La mirada del Señor

Miguel Ángel Fiorito, SJ





La oración es, para san Ignacio, un diálogo o conversación – que él llama »coloquio« (EE [53], [54], [109], [199] ...) – con Dios y con sus santos; y esto es así ya desde sus primeros pasos.

Entre estos primeros pasos de la oración, ocupa un lugar importante la consideración de la mirada del Señor, presente ante nosotros, tal cual esa consideración es recomendada por la Tercera Adición, que dice así:

"Un paso o dos antes del lugar donde tengo que meditar o contemplar, me pondré de pie por espacio de un Padrenuestro (o sea, cerca de un minuto de reloj), alzado el entendimiento, considerando cómo Dios nuestro Señor (o sea, Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado) me mira, etc.; y hacer una reverencia o humillación (EE [75])."

1. La consideración de la mirada del Señor sobre nosotros es más que un simple »acto de presencia de Dios«: si estamos en una habitación con una persona que no nos mira, es como si no estuviera con nosotros; en cambio, cuando estamos con una persona que nos mira, aunque esté en silencio y no nos diga nada, su sola mirada nos puede decir más que muchas palabras.

2. San Ignacio recomienda pensar que nuestro Señor me mira durante el tiempo del rezo de un Padrenuestro: o sea, aproximadamente durante un minuto de reloj. Puede, sin embargo, convenir alargar este tiempo por la importancia y trascendencia de este primer momento de la oración, según san Ignacio: no está dicho expresamente, pero se lo insinúa en el »etc.« que se añade a la consideración de la mirada del Señor.

¿Por qué? Porque este »etc.« significaría que nos conviene dejarnos llevar de los sentimientos que en nosotros suscite esta mirada del Señor sobre nosotros.

3. Más aun, conviene tener preparados textos de la Escritura que nos puedan ayudar a mantener esta consideración de la mirada del Señor.

a. Por ejemplo, el Salmo 139: »Señor, tú me sondeas y me conoces ... Señor, sondéame y conoce mi corazón ... Mira si mi camino se desvía ...

b. También puede ayudarnos alguna de las visiones iniciales del Apocalipsis. Por ejemplo, Apc 1,12-20, que convendría leer desde 1,1 con las notas de la BJ):

"Al volverme, vi siete candeleros de oro y, en medio de los candeleros, como a un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido el talle con un ceñidor de oro (vestidura sacerdotal, según el uso antiguo).
Su cabeza y cabellos eran blancos (color que simboliza la divinidad), como la lana blanca, como la nieve; sus ojos como llama de fuego (ojos de juez, cuya mirada quema, porque purifica); sus pies parecían de metal precioso, acrisolado en el horno (simboliza la fuerza irresistible de este »juicio«); su voz como voz de grandes aguas (nuevamente la divinidad, que se manifiesta – como en Ez 43,2 – »como el ruido de muchas aguas«).
Tenía en su mano derecha siete estrellas (las siete Iglesias: significa la Iglesia en su totalidad y universalidad, la Iglesia de todos los tiempos y de cualquiera de ellos; y, al decir »estrellas«, significa la Iglesia en su dimensión trascendente y sobrenatural)."

Otras visiones: Apc 4,1 a 5,14 (»de pie, en medio ... como un Cordero degollado«); Apc 19,11-16 (»un caballo blanco ...; el que lo monta ...«).

c. En cualquiera de estos textos, puede convenir escoger una frase que sintamos más »internamente« (EE [2]); y repetirla pausadamente, para »sentir y gustar« (ibidem) esa mirada del Señor sobre nosotros, cuando comenzamos a hacer oración.

4. Pero san Ignacio no dice solamente que consideremos la mirada del Señor, sino que añade que hagamos »una reverencia o humillación« (EE [75]).

Recordemos que, en el Principio y Fundamento, uno de los objetivos de la creación del hombre – de todo hombre – era »hacer reverencia ... a Dios nuestro Señor (o sea, a Jesucristo)« (EE [23]).

Hagámoslo así al comienzo de nuestra oración, para afirmar más nuestra fe en su mirada y en su presencia. Bastaría un gesto muy simple, como el arrodillarse ... o el postrarse o inclinarse profundamente. Hagamos la prueba y, si nos resulta beneficioso, no dejemos en adelante de hacerlo.

Puede ayudarnos, para suscitar en nosotros esa actitud reverente, algún texto, como podría ser uno de los himnos cristológicos de san Pablo:

Ef 1,3 ss.: »Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo ...« (con notas de la BJ en cada bendición).
Flp 2,6 »... siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios ... para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble ... y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor ...« (con notas de la BJ).
Col 1,15 ss.: »Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación« (con notas de la BJ).

5. Puede ayudarnos en la consideración de la mirada del Señor sobre nosotros, tener en cuenta la enseñanza similar de santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia universal – como la declaró Pablo VI –, cuyo magisterio específico es el de la oración.

Para santa Teresa, »no es otra cosa oración ... sino trato de amistad ... con quien sabemos nos ama« (Teresa de Jesús Vida, VIII 5). Pero, ¿cómo comenzar a »tratar de amistad ... con quien sabemos nos ama«?

Santa Teresa tiene una manera o estilo propio de establecer esta comunicación de amistad, similar al estilo de san Ignacio:

"Procurad, pues estáis sola, tener compañía. Pues ¿qué mejor que la del mismo Maestro ...? Representad al mismo Señor junto a vos ... y creedme, mientras pudiereis, no estéis sola sin tan buen amigo" (Teresa de Jesús Camino, XXVI 1).

Estamos ante una enseñanza de santa Teresa que, por su importancia, debería figurar entre las notas más típicas de su espiritualidad. Veámoslo, a vuelo de pájaro, en sus principales obras.

No basta comenzar la oración con Jesús. Es, además, necesario continuarla en su compañía:

"Creedme, mientras pudiereis, no estéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos, y Él ve que lo hacéis con amor y que andáis procurando contentarle, no lo podréis, como dicen, echar de vos, no os faltará para siempre ..." (Teresa de Jesús Camino, XXVI 1).

Para tenerlo de »compañero«, no hay necesidad de elevados pensamientos ni de hermosas fórmulas. Basta mirarle sencillamente:

"Si estáis alegre, miradle resucitado. ... Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del Huerto ... o miradle atado a la columna ... o miradle cargado con la cruz ... y olvidará sus dolores para consolar los vuestros, sólo porque os vais con Él y volvéis la cabeza a mirarle. ¡Oh Señor del mundo ...! le podéis decir vos, si ... no sólo queréis mirarle, sino que os holgáis de hablar con Él, no con oraciones compuestas, sino de la pena de vuestro corazón ..." (Teresa de Jesús Camino, XXVI 4-6).

Este método teresiano – como el ignaciano de la mirada del Señor – no es bueno solamente para algunas personas o propio de algunos estados –superiores o místicos – de la vida espiritual. Es excelente para todos, asegura santa Teresa:

"Este modo de traer a Cristo con nosotros aprovecha en todos estados – de vida espiritual –" (Teresa de Jesús Vida, XII 3).

Y añade:

"Es el modo de oración en que han de comenzar, y de mediar, y de acabar todos ..." (Teresa de Jesús Vida, cap. XIII 12).

Por tanto, no se limita la Santa a aconsejar este modo de oración: lo declara obligatorio; todos deben hacer su oración con Cristo. Semejante afirmación bajo la pluma de santa Teresa – tan comprensiva de las diversidades de las personas, tan cuidadosa de respetar su libertad y la voluntad de Dios respecto de cada una de ellas – cobra una singular fuerza y casi nos asombra.

Hay personas, por ejemplo, que no se pueden representar a Cristo nuestro [16] Señor. ¿Cómo podrán, pues, ponerse junto a Él y hablarle, aunque más no sea de corazón? La Santa da como respuesta su experiencia personal: jamás ha podido ella valerse de su imaginación; y, sin embargo, esto no le ha impedido practicar lo que enseña.

Oigamos sus explicaciones que con precisión aclaran su método:

"Tenía tan poca habilidad para con el entendimiento representar cosas que, si no era lo que veía, no me aprovechaba nada mi imaginación, como hacen otras personas, que pueden hacer representaciones adonde se recogen. Yo sólo podía pensar en Cristo como hombre; mas es así que jamás pude representarle en mí, por más que leía su hermosura y veía imágenes, sino como quien está ciego o a oscuras, que, aunque habla con una persona y ve que está con ella, mas no la ve. De esta manera me acaecía a mí cuando pensaba en nuestro Señor" (Teresa de Jesús Vida, IX 6).

Por eso se ayudaba con imágenes del Señor, que le permitían hacer presente lo que, sin ellas, no podía »imaginar«.

Hay otras personas que no pueden fijar la atención, ni saben tener largos razonamientos cuando dialogan con el Señor. Dirigiéndose a estos, escribe la Santa:

"No os pido ahora que penséis en Él, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento. No os pido más que le miréis. Pues, ¿quién os quita volver los ojos del alma, aunque sea un momento, si no podéis más, a este Señor?" (Teresa de Jesús Camino, XXVI 3).

Siempre es posible esta mirada de fe. La Santa da así testimonio de su experiencia:

"¡Oh las que no podéis tener mucho discurso en el entendimiento, ni podéis tener el pensamiento sin divertiros! ¡Acostumbraos, acostumbraos! ¡Mirad que yo sé que podéis hacer esto, porque pasé muchos años por este trabajo, de no poder sosegar el pensamiento en una cosa!" (Teresa de Jesús Camino, XXVI 2).

Sirve aquí el ejemplo de aquel paisano que, preguntado por el santo Cura de Ars qué hacía tanto tiempo ante el Santísimo, respondía: »Él me mira, yo lo miro«.

6. Podría uno pensar que se necesita »imaginación« para – como dice san Ignacio – considerar »... cómo Dios nuestro Señor me mira ...« (EE [75]). Pues bien, para quien no la tenga – como le sucedía, por propia confesión, como [17] hemos visto, a santa Teresa –, aún le queda un recurso importante: el de las imágenes.

Lo dice en estos términos la misma santa Teresa:

"Procurad traer una imagen o un retrato de este Señor, que sea a vuestro gusto, no para traerle en el seno (o dentro de un libro) y nunca le mirar, sino para hablar muchas veces con Él – que Él os dará qué le decir – como habláis con otras personas. ¿Por qué os han más de faltar palabras para hablar con Dios? No creáis – al menos yo no os creeré – si lo usáis; porque si no, el no tratar con una persona, causa extrañeza y no saber cómo nos hablar con ella, que parece no la conocemos ... porque ... (la) amistad se pierde con la falta de comunicación" (Teresa de Jesús Camino, XXVI 9).

Lo que nosotros añadimos a lo dicho por la Santa es que procuremos que, la imagen que tomemos del Señor, nos mire: tiene más fuerza evocadora, y hace más »sensible« la presencia del Señor.

Hoy en día existen muchas imágenes por el estilo y basta escoger, entre ellas, la que – como dice santa Teresa – »sea a vuestro gusto, no para traerle en el seno (o dentro de un libro) y nunca le mirar, sino para hablar muchas veces con Él ...« (1).

7. Este es, pues, el comienzo de toda oración para san Ignacio (EE [75]); y aún su medio y su término, como dice santa Teresa: si nos acostumbramos a ello, "no lo podréis, como dicen, echar de vos, no os faltará para siempre ..." (Teresa de Jesús Camino, XXVI 11).





Notas:

(1) Nos hemos ocupado más de una vez, de este mismo modo de oración: en Cristo crucificado y glorioso en nuestra oración y en nuestra acción, en Boletín de Espiritualidad 63, p. 18-39 y Oración e imaginación, en Boletín de Espiritualidad 89, p. 9-24. Y el primero de los artículos citados lo concluíamos con estas palabras: »Debemos intentar hacernos ... una imagen de Cristo, más grande que el mundo en que vivimos ... Acaso nunca podamos dar por terminada nuestra imagen de Cristo. Acaso nunca podamos elaborar una figura de contornos determinados, sino sólo una serie de líneas que convergen hacia un punto que estará más allá de nuestro horizonte. Pero, aún estas líneas que se pierden más allá del horizonte de nuestro mundo humano son preciosas, porque marcan el camino verdadero de nuestra fe que excede todo conocimiento ...« (ibidem, p. 35]).









Boletín de espiritualidad Nr. 101, p. 12-17.