Breve o Sumaria Declaración de la Selección de la Carta-Relación del P. J. Cardiel

Miguel Ángel Fiorito sj y José Luis Lazzarini sj





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Creemos que el mensaje del P. José Cardiel sj, contenido en su Carta-Relación de 1747, tiene su vigencia para nosotros, si la sabemos leer como conviene.

No propiciamos un restauracionismo del pasado, sino la continuidad del mismo en el presente, mirando hacia el futuro; y, quien dice continuidad, admite la novedad del presente y, mucho más, la del futuro hacia donde vamos.

Buscamos, en ese pasado, algo que imitar; pero este algo no es meramente lo que sucedió, sino sobre todo cómo sucedió.

En otros términos, »la imitación – del pasado – es una re-lectura del modelo a la luz de los acontecimientos contemporáneos; y esta re-lectura, más que decirnos un genérico qué hay que hacer, nos sugiere – en primer lugar y sobre todo – cómo hay que hacerlo. Este principio tiene relación con aquel otro que dice: cuando quieras saber lo que cree la Iglesia, andá al Magisterio – porque él es el encargado de enseñarlo infaliblemente –; pero cuando quieras saber cómo cree la Iglesia, andá al pueblo fiel ...« (1).

La Carta-Relación del P. Cardiel nos habla de un »pueblo fiel« – tanto de Indios como de Españoles – que es nuestro pueblo, de sus pastores, de su organización político-militar, de sus costumbres cristianas.

No hemos trascrito la Carta-Relación por entero, sino que hemos hecho una selección de textos; y a esta selección añadimos ahora un comentario que titulamos »breve o sumaria declaración« porque, como san Ignacio en los Ejercicios, esperamos que el mismo lector, »tomando el fundamento verdadero de la historia ...«, halle »por sí mismo ... alguna cosa que haga un poco más declarar o sentir la historia«; esto, como dice san Ignacio, »es de más gusto ... espiritual que si el que da – la historia – ... hubiese mucho declarado y ampliado el sentido de la historia« (Anotación 2, EE [2]).

Nuestra »breve o sumaria declaración« de la Carta-Relación del P. Cardiel sólo pretende ayudar a captar el sentido que esos textos pueden tener para nosotros, hombres del siglo XX. Y el sentido fundamental es el que acabamos de indicar, al decir que la Carta-Relación nos habla de un »pueblo fiel« que es el nuestro: »nuestro pueblo es heredero de ese – el de los Mocobíes o el de los Abipones, de los que nos habla el P. Cardiel – y de tantos otros pueblos que fueron creados a lo largo y a lo ancho de la Argentina; y también de los pueblos que inmigraron de su solar de origen, y vinieron a establecerse entre nosotros« (2).

A partir de este sentido fundamental, la Carta-Relación del P. Cardiel adquiere, para nosotros, multitud de sentidos complementarios y armónicos.

Ya hemos dado, en la »Presentación«, algunos de ellos; y, en el comentario que hacemos a continuación, insinuamos otros. Pero recordemos, con san Ignacio, que »no el mucho saber – cuantitativamente – harta y satisface al ánima, sino el sentir y gustar – cualitativamente – de las cosas ... (Anotación 2, EE [2]).

Nuestra »Breve o Sumaria Declaración« cita, la selección anterior, mediante su numeración marginal, introducida – como la división en capítulos y párrafos – por nosotros mismos; mientras que, cuando hay que citar un texto que no forma parte de la selección, mencionamos la Carta-Relación y su numeración marginal original.

1. Gobierno político y organización militar

Cada Pueblo de Indios, como el de los Españoles, se organiza; y, en esta organización, tiene un lugar importante lo militar.

Los oficios políticos »se eligen el primer día del año, con asistencia y dirección del Cura, según las Leyes de Indias ...« Y la principal dirección se halla en la plática que »les hace el Cura ... – el día de la elección – en que les explica las obligaciones de sus oficios; les pondera la cuenta que han de dar a Dios de ellos, y cómo su principal cuidado debe ser celar sobre que todos guarden la ley de Dios, y después las leyes y órdenes del Rey, etc.« (cfr. 1.1). Se advierte aquí una concepción de la autoridad-servicio, y un verticalismo en la autoridad, cuya razón última es Dios, como sustento último de una comunidad organizada.

»Son estos Indios muy aptos para la guerra, si se ejercitan en las armas«. Y por eso »está muy encargado de los Superiores, y escrito en el Libro de Órdenes, que hagamos se ejerciten los Indios en las armas cada semana; y que haya, cada mes, alarde general ...« (cfr. 1.2). »El libro de Órdenes« eran »los Órdenes de los – Padres – Generales y Provinciales y Visitadores acerca del gobierno religioso y del político, eclesiástico y militar de los Indios, de que hay un cumplido libro« (cfr. Carta-Relación, 37), que se lee y explica »en tiempo que el Provincial anda visitando ... – en – juntas o pequeñas congregaciones de 14 o 16 misiones cada una, remudándose para que todos – los Misioneros – asistan a ellas y no falten a sus ministerios« (ibidem).

Además de la responsabilidad de preparar militarmente para la guerra, y de juntar a los Indios, cuando son llamados por el Gobernador, algunos de los Misioneros son Capellanes del ejército: »en el ejército, comúnmente – los Indios – tienen un Cabo principal español por cuyas órdenes se gobiernan; aunque éste nada les suele intimar sino por medio de los Padres, si no es en el rigor de la refriega, y en orden a matar« (cfr. 1.3).

Esta »capellanía«, pues, era estrictamente religiosa; hasta el punto de que, en una ocasión que el P. Cardiel narra, un Gobernador se confió demasiado, »y les dio palabra de que si, con los que tenía de su parte, no podía sosegar del todo aquellos alborotos – por los que había venido –, luego les enviaría correo pronto para que fuesen en su socorro. Quedáronse los Indios obedeciendo ... A los pocos días vino, no correo del Gobernador, sino la funesta noticia de que los amotinados le habían muerto violentamente al salir a campaña a sosegarlos o castigarlos ... sin tener el Gobernador tiempo de avisar a los Indios ... Luego que oyeron la noticia los Indios, quisieron ir a largas jornadas a arrasar del todo aquella Gobernación. Mas como entre ellos no había dejado el Gobernador algún Cabo español, ni más órdenes de que esperasen en campaña en el sitio señalado ...«, los Misioneros-Capellanes prefirieron hacerlos »retirar a sus casas, hasta recibir órdenes del Gobernador de Buenos Aires, que tenía instrucciones secretas del Virrey, y a quien luego al punto se despachó correo de todo lo sucedido ...« (cfr. 1.6).

2. Vida religiosa de los jesuitas

La vida de los Jesuitas es también una organización, en la que se armoniza la disciplina religiosa y la actividad apostólica: como dijo san Ignacio,

... aunque la suma Sapiencia y Bondad de Dios nuestro Creador y Señor es la que ha de conservar y regir y llevar adelante en su santo servicio esta mínima Compañía de Jesús ... y, de nuestra parte, más que ninguna exterior constitución, la interior ley de la caridad y amor ... todavía ... tenemos por necesario se escriban Constituciones, que ayuden para mejor proceder, conforme a nuestro Instituto, en la vía comenzada del divino servicio« (Const. [134]).

La Compañía de Jesús no es »puro carisma«, sino un »carisma institucionalizado« en la Iglesia: el »carisma«, que ella es, encuentra su ayuda en la »institución«, que ella también es; y ya sabemos el valor que San Ignacio da a la palabra »ayuda« (el fin de la Compañía es »ayudar las ánimas suyas y las de sus prójimos«, Const. [307]; los Coadjutores »se reciben para ... ayuda de la Compañía en las cosas espirituales o temporales«, Const. [13]; las Constituciones ayudan »para mejor proceder, conforme a nuestro Instituto, en la vía comenzada del divino servicio«, Const. [134]; »los medios naturales ... ayudarán universalmente para la conservación y aumento de todo este cuerpo, con que se aprendan y ejerciten ... para cooperar a la divina gracia, según la orden de la suma Providencia de Dios nuestro Señor, que quiere ser glorificado con todo lo que Él da como Creador, que es lo natural, y con lo que da como Autor de la gracia, que es lo sobrenatural«, Const. [814], etc. etc.).

La disciplina religiosa, muy pormenorizada (cfr. 2.3 y 2.4) – como en los Colegios, acota el P. Cardiel (cfr. 2.1) –, está en armonía y al servicio de la actividad apostólica. Gracias a ella, »es posible que, en Pueblos tan numerosos de mil familias ... y en ellas, de más de seis mil almas, que hay algunos de éstos«, »un Párroco con sólo un ayudante, y a veces solo, como lo suele estar«, basta para todos los ministerios apostólicos necesarios (cfr. 2.2).

La verdadera necesidad no tiene horario: »ya saben ellos que si, habiendo necesidad, no llaman, aunque sea a medianoche y lloviendo y tronando, han de llevar una vuelta de azotes« (cfr. 2.3). Pero, fuera del caso de necesidad, »hay mucho orden y prudencia« (cfr. 2.2).

La razón última de este orden y concierto es »la caridad bien ordenada, y más la espiritualidad, – que – empieza por sí mismo«, hasta el punto de que – como observa el P. Cardiel – »si no dieran lugar para ella, dejaríamos estas Misiones« (cfr. 2.2). Como dice también más adelante, a propósito de las Misiones entre Españoles, »las obligaciones religiosas ... no se deben dejar, sino en caso de grave necesidad del prójimo; de otra manera, aunque sea para tan buen fin, estará mal templada la cítara para resonar en el alma de los oyentes ... El que no es bueno para sí, ¿cómo lo será para los otros?, repetía el príncipe de los misioneros, San Javier (cfr. 7.6).

3. Medios con que se convierten estas Naciones

Llegamos así a un punto central del »mensaje« del P. Cardiel, allí donde se cumple la »ley de la Encarnación« en la pastoral de los Misioneros (3): por un lado, un continuo recurso a Dios, en sacrificios, oraciones, penitencias, y otras pías obras, pidiéndole ... por la conversión de los infieles, y con lo íntimo del corazón, que da luz a estos pobres ...« (cfr. 3.1); y, por otro lado, »amor, autoridad y prudencia ...« (cfr. 3.5). Resulta así una imagen del Misionero, verdadero »otro Cristo« que es »único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también« (1Tim 2,5), y en el que no falta ninguno de los rasgos del »Sumo Sacerdote ... tomado de entre los hombres y ... puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios ...« (Hbr 5,1): como hombre Dios, »un continuo recurso a Dios«, y, como hombre para los hombres, »mucho amor, pero junto con mucho valor y superioridad ... Si todo es amor y con muestras de algún miedo, no harán caso ... Si todo es superioridad, con muestras de severidad, se retraen con ceño ... Mucha compasión en sus necesidades y enfermedades ... Hacerles modestamente muchas caricias a sus hijos ... Ser liberal con ellos en lo que más apetecen ... Tener una paciencia de Job en sus barbaridades ... Disimular mucho, a los principios, con sus borracheras, hechicerías, etc. ... Es menester mucha paciencia, y encomendarlos mucho a Dios. La medicina se debe aplicar en tiempo y sazón, cuando ha de hacer provecho; fuera de tiempo, aunque ella sea buena, es veneno ...« (cfr. 3.3 a 3.4).

Como dice, resumiendo, el mismo P. Cardiel, »para convertir a estas gentes, es menester tratarlas con amor, autoridad y prudencia ...; y, para acertar en esta prudencia, es menester pedírselo a Dios todos los días en todos los sacrificios y oraciones« (cfr. 3.5).

4. La mayor dificultad

Antes de proponer los »medios con que se convierten estas naciones«, el P. Cardiel ha propuesto »la mayor dificultad: gastos cuantiosos y deudas«, que tienen estas Misiones, que se comenzaron por los años 1588 (cfr. 4.1). Nosotros, en nuestra selección, hemos cambiado el orden.

Lo que acabamos de ver – hombre de Dios y hombre para los hombres« – es todavía demasiado genérico, aunque muy verdadero. Lo específico de esas Misiones es que hay que entrarles – a los Indios – por lo temporal, »como a gente tan material«: hay que darles »cuchillejos, cuentas, cascabeles y otros dijes de niños ...« (cfr. 4.2); y luego »es menester darles de comer y vestir, habitación en qué vivir, y sementera labrada ...« (cfr. 4.4).

De aquí nacen »tan exorbitantes gastos en vacas, maíz, sal y otros comestibles; en ropa para todos; en el sueldo para los jornaleros ... y en comprar madera para el Pueblo iglesia y casa nuestra, y las alhajas para todo esto ...« (cfr. 4.5).

»Esta es la mayor dificultad, y andamos discurriendo diversidad de medios para sacar lo necesario para llevar adelante estos tres Pueblos. Pues vemos que todos los demás medios que por espacio de 100 años se han tomado para convertir a esta vagabunda gente, no han tenido efecto, y éste sólo lo tiene. Si hallamos dinero para tan cuantiosos gastos, sin duda alguna se reducirán a vida racional y cristiana ... Porque, en lo demás, no hay dificultad ...« (cfr. 4.6).

Pero, además de la necesidad de comenzar por lo temporal, el P. Cardiel nota que »el hambre destruye la cristiandad del Pueblo. Digo que destruye – continúa diciendo –, porque, cuando hay calamidad de hambres, etc., no sucede lo que entre cristianos europeos, que luego acuden a Dios y a sus santos, con misas, oraciones, novenas, procesiones, penitencias. No es así aquí, sino que todo es tristeza, melancolía, y desgracias en el Pueblo, con desamparo de las Iglesias« (cfr. 4.3).

De aquí que, en la distribución, por los Pueblos, de los Curas y de sus Ayudantes, se tengan muy en cuenta sus cualidades para el gobierno temporal: »Para lo perteneciente al oficio de párroco, confesar, predicar y administrar Sacramentos, todos tienen habilidad, y rara vez se encontrará alguno que no cumpla bien con su obligación ... Para el gobierno temporal, de que por necesidad estamos cargados ... – en cambio –, no todos tienen prendas, como sucede en los Colegios, y no basta para esto sola la santidad; y aún de los que las tienen, no todos las tienen para levantar Pueblos que, en peste, u otros infortunios, están caídos en todos; por esto, suelen ser frecuentes las mutaciones, como con los empleos de los Colegios, poniendo a cada uno en aquel para que tiene habilidad ...« (cfr. Carta-Relación, 36). Hasta el punto de que, el papel del P. Provincial, »en que se nombran todos los que quedan por Curas y Compañeros ...« »llaman los Indios Cuzubí, que quiere decir Torbellino, por los muchos Padres que, en fuerza de este papel, se mudan, y se encuentran por los caminos« (cfr. Carta-Relación, 37).

El objetivo último de los Misioneros es, como dice el P. Cardiel, »llevar adelante su cultura política y cristiana« (cfr. Carta-Relación, 32); o, como dice en otro sitio, su »vida racional y cristiana« (Carta-Relación, 181). Y como lo cristiano no se puede conseguir sin lo »político« o »racional«, esto es también objetivo de los Misioneros.

En este objetivo político y cristiano de los Misioneros, hay un principio táctico que sobresale: el tiempo. El trabajo de los Misioneros se va progresivamente asentando, a lo largo del tiempo, y paso a paso.

»Hallaron esta barbarie junta, con la cotidiana frecuencia de borracheras, y sembrada de multitud de hechiceros y hechicerías, contrarias capitales de los ministros evangélicos ... Cultivaron este tan inculto y espinoso campo ... con tantas necesidades temporales que, en muchos años, no probaban pan ni bebían más vino que el de las Misas, guardado para esto con grande economía y trabajo« (cfr. 4.1).

»El modo de convertirlos era entrándoles primero por lo temporal, como a gente tan material ... Con esto les ganaban la voluntad; y en lo que más se empeñaban sus agasajos eran los caciques, que son sus cabezas y sus régulos. Ganaba su voluntad, los reducían a que muchos pueblecitos ... se juntasen en uno, para poderlos doctrinar ... Así estuvieron algunos años, formando algunos Pueblos entre continuos peligros de vida, entre las flechas y las ›macanas‹ de sus enemigos, y entre continuos acometimientos que levantaban los hechiceros y los malcontentos, que costaron la vida de cuatro Misioneros martirizados a sus manos ...« (cfr. 4.2). »Es menester darles de comer y vestir, habitación en qué vivir, y sementera labrada, en que no tenga el indio más que hacer que guardarla y comerla ... Todo esto es preciso hacer el 1e􏰑 año y el 2do Al tercero, ya van entrando en alguna cortesía, respeto y obediencia al Padre, y en trabajar algo en sus casas y sementeras; y así se va adelantando cada año en todo ...« (cfr. 4.4). »De manera que cada Pueblo de éstos nos cuesta, cada año, tres mil pesos o más. Y aunque después de cinco o seis años no cuesta tanto, siempre – hasta diez o doce años – en que los Indios están con el gobierno de los Guaraníes, nos cuesta no poco ...« (cfr. 5.4).

El esfuerzo económico, pues, aunque ingente, no es un fin en sí: si se leen todos estos textos, dejan la impresión de ser más bien un apoyo logístico, a la manera que un ejército necesita de este tipo de apoyo para librar sus combates.

Este capítulo – junto con el anterior, titulado Medios con que se convierten estas Naciones – es un pequeño – pero sólido y completo – tratado de conducción política, que tiende a ir dando, a los Indios, conciencia de unidad, y a ir eliminando los factores desintegrativos; y, como cuenta con el tiempo, esboza una verdadera estrategia apostólica.

5. Gobierno religioso

Entramos en el tema de la organización religiosa de estos Pueblos; y, en ella, lo primero que notamos es la importancia de lo sensible en la educación cristiana de los indios.

Las danzas y las procesiones, las representaciones, los versos y las músicas, los colores y las formas ... »todas estas cosas sirven para honesto entretenimiento en sus Pueblos ... y para que, por los ojos y con descendente deleita del alma y del cuerpo, les entren las cosas de Dios ...« (cfr. 5.3).

Además, hay un margen para la »organización libre« del mismo Pueblo: en la procesión de Corpus, por ejemplo, »barandas y arcos, y todo lo exterior de los altares, todo está lleno de hermosos y olorosos ramos y flores, y de buen número de loros, con otra variedad de hermosos pájaros y monas de varias especies, y otros animales que dan especial gracejo a los arcos con sus cantos y visajes. Llenan también todo esto con las alhajas de sus casas, que ellos estiman por ricas y preciosas ... Sus alhajas suelen ser alguna pintura de las que ellos hacen, y algún lienzo listado; y a veces suelen poner, con su sencillez, peines y jubones y calzones, si son de algún color de lana algo vistoso; por lo cual, antes de la procesión, suele dar el Cura una vuelta por todos sus adornos, para hacer quitar lo indecente, porque a ellos nada les disuena. Para esta fiesta, se previenen muchos días antes, buscando flores y fieras, para que todos rindan adoración al Señor de todos ... El Cura no entra a la dirección de la función: déjala toda a su devoción, que es mucha« (cfr. 5.4).

Notemos, como de paso, la forma sencilla con que se les enseña la existencia de otros pueblos y de otras costumbres: en las danzas, los danzantes salen vestidos »ya a lo turquesco, ya a lo asiático; con vestidos de estas naciones, con alfanjes, lanzas, saetas ...« (cfr. 5.1). »Salen, en una danza, doce danzantes ... Los dos primeros, con violines, y vestidos a la española. Los segundos, con pequeñas arpas ... y vestidos a lo persa. Los terceros, con cítaras, vestidos a la rusiana; y los demás, con guitarras, bandolas y bandurrias, y diversidad de trajes ...« (cfr. 5.2).

Finalmente, es de notar la parte que tiene, en lo devocional, la expresión militar: en la procesión de la fiesta del Patrón del Pueblo, »el Alférez Real, al empezar el Evangelio, arranca su espada, y la tiene fuertemente empuñada hasta acabarse el Evangelio, dando a entender que está dispuesto a defenderlo con su fuerza y su vida ...« (cfr. 5.5); y, »en las danzas religiosas, las milicias angélicas luchan hasta el triunfo definitivo del Señor sobre los demonios« (cfr. 5.3). Quizás en la convicción de este triunfo está la explicación del carácter tan variadamente festivo de todo el culto.

6. Costumbres cristianas

En las costumbres cristianas de los Indios, el Santo tiene un lugar importante. Aquí también la »organización libre« de este Pueblo se manifiesta en la elección del Santo – que depende de ellos –, y que »siempre llevan, en todos sus caminos, con su sacristán, que cuida de él y de su campanilla ...« (cfr. 6.2).

La vida devocional – oraciones vocales, cantos, letanías, etc. etc. – la tienen delante del Santo; »en el camino, cada tarde ponen al Santo decentemente adornado de ramos y flores: rezan delante de él todo el Rosario – siempre lle- van alguna Virgen que adornan con él –, y cantan algunas devotas coplas, de aquellas que aprendieron cuando muchachos ... Por la mañana, rezan al Santo antes de caminar, y cantan, y prosiguen su viaje ...« (6.2). »En llegando a sus Pueblos, ponen al Santo en la plaza, después de haberlo llevado en procesión por toda ella; y allí le hacen el homenaje con sus lanzas y banderas, con variedad de ceremonias, al uso militar. Luego le introducen en la Iglesia, rezan y cantan en acción de gracias, y después van a besar la mano a los Padres ... y van a sus casas« (cfr. 6.3).

»Todo esto – termina diciendo el P. Cardiel – lo hacen motu proprio, sin que asista ni lo vea el Cura ...« (cfr. 6.4): como dijimos al comienzo, junto a las organizaciones más jerárquicas – doctrina y sacramento – de las que hemos hablado en otra ocasión (4), existen las »organizaciones libres« de este Pueblo, sobre todo en lo devocional.

Notemos, finalmente, que forma parte de las costumbres cristianas el respeto a la Cruz, que se manifiesta incluso en sus deshechos (cfr. 6.4), y la singular reverencia que manifiestan ante el sacerdote (cfr. 6.5), y que demuestran en caminos y peligros en que frecuentemente andan (cfr. 6.6), reverencia y amor que se ha ganado por ser representante de Dios, y por sus afanes en bien de los Indios (cfr. 6.8).

7. Misiones para los Españoles

No hemos querido terminar esta selección de textos sin mencionar, en un párrafo aparte por lo menos, las Misiones a los Españoles, especialmente los de la Campaña.

También aquí se manifiesta la creatividad de estos Misioneros, que cambian la »organización« de las Misiones; y, de cortas paradas en los sitios donde hay población (cfr. 7.5), pasan a quedarse en sitios estratégicos, a donde vienen los que están en las chacras de los alrededores, hasta una distancia »de 8 a 10 leguas en contorno« (cfr. 7.2). Y esto, no sólo por razón del mayor fruto (cfr. 7.5), sino también porque así se da lugar al cumplimiento de las obligaciones religiosas del mismo Misionero, y aún – termina diciendo el P. Cardiel – »se conserva la salud de los Misioneros para proseguir ...« (cfr. 7.6).




Notas:

(1) Cfr. Fiorito / Lazzarini, “Un aporte de la historia a la Pastoral Popular”, Boletín de Espiritualidad 34 (1974), p. 3-4, nota 6.

(2) Ibidem, p. 20.

(3) Cfr. F. X. Arnold, »Das Gott-menschliche Prinzip der Seelsorge und die Gestaltung der | christliche Frömigkeit«, en Konzil von Chalkedon, III, p. 287-430: citado por Maertens / Frisque, Nueva guía de la Asamblea cristiana, 1971, I, p. 198, quien da otro ejemplo de la ley de la »encarnación« en pastoral: »Reduciendo a Cristo a una persona humana, el arrianismo se constituyó en guía de cuantos no toman en consideración más que al hombre para salvarlo, y transforman la Iglesia en institución humana, política o social. Reduciendo a Cristo a su naturaleza divina, el monofisismo se constituye en patrón del integrismo, despreciando muchas veces hasta la creación y la naturaleza humana, e incluso el esfuerzo del hombre.

(4) Cfr. Fiorito / Lazzarini, “Un aporte de la historia a la Pastoral Popular”, cit., p. 8-16.









Boletín de espiritualidad Nr. 37, p. 31-39.