Sobre la incertidumbre y la tibieza

Jorge M. Bergoglio sj







1. Repetidas veces se ha hecho referencia al fenómeno de cierta deserción en la vida espiritual: un ir aflojando lentamente en la magnanimidad y en la prontitud de servicio, hasta llegar a un estado de sopor, sin muchos movimientos de espíritu significativos, en el cual, si bien el religioso sigue haciendo sus trabajos habituales y llevando una vida religiosa normal, va perdiendo, poco a poco, su fuerza agresiva, su fervor espiritual.

Se trata del Tratado de tibieza como lo llaman los clásicos de la vida espiritual.

Podríamos sintetizar los rasgos de este estado: hay hombres y mujeres que, al principio de la vida religiosa, o en momentos muy fuertes de ella, prometían grandes cosas. Pero, acabado el primer entusiasmo o el desafío de un momento difícil, se van apagando, replegándose en posibi­lidades cada vez más limitadas y de tono tenue.

La mayor conciencia que los Institutos religiosos han tomado últimamente en lo que dio en llamarse formación permanente (1) indica, de alguna manera, la necesidad de mantener cierto ritmo interior que defienda al religioso de caer en la tibieza, con todas las consecuencias de medio­cridad y deformación de la identidad que esto implica.

2. Sin caer en una concepción gnoseológica puramente intelectual, podemos decir que en la base de toda tibieza y mediocridad de espíritu, anida una incertidumbre a la que se recurre cuando, como sucede con toda tentación, se pretende justificar ese estado de tibieza.

¿Cuáles son esas incertidumbres existenciales? ¿Con qué signos se presentan? ¿En qué ambiente resultan más extendidas? Este trabajo pretende seguir este hilo conductor: detectar las incertidumbres subyacentes a todo esta­do de mediocridad y tibieza, y describir los diversos mo­dos de manifestación.

3. Pablo VI, en su Alocución a los jesuitas reunidos en Congregación General, el 3 de diciembre de 1974 (1), se ex­presaba de la siguiente manera: "Y entonces, ¿por qué dudáis? Contáis con una espiritualidad de fuertes trazos, con una identidad inequívoca, una confirmación secular que os viene de la bondad de los métodos que, pasados por el crisol de la historia, siguen llevando la impronta de la fuerte espiritualidad de San Ignacio... Aparece hoy en medio de vuestras filas un un fuerte estado de incertidumbre.

La invitación del Papa a un serio examen de conciencia apunta a ese mundo interior, siempre tan difícil de explicitar, el de las dudas y la incertidumbre. Y, si bien resulta relativamente fácil comprender el sentido de la palabra “duda”, no sucede lo mismo respecto de ese “fuerte estado de incertidumbre”.

¿A qué se refiere, pues, el Papa, cuando habla de incertidumbre?

4. Un primer sentido apunta a los embates que, de alguna u otra manera, atentan contra la armonía de nuestra identidad fundamental.

El mismo Papa lo explícita: "En verdad, está difundida hoy en la Iglesia la tentación característica de nuestro tiempo: la duda sistemática, la crítica de la propia identidad, el deseo de cambiar, la independencia, el individualismo. . .Debemos velar todos para que la adaptación necesaria no se realice a expensas de identidad fundamental, de lo que es esencial en la figura del jesuita...Esta Imagen no debe ser alterada, no debe ser desfigurada... Si vuestra Compañía entra en crisis, si busca caminos aventurados que no son los suyos, llegan a sufrir incluso todos aquellos que, de un modo o de otro, deben tantísimo a los jesuitas en orden a su formación cristiana...Aparece en vuestras filas un cierto replanteamiento de vuestra misma identidad...” (2).

Simplificando un poco, podríamos decir que este primer sentido de la incertidumbre proviene "de fuera" (3): fundamentalmente, de un mal manejo del diálogo con las realidades socioculturales de nuestro tiempo.

5. Inspirándonos en las palabras del Papa, y sin forzar su significado, podemos decir también que la palabra incertidumbre puede tener un segundo sentido (4).

Parecería que este otro tipo de incertidumbre viene “de dentro”, del manejo que nosotros hacemos de los dones recibidos y de las gracias y tentaciones cotidianas. No proviene de influencia externa, sino que suele estar en la base un estado espiritual un poco quedado, o crecer a propósito de las huellas que los embates externos, puedan haber dejado en una conciencia poco delicada.

Cuando uno deja la oración, los exámenes, no se vigila en el modo de tratar a los prójimos, o negocia con la materia de los votos en pequeñas cosas, siempre anida, detrás de esto, una falta de certeza existencial sobre el modo de hacerlo. Esta falta de certeza (esta incertidumbre) crece con la poca delicadeza de conciencia, y termina por justificar estados de alma muy tibios y flojos.

6. Cuando el Papa se refiere a una crisis general, ubica certeramente a los jesuitas dentro de la cultura y de la Iglesia de este tiempo, acentuando el hecho por la misión vanguardista que la Iglesia ha confiado a la Compañía de Jesús.

Sería una ilusión preguntarnos comparativamente si la Compañía ha sido más dañada que otros Institutos por este embate. Al menos no nos conduciría a nada provechoso. Hasta sería normal que así lo fuera, puesto que siempre son las fuerzas de avance quienes resultan más dañadas (5).

Por tanto, dejamos de lado una especie de relevamiento sociológico comparativo, simplemente porque no ayuda.

7. También en estas reflexiones sobre la tibieza, dejamos de lado el primer sentido que vimos tenía la expresión fuerte estado de incertidumbre. Los documentos de la Iglesia, especialmente en los últimos años, han llamado la atención sobre las tentaciones contra la doctrina, e insistieron fuertemente en el sentido católico de nuestra pertenencia a la Iglesia. Sería interesante, sí, ensayar una recapitulación al respecto, pero no será objeto de esta exposición.

En este trabajo nos centraremos en segundo sentido de la expresión “fuerte estado de incertidumbre”. Lo hacemos por su relación con el estado de la tibieza (como lo indicábamos más arriba) y también por razones domésticas, pues pensamos que para la vivencia religiosa de los jesuitas argentinos, puede resultarnos de mayor actualidad.

Misterio pascual y vida ordinaria

8. Desde hace tiempo, en nuestra Provincia, venimos experimentando una especial bendición del Señor, que se manifiesta en el aumento fuerte de vocaciones, cierta recuperación de valores esenciales a nuestra identidad (sentido de misión, de pertenencia a la Iglesia, revitalización de nuestra espiritualidad, etc.). Esto puede haber dado la sensación de haber salido del peligro1, y de encontrar - nos ahora en el buen camino.

El dolor sentido a flor de piel por toda la Provincia, hace unos años, por la carencia de vocaciones, la defección de muchos miembros cualificados y la desorientación, ha dejado lugar a la alegría desbordante del paso del Señor. Nos hemos unido en el dolor, y nos unimos en el gozo del triunfo.

Esta experiencia no es singular. Pienso que participan de ella todas las comunidades que, de una u otra manera, han sentido la fuerza cohesionante que da el misterio pascual vivido: el dolor de la cruz y la avasalladora alegría de la Resurrección.

Incluso tal experiencia es válida para la propia vida interior: todas nuestras posibilidades y realidades internas se cohesionan también cuando el Señor nos visita con su cruz y con el "oficio de consolar"(6) de su ser Resucitado.

9. Pero después, tanto para las personas como para las Instituciones, la vida continúa, y no siempre se conservan vividos ni el dolor aglutinante de la Cruz ni la alegría de la Resurrección.

En este momento ulterior también (persona e Instituciones) seremos tentados, pero de otra manera de como lo fuimos en la Cruz y en la Resurrección.

Existen las "reliquias de la consolación"(7), que no deben ser tratadas de igual modo que la consolación, porque -de serio así- caeríamos en la ilusión de confundir, no ya al Señor con un fantasma, sino a cualquier fantasía con el Señor.

Más afín, en estos momentos ulteriores a los momentos fuertes, hay una suerte de repliegue: de alguna manera tendemos a volver a nuestras posiciones anteriores (incluso de pecado) y, si no somos sagaces, iremos perdiendo -poco a poco y a fuerza de engaños e ilusiones- lo ganado en la lucha pascual que se libró en nuestro ámbito: nuestro estado, finalmente, llegará a ser peor que al principio (8).

Dicho de otra manera: hay personas e Instituciones que, por la gracia de Dios, superan la primera incertidumbre (la de su propia identidad) y sus efectos, pero luego, por falta de discreción y fervor, vegetan en un sentimiento de triunfo adquirido, una especie de dormirse sobre los laureles, que los depotencia de todo bien recibido en la primera lucha.

En esta situación ulterior se da también un fuerte estado de incertidumbre, y sería la segunda significación de la palabra.

Han triunfado, con gozo y dolor, en el tiempo de la guerra; pero no saben, luego, vivir la paz. Y, entonces, se tornan inseguros, cavilosos, pasivos, paralíticos.

Frente a eso, la lucha contra el estado de incertidumbre debe extenderse no sólo a lo que afecta a nuestra manera de ser fundamental y nuestra identidad (primer sentido), sino al comportamiento cotidiano, al proceder en el trabajo de todos los días (segundo sentido).

Ser fiel en el dolor y en el triunfo es difícil, pero mucho más lo es serlo en mantener la consolación (en cualquiera de sus formas) cotidiana.

No sólo somos invitados a perseverar vigilantes y orantes en la cruz, y a aceptar humildemente los gozos del triunfo, sino también a buscar la consolación y permanecer en ella.

La consolación ha de ser buscada y mantenida a toda costa.

La seducción del bienestar

10. El Deuteronomio aconseja: "Cuando Yavé tu Dios te haya introducido en la tierra que a tus padres Abraham, Isaac y Jacob juró que les darla: ciudades grandes y prósperas que tú no edificaste, casas llenas de toda clase de bienes que tú no llenaste, cisternas excavadas que tú no excavaste, viñedos y olivares que tú no plantaste, cuando hayas comido y te hayas saciado, cuida de no olvidarte de Yavé que te sacó del país de Egipto, de la casa de la servidumbre" (Dt.6,10-12).

"Guárdate de olvidar a Yavé tu Dios descuidando los mandamientos, normas y preceptos que yo te prescribo hoy; no sea que cuando comas y quedes harto, cuando construyas hermosas casas y vivas en ellas, cuando se multipliquen tus vacadas y tus ovejas, cuando tengas plata y oro en abundancia y se acrecienten todos tus bienes, tu corazón se enfrié y olvides a Yavé tu Dios que te sacó del país de Egipto, de la casa de la servidumbre; que te ha conducido a través de este desierto grande y terrible entre serpientes abrasadoras y escorpiones; que en un lugar de sed, sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca más dura; que te alimentó en el desierto con el maná, que no habían conocido tus padres, a fin de humillarte y ponerte a prueba para después hacerte feliz. No digas en tu corazón: “Mi propia fuerza y el poder de mi mano me han creado esta prosperidad, sino acuérdate de Yavé tu Dios, que es el / que te da la fuerza para crear la prosperidad, cumpliendo así la alianza que bajo juramento prometió a tus padres, como lo hace hoy" (Dt.8, 11-17)-

La advertencia apunta a las tentaciones propias del tiempo de prosperidad y de paz, una vez que se han superado tanto la prueba dolorosa de la esclavitud y del desierto como el triunfo de la liberación.

En el Evangelio aparecen varios pasajes que pueden leerse desde esta óptica; los discípulos, al manejar mal estos tiempos, denotan que todavía no han comprendido lo medular del mensaje de Jesús: "qué bueno es estar aquí, hagamos tres tiendas...” (Mc.9, 4), "¿hacemos caer fuego del cielo?" (Lc.9, 54), "¿ahora vas a instaurar el Reino de Israel?" (Hch.1, 6), "lo buscaban para hacerlo rey" (Jn.6, 15)

Sucede algo curioso: como si todo el trabajo del Señor hasta ese momento no hubiera podido cambiar el corazón de los suyos.

Lo mismo con el pueblo de Israel.

Y aquí es precisamente donde se da ese fenómeno de repliegue a las actitudes previas a la conversión: el corazón ha aceptado el paso del Señor por la Cruz y la Resurrección, pero algo hay que no ha sido entregado a ese amor, y ese algo reaparece en el tiempo de paz.

“La verdadera fidelidad no se demuestra tanto en los momentos fuertes del dolor y del triunfo, sino en los momentos de consolación cotidiana, cuando hay que poner en marcha y observar, haciéndose cargo, la salvación reciente”.

11. Si la completa fidelidad hay que buscarla en este momento de paz que sucede a la cruz y al triunfo, ¿cuál es el modo propio de expresarse tal fidelidad?

En la prueba de la cruz, la manera consiste en "vigilar y orar"; en el gozo de la resurrección se es fiel abandonándose al "oficio de consolar” que trae el Señor. En el tiempo de paz, en cambio, la fidelidad se expresa en el continuo “buscar al Señor”, y este buscarlo tiene -además- una “dimensión de resistencia”. Me explico.

Los textos del Deuteronomio arriba citados nos invitaban a no olvidar que todos los logros tenidos eran obra de Yavé. La sabiduría de Israel sabía la capacidad de olvido que conlleva todo egoísmo humano. Pero además esos mismos textos nos reconvenían que no asentáramos nuestra seguridad en nuestras propias fuerzas, como si nos apropiáramos, por el mecanismo del olvido, de las gestas: "Acuérdate de Yavé tu Dios, que es el que te da fuerza para crear la prosperidad” (Dt.8, 17). Este recuerdo implica el gozo en las gestas de Dios y, por tanto, reedita continuamente “el deseo de buscarlo” para que siga realizando estas gestas.

La primera tentación que se da en el tiempo de paz y prosperidad reside precisamente en esto: La falta de deseo de buscar a Dios -si se lo busca- sería de modo imperfecto, p.ej., para poseer alguna otra cosa (como reeditando no tanto el señorío soberano de Dios salvador, sino los logros, los bienes, de esas gestas) (9).

Es propio del hombre fiel, en el tiempo de la paz ordinaria, “buscar para hallar”. El infiel, o no busca, o simplemente busca para tener o conservar lo que le fue dado, y nada más.

Y ¿qué ha de buscar el que desea ser fiel? Simplemente al Señor, y a la consolación (en cualquiera de sus formas) (10) que acompaña al servicie cotidiano. Y buscar la consolación supone “tentarse a sí mismo”, ir probando por diversos lados... Supone un continuo y serio examinarse la conciencia para percatarse de los movimientos de espíritus que se dan a lo largo del día. Supone otra manera de vigilancia que la del momento de la cruz, por ejemplo. Implica capacidad de interioridad y ojo avizor para no adormilarse. (12)

12. Decía más arriba que esta búsqueda de Dios en el tiempo de la prosperidad y la paz tiene una característica: cierta dimensión y resistencia. ¿Qué se entiende por esto?

San Agustín, cuando habla de los cristianos enfermos, dice que los hay de dos tipos. Unos, los "aegroti" como él los llama, ya están definitivamente enfermos y -de hecho- son conducidos por la herejía (que es el problema que él trataba en ese momento). Los segundos, a quienes él llamaba "infirmi", son proclives a la enfermedad final que los llevará a la herejía, y esto por su falta de resistencia. Dice que son hombres deseosos de hacer el bien, pero incapaces de resistir el mal (11), y -por tanto- tal incapacidad los mina por dentro, manteniéndolos sí en la pertenencia a la Iglesia (especialmente por su deseo y capacidad de hacer el bien), pero por otra parte debilitándolos en su capacidad combativa, haciéndolos gozar malamente de la paz de los tiempos. En cuanto vengan dificultades o una persecución, éstos defeccionan.

En las historias de la persecución del siglo XVIII en el Japón, se cuenta que, a los jefes de comunidad católicos, especialmente sacerdotes, varios días antes del interrogatorio definitivo, se los tenía en cárceles relativamente acogedoras y se les facilitaban comodidades. La intención era obvia: debilitar su resistencia.

En los Ejercicios, San Ignacio llama la atención sobre esta paz aparente (12) del ejercitante, a quien no le pasa nada.

Y el Beato Fabro recomienda (13) que a las almas que están ya en el servicio de Dios y que aparentemente cumplen todo, hay que proponerles cosas difíciles, porque -en la respuesta que den-se manifestará el verdadero espíritu que tienen. Estos consejos no son otra cosa que retomar la tradición evangélica del joven rico: toda su bondad se conmueve ante una invitación a cosas más difíciles. Su paz interior estaba minada y él no lo sabía (14).

Tres momentos

13. Resumiendo: hay tres momentos fundamentales de la experiencia espiritual: el de la cruz, el de la resurrección y el de la paz ulterior a ambos.

En este último momento no siempre se da la sagacidad espiritual suficiente como para seguir progresando. Existe un peligro de debilitamiento progresivo e imperceptible que conduce -necesariamente- a un repliegue hacia posturas anteriores al paso del Señor que nos ha purificado y convertido.

La fidelidad al Señor, propia de estos momentos de paz, consiste en un especial cuidado de mantener el corazón buscando al Señor, y esto con un cierto sentido de resistencia.

Tal resistencia puede tomar variadas formas: paciencia, constancia apostólica, seria actitud de examinársela conciencia, interioridad, penitencias...Todas ellas implican un no dormirse sobre los laureles y cierta agresividad para proponerse cosas mayores en el servicio de Dios. La generosidad tiene, en estos momentos de paz, un nombre: el magis discreto. La actividad apostólica, conquistadora y expansiva, de por sí, no es una garantía de fidelidad en estos momentos. Hay que ver la capacidad de resistencia, en el sentido que le acabamos de dar.

En tiempos de paz, el signo de fidelidad irá más por la hypomonéí que por la parresía.

Paz e identidad

14. Antes de encarar la descripción de los signos propios de la infidelidad en tiempos de paz, hacemos una digresión que puede iluminarnos un poco más. Pareciera que~7 hay una estrecha relación entre la manera de comportarnos en este tiempo de paz y prosperidad, y el crecimiento de nuestra identidad.

Tanto la carta a los Tesalonisenses como la carta a los Hebreos, insisten en un estado de paz más allá del / triunfo de la resurrección: "Por tanto, es claro que existe un descanso sabático para el pueblo de Dios" (Hb.4, 9). "Y entonces estaremos siempre con El..." (1 Tes.4, 17). Es el punto final de nuestra peregrinación: la patria a la que aspiraron nuestros padres y la saludaron desde lejos (Hb.11, 13) es el descanso. Allí Dios será todo en todos (1 Co.15, 28), y Cristo lo inaugurará oficialmente, sin relación ya con el pecado, cuando entregue en este último ofertorio sacerdotal toda la creación al Padre.

San Pablo proyecta, en la vida diaria del cristiano, esta paz definitiva a la que aspiramos: "Estad siempre alegres en el Señor os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión presentad a Dios vuestras peticiones, median te la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos, en Cristo Jesús" (Flp.4, 4-7)..."Y el Dios de la paz estará con vosotros” (ibídem, 4,9). No es ya el Dios de la Cruz, el vencedor en el misterio pascual, el triunfante de la Resurrección. Es el Dios de la paz, el que gozaremos eternamente, en el día del descanso definitivo (15).

En nuestra vida, hemos de dejar sitio a este Dios de la paz, en la conciencia de que participamos, ya, del descanso. San Agustín, curiosamente, al hablar del día del descanso definitivo, dice: "Dios séptimus nos ipsi erimus". Hace depender la plenitud de nuestra identidad de la capacidad de entrar en el ámbito de este "día séptimo”, el día del descanso. "Allí se dará la identidad del pueblo de Dios, la total identidad de nuestro ser humano, en medio del hacer y del dolor, más allá del progreso y de las pérdidas, más allá de lo debido y de lo sufrido, más allá de lo factible y de lo hecho: en el inexpresable descanso de Dios"(16) .

Entonces, la paz que buscamos (como forma de consolación) en los tiempos de prosperidad, nada tiene que ver con la tranquilidad ni con el dolce far niente: es el crisol en el que fragua y consolida nuestra identidad. Y esto hasta tal punto que quien, en tiempo de paz y prosperidad, admite incertidumbres que lo llevan a infidelidades, poco a poco irá cayendo en las incertidumbres fundamentales (las del primer sentido de la pala­bra) que terminan por desdibujar su identidad (17)

15. Hecha esta digresión sobre la teología del descanso y de la paz, podemos ahora preguntarnos sobre los posibles signos de la infidelidad en tiempo de paz y prosperidad.

El Deuteronomio nos indica dos: el olvido, y el atribuirse las gestas liberadoras. Obviamente que, en la base de cualquier expresión, están este olvido y esta vanaglo­ria. Más bien quisiera aquí determinar algún signo de su­perficie que sea la señal más a mano de los dos indicados por el Deuteronomio.

A mi juicio, el signo principal es una suerte de estado de disconformidad no gozar totalmente de las gracias recibidas, una especie de tristeza que, sin tener las características de la tristeza espiritual, posee algunos de sus elementos: poca ilusión, quietismo, pereza...Pero, probablemente, el signo mejor de este estado sea un espíritu quejumbroso.

Y esta actitud quejumbrosa no se refleja solamente en quejarse de cosas; va más allá, al núcleo de un corazón disconforme. Lo peculiar consistiría en el desplazamiento de cualquier problemática hacia ámbitos en los cuales uno no puede manejar ninguna solución, o cuya solución no depende de uno.

El quejumbroso aísla su conciencia, de todo tipo de realidad que pueda ayudarlo. Sabe que si quiere conservar ciertas cosas, manifestadas en ese lamento, le es necesario conservar zonas de sombra, en la que no entre la luz de la gracia o simplemente la luminosidad de un trato humano digno y leal. Es curioso: escapan de la confrontación de sus opiniones y prefieren una comunicación de pasillos, donde saben que sus posturas no podrán ser rescatadas para la luz. Obviamente que, en el fondo del corazón, hay una adhesión a esa pequeña o grande mentira y no se tiene ninguna intención de clarificar las cosas. Es la adhesión al ducado mal habido (18), cuando no pecaminoso.

Santa Teresa ya amonestaba a las monjas fáciles en recurrir al "hiciáronme sinrazón", porque veía en ello una manifestación de infidelidad en tiempo de paz.

Estos quejumbrosos ejercitan una suerte de 'hipocondría del espíritu: optan por coleccionar pequeñas injusticias, heridas que les hicieron o que se imaginan les hicieron, y cuidan tal colección con una ternura digna de mejor causa.

Esta cavilación de retorno sobre las supuestas o reales Injusticias configura otro signo del infiel: una capacidad opinativa sobre problemas que no le atañen, resuelta en un espíritu de habría queísmo, con el que disfrazan su dispersión perezosa. Curiosamente, se plantean problemas no solucionables por sus medios, y entonces sus frases predilectas son: "no hacemos esto", "deberíamos enfrentar tal cosa”, "habría que...", y -juntamente- no hacen lo que deben, no enfrentan los desafíos cotidianos que les exige su fidelidad a la consolación.

En la base, estos infieles sienten añoranzas de la desolación: son nostálgicos del tiempo de la esclavitud, soñando con ajos y cebollas idealizados, porque ellos también -como los israelitas del desierto- se olvidan que esos ajos fueron servidos en la mesa de la esclavitud (19).

16. Cuando un religioso o una Institución (comunidad, Provincia, Instituto Religioso) es infiel en tiempo de paz, también se da la característica de perder el fervor (20). Este fervor no es el entusiasmo juvenil (21), ni la comunicación con el Señor en momentos oscuros (22), o en momentos de gloria (23), sino es el seguimiento controlado, paciente, aguantador, del Señor en toda la vida cotidiana: "Cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas a donde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras" (24).

Un seguimiento que supone despojo, como se desprende del texto citado; y un seguimiento que también entraña posibilidades de tentación: "Pedro dice a Jesús: ‘Señor, y éste, ¿qué?”. Jesús le respondió: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú sígueme”. (24). Lo quejumbroso de la tentación de Pedro fue meterse en la vida ajena. El Señor le señala sin dudar el camino: seguirlo sin aislar su conciencia, sin tener guardados recursos de interioridad que hacen a un juicio sobre los otros. Cuando no se sigue este camino señalado, se pierde el fervor.

El religioso, la Institución, se instalan (proviene del establo), y no hacen más que reaccionar a la vida, instintivamente, sin recurso a interioridad alguna, inconscientes de lo que pasa por sus conciencias.

Infidelidad e incertidumbre

17. Ahora podríamos plantearnos qué cosas subyacen a la infidelidad en este tiempo de paz. El estado habitual de un religioso no ha de ser ni "la desolación” ni "la consolación sin causa", sino "la consolación", y ésta hay que buscarla.

Así como en la pérdida de la propia identidad encontrábamos en la base del conflicto una fuente estado de incertidumbre también existen incertidumbres que inspiran la infidelidad del tiempo de paz.

No son tan visibles o escandalosas como las que conducen a perder la propia identidad y sentido de pertenencia, pero no por ello resultan menos peligrosas.

Cuando se da el retorno a posturas anteriores, cuando no hay una leal y constante búsqueda del Señor y de su consolación, cuando se pierde el sentido de la resistencia cristiana y se va apagando el fervor, cuando se cae en el recurso quejumbroso de aislar la propia conciencia (de personas o Instituciones), entonces no cabe duda de que, en la base, existe también un fuerte estado de incertidumbre que provoca y facilita todas estas cosas. Y si tal incertidumbre no es combatida con las armas de la luz, se convertirá en el núcleo creciente de un estado interior incapaz de convivir con la consolación cotidiana.

Este es, pues, el momento de plantearse el examen de conciencia que Pablo VI indicaba en su Alocución, al referirse al fuerte estado de incertidumbre tomado en el segundo sentido que le hemos dado.

Es el momento de plantearse el drama de los que no "perseveran hasta el fin" y -poco a poco se van cansando de la fidelidad en tiempo de paz y prosperidad. Se trata del estado de tibieza, que siempre implica alguna incertidumbre básica que obnubila la inequivocidad de identidad" de fuertes trazos y confirmación secular.

Identidad y primera caridad

18. Cuando una persona o una Institución, en tiempo de paz y prosperidad, descubre que se encuentra en tal estado de tibieza e incertidumbre, entonces debe recurrir a los valores fundamentales de su identidad, siguiendo un camino análogo al que hace quien está fuertemente tentado de incertidumbre en el primer sentido que le hemos dado. Y los rasgos fuertes de su identidad, en su ámbito subjetivo, pueden nuclearse en recuperar la memoria de la primera caridad.

Olvidar la primera caridad, siempre entraña falta de amor, es tibieza, aunque uno siga luchando fuertemente por el Reino de Dios: "Conozco tu conducta: tus fatigas y tu paciencia; y que no puedes soportar a los malvados y que pusiste a prueba a los que se llaman apóstoles sin serlo y descubriste su engaño. Pero tengo contra tí que has perdido la primera caridad..."(25). Cuando el fuerte estado de incertidumbre y desorientación configura en nosotros la tibieza, lo primero debe ser recuperar esta primera caridad, "ese seguir a Dios por el desierto, de la época de nuestro noviazgo" (26).

Esta primera caridad tiene la fuerza de quitarnos del letargo: "Recordad los antiguos días, en los que, después de ser iluminados, hubisteis de soportar un duro y doloroso combate... Os dejasteis despojar con alegría de vuestros bienes, conscientes de que poseíais una riqueza mejor y más duradera. No perdáis ahora vuestra confianza, que lleva consigo una gran recompensa. Necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido" (27).

Al recuperarla primera caridad se desvanecen las incertidumbres que ofrecen asidero a nuestras actitudes menos generosas, cae el recurso a lo quejumbroso, y el servicio de Dios se torna más generoso, sin perezas, con fuerte sentido de la interioridad, penitente, sacrificado.

Al recuperar la primera caridad vamos aprendiendo que en tiempo de paz y prosperidad, no nos es lícito vivir de glorias pasadas o de batallas recientemente ganadas, sino que nuestra agresividad apostólica debe retemplarse con este recuerdo.

La primera caridad, así recuperada por el recuerdo, nos enseña también nuestra vocación de hacedores de la paz, defendiéndonos de la tentación de ser simplemente gozadores de la paz en una actitud que, poco a poco, nos llevarla a ir perdiendo todo lo conquistado por la fuerza de la cruz y la resurrección.





Notas:

(1) Acta Romana, 1976, p. 431-445.

(2) Ibídem, p. 438-440.

(3) Cfr. EE. 32.

(4) Si bien quizá no podamos decir que el Papa literalmente se refiere a este segundo tipo de incertidumbre, con todo es obvio que lo tiene en cuenta, ya sea por su relación con el anterior, ya por ciertas connotaciones que hace, p.ej., con estas palabras: "No se deberá llamar necesidad apostólica a lo que no sería otra cosa que decadencia espiritual, cuando San Ignacio avisa claramente a todo hermano enviado a misiones que, respecto a sí mismo, procure no olvidarse de sí para atender a los demás, no queriendo hacer un mínimo pecado por toda la ganancia espiritual posible, ni siquiera poniéndose en peligro... Nos preguntamos, y vosotros mismos os preguntáis, a guisa de concienzuda averiguación y de serenante ratificación en qué estado se encuentra ahora la vida de oración, la contemplación, la simplicidad de vida, la pobreza, el uso de los medios sobrenaturales..." (AR. 1976, p-739).

(5) El mismo Pontífice quiere explicitar esto: "Dondequiera que en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles y de primera línea, en los cruces de las ideologías, en las trincheras sociales, ha habido o hay confrontación entre las exigencias urgentes del hombre y el mensaje cristiano, allí han estado y están los jesuitas... Vuestra Compañía es, decimos, el test de la vitalidad de la Iglesia en los siglos; es quizá uno de los crisoles más significativos, en que se encuentran las dificultades, tentaciones, esfuerzos, perennidad y éxitos de la Iglesia entera (ibídem, p. 437-ít38).

(6) Cfr. EE.224. Además San Ignacio recomienda que, durante la consolación, pensemos en la desolación que vendrá y tomemos fuerzas nuevas para ese momento. (EE. 323). Y también aconseja humillarse pensando cuán para poco somos en el momento de la desolación "sin la tal gracia o consolación" (EE. 324). Y, cuando estamos en desolación, nos pide que tomemos conciencia de que podemos resistirla con la gracia suficiente, tomando fuerzas en el Señor (ibídem). Lo que es válido en esta partición bipolar consolación-desolación, es válido también en los grados ínfimos de la consolación (como ser la paz, y los grados ínfimos de la desolación (como puede ser el hallarse uno perezoso o tibio, cfr. EE. 317). En este límite, de los grados ínfimos de consolación y desolación, si uno no tiene ojo avizor, puede ser traicionado por el egoísmo y la pereza, por la seducción de la paz a cualquier precio, por los negocios de las pequeñas concesiones. Es decir: la desolación no siempre tiene la fuerza de la cruz, ni la consolación la luminosidad de la resurrección. Por ello, creemos válido que, tanto en la consolación como en la desolación fuerte, miremos no sólo a su contrario (consolación o desolación), sino a esa etapa ulterior de ambas, la tranquilidad de la vida ordinaria, en la que también se da el juego de consolación y desolación, pero con mucha más sutileza y mayor posibilidad de confusión.

(7) Cfr. EE. 336.

(8) Cfr. Mt. 12, 43-45; Le. 11, 24-26. La perícopa, en ambos Evangelios, está íntimamente relacionada con la discusión contra los fariseos y escribas, en cuanto representantes de "esta generación perversa" (Lc. 11,29). El Señor aplica directamente este estado de ruina a ellos en el texto de Mateo: "Así le acaecerá también a esta generación perversa". Además, todo gira alrededor de la "señal" que le piden (Mt.12, 38; Lc. 11,29). Se trata, pues, de un pueblo que lo ha recibido todo, a quien se le ha dado todo, y que no supo ser fiel a esa fidelidad de Dios; de allí que se hable de una generación adúltera, incapaz de reconocer, en Jesús, al Cristo de Dios. A tal estado se llega cuando uno no se ha hecho cargo de los dones recibidos, se los malgastó, y se olvidó del paso del Señor. Entonces no se lo reconoce en el nuevo "paso", en este nuevo "signo de Jonás", y se malgastan energías buscando "signos" nuevos.

(9) San Ignacio, en les Ejercicios, utiliza la palabra "buscar" en dos sentidos distintos: "buscar para hallar" tiene siempre una connotación positiva; "buscar para poseer" tiene significado negativo. En el primer caso se encuadra el "buscar para hallar a Dios", "buscar para hallarla divina voluntad", etc. En cambio, se usa en el segundo sentido el "buscar para poseer canongías", etc. El primer sentido desemboca siempre en un encuentro, que no necesariamente implica una posesión, sino más bien un despojo. El segundo tiende a una posesión.

(10) "...Llamo consolación cuando en el ánima se causa alguna moción interior con la cual viene el ánima a inflamarse en amor de su Creador y Señor, y consequenter cuando ninguna cosa creada sobre la haz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas. Así mismo cuando lanza lágrimas motivas a amor de su Señor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza; finalmente llamo consolación todo aumento de esperanza, fe, y caridad, y toda Leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, quietándola y pacificándola en su Creador y Señor" (EE.316).

(11) San Agustín, De Pastoribus, Sermo XLVI n.13, Corpus Christíanorum, series latina, XLI, pp. 528-570.

(12) EE.6.

(13) Cfr. en el Memorial de Fabro, nn. 301-302.

(14) Cfr. en el Directorio Autógrafo de San Ignacio, n.23 (0bras completas, BAC, Madrid, 1977, p.298), la densidad combativa que tiene la doble opción presentada a los que eligieron estado. Aquí está plasmado el modo de proceder propio de todo fiel en tiempo de paz. No entra en las posibilidades de elección ninguna cosa ya superada por la conversión básica y la elección generosa. Lo menos que se puede elegir es ya un más: aceptar las humillaciones, por amor e imitación de Cristo. La dialéctica progresiva y la prognosis en la Voluntad de Dios están marcadas, en su parte menor, por un más que indica la direccionalidad de la magnanimidad.

(15) San Agustín gusta de presentar este tema del descanso en la tipología de las "dos vidas" (cfr. CCL. XXXVI, 685-687). "Existen dos vidas: una en la fe, otra en la visión. Una pertenece al tiempo de la peregrinación, la otra a la mansión eterna; una transcurre en medio de las fatigas, la otra en el reposo; una en el camino, la otra en la patria... Una subsiste hasta la consumación de los siglos, y allí concluirá... La otra alcanzará su perfección después del fin del mundo y nunca concluirá...". Igualmente, a propósito de la oración de alabanza, proclama un ejercitamiento hacia la vida eterna, hacia el descanso definitivo (cfr. CCL. XL, 2165-2166): “La alabanza de Dios será nuestra eterna alegría. Nadie puede hacerse apto para esta ocupación de la vida futura si no se hubiese ejercitado en ella desde el presen te...Nos conviene perseverar en el deseo (de alcanzar lo prometido) hasta que llegue lo que se nos ha prometido, y entonces desaparecerá el gemido para dar lugar a la sola alabanza... Hay dos tiempos: uno es el tiempo presente, entristecido por las tentaciones y tribulaciones de esta vida; otro, será el tiempo de una seguridad perpetua y de una eterna alegría...”. El consejo de San Agustín es válido para el cometido de nuestro comentario: ejercitarse en la vida eterna, es decir, saber convivir con el descanso que nos será dado el "séptimo día" es una manera con referencia escatológica, de buscar la consolación cotidiana y, en ella, servir al Señor.

(16) Cfr. J. Milic Lochman, Das Glaubenbekenntnis, Gütershoher, 1982, Die Ruhe des Volkes Gottes, p. 205-207.

(17) La identidad no es algo estático que se logra de una vez para siempre. La identidad es fidelidad, y por tanto, se conquista cada día, se resguarda en cada momento. No podemos considerar la identidad como un "proprium" estático, un algo que solamente es de quien lo tiene. La Identidad supone relación con el cuerpo social al que se pertenece. Fundamentalmente, identidad pertenencia. De aquí nace su concepción dinámica. Pertenencia a un cuerpo que debe ser fiel a su carisma fundamental, a las grandes tradiciones de su historia. Así como hay cristianos que juegan a la Iglesia primitiva, o juegan a la caridad fraterna, o juegan a la vida comunitaria... así también lo hay que juegan a la identidad. Este camino concluye con una caricatura consistente en un estatismo fundamental de la identidad, explicitado en los diversos conductismos. Ahora bien, cuando se da lugar por la tibieza y mediocridad a incertidumbres parciales que (sin tocar lo fundamental de la vocación) van justificando un estado de estancamiento, entonces, poco a poco, esta situación se proyecta sobre el estado fundamental de la identidad, y la desfigura. En última instancia no habría distinción entre fuerte estado de Incertidumbre tomado en el primer sentido que le dimos y el tomado en el segundo sentido. La distinción sería meramente cuantitativa o cronológica, no cualitativa; por uno u otro camino, ambas incertidumbres concluyen en una distorsión de la identidad como pertenencia. Y también, por la incapacidad de vivir bien en la paz del Señor, en esa paz que sigue al triunfo Pascual, se confunde descanso con estancamiento... Y todo lo estancado ya sabemos que se corrompe.

(18) Cfr. EE. 150.

(19) Ex 16, 1-3.

(20) Cfr. Evangeli Nuntiandi, 80.

(21) Cfr .Jn 1, 35-51.

(22) Cfr. Lc 22, 39-46.

(23) Cfr. Mc 9, 2-10.

(24) Jn 2. 1,21-22.

(25) Ap 2, 2-3.

(26) Jr 2, 2.

(27) Hb.10, 32-36.









Boletín de espiritualidad Nr. 78, p. 1-18.