Apéndice: El Corazón de Jesús, resumen y símbolo del amor

Pedro Arrupe sj







...Cuando se ve que el amor es lo más profundo de la espiritualidad cristiana y, por lo mismo, de la espiritualidad ignaciana, me siento en cierto modo obligado a proponer una última consideración.

Lo dicho hasta ahora se podría resumir en estos puntos:

1. El amor (servicio) a los hermanos, a Cristo, al Padre, constituyen un único e indivisible objeto de nuestra caridad.

2. El amor resuelve las dicotomías y tensiones que pueden presentarse en una espiritualidad ignaciana imperfectamente entendida. Por ejemplo:

+ La tensión entre fe y justicia se resuelve en la caridad. La fe debe estar informada por la caridad ("fides informata caritate"), asimismo la justicia, que se hace así una justicia superior: es la caridad que exige la justicia.

+ La tensión entre perfección propia y ajena. Ambas deben ser la perfección de una misma caridad, que siempre tiene tendencia a crecer, tanto en sí misma intensamente, como en la multiplicación y perfección de los prójimos extensivamente.

+ La tensión entre oración y apostolado activo se resuelve en el "contemplativo en la acción", en el buscar a Dios en todas las cosas (Contemplación para alcanzar amor de los Ejercicios).

+ La tensión entre tres votos religiosos desaparece cuando su fundamentación y ejecución vienen a estar inspirados y movidos por la caridad (lo mismo puede decirse del "cuarto voto", de obediencia al Papa).

+ La tensión entre discernimiento y obediencia. La caridad debe estar en el origen y en la finalidad del discernimiento: esta presencia del "agape” permite discernir la voluntad de Dios (cfr. Rom.12, 2), es una intuición de la caridad (Ef.3, 18-19; Col .2, 2). La obediencia, por su parte, es expresión de esa misma voluntad de Dios. Tanto el Superior como el súbdito deben estar informados por la caridad, con la intuición propia del amor.

3. El amor es la solución de los problemas apostólicos creados por la iniquidad ("anomía") moderna.

4. El amor es lo más profundo y lo que da unidad a toda la personalidad y la obra de Jesucristo.

5. El amor es también lo más profundo de nuestra vida y actividades, ya que entre Jesucristo y nosotros hay un mismo Espíritu común (la Persona, que es amor) y que nos hace exclamar como a Cristo: ¡Abba, Padre!

El amor, por tanto, entendido en toda su profundidad y amplitud (caridad y misericordia) es el resumen de toda la vida de Jesucristo, y debe serlo también de la vida del jesuita.

Ahora bien, el símbolo natural del amor es el corazón. De ahí que el Corazón de Cristo sea el símbolo natural para representar nuestra espiritualidad personal e institucional, llevándonos a la fuente y a lo más hondo del amor humano-divino de Jesucristo.

Por eso, al terminar estas páginas, quiero decir a la Compañía de Jesús algo que juzgo que no debo callar.

Desde mi Noviciado, siempre he estado convencido de que en la llamada "devoción al Sagrado Corazón" está encerrada una expresión simbólica de lo más profundo del espíritu ignaciano y una extraordinaria eficacia "más allá de toda esperanza", tanto para la perfección propia como para la fecundidad apostólica.

Este convencimiento lo poseo aún. Podrá haber extrañado a alguno que, durante mi Generalato, haya hablado relativamente poco de este tema. Ha habido en ello una razón que podríamos llamar pastoral. En décadas recientes la expresión misma "Sagrado Corazón" no ha dejado de suscitar en algunas partes reacciones emocionales y alérgicas, quizá, en parte, como reacción a formas de presentación y terminología ligadas al gusto de épocas pasadas. Por eso me pareció que era aconsejable dejar pasar algún tiempo en la certeza de que esa actitud, más emotiva que racional, se iría serenando.

Abrigaba y sigo abrigando la certeza de que el valor altísimo de una espiritualidad tan profunda, a la que los Sumos Pontífices han calificado de suprema, que se sirve de un símbolo bíblico (Ef.1,18) tan universal y tan humano, y de una palabra, "corazón", auténtica palabra-fuente ("Urwort"), no tardaría en abrirse paso de nuevo.

Por este motivo, muy a mi pesar, he hablado y escrito relativamente poco sobre esta materia, aunque de ello he tratado frecuentemente en conversaciones a nivel personal, y en esta devoción tengo una de las fuentes más entrañables de mi vida interior.

Al terminar este ciclo de conferencias sobre el carisma ignaciano, no podía dejar de dar a la Compañía de Jesús una explicación de este silencio, que espero será comprendido. Y, al mismo tiempo, no quería silenciar mi profunda convicción de que todos, en cuanto Compañía de Jesús, tenemos que reflexionar y discernir ante Cristo crucificado acerca de lo que esta devoción ha significado y debe significar, precisamente hoy, para la Compañía de Jesús.

En las circunstancias actuales, el mundo nos ofrece desafíos y oportunidades que sólo con la fuerza de este amor del Corazón de Jesús pueden encontrar plena solución.

Este es el mensaje que quería comunicaros.

No se trata de forzar las cosas, ni de mandar nada en una materia en que entra por medio el amor. Pero sí digo: pensad en ello, y "discurrid por lo que se ofreciere"(EE.53).

Sería triste que poseyendo, en nuestra espiritualidad, incluso institucional, un tesoro tan grande, lo dejásemos de lado por motivos poco aceptables.

Si queréis un consejo, después de 53 años de vida en la Compañía y de casi 16 de generalato, os diría que en esta devoción al Corazón de Cristo se esconde una fuerza inmensa. A cada uno toca descubrirla, si no la ha descubierto ya, y profundizarla y aplicarla en su vida personal en el modo como el Señor se la muestre y se lo conceda. Se trata de una gracia extraordinaria que Dios nos ofrece.

La Compañía de Jesús necesita la "dynamis" o fuerza encerrada en ese símbolo y en la realidad que nos anuncia: el amor del Corazón de Cristo.

Quizá lo que nos falta es un acto de humildad eclesial para aceptar lo que los Sumos Pontífices, las Congregaciones Generales y los Padres Generales de la Compañía de Jesús han repetido incesantemente. Y, sin embargo, estoy persuadido de que pocas pruebas podría haber tan claras de la renovación espiritual de la Compañía como una pujante y generalizada devoción al Corazón de Jesús. Nuestro apostolado recibiría nuevo aliento y no tardaríamos en ver los efectos, tanto en nuestra vida personal como en nuestras actividades apostólicas.

No caigamos en la presunción de creernos superiores a una devoción que se expresa en un símbolo o en una representación gráfica de ese símbolo. No nos unamos a "los sabios y prudentes de este mundo" a quienes el Padre oculta sus misteriosas realidades, mientras que se las enseña a quienes son o se hacen "pequeños" (cfr.Le.11, 21 y Mt.ll, 25).

Tengamos esa sencillez de corazón que es la primera condición para una profunda conversión: "Si no cambiáis y no os hacéis como niños..." (Mt.18, 3). Son palabras de Cristo que podríamos traducir así: Si queréis, como personas y como Compañía de Jesús, entrar en los tesoros del Reino y contribuir a edificarlo con extraordinaria eficacia, haceos como los pobres a quienes deseáis servir. Tantas veces repetís que los pobres os han enseñado más que muchos libros: aprended de ellos esta lección tan sencilla, reconoced mi amor en mi Corazón.









Boletín de espiritualidad Nr. 77, p. 17-20.