Pertenencia al cuerpo de la Compañía (*)

M. Mendizábal sj







1. Introduccion: "sensus Societatis".

Se trata de un punto importante en nuestra vida de jesuitas, y que bien merece nuestra reflexión. Por eso me voy a detener un poco en él.

La expresión la encontramos en el P.Nadal.

El General, en el documento titulado “El modo nuestro de proceder” (1) describe este “sensus Societatis”:

+ como un sexto sentido o reflejo espiritual condicionado y que llega a hacerse connatural en quien vive plenamente el carisma de la Compañía, y

+ como algo que hace que el hijo de la Compañía actúe siempre y reaccione, ante las más imprevistas circunstancias, de un modo coherentemente ignaciano y jesuítico.

Se habla, como ven, de acción y reacción en forma permanente, y de una coherencia entre el orden de los principios y la vida práctica inspirada en la vivencia del carisma (2).

No es, pues, de extrañar que el P.General deduzca como consecuencia que tanto en la primera formación de nuestros jóvenes como en la formación continua de todos, el mantener y avivar el "Sensus Societatis" sea un objetivo determinante para mantenerse en plena formación jesuítica y en capacidad de respuesta a los desafíos de nuestro tiempo.

Algo connatural en quien vive plenamente el carisma de la Compañía, nos ha dicho el P.General.

Viene, por tanto, vinculado ese "senus" a una plenitud de vida de la gracia de la vocación.

Nadal, en sus Anotationes In Constitucioni, ha tocado este punto interesante del carisma o “gratia vocationis”. No la define, ya que, como él dice, sería una temeridad el que me esfuerce en expresar con palabras lo que se capta con el espíritu.

“Trataré de decirlo en una frase: la gracia de la vocación no puede ser expresada con palabras; puede sentirse y ponérsela en práctica”. Y como testigos de esto, continúa, pongo a todos los que han recibido esta gracia.

"Porque eso que tú recibes y sientes, hace que te apliques a este Instituto (y te impulsa a que lo realices) con tanta alegría y entusiasmo, con tanta esperanza y celo, con tanta vivacidad, tan fuerte y constantemente, y te sientes como impelido a ello; eso es lo que yo no puedo formularlo, ni tú lo puedes expresar con palabras, y sin embargo es algo que todos lo sentimos en la unión y sentido del espíritu en Cristo Jesús" (Mon.Nadal, V,pp.129- 130).

Es, pues, algo que todos lo sentimos y hace que nos movamos connaturalmente, con facilidad, en la línea de las exigencias de esta vocación. Esa gracia y ese "sensus" hace que todo lo de la Compañía lo sintamos y vivamos como nuestro, porque nos sentimos "parte de esa Compañía", pertenencia suya, miembros vivos de este cuerpo de la Compañía.

2. Pertenencia al cuerpo de la Compañía

En repetidas ocasiones ha vuelto el P.General sobre este tema de la “pertenencia al cuerpo de la Compañía”, tan central para nosotros.

Brevemente quisiera presentar algunos puntos que nos hagan recapacitar en orden a sentirnos más “compañeros de Jesús” en ésta su Compañía.

1. Partiendo de lo que nos es o a lo que no puede reducirse la entrada y permanencia en la Compañía, nos dice el P.General que: Pertenecer a la Compañía, "no es dar el nombre a una institución humana protectora, ni aun comprometiéndose a aceptar unas reglas de juego y de acción, ni sólo disponerse a conspirar a un objetivo común compartido, como lo declaró la Congregación General 31, sino también, como ha madurado la Congregación General 32, a poner a disposición de todos los demás convocados lo que uno tiene y es (Decreto 2, n.18), y acoger lo que los demás convocados / tienen y son" 3 .

Igualmente el entrar en la Compañía, “no puede reducirse a un momento del que se hace constancia en el catálogo, ni a un acto -el de los votos- por el que somos constituidos miembros, de forma que luego no queda otra preocupación que la de estar en esta Compañía, conservar y defender este 'status'...”(4).

No hemos venido a la Compañía para gozar de beneficios o privilegios, ni la consideramos como lugar de seguridades y protecciones, donde cada uno de nosotros vive su vida libre de preocupaciones.

2. La pertenencia a la Compañía connota; algo mucho más importante que esto. Se trata de algo dinámico. Seres vivos; hemos entrado a formar parte del cuerpo vivo de la Compañía, para ser parte activa, miembro vivo en un cuerpo vivo cuyo crecimiento, vitalidad y buen ser depende de la vitalidad y buen ser de nosotros, sus miembros. En todos debe darse ese deseo fuerte de hacer responsablemente Compañía de Jesús todos los días.

Hemos "entrado" al servicio de la Compañía. Al entrar, hicimos entrega de todo lo nuestro; y no como quien hace un favor a la Compañía, sino como quien lo recibe, al ser aceptados por la Compañía, a fin de poder ayudarle en el fin que pretende.

Yo diría que nuestra disposición, nuestra actitud fundamental al tiempo del ingreso y que siempre debe ser renovado, es la de la Anotación quinta del libro de los Ejercicios: entramos "con grande ánimo y liberalidad... ofreciéndole todo nuestro querer y libertad para que su divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad" (EE.5).

El año 1970, el P.General, puntualizando algunos "slogans" que corrían por la Compañía, y concretamente refiriéndose al que venía formulado en estos términos: "mi personalidad debe ser desarrollada según mi carisma personal; luego, la Compañía tiene obligación de ayudarme a ello con todos sus medios", se expresaba así:

"Cuando entramos en la Compañía, fue siguiendo libremente una llamada de Dios; pero entramos en ella para servir a la Iglesia según el espíritu y la estructura de ella...De ahí que la Compañía tiene que realizar un servicio concreto a la Iglesia siguiendo su misión, y nosotros tenemos que colaborar en este servicio del modo como nuestra misión recibida nos sea dada por medio de la obediencia" (5).

No ponemos condiciones, sino que nos ponemos incondicionalmente a entera disposición para la misión que quiera asignarnos la Compañía.

Pues bien, este sentido de responsabilidad como parte integrante de la Compañía, hacía notar el P.General a la Congregación General de Procuradores del año 1978, ha sufrido un quebranto notable estos años, como si la pertenencia a la Compañía fuera para algunos algo accidental y eventual de que se puede prescindir arbitrariamente. Y aludía a quienes incluso han hecho de la Compañía plataforma para sus fines personales, como si la Compañía fuera para ellos y no ellos para la Compañía, de forma que cualquier otro compromiso les puede llevar a cuestionar su pertenencia o dependencia de la Compañía.

Y cuando ha faltado el contrapeso de madurez espiritual, lealtad, amor, sentido de misión, una espiritualidad verdaderamente ignaciana, el debilitamiento del sentido de pertenencia ha traído como consecuencia el despego de la Compañía.

Y, sin embargo, como nos ha dicho la Congregación General 32, esta pertenencia es prioritaria sobre cualquier otro compromiso que pueda contraerse (cfr. Decreto 4, n.66). El jesuita pertenece a la Compañía y a ella se debe ante todo y por encima de todo. Otro tipo de vinculaciones y compromisos quedan supeditados a lo que es prioritario.

Tan importante es esta pertenencia a la Compañía, que el P.General, entre “algunos de los criterios reguladores del proceso de cambio”, menciona expresamente esta pertenencia:

“No puede ser válida cualquier forma que impida o haga moralmente inviable el mantenimiento de la vida espiritual, el contacto con una comunidad y un Superior, y el sentido de pertenencia a la Compañía que, a lo largo y a lo ancho del mundo, quiere seguir siendo “un corazón y un alma sola”...(6 ).

3. Según esto, cabe preguntar: ¿cómo llegar a robustecer “este sentido de pertenencia”? ¿Cómo obtener que al posible despego o cierta frialdad o indiferencia, sustituya la adhesión cordial a la Compañía, el amor hacia ella?

Antes de entrar directamente en la respuesta, me parecen iluminadoras las palabras que hace algunos años escribía el Cardenal H. de Lubac en su libro Meditaciones sobre la Iglesia”, en el capítulo primero “La Iglesia misterio de Cristo”: el Cardenal habla primero de la "Tradición" y luego de "la Iglesia".

Refiriéndose a la Tradición, dice:

“Más de una vez se ha hecho observar que en los siglos más tradicionales se hablaba poco de Tradición. Esto es debido a que estaban inmergidos en ella y de ella vivían...La Tradición no constituía para ellos el pasado sino el presente. No era por tanto un objeto de estudio como la forma misma de su pensamiento. No investigaban sus monumentos sirviéndose de los recursos de la erudición y de los métodos de la crítica. Usaban de ellos como de su propio patrimonio, interpretándolos con una libertad que no excluía sino que, por el contrario, incluía una profunda fidelidad a su espíritu. El hecho de estar en posesión de la cosa les dispensaba, hasta cierto punto, el concepto. Toda la riqueza de la Tradición les pertenencia, y ellos la hacían fructificar y luego la trasmitían sin detenerse en más reflexiones sobre ella...”.

A continuación se detiene el Cardenal De Lubac en la “reflexión”, indicando lo que ella supone y cuándo sucede. Por lo que hace a este segundo punto dice:

“Este fenómeno (de reflexión) sucede generalmente cuando todo este patrimonio, que era hasta entonces objeto de una posesión tranquila, empieza a ser discutido por uno u otro motivo. Surgen dudas sobre su valor. Se establecen comparaciones insidiosas entre su forma actual y la que tenía en sus orígenes. Todos sus elementos son llevados al tamiz. Se pregunta si todo este conjunto de creencias y costumbres es verdaderamente auténtico, o si no se ha entorpecido y corrompido a lo largo de los siglos”.

“Cuando esto sucede, se hace de todo punto de vista necesario reflexionar sobre aquello que se vivía. Ha pasado el tiempo de una cierta plenitud ingenua. Hay que volver atrás. Hay que investigar los fundamentos de lo que se ha puesto sobre el tapete. Para hacer, si el caso lo requiere, una criba prudente, o para conservar con conocimiento de causa lo que otros condenan o rechazan, hay que estudiar desde un nuevo punto de vista... Lo fundamental es ver claro, darse cuenta”.

Y pasando al punto de la Iglesia, se expresa sí el Cardenal De Lubac:

"Algo parecido sucede en nuestros días por lo que respecta a la Iglesia. La Iglesia se manifiesta con un vigor incomparable ya en los documentos de los primeros siglos. Ya desde un principio se echa de ver que ella tiene una conciencia extraordinariamente profunda de su ser”.

“Pero también es cierto que muy pronto se ha visto en la precisión de reflexionar sobre sí misma. No ha habido ninguna gran herejía que haya tenido que vencer, que no la haya obligado a reflexionar... Pero parece que nunca hubo una circunstancia que obligara a este esfuerzo de explicación, a este esfuerzo de comprensión total al que empezamos a asistir”.

“En efecto, desde hace algún tiempo se viene hablando mucho de la Iglesia; mucho más que antes, y sobre todo en un sentido más comprensivo. Todos lo pueden comprobar. Algunos creen incluso que se habla un tanto demasiado y con demasiada desconsideración. Y uno se pregunta si no sería mejor escorzarse sencillamente, como lo han hecho tantas generaciones, en vivir de ella. A fuerza de considerarla desde fuera para estudiarla, ¿no se habituará uno, en el fondo de sí mismo, a separarse de ella? ¿No se corre peligro, sino de cortar, sí al menos de aflojar los lazos íntimos sin los cuales no se puede ser verdaderamente católico? Tantos alambicamientos, tantos problemas sutiles, con toda la agitación intelectual que suponen, ¿son acaso compatibles con aquella antigua sencillez y con aquel espíritu de obediencia que han caracterizado siempre a los hijos fieles de la Iglesia?”.

Hasta aquí las palabras del Cardenal De Lubac.

¿No podríamos decir algo parecido nosotros respecto de la Compañía? ¿Y no será también en nuestro caso la solución que el mismo De Lubac propone, la que deberíamos adoptar para que se estrecharan de nuevo los lazos íntimos con la Compañía?

Concretamente, sería un esforzarse sencillamente, como lo han hecho otras generaciones, en vivir de la Compañía; un actuar con sencillez y espíritu de obediencia; un mirar a la Compañía y sus cosas desde dentro, es decir, sintiéndose; dentro de ella, viviendo de ella. Y no la miremos desde fuera con ojos de juez severo que va critican do todo lo que pueda hacer. Ciertamente si lo único que / me empeño ver en ella es lo negativo, la pertenencia se ha ce muy difícil. —

Entonces no la aceptaré porque tengo otra imagen de la Compañía que no es la que se me presenta ahora; viviré desesperanzado porque "nosotros esperábamos..." (cfr.Lc 24,21); rechazaré todo lo que venga de ella, porque apriori las respuestas que me da la Compañía no van en mi línea.

Y si no hay aceptación, difícilmente habrá entusiasmo por el compromiso con la Compañía.

Y con esto pasamos a la respuesta concreta al interrogante que nos proponíamos más arriba: ¿cómo llegar a robustecer este sentido de pertenencia?

3.1 Conocimiento de la Compañía.

Dice San Agustín: "minime amatur quod penitus ignora tur" (de ninguna manera se ama lo que totalmente se ignora). Sean cuales fueren las causas, ha bajado este conocimiento de la Compañía. Consiguientemente, el interés y el amor. Las recomendaciones en este sentido de un mayor estudio de nuestras cosas han sido continuas por parte del P. General.

Conocimiento de la Compañía, es decir, de las Constituciones, de nuestra espiritualidad, conocimiento de nuestra historia secular y actual; la historia de nuestros días con los fallos que pueda haber, pero sin ignorar lo mucho bueno y extraordinario que en nuestros días está obrando el Señor por su Compañía, a través de sus obras y, sobre todo, a través de tantos hombres de Dios, enteramente entregados al servicio de la Iglesia y de los hombres, especialmente los más necesitados.

¿No están vds. haciendo en este sentido una gran labor con el Boletín de Espiritualidad, y tantas otras publicaciones como la reciente del Beato Fabro, por poner un ejemplo?

Pero este conocimiento no se puede reducir al nivel del puro conocimiento, sino que a través de una “lectura sapiencial”, hemos de llegar a gustar y familiarizarnos con todo lo nuestro, con la riqueza de nuestras Constituciones, con la historia de nuestra Compañía, con nuestra tradición, por ser precisamente parte de lo que constituye la herencia de nuestra familia. Somos herederos de un gran patrimonio.

No cabe duda de que de la falta de conocimiento se sigue también la falta de la estima de la vocación y, consecuentemente, como escribía el P. General a los jesuitas de España, ¿no será esa ignorancia de la Compañía, y su consiguiente falta de estima de nuestra propia vocación, una “de las causas de no pocas desviaciones y aun dolorosas salidas, así como también de la falta de vocaciones?

3.2 Recuperar la memoria jesuítica.

Considero muy importante, en orden a robustecer el sentido de pertenencia, el vivir desde dentro todo lo que toca a la Compañía, el recuperar la memoria -diría- jesuítica.

Hemos perdido mucho la memoria de nuestras cosas. Yo creo que ha sido una táctica sutil del enemigo. Nos ha hecho pasar, de un así llamado "triunfalismo", a un derrotismo y pesimismo y desaliento.

Escribiendo a los jesuitas de España, decía el P. Arrupe:

"No consideremos la exposición objetiva de nuestros trabajos apostólicos como estéril triunfalismo, al mismo tiempo que nuestros posibles defectos parece que tuvieran derecho a ser pregonados a todos los vientos. No caigamos en el neo-triunfalismo de la crítica destructiva que sólo produce derrotismo y desaliento, y es origen de profundas divisiones entre hermanos, y lo que ahuyenta vocaciones precisamente cuando tanto las necesitamos” (7).

No nos sintamos extraños a las cosas de la Compañía o despegados de ella; ni pensemos ser "triunfalismo" el recordar con humildad y gozarnos con la misma humildad de lo que Dios nuestro Señor, a través de sus mínimos instrumentos, ha querido realizar a lo largo de los tiempos, dentro de la obra de su Iglesia.

Ignacio, escribiendo a Javier, le daba así cuenta de la labor de la Compañía:

“Las cosas de la Compañía, por sola bondad de Dios, van adelante y en continuo aumento por todas partes de la cristiandad, y sírvase de sus mínimos instrumentos el que sin ellos y con ellos es autor de todo bien”.

El recuperar la memoria de nuestras cosas, el identificarnos con la historia vivir solamente de lo que otros aportaron, sino para que, a su vez, nosotros hagamos historia, y leguemos así a quienes nos siguen un patrimonio más enriquecido .

3.3 Amor a la Compañía.

Amor a la Compañía, como fruto del conocimiento y de la memoria viva.

Amor a esta Compañía concreta con sus limitaciones, defectos, fallas... pero que será lo que debe ser si yo, desde dentro y con amor filial, la ayudo para el fin que pretende con la aportación incondicional de todo lo mío. Amor a la Compañía tal y como es. Un hombre -decía el P. Arrupe en su encuentro con los jesuitas de Canadá- no centra nunca su amor en la idea abstracta de 'la' madre, ni en la idea de la maternidad. Ama a 'su' madre. En cuanto jesuitas, o amamos a 'nuestra' Compañía tal como es, o no amamos a ninguna. Amamos a la Compañía concreta y viva con sus limitaciones y sus miembros pecadores" (8)

4. Conclusión.

Para cerrar este tema de la pertenencia al cuerpo de la Compañía, permítanme que les presente una última cita del P. General en la que concretamente presenta -sin pre - tender agotar su rico sentido- lo que significa pertenecer a la Compañía.

En su homilía sobre S. Ignacio, en Lima, en el año de 1970, decía así:

"Esta pertenencia, hecha de transparencia mutua, de servicio, de obediencia, admite, en lo concreto de la vida, infinitas expresiones:

o es dolerle a uno, como propio, el pecado y el error, individual o colectivo, de la Compañía;

o es vivir con gozo y agradecimiento las realizaciones, antiguas y nuevas, y los intentos actuales de la Compañía, aun los que luego se quedan en meros deseos, porque, como Ignacio y mucho más que él, somos puro impedimento;

o es recoger y venerar, como regalo sagrado, la santidad y la espiritualidad de nuestros hombres, los antiguos y los actuales, y no despreciarla ni desbaratarla;

o es comprender los excesos de los audaces y los de los tímidos;

o es asumir esta historia concreta de la Compañía de Jesús, no como algo ajeno que se contempla desde fuera, sino metiéndose en ella, haciéndola y sufriéndola, porque el propósito común, la opción común, son una fuerza histórica y para la historia, para esta historia concreta en la que ya se inicia el Reino. . .

o Desde esta pertenencia, es fácil y es gozoso sentir bien de la Compañía, y el hablar bien de ella se hace una necesidad y no tiene que ser pedido a nadie por obediencia (9).

Y nuestro Padre Delegado, Paolo Dezza, en su carta convocatoria de la Congregación General 33, acentuaba fuertemente este sentido de cuerpo. En ella nos habla del sentido de responsabilidad para con la Iglesia y para con el cuerpo universal de la Compañía.

No trabajamos como francotiradores, sino en la Compañía, la cual, como cuerpo realiza su misión. De donde, como lo indica el mismo P. Dezza, se derivan conclusiones en nuestra actuación como miembros de ese cuerpo universal:

o Superación de individualismos en la búsqueda de los trabajos, para contribuir a la obra común de la Compañía, sacrificando aun nuestras propias opiniones e inclinaciones.

o evitar el aislamiento o separación afectiva de los hermanos, fomentando por el contrario todo lo que ayude a encontrarnos, a dialogar, a comprendernos, para llegar así a una verdadera colaboración (Carta del P.Dezza , 9.XII.1982).

Ante la proximidad de la Congregación General 33, me van a permitir una última cuestión: ¿qué actitud hemos de adoptar en estos momentos tan importantes?

Yo diría que tenemos que aplicarnos a cada uno de nosotros lo que S. Ignacio nos dice en la Contemplación del Nacimiento: aquel “como si presente me hallase...”, viviéndolo todo, no como quien contempla fríamente y desde lejos la escena, sino como quien se siente parte activa y sumamente interesada, como quien es actor en ella.

Esto significaría, concretamente, que hay que evitar el “quemeimportismo”, toda postura de mero espectador, el limitarse a ser receptor más o menos interesado de unas noticias que nos llegan del viejo continente, resignados a aceptar la cabeza que se elija para este cuerpo de la Compañía y preparando los hombros para cargar con más o menos garbo una nueva serie de Decretos.

El momento presente pide de nosotros el que estemos y nos sintamos unidos, que participemos desde nuestro puesto activamente, colaborando ante todo con la oración, reavivando en nosotros el “sensus Societatis” -del que hablábamos en la Introducción-, recalentando nuestro interior y atizando en nosotros el amor a esta Compañía y la adhesión afectiva, filial hacia ella.

Por tanto, nada de resistencias o actitudes frías por aquello de que se trata de algo en lo que yo no he tomado parte. Nada de desconfianza, propia de quien, por experiencias pasadas, ha perdido toda esperanza de mejoría. Nada de encerrarse en su caparazón. Se trata del cuerpo de la Compañía, formado por todos y cada uno de nosotros.

La actitud positiva, de entusiasmo, de responsabilidad, encuentra sus raíces en aquellas palabras de la Fórmula del Instituto de la Compañía de Jesús, donde se nos dice: "cualquiera que en esta Compañía -que deseamos se / llame Compañía de Jesús- pretende asentar debajo del estandarte de la cruz... persuádase que, después de los tres votos solemnes de perpetua pobreza, castidad y obediencia, es ya hecho miembro ("partem esse Societatis", dice el texto latino) de esta Compañía".

Parte, miembro. Parte que mira al todo y siente con el todo. Miembro que se siente pertenecer al cuerpo entero de la Compañía.

“Como si presente me hallase”. Obviamente serán los Congregados quienes, en ambiente de oración, mediante el debido conocimiento y discernimiento espiritual, elijan un General verdaderamente según el Corazón de Cristo, como dice el P. Dezza en su última carta del 22.IV.1983, que sepa guiar eficazmente la Compañía a la plena realización de su ideal: servir solamente a Cristo nuestro Señor y a la Iglesia su Esposa, bajo el Romano Pontífice...”.

Pero nosotros hemos de sentirnos cerca de la Congregación General 33, y creo que éste podría ser un momento excepcional para que, si todavía se dieran reservas en nosotros, reduzcamos distancias y nos aprestemos a vivir más en plenitud esta nuestra Compañía, mi Compañía, reconciliándonos con ella, para aceptar y aprestarnos ya desde a hora para vivir lo que haya de decir la Congregación General 33.

San Ignacio, en la Parte Décima de las Constituciones, nos impulsa a la esperanza y a la confianza. Confianza que la hemos de poner en El, ya que, si bien la Compañía es llevada por manos de hombres, nunca podremos olvidar que “no ha sido instituida por medios humanos, sino con la mano omnipotente de Cristo Dios y Señor Nuestro” (Const.812).

Y Cristo al timón, esa mano segura y firme, da garantías de una travesía segura. ¿No habremos de mantener una actitud de confianza?





Notas:

(*) Plática dada por el P. M. Mehdizábal SJ Maestro de Novicios en la Provincia del Ecuador, durante los Ejercicios de año de la Provincia Argentina de la Compañía de Jesús, en julio de 1983.

(1) Cfr.P.Arrupe, “La identidad del jesuita de nuestro tiempo” tiempos, Sal Terrae, Santander, 1981, pp. 79-80.

(2) El P. General, hablando a los jesuitas de España, les decía: “En lo que hay que trabajar a la larga, no sólo en el propio noviciado si no a lo largo de toda la vida, es en lograr jesuitas que tengan una “estructura espiritual” que sepa reaccionar como tales en cualquier circunstancia de la vida. Esto es sumamente importante" (P.Arrupe, Escala en España), Sal Terrae, Santander, p. 104).

(3) P.Arrupe, La identidad… (o.c.en nota 1), p.493-

(4) Ibídem.

(5) ibídem, p. 602.

(6) ibídem, p. 69.

(7) Ibídem, p. 355.

(8) ibídem, p. 571.

(9) Ibidem, pp. 494-495.









Boletín de espiritualidad Nr. 83, p. 1-12.