Leer espiritualmente la vida

Mariano Ballester sj







1. Hallar a dios en todas las cosas

Siempre me ha parecido una aventura fascinante encontrar a Dios en todo.

Los "hombres de Dios" nos dicen, en todas las épocas de la historia, que esta aventura es posible.

"Hallar a Dios en todas las cosas" era una actitud favorita de San Ignacio de Loyola (1). De él es también la conocida "Contemplación para alcanzar amor" (EE.230-237), que invita a descubrir a Dios a cada paso, en cada reino de la naturaleza, en cada circunstancia de la vida.

Hay quien se marcha al desierto para encontrar a su gusto a Dios. Otros subrayan que hay que encontrarlo en la ciudad, en medio de los hombres. Pero lo más importante es saber encontrarlo en todo: en cada instante de la vida, en cualquier giro vertiginoso de la propia historia o en los momentos de mayor normalidad, en todo.

Esto es posible, porque otros lo han conseguido ya...

2. Una lectura diversa

En cierta ocasión, estaba yo leyendo un texto oriental y me sorprendió encontrar en él estas palabras: La lectura espiritual pone en contacto con Dios (2).

Mi sorpresa era debida a que se diese tanta importancia a la lectura espiritual (3) en un texto que formaba parte de una obra que trataba sobre todo de acostumbrar la mente a percepciones cada vez más sutiles, hasta centrarla en una actitud contemplativa continua.

En realidad yo imaginaba que el término "lectura espiritual" se refería simplemente a la laudable práctica de leer uno de tantos libros espirituales, de modo semejante a la lectura que se hacía regularmente en el noviciado de tantas congregaciones religiosas. Cualquier religioso o religiosa que haya hecho su noviciado en la primera mitad de nuestro siglo, y aún más tarde, recordará a este respecto “Ejercicio de perfección del P. Alonso Rodríguez”, que era el indispensable tratado de lectura espiritual para todo fiel novicio.

Sin embargo, mi interpretación era miope. La lectura a la que se refería mi texto oriental era más bien ‘El arte de saber leer en cualquier acontecimiento una significación más allá de las apariencias de superficie’.

Se trataba, pues, de desarrollar toda una actitud mental, para saber penetrar e interpretar de este modo la propia vida de cada día.

Quien esté familiarizado con los problemas del crecimiento espiritual, comprenderá fácilmente que esta actitud supone una colaboración atenta con las continuas llamadas de la gracia y una elevación mental que no es fácil de conseguir en dos días. Es todo un camino que entra-... en las grandes líneas de la oración continua. Porque saber leer espiritualmente la vida en cada momento, es también percibir en ella la continua presencia del Dios "en quien vivimos, nos movemos y existimos" (Hch.17, 28).

Trataré a continuación de exponer brevemente los pasos que me llevaron a descubrir este camino de oración continua.

3. Un perenne mensaje en clave

Comprendí aún mejor el sentido de la lectura espiritual de la vida, al precisar un presupuesto que se adivina fácilmente después de lo que acabo de exponer.

Si es realmente posible leer espiritualmente la vida, es decir, si no se trata de ninguna invención o juego ingenuo el poder aprender el lenguaje de ver en todo los mensajes de Dios, entonces la vida nos esconde un secreto en clave. De la misma manera que la escritura de una lengua extranjera nos resulta un jeroglífico, los acontecimientos diarios serían símbolos y signos de un cierto "más allá". Ese "más allá" sólo podría descifrarlo el individuo que supiera leer espiritualmente la vida.

Pero el riquísimo tejido de acontecimientos espacio- temporales que llamamos vida puede enfocarse y leerse desde muy distintos ángulos. Diríamos que hay muchas claves- de interpretación.

San Ignacio, en la citada "Contemplación para alcanzar amor" (EE.230-237), nos invita a leer la propia vida a la luz de los beneficios de Dios, luego a la luz del trabajo de Dios en cada reino de la naturaleza, o a la luz de la presencia divina o del origen divino de todo bien .

Pedro Fabro, uno de los primeros compañeros de San Ignacio en la fundación de la Compañía de Jesús, fue otro experto en el arte de leer espiritualmente. Hoy nos resultarían sorprendentes y quizás fuera de tono, las continúas alusiones que aparecen en su Diario acerca de este "más allá" espiritual de cualquier acontecimiento. Así, cuando Fabro se tropieza en plena calle con el brillante espectáculo de la recepción de un jefe militar, su espíritu se eleva espontáneamente a pensar en el espectáculo que es ver el rostro de Cristo, revelación del Padre (4). Y cuando entra en una iglesia ve, más allá de las velas encendidas, "al que las había puesto y encendido; a quien las había ordenado; a quien había dejado renta para ello; asimismo de los órganos y del organista, y de los fundadores, etc. Asimismo todos los ornamentos que yo veía del culto divino, y de los cantores, del canto y de los niños que cantaban. Asimismo de los relicarios y de los que las reliquias buscaron, o hallándolas las decoraron" (5).

En la historia no ha faltado cierto tipo de personas dotadas de una capacidad especial para leer espiritualmente la vida en una clave determinada: a nivel de personas, de acontecimientos históricos, del simbolismo de la naturaleza, o incluso descubriendo la teleología divina de la creación entera.

El conocido paleontólogo P.Teilhard de Chardin, en los escritos que tanto han admirado y discutido teólogos y científicos, no hace sino "leer espiritualmente" los datos que sus conocimientos de paleontología le proporciona. Más allá de esos datos, descubre un maravilloso pensamiento de Dios, con un impulso continuo, una teleología que impulsa a la creación entera desde el punto Alfa al Omega, a la entera manifestación del Cristo cósmico.

4. La sabiduría del hombre bíblico

El hombre bíblico sabe leer espiritualmente. Cree, con una profunda convicción, que Dios está detrás de todos los acontecimientos y manifestaciones de la historia. El hombre bíblico lee la historia en clave radicalmente teocéntrica.

Cuando Israel pierde una batalla, el hombre de la Biblia lo interpreta inmediatamente ‘como una respuesta de Dios ante los pecados del pueblo y como necesaria purificación.

Cuando, por el contrario, Israel vence a un número desproporcionadamente mayor de enemigos, comprende que Yavé lo hace para demostrarle que es solo El quien salva (6).

La enfermedad, la lluvia o la sequía, las plagas de la cosecha o la recolección abundante de mieses...todo es una continua manifestación del constante diálogo de Dios con su Pueblo.

Todo ello puede resumirse en la exclamación tan querida para el hombre bíblico: Es el Señor.

Cuanto ocurre en un plano multitudinario, se repite a nivel individual.

Job es el prototipo de la interpretación espiritual del dolor: "Yavé dio, Yavé quitó", es su ritornello en las distintas pruebas (Job 1,21; cfr.2, 10).

Un episodio impresionante de esta "lectura espiritual del dolor" se manifiesta en los sufrimientos de David ante la persecución de su hijo Absalón. En una escena cargada de dramatismo y profunda -emotividad, el rey abandona llorando la entrañable ciudad de Jerusalén seguido de sus servidores. En un momento dado, Semeí, su enemigo, se permite insultarlo a distancia y arrojarle piedras. La reacción de los soldados que rodean al rey es inmediata: "¿Por qué ha de maldecir este perro muerto a mi señor el rey? Voy ahora mismo y le corto la cabeza". Nos sorprenden estas palabras aceradas y sanguinarias, pero nacen de un contexto cargado de tensión y amargura. La respuesta del rey sorprende aún más. Es uno de los momentos clave en que se manifiesta espontáneamente la grandeza de alma y la penetración espiritual de David. Es ciertamente un hombre que sabe leer sabiamente su propia vida: "Deja que maldiga, pues si Yavé le ha dicho: 'Maldice a David'; quien le puede decir 'por qué haces esto'?...Dejadle que maldiga, pues se lo ha mandado Yahvé. Acaso Yahvé mire mi aflicción y me devuelva bien por las maldiciones de este día"(2 Sam.16, 5 ss.) (7).

He aquí la sabiduría del hombre bíblico. Estos y muchos otros casos semejantes, nos muestran al hombre que la Biblia llama "sabio"; es decir, el hombre que sabe "ver", y en nuestro lenguaje, que sabe "leer" el mensaje continuo de Dios presente en todo. La Sabiduría que pedirá el rey Salomón (cfr. 1 Reyes, 3,5-14), lleva consigo también este precioso don.

Los Salmos son un caso especial en que aparece de un modo casi ininterrumpido la continua lectura espiritual de la historia de Israel.

Un ejemplo de los mejores es el Salmo 78. Allí se dice en la introducción que se trata de evocar "los misterios del pasado", para trasmitirlos a las nuevas generaciones, es decir, para iniciar a los jóvenes en el arte de leer espiritualmente. La historia de la salvación del Pueblo aparece en este Salmo resumida como una "maravilla de Dios”.

En efecto, Yahvé y no Moisés, es quien "hendió el mar y los pasó a través"; el que "de día guiaba con la nube y cada noche con resplandor de fuego". Por otra parte es también quien envía cualquier alteración atmosférica: "abrió las compuertas de los cielos" o "hizo soplar en los cielos el solano". Igualmente “hirió a los primogénitos de Egipto", "estableció en sus tiendas a las tribus de Israel" o bien "se enfureció y desechó totalmente a Israel", "mandó su fuerza al cautiverio...entregó su pueblo a la espada" y finalmente "hirió a sus adversarios en la espalda".

El Salmo termina recordando la elección divina de David: "le sacó de los apriscos del rebaño...para pastorear a su pueblo Jacob. El los pastoreaba con corazón perfecto y con mano diestra los guiaba" (8).

Cristo recibe esta profunda tradición de su pueblo y la hace suya.

Desde los momentos más sencillos y espontáneos de su vida pública hasta las horas trágicas de la Pasión, Cristo lee cualquier acontecimiento en clave espiritual.

Dios viste a los lirios del campo, cuida de los gorriones, está en el movimiento de las hojas del árbol. Ante la intimidación de Pilato, le responde: "No tendrías contra Mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba" (Jn.9, 11). Otra profunda lectura de su Pasión a la luz de la historia de salvación y de la voluntad del Padre, la encontramos en las palabras dirigidas a quien le defiende en el prendimiento: "¿Piensas que no puedo Yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?" (Mt. 26,53-54)

Este hondo lenguaje de Cristo parece crecer en intensidad a medida que se acercan sus últimos instantes de vida terrena. Las siete palabras de la Cruz, que culminan en el "todo se ha cumplido", son un buen ejemplo de ello. La última "lectura de su vida" es, pues, que todo ha seguido el impulso salvador del Padre, todo ha respondido a la clave del "más allá" de las apariencias, todo ha obedecido en realidad al misterioso amor del que dio su Hijo Único por la humanidad entera.

Se comprende entonces que el mayor reproche que Cristo hace a los notables de su pueblo -los que eran oficialmente "sabios"- es que en realidad no han sabido "leer" la ocasión presente, más allá de la superficie: "Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo"(Lc.12,54-56).

5. Como leer espiritualmente

Por todo lo dicho hasta ahora, es fácil que cada uno encuentre su propio tipo de "lectura". Los dos métodos que expongo a continuación no son más que sugerencias para ayudar al desarrollo de esta capacidad espontánea.

Antes de pasar a la descripción detallada de los métodos de "lectura espiritual de la vida”, es necesario precisar que la actitud general con la que ha de entenderse, no es el "magismo" artificial que piensa obligar a Dios a manifestarse con un mensaje hecho a la propia medida.

Se trata más bien de alimentar continuamente una humilde actitud de fe, que reconoce y descubre cada día lo que tantos otros han "leído" a lo largo de la historia con la sabiduría de los sencillos.

6. La escritura como respuesta divina

El primer método para leer espiritualmente la vida es sin duda la Escritura.

La Palabra de Dios, recibida y meditada en espíritu de fe, es el alimento ordinario que afinará progresivamente nuestra mirada para descubrir "la luz que brilla en las tinieblas" (cfr. Jn.l):

"La -Lectio divina-nos dice un autor-es el conjunto de procedimientos intelectuales progresivos que nos hace familiares las cosas de Dios y nos acostumbra a mirar a lo invisible" (9).

Pero más allá de este progresivo descubrimiento de la presencia invisible de Dios, la Escritura nos ofrece una auténtica respuesta de vida.

"Cuando oramos, somos nosotros los que hablamos con Dios; pero cuando leemos -la Escritura- es Dios, quien habla con nosotros" (10).

Este es un principio clásico, surgido ya en la época patrística, muy querido y subrayado por San Jerónimo, y modernamente confirmado en los documentos del Vaticano II (cfr.Dei verbum nn.2, 25; Lumen Gentium n.7,etc.).

Los Santos creían en esta respuesta de Dios, no solo al leer la Escritura -cuyo texto no era muchas veces tan asequible como en nuestros días- sino también otros libros espirituales consagrados (11).

Así San Ignacio no leía otro libro de devoción más que el Kempis; y el P.González de Cámara nos dice que lo solía abrir sin orden, para encontrar siempre la mejor respuesta que en cada momento necesitaba (12). El P.Manareo nos dice incluso que San Ignacio sólo tenía, sobre su mesa en su aposento privado, dos libros: el Nuevo Testamento y el Kempis, al que llamaba "la perdiz de los libros espirituales" (13).

Hoy no es raro encontrar personas que acuden llenas de fe a la Biblia para encontrar una respuesta necesaria en un momento determinado.

En una ocasión un compañero jesuita me contó un gesto de este tipo, vivido por la fundadora de un moderno movimiento espiritual. Le consultaron sobre un problema urgente que debía resolver. Sin decir palabra, tomó la Biblia y se encerró varias horas en su cuarto. Allí se leyó, desde el principio al final, los cuatro Evangelios. Luego, decidió tranquilamente la solución, y el buen resultado del problema fue la mejor confirmación a todo por parte de Dios.

En este y en casos semejantes, se trata de leer, en la misma Palabra de Dios, la respuesta que busco, o bien el significado trascendente de esta especial secuencia de mi vida.

Cada día, la celebración eucarística, el rezo de las Horas litúrgicas, o simplemente el hábito de leer regular mente la Palabra de Dios, puede convertirse en la puerta abierta que me lleve al Dios en quien nos movemos y existimos, y al mismo tiempo encontrar la respuesta buscada.

7. Las cuatro claves de la escritura

Lo más importante de este método de "leer espiritual mente la vida", a la hora de la práctica, es ciertamente la interpretación de aquello que leo.

Como es sabido, en la famosa exégesis medieval, los Santos Padres encontraban diversos sentidos a las palabras de la Escritura.

La división cuadripartita de estos sentidos es la más conocida y nos lleva a una lectura en cuatro claves diversas.

La clave, literal, es la lectura más obvia, la más clara y sencilla. Es simplemente leer lo que significan las "voces" o palabras. También podemos decir que es la lectura más superficial. Sin embargo, no es de despreciar. Muchas veces mi respuesta la encontraré a través de una lee tura directa e inequívoca del sentido literal de la Escritura.

La clave alegórica, es mucho más profunda que la anterior. Es el modo de leer penetrado de fe en Cristo. La alegoría nos habla de cómo toda la Escritura se cumple en el Nuevo Testamento y se centra en el mismo Cristo. En la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, San Pablo usa este método dando un sentido espiritual a la roca del desierto, de la que bebieron agua los israelitas, y al narrar este episodio añade: "...y la roca era Cristo" (1Co. 10,4).

La clave moral o tropológica, se refiere a las acciones humanas. La Escritura me revela, según esta clave, lo que tengo que hacer, cómo tengo que comportarme.

En el ejemplo anterior de la fundadora de un movimiento espiritual moderno {cfr. 6), ésta leyó los cuatro Evangelios según esta clave, pues inmediatamente después actuó. Decidió viajar a Roma, aunque su mayor preocupación había sido sobre los gastos del viaje en relación con el espíritu de pobreza evangélica. Dios, pues, la impulsó después de la lectura evangélica a hacer el viaje a pesar de todo. Luego, cuando se encontraba en plena Plaza de San Pedro, uno se le acercó y le entregó un cheque por el valor exacto del precio del viaje Dios es también humorista.

San Pablo usa este sentido tropológlco en el mismo lugar citado, cuando después de describir las calamidades ocurridas a los rebeldes del Pueblo de Dios, hace una clara alusión al comportamiento presente de los que leen el drama del desierto: “Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos lo malo como ellos codiciaron... ni murmuréis como algunos de ellos murmuraron” (1 Co.10, 6-13).

La clave anagógica es la más profunda y mística. El sentido anagógico es, según su significado etimológico, "el que conduce hacia arriba". Es el que nos habla de las cosas que esperamos, del cielo, de la vida futura.

Los Santos Padres se prodigan en un aluvión de comparaciones y epítetos para subrayar la elevación de esta clave.

Leer anagógicamente la Escritura es despertar "el sentido de las cosas más elevadas" con una especie de entendimiento angélico.

0 bien, descubrir, en las realidades de la Jerusalén terrestre, las imágenes de la Jerusalén celestial (14).

Nosotros diríamos que una lectura así nos podría conducir desde las realidades de nuestros rascacielos, nuestras fábricas, nuestros aeropuertos internacionales y nuestras polémicas políticas, a las bellísimas figuras de una ciudad suprema, transformada, celestial y definitiva.

El cisterciense Elredo lo explica así:

"Es como si Dios comenzara entonces, casi desde el principio, a abrirte de par en par aquel abismo insondable de misterios" (15).

O como dice otro autor, "es como si a través de una grieta la mente contemplara los misterios divinos”, elevada por un espíritu de eternidad (16).

Toda esta riqueza nos hará comprender que estas claves de lectura bíblica no son una artificialidad para encontrar automáticamente una respuesta cuasi-mágica a cada problema, como el que usa el libro de los "King" en este sentido (17).

Más aún, los especialistas en estas claves, que son los Padres, nos dicen que precisamente cuanto más aparentemente sencilla e insignificante es una palabra de la Escritura, una respuesta de Cristo, un versículo de un salmo, etc., más profundos y misteriosos significados posee.

El Cardenal Newman estaba convencido de ello:

"Nadie está en grado de explorar hasta el fondo la Escritura. Después de haber puesto en ello toda su diligencia, al término de la vida, en el último día de la misma vida de la Iglesia, la Escritura será aún una tierra inexplorada y virgen: valles y altozanos, bosques y arroyuelos, a derecha y a izquierda, a nuestros pies, esconden maravillas y extraños tesoros (18).

8. La vida como respuesta divina

He tratado de modo más extenso el primer método, porque todo cuanto hemos dicho de él referido a la Escritura se puede aplicar a la lectura de la propia vida.

En efecto, ¿por qué no aplicar, para descubrir el "más allá" de la superficie de la propia vida, las mismas claves que nuestros mayores emplearon para descubrir el "más allá" de la Escritura?

Si es verdad que Cristo está en la Escritura y en la misma Escritura, ¿no es igualmente verdad que Cristo está con nosotros, en nuestra propia vida, todos los días hasta el fin del mundo? (Mt.28, 16). ¿No está a la puerta llamando, para que oigamos su voz? (Ap.3, 20). ¿No está el tejido de los acontecimientos cotidianos penetrado del Dios en quien nos movemos y existimos? (Hch.17, 28).

Si deseo, pues, leer mi vida espiritualmente, he de mirarla como un libro cargado de mensajes de Dios.

Cada día que vivo puede comunicarme algo del misterio de Dios, revelarme algo de lo que Él quiere de mí, hacerme descubrir claves que Él pone sabiamente en mi camino para acercarme cada vez más a su imagen, que es también mi imagen.

La lectura espiritual de la vida diaria tendría, pues, además del sentido literal y obvio que podría escribirse en una crónica del periódico o narrarse en un libro histórico y objetivo, el sentido alegórico del paso de Cristo en mi vida, su salvación que se actúa día a día en mí mismo, entre los míos, en mi propio ambiente.

Por el sentido moral puedo también descubrir en el acontecer diario las diversas pistas necesarias para avanzar rectamente hacia el cumplimiento de mi misión.

Finalmente, el sentido anagógico me revelará, en medio de los signos e imágenes de la ciudad terrestre, el rastro de la ciudad futura y de la vida definitiva.

9. CONCLUSION

Leer así, espiritualmente, ya sea a través de los significados de la Palabra de Dios o de los mil arabescos de mi existencia, es un arte.

Es también un modo de vivir en continua sintonía con lo divino, es un modo de orar continuamente.

En cada instante, en cada encuentro, en cada rutina o en cada sorpresa, puedo descubrir los extraños tesoros que yacen a mis pies, por los que paso inconscientemente cada día.

Hay que saber adquirir la sabiduría de detenerse (19) y decirle a Dios: ¿Qué me estás diciendo ahora? ¿Qué significan en realidad las palabras de esta persona, el paseo por esta calle, o el dolor que me asalto imprevistamente? ¿Qué significa este cúmulo de pensamientos o sentimientos que se han despertado en mí? ¿Qué quieres que yo entienda con ello y a través de ello?

El resultado será el mismo que el obtenido por el hombre sabio de Israel y por nuestros venerables antepasados, lectores de la "sagrada página".

En definitiva, al que sabe leer penetrado de la luz de la fe, le espera un resultado que de uno u otro modo será analógico es decir, conducente "hacia arriba". Usando este último sentido me atrevo a decir que el resultado es la felicidad prometida por el mismo Cristo a aquella mujer del pueblo: "Felices los que oyen la palabra (los que saben leer y entender en todo momento) y la cumplen" (Lc. 11,27-28) (20).





Notas:

(1) Nos lo dice el P. Nadal en sus pláticas, aludiendo a la conocida expresión de ser “contemplativo en la acción", que dice caracterizar a S. Ignacio (cfr.MHSI. Mon.Nadal, IV, p.651)

(2) Yoga Sutra de Patanjali, II, 44. En realidad la traducción decía: "La lectura espiritual pone en contacto con lo divino"; pero, dada la flexibilidad y amplitud de este término en el contexto del sutra, me permito traducir "lo divino" como "Dios".

(3) Nota de la Redacción: en realidad, la verdadera lectura espiritual -incluso la de autores sobre todo "clásicos"- "pone en contacto con Dios", como dice nuestro autor en el texto. "Lectura espirituales una de esas frases tradicionales que van perdiendo su sentido y se convierten en puras frases 'de cajón: habiendo tenido un rico y profundo sentido en los primeros tiempos del cristianismo y en sus grandes épocas, pierden, de tiempo en tiempo... su sentido primitivo, y se diluyen en superficialidades, o se convierten en sinónimos de frases menos ricas..." (cfr.M.A.FIorito, Ejercicio y lectura espiritual, BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD n.52, p.13). La verdadera lectura espiritual está muy relacionada con la "lectio divina" o lectura de la Palabra de Dios y tiene -como luego nos dirá nuestro autor- los diversos sentidos de la misma Palabra de Dios.

(4) Cfr. Memorial de Fabro, n.402.

(5) ibídem, n.87. El Memorial de Fabro está lleno de ejemplos de este tipo. Ver, en este mismo sentido, la interpretación espiritual que hace, al comienzo del año, sobre las cuatro estaciones, en el n.206.

(6) Uno de los episodios más bellos que demuestran este sentido de fe en el Israelita es el narrado en 2 Cron.20, 1 ss. Los libros de Judit y Ester tienen también este mismo sentido.

(7) Ver también en este mismo sentido la respuesta de José a sus hermanos, en Gn.45, 8.

(6) El Libro de los Salmos está lleno de ejemplos como el que acabo de citar. Ver especialmente los Salmos 8 y 19,

(9) P. Delatte, Commentaire sur la regle de saint Benoit, París, 1948, pp.348-349. N de la R.: la lectio divina es -como insinuamos en la nota 3 lo que precede, en la historia, a la lectura espiritual propiamente dicha, y le sirve de modelo. "El paso de la Lectio divina a la lectura espiritual no se hizo directamente, sino a través de la salmodia o canto de los salmos y del Oficio divino. Porque tanto la salmodia como el Oficio divino no son sino un resumen o compendio de la Sagrada Escritura; y como lectura compendiosa de la misma se pudo imponer en la Iglesia, no para sustituir la lectio divina, sino para prepararla en público y en comunidad. Esta fue, pues, la primera variación que se introdujo en la lectio divina: de la lectura completa y corrida de la Sagrada Escritura, se pasó a la lectura de una selección de sus pasajes más espirituales, como eran los del Salterio, de las antífonas y las lecciones del Oficio divino, y los de las Epístolas y Evangelios de la misa. Fue San Benito quien dio lugar, más tarde, a una variación más radical de la lectura espiritual de los monjes y, a través de ellos, de toda la Iglesia. Porque habiendo en sus Reglas (por ejemplo, cap.48) determinado que el monje, para que llegara más preparado a la Salmodia y al Oficio -Opus Dei por excelencia-...reavivará su fe en las verdades básicas de su vida espiritual...Nació entonces, en el siglo X, un género literario nuevo, el de las llamadas "meditaciones”... Llegamos así a S. Anselmo quien, en el siglo XI, es el último representante de la época primitiva de la lectio divina y el primero de la nueva época de la lectura espiritual propiamente dicha, pues escribió sus "Meditaciones y Oraciones" que se pueden considerar como el primer libro de lectura espiritual en 0ccidente (cfr. M.A. Fiorito, Ejercicios Espirituales y Lectura Espiritual…o.c. en nota 3, pp.17-18). Hace muy bien, pues, nuestro autor al buscar en la lectio divina la manera de aprender a leer espiritualmente la vida, ya que aquella fue como el origen y el modelo de la lectura espiritual propiamente dicha.

(10) Adalgero, Admonitio ad Nonsuindam reclusan, c.13 (PL. CXXXIV, 931 C).

(11) N. de la R.: "clásicos", diríamos nosotros. Por eso en las notas 3 y 10 hemos recordado la vinculación histórica -que habíamos estudiado en un BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD anterior- existente entre la lectio divina y la lectura espiritual propiamente dicha: en ambas se escucha -aunque con diversa inmediatez- la Palabra de Dios; y esto es lo que las hace a ambas "espirituales".

(12) "Item dijo más: que en Manresa había visto primero el Gersonsito (nombre que recibía entonces la Imitación de Cristo, de T. de Kempis), y nunca había querido leer otro libro de devoción; y éste encomendaba a todos los que trataba, y leía cada día un capítulo por orden; y después de comer o a otras horas, lo habría así, sin orden, y siempre topaba lo que en aquella hora tenía en el corazón, y lo que tenía necesidad. Fue Nuestro Padre tan familiar de este libro, que me parecía, cuando en Roma lo conocí, ver y hallar escrito en su conversación todo lo que en él tenía leído. Eran sus palabras, movimientos y todas las demás obras para él un continuo ejercicio y, para quien lo trataba, una lección viva de Gersón. De lo que puedo dar buen testimonio, por ser en aquel tiempo dado a este libro (Memorial del P. Cámara) 97-98, en FN.I, p.584). Y más adelante el mismo autor dice lo siguiente: “No parece otra cosa conversar con el Padre (Ignacio) sino leer a Juan Gersón, puesto en ejecución" (Ibídem, n.226 en FN.I, p.659).

(13) Respuesta de Manareo al P. Lancicio,n.18, en FN.l pag. 431. "El libro espiritual que más traía en las manos y cuya lección más aconsejaba, era el “Conpemptus mundi”, que se intitula 'De la Imitación de Cristo', que compuso Tomás de Kempis, cuyo espíritu se lo embebió y pegó a las entrañas. De manera que la vida de nuestro Santo Padre -como decía un siervo de Dios- no era sino un perfectísimo dibujo de todo lo que aquel libro contiene" (cfr.Ribadeneyra, Vida. del B.P.Ignacio de Loyola, libro 1, c.l4, n.64 en FN. IV,p. 175).

(14) San Agustín, De civitate Dei, libro XV, c.2 (PL-XII, 439).

(15) El redo, Serm. XIII (PL.CXCV, 405 C).

(16) Ambrosio Autperto, In Apoc. I, Max. Bibl.Vet.Patrum,XIII, Lyon, 1677,col.429 D.

(17) N. de la R.: a nosotros nos corresponde, en lectio divina, leer la Escritura-con simplicidad; y a la gracia de Dios le toca sugerirnos, en cada caso, la clave en que la leemos (literal, alegórica, moral o anagógica), sin que nosotros nos lo propongamos expresamente. Un exegeta profesional puede hacer conscientemente su lectura de la Escritura ya en una clave, ya en otra; pero nosotros no somos exegetas profesionales. Una vez leída la Escritura, podemos constatar en que clave, de hecho, la hemos leído; pero ni aún esto es necesario cuando estamos haciendo la lectio divina. Lo mismo podemos decir de la lectura espiritual de la vida, hecha como luego veremos, en una de estas cuatro claves.

(18) Citado por H.de Lubac, Exegese Medievale Aubier, París, I, p. 126.

(19) N. de la R.: uno de estos momentos puede ser el de la oración diaria, que debiéramos dedicar con -frecuencia a leer espiritualmente la Escritura -cualquiera sea la clave en la cual resulte que la leamos-, para encontrar en la Palabra de Dios la respuesta a nuestros problemas cotidianos; y a veces debiéramos dedicar la oración diaria a una lectura espiritual de la vida -en cualquiera de las claves indicadas-. 0 bien, algunas veces, en el examen diario de conciencia. 0 también el día del retiro mensual, en el que podríamos tomar algún tiempo para una lectura espiritual de nuestra vida. 0 bien, finalmente, durante el retiro anual...o en cualquier retiro, cuando lo hagamos.

(20) Hemos tomado este artículo de ORACION Y SERVICIO, enero – marzo (1982) N1 PAG 50-63.









Boletín de espiritualidad Nr. 81, p. 1-14.