Presentación del Boletín de Espiritualidad Nr. 66

Miguel Ángel Fiorito sj







Presentamos dos trabajos, uno de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, sobre la formación espiritual en los seminarios; y otro sobre los salmos imprecatorios.

1. Titulamos el primero »La formación espiritual« en general, porque hemos quitado todo lo que exclusivamente se refería a un Seminario (y lo hemos indicado con puntos suspensivos), agregando unas pocas palabras para mantener el sentido del texto; y hemos dejado así lo que vale de cualquier »plan« de formación espiritual. Creemos que así pude servir también para religiosos o laicos; y quien quiera leer íntegro el documento de la Sagrada Congregación, puede hacerlo en OR XII (1980), n. 20, p. 7 y ss.

2. En cuanto al segundo, de J. Trublet, es un ensayo sobre los Salmos imprecatorios, titulado »Violencia y oración«.

Su autor tiene en cuenta las tres fuentes de objeciones contra el rezo de estos salmos: el punto de vista antropológico, el teológico y el hermenéutico o de exégesis. Y de cada una de estas tres fuentes sabe sacar una manera original de rezar los salmos imprecatorios.

Dicho muy brevemente, desde el punto de vista antropológico, el »enemigo« contra el cual impreca el salmista es la muerte (el dolor, la desgracia; en último término, el pecado); o bien uno mismo, cuya maldad se quiere aniquilar.

Desde el punto de vista teológico, el salmo imprecatorio supone una gran familiaridad con Dios: »si los salmistas se dejan llevar a tales familiaridades con Dios, a tales »descomedimientos«, es porque saben que Dios puede oírlo todo ... y que su propia palabra – la de ellos – es poderosa sobre el corazón de Dios«.

Finalmente, desde el punto de vista hermenéutico o exegético, el salmo imprecatorio – además de poder usarlo, como más de un Santo Padre lo ha hecho, para dirigirlo en contra del »enemigo de natura humana« (EE [7] y passim) –, nos puede ayudar a »... tomar conciencia un poco más de las fuerzas que habitan en nosotros y de las que Cristo ha venido a salvarnos«: nosotros mismos somos »violentos« (de pensamiento, de palabra y aún de obra) y por eso tal vez no nos gustan estos salmos que nacen de la violencia.

3. Volvamos al primer trabajo: puede llamar la atención que hayamos generalizado el documento de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, referido a la formación espiritual de los seminaristas.

Lo hemos hecho así porque recordamos lo que Juan Pablo II ha dicho recientemente:

La unidad de la Iglesia resulta ante todo de la pluralidad de las personas, y luego de la pluralidad de las comunidades, por ejemplo, de las parroquias; más aún, de la pluralidad de las familias que forman una parroquia ... Es única la vocación cristiana común. También es única la llamada a la santidad y único el carisma fundamental de ser cristiano: el sacramento del bautismo. Sin embargo, sobre su fundamento se individúan las vocaciones como la sacerdotal y la religiosa y, junto a éstas, la vocación de los laicos que, a su vez, comporta el conjunto de las variedades posibles. Efectivamente, los laicos pueden participar de diversas maneras en la misión de la Iglesia dentro de su apostolado. Sirven, por ejemplo, a la comunidad misma de la Iglesia, tomando parte en la catequesis o en el servicio caritativo y, simultáneamente, abren en el mundo los caminos en tantos campos del compromiso específico suyo. Servir pues a la comunión del Pueblo de Dios en la Iglesia significa cuidar las diversas vocaciones y los carismas en lo que tienen de específico y actuar para que se complementen recíprocamente ... (de acuerdo con) la magnífica analogía de san Pablo (cfr. 1Cor 12,12 ss.).

Hay que servir a la unidad conservando y desarrollando esa »pluralidad« que en las almas proviene del Espíritu santo (OR XII [1980], n. 8, p. 1 y 11).

Ahora bien, si »es única la vocación cristiana común« y »única la llamada a la santidad y único el carisma fundamental de ser cristiano ...« recibido en el bautismo, se puede pensar en una »única formación espiritual«. Pero no basta, ya que además hay que formar »en lo que tienen de específico« las diversas vocaciones. Aunque es un buen punto de partida ya que, por ser común, permitirá luego que más fácilmente »las diversas vocaciones ... se complementen recíprocamente ...«, como lo deseaba Juan Pablo II en el discurso citado poco más arriba.









Boletín de espiritualidad Nr. 66, p. 1-2.