Presentación del Boletín de Espiritualidad Nr. 39

Miguel Ángel Fiorito sj





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El presente BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD recoge el resultado de diez días de reflexión de un grupo de jesuitas que, en una etapa de su “tercera probación”, trabajaron la catequesis del “credo de nuestra fe” en un “seminario de teología pastoral” (1).

Para que esta “catequesis” que no es ni un tratado de la Trinidad, ni una Cristología, ni una Pneumatología, pudiera ser eficaz, se trató de:

a. ser fieles a la enseñanza de la Iglesia universal:

b. estar atentos al “credo” vivido por los cristianos argentinos que, en la afirmación de su fe, han sido conducidos por sus pastores a través de una trayectoria pastoral de connotaciones bien precisas.

Antes de entrar a explicitar, en este BOLETIN, aquello que hace más directamente a la doctrina del “credo”, nos parece conveniente hablar de dos cuestiones previas que se plantearon en el transcurso del “seminario”, y que ponemos aquí porque las juzgamos importantes para comprender el alcance de nuestras afirmaciones.

1. Valor de la comunicación de experiencias pastorales.

Nuestro método de trabajo, en el “seminario”, fue el de la comunicación de nuestras experiencias pastorales; y se nos planteó la cuestión de su validez.

Fluctuábamos, en un primer momento, entre el temor de convertir estos hechos de la vida en un “anecdotario”; y, por el otro lado, el de dejar de plano un modo de comenzar nuestra reflexión que sospechábamos valioso (2).

La misma reflexión nos llevó a constatar algunos criterios de validez que enunciamos de la siguiente manera.

1.1 Respecto del mismo hecho narrado.

Dedujimos que resultan válidos aquellos hechos de vida cristiana que tienen la virtud de confirmar en la fe, y así ser útiles, no sólo a quienes los oían en el momento del “seminario”, sino también a sus posteriores lectores (3). Nos parece más propio de lo sapiencial el confirmar que el ilustrar. Pero, ¿por qué estos hechos, narrados y oídos, confirman en la fe?

a. Porque se advierte en ellos una densa carga de esperanza. Desde este punto de vista, no hace falta que sean muchos los hechos narrados: para aumentar nuestra esperanza, basta la vida irrepetible de un santo.

b. Porque se advierte en ellos la fuerza de la consolidación del Cuerpo del Señor, de tal modo que tienen la virtud de afianzar nuestra pertenencia a ese Cuerpo, que es la Iglesia. Quizá porque estos hechos hacen referencia a una constante histórica, o a un único trasfondo cultural, tienen densidad corporativa en su propia individualidad: es como si asistiéramos al gesto del corazón de un pueblo, y es como si oyéramos que se nos dice nuevamente, “Hagan esto en recuerdo mío” (Lc.22, 19).

1.2 Respecto del modo de narrar los hechos.

Aquí también encontramos un lugar apto para discernir lo que es válido: hay una manera de narrar los hechos que arrima a los otros, y les da alternativa; otra, en cambio, pone distancia, rechaza, y es selectiva.

1.3 Respecto del modo de recibir los hechos narrados.

Aquí nos fue útil ver, como lo hace San Ignacio con los movimientos de espíritus, “el principio, medio y fin. . .” de la recepción de los hechos (cfr.EE.333).

De ahí en más, se registraban diversas situaciones. Por ejemplo, la cosa comenzaba bien, pero finalmente no resultaba inspiradora para una tarea pastoral más amplia. O comenzaba con nostalgia de hechos no re-editables, o más admirables que imitables, y esto no hacía bien.

2. Unidad del grupo de “seminario”.

El mandamiento del Señor, “. . .que sean uno” (|n.17, 22), fue vivido como un mandamiento que, en primer lugar, tenía razón de ser para nosotros mismos.

Es un mandamiento que necesita tiempo para ser cumplido; y, desde el primer momento del “seminario”, fue tenido en cuenta, y fuimos, a través de los conflictos, creciendo en unidad?

Experimentamos que la unidad:

+ Es una gracia.

+ Supone un mutuo afecto.

+ Deja huella: supone algo anterior, y se continúa en el futuro.

2.1 Como gracia, nació en nosotros por deseo de nuestra “cabeza”, el Padre Provincial, que nos había convocado como “cuerpo” u "órgano” vivo de nuestra Provincia. Esta gracia particularizaba otra gracia común, de dimensión más amplia: el llamado a servir a un mismo pueblo en la Iglesia y, más concretamente, en la Compañía de Jesús.

Esta gracia creció en nosotros, porque la pedimos con particular intensidad cuanto más peligraba; y se expresó no solamente en una mayor unión entre nosotros, sino en una adhesión a la “cabeza” del grupo, en primer lugar, al ya citado Padre Provincial; pero también al conductor del grupo de “seminario”, que lo era de “tercera probación”. La obediencia se nos presentó como un principio aglutinante y vertebrador, como una condición ineludible de nuestra organización religiosa: como dice San Ignacio en las Constituciones de la Compañía de Jesús, “en primer lugar, el vínculo de la obediencia…ayuda para la unión de los miembros de esta Compañía entre sí y con su cabeza… (Const.821). Las fuentes de los conflictos son muchas y variadas. No quisimos, sin embargo, resolver todos los conflictos, sino que los jerarquizamos, y sólo fuimos resolviendo los que se podían resolver (sean conflictos personales, sean conflictos grupales).

Pedimos el crecimiento y la integración del grupo como una gracia. Nos mantuvimos, como dice el Señor, “en vela y en oración” (Mt.26, 41): el estar en vela nos permitió sentir, a tiempo, donde estaban los conflictos; y, al hacer oración, sentíamos cuáles eran los que el Señor quería que resolviéramos, aquí y ahora, con su gracia.

Aún antes de conocer el conflicto, que el Señor nos revelaría, nos sentíamos salvados por El (4).

2.2 En esta “escuela del afecto” que es como San Ignacio define densamente la “tercera probación” (Const.516), sentíamos amor y confianza en los demás del grupo. Por eso nos interesábamos por ellos, queríamos relacionarnos con ellos, y sobre todo escucharlos y no sólo oírlos a ellos.

Era más lo que nos unía los Ejercicios, las Constituciones…que lo que, de momento, nos desunía: las edades, las experiencias pasadas, la formación recibida, etc.

2.3 Vimos también que la continuación de esta experiencia de unidad podía ser doble: por una parte, cada uno de nosotros sentía la responsabilidad de re-editar, la misma experiencia, en nuestros grupos y comunidades locales de trabajo apostólico; y, por la otra, nos preguntábamos cómo continuarla, los mismos que habíamos tenido esta experiencia, integrando a otros en una forma continua y progresiva.

La unidad no es la obra de una “vanguardia esclarecida”, ni de un “resto” que queda al margen de la “masa”, sino que es un "fermento” que nos penetra a todos por igual.

La unidad hay que cuidarla. La memoria de los hechos que han ido jalonando nuestra unidad sea a nivel de “patria grande” o de “patria chica”, sea a nivel de Iglesia universal, regional o local, es una fuente inagotable de perseverancia en la unidad. Pero estos hechos tienen, dentro de sí, elementos doctrinales: una manera de sentir común, de pensar en común, y de decir en común. Por tanto, la aspiración a elaborar una doctrina común no es recortar una postura ideológica más, entre otras, sino que es recoger el gesto de un cuerpo que, por ser tal, da a cada miembro la fuerza de su testimonio de cuerpo.



Por ello buscamos, en nuestro trabajo de “seminario”, la doctrina común de los cristianos argentinos, el “credo” del catecismo, de la misa dominical y de la vida de cada día.

Presentamos a continuación el resultado, al que uno de nosotros dio la redacción definitiva.

Tiene, como “credo de nuestra fe”, cinco partes: 1. Creo en Dios Padre; 2. Creo en Jesucristo; 3. Creo en el Espíritu Santo; 4. Creo en la Santa Iglesia; 5. La Virgen María, Hija, Madre y Esposa.

En cada parte, a veces se separan y a veces se dan juntos, los indicios significativos que creemos haber encontrado en el comportamiento de nuestros fieles, y nuestras sugerencias pastorales.

Hemos añadido, acá y allá, algunos testimonios de los Santos Padres: el de Cirilo de Jerusalén, a propósito de la enseñanza de la oración filial (su comentario al “Padre nuestro”); el de Ignacio de Antioquía, acerca de la fe de su pueblo en Jesucristo; el de Cirilo de Alejandría, hablando del Espíritu Santo; y, finalmente, Las once verdades, del ya citado Cirilo de Jerusalem, como compendio de “la fe de nuestros padres”.

En general, damos por separado las sugerencias catequéticas (sobre el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo) de las que hacemos sobre los mandamientos o sobre la oración. Si se tiene en cuenta lo que hemos dicho, con anterioridad, sobre los sacramentos (5), quiere decir que, con este BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD, completamos una entrega completa del catecismo tradicional, en sus cuatro partes: lo que hay que creer, lo que hay que recibir, lo que hay que practicar, y lo que hay que rezar.




Notas:

(1) Cfr. Reflexiones sobre Religiosidad popular, BOLETIN OE ESPIRITUALIDAD, n.31, pp.1—2; n.35, pp. 8—12.

(2) Un autor clásico en la Compañía de Jesús recomendaba, para alcanzar el conocimiento de sí mismo, atender a las que llamaba "frases motivas”, o expresiones decía: que uno tiene al tomar una resolución. Cfr. P.JUDDE, Oeuvres spirituelles, II, Instruction sur l'art dasecon naitre soi-méme, pp.323-326. Diríamos que lo mismo debemos hacer cuando queremos conocer a un pueblo: atender a sus frases, refranes, dichos, etc., a sus gestos y a sus ritos, pues así expresa su sabiduría de vida cristiana.

(3) Así se escribió el libro de Ejercicios: dice de él San Ignacio que, “algunas cosas que él observaba en su ánima y las encontraba útiles, le parecía que podrían ser también útiles a los otros, y así las ponía por escrito. . .” (SAN IGNACIO, Autobiografía, n. 99).

(4) Habíamos aprendido, en los Ejercicios de San Ignacio, que la revelación del propio pecado es una gracia; y, antes de pedir esa gracia (meditación del "proceso de los pecados”, EE. 55-61), San Ignacio nos hace sentirnos salvados (meditación del “primero, segundo y tercer pecado", EE. 45-53).

(5) Cfr. Reflexiones sobre la Religiosidad popular, BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD nn.31 y 35. En cierta manera, hemos también presentado el “catecismo” de nuestros misioneros en otras dos publicaciones: Un aporte de la historia a la Pastoral popular (P.FIorián Paucke), BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD n. 34; Originalidad de nuestra organización popular (P.José Cadriel), BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD n. 37.







Boletín de espiritualidad Nr. 39, p. 1-5.


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