Saber dar razón de los Ejercicios

Miguel Ángel Fiorito sj y Andrés Swinnen sj





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1. La génesis del libro de los Ejercicios

La primera traducción oficial latina de los Ejercicios Espirituales – la llamada »vulgata« – después de trascribir la aprobación pontificia de Paulo III, recapitula, en un »prefacio« atribuido al P. Polanco, el origen de los Ejercicios en una frase que, años después, fue incluida en el Directorio oficial de 1599:

Ignacio – nos dice – ha escrito estos ... ejercicios espirituales enseñando, no tanto de los libros, cuanto de la unción del Espíritu santo, y de la experiencia interior y del trato con las ánimas ... (MExercitia: 79 y MDirectoria: 568).

Lo primero que ante este testimonio se nos ocurre preguntarnos es la relación entre estas tres »fuentes« del libro de los Ejercicios: Espíritu santo, experiencia personal, trato con las ánimas. Y la respuesta parece obvia: el Espíritu santo está siempre actuando y, por tanto, si algún sentido tiene aquí mencionar su »unción« además de la experiencia en uno mismo y en los otros, es porque con ella se quiere indicar, como »fuente« de los Ejercicios, una experiencia personal peculiar.

Es lo que también han pensado todos los historiadores que han estudiado especialmente la »génesis« del libro de los Ejercicios. Ponen de común acuerdo la fuente principal de los Ejercicios en la eximia ilustración que el Santo tuvo – al parecer, hacia agosto del año 1522 – a orillas del río Cardoner, en las afueras de Manresa (1).

Hasta ese momento, ni los preciosos libros de Loyola – el Vita Christi y un libro de la vida de los Santos en »romance« (cfr. Autobiografía, 5), ni el Ejercitatorio de Cisneros – que parece haber conocido en Monserrat a través de su confesor Dom Chanon (2) – ni los confesores con quienes había tratado, le pudieron dar la sabiduría espiritual que manifiesta en su libro de los Ejercicios.

En ese momento – nos dice el mismo san Ignacio en su Autobiografía, 30 –

... se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión (sensible), sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales como de cosas de fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande que le parecían todas las cosas nuevas. Y no se puede declarar los particulares que entendió entonces, aunque fueron muchos, sino que recibió una gran claridad en el entendimiento; de manera que en todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo [2] todas cuantas ayudas haya tenido de Dios y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las junte todas en uno, no le parece haber alcanzado tanto como de aquella sola vez.

Después de esta experiencia extraordinaria – o, como decía Polanco, unción – del Espíritu, hizo san Ignacio la experiencia personal de los Ejercicios, haciéndolos por primera vez en una cueva de Manresa. Entonces – como dice el mismo Polanco en otro testimonio –

... entre otras cosas que le enseñó Aquel que »enseña al hombre la ciencia«, en este año (que estuvo en Manresa, le enseñó) ... las meditaciones que llamamos Ejercicios Espirituales y el modo de ellas ... (cfr. FN I: 163, n. 24).

Y después de haber hecho los Ejercicios él mismo, comienza a darla a otros (3); y, para ayudarse en esta tarea apostólica, comienza a escribir el libro que será el de los Ejercicios. Por eso pudo decir, al término de su vida – y respondiendo a una pregunta del P. Cámara sobre los Ejercicios – »... que los Ejercicios no los había hecho –es decir, escrito – todos de una sola vez, sino que, algunas cosas que él observaba en su ánima y las encontraba útiles, le parecía que podían ser útiles a otros, y así las ponía por escrito ...« (Autobiografía, 99). Escribe sin embargo los Ejercicios, no para darlos a modo de lectura espiritual, sino para que le ayuden a él mismo a modo de manual práctico en la dirección de aquellos a los que hará recorrer los caminos por él andados (4).

Esta experiencia con otros se multiplica durante sus estudios; y en París los da a gran número de personas de profunda cultura y fuerte personalidad espiritual, como un Dr. Castro, un Pedro Fabro, un Diego Laynez, un Francisco Javier ... Las fuentes documentales señalan expresamente este uso y experiencia en el trato con las ánimas como elemento principal en el progreso y perfeccionamiento de los Ejercicios después de su experiencia personal en Manresa.

Así se llega, en París, a la llamada »versio prima«, primera traducción latina del libro de los Ejercicios, alrededor de 1535 (5).




Y ¿por qué nos hemos detenido en señalar la importancia que tuvo, en la redacción definitiva de los Ejercicios, además de la unción – extraordinaria – del Espíritu, la práctica de los Ejercicios en el mismo san Ignacio y en los otros a quienes se los dio?

Porque, muchos años después, en las Constituciones de la Compañía de Jesús, pensando en la formación de los jesuitas como futuros »directores« de Ejercicios – y pensando sin duda también en su propia experiencia – san Ignacio dirá que

... en dar los Ejercicios a otros, después de haberlos en sí probados, se tome uso ... de esta [3] arma pues se ve que Dios nuestro Señor la hace tan eficaz para su servicio (Const. [408]).

Este texto legislativo confirma, en parte, lo que acabamos de decir de la experiencia de san Ignacio; y decimos en parte porque no menciona »la unción del Espíritu« de la que hablaba Polanco, y que vimos corresponder, en san Ignacio, a la eximia ilustración del Cardoner.

San Ignacio habla en las Constituciones – y también en las cartas de dirección y de gobierno – de »la unción del Espíritu« (6); pero no a propósito específicamente de los Ejercicios Espirituales, aunque sí hablando más en general de la discreción y prudencia espiritual.

Así, en la Parte II, hablando de la admisión de candidatos a la Compañía y de sus dones internos y externos, dice que

... la medida que en todo debe tenerse, la unción santa de la Divina Sapiencia la enseñará a los que tienen cargo de ello ... (Const. [161]).

Y en la Parte IV, hablando de la formación de los jesuitas para el apostolado de la conversación, dice que

... esto (de prever los inconvenientes y las ventajas en las conversaciones) sola la unción del Espíritu santo puede enseñarlo ... (aunque) puédese abrir el camino con algunos avisos que ayuden y dispongan para el efecto que ha de hacer la gracia divina« (Const. [414]).

Y en la Parte VII, hablando de las »misiones« apostólicas en general, dice que

... la Suma Providencia y dirección del Espíritu santo [es] ... la que eficazmente ha de acertar en todo y enviar a cada parte los que más convengan ... (Const. [624]).

Hablando mucho más en general, diríamos que la importancia de la unción del Espíritu en cualquier actividad del jesuita, la expresa san Ignacio cuando, en la Parte X dice que

... los medios que juntan el instrumento con Dios y lo disponen para que se rija bien de su divina mano, son más eficaces que los que le disponen para con los hombres ... porque aquellos – medios – interiores son los que han de dar eficacia a estos exteriores para el fin que se pretende (Const. [813]).

Y la razón última de esta afirmación es – como ha dicho poco más arriba – que

... la Compañía, que no ha sido instituida con medios humanos, no puede conservarse ni aumentarse con ellos, sino con la mano omnipotente de Cristo Dios y Señor nuestro ... (y por tanto) es menester en Él solo poner la esperanza ... (Const. [812]; cfr. Const. [134]) (7).

Ahora bien, esta unción del Espíritu no es, en ninguno de estos textos de las Constituciones, una experiencia »extraordinaria« como lo fue, para el mismo san Ignacio, la eximia ilustración del Cardoner muy al comienzo de su vida espiritual. Por eso habla de esta »unción« – como decimos, ordinaria – en varias de sus »instrucciones«, escritas para jesuitas en »misión« apostólica (8).

En otros términos, aunque la unción del Espíritu es necesaria para la discreción – y por tanto para »dirigir« Ejercicios, todos ellos orientados a una »sana y buena elección« (EE [175], [178], [184]) –, no es necesaria en forma extraordinaria: san Ignacio, por providencia especial, la tuvo en esa forma junto al Cardoner, pero nosotros no debemos pretender tanto.

Nos basta, para dar los Ejercicios, la unción del Espíritu que consiste ordinariamente – como decía Nadal (cfr. MNadal IV: 669) – en tener »... tal devoción en darlos, y ... (tales) sentimientos espirituales que de la abundancia ... de la devoción y del sentimiento en Jesucristo, aunque tenga(mos) que hablar brevemente (cfr. EE [2]), (se) pueda imprimir gran fuerza en aquel a quien se instruye« en los Ejercicios (9).

2. El estudio en la genesis de los Ejercicios

Hemos hablado hasta el momento de las tres fuentes principales que señala Polanco, en el texto arriba citado, al explicar el origen o génesis de los Ejercicios: la unción del Espíritu – que san Ignacio tuvo en forma extraordinaria, en el Cardoner –, la experiencia personal de los Ejercicios, y la experiencia de los mismos en otros.

Pero Polanco dice, además, que san Ignacio también usó de los libros, aunque »... no tanto ... cuanto de la unción del Espíritu santo, y de la experiencia interior y del trato con las ánimas« (MExercitia: 79 y MDirectoria: 568).

Más claro es al respecto otro de los contemporáneos de san Ignacio: el P. Nadal nos dice taxativamente que »... Ignacio usó los libros y consultó toda la teología (de su tiempo), por lo menos cuando se decidió a publicar sus Ejercicios, para que aquello que había recibido más bien por divina inspiración que por los libros, se viera confirmado por los libros, por los teólogos y por las Sagradas Escrituras« (10).

No hemos sin embargo de pensar que san Ignacio usó los libros como hoy en día los usamos nosotros. No. Se pueden encontrar palabras y aún frases enteras del libro de los Ejercicios en libros de su tiempo (11); pero todo lo que pasa a este libro es gustado, experimentado, vivido previamente por san Ignacio.

Hay, en otros términos, una amalgama tal de experiencia espiritual y de influjo de sus lecturas de »libros ... teólogos y ... Sagradas Escrituras« que ya no es posible separar un elemento de otro: a lo más, podremos hacer conjeturas al respecto (12).

Pero ahora nos interesa, no tanto separar un elemento de otro, dentro de los Ejercicios, cuanto ver la importancia que san Ignacio atribuyó al estudio, cuando pensó en la formación de los jesuitas en el difícil »arte« de dar Ejercicios.

En el texto legislativo que citamos poco antes, san Ignacio habla del estudio; pero lo hace a su manera, explicando a qué tipo de »estudio« se refiere(13).

El texto pertenece a la Parte IV de las Constituciones, en su capítulo 8, donde trata específicamente de »instruir a los Escolares en los medios de ayudar a sus prójimos«. Dice así, al referirse al medio – o arma – de los Ejercicios Espirituales:

En dar los Ejercicios Espirituales a otros, después de haberlos en sí (mismos) probados, se tome uso; y cada uno sepa dar razón de ellos y ayudarse de esta arma, pues se ve que Dios nuestro Señor la hace tan eficaz para su servicio (Const. [408]).

Podrían comenzar a dar los Ejercicios a algunos con quienes se aventurase menos, y conferir con alguno más experto su modo de proceder, notando bien lo que se halla más y menos conveniente. Y el dar razón sea de modo que no solamente se dé satisfacción a los otros, pero aún se (los) mueva ... a desear de ayudarse de ellos. Y no se den generalmente sino los de la Primera semana, y aún cuando todos se dieren, sea a personas raras, o que quieran determinar del estado de su vida (Const. [409]).

Consideramos muy importantes estos dos textos de las Constituciones – el uno, »constitución« propiamente dicha; y el otro »declaración« de la misma –; y por eso los vamos a comentar detenidamente.

Distinguimos, en la »constitución« – primer texto citado – tres consejos que, por su orden, serían los siguientes: haberlos probado en uno mismo, darlos a otros, y finalmente saber »... dar razón de ellos ...«.

Corresponden a la experiencia de san Ignacio: también éste primero hizo él mismo los Ejercicios; luego, los dio a otros; y finalmente, al menos – como decía Nadal – »cuando se decidió a publicar los Ejercicios«, recurrió a los libros »para que aquello que había recibido más bien por divina inspiración ... se viera confirmado por los libros, por los teólogos y por las Sagradas Escrituras«.

Veamos ahora, uno por uno, estos tres consejos.

3. »Haberlos en sí probados«, los Ejercicios

Los Ejercicios son una de las seis experiencias principales; más exactamente, la primera que san Ignacio establece, en las Constituciones, para todo jesuita. Como dice en el Examen, »la primera (experiencia principal) es haciendo Ejercicios Espirituales por un mes poco más o menos ... como en el Señor nuestro será enseñado« (Const. [65]) (14).

Por el tiempo que duran estos Ejercicios primeros – »un mes poco más o menos« – se trata de los Ejercicios completos y en completa soledad (cfr. EE [4] y [20]).

La práctica pues de los Ejercicios completos es algo propio de todo jesuita. Y esto no es sólo »ley« sino también »historia«: todos los primeros »compañeros« de Ignacio – excepto Simón Rodrigues, que no pudo hacerlos en completa soledad y con completa entrega a ellos – dejaron su morada habitual, e interrumpieron sus estudios – en París – durante treinta días (15).

Y lo hicieron intensamente: se nota no sólo en la prontitud y constancia con que siguieron la voz de Dios, cuando entendieron que Él quería que lo siguieran en una vida de pobreza y de trabajos apostólicos, sino también en la penitencia con que maltrataron su cuerpo: »... el que menos abstinencia hizo, estuvo tres días sin comer ni beber cosa ninguna ...« (cfr. FN I: 704-705).

Javier, »... ultra de su penitencia grande ... (como) era en la isla de París uno de los mayores saltadores, se ató todo el cuerpo y las piernas con una cuerda recia; y así atado, sin poderse mover, hacía las meditaciones« (ibidem).

Fabro estuvo »... seis días naturales que no comía ninguna cosa y que dormía en camisa sobre las barras que le trajeron para hacer fuego, el cual nunca había hecho; y las meditaciones las hacía sobre la nieve ...« (ibidem).

Laynez – según escribe Rivadeneira – estuvo tres días sin probar bocado; otros quince días comió pan y agua; traía cilicio; disciplinábase muchas veces, etc. etc.

Por eso san Ignacio, hablando – ya General de la Compañía – de los Ejercicios hechos por sus primeros »compañeros«, le decía a Cámara:

... ahora ya no valía nada (lo que se hacía en Ejercicios), hablando del rigor con que se daban los Ejercicios al principio; que entonces ninguno los hacía que no estuviese algunos días sin comer – sin que nadie con todo se lo persuadiese – ...« (ibidem).

4. Tomar »... uso en dar los Ejercicios a otros«

O sea, acostumbrarse a dar los Ejercicios a otros.

Más adelante san Ignacio da dos razones en apoyo de esta práctica: »... para ejercicio de ellos mismos (en especial cuando están por terminar sus estudios) ... (y) por el fruto de los otros ...« (Const. [437]).

Ambas razones van juntas en uno que se prepara para una vocación apostólica como la de la Compañía (Const. [307]); pero la segunda razón, si se la busca indiscretamente en tiempo de estudios, puede hacer peligrar el objetivo de ese tiempo de formación, como de hecho lo experimentó varias veces san Ignacio (16).

Parece, sin embargo, que ese peligro no se dio entre los estudiantes del tiempo de san Ignacio: bajo ciertas condiciones – que las mismas Constituciones indican – dieron entonces Ejercicios o, al menos, ayudan a darlos.

Es interesante lo que al respecto nos enseña la historia (17). Con la muerte, en 1546, del beato Fabro, y con el comienzo del Concilio de Trento – que interrumpió las correrías apostólicas de Jayo, de Salmerón y sobre todo de Laynez –, terminaron sus actividades los primeros caminantes apostólicos de la Compañía, que fueron a la vez los primeros difusores de los Ejercicios Espirituales.

Pero ya hacia 1542 y 1543, parten de Roma nuevos »apóstoles« que se reparten por Europa: los estudiantes jesuitas de la primera generación. Hasta ese momento, todo el movimiento de Ejercicios giraba alrededor de una persona ilustre; ahora en cambio el movimiento se efectúa alrededor de una casa. Hay, es verdad, hombres eminentes todavía; pero los Ejercicios están enraizados en un centro, y los dan también – o al menos ayudan a darlos – jóvenes estudiantes.

El primer centro de esta índole fue París: aunque el primer grupo de Estudiantes de la Compañía llegó allí ya en 1540, el apostolado de los Ejercicios no empieza hasta 1541, con la venida del P. Doménech, que descollará pronto entre los promotores de esta obra (18). Lástima que siendo bastante reducido el local de que disponían, no diera abasto para todos los que deseaban hacerlos; y que, siendo estudiantes quienes los daban – lo era también, Doménech –, se veían muy limitados en este apostolado.

En Coimbra los comienzos fueron más modestos. En 1544 llega F. de Estrada; pero éste ya había decidido dejar casi todos los ministerios para darse a los estudios. En 1545 la visita de Fabro enfervoriza a aquellos jóvenes. Estrada sale de su vida retirada, y con esto aumenta el número de ejercitantes en ese centro de estudios.

En Alcalá, en los años anteriores a 1547, el escolasticado jesuita no fue ningún centro floreciente: demasiadas angustias materiales y demasiada miseria le oprimían como para poder darse el lujo de admitir muchos ejercitantes en casa (19).

En 1542 se establece en Lovaina un grupo de españoles y flamencos, capitaneados por Doménech, que llegan allí expulsados de París en la cuarta guerra entre Carlos V de España y Francisco I de Francia, por ser súbditos del Emperador. Lovaina fue, en estos primeros años, bajo el rectorado de F. de Estrada, un centro importante de Ejercicios. El sucesor de éste, Wischaven, dio Ejercicios a no pocos; pero sobre todo descolló en infundir su espíritu por medio de la dirección espiritual.

Algo más tarde se establecen los jesuitas en Valencia. Viene de Rector un gran entusiasta de los Ejercicios, el P. Diego Mirón. Los Estudiantes, sacrificando recreos y descanso, se ejercitaron en dar Ejercicios, aunque no tanto como deseaban. En 1546, con la visita del P. Fabro, los Ejercicios en Valencia cobraron nuevo impulso.

En Alemania, en terreno fecundado por Fabro, se abrió otro centro en Colonia. Hasta 1544, pasan mil privaciones; y ese año deben soportar una violenta tempestad desencadenada contra ellos. En tales circunstancias apenas podían pensar en dar Ejercicios. Pero, en 1545, cambia el panorama. Pasa Bobadilla por la ciudad. Su estancia, junto con la de Canisio, »de gran esperanza« en opinión de Bobadilla, fue de gran provecho para la causa de los Ejercicios.

También en Italia hubo un Escolasticado ya en 1542, en Padua. Aquí, al contrario que en los centros anteriores, en los años 1549 y 1550, todos eran – incluso el Rector – todavía estudiantes. Pero la pequeñez del número, y la mala salud que padecía la mayoría de ellos, hizo que la actividad de los Ejercicios fuera muy restringida.

Resumiendo, diríamos que »ante todo llama la atención que se diesen los Ejercicios absolutamente en todos los siete Escolasticados existentes (si se cuenta Gandía, que era además colegio – o mejor, Universidad –, serían ocho los Escolasticados donde se daban Ejercicios desde un comienzo). En algunos florecieron más, como en París, Lovaina y Valencia. Pero, poco o mucho, en todas partes se halló clima propicio ...; significativo hecho que evidencia la alta estima que anidaba en el pecho de aquella primera generación de Estudiantes en formación« respecto de los Ejercicios.

Podríamos decir incluso que,

Precisamente porque estaban ocupados con los estudios, tomaron este ministerio. Los Ejercicios ... no exigían la preparación que requerían (entonces) los sermones; y llevaban muy poco tiempo, que fácilmente podían sacarlo, sacrificando el recreo y el descanso. Tan sólo una visita diaria al ejercitante, de una hora u hora y media. Tanto más que en aquellas pobres y reducidas casas apenas si disponían de sitio para solazarse, siendo este cambio de ocupación en aquella dura vida un descanso ...

Sin duda contribuyó a esta extensión (del apostolado de los Ejercicios) el que estudiantes tan entusiastas de la nueva práctica, como Estrada y Mirón, recorrieran varios Escolasticados. Pero creemos que se da una razón más profunda. Es demasiado regular y general la práctica como para que se pueda atribuir al celo y entusiasmo de dos o tres sujetos. Sobre todo en cosa que exigía no pequeño sacrificio. Esta extensión y universalidad están hablando de una tradición que, santamente conservada y ejecutada, va pasando de casa en casa para ponerse en ejecución en la nueva morada.

Lo interesante es que esta tradición se unifica si se observa que todos los Escolasticados que se han ido formando, en parte al menos, se forman con jesuitas Estudiantes venidos de Roma y que habían recibido los principios de formación del mismo san Ignacio. No hay más que una excepción: Colonia, donde comienzan algunos ganados principalmente por el beato Fabro.

Esta costumbre, pues, en último término sube hasta las fuentes purísimas de Roma. No se olvide además que la mayoría de los datos los conocemos por cartas escritas, por los Estudiantes que dirigían los Ejercicios, al mismo san Ignacio. Este nunca desaprobó tal práctica, y Polanco, en su Chronicon, al recoger el eco de san Ignacio y escribir con criterio romano, siempre consigna este hecho en plan de alabanza y de estima del recto celo que desplegaban. Así pues, aún en el caso de que tal práctica hubiera brotado por el impulso de los inferiores, llevaban la aprobación, al menos tácita, del Fundador. Se conserva una información, enviada a los bienhechores, en que una de las razones que se da para que vean la utilidad de los Escolasticados y se muevan a ayudarlos, es que los Escolares promueven y dan los Ejercicios Espirituales ...

San Ignacio, en su época de estudiante, dio Ejercicios (20). No es de extrañar que aquellos primeros hijos, tan ansiosos de imitar en todo al Santo Fundador, tratasen de asemejarse a él aún en el empeño de difundirlos y de darlos siempre que se les ofrecía ocasión (21).




Esta fue la actividad desarrollada por la primera generación de estudiantes jesuitas en favor de la difusión de la practica de los Ejercicios Espirituales: así cumplieron por anticipado el consejo de san Ignacio en las Constituciones, de tomar »... uso ... en dar los Ejercicios, a otros, después de haberlos en sí (mismos) probados« (Const. [408]).

Los caminantes apostólicos difundían a voleo los Ejercicios por Europa: su actividad era fecunda, pero más bien personal y transitoria (22). Los Estudiantes, por el contrario, fijos en su puesto, fueron poco a poco formando un ambiente y una tradición en torno al centro donde estudiaban y trabajaban, que siguió perdurando aún cuando sus primeros moradores iban desapareciendo.

Al principio, en la época que acabamos de tratar, pudieron hacer relativamente poco. Eran simples Estudiantes, y las casas simples Estudiantados. Toda su actividad tenía que estar condicionada a los estudios. Imposible pensar en una actividad fija y métodica.

Pero hacia 1548 y 1549 cambian totalmente las circunstancias. Comienza a haber, además de Estudiantes, un Padre no estudiante – ordinariamente el superior – libre para darse al apostolado directo ... El paso se hizo paulatinamente. Se debió principalmente al continuo aumento de Escolares que han acabando sus estudios, y a las diversas personas que fueron entrando ya plenamente formados, como Olave y Nadal. En varios sitios es difícil determinar cuándo se realizó el cambio ... Pero se puede decir que hacia 1548 era lo normal que hubiese, en cada Escolasticado, un Padre no estudiante dedicado de lleno a los negocios domésticos y al apostolado externo. Con este cambio, aumenta considerablemente el número de ejercitantes, y sobre todo se observa mayor regularidad y normalidad en darlos(23).

El primer centro donde ya asoman los primeros síntomas de esta evolución [10] es el Escolasticado de Bolonia: en el año 1546, los Escolares nuevos van allí acompañados del P. Doménech, que permanece en calidad de Rector. Doménech, uno de los principales apóstoles de los Ejercicios – acabamos de hablar de él, en la anterior etapa –, no sólo dio Ejercicios a jóvenes distinguidos, sino que extendió su radio de acción a las señoras de la ciudad, cosa que no hicieron nunca – que sepamos – los jesuitas estudiantes.

Doménech es sustituido por el P. Broët, que fue hasta 1551 el extraordinario apóstol de los Ejercicios en Bolonia. Tendió éste más a la extensión que a la intensidad en el uso del nuevo método – y lo mismo veremos que hizo en otros lados –. Daba preferentemente los Ejercicios de la »primera semana« (cfr. EE [18] y Const. [649]) y entre sus ejercitantes se encontraban ordinariamente mujeres.

Dos elementos contribuyeron notablemente a fecundar la actividad de Broët: su incansable laboriosidad, y el carácter tan apto para entrar con los prójimos. Alma sencilla y candorosa, a quien por la inocencia que reflejaba todo su ser acostumbraba llamar san Ignacio el »ángel de la Compañía«, triunfaba plenamente en el trato íntimo con las personas. Su carácter tiene no pocos puntos de contacto con el beato Fabro.

La conmoción provocada en Bolonia por Broët fue verdaderamente extraordinaria. No penetró en todas las capas de la sociedad – como lo hicieron Fabro y Laynez en Parma –, sino más bien se limitó al elemento aristocrático y burgués medio, a sacerdotes y a religiosas; pero, dentro de este sector y a través de él, ejerció un influjo no despreciable.

Trasladémonos ahora a Colonia. Kessel, a pesar de ser sacerdote, es en esta época todavía estudiante. El carácter de Kessel tenía no pocos puntos de contacto con el de Broët. Más ardiente y enérgico que él, obsérvase con todo un fondo igual de timidez, prudencia, suavidad y capacidad de trabajo. Kessel tenía el don de atraer a los demás.

Entre los ejercitantes de Kessel, aunque no falten varones doctos y sacerdotes, predomina el elemento estudiantil. Su obsesión era ganar muchas vocaciones para la Compañía. Para conseguirlo más fácilmente, mantenía en casa – desde 1546 – algunos estudiantes, que pronto subieron al número de catorce, admitiendo a esta especie de »internado« sólo a los que parecían aptos para la Compañía.

No hay carta de Kessel a san Ignacio en que no hable de alguno o de algunos que deseaban entrar jesuitas. Dios premió sus esfuerzos concediéndole selectas y abundantes vocaciones, mereciendo ser por ello apellidado »el padre de muchos pueblos«.

Hasta 1556 sigue la misma índole de ejercitantes en Colonia, y por lo que se puede apreciar el mismo número, dos o tres. Una clara prueba de que la [11] dificultad era la falta de local es que, apenas se marcha uno de los estudiantes, inmediatamente ocupa su cuarto un ejercitante.

Habíamos dejado en París a los pobres estudiantes viviendo en un ambiente bastante hostil. Todavía en 1549 se encontraban sin casa propia, y tenían que vivir en el Colegio de los Lombardos, mezclados con los demás alumnos, disimulando su condición de religiosos.

París es un ejemplo típico de cómo, en medio de toda clase de dificultades, sin apenas medios materiales, se llegó a un gran florecimiento en el apostolado de los Ejercicios. Es que París fue el lugar donde trabajaron dos de los grandes apóstoles del nuevo método espiritual ignaciano: primero, J. B. Viola, y después, desde 1552, el P. Broët.

Mientras estuvieron escondidos en el Colegio de los Lombardos, no podían pensar en tener ejercitantes en casa. No se desanimaban por ello: en su pobreza, ahorraban algo, y se arreglaban para alquilar algunos cuartos en una pequeña casa cerca de San Víctor, que siempre se encontraba llena de ejercitantes, casi todos ellos, en los primeros años, estudiantes de la Universidad.

En 1550 se trasladan al Colegio de Clermont. Desde entonces no faltan doctores, sacerdotes y gente principal, que acuden a gustar los Ejercicios. Pero siempre – todavía – en minoría. En el año 1552 pasan largos períodos sin recibir limosnas. En estas circunstancias, decide san Ignacio retirar a Viola – éste, melancólico o inquieto, angustiado por la extrema miseria y soledad en que se encontraba, no supo sacar a flote, en la borrasca de París, a la navecilla de la Compañía, a pesar de sus innegables dotes de gobierno – y envía a París al francés Broët, esperando que por su nacionalidad fuera mejor recibido, y que con su prudencia y suave trato sería el hombre apto para vencer aquella aguda crisis.

Ya conocemos a este apóstol de los Ejercicios. En París no los dio al elemento femenino como en Bolonia, sino al estudiantil, como en Siena. Los estudiantes de la Universidad eran los mejores amigos de aquellos cuatro o cinco pobres Estudiantes jesuitas del Colegio de Clermont.

Para apreciar en su justo valor el trabajo del infatigable P. Broët, hay que tener en cuenta que fue durante bastante tiempo el único sacerdote jesuita en todo París.

En Valencia corrían vientos más favorables. Ya hablamos de la actividad del estudiante Mirón en su ciudad natal: en 1548, de discípulo se convierte en profesor. Parecía que Mirón, ya plenamente formado, debería multiplicar más todavía su actividad en pro de los Ejercicios. Sin embargo, sucedió todo lo contrario.

El que hizo de Valencia un centro de Ejercicios de primer orden no superado en aquellos años sino por el Escolasticado de Alcalá, fue el P. Doménech, a pesar de que su venida se debió principalmente a diversos problemas de índo- le más bien económica. El tiempo que demoró allí fue breve: de abril de 1551 a agosto de 1552. Pero este corto período fue fecundo para la causa de los Ejercicios. Dentro de casa, los cuartos resultaban insuficientes para satisfacer a las numerosas peticiones que recibían, incluso de otras ciudades.

Hay un Escolasticado que todavía sobrepuja, en mucho, en número de ejercitantes a todos los ya enumerados: es el Escolasticado de Alcalá.

Como ya vimos antes, en los primeros años de este Escolasticado tuvo Villanueva que luchar demasiado con las adversas circunstancias externas.

En 1548, dos ilustres jesuitas vinieron a sacar a Villanueva de su aislamiento, y a ponerlo en contacto con las personas más granadas de la ciudad: Araoz y Estrada, conmoviendo a la población con sus conversaciones, atrajeron a aquella pequeña casa alquilada gran número de personas. Una vez establecido el contacto, el trato extraordinario de Villanueva hizo el resto. El florecimiento extraordinario de los Ejercicios fue obra personal suya, en la que intervino su extraordinaria personalidad y su increíble celo por el método ignaciano. Dado que la persona de Villanueva es la clave del movimiento de Ejercicios en Alcalá, nos parece necesario extendernos un poco en la descripción de la formación que recibió.

San Ignacio lo ejercitó de modo particular en la abnegación; y como le dijeran que estaba muy afligido con la carga que tenía (cocinero, despensero y despertador, todo a un tiempo), dicen que san Ignacio respondió: »Dejadle, que lo vence todo junto« (24). Villanueva, a su vez, en aquel trato íntimo con san Ignacio, comenzó a estimarlo y a amarlo profundamente, estima y amor que no hicieron más que acrecentarse en el resto de su vida. Este espíritu de san Ignacio, imbuido en su trato con él y llevado a la práctica en las humillaciones y trabajos en que le puso el Santo; unos Ejercicios, hechos bajo la dirección de uno de los mejores directores – a juicio de san Ignacio –, el P. Salmerón; algunos avisos que parece le dio el Dr Ortiz sobre el modo de dar Ejercicios Espirituales (25); la visita del beato Fabro y el trato con él: ésta fue la preparación que llevaba Villanueva a Alcalá para su oficio de director de Ejercicios.

Lo característico de Villanueva es que poseía un don peculiar de Dios para dirigir al ejercitante en la elección de estado. El número verdaderamente extraordinario de universitarios escogidos que entraron en la Compañía de Jesús y en otras diversas Ordenes – según un testimonio, ciento cuarenta y cuatro sujetos para la Compañía, y muchos otros en otras religiones – es una prueba de su arte de dirección. Se podría sospechar que él los impelía a ello. Nada más falso: Villanueva exponía los motivos verdaderos que debían guiar toda elección, explicaba los modos de hacerla discretamente; pero les dejaba completa libertad, sin entrar en el campo de sus conciencias. Lo único que hacía Villanueva era ayudar y dirigir a realizar sus santos deseos a aquellos a quienes Dios concedía la vocación.

Villanueva había sido preparado como pocos por Dios para este delicado y crítico momento de la elección: mientras hacía sus Ejercicios en Roma – dirigido, como dijimos, por Salmerón –, experimentó en sí fuertes sacudidas, y se encontró sumergido en un océano de oscuridades y temores. Dice así en una carta, recordando esos momentos:

... experimenté, cuando el Señor fue servido de darme una centella de más luz ... tantos temores, tantas rebeliones, que todo de pies a cabeza me hallaba lleno de obstrucciones y de dureza de amor propio; y como no podía deshacerlas, mi negocio era buscar algún medio cómo responder a Dios, y no descontentar a Eva, siquiera por herencia. Unas veces me determinaba a peregrinación toda la vida, otra a servir en hospitales; y con parecerme que estaba dispuesto a muchos trabajos por Cristo, cuando quería saltar del arroyo de la libertad al paraíso terrenal de la obediencia, hallaba allí un sinnúmero de rebeliones que me detenían, lo cual bien examinado entendí se remediaba con disponerme a morir por Aquel que murió por mí en cruz (26).

Este es el hombre que comienza en Alcalá, como decíamos poco más arriba, el movimiento de Ejercicios. Poco a poco va aumentando aquí el número de personas que hacen Ejercicios. Y en 1550 comienza a notarse – como dice el mismo Villanueva – la falta absoluta de personal y de sitio para tantos como desean hacerlos.

Ha sido menester esta cuaresma – escribe Villanueva a san Ignacio – recogerse los hermanos estudiantes, estrechándose en una cámara por satisfacer a algunos de los que en Ejercicios se deseaban aprovechar ... y así acaeció estar cinco en Ejercicios, y siete de los estudiantes en una cámara o aposento juntos (EMixt. II: 388-389).

Y más adelante ni aún este remedio alcanza: en abril de 1554, por ejemplo, había más de veinte que esperaban desde hacía tiempo, y los cuartos disponibles – con el recurso acostumbrado de juntar a todos los estudiantes en una sola cámara – se encontraban todos llenos.




Así es cómo, ya en tiempo de san Ignacio, los Estudiantes tomaban »... uso en dar los Ejercicios«; y los Escolasticados eran verdaderas »casas« de Ejercicios. Pero san Ignacio, en el texto citado de las Constituciones, no se contenta con legislar, sino que, en una »declaración« adjunta, da tres consejos que se refieren a la manera de dar los Ejercicios por parte de los Estudiantes, y que veremos uno por uno.

a. El primer consejo es que los Estudiantes »... podrían comenzar a dar los [14] Ejercicios a algunos con quienes se aventurase menos ...« (Const. [409]).

Es un consejo muy prudente, porque un error en la dirección de una elección de estado – o elección inmutable (EE [135]) – es más dañoso que en la dirección de una reforma de vida – que siempre es mudable (EE [189]) –; y un error en ésta es más dañoso que el que se pueda cometer enseñando a orar o a examinarse la conciencia (EE [18]).

También es más difícil dirigir, en Ejercicios, a una persona culta y con estudios (EE [19-20]), que a una persona sencilla y con pocos estudios (EE [18]).

b. El segundo consejo »... conferir con alguno más experto su modo de proceder, notando bien lo que se halla más o menos conveniente ...« (ibidem).

Por una parte, este conferir con otro más experto ayuda, al novel »director« de Ejercicios, a que se sienta más seguro; y, por la otra, el tener que conferir con otro obliga a caer en la cuenta de lo que se está haciendo.

Casi diríamos que, cumpliendo bien este consejo, no tiene tanta importancia el primer consejo: el que »acompaña« al novel »director«, puede adelantarse a las dificultades de éste y, en ciertos casos, intervenir posteriormente.

c. El tercer consejo es mucho más general. Más aún, parece salirse del tema que nos ocupa – la formación de los »directores« de Ejercicios –, y pasarse al tema más general de la »dirección« de Ejercicios. Dice así: »... Y no se den generalmente sino los de la Primera semana, y cuando todos se dieren, sea a personas raras, o que quieran determinar del estado de vida (ibidem).

Este texto fue añadido de mano de san Ignacio al texto primitivo de las Constituciones (cfr. MConst. II: 191). Pero previamente nos conviene comparar el texto primitivo – escrito entre 1547 y 1550 y que es el primer texto conservado de todas las Constituciones – con el texto siguiente, presentado en el año 1551 a los primeros »compañeros«, llamados por san Ignacio a Roma (MConst. II: 448-449). De una rápida comparación, surgen las siguientes diferencias:

ca. En el segundo texto – que será prácticamente el definitivo – se separa con toda nitidez la idea fundamental de »... dar los Ejercicios ...« de los consejos que la acompañan, y que pasan a la Declaración; y se le añade la otra idea fundamental, que comentaremos enseguida, de saber »... dar razón de ellos«.

cb. Mientras que en el texto primitivo dice que »... deben usarse – es decir, acostumbrarse – a dar los Ejercicios«, en el texto siguiente se dice más modestamente que »... se tome uso ...«

cc. En el texto primitivo se pone juntamente el »... dar razón ...« de los Ejercicios, con el objetivo que se pretende (»no sólo satisfacer ... pero aún ... atraer ...«), mientras que en el segundo texto la idea fundamental queda en la »constitución«, y el objetivo pasa a la »declaración« (27).

Dijimos también que esta limitación de no dar generalmente sino los Ejercicios de la Primera semana parece que se sale del tema que estamos tratando – la formación de »directores« –. Sin embargo, se la puede considerar un consejo obvio, consecuencia del anterior: si se trata de aventurarse menos, síguese naturalmente que no se den sino los de la Primera semana.

Ahora bien, si se sale del tema que nos ocupa, tiene sin embargo la ventaja de indicar más de una manera de dar los Ejercicios; y si entra dentro del tema, conviene que lo veamos más detenidamente.

Aquí se indican dos maneras de dar los Ejercicios, que se distinguen, no por la intensidad del retiro – como en el caso de la Anotación 19 (EE [19]), comparada con la Anotación 20 (EE [20]) –, sino por la extensión de la materia: en el primer caso, se da solamente la Primera semana (EE [4] y [45-90]: obviamente habría que añadir por lo menos el Principio y Fundamento (EE [23]); y en el segundo caso se dan »... todos los Ejercicios Espirituales, por la misma orden que proceden« (EE [20]).

Pero en otros textos san Ignacio indica otras maneras de dar los Ejercicios – o mejor, parte de ellos –, como en el caso en que solamente se dan »... el examen particular, y después el examen general, juntamente ... el modo de orar sobre los mandamientos, pecados mortales, etc., comendándole también la confesión de sus pecados ... y si puede tomar el sacramento ...« de la Eucaristía (EE [18]).

Según este texto de los Ejercicios, el mínimo de Ejercicios sería el examen de conciencia y el primer modo de orar (cfr. Const. [649]): »... quienquiera que tenga buena voluntad será capaz de esto«); y de aquí hasta llegar al máximo, que son los Ejercicios completos, se da una gama muy grande de dar Ejercicios.

4.1. El mínimo de Ejercicios, o Ejercicios »leves«

Hay que tener cuidado de no despreciar este »mínimo« de Ejercicios, sobre todo si se lo entiende como lo entendía – y lo daba – el mismo san Ignacio.

San Ignacio, es verdad, los consideraba Ejercicios »leves«, porque los comparaba con todos los Ejercicios; y su práctica la conocemos por los procesos que la autoridad eclesiástica formó en Alcalá, para poder aclarar su doctrina y conducta, porque fueron los ejercicios que allí más dio, aunque no exclusivamente (28). En estos procesos los testigos relatan lo que san Ignacio les enseñaba, y el modo cómo los dirigía en los Ejercicios »leves«.

Ante todo, tenemos que decir, ante estos testimonios, que no eran Ejercicios tan »leves«: tenían los ejercitantes que asistir durante un mes seguido y venir varias veces a la semana, y aún más de una vez al día. San Ignacio les hablaba unas veces a varios juntos, otras veces uno por uno – eran, en general, mujeres –.

El contenido de estas »pláticas« era el siguiente: les explicaba las »potencias del alma« (EE [246]), los »mandamientos« de la Iglesia, los artículos de la fe, el mérito que se ganaba en la tentación (EE [33-34]), y cómo el pecado venial se hacía mortal (EE [36-37]), y los »diez mandamientos (EE [241-243]), y los »pecados mortales« – o »capitales« (EE [244]), , y los »cinco sentidos corporales« (EE [247-248]) y muchas otras cosas buenas. Les mostraba también el »examen de conciencia« (EE [32-42]) y le enseñaba a hacerlo dos veces al día, una después de comer y otra después de cenar (EE [24-26] y [43]). A esto añadía el aprendizaje de los otros »modos de orar«, como el »tercer modo ... por compás« o respiración (EE [258-260]).

Otro elemento de estos Ejercicios aparece muy de relieve en Alcalá: la íntima comunicación de san Ignacio con el que los hacía. No era el Santo el único que hablaba: sus ejercitantes se le comunicaban confiadamente y le manifestaban sus tentaciones, sus »pensamientos« (EE [32]), los escrúpulos que sentían (EE [345-3511]); y él los consolaba, les daba su parecer sobre los diversos »pensamientos« que los acuciaban, declarando el grado de culpabilidad o inocencia en las varias acciones; les prevenía las desolaciones futuras (EE [318-323]), les animaba a sobrellevar con fortaleza las tentaciones, analizaba sus alegrías y sus tristezas, dictaminando cuáles procedían del mal espíritu, y cuáles por el contrario de la acción del buen espíritu (EE [314-315], [329] y [331-335]).

Son pues Ejercicios »leves« por su »contenido«, si éste se lo compara con el de los Ejercicios completos (EE [20]: »... todos los ejercicios espirituales por la misma orden que proceden«) (29); pero no lo son por el tiempo que se empleaba en ellos – un mes seguido –. San Ignacio pretendía en ellos formar una conciencia cristiana en la gente sencilla que acudía a él. Les inoculaba un profundo odio al pecado, les enseñaba a orar de un modo adecuado a cada uno, los ejercitaba en el examen de conciencia ...

En este método, hay un mínimo de consideración y un máximo de instruc- ción. Sin embargo, no son »pláticas« desperdigadas. Informa a todas un pensamiento central que quedó profundamente grabado en el corazón de los dirigidos, como se puede apreciar a través de los procesos: es el servicio de Dios, idea básica – o mejor, vivencia – de san Ignacio y que orientaba toda su vida. [17] Dicho más concretamente, amor y servicio a Cristo, en quien veía ser »... el Padre, el Hijo y el Espíritu santo, un solo Dios nuestro Creador y Señor ...« (cfr. Epp. XII: 667), amor del que dio testimonio desde los tiempos de Monserrat, cuando el hermano lego, encargado de atender a los pobres que se acercaban al monasterio, le calificaba diciendo que »aquel peregrino era loco por Nuestro Señor Jesucristo«.

Y este servicio de Cristo no exigía grandes transformaciones en aquella gente sencilla – hoy diríamos, de »piedad popular« (30) –: solamente el procurar cumplir con toda fidelidad las obligaciones del cristiano; pero, gracias a esta introducción en la vida cristiana, muchos llegaron – como afirma Polanco de las mujeres con que trató en Manresa – a transformarse en su vida, haciendo insignes progresos en la vida espiritual (cfr. Pol. Compl. I: 25).

Más adelante, cuando comienza a dar en París a muchas personas los Ejercicios completos, no deja sin embargo estos Ejercicios »leves«: lo único que cambia es el objetivo, que ahora es preparar con ellos los Ejercicios completos.

A este respecto es aleccionador el modo cómo fue preparando san Ignacio a Fabro. Primero, mediante el influjo personal durante cuatro años de convivencia en Santa Bárbara. Luego, cuando el beato acudía a él con sus escrúpulos, o desasosegado con las dudas sobre sus experiencias espirituales, lo fue instruyendo gradualmente en la vida espiritual, adiestrándolo en los exámenes de conciencia, en los modos de orar y en las confesiones frecuentes.

De estos Ejercicios »leves« el beato recaba un fruto sustancialmente idéntico al que recabaron las mujeres de Alcalá: paz en el alma y vigor para llevar una vida cristiana. Es, sin embargo, un fruto mucho más profundo, porque su capacidad espiritual es mayor: un gran conocimiento de sí mismo, finísima introspección de sí mismo – como lo demuestra después al escribir su Memorial –, y firmeza de voluntad (MFabro:, 493-495, Memorial, 8-13).

En definitiva, sea que los Ejercicios »leves« – según la Anotación 18 (EE [18]) o Const. [649] – se los considere como fermento en medio de gente sencilla, sea que se los considere como una etapa preparatoria, previa a los Ejercicios de Primera semana – ibidem, y Const. [409] –, no son de ninguna manera de despreciar si se los concibe y se los practica como lo hizo san Ignacio.

4.2. La variada manera de dar Ejercicios

Dijimos antes que había una variada manera de dar los Ejercicios, de la que san Ignacio habla en sus »instrucciones« a jesuitas en »misión« apostólica. En el año 1546 escribe así:

Dando Ejercicios, advirtiendo que a todos diese en general los de la Primera semana [18] y no más, si no fuese a personas raras y dispuestas para disponer su vida por vía de elecciones ... no los encerrando, mayormente a los principios; y adelante, según el tiempo diese lugar, siempre moderando y máxime si alguna vez hubiese de dar todos los Ejercicios ...« (cfr. Epp. I: 388, n. 5; BAC2: 670).

Y en el año 1549, a los enviados a Alemania, les dice:

... ayudaría no poco si el Duque y los principales de su casa ... en cuanto lo permitiesen sus ocupaciones, hiciesen los Ejercicios Espirituales ... (cfr. Epp. XII: 241, n. 9; BAC2: 742).

La manera pues de hacer los Ejercicios depende del tiempo disponible en la persona que los va a hacer (cfr. EE [19]).

Y más adelante, en la misma »instrucción«, dice, hablando de los discípulos que se tiene en nuestros colegios:

Cuiden de atraer a los discípulos a amistad espiritual y, si pueden ... a hacer los Ejercicios, y mejor enteros, si es que parecen aptos para el Instituto de la Compañía. A los Ejercicios de la Primera semana, y algún modo de orar, pueden admitirse más, y aún invitarse, sobre todo a aquellos de quienes espérase mucho bien, y cuya amistad se debe desear por Dios nuestro Señor (cfr. Epp. XII: 239, n. 5; BAC2: 743).

Aquí se nota que se concibe, a las maneras menos completas de hacer los Ejercicios, como una preparación para los Ejercicios completos.

Y en 1551, en una »instrucción« escrita originariamente para Ferrara, pero que luego fue enviada a otras casas, dice:

... los Ejercicios de la Primera semana se pueden dar a muchos; pero los demás (Ejercicios) solamente a aquellos que se encuentran idóneos para el estado de perfección, y se disponen a ayudarse muy de veras (cfr. Epp. XII: 546, n. 8; BAC2: 774).

Y para terminar esta serie de »instrucciones«, citemos la escrita para el P. J. Nuñez, Patriarca de Etiopía, en el año 1555. Dice así:

Si se pudiesen atraer algunas personas grandes y que mucho valgan con el Preste Juan, o también él mismo, para hacer los Ejercicios y gustar de la oración y meditación y cosas espirituales, parece que sería medio el más eficaz de todos ... (cfr. Epp. VIII: 687; BAC2: 910).




Esta variada gama de hacer Ejercicios, desde un mínimo – examen de conciencia y modos de orar – hasta un máximo que son los Ejercicios completos, se halla también en un texto de las Constituciones, hablando de los ministerios que se realizan en »las casas y colegios de la Compañía«. Dice así:

Los Ejercicios Espirituales enteramente no se han de dar sino a pocos, y tales que su aprovechamiento se espere notable fruto a gloria de Dios. Pero los de la Primera semana pueden extenderse a muchos; y algunos exámenes de conciencia y modos de orar, especial- mente el primero, a muchos más, porque quienquiera tenga buena voluntad será de esto capaz (Const. [649]). [19]

Este texto legislativo resume muy bien lo que hemos visto en las »instrucciones« acerca de las distintas maneras de dar Ejercicios; y pertenece a una parte importante de las Constituciones, la Parte VII, sobre las misiones.

Además repite el texto que vimos al principio, y que se refiere a la formación de »directores« de Ejercicios, añadiendo la manera de darlos que consiste en »... algunos exámenes de conciencia y modos de orar, especialmente el primero ...« (cfr. EE [18]); o sea, los Ejercicios llamados »leves« por san Ignacio (ibidem).




Cuando poco más arriba citamos diversas »instrucciones« de san Ignacio sobre el dar los Ejercicios, conscientemente dejamos una, que queremos comentar de un modo especial, porque se refiere a un »conflicto« suscitado, en el seno de los Colegios de la Compañía, entre el ministerio pedagógico de los jesuitas y el ministerio de dar Ejercicios.

En realidad, en los primeros colegios fundados por la Compañía en diversas partes de Europa, el trabajo pedagógico absorbía de tal manera a los jesuitas, que éstos abandonaban prácticamente el ministerio de dar Ejercicios.

San Ignacio hace entonces que Polanco escriba

... a todas partes para que vean de usar (los Ejercicios Espirituales) con hombres, y también con mujeres – pero de manera que éstas vengan a la Iglesia a hacerlos (mientras que los hombres podían hacerlos en nuestras mismas casas) –, entendiendo los Ejercicios de la Primera semana, dejándoles algún modo de orar según la capacidad de cada uno; y esto se entienda sin encerrar a las personas, sino tomando algunas horas al día para tal efecto, porque de esta manera se puede comunicar a muchos más la utilidad de los Ejercicios. Y ... que todas las semanas se les escriba si nada se hace acerca de los Ejercicios (31), es decir, cuantos los hacen, o al menos cuántos se mueven a hacerlos, como también el número de los escolares (que están en el colegio). En dar los Ejercicios exactamente (es decir, el mes completo), no es necesario extenderse tanto, y así solamente deberían darse a personas muy capaces, como serían algunos idóneos para nuestra Compañía, u otras personas importantes, porque a las mismas sería de singular utilidad, y se invertiría bien el tiempo en ellas. Y no se maraville Vuestra Reverencia que se recomienden tan encarecidamente los Ejercicios, porque entre los medios que usa nuestra Compañía éste le es muy propio, y Dios nuestro Señor se ha servido grandemente de él en innumerables ánimas (Epp. VI: 281).

Esta es la segunda carta que escribe san Ignacio a los que están en el apostolado pedagógico en los colegios, sobre el ministerio de los Ejercicios Espirituales. En la primera carta, sólo había presentado a éste como posible, pues dice que »los Ejercicios ... se pueden dar ...« (cfr. Epp. III: 546; BAC2: 774, n. 8); mientras que en la segunda carta dice que »... vean de usar con hombres y también con mujeres ...«. Y como pide que »todas las semanas se le escriba si nada hace acerca de los Ejercicios, es decir, cuántos los hacen o al menos cuántos se mueven a hacerlos, como también el número de escolares (que están en cada colegio) ...«, diríamos incluso que, dos años antes de su muerte, san Ignacio preferiría que la Compañía no tuviera un colegio en el cual no se cumpliera la doble »misión«, la de enseñar y la de dar los Ejercicios (32).

Cuando escribió la primera carta – año 1551 – no sabía todavía si era hacedero el acoplar ambos ministerios, el pedagógico y el de dar Ejercicios. Ahora en cambio ha precedido la experiencia de varios años. Había visto cómo Mesina, a la vez que era un centro perfecto por su organización pedagógica, era también un modelo de casas de Ejercicios. Aleccionado por esta experiencia, en esta segunda carta que estamos comentando – escrita, como dijimos, dos años antes de su muerte – pide que se den los Ejercicios: »vean de usar (los Ejercicios) con hombres y también con mujeres ...«. Tiene, sin embargo, en cuenta que el apostolado pedagógico exigía todo el día; y por eso propone, como lo hace en el libro de los Ejercicios para los ejercitantes ocupados »en ... negocios convenientes (EE [19]), que se den Ejercicios »... sin encerrar a las personas, sino tomando algunas horas al día para tal efecto, porque de esta manera se puede comunicar a muchos más la utilidad de los Ejercicios ...«.

Por ello los colegios fundados entre 1554 y 1556 año en que san Ignacio muere –, creados después de la carta de febrero de 1554, reciben desde el principio la orientación marcada por esta carta. No tienen que luchar con acomodaciones posteriores a un fin que no se pretendía al comienzo. A partir de entonces, los nuevos colegios tienen, casi sin excepción ninguna, la doble actividad, la pedagógica y la de Ejercicios, pudiéndose afirmar que cada uno de ellos no sólo es un centro de estudios sino también una casa de Ejercicios.

El apostolado pues de los colegios, que años antes había resultado en desmedro del de los Ejercicios, ahora se convierte en beneficio de éstos. Se había descubierto – diríamos ahora34 – que los Ejercicios no son sólo la fuente de donde ha brotado la actividad – más aún, el ser – de la Compañía, sino también la cumbre a la que deben apuntar sus diversas actividades apostólicas. Es por consiguiente obvio que la actividad pedagógica de los colegios – y lo mismo tendríamos hoy que decir de las universidades y de los centros de investigación, etc. etc. – sea a la vez una actividad en favor de los Ejercicios Espirituales, que »... entre los medios que usa nuestra Compañía ... le es muy propio, y Dios nuestro Señor se ha servido grandemente de él en innumerables ánimas ...«.

Y si esto no fuera así hoy en día35, habría que pedir cuenta a los rectores y [21] directores de centros de investigación, de universidades y de colegios – y lo mismo diríamos de las otras obras apostólicas y de las casas de formación –, como lo hacía san Ignacio en su tiempo: todas las semanas deberían escribir al Provincial dando razón, no sólo del número de alumnos, profesores, investigadores, etc. etc., sino también de los que hacen Ejercicios o, al menos, desean hacerlos.

5. Saber »... dar razón ...« de los Ejercicios

Pasamos así a la tercera preparación que san Ignacio, en el texto de las Constituciones que estamos comentando (Const. [408]), propone para el ministerio de los Ejercicios: diríamos que es »estudiarlos«, pero no de cualquier manera, sino de la manera similar a la que él tuvo cuando – como dice Nadal – »se decidió a publicar sus Ejercicios«. El mismo san Ignacio lo explica en la »declaración« adjunta (Const. [409]) diciendo que »... sea de modo que no solamente se dé satisfacción a los otros, pero aún se muevan a desear ayudarse de ellos ...« (ibidem) (35).

San Ignacio distingue con frecuencia, en sus Ejercicios, entre un saber especulativo, orientado meramente al cultivo de la inteligencia, y un saber »sabio« – en el sentido bíblico del término – que llega a »... sentir y gustar internamente de las cosas ...« (EE [2]).

Además de la Anotación 2, que acabamos de citar, donde da una orientación para el que da los Ejercicios – e indirectamente también para el que los hace – distingue, en las Reglas para sentir en la Iglesia, entre »... los doctores positivos ... (de quienes es más propio) el mover los afectos para en todo amar y servir a Dios nuestro Señor; ... (y) los escolásticos (de quienes es más propio) el definir o declarar ... las cosas necesarias a la salud eterna, y ... más impugnar y declarar todos errores y todas falacias ...« (EE [363]).

Es evidente que en la Anotación 2 (EE [2]) san Ignacio no desprecia el trabajo del entendimiento: habla de éste cuando dice que la persona que hace ejercicios, »discurriendo y raciocinando por sí mismo, y hallando alguna cosa que haga un poco más declarar o sentir la historia ...«, tendrá más gusto espiritual que si el que le da »puntos« le hubiera declarado mucho la historia de salvación. Esto es lo que aquí en particular se afirma; aunque enseguida, hablando más en general, se diga además que es mejor »... el sentir y gustar internamente de las cosas« que »... el mucho saber«.

Lo mismo sucede en la Anotación 3 (EE [3]): tampoco aquí desprecia san Ignacio el trabajo »... del entendimiento entendiendo«, sino que se limita a advertir que »... en los actos de la voluntad, cuando hablamos con Dios nuestro Señor o con sus santos, se requiere ... mayor reverencia que cuando usamos del entendimiento entendiendo«.

San Ignacio no es un anti-intelectualista, sino que establece, en su antropología espiritual, un orden jerárquico de las actividades del hombre en la vida interior: en los sentidos, habla de los corporales, los de la imaginación, y los espirituales, y ordena el uso de los dos primeros tipos al último; y en las facultades superiores del hombre, habla de la memoria, la inteligencia y la voluntad, y ordena el uso de las dos primeras a esta última, o sea, a la libertad o libre decisión.

Y para terminar este breve capítulo de antropología ignaciana, recordemos aquel texto de las Constituciones en el que define la Tercera Probación – etapa última de la larga formación de un jesuita, inmediatamente antes de los últimos votos – diciéndonos que »... acabada la diligencia y cuidado de instruir el entendimiento, (hay que) insistir en la escuela del afecto ...« (Const. [516]). Aquí tampoco manifiesta un desprecio del entendimiento y de su instrucción, que considera necesaria para toda actividad apostólica (cfr. Const. [307] y [814]), sino que afirma la subordinación al »afecto« y a su »escuela« – en la que tiene importancia prioritaria la experiencia de los Ejercicios Espirituales, que se han de volver a hacer como se hicieron al comienzo de la formación (cfr. Const. [71], [98], [127] y [813]) –.

En lenguaje bíblico, diríamos que san Ignacio señala la importancia del »corazón« – y de su formación –, como núcleo de la persona humana en sus relaciones con Dios nuestro Señor y con los demás hombres (cfr. Ef 1,18 con nota de la BJ).

Por ello san Ignacio era considerado – precisamente por razón de sus Ejercicios Espirituales y de la dirección o gobierno que hacía de acuerdo con ellos – como »maestro de los afectos« (cfr. FN I: 583); y lo mismo le sucedía a su discípulo predilecto, el beato Fabro (cfr. MFabro: 64).




La primera manera de dar razón de los Ejercicios apunta, como dice san Ignacio, a la »... satisfacción« de los que escucharán esta reflexión sobre los Ejercicios (cfr. Const. [409]): es una satisfacción intelectual, que todavía requiere, de parte de quien la oiga, el »presupuesto« de los Ejercicios (EE [22]: »todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla ...«). De modo que nuevamente se señala la preeminencia de la actitud »afectiva« sobre la meramente »intelectual«.

La segunda manera de dar razón de los Ejercicios, más importante – como se ve en el mismo texto de las Constituciones – para san Ignacio, apunta a que los oyentes »... se muevan a desear ayudarse de ello«.

Todos los jesuitas de la primera generación, comenzando por el mismo san Ignacio (36), descollaron en este entusiasmo comunicativo por los Ejercicios: san [23] Francisco Javier (37), el beato Fabro (38), los »caminantes apostólicos« (39), los estudiantes – cuyo papel en la difusión de los Ejercicios por toda Europa vimos al principio – ... todos, a porfía, saben comunicar a los demás su aprecio por los Ejercicios y, consiguientemente, el deseo de hacerlos e incluso de darlos a otros.

Creemos que san Ignacio consideraba, a este entusiasmo por los Ejercicios, como una consecuencia de la vocación a la Compañía de Jesús; entusiasmo que debía darse en todos los que los practicaban, como consecuencia obvia de tanto bien recibido en ellos.

Apéndice: Para saber dar razón de los Ejercicios

Vamos a continuación a señalar brevemente un camino para saber dar razón de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio: un camino solamente, que vamos a indicar para que se lo siga, pero que no vamos a seguir en este Boletín de Espiritualidad.

Este camino tiene algo – no demasiado – de especulativo, porque hablamos de estudio, de análisis, de consulta, etc. etc. Pero, como hemos dicho repetidamente en el texto anterior, está como impregnado de la práctica de los Ejercicios: nace de su práctica en uno mismo y en los otros, y se orienta también a su práctica.

En otros términos, parte de la práctica, para buscar en ella el tema del estudio; y vuelve a la práctica, para buscar la confirmación de lo que se ha estudiado.

Hemos preferido, para indicar este camino hacia el saber dar razón de los Ejercicios, fijar una serie de principios – más modestamente tendríamos que decir »consejos« –, cada uno de los cuales se ha de entender en el contexto de los demás: se complementan entre sí y se exigen mutuamente.

El orden de los principios no es arbitrario; sin embargo, si se nos preguntara cuál o cuáles principios son los más característicos de esta manera de dar razón de los Ejercicios, diríamos que son el segundo y el cuarto principio, que se reducen a un único – y fundamental – principio, que es el de la unidad y la totalidad de los Ejercicios.

1. Primer Principio: acostumbrarse a manejar el texto de los Ejercicios

El texto de los Ejercicios de san Ignacio ha sido escrito por éste, como vimos antes, a medida que tenía la experiencia espiritual en sí mismo o en los otros. No tiene, pues, un orden lógico, sino un orden dinámico, porque expresa el proceso de quien trata de »... quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas ... buscar y hallar la voluntad de Dios en la disposición de su vida ...« (EE [1]; cfr. EE [21] y passim). Y en este proceso dinámico los temas se repiten (cfr. EE [62-64] y [118-120]) a diversos niveles de expresión y de experiencia.

Consiguientemente no se puede entender totalmente un texto de los Ejercicios si no se atiende a los demás textos del mismo libro. Hay, pues, que manejar mucho el texto de los Ejercicios, para saber descubrir las analogías – sobre todo las implícitas, que van mucho más allá de la mera similitud de expresión –; o sea, para llegar a captar lo idéntico – y también lo diverso – que se repite en los distintos momentos del proceso de los Ejercicios.

2. Segundo Principio: tener siempre en cuenta la unidad de los Ejercicios

Los Ejercicios son el fruto de una experiencia de san Ignacio – y de una experiencia que en él fue, como vimos, mística, a las orillas del río Cardoner –; y la característica de tal experiencia es la unidad.

Cuando uno estudia un tema que le interesa, puede a veces tener la impresión de ir encontrando datos inconexos; pero cuando el Señor, con su gracia, nos hace tener una experiencia espiritual – en uno mismo o en los otros –, el Señor tiene un plan, cuya característica esencial es la unidad.

Por eso lo primero que hay que tratar de conocer cuando se quieren estudiar los Ejercicios, es su unidad, al menos en sus líneas esenciales: primero, la unidad de todos ellos, y luego la unidad de cada una de sus partes (etapa, »semana«, »día«, meditación ...).

3. Tercer Principio: los Ejercicios se comienzan a estudiar por una frase que nos llama la atención

Queremos decir que no conviene comenzar a estudiar a fondo toda una meditación – o documento completo – de los Ejercicios (y mucho menos toda una »semana« o »etapa«) porque excede, en riqueza y en problemática, a cualquiera que comienza a estudiar los Ejercicios.

Y ¿cómo se elige esta frase?

Basta, para justificar su elección, el que despierte nuestro interés. O bien la frase elegida suscita nuestra curiosidad – incluso sorpresa – por lo paradójica que parece en una primera lectura de la misma.

Pero conviene que sea un interés – curiosidad, sorpresa – que tenga relación con nuestra experiencia espiritual o pastoral, en nosotros mismos o en los [25] otros. No se trata pues de una curiosidad o interés puramente especulativo, teórico, abstracto: así no »estudió« san Ignacio – como vimos decía Nadal, »... por lo menos cuando se decidió a publicar sus Ejercicios ...« –, y así tampoco debemos pretender »estudiarlos« nosotros ahora.

4. Cuarto Principio: aunque al comenzar a estudiar se aisle una frase, siempre hay que tener en cuenta su contexto

Y téngase en cuenta, además de su contexto próximo – documento del cual la frase forma parte – su contexto remoto. Y esto progresivamente: primero, los documentos que se relacionan con el documento estudiado; y luego, la »semana«, »día«, »meditación«, etc. etc.

Este principio, un poco ideal, se lo debe cumplir »tanto ... cuanto ...« se pueda (cfr. EE [23]).

5. Quinto Principio: actualizar los textos de los Ejercicios a la luz de las corrientes actuales del pensamiento religioso

Estas corrientes podrían ser, por su orden, las siguientes:

a. La corriente bíblica: sobre todo la formada por aquellos exegetas que prestan atención a la »estructura teológica« de los autores inspirados (san Pablo, san Juan, sinópticos ...), pues nos pueden servir para profundizar la »estructura teológica ignaciana«, propia de un autor que trata – como el autor inspirado – de »... mover los afectos para en todo amar y servir a Dios nuestro Señor ...« (EE [363]).

b. La corriente teológica: los estudios actuales de cristología, eclesiología, etc. etc., que se han desarrollado tanto en estos últimos años.

c. La corriente histórica: tanto respecto específicamente de la espiritualidad ignaciana, como la de otras escuelas (franciscana, teresiana ...).

A estas corrientes teológicas hay que añadir otras más prácticas o pastorales, como la litúrgica, la catequética, la homilética, y otras por el estilo, que tienen más de un punto de contacto con la práctica de los Ejercicios Espirituales, siempre inseparable de su estudio.

Téngase en cuenta que en todo estudio comparativo se corre siempre el peligro de alterar uno de los términos de la comparación en favor del otro. Por eso, antes de este quinto principio, hemos propuesto los principios anteriores que, en último término, se reducen al único principio de la unidad y la totalidad de los Ejercicios.

6. Sexto Principio: los Ejercicios no son la única expresión de la espiritualidad de san Ignacio

En otras palabras, para entender plenamente los Ejercicios hay que tener en cuenta sus otras obras: la Autobiografía, dictada a Cámara, pero que representa fielmente su vida hasta 1539, año de fundación de la Compañía; el Diario Espiritual, en la parte del mismmo que ha llegado hasta nosotros; la Fórmula y las Constituciones, que no son meramente un documento jurídico sino también un documento espiritual muy valioso; las Cartas ...

Este es el sentido de la publicación de Monumenta Historica Societatis Iesu, y de las diversas »selecciones« de sus obras completas, editadas en distintas lenguas modernas.

7. Séptimo Principio: la confirmación de los resultados de nuestro estudio es la práctica – consigo mismo o con otros – de los Ejercicios

San Ignacio, partiendo de la experiencia – consigo mismo y/o con otros – buscó la confirmación en los libros, para que – como decía Nadal – »... aquello que había recibido más bien por divina inspiración que por los libros, se viera confirmado por los libros, por los teólogos y por las Sagradas Escrituras«.

Nosotros, que muchas veces partimos de los libros, debemos buscar la confirmación de lo así estudiado en la práctica de los Ejercicios, con nosotros mismos o con los otros.

El orden momentáneo de estas dos fuentes de los Ejercicios – experiencia y estudio o, como vimos antes, unción y tradición – pueden cambiar, pero no se puede prescindir de ninguna de las dos, y cada uno de nosotros debe lograr una »amalgama« de ambas, como vimos le sucedió a san Ignacio.




Hemos terminado de exponer sucintamente los siete principios, o más modestamente »consejos«, para llegar a saber dar razón de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio.

Hemos insistido, por una parte en el conocimiento del mismo texto ignaciano; y, por la otra, en la necesidad de la experiencia en uno mismo y en los otros.

El texto de los Ejercicios Espirituales ha nacido de una experiencia – mística, en san Ignacio –, y apunta a una experiencia. El conocimiento de los Ejercicios – y, sobre todo, el saber dar razón de ellos como quiere san Ignacio – depende también de nuestra experiencia personal: debe partir de ella, y volver de continuo a ella.




Notas:

(1) Cfr. Iparraguirre Historia de la práctica de los Ejercicios Espirituales, Institutum Historicum S. I., Roma 1946, vol. I p. 37*. A continuación este autor explica sucintamente la im- portancia de la experiencia personal de san Ignacio en la elaboración de los Ejercicios; y luego, los retoques y añadidos hechos por el autor en su »libro«, nacidos de la experiencia con otros y de los estudios. Un panorama completo y actualizado de la génesis del libro de los Ejercicios, en MExercitia: 4-33, cuyo autor es el P. C. de Dalmases.

(2) Sobre el aporte del Ejercitatorio de Cisneros, no en la metodología característica y original de los Ejercicios – orientados a la elección –, pero sí en el método diario de meditación, cfr. Jiménez Formación progresiva de los Ejercicios ignacianos, Santiago de Chile 1969, vol. I p. 108-114.

(3) Dice Polanco, cfr. FN I: 163, n. 24: »... que después el uso y experiencia de muchas cosas le hizo más perfeccionar su primera invención; que, como mucho labraron en su ánima, así él deseaba con ellas ayudar a otras personas ... Así que, en la misma tierra de Manresa, comenzó a dar estos ejercicios a varias personas ...«.

(4) Cfr. P. de Leturia Estudios Ignacianos, Institutum Historicum S. I., Roma 1957, vol. II p. 13-19, quien, después de haber estudiado el período de Manresa (1522- 1523), considera el período siguiente hasta el voto de Montmartre (1524-1534); o sea, prácticamente hasta la redacción de la »versio prima« latina, en el año 1535 (MExercitia: 109).

(5) Véase el resumen que hace Polanco de esta etapa de la vida de san Ignacio en Pol. Compl. I: 508-509, nn. 18-19.

(6) Cfr. D. Restrepo Diálogo: comunion en el Espíritu, Bogotá 1975, p. 305-311.

(7) Este principio básico de san Ignacio fue expresado por un jesuita húngaro, el P. Hevenesi, en esta forma paradójica: »Sic Deo fide quasi rerum successus omnis a te, nihil a Deo penderet ...«, (cfr. Hevenesi Scintillae ignatianaei>, 2 de enero). O sea, así confía en Dios como si todo el (buen) suceso (de tu acción) dependiera de ti, y (para) nada de Dios; y con todo de tal manera ponte al trabajo como si tú no fueras a hacer nada, (sino que) Dios solo fuera a hacerlo todo«. Esta frase en »quiasmo« o »en aspa« (cfr. Maldonado Lo fictivo y lo antifictivo en el pensamiento de S. Ignacio, Madrid 1940, sobre todo 26-47) ha sido estudiada, por ejemplo, por G. Fessard La dialectique des Exercices Spirituels de saint Ignace de Loyola, Paris 1956, p. 305-363. Esta frase de Hevenesi quiere simplemente decir que la confianza en Dios, por total que deba ser, no nos ha de impedir el poner los medios humanos; y que el poner los medios humanos no nos ha de impedir confiar en Dios. También quiere decir que la confianza en Dios nos ha de mover a poner los medios humanos – si discernimos que debemos hacerlo –: como dice san Ignacio, Dios nuestro Señor »... quiere ser glorificado con lo que da como Creador, que es lo natural, y con lo que da como Autor de la gracia, que es lo sobrenatural ...« (Const. [814]). Hay un momento – o »tiempo« – para usar los medios humanos; y cuando es así, »usar medios humanos ... enderezados puramente a su servicio, no es mal cuando en Dios se tiene el áncora firme de la esperanza ...«, cfr. Epp. II: 481-483; BAC2: 719-721.

(8) Por ejemplo, Epp. XII: 253, n. 4; BAC2: 793 y Epp. IV: 314. Es de notar lo que se le dice a Ribadeneira: »... la discreción ... no se enseña en Salamanca, tampoco en instrucciones. Déla el santo Espíritu, y supla lo que de ella falta, como suele en nuestras cosas«, Epp. X: 636.

(9) Acerca de esta »unción« en dar los Ejercicios, de la que habla Nadal, véase recientemente Pablo VI, cuando habla, en la Evangelii Nuntiandi, 75 y 80, sobre el fervor del espíritu en la evange- lización contemporánea: »No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu santo ... Él es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en los labios las palabras que por sí solo no podría hallar, predis- poniendo también el alma del que escucha, para hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del Reino anunciado. Las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él. Sin Él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin Él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológi- cas se revelan pronto desprovistos de todo valor«. Sobre esta última afirmación, cfr. Const. [814]: »aquellos – medios, que juntan el instrumento con Dios ... – son los que han de dar eficacia a estos exteriores para el fin que se pretende«.

(10) Cfr. MNadal IV: 826. Nadal está hablando de san Ignacio en su tiempo de París; y como dice »... cuando se decidió a publicar sus Ejercicios ...«, parece que se refiere a la »versio prima« latina. Esta versión parece ser, por la dureza del estilo latino, obra del mismo san Ignacio, quien aprendió este idioma ya mayor de edad: parece que se sintió movido a poner el libro – autógrafo castellano – en manos de otros, sea discípulos de él, sea ejercitantes, para quienes el idioma castellano no era el materno. Cfr. MExercitia: 109-110.

(11) Véase por ejemplo J. Calveras Los confesionales en los Ejercicios de san Ignacio, AHSI XVII (1948), p. 51-101. El autor estudia aquí »... el posible influjo de ellos – los »confesionales« – en la composición del texto – de los Ejercicios –, y la utilidad que pueden aportar para la mejor comprensión del contenido de los Ejercicios, tomándolos como fuentes de ellos, en el sentido más amplio que cabe dar a esta palabra. Porque puede haber fuentes de instrucción, donde el autor aprende ideas o conocimientos que elabora en su obra; fuentes de inspiración, donde toma una idea para desarrollarla; fuentes de redacción, de donde traslada fragmentos más o menos retocados. Podemos hallar fuentes de interpretación, es decir, aquellas que a nosotros nos sirven para fijar la inteligencia de algún pasaje del autor, porque nos sitúan en el ambiente a que alude, o nos dan las ideas corrientes en aquella materia que supone, o nos declaran el sentido de las palabras y construcciones anticuadas que tal vez emplea. De varias de estas maneras son fuentes de los Ejercicios los confesionales ...«, Calveras, op. cit., p. 53-54.

(12) Nadal, en su Apologia pro Exercitiis (MNadal IV: 829), nos dice que »... después de terminados sus estudios, juntó las notas aquellas primeras de los Ejercicios, añadió muchas cosas, las refundió todas ...«; y esto es lo que sometió luego, en Roma, al juicio de la Sede Apostólica. Esta refundi- ción es la que hace la amalgama de experiencia espiritual y de lecturas de »libros ... teólogos y »Sagradas Escrituras«, de que hablamos en el texto.

(13) Este tipo de »estudio« lo llama Rahner (cfr. H. Rahner Ignacio de Loyola y su histórica formación spiritual, Santander 1955, p. 81) entrar en contacto con la »tradición« de la Iglesia. Dice así: »Los Ejercicios son, según palabras de Ignacio (Const. [408]; Epp. VI: 281), la más importante arma espiritual, en cuyo manejo atinado debe distinguirse el que los da. Mas para esto hay abiertos solamente dos caminos, unctio et traditio ... La experiencia espiritual y el estudio son las fuentes de las que ha de salir siempre la destreza en dar los Ejercicios ...«. A continuación (ibidem, p. 84-85) este autor estudia tres puntos de los Ejercicios – teología del pecado, teología del Reino de Cristo, teología de discreción de los espíritus – a la luz de la tradición de la Iglesia. Y termina repitiendo que »el comienzo en Loyola de la experiencia interior y el último resultado de sus estudios se tocan aquí como principio y fin; unción y tradición de tal manera se han hecho una sola cosa, que ya no se pueden separar«.

(14) Más adelante, hablando de los que están en »probación« – o sea, en las »casas« y no en los »colegios« –, parece suponer san Ignacio que no todos los jesuitas han hecho Ejercicios Espiritua- les (cfr. Const. [277] y [279]): pero este capítulo 1 de la Parte III se origina de una refundición de los capítulos 2 y 3 de la misma Parte, de la versión primitiva de las Constituciones (cfr. A. de Aldama La composición de las Constituciones de la Compañía de Jesús, AHSI 84, Roma 1973, p. 215-216); y es un capítulo que parece referirse, no a los Ejercicios Espirituales, sino a las »prácticas« – que también se llaman »ejercicios« – espirituales diarios de los que están en forma- ción. Más aún, en el texto primitivo (cfr. MConst. II: 166, n. 6) se dice que »para más aclararse en la inteligencia y calentarse en el amor de Cristo nuestro Señor, y hacerse cada día más ferviente en las operaciones, ayudará el hacer los Ejercicios Espirituales por un mes, como está en el Examen declarado; el cuándo convenga, quedará a la discreción del Superior«. Notemos esta definición – o mejor, descripción – de los Ejercicios, que los centra en el amor a Cristo, y tiene en cuenta – como es frecuente en la antropología ignaciana, hablando por ejemplo de la obediencia – la inteligencia, el amor y la ejecución. Lamentablemente esta descripción tan ignaciana de los Ejercicios no pasó al texto definitivo de las Constituciones.

(15) Cfr. I. Iparraguirre Historia de la práctica…, op. cit. en nota 1, p. 5-6. Resumimos a continuación lo que este autor nos dice respecto de la experiencia de los Ejercicios con los primeros »compañeros«, en París.

(16) Lo mismo que el fervor indiscreto en las cosas espirituales puede hacer peligrar, en tiempo de estudios, el objetivo de éstos. La Congregación General 32 ha insistido en la integración de la vida espiritual, de los estudios y de las experiencias apostólicas en tiempo de formación (cfr. Congregación General 32, Decreto 6, 21-30); pero sigue recordando a nuestros jóvenes »... que su peculiar misión y apostolado en el tiempo ... de estudios son los mismos estudios« (Decreto 6, 22).

(17) Cfr. I. Iparraguirre Historia de la práctica…, op. cit. en nota 1, p. 31-39, que resumimos a continuación porque nos explica el pa- pel que tuvieron los Estudiantes de la primera generación en la difusión de los Ejercicios de san Ignacio.

(18) Dice Cámara, en su Memorial (FN I: 658, n. 226), que Ignacio, »hablando de los Ejercicios, decía que de los que conocía en la Compañía, el primer lugar en darlos tuvo el P. Fabro, el segundo Salmerón, y después ponía a Villanueva y a Jerónimo Doménech. Decía también que Estrada daba bien los de la Primera semana«. Cuando Doménech fue a París, aún no había terminado sus estudios, aunque era ya maestro en artes (FN I: 252-253 y 278).

(19) Este escolasticado comenzó con Villanueva de Rector, cuando todavía no era sacerdote. Ya hemos visto la opinión que san Ignacio tenía de su manera de dar Ejercicios (cfr. nota anterior). Cuando entró en el noviciado de Roma, Ribadeneira nos lo describe como »... rústico, pobrecito, pequeño de cuerpo, morenillo de rostro, idiota y sin letras humanas, vil y menospreciado en los ojos de los hombres (cfr. Astrain Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, Madrid 1912, tomo: I p. 259). Pero luego el mismo Ribadeneira afirma que »... nuestro beato Padre Ignacio cobró a Villanueva particular amor, y le marcó como a hombre de quien Dios nuestro Señor se quería servir mucho (ibidem, tomo I p. 260).

(20) Esta afirmación es verdadera de san Ignacio en sus primeros tiempos de estudio (Barcelona, Alcalá, Salamanca); pero hay que matizarla cuando se trata de sus estudios en París, según dice Ribadeneira en su Vita Ignatii Loyolae (FN IV: 213, n. 7).

(21) Hemos resumido I. Iparraguirre Historia de la práctica…, op. cit. en nota 1, p. 38-39).

(22) La historia de la primera »Compañía de Jesús en camino« aún está por escribirse, habiendo sido el primer »peregrino« el mismo Fundador, a quien gustaba llamarse así (Autobiografía, passim), y que tuvo uno de los momentos decisivos de su vida en una iglesita de la localidad de La Storta. Cfr. Scadutto La strada e I primi gesuiti, en AHSI 40 (1971), p. 323-390.

(23) Citamos I. Iparraguirre Historia de la práctica…, op. cit. en nota 1, p. 51. A continuación resumimos lo que este autor nos dice de esta segunda época – de apostolado estable – en los Escolasticados, en favor de la difusión de la práctica de los Ejercicios (ibidem p. 52-67).

(24) Tenemos aquí en cuenta, además de Iparraguirre – a quien seguimos como libro básico – a C. M. Abad Un centro ejemplar de Ejercicios de la Antigua Compañía: el Colegio de Alcalá en Estudios sobre Ejercicios (1941), p. 525-537.

(25) El Dr. Ortiz hizo Ejercicios con san Ignacio en Montecasino (Autobiografía, 98). Escribió luego, junto con un hermano franciscano, unas »anotaciones« teológicas – y bíblicas – sobre los Ejercicios. Cfr. C. M. Abad Unas “anotaciones” del Dr. Pedro Ortiz y su hermano fray Francisco sobre los Ejercicios de san Ignacio, en AHSI 25 (1956), p. 437-454. Las »anotaciones« (con introducción y notas) han sido publicadas por el mismo autor en Misc. Com. 25 (1956), p. 25-114.

(26) Cfr. I. Iparraguirre Historia de la práctica…, op. cit. en nota 1, p. 264. Resumiendo esta experiencia espiritual desagradable – su lucha con la gracia que lo llamaba a la Compañía, y las resistencias de la naturaleza que se quería escapar a una vida tal vez más dura, pero que el Señor no le pedía a él, Villanueva dirá: »Sé ... a qué saben estas píldoras, y las pocas fuerzas que en el hombre habría para semejante batalla ...«; y por eso siempre trata de ayudar a sus ejercitantes de un modo especial en los momentos más peligrosos de sus elecciones. La carta que acabamos de citar de Villanueva, la escribe al Dr. Alfonso Ramírez de Vergara (cfr. BAC2: 943-945).

(27) Lo añadido por mano de san Ignacio está indicado – en la edición crítica de MHSI – entre »comillas« (cfr. MConst. II: 448, líneas 23ss.).

(28) Resumimos a continuación I. Iparraguirre Historia de la práctica…, op. cit. en nota 1, p. 2-8.

(29) Estos Ejercicios »leves« en los que se enseña a orar, a examinarse la conciencia – entendiendo este »examen«, como acaba de decir la Congregación General 32, como »... medio recomendado por san Ignacio para que continuamente nos rija el espíritu de discreción espiritual ...« (Decreto 11, n. 38) –, y en los que se tiene dirección espiritual a la manera ignaciana, nos hacen pensar en el Apostolado de la Oración, institución nacida en un Escolasticado de la Compañía de Jesús, y cuyos actuales estatutos invitan al cultivo de la oración. Véase su actual Boletín Internacional de Dirigentes, donde de contínuo se publican artículos sobre enseñanza y práctica de oración.

(30) Cfr. Pablo VI Evangelii Nuntiandi, 48. Ya san Ignacio, en su libro de Ejercicios, salía a la defensa de la »piedad popular«, en las Reglas »para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debe- mos tener ...«, en la serie de »alabanzas« que allí hace, y que se refieren a las prácticas populares vigentes (EE [354-362]).

(31) Ribadeneira dice, a este propósito de escribir todas las semanas sobre los Ejercicios, que »... en los principios, tenía nuestro Padre tanto cuidado que los Nuestros se ejercitasen en mover la gente a confesar, y a dar los Ejercicios, que quería se le escribiese cada semana cuántos se habían confesado, y si alguno hacía los Ejercicios ...« (FN II: 400, n. 96). No nos extrañe esta relación entre el confesar y el dar Ejercicios: san Ignacio ponía la confesión al término de la Primera semana de los Ejercicios (cfr. EE [44]), y ésta es la preparación remota para la elección. Por ello recomendaba que se moviera a hacer Ejercicios no sólo en las conversaciones espirituales sino también en las confesiones. En las »reglas ... acerca del escribir los de la Compañía que están esparcidos fuera de Roma«, escritas por Polanco cuando comenzó a ser Secretario de san Ignacio, se di|ce que »... cuanto a lo que se ha de escribir ... es menester que se escriba ... todo el estado del negocio espiritual. Primeramente lo que se hace y a qué se atiende, como es predicar, leer, confesar, ejercitar conversar, estudiar, etc. El fruto que de todo esto se saca ... y esto se escriba todo con toda verdad ... para que se vea si se emplea bien allí el trabajo, o si mejor en otra parte se emplearía ...« (cfr. Epp. I: 544).

(32) Cfr. I. Iparraguirre Historia de la práctica…, op. cit. en nota 1, p. 74-82.

(33) Cfr. M. A. Fiorito »Los Ejercicios Espirituales, fuente y cumbre de la actividad jesuita«, en Boletín de Espiritualidad 45,p. 27-32.

(34) Para que no parezca exagerado lo que decimos, recordemos lo que más arriba dijimos (cfr. p. 15-19) de las diversas maneras de dar los Ejercicios, desde el simple enseñar a examinar la conciencia y a orar, hasta guiar en una elección de vida o estado inmutable; y tengamos además en cuenta las diversas maneras de hacer los Ejercicios completos (cfr. Fiorito »Ejercicios completos hoy«, en Boletín de Espiritualidad 42, p. 21-26), sobre todo la que consiste, como el mismo san Ignacio dice en su carta, »... sin encerrar a las personas, sino tomando algunas horas al día ... porque de esta manera se puede comunicar a muchos más la utilidad de los Ejercicios ...« (cfr. EE [19]).

(35) No se trata de que »se muevan ...« a dar los Ejercicios, sino de mover a otros a hacer Ejercicios: este sentido está más claro en el texto primitivo, donde dice que el dar razón »... a personas de cualquier grado ... (ha de ser) para atraerlos a desear ayudarse de ellos (cfr. MConst. II: 191).

(36) San Ignacio nos ha dejado un ejemplo de cómo movía él a hacer Ejercicios, en la carta que le escribe al P. Miona, que había sido su confesor cuando estudiaba en París (cfr. BAC2: 630-631).

(37) Cfr. I. Iparraguirre »Los Ejercicios Espirituales de ignacianos, el método missional de S. F. Javier y la mission jesuítica de la India en el siglo XVI«, en Studia Missionalia V (1950). Véase más brevemente, en Francisco Javier Escritos (Madrid 1953, p. 16) con las citas de los principales documentos de san Francisco Javier.

(38) El beato dice en una de sus cartas – y es frecuente en él tratar del tema – que »... de los Ejercicios ya no sabemos hablar en particular, porque tantos hay que dan los Ejercicios, que no sabemos el número ... Súbito como un sacerdote es ejercitado, él los da a otros, etc.« (MFabro: 22). Incluso hay mujeres que »... por oficio toman el ir de casa en casa ... y siempre ante todas las cosas les dan los diez mandamientos, los siete pecados mortales, y después lo que es para la confesión general ...« (cfr. MFabro: 33); o sea, los Ejercicios »leves«, según la Anotación 18 (EE [18]).

(39) Cfr. I. Iparraguirre Historia de la práctica…, op. cit. en nota 1, p. 14-30 y 40-50.









Boletín de espiritualidad Nr. 49, p. 1-26.


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