, con cítaras, vestidos a la rusiana; y los demás, con guitarra, bandolas y bandurrias, y diversidad de trajes. Y así prosiguen con diversidad de mudanzas, ya en filas, ya de dos en dos, ya en cruz, ya en rueda, y otras variedades.

Salen, en otra, cuatro compañías de danzantes por las cuatro esquinas de la plaza (que se despeja para esto), con banderas, cajas, lanzas, espadas, y armas de fuego, y al son de clarines (aquí no se usan arpas) danzan, se acercan, se encuentran, se acometen, se retiran, juegan y disparan las armas.

Salen, en otra, nueve ángeles hermosamente vestidos, con jubones de terciopelo carmesí, con una tarjeta de plata al pecho con letras que dicen »María Madre de Dios«, con sus sayas y enaguas cortas, y sus coturnos al modo cómico romano ... Luego que salen, uno de ellos hace un panegírico, en verso, a la Virgen (cuya estatua se pone allí, delante en una mesa), diciéndole mil alabanzas, tomadas de los Santos Padres, y de la Letanía Lauretana, y declarando el significado de aquella tarjeta, y el fin de traer aquellas palmas y coronas, protestando que no puede sufrir su amo el honrarla sólo en el cielo, sin venir también a festejarla en la tierra. Hecho este devoto panegírico, comienza a danzar y cantarle juntamente alabanzas, al son de arpas y violines; y, al fin de cada mudanza, arrojan todos, a un tiempo, por todas partes a los que están presentes, ya una corona, ya una palma, y se quedan en postura, en que forman una de las letras del dulcísimo Nombre de María; y así prosiguen, danzando y cantando y formando las cinco letras, y repartiendo todas las coronas y palmas.

Es danza ésta que a muchos hace llorar de devoción.

5.3. Salen, en otra, dos ejércitos, al son de solos clarines y timbales: unos, de ángeles, vestidos a guisa de pelea, con peto y espaldar de terciopelo carmesí, con morrión aforrado de nobleza, y hermoseado con plumaje, con banda o bandolera de tafetán, con espada y con escudo hermosamente pintado, con el nombre »Jesús« en medio, y alrededor con »Quis sicut Deus?«, y con su Alférez con el nombre de »Jesús« en la bandera. Otros, de diablos, con horrorosas máscaras y feas puntas en la cabeza, lleno lo restante de llamas, víboras y culebras, todos con lanza y un feo escudo, y el caudillo Lucifer con su Alférez de bandera negra.

Salen los dos ejércitos con pasos graves, ordenados en forma de pelea. Hacen su coloquio San Miguel, caudillo de los ángeles, y Lucifer, sobre el respecto y obediencia al Verbo humanado. Muestra éste su soberbia y rebeldía. Tocan a rebato los clarines. Arremeten con coraje los ángeles a los malos; los desordenan, hieren y atropellan. Vuelven a ponerse en orden y a renovar la pelea; pónense, ya en escuadrón, ya en fila, ya en pira, con variedad de mudanzas; hacen retirar a los ángeles; vuelven éstos a rodearlos, herirlos y desbaratarlos, todo hasta los golpes, con mucho ruido al compás de los clarines y timbales, hasta que después de variedad de refriegas y mudanzas, puestos los dos ejércitos en filas largas, arremete el último ángel al último diablo, llévale, a estocadas, algolejos, hasta un grande lienzo en que está, horrorosamente pintada, la boca del infierno; allí le derriba en el suelo, y, a puntillazos, lo mete por debajo del lienzo; y, sin parar en su danza, cargando con la lanza y escudo del diablo, se vuelve a los suyos ... Hace lo mismo el tercero, hasta Lucifer, que con su Alférez se queda el último, a quien San Miguel, con su Alférez, lo arroja al infierno, con más resistencia que los otros. Hecho esto, comienzan los ángeles, que muchos de ellos suelen ser músicos, a cantar »Jesu, dulcis memoriae ...«, ante una estatua de Jesús que allí aparece, sin dejar de danzar, hasta que, después de varias mudanzas y versos, van de dos en dos a Jesús, con varias genuflexiones y vueltas, y les presentan todos los despojos de los diablos.

Al acabarse esto, salen éstos del infierno, estropeados y cojeando, con dos liras y violines, y puestos en medio, comienza Lucifer a cantar a un son lúgubre, endechas y desesperaciones, a que responden los demás, revolcándose en el suelo de rabia y furor; y, acabado este funesto canto, se vuelven a donde salieron; y los ángeles que, armados, en pie, y en forma de medialuna, habían estado a la mira, hacen una profunda reverencia a Jesús, y se van.

Otras danzas hacen delante del Santísimo Sacramento en la Procesión del Corpus, ya de Reyes, ya de Ángeles, presentando al Santísimo, con muchas vueltas y reverencias, los cetros y coronas, y aún los corazones, sacando con muestra de violencia uno que llevan oculto encima del verdadero.

Todas estas cosas sirven para honesto entretenimiento en sus Pueblos, para que no les venga tentación de huirse, y para que por los ojos y con descendente deleite del alma y cuerpo, les entren las cosas de Dios ...

5.4. Lo que celebran con más esmero son las fiestas del Corpus y del Patrón del pueblo, y los Oficios de Semana Santa.

La del Corpus se hace adornando toda la plaza de arcos triunfales, con dos barandas a los dos lados del espacio por donde ha de pasar el Señor, y cuatro altares a las cuatro esquinas en que ha de pasar el Santísimo, adornados con todos los ornamentos que se encuentran en la Iglesia.

Estas barandas y arcos, y todo lo exterior de los altares, todo está lleno de hermosos y olorosos ramos y flores, y de buen número de loros, con otra variedad de hermosos pájaros, y monas de varias especies, y otros animales silvestres que dan especial gracejo a los arcos con sus cantos y visajes. Llenan también todo esto con las alhajas de sus casas, que ellos estiman por ricas y preciosas; y no hay duda que Aquel piadosísimo Señor, que tanto se deja obligar del buen aspecto, las recibirá por tales. Sus alhajas suelen ser alguna pintura de las que ellos hacen, y algún lienzo listado; y a veces suelen poner, con su sencillez, peines y jubones y calzones, si son de algún color de lana algo vistoso; por lo cual, antes de la procesión, suele dar el Cura una vuelta por todos sus adornos, para hacer quitar lo indecente, porque a ellos nada les disuena.

Para esta fiesta, se previenen muchos días antes, buscando flores y fieras, para que todos rindan adoración al Señor de todos; y cada familia suele tomar a su cargo un arco de los de las barandas; y, cada principal, uno de los grandes de los que cruzan por encima de la calle.

El Cura no entra a la dirección de esta función: déjala toda a su devoción, que es mucha.

El Santísimo se lleva en una rica custodia, cantando toda la plena música el Tantum Ergo con todos sus instrumentos de boca y cuerda. Preceden los militares con sus vestidos de fiesta, casi todos los de los Cabos son de seda, así como los de los danzantes, por su mayor adorno ... Van éstos humillando y batiendo sus banderas delante del Señor, y haciendo sus garbosos alardes y ceremonias al uso antiguo español, con unas muy largas lanzas que usan los Capitanes de infantería; y todos con tal devoción, tan sin rastro de vanidad, y tan sin tropel ni alboroto, con tal religioso silencio, que confieso no haberme hallado jamás en fiesta alguna de éstas, que no sintiese mi dureza una especial devoción ... (cfr. Carta-Relación, 107-111).

5.5. La Fiesta del Patrón del Pueblo la celebran con toda la posible pompa.

La víspera, antes de las doce del día, está ya prevenido, en la puerta de la Iglesia, el Alférez Real con todos los cabildantes y Cabos militares. Repícanse, a las doce, las campanas. Salen los Padres a la puerta de la Iglesia, en donde reciben a los dichos, dándoles agua bendita, e introduciéndolos a la Iglesia al cántico Magnificat que cantan los músicos con toda solemnidad. Acabado éste, salen, y se sientan al pórtico de la Iglesia los Cabildantes y toda la soldadesca, ocupando toda la plaza. Corren toda la plaza, festejando al Santo.

A la tarde, antes de Vísperas, está en la plaza prevenido un Castillo, en cuya cumbre tiene el Estandarte Real. Hacen muchas escaramuzas, conduciendo a la Iglesia al Alférez Real.

Entran a Vísperas con el recibimiento de los Padres que en el Magnificat (y suelen ser muchos los que los reciben, porque para estas fiestas se suelen convidar diez o doce Padres). Danle asiento en una rica silla, y se usan con él las ceremonias que con los de los Españoles en sus ciudades, pues representan la persona del Rey. Cántanse las Vísperas con toda la mayor solemnidad. Acabadas éstas, salen a la plaza; comienzan los juegos militares; y, después de éstos, que duran mucho, toma el Alférez Real, y montado en un caballo, ricamente enjaezado, todo lleno de cintas, precediéndole un paje de jineta, con el mejor adorno, y acompañándole toda la soldadesca, se apean ante la iglesia; y, sentado en su vistosa silla, asiste a las danzas, que casi siempre las suele comenzar su paje de jineta solo, que suele ser un muchacho de los mejores danzantes.

A la noche, después de la cena, a la luz de muchas luminarias, hay mucha variedad de danzas y zaraos, con luces en las manos, y algunos artificios de fuego.

Por la mañana, comienzan las Misas: y, en ellas, y en la Mayor, hay mucho número de comuniones, porque se procura, muchos días antes, que celebren ésta su mayor fiesta con mayor preparación espiritual que las otras. Recíbense los Cabildantes como antes. El Alférez Real, al empezar el Evangelio, arranca su espada, y la tiene fuertemente empuñada hasta acabarse – el Evangelio –, dando a entender que está dispuesto a defender el Evangelio con su fuerza y su vida. Predica uno de los convidados; y, cantada la Misa con todo el estruendo de clarines, etc., salen a enfrente del pórtico de la Iglesia, en donde, después de muchos actos militares, prosiguen variedad de danzas ... (cfr. Carta-Relación, 114-115).

5.6. La Semana Santa se celebra con todas las solemnidades de una Catedral, con continua asistencia de toda la música a los Maitines, Misas y Procesiones. Fuera de la Procesión, que señala el Ritual el jueves por la mañana, hay dos, una por la noche en este día, otra, de la Soledad, el viernes. Para una y otra hay sus »pasos de bulto«. Predícase la Pasión, y después de ella van saliendo varios »pasos«, de la Columna, de la Corona de espinas, etc., con muchos sollozos y llantos de las mujeres. Esto no más que les entra por los ojos, los mueve a llanto, no los demás sermones. Mas antes de los Pasos, hay otra función de mucha ternura y compasión; y es que van saliendo hasta diez o doce niños, uno tras otro vestidos con sotana, cada uno con una insignia de la Pasión puesta en alto, y cantando, con voz muy lastimera, en un tono que moverá a compasión a la mayor dureza ... la significación de cada insignia (cfr. Carta-Relación, 119).

6. Costumbres cristianas: vida en los pueblos, viajes y trato con los Padres

6.1. El fruto espiritual que producen los ministerios espirituales ya dichos, junto con el gobierno temporal, es mucho.

Quitáronse del todo las hechicerías y borracheras, a que tanta inclinación tiene toda nación de indios. Frecuentan los Sacramentos con toda devoción y, en comulgando, dicen una devotísima oración en acción de gracias en voz alta, dictando uno y respondiendo todos, que dura no poco.

Cuando caen enfermos, aunque sea corta la enfermedad, luego piden confesión; y, en agravándose algo más, luego piden el Viático y la Extremaunción, persuadidos, como es así, que estos Sacramentos les han de dar salud al alma, y al cuerpo, si conviene, muy al contrario de lo que acaece entre cristianos viejos, que muestran tanto miedo a tan saludable medicina.

Sucede en ellos, en este punto, una cosa particular de que nos maravillamos todos: conocen cuándo han de morir como por instinto. Y así, aunque los veamos con fuerza y vigor al parecer, si ellos piden los sacramentos por decir que se morirán, se los damos luego, porque sin duda sucede en breve lo que prenuncian. Es su complexión muy di- versa de la nuestra, según dije y expliqué al principio. Y hay otra cosa de gran consuelo, que en ninguno se ve jamás falta de conformidad en sus enfermedades; y cuando dicen que se han de morir, están tan serenos con esta persuasión, como si estuvieran por hacer un viaje de cuatro leguas; y con tan singular confianza en Dios de su salvación, junto con una notable devoción a las imágenes de Cristo, de María Santísima y de sus Santos, que todos tienen, que algunos Padres, de los más juiciosos y prácticos en el trato de los indios, están persuadidos a que ninguno de los que mueren en el Pueblo se condena.

Encuéntranse en todos los pueblos muchos que jamás han perdido la gracia bautismal, ni aún materialmente; y algunos de tan poca conciencia, que no hallan qué confesar, y cuando vienen al confesionario, dicen que, aunque han examinado su conciencia, no encuentran – por la gracia de Dios – de qué confesarse, y que vienen solamente a que les dé su bendición y la tablilla para comulgar ...

6.2. Cuando van de viaje, todos se confiesan y comulgan ... Y, para partir, se juntan todos en la plaza, entran en la Iglesia, rezan sus oraciones, cantan sus canciones devotas y las Letanías, poniendo en el altar un Santo, que siempre llevan, en todos sus caminos, con su sacristán, que cuida de él y de su campanilla. Luego van a que el Cura les eche su bendición, bésanle todos la mano, y marchan al son de tamboriles y flautas, que siempre llevan; y los flauteros no tocan al aire, sino muy bien, varias marchas, minuetos y fugas a duo, que a los Europeos, que les toma de nuevo, les agrada mucho.

Y así van a todos sus viajes – sea la guerra, sea a la fábrica de yerba, sea a Buenos Aires con barco –, aunque no sean más que de veinte hombres; y siempre llevan un médico o enfermero, con medicinas que le da el Padre.

En el camino, cada tarde ponen al Santo decentemente adornado de ramos y flores; rezan delante de él todo el Rosario – siempre llevan alguna Virgen que adornan con él –, y cantan algunas devotas coplas, de aquellas que aprendieron cuando muchachos. No saben copla alguna profana, porque ellos no saben hacer versos; y, aunque supiesen, juzgo que ninguna harían profana; y todas las que tienen son hechas por los Padres; y el español, en que hallarían mucha de este jaez, no lo saben.

Por la mañana, rezan al Santo antes de caminar, y cantan y prosiguen su viaje; y, en casi todo él, especialmente si es por agua, van tocando sus tamboriles.

6.3. Los Españoles que los ven caminar, se maravillan mucho de este modo de caminar tan cristiano; y más cuando carean a éstos con los huidos de sus pueblos, que en todas partes hay hartos, alquilados en sus haciendas; en quienes, ni en los viajes que hacen con ellos, ni en sus casas, no ven estas acciones tan devotas, no considerando que esos huidos son los malos, la hez del pueblo, que nunca pueden faltar algunos en tantos y tan numerosos Pueblos, como nunca faltan en las arregladas ciudades; son los que, por verse perseguidos de los Alcaldes y celosos Fiscales por sus flaquezas – que ésos suelen ser sus delitos –, se huyen a vivir en las granjas, quintas y pastoreos de los Españoles, por esos campos adonde ni alcanza la justicia, ni el celo de sus amos es cual convienen.

En llegando a sus Pueblos, ponen al Santo en la plaza, después de haberlo llevado en procesión por toda ella; y allí le hacen el homenaje con sus lanzas y banderas, con variedad de ceremonias, al uso militar.

Luego le introducen en la Iglesia, rezan y cantan en acción de gracias, y después van a besar la mano a los Padres, que los reciben con algunos regalos; y van a sus casas.

En el discurso del viaje, si ocurre alguna especial fiesta, la suelen celebrar con solemnidad, cual permite el desierto por donde van, que aquí todo es desierto; y aún si les coge la Semana Santa, suelen hacer sus procesiones y disciplinarse.

6.4. En las estancias – o pastoreos del ganado – del pueblo, en que suele haber 20 o 30 pastores con sus mujeres, divididos a 4, 6 u 8 leguas de distancia, guardando varias especies de manadas de vacas, caballos, bueyes, mulas y ovejas, acuden todos, el día de fiesta, a una Capilla que tienen en medio, adonde vive el indio Mayoral o Capataz; y allí rezan lo que en la Iglesia del Pueblo. Y en las confesiones se acusan con cuidado si algún Domingo faltaron a este rezo, por estar a 6 u 8 leguas de la Capilla y hacer mal tiempo.

En sus sementeras, delante de la casa o cabaña que hacen para morar mientras dura su labor, luego ponen una cruz, y los principales hacen también Capillas en estas sus sementeras, sin mandárselo, y en ellas ponen multitud de Santos; y el de la advocación de ellas – las Capillas –, que ponen ad libitum, lo traen su día al pueblo con cajas y pífanos, y llegan en procesión alrededor de la plaza, convidando para ello a los músicos con sus chirimías y clarines; y, después de hacerle muchas ceremonias y rendimientos con lanzas y banderas, lo introducen en la Iglesia con mucha comitiva, que se les junta al llegar al pueblo.

Todo esto lo hacen motu proprio, sin que asista ni aún lo vea el Cura.

A las cruces tienen tal respeto que, por ser ellos muy destruidores y amigos de quemarlo todo, si encuentran algún pedazo de alguna deshecha como arrojado, no lo queman por ningún caso, por ser cosa de cruz.

6.5. De aquí nace la singular reverencia que tienen al sacerdote. Cuando nos nombran en sus pláticas y conversaciones, no suelen decir »el Padre« a secas, sino »el Padre santo«, »el Padre que está en lugar de Dios«. Cuando nos encuentran por los caminos, luego se paran a besar la mano; y, si están a caballo, se suelen apear para venir a besarla.

Con esta reverencia, juntan un amor bien particular. Cuando algún Padre se muda de un Pueblo a otro, especialmente si es después de algunos años, son tantos los lloros y sollozos del pueblo, que algunos Padres salen a escondidas, con alguna estratagema, o a media noche, para librarse del quebranto del corazón que a él también le causa tanta conmoción.

En encontrándose la tropa de muchachos o muchachas, cuando van o vuelven del trabajo, luego, desde lejos, comienzan a gritar todos: »Tuá tanderaaró, angá Cheruba«, es decir, »Dios te guarde, Padre mío«. Y aún a veces, cuando el camino es por cerca de sus chozas de labranza, suelen las madres sacar de ellas a sus tiernas criaturas, y poniéndolas de rodillas, juntas las manos, les hacen gritar: »Dios te guarde, mi Padre santo«.

A cualquier cosita que les demos, muestran un agradecimiento notable; y ellos, en tiempo de frutas y en las primicias de sus sementeras, traen frecuentemente a los Padres sus presentes, y llevan a mal que no se los recibamos.

Cuando muere algún Padre, entonces son los sollozos y lloros inconsolables, como si hubiesen muerto todos los primogénitos.

6.6. En lo que más muestran su amor es en los peligros y caminos en que frecuentemente andamos.

Cuando hay río, pantano u otro mal paso que pasar, se deshacen por acudir al Padre; luego nos quieren llevar en volandas por todo, aunque sea corto el peligro. Luego se exponen a todo riesgo para que no le venga ninguno al Padre: ni reparan en lluvias, ni en granizos, ni en frío, ni en calor, ni en rapidez de los ríos, ni en el más peligroso riesgo, por ayudar al Padre; y esto, mostrando gozo y alegría en el rostro.

Estaba yo por pasar un río muy rápido y crecido en una canoa con otros dos Padres, y al que cuidaba de las canoas, andando muy afanado en ponerlas bien a la orilla, la punta de una – de las canoas – le dio un tan grande golpe en el pecho que le quitó un pedazo de piel.

Lamentándome yo de esta herida, cogió él prontamente un puñado de tierra y, refregándose con él la herida, me dijo con alegre rostro: No te lastimes, Padre mío, de lo que a mí me suceda, que por serviros a vosotros, que sois nuestros Padres, nuestras madres y todas las cosas, esto y mucho más es nada; y prosiguió en esta tarea como si nada tuviera.

Contóme el P. Jerónimo Herrán, Provincial que, hallándose él en una refriega contra los Infieles, cuando sus indios veían que los Infieles asestaban sus saetas hacia donde estaba el Padre, luego al punto se ponían delante, para que, en caso de herir, fuesen ellos los heridos y no el Padre; y de estos casos pudiera llenar muchas páginas.

6.7. Cuando los hacemos azotar por sus faltas, es cosa de admirar la humildad y obediencia y aún amor que muestran en el castigo. Van prontos al castigo que se les intima »secundum allegata et probata«; y, varias veces, inocentes, sin repugnar nada ...

6.8. Consiste en que los Padres se portan con ellos como con hijos, mostrándoles amor, tratándolos siempre con el nombre de hijos, y no improperándolos de bestias, brutos, hijos de tal y cual, etc.

Consiste en que, después del castigo, los Padres deponen luego todo enojo, no mostrando ceño, sino amor en palabras y obras, por ver el delincuente humillado.

Consiste en que muestran mucha compasión en todos sus trabajos, procurando aliviárselos en cuanto pueden; y, en orden a las enfermedades, es tanto que, a todos los que están de cuidado, les traen comida en su propia casa con buen aderezo y con un pedazo de pan cada plato, de lo que tienen en su casa, que es el mayor regalo para ellos, y le echan su bendición.

Consiste en que ven que no les hacen trabajar para su provecho, sino para el provecho de ellos. Y todas estas cosas les hacen creer, aunque de tan corta capacidad, que todos los castigos los hacen por amor, y no por ojeriza ni odio.

Consiste principalmente en el grande celo que ven tienen por el bien de su alma, criándolos en tanto temor de Dios desde niños, que es lo que ellos suelen alegar cuando algún Español de forma les reprehende de que no le tengan a él el respeto y sujeción que quisiera, teniéndolo tanto a los Padres.

Consiste en el recato tan notable que ven en los Padres, pues a ninguna mujer jamás visitan, sino por grave enfermedad, para confesarlas, y teniendo siempre a la mira un enfermero y dos monaguillos y luz encendida, que llevan para eso, si el aposento está algo oscuro; y si alguna viene a hablar sobre algún pleitecillo, no se le habla en otra parte que en la Iglesia o en el pórtico patente de la plaza, y estando de pie, y siempre delante de uno o dos Alcaldes ...

Estos son los frutos que produce esta viña, cultivada con tantos afanes de sus primeros Misioneros, regada con la sangre de cuatro que fueron sacrificados ferozmente, y fertilizada con los sudores de los que prosiguen su labor (cfr. Carta-Relación, 131-140).

7. Misiones a los españoles

7.1. Desde esta fundación del pueblo de Mocobíes y de Abipones, partí a misión a los Españoles de la jurisdicción de Santa Fe, cuarenta y cinco leguas de la ciudad.

Ya dije, en otra parte, que cada ciudad aquí tiene cosa de cincuenta leguas de territorio por uno y otro lado; que en esas cincuenta leguas habitan más Españoles que en la ciudad, en sus granjas, cuidando de sus sementeras y ganados; que muchos de la ciudad tienen casa en una y otra parte, y habitan mucho en sus Granjas; que en ella tienen gente de servicio, Negros, Mulatos, Mestizos e Indios; que cada Español casado, uno con otro, tendrá 10 personas de famiia de todas suertes; que, a cada 15 o 20 leguas, hay un clérigo con su Capilla y, en algunas partes, a mayor distancia. Queda dicho casi todo esto. Como también que de los Colegios salen frecuentemente a misión por esas campañas, que llaman »misión de partido«.

Hice, en diversos tiempos, tres de estas Misiones en Santa Fe y Buenos Aires. Diré el modo con que las hago, y el fruto que se saca.

Antes de partir, saco papeles del Sr. Obispo en que manda a todos los Curas que me ayuden en todo, según la disposición que yo dictare, exhortando a todos los de su partido que acudan a la Misión en los sitios que yo señalare, previniendo víveres para 10 o más días que durará.

Saco otros – papeles – del Gobernador y Maestre de campo, en que mandan, a todos los Sargentos mayores y a todos los Capitanes (ya dije que todos están repartidos en compañías), que convoquen toda la gente a la Misión en el sitio que yo señalase, con la prevención para muchos días.

Armado con estos papeles, y con amplias facultades del Sr. Obispo para absolver y dispensar, salgo con mi compañero con un carro grande, con casa de tablas con puerta y ventana, que aquí llaman carretón, con una tienda de campaña que aquí llaman toldo, con unos cuantos caballos para hacer varias correrías ligeras a confesar enfermos y buscar pecadores que huyen de la Misión, con dos mozos que cuidan del carretón y de las bestias, con un altar portátil, y con los víveres para algunos meses, para no ser molesto a nadie.

7.2. Llegados al primer sitio, los Curas y Capitanes dan aviso a la gente de 8 o 10 leguas en contorno.

Hago poner un tablado en el campo y, conforme van viniendo con sus carretas y carretones, que casi todos tienen, y caben dentro 10 o 12 personas, los voy poniendo en rueda alrededor del tablado que ha de ser el púlpito. Con esto, los que se quedan guardando los trastos de las carretas, y los enfermos que en ellas traen, logran oír, desde ellas, los sermones; lo que no se consigue si se ponen a su albedrío dispersos.

Comienzo la Misión con Acto de contrición a la noche en cuatro sitios de la procesión, que se hace cantando saetillas y predicando sobre ellas como allá.

Por las mañanas nos levantamos a la hora que en los Colegios, para lo cual llevamos reloj. Toco a oración con la campanilla del altar portátil; y, después de ella decimos la Misa y rezamos las horas. A las diez hago una plática doctrinal; y, después de haber comido a la hora que en los Colegios, y rezando el Breviario a las 3, hace mi compañero otra plática doctrinal.

Después, a la noche, es el Sermón de Misión, de dos horas.

7.3. Hasta el tercero o cuarto día no nos ponemos a confesar. Y, en esto, todas las pláticas son de la confesión (particular y general, fuera de tal cual sobre el Credo), en que les sacamos todo lo que pasa en sus corazones, descendiendo a casos muy particulares, por preguntas y respuestas.

Con esto, y con la unción de los sermones, vienen muy instruidos y devotos a confesarse, y casi todas son confesiones generales.

Confesamos tres horas por la mañana, y tres horas por la tarde, prosiguiendo con las pláticas y sermones a la hora dicha.

Y porque no pocos ignoran las oraciones, y entienden mal el misterio de la Trinidad, y el de la Eucaristía, y tienen vergüenza de aprenderlos en particular todas las noches, por principio de sermón, rezo el Padre nuestro, el Ave María, Credo, Mandamientos y Sacramentos en voz alta, clara y despacio, respondiendo todos, para que así las aprendan, y les explico brevemente estos tres Misterios, junto con la unidad de Dios y el ser Remunerador.

7.4. Antes de empezar la Misión, procuro informarme de los enemistados y amancebados que hay, y de los otros escándalos, para asestar contra ellos la artillería.

En el tiempo que sobra, entre confesiones y pláticas, que es bien poco, se componen enemistades, se ajustan pleitos, y se toman informes de los mal casados, etc.

Lo que hace notabilísima moción es el espectáculo del alma condenada en el sermón del infierno, al sexto o séptimo día, después de movidos con los otros sermones, preguntando al alma y respondiendo por ella ... recorriendo por los más frecuentes pecados. No hay pecador obstinado, o por callar pecados, o por pacto con el demonio, que no venga, al día siguiente, desalado a la confesión.

Las confesiones, donde hay capilla o ermita, se hacen en ella; y, donde no la hay, en el toldo que, con el altar portátil, sirve de capilla y en el carretón, quitándole las ruedas, el cual sirve de esto, y de aposentos y dormitorio.

Antes de acabar la Misión, se avisa a todos que, para tal día, ha de empezar la Misión en tal parte, y se les encarga que sin falta ninguna envíen a todos los que se quedaron a guardar las casas y ganados.

7.5. Antiguamente no se hacía así la Misión, sino parando por dos o tres días donde había frecuencia de granjas platicándoles en ellas dos o tres pláticas, y confesando todos aquellos de aquel contorno; y, pasando adelante, parando en cada parte dos o tres días, y lo más cuatro; corriendo así todo el partido.

Pero, desengañados de que así se hace poco fruto, que se quedan los vicios con sus raíces, han caído ya en la cuenta, y las hacen del modo dicho ...

Dícenme algunos Padres que, cuando la hacían con esas cortas paradas, que además de ser muy poco el fruto, se seguía un gran desorden en el porte y distribución religiosa; porque, a veces, por no poderse detener los penitentes, a causa de no venir prevenidos de bastimentos, empezaban las confesiones antes del amanecer, sin darles lugar – a los Padres – para la oración y otras distribuciones. Otras veces estaban confesando hasta media noche, y quedaban en duda de si podían decir Misa, por dudar si la cena había sido después de las 12 o antes; y, a pocas paradas, uno u otro caían enfermos por tanto desorden.

7.6. De este otro modo – dicho más arriba – se da lugar a las obligaciones religiosas, que no se deben dejar, sino en caso de grave necesidad del prójimo; de otra manera, aunque sea para tan buen fin, estará mal templada la cítara para resonar en el alma de los oyentes, y convertir »las piedras en hijos de Israel«. »El que no es bueno para sí, ¿cómo lo será para los otros?«, repetía el príncipe de los misioneros, San Javier. Aún más de lo ordinario de los Colegios debe hacer, en este punto, el Misionero; ¿qué será cuando va desordenado lo ordinario?

Se da abasto a los penitentes; y, si no se despachan durante la Misión, se detienen los Padres más, hasta despacharlos; y, como vienen con su casa, que es el carretón, y no comen otra cosa que carne asada y cocina con maíz, cosa que en todas partes se halla, y aún se da de valde; y tienen su cocina hecha, de carreta en carreta entre los pértigos, atajando el viento y lluvia con cueros de vaca, y, además de esto, están pacientes y sufridos en fuerza de los sermones, no tienen dificultad en detenerse. Y se conserva la salud de los Misioneros para proseguir ...

7.7. Las Misiones de ciudades se hacen también acá como por allá ... (cfr. Carta-Relación, 183-189).




Notas:

(1) Cfr. Fiorito / Lazzarini, “Un aporte de la Historia a la Pastoral Popular”, Boletín de Espiritualidad 34 (1974), p 2-3.

(2) Cfr. Fiorito, “Signos de los tiempos en pastoral y en espiritualidad”, Boletín de Espiritualidad 35 (1974), p. 10 y nota 22.

(3) Cfr. »Reflexiones sobre la Religiosidad popular«, Boletín de Espiritualidad 31 (1973) y 35 (1974).

(4) Cfr. Furlong, José Cardiel sj y su Carta-Relación, Buenos Aires 1953, p. 115.









Boletín de espiritualidad Nr. 37, p. 1-29.


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