Cómo enseñar a orar en los ejercicios

Tomás Spidlik sj







Los antiguos ascetas cristianos solían decir: La oración es algo que nadie te puede enseñar. Tú debes enseñarte a tí mismo a rezar.

La oración es una experiencia vital, como el respirar y, por lo tanto, es muy difícil de definirla. Sin embargo, nos damos cuenta que en la montaña, en un ambiente con aire puro, se respira mejor.

La finalidad de los Ejercicios, es para continuar con el lenguaje parabólico, crear una atmósfera pura, adecuada a la "respiración del Espíritu" (definición de oración que Teófano el Recluso, escritor ruso de espiritualidad del siglo pasado, nos ha dejado).

En efecto, nadie puede dudar que, a través de los siglos, los Ejercicios han sido una verdadera "escuela de oración" (1), tanto más preciosa cuanto presentada por un representante de la "espiritualidad activa" y del trabajo, como lo fue San Ignacio.

Desde el punto de vista pedagógico, los métodos que se presentan en el libro de los Ejercicios se han demostrado eficaces, porque no son fruto de una erudición sino de una experiencia vivida. Tales, por otra parte, fueron también las enseñanzas de los antiguos monjes.

Por eso queremos proponer tales métodos, no siguiendo un esquema racional, sino más bien la experiencia del mismo Ignacio, experiencia que cada uno tendría que rehacerla a su manera.

1. El discernimiento de espiritus

Los Ejercicios describen diversos modos de orar. Entre éstos no se consideran las Reglas para el discernimiento de espíritus. Sin embargo, me parece que son fundamentales para comprender la esencia misma de la oración mental ignaciana.

Los catecismos, hasta nuestros días, repiten todavía la definición de oración como "la elevación de la mente a Dios". Pero pocos se dan cuenta que se trata de una antigua definición de la Filosofía: para Aristóteles, pensar en Dios es el ideal de la "vida contemplativa", mucho mejor que la "vida utilitarística" o "política".

Los cristianos heredaron esta definición. Pero, ¿se puede decir que para ellos la oración y la contemplación consiste solamente en "pensar en Dios"?

Quien responde afirmativamente a esta pregunta, transforma automáticamente los Ejercicios Espirituales en "cursos de aggiornamento", lo cual es exactamente lo contrario al pensamiento ignaciano. Por tanto, nuestra respuesta tendrá que ser negativa.

Lo que los Padres de la Iglesia afirman teóricamente cuando se refieren a la oración, San Ignacio lo vive de un modo particular al principio de su conversión (Autobiografía, nn.6-8). En este primer período de su vida espiritual Ignacio lee libros y recuerda lecturas anteriores. Sus pensamientos se dirigen unas veces al mundo profano, otras a las cosas divinas; pero no se verifica ningún cambio en su vida. Ignacio se abandona a la imaginación. Sueña ser o un caballero o un santo, pero con esta diferencia: después de las fantasías mundanas, se siente vacío, descontento; después de los pensamientos de Dios, siente consolación, paz. He aquí el gran descubrimiento: por nuestra mente pasan imágenes y pensamientos, y éstos construyen o destruyen nuestra personalidad.

La experiencia personal de Ignacio es la misma que la de los primeros monjes del desierto y de los hombres que cultivan la oración interior. Los pensamientos son una fuerza transformadora para bien o para mal. Vienen "de fuera" y el hombre es libre de aceptarlos, de rechazarlos o de sustituirlos con otros. Nos destruyen, si provienen del mundo; por el contrario, son una fuerza constructiva, si vienen de Dios.

Una vez hecho este descubrimiento en la vida concreta, el hombre siente un gran deseo de oír la voz de Dios que habla: "sentir y gustar internamente..." (EE.2) esta voz, es decir, practicar la oración mental. En un primer momento, habíamos aprendido a dirigir la palabra a Dios, a pedir; ahora descubrimos, a través de estos "pensamientos" interiores, que Dios nos dirige una palabra a nosotros y que esta palabra, como todas las palabras de Dios, es una fuerza creadora de nuestra existencia.

2. La meditación

¿Qué otra cosa es la meditación sino el deseo, ardiente de escuchar la Palabra de Dios -como dice San Basilio- "en la fuerza", es decir, hacerse penetrar por ella, hacerse "crear"?

El primer tipo de meditación es una lectura atenta, que se puede realizar magníficamente con el método que S. Ignacio llama "tercer modo de orar" (EE.258). La alusión a la respiración rítmica es muy semejante a lo que hoy en día se llama "métodos trascendentales". Sin embargo, es mucho más sencillo; sincronizar, por así decirlo, todo el hombre con las palabras divinas. Esta sincronización no puede limitarse únicamente a un nivel físico o corporal; se exige un comportamiento moral que corresponda a lo que se profesa. ¿No es ésta la finalidad del "segundo modo de orar" ignaciano (EE.252)?

La clásica meditación ignaciana, tal como la expone el P.Roothaan, parece ser demasiado complicada. Conocemos sus elementos: la posición corporal, de acuerdo con la finalidad; las imágenes de la representación interna; el uso del entendimiento que razona; las decisiones de la voluntad, el afecto, el coloquio.

El famoso "uso de las facultades" -sobre todo de la inteligencia- nos deja un poco perplejos. Se arguye que este fue encontrado en el tiempo cuando la mentalidad dé las personas era prevalentemente analítica, cuando se amaba jugar con las pocas ideas que cada uno desarrollaba. La mentalidad moderna, se dice, es del todo diversa: uno sale del cine y "medita" sobre la película, es decir, dentro de las miles de imágenes, trata de tomar la única idea que tendría que ser puesta en relieve.

Ahora bien, ésta no es realmente una objeción, sino más bien una ayuda para entender mejor el sentido de la meditación ignaciana.

Es verdad que S. Ignacio exige que, cuando uno medita, debe tratar de hallar algo por sí mismo (cfr.EE. 2). Pero sería un error interpretar esta observación ignaciana en el sentido "intelectualista" de encontrar ideas totalmente nuevas o reflexiones espléndidas. San Máximo el confesor recomendaba lo mismo, y para él "hallar..." significaba ser iluminado por Dios, ver la verdad que se conoce desde hace mucho tiempo en el contexto de la propia vida. Tal es también el sentido de la meditación ignaciana.

¿Cómo llegar a esto?

Los antiguos monjes "meditaban" de esta manera: aprendían de memoria cada uno de los versículos de la Sagrada Escritura útiles para la vida, que después repetían en cada circunstancia; y mientras recitaban las fórmulas preferidas, hacían grandes descubrimientos: cómo la Palabra de Dios se refleja en todo lo que nos rodea, cómo responde al estado de nuestro corazón.

Juzgo que volver a esta antigua manera de orar ayudará a muchas personas de hoy. Basta leer las Escrituras o un libro clásico, aferrar lo que nos ha llamado la atención, repetirlo a menudo, dejar pasar por nuestra mente todo lo que nos preocupa, y confrontarlo con el pensamiento o Palabra de Dios. Estoy convencido que este método está del todo de acuerdo con el pensamiento de S. Ignacio, que no aspiraba sino a obtener esto.

Existen además otras ventajas

En el mundo moderno, se trata de conquistar al hombre con "slogans". Un pensamiento constante prevalece sobre muchas otras impresiones fugaces. Frecuentemente los "slogans" van contra el buen sentido y la naturaleza del hombre y, sin embargo, vienen absorbidos por la publicidad. Tenemos que defendernos de un modo análogo por medio de "slogans espirituales" que, una vez percibidos, construyan la naturaleza del hombre y le den la paz.

3. El examen de conciencia

El examen de conciencia es un "ejercicio" que S. Ignacio consideraba muy importante (2).

Sin embargo, no se puede discutir que la práctica de tal ejercicio ha sufrido una crisis muy profunda.

Para restablecerle el viejo honor, se han sugerido diversas soluciones: se aconseja hacerlo de manera más positiva, haciendo hincapié más en las virtudes que en los pecados. Se ha recomendado de hacerlo como lo suelen hacer los sabios hindúes, en lenta retrospección, teniendo como punto de partida él momento presente e ir progresivamente al pasado más cercano y luego al más lejano.

No queremos disminuir el valor de estos métodos y consejos, pero estamos convencidos que la crisis del examen de conciencia se debe a que no se lo considera como un verdadero e importante modo de orar. Quizás lo hemos considerado más como formativo del carácter que como un elemento" contemplativo.

Entre los cinco grados de contemplación, Evagrio Póntico enumera la "contemplación de la Providencia". El ejemplo clásico de tal contemplación es la Biblia misma: la Sagrada Escritura narra los hechos, la historia de un pueblo; y al mismo tiempo el autor inspirado ve cómo Dios, trabaja y aparece en todos los hechos, algunas veces triviales, otros cruentos y otras edificantes.

El examen de conciencia tendría que ser algo semejante. Se tendría que hacer pasar por la mente todos los acontecimientos del día, que serían muy variados. Algunas veces tratamos de corregirlos; muchas veces, sin embargo, sin obtener resultado.

Pero quizás la cosa más importante no es tratar de dirigir nuestra vida, sino de entenderla. Dios trabaja y aparece en nuestro día. No tendría que terminar la jornada antes de haber entendido la "historia de nuestra alma”, el sentido de todo lo que me ha sucedido.

Una paz espiritual duradera es una consecuencia de esto, porque está fundada en la paz con Dios.

4. La elección

La vida espiritual es el ejercicio de la libertad, que se manifiesta en el mundo presente como una elección continua y consciente.

Se podría objetar afirmando que un religioso obediente hace una elección al principio de su vida religiosa, y después deja todo en manos de sus superiores; o que determinados sistemas modernos obligan a los jóvenes a elecciones continuas que turban la tranquilidad de su desarrollo normal. ¿Para qué crearse continuamente estos problemas?

El fin de los Ejercicios no es el crear continuos problemas, sino por el contrario: se tiene uno que volver indiferente, es decir, se tiene uno que librar de tantos pseudoproblemas, considerados importantes, y concentrarse en el único problema, es decir, hacer la voluntad de Dios.

Este es un problema ascético, pero en la historia del pensamiento cristiano ha sido también un problema dogmático. La herejía del monotelismo, en el siglo V, afirmaba y que en Cristo existe una única voluntad divina; si existieran dos, es decir, la humana y la divina, podrían estar en contradicción. San Máximo el Confesor defendió hasta el martirio la existencia de dos voluntades en Cristo: una divina y otra humana, que colaboran perfectamente.

En la historia de la espiritualidad existieron también algunas tendencias que se pueden llamar monotélicas: hacer la voluntad de Dios significa dejar toda iniciativa y toda creatividad únicamente a Dios. El hombre se reduce a ser un instrumento obediente, pero poco humano.

S. Ignacio vivió en un tiempo en donde prevalecían dos tendencias opuestas. Por una parte, el humanismo renacentista atribuye toda la iniciativa al hombre, dejando a Dios únicamente la función de ayudarnos en nuestros proyectos; por la otra parte, la tendencia de la "reforma”, que quiere dejar todo a la gracia, disminuyendo así la responsabilidad humana para hacer el bien.

Conocemos el famoso dicho de S. Ignacio: actúa, como si todo dependiese de ti, y reza como si todo dependiese de Dios (3). Se suele considerar este dicho como una máxima inteligente, pero que no resuelve el problema. En realidad lo resuelve, según la tradición cristológica: lo divino no disminuye lo humano, antes bien lo perfecciona.

En la oración, nosotros buscamos la voluntad de Dios. No podemos, sin embargo, considerarla como substitución de nuestra creatividad humana.

Cuando el hombre tiene una inspiración divina, debe elegir el modo mejor de realizarla, como el artista trabaja con entusiasmo después de haber tenido la inspiración.

En las elecciones continuas, sin duda alguna hay un elemento creativo. Si nuestra oración perfecciona este aspecto, estamos ciertamente por el buen camino buscando la mayor gloria de Dios.





Notas:

(1) N. de la R.: No sólo ni principalmente una "escuela de oración", sino también y específicamente una "escuela de discreción". El mismo autor, poco más adelante, al presentar los métodos de oración propios de los Ejercicios, menciona en primer lugar el discernimiento de espíritus: "las reglas para el discernimiento de espíritus -nos dice- ...son fundamentales para comprender la esencia misma de la oración mental (ignaciana)". En realidad, no se puede hacer, en los Ejercicios, una "dicotomía" entre oración y discreción: la oración, propia de los Ejercicios, necesita de la discreción; y la discreción requiere la oración. En otros términos, no basta, para hacer Ejercicios, hacer cualquier tipo de oración, sino que se requiere hacer una oración que termine en la discreción o discernimiento de espíritus. Por eso, la mejor manera de prepararse para hacer Ejercicios es tener en cuenta no sólo una preparación para cualquier oración, sino también una preparación para la discreción. Digamos, para terminar, que -de acuerdo a lo que venimos diciendo- la oración más ignaciana es el examen (ver nota siguiente).

(2) N. de la R.: cfr. M. A. Fiorito. La conciencia y su examen, Boletin de Espiritualidad n. 61; y con el mismo título, stromata 35 (1979), p. 61-100.

(3) N. de la R.: el dicho ignaciano tiene varias versiones. Una de ellas (del jesuita húngaro Hevenesi, en 1712), traducida del latín, es la siguiente: "Esta sea la primera regla de tu acción: de tal manera fíate de Dios como si todo el suceso fuera a depender de tí y nada de Dios; pero de tal manera pon manos a la obra, como si nada fueras a hacer tú, sino solo Dios". Es una frase difícil de interpretar, y por ello de la misma hay -como decíamos más arriba- diversas versiones (cfr. MHSI. Scripta, 1,466; MIgn. Epp.IX, 626, etc.). Puede querer decir que, antes de obrar, hay que tratar de prever todos los medios humanos al alcance; y, mientras se esta obrando, hay que confiar solamente en Dios.

(4) N. de la R.: la relación entre libertad divina y libertad humana es un misterio; y por eso dice S. Ignacio que "no debemos hablar instando tanto en la gracia, que se engendre veneno para quitar libertad" (EE. 369). Jeremías tiene una expresión típica en su estilo: "Si te vuelves porque yo te haga volver..." (Jr. 15,17), que subraya el lazo estrechísimo entre libertad humana y acción divina. También se podría traducir así: "Si te vuelves, yo te haré volver...". Es la misma idea, pero insistiendo más claramente en que la buena voluntad del hombre hace posible la acción de Dios en él. A la inversa, el hombre debe reconocer que si Dios no actúa en él, nada puede (cfr. Jr. 31,18). Por eso decíamos, al comienzo de esta nota, que la relación entre la libertad divina y la libertad humana es un misterio, y que hay que tener cuidado al querer hablar de él.









Boletín de espiritualidad Nr. 77, p. 21-27.