Misiones por la campaña

Matías Crespí sj





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0. INTRODUCCION (*).

Hace poco tiempo Paulo VI nos decía: "...En los países de antigua formación cristiana, hemos de tener en cuenta de una manera especial un factor indispensable en la cuestión de la construcción de la Iglesia, y es la tradición, el trabajo realizado a través de los siglos por aquellos que nos han precedido en la edificación de la Iglesia. Nosotros somos herederos, somos continuadores de una obra precedente; debemos tener el sentido de la historia y crear en nosotros el espíritu de fidelidad humilde y afortunada, a cuanto los siglos pasados nos han trasmitido vivo y auténtico en la formación del Cuerpo místico de Cristo. Debemos defendernos de la inconsciencia del espíritu revolucionario propio de tanta gente de nuestro tiempo que todo lo ignora, o quiere ignorar el trabajo realizado por las precedentes generaciones, y cree poder iniciar la obra salvadora de la humanidad rechazando todo cuanto la experiencia - confirmada por un magisterio de coherencia y autenticidad -nos ha conservado, comenzando desde cero la empresa de una nueva civilización. Nosotros somos sabiamente conservadores y continuadores, y no debemos temer que esta doble calificación - rectamente entendida - prive a la obra actual de su vivacidad y genialidad" (1).

Estas palabras del Sumo Pontífice nos animan a presentar dos cartas del Matías Crespí, insigne misionero de nuestras tierras, muerto en la década pasada.

1. PRIMERA CARTA.

El 14 de febrero -de 1918- se empezó la primera misión, que nos la ofreció el Señor como aperitivo y mérito de las siguientes.

Tuvo lugar en un boliche., y se invitó a ella a todos los jugadores del vecindario; fue poco concurrida por ser el paraje de poco vecindario y por no estar preparada.

Nuestra morada fue un galpón, en el cual unas cuantas cañas y un poco de leña era la única separación interpuesta entre nosotros y los caballos y terneros que habitaban en la misma pieza. Nuestra cama, al menos la mía, era algo mejor que las parrillas de San Lorenzo, de hierro con cuatro bolsas por todo colchón. La habitación no tenía puerta, y la paja del techo era tan escasa, que se veían los astros todos del firmamento. Nada digamos de los ratones que andaban como Pedro por su casa, subiendo a la cama y haciéndonos ya cosquillas en los pies, ya caricias en el rostro. Los mosquitos, por su parte, no queriendo ser menos, nos ayudaban a madrugar; y si a lo dicho se añade la comida que fue de riguroso ayuno, bien se puede asegurar que el Señor nos quería dar mucho que merecer en pro de las venideras misiones.

Tienen ellas de ordinario los actos siguientes: una misa a las seis treinta y otra a las ocho; ésta explica da y seguida de un sermoncito y un poco de catecismo, a provechándose los tiempos libres para acopiar buena cosecha de matrimonios o bautismos de adultos.

Salí un día de gira de casa en casa con el objeto de regularizar los matrimonios civiles; y el que me acompañaba, hombre muy bueno, me llevó a la suya donde tenía una vieja sirvienta infiel como ellos dicen, ya la cual no había forma de hacer que se presentase, pues decía que era fea y tenía vergüenza. Por fin la bauticé, y quedó muy contenta.

La segunda misión no fue muy concurrida en los primeros días; pero luego se empezó a animar el vecindario. Viendo yo la poca concurrencia, me decidí a ir por la tarde a la estancia de un vasco, hombre muy bueno y que tenía unos veinte peones; pasé unas horas con ellos instruyéndolos; y la mañana siguiente muy temprano salí con el dueño y fuimos a casar a una persona como de hasta sesenta y tres años. Después de casados, vinieron los abrazos de los hijos y las lágrimas de padres e hijos.

En este paraje encontré una porción de mozos de muy buen corazón e inclinados a la piedad. Entre otros había uno de veintidós años, subcomisario, que me pidió por amor de Dios un crucifijo. Se lo di, y formó con él un escapulario, arregladito por él mismo; y daba gusto ver cómo lo apreciaba. Me dijo luego que quería confirmarse, pero que deseaba tener un buen padrino; eligió por tal a San José, y yo le proporcioné un personero. De la lectura de cierto librillo le vino semejante devoción al Santo.

Lo más notable fue la procesión con una cruz nueva recuerdo de la misión. Precedía una bandera nacional; se guía un joven de buena posición y no menor bondad, con el crucifijo de mis votos en la mano, al que acompañaban otros dos mozos con coronas de flores, todos a caballo; luego unos cuarenta jinetes de dos en dos; unos veinte hombres más de a pie; y por fin gran multitud de mujeres y niños. Se bendijo la cruz y un joven pronunció un discursito, y declamaron poesías dos niños.

La tercera misión fue concurrida, pero la capilla era muy pequeña y hecha de latas de petróleo, lo que nos ocasionaba un calor insoportable.

Lo más notable fue la resolución de levantar una capilla. Un vecino ofreció para ello terreno; otros ladrillos; otras maderas; y todos, su cooperación...

Supe el último día que a cuatro leguas de ahí había matrimonios para regularizar; fui allá y volví con la buena presa de cuatro parejas bendecidas.

La cuarta misión fue también concurrida, pero sólo de gente que venía para hacer bautizar; así que fue de escaso resultado. En mi gira a caza de matrimonios encontré un novio, mejor dicho, un sujeto casado civilmente; y al preguntarle dónde había sido bautizado, me contestó que era infiel todavía; le instruí, bauticé y casé, con lo que le dejé alegre como unas pascuas.

La quinta misión se dio a una legua y media de la anterior, y fue excelente y muy concurrida todos los días. A unas veinte cuadras en un monte, vivía un matrimonio ya anciano con cuatro hijos casados civilmente y dieciséis gurises infieles. Me presenté, casé las cuatro parejas, y bauticé la gurizada. Eran pobres, y en agradecímiento me quisieron regalar un pedazo de lechón asado.

Dejamos erigida una cruz de misión.

La procesión fue muy entusiasta y devota, cantando se en ella que daba gusto, vivándose a la Religión y a la Cruz. Lleváronse, como en todas las procesiones, a más de la Cruz, banderas y flores; y hubo discursos, poesías, y todos iban con el detente, en el pecho.

La sexta misión creo que fue la que más llegó en el alma de los vecinos, que concurrieron a ella con ansiedad. La dimos en un paraje llamado "Cerro Pelado". Es gente aquella inclinada a la devoción, pero su gran ignorancia los lleva a caer en supersticiones. Tienen devoción a lo que ellos llaman “Divino", que es una palomita, símbolo, según creo, del Espíritu Santo, aunque ellos no lo saben, pero lo honran con velas y procesiones, y me dijeron que aún con bailes.

Tienen también devoción al "Negriño del Pastoreo" -un pastorcito que murió con fama de muy bueno-. Cuando pierden alguna cosa, le hacen voto de un cabito de vela, o una picadita de tabaco, que ponen en la boca de un hormiguero o también un vasito de caña que luego viene de noche el "Negriño" y se lo toma solito.

Cuando muere una persona, la ponen en un gran cajón, y en él todas las cosas de su uso: ropa, zapatos, cuchillo, tabaquera, etc.etc.

El último día, como en todas partes, les expliqué la devoción al Sagrado Corazón de Jesús; y se comprometieron veintitrés hombres con tres celadores, y unas cuarenta mujeres con sus celadoras, a rezar un Padrenuestro todos los días.

La procesión fue muy linda, con dos discursos y poesía.

La séptima misión, la de Zapucay, fue notable por haber hecho en ella la primera comunión un mocito de 115 años.

En mi gira de matrimonios fui una tardecita, cuando ya oscurecía, acompañado de dos mozos y un anciano, a casar una pareja, advertido de que el hombre era muy grosero. El anciano se adelantó, le hice la propuesta, y él me mandó lejos, muy lejos, a... Llego yo, me apeo, le propongo la cosa, me ofrece mate, luego la consabida cañita y terminamos ofreciéndome él un asado; quedamos muy amigos, de lo que resultó que fuese al día siguiente a casarse.

Otro vecino a quien visité para casarlo, me contestó que él ya bautizaba a sus hijos por complacer a su mujer. Le expuse la diferencia entre el matrimonio civil y el religioso, y se convenció tanto el hombre, que ya asistió a la misión; me dio una limosna, quiso confirmarse, y no podía desprendérmelo de mi lado.

Se resolvió aquí edificar una capilla y dejamos terreno donado, 140 pesos, toda la madera y el zinc necesario, y finalmente gran entusiasmo en la gente.

La octava misión fue en Corrales, pueblo grande de unas 3.000 almas, pero muy frío, aunque fino.

Empezamos de día con los niños, y de noche atendía a los más grandes. La primera noche nos pusieron pasquines, la segunda se serenaron, y la tercera ya me escuchaban muy atentos unos 60 hombres y muchas mujeres y como 70 niños.

Tuvimos unas 50 primeras comuniones.

De allá pasamos a Rivera, para la Semana Santa. Durante ella fui preparando a dos jóvenes de 17 años, y viera usted ¡qué devotos estaban los muchachos! El uno de ellos que vivía lejos, agradecido, me regaló huevos y otras cositas; el otro, muchacho del pueblo y tenido por bastante perdido, se entusiasmó de tal suerte que comulgó varios días, y piensa seguir haciéndolo todos los domingos. Lloraba de ternura al sentirse tan contento y feliz. Más tarde volvió a visitarme, y me regaló una lata de abacaxi.

Una semana de descanso, que pude tomar por haber suspendido una misión, me vino muy bien.

Misión nona. El 7 de abril salimos para, las Minas de Cuñapiru. El señor que debía recibirnos se ausentó por enfermedad, y nos quedamos sin casa. Un vecino aprovechándose nos pedía 5 pesos diarios por el salón. Nos disponíamos a salir; medió el telegrafista y nos arreglamos. En el pueblecito había solamente leche y maíz; ni pan ni carne, ni jabón, ni galleta...una miseria espantosa. Fue nuestra cama un catre pelado, la noche estaba fría y el sueño se fue muy lejos. El día siguiente ya nos remediaron algo los vecinos: mandaron charquecitos, gallinitas, etc. etc. Eran tan pobres como piadosos; así que tuvimos siempre un lleno, comulgaron como 70, y les repartí una bolsa de galleta y un pedacito de chocolate a los que comulgaron. Tía Bernarda, a los 84 años, hizo su primera comunión, es pordiosera, y le di una limosna y se quedó la pobre muy feliz y contenta.

La décima misión fue en una pulpería, y el vecindario correspondió muy bien. Fue notable la devoción y recepción de sacramentos de parte de los mozos. Salí una tarde y casé seis parejas, y fui un rato a un velatorio de un Cruz. Consiste el tal velorio en pasar una noche velando ante una cruz que ha de colocarse en un cementerio para algún finado recién muerto, y, como los pobres no saben rezar, se contentan con velar.

Nuestra capilla en este paraje fue un galpón gallinero; y allí dormíamos, que era lo mismo que dormir al sereno… ¡Qué bueno es nuestro buen Jesús que a todo se acomoda con tal de acercarse a los hombres…

La misión undécima se dio en un paraje llamado Buena Unión. Lo más notable de ella fue el matrimonio de una viudita de 110 años con un paraguayo de 70. Hacía cerca de 30 años que vivían de compañero; les expuse su estado; se casaron y dos días después recibió la novia su primera comunión; les regalé chocolate y bizcochos e hicieron una regular fiestecita.

Se habían congregado por allá unos jugadores de oficio, peones del vecindario y otros curiosos, y al atardecer los llamé a la capilla, les hice un resumen de la misión; se confesaron todos y al día siguiente comulgaron.

La última misión de Rivera - la duodécima misión - fue en Tranqueras, pueblecito que es a la vez estación, y fue quizás la mejor de todas las misiones. Débase, sin duda, al Sagrado Corazón, pero después de El a una maestra que regenta una escuela de varones. Es señora piadosísima, un verdadero apóstol. Tiene alquilada una casa que hace las veces de capilla. Reúne a muchísima gente los domingos; enseña el catecismo y sabe infiltrar la piedad en el corazón de los niños.

Para la misión se consiguió un gran salón, que aun así resultó muy pequeño.

Hubo unas 400 comuniones, y la gente se quedó satisfecha y contentísima. En la procesión había como 500 personas. En el sermón de despedida se me ocurrió dirigirme a los niños diciéndoles que los dejaba con pena, temiendo se perdieran, y rompieron con un llanto tal que hicieron llorar a la multitud, y aun a mí me hicieron interrumpir el sermón.

Allí se regularizaron 40 matrimonios; y si me hubiera podido quedar dos días más, alcanzaran a 80. Uno de esos matrimonios fue notable por tratarse del jefe de un club liberal fundado expresamente para combatir la labor religiosa de la maestra.

Fui a casar a una pareja a domicilio; él era un pobre trabajador, joven todavía. Les hice ver su estado, la bondad de Dios que me mandaba para su bien; y se reconcilió, y luego llorando me abrazó.

Misión de Paso del Cerro. Terminadas las misiones de Rivera, nos rogaron de la estación "Paso del Cerro", de Tacuarembó, que les diéramos una misión; y lo hicimos a ruego del jefe, que es un hombre de mucha mucha fe y piedad.

Misión de más percances nunca había visto. Tuve que darla solo; llovió el primer día torrencialmente; dos familias disidentes hicieron pedazos una cruz anteriormente colocada en la cima de un elevadísimo cerro; se nos cayó la capilla. Y a pesar de todo, fue esplendidísima misión: unas 60 comuniones; casi todos los matrimonios regularizados; y esto que solían hacer profesión de liberales y que, según dicen, apedrearon a los misioneros que años atrás dieron la misión.

Terminamos la nuestra con una procesión a un cerro de 200 metros de altura, donde improvisamos una cruz. De paso fuimos al cementerio unas 70 personas; luego junto a una fuente cristalina todos amigablemente comimos, pues todos llevaban su provisión. Subimos al cerro, y antes de proceder a la bendición de la cruz, se casaron los padrinos, que sólo lo estaban civilmente; y se terminó con un discursito. Quedó el vecindario contentísimo, tanto que acudieron a despedirme como 100 personas; y poco antes de salir el tren, me regalaron con un chocolate; y al arrancar el mismo, con infinidad de cohetes.

En general, la gente está dispuesta a la piedad, pero es muy ignorante; si son malos, lo son por la gran falta de instrucción.

El resultado final y total de la gira es el que sigue: misiones 13; primeras comuniones 500; comuniones 2000, confirmaciones 700; matrimonios regularizados 148; coro del apostolado fundados 32; discursos y poesías 16; cruces erigidas 5.

Sea todo a mayor gloria de Dios y bien de los prójimos

2. SEGUNDA CARTA.

Las misiones fueron ocho (debían ser trece), pues a causa de las lluvias dejamos una en Cardal y cuatro de las de Rocha, que daremos, Dios mediante, en el próximo otoño.

Dimos la primera misión en el paraje denominado Mendoza; resulto espléndida. Empezó con la bendición de la nueva capilla, se reunió mucha gente, y la asistencia se sostuvo todos los días y aumentó hasta llegar a ser de 500 a 600 personas, muchas de las cuales recorrían una legua a pie para poder llegar al sitio de la misión. Tuvimos 700 comuniones, 400 de ellas primeras, y de éstas 350 de adultos de 17 a 50 años. Todos los matrimonios civiles que había, que eran once, se bendijeron, de modo que queda limpio el paraje de toda maleza.

La gente muy dócil. Hicimos la procesión con la imagen de San José, titular de la capilla, procesión que resultó muy concurrida y devota. Terminada ella invité a los hombres a ir en peregrinación a caballo a una cruz distante como legua y media, y se improvisó una religiosa cabalgata de 104 jinetes y 22 coches.

Abría la marcha mi Crucifijo de votos colocado en la punta de una caña cubierta de flores seguían los jinetes con coronas y palmas, o con una flor a lo menos cada uno de ellos, para colocarla en la cruz. Me prestaron el mejor caballo, y por cierto que resultó ser una fiera pues habiendo dado orden de seguir al galope se me espantó con el ruido y hubiera visto entonces, Padre mío, las cabriolas y saltos que dio para sacudirme de sí; no lo consiguió y los paisanos me felicitaban en su lenguaje : "iHabía sido gaucho el Padre!". Al pie de la cruz hablaron tres niños, y el Sr. Cura echó también un discursito.

Vinieron después los regalitos: el Sr. Cura me regaló un cáliz y un copón preciosos ambos, quedando sumamente contento, que es lo que más importa.

Al bajar del púlpito después de una conferencia que di a hombres solos, me detiene un hombre y me dice que quiere regalarme un cordero. El sujeto hacía antes gala de ser liberal, y fue el único que no quiso dar limosna para la nueva capilla, diciendo que los curas irían luego a pervertir a la gente; pero después de mi conferencia, la que titulé "Hombres de bien sin religión no puede ser", me hizo el regalo que dije., y estaba empeñadísimo en que le aceptara un chanchito. El corderito, lo mandé a Mons. Tsasa, protector del Centro.

Al despedirnos aquellos buenos paisanos, no sé cuántos abrazos nos dieron. Uno de ellos hasta llegó a arrancar de la cadena de su reloj un águila - moneda de $ 10 oro - y con su armazón y todo me la dio como recuerdo

Hice una plática sobre el librito "Llave del Cielo" y tuvo una gran aceptación; y creo que ha de ser muy de provecho, especialmente para ayudar a bien morir.

El Padre Capuchino que me acompaña es insustituible; muy buen religioso, trabajador, un alma de Dios que se gana el corazón de los paisanos, y muy obediente; es además un buen organista.

La Segunda Misión se dio en la estación Veinticinco de Agosto y a pesar de las lluvias persistentes puede calificarse de buena, pues no obstante los grandes barrizales, por la noche se llenaban la capilla de gente, y eso en un pueblecito tenido por muy liberal. Fue la misión muy provechosa. El comisario, hombre liberal, asistió dos veces y en la segunda le tocó escuchar el sermón del infierno. Traté el asunto de frente, y el pobre hombre, que estaba muy atento y cabizbajo, debió sentir una gran conmoción interna, pues al día siguiente dijo a otra persona: "Este hombre revienta el alma...sabe Dios cuánto he llorado esta noche...si oigo un sermón más o dos también yo me confieso...y eso que soy muy liberal".

La procesión la suspendimos para el próximo domingo. Ya estábamos ese día en Rodríguez, lugar de la tercera misión, distante unas tres leguas de la anterior, y el P. José, Capuchino, volvió el sábado por la noche para oír confesiones; predicó, se confesaron muchos hombres, y al día siguiente, terminada la misa, se hizo la procesión, que resultó muy hermosa y concurrida. Después de ella el Padre hubo de tomar el tren, y todo el pueblo en masa lo acompañó a la estación. Estaba de vuelta en Rodriguez a las 11, y unos 100 niños le esperaban en la estación.

Rodríguez es, un pueblecito de fama algo tenebrosa, y muy liberal, de modo que a nuestra llegada, si bien es verdad que nos esperaban unas cuantas docenas de niños con algunas catequistas, pero fuimos recibidos con bastante desdén, pues por las veredas los peluqueros y los empleados nos silbaban.

Empezamos la misión, y ya la primera noche ganamos el auditorio, que fue aumentando tanto que todo el pueblo concurría a los sermones, menos una familia y las maestras.

El comisario, muy deferente, después del sermón nos esperaba, nos daba las buenas noches, y nos hacía acompañar por un soldado.

La segunda noche supe que la maestra no dejaba ir los niños al catecismo, y desde el pulpito le di un buen palo y se puso brava. Es atea y sectaria. Le di otro palo, y se puso frenética. Le di otro y se amansó y llegó a decir que rezaba el rosario (la que antes hablaba mal del bautismo, de los sacerdotes, de la Virgen, etc.etc.); quedó vencida, y el pueblo en masa me agradeció esta victoria. Hace poco me escribían que recibió una severa lección, y que trata mejor a los niños y se calla el pico en materia de religión.

A la llegada me dijeron unas catequistas que en todas las anteriores misiones apedrearon el techo, que es de zinc, y así interrumpieron los sermones. Nada de esto hubo sin embargo. Nos dijeron también que no habría comuniones de hombres, pues los únicos que solían comulgar habían muerto. Pero se equivocaron, pues comulgaron hasta 70, y había como unos 120 confesados que no pudieron asistir a la comunión a causa de las lluvias. Para lograr este éxito me valí de unos exalumnos de los Padres Salesianos; los estimulé y pudimos conseguir tanto resultado en los hombres.

El segundo día en la misa había un joven que parece quería reírse de nosotros; le dije al vigilante que le tomara el nombre y nada más. Por la noche iba yo a hablar del pecado y comencé diciendo que en muchos pueblos hay una "mala bestia, una fiera", cuando he aquí que el joven en cuestión creyó que me refería a él, y se salió disparando, y tras él un vigilante, revólver en mano, con lo que por poco tuvimos un sainete sangriento.

La procesión de la cruz fue espléndida, pues era día domingo, y se reunió mucho vecindario. Mandé hacer ramitos de violetas, repartíamos uno a cada hombre y se lo pusieron todos al ojal, incluso unos viejos de 60 y más años; los niños con su bandera de Artigas y cantando todos: “A Dios queremos en nuestras leyes, en las escuelas y en el hogar...". Todos besamos la Cruz, y cada uno al pie de ella depositaba luego su ramito, evitando así que se quedaran vergonzantes sin besar la Cruz, y todos los niños colocaron sus banderitas cerca del mismo sagrado leño.

Para el día de nuestra partida estaba preparada una despedida en regla; con seguridad hubieran concurrido hasta unas 500 personas, pero fue un día de lluvias torrenciales. Nos dieron un banquete y por la tarde un lunch y nos regalaron una alba, amitos, purificadores, roquete, etc. Los niños tuvieron por su parte un asado, que regaló un vecino, y yo les regalé una pelota de "foot — ball" para que pudieran jugar los domingos antes del catecismo, pues fueron tan asiduos que, por ir a la misión, olvidaron el colegio, tanto que de 110 niños unos 6 sola mente iban a él.

Nos hospedamos en casa del Sr. Leoncio Marischal, famoso concertista de guitarra, hombre piadoso y tan atento con nosotros que hasta era demasiado. Así se explica que tuviera el gusto de despertarnos y de hacernos dormir al son de la guitarra.

La Cuarta Misión fue muy buena: la dimos en la estancia de un hombre muy bueno, que a los pocos días cumplió con sus deberes, quedando su familia contentísima sus hijos, que son piadosos, locos también de contento por ese triunfo de la gracia sobre su padre, y él tan lleno de satisfacción, que durante toda la gira de misiones me saludaba o me hacía saludar por teléfono todos los días.

La Quinta Misión fue en la estación La Cruz, pueblecito muy enfermo moralmente; les planté unos vejigatorios, que hicieron saltar muchas lágrimas y entrar en juicio a muchos. Concurría tanta gente y se apretaba tanto que parecía un horno; me decía el P. José, Capuchino que me acompañaba, que el armonium estaba sordo por tanto resuello.

La Sexta Misión fue en la Isla Mala, donde había mucha gente, pero hubo pocas comuniones, debido, creo, a los muchos suscriptores de "El Día” al fin se compuso algún tanto la cosa. En todas partes llego bien al alma la misión; en ésta no quedé completamente contento. El Sr. Cura D. Crisanto López, al verme tan empeñado en regularizar matrimonios, me regaló unas polainas, que yo estrené en un viaje de 16 leguas a caballo, hecho en algo más de medio día para arreglar cinco parejas.

La Séptima Misión en Tornero, unos de los parajes mejor cultivados espiritualmente; de aquí que casi todos los vecinos comulgaron.

De ésta pasamos a la última – Octava Misión, que tuvo lugar en Arias, colonia de agricultores, quienes en número de unos 300 nos esperaban a caballo para darnos la bienvenida.

Habían pedido la misión los mismos vecinos, entusiasmados por las noticias recibidas de la de Mendoza. Fue muy concurrida, hubo unas 100 comuniones primeras de adultos, esto es de los 17 a los 80 años. Un vecino (niño de primera comunión y que frisaba en los 40) me regaló un cordero, y con la aprobación del P. Rector lo dediqué al P. Kéller, en obsequio a su quincuagésimo aniversario de Compañía.

Casi todos los días de misión se reunían varios vecinos y nos obsequiaban, quién con un cordero asado, quién con un lechón, quién con tortitas, etc.

El último día unos 50 jinetes nos acompañaron como hasta mitad de camino de Florida. El Sr. Cura D. Crisanto López les tenía preparado luego, mate, vino, postre y qué se yo cuantas cosas más; comieron muy bien y se retiraron. Yo para dejarles buena boca, les repartí unos paquetitos de caramelos y santas pascuas.

El resultado de la gira total fue misiones 8; comuniones 2.402; primeras comuniones, 784; de adulto, de 17 a 70 años, 630; matrimonio 54; confirmaciones, 876; bautismo, 170; habiendo sido el más notable el del capataz de una estancia, que lo recibió a los 27 años. En las procesiones a la Cruz hubo discursos y poesías en todas. Se han erigido dos nuevas cruces, y fundado unos 30 coros del Apostolado.

El Sr. Cura de Florida quedó muy contento y regaló al Centro un hermosísimo cáliz, un copón del mismo valor y gusto, una crismera de plata y una docena de finísimos purificadores. Una señora, Doña Corina Vignoli, un anillo de oro con tres rubíes para adorno del cáliz. Las Hermanas del Huerto, un roquete finísimo, para llevar en el bolsillo.

Sea todo a mayor gloria de Dios, bien de los prójimos y provecho de nuestras almas.

Sea todo a mayor gloria de Dios, bien de los prójimos y provecho de nuestras almas.




Notas:

(*) Esta introducción ha sido escrita por el P. J. L. Lazzarini S.I.

(1) Cf. Paulo VI, Catequesis en la Audiencia del 14-7, OR (edición castellana) VIII (1976), n. 29, p. 3.









Boletín de espiritualidad Nr. 46, p. 21-34.


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