Ejercicios y literatura sapiencial

José Luis Lazzarini sj





0. Introducción

La literatura sapiencial se expresa generalmente en / tres vertientes: el enigma, los proverbios y el símbolo, que si es un relato, se constituye en mito o parábola. En este artículo nos proponemos reconocer en los Ejercicios Espirituales la presencia de estas tres vertientes de la literatura sapiencial.

1. Hablemos en primer lugar del enigma. El enigma plantea un problema que debe resolverse, contiene todos los elementos de la solución, pero de manera indirecta, parabólica. La Esfinge plantea a Edipo un enigma, es el enigma del hombre en su realidad temporal, sus desvalimientos y sus fuerzas en el andar por el tiempo, en el transcurrir. Edipo resuelve el enigma del hombre pero no resuelve su propio enigma, falla el gozne entre macrocosmo y microcosmo que según la alquimia debe relacionar. El libro de Job es una respuesta divina al enigma del dolor humano.

En la vida cotidiana llamamos a los enigmas adivinanzas o acertijos y así los llama la Biblia de Jerusalén (cfr. Jueces, 14, 12-18; 1 de Reyes, 10,1). No queremos referirnos aquí a cualquier adivinanza sino a aquella que apunta al lado enigmático de una realidad expresando de este modo su trascendencia. Y aún más: resolverlo o no, no es cuestión de gratuita agudeza, sino que se trata de perderse o salvarse; la sabiduría puesta en juego es una situación agónica.

Los Ejercicios Espirituales ponen el ejercitante frente a la perentoria solución de un enigma: "buscar y hallar la voluntad divina para la salud del ánima" (EE.l). Subyace aquí la concepción del hombre como misterio, como enigma que sólo se resuelve trascendiéndose en la voluntad divina. Su estatura definitiva le viene dada de arriba. Conocer esta estatura que es fruto de una iluminación reveladora es resolver el propio enigma. Esa voluntad divina tiene un rostro: "Dios nuestro Señor" (EE.23) y el hombre debe dejarse conformar por ella y aquietar de este modo su intrínseca tensión a ser completado -cifrado- en ese punto de encuentro a donde lo lleva su esperanzada voz interior. Es la hora de la alabanza para quien ha encontrado el punto fijo que le confiere el sentido. Es la hora de quien ha traspuesto la opacidad del enigma para acceder a la Hermosa luminosidad. Experiencia que Unamuno vertió en estos versos:

Hermosura! Hermosura!
Descanso de las almas doloridas,
enfermas de querer sin esperanza.
Santa hermosura,
solución del enigma!
Tú matarás la Esfinge,
Tú re posas en ti sin más cimiento.
Gloria de Dios, te basta.

2. Nos referiremos ahora a la segunda vertiente de la literatura sapiencial la de los proverbios Los proverbios son una sentencia, un aviso que esclarece a los semejantes para elegir el camino de la sabiduría y evitar el de la necedad. El proverbio expresa una experiencia humana general repetidas veces confirmada. Son fieles a un hilo con ductor: exhortar al bien y precaver del mal; buscar la felicidad o pasar la adversidad sin envenenarse, sin arriesgar ni dejar ahogar lo que el hombre tiene de inalienable.

Los proverbios se preocupan del hombre y del mundo en que el hombre vive, un mundo que perciben trascendido, iluminado como un privilegiado lugar de la revelación de Dios y se dirigen al hombre sin coaccionarlo, invitándolo a que él mismo se comprometa en la búsqueda del camino que lleva a la vida. No coaccionan pero comunican una experiencia largamente acumulada que está convencida de que la vida tiene unas reglas y unas leyes que es necesario conocer y respetar.

La sabiduría que trasmiten los proverbios se encuentra a gusto con la fe pero, a diferencia de la Ley y los oráculos que parten de Dios, lo sapiencial parte del hombre y ve en él y en su mundo la acción de Dios y de otras fuerzas sobrenaturales.

La sabiduría de los proverbios no es una ciencia sometida a leyes de inducción y deducción sino el fruto de observación y reflexión. La sabiduría no es filosofía, ni ciencia, ni técnica, ni política, ni arte y es mucho más que la suma de todo ello. Es la forma más alta y más profunda de la prudencia humana.

¿Podemos encontrar en los Ejercicios de San Ignacio la presencia de esta literatura de los proverbios? Pienso que las reglas de discernimiento de espíritus (EE.313-336) son la expresión de una sabiduría cuya forma interior responde a la sabiduría proverbial y fácilmente vertible a la forma exterior de los proverbios: forma sentenciosa. Valga es te ejemplo: "Quien va intensamente purgando sus pecados no se deje morder ni tristar por el mal espíritu, que le pone impedimentos para seguir adelante". Las sentencias pueden desdoblarse y resultar guiadoras y hasta formularse en el par de octosílabos como en la forma sentenciosa castellana. “Quien ande en desolación no se ponga a hacer mudanza".

3. Arribamos ahora a la tercera vertiente de la literatura sapiencial, la del símbolo, que si es un relato se constituye en mito o parábola.

En los Ejercicios el símbolo más relevante pareciera ser el de la lucha, que tiene su relato en la meditación del Reino (EE.31—100) y abunda en simbología en la meditación de las Dos Banderas (EE.136-147). La lucha o combate espiritual tiene raíces escriturísticas de sobra conocidas. Es la victoria de Dios sobre Satán y son los trabajos de Cristo que consuman la victoria. El pasado, lo acontecido "illo tempore", se actualiza para iluminar la experiencia presente del hombre que combate para consumar su destino, su historia.

A poco que se revisen las mitologías de los pueblos el mito del combate se hace presente velando y revelando en su extremado simbolismo la lucha interior del hombre con fuerzas que al ser superiores lo agigantan y lo relacionan con un mundo trascendente que acude en su ayuda.

Como todo mito de buen linaje, el mito del combate embarca a quien lo piensa -porque los símbolos hacen pensar- hacia una realidad trascendente que a la par le es muy íntima. Esto se logra a condición de aceptar en la realidad simbólica esta paradójica condición de velar y revelar como le declaran las musas a Hesíodo mientras pastoreaba las ovejas al pie del Elicona: "Nosotras sabemos contar mentiras del todo, parecidas a la realidad, pero sabemos también, si queremos, anunciar verdades".

En los Ejercicios el símbolo de la lucha se detiene sobretodo en la cualificación del héroe para el combate. Así, en la meditación de las Dos Banderas, cuando Cristo habla a los suyos (EE.146), les traza un camino arduo que pasa por el despojo de toda avaricia e invita a saltar el laberinto inacabable de la vanidad hasta centrarse en la sólida verdad de la humildad que da la libertad interior puesta al encadenamiento y asfixia de las "redes y cadenas" (EE.142) que tiende el enemigo.

De esta forma, el símbolo del combate se entrelaza con el símbolo del camino y desemboca en el símbolo del centro. El centro, donde el hombre vive un tiempo nuevo que no es de neutralidad como en las ascéticas de la negación, sino armonización de contrarios, "unió oppositorum", que en el cristianismo se simboliza en la Cruz.

La fórmula ignaciana: - "hombres crucificados y para quienes el mundo está crucificado", podría ser leída desde esta perspectiva diciendo: "hombres capaces de ser fieles a la tensión de trascendencia que los constituye y de leer el mundo como un símbolo que remite a Otro y capaces de trascender los opuestos en el punto que los resuelve".

4. Conclusión

Nos propusimos en este artículo advertir la presencia de la triple vertiente de la literatura sapiencial en los Ejercicios Espirituales. La literatura sapiencial es popular porque brota de las reservas culturales que acumulan los pueblos e interpelan a cada hombre en cuanto ser personal.

Si lo que hemos elaborado es verdad, en estas vertientes sapienciales los Ejercicios tendrían un criterio seguro para definirse como populares y un principio firme para prometerse acomodaciones y actualizaciones.









Boletín de espiritualidad Nr. 130, p. 1-4.


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