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  • Agustín de Hipona

    Comentario acerca de algunas cuestiones extraídas de la carta a los Romanos



    Capítulo 8

    47. [Rm 8,1] La expresión: Por lo tanto no hay ninguna condena para los que están en Cristo Jesús, demuestra suficientemente que no hay condena si hay deseos carnales pero no se los obedece para pecar.
    Esto sucede a los que están bajo la ley y no bajo la gracia. Pues los que están bajo la ley, no sólo tienen la concupiscencia que los combate, sino que también son esclavizados cuando la consienten. Esto, en cambio, no les sucede a los que sirven a la ley de Dios.

    48. [Rm 8,3.4] Lo que era imposible a la ley por el hecho de que era débil a causa de la carne, Dios lo hizo posible: envió a su Hijo en la semejanza de la carne de pecado y mediante el pecado condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros, que no caminamos según la carne, sino según el espíritu.
    El apóstol enseña con gran evidencia que por este motivo aquellos mismos preceptos de la ley no fueron cumplidos, aunque debieran cumplirse: porque aquellos a los que fue dada la ley antes de la gracia, estaban dedicados a los bienes carnales y deseaban alcanzar la felicidad a partir de éstos, y sólo temían cuando la adversidad amenazaba tales bienes; y por esto, al peligrar los bienes temporales, se apartaban fácilmente de los preceptos de la ley.
    La ley se había hecho débil al no cumplirse lo que se mandaba, no por su culpa, sino a causa de la carne, es decir, a causa de aquellos hombres que, deseando los bienes carnales, no amaban la justicia de la ley, sino que le anteponían los bienes temporales. Por esto nuestro Liberador, el Señor Jesucristo, asumiendo una carne mortal vino a la semejanza de la carne de pecado. Pues a la carne de pecado se debe la muerte.
    Pero en realidad aquella muerte del Señor fue fruto de la gracia, no de la deuda: y el apóstol llama pecado también a esto, la asunción de la carne mortal aunque no pecadora, precisamente porque el que es inmortal, comete pecado, por así decirlo, cuando muere.
    Pero mediante el pecado, dice. condenó el pecado en la carne. En efecto, la muerte del Señor hizo esto, que no se temiera la muerte y, en consecuencia, que ya no se desearan los bienes temporales, ni se temieran los males temporales, en los cuales era carnal aquella prudencia por la que no se podían cumplir los preceptos de la ley. En cambio, destruida y quitada gracias al Hombre divino aquella prudencia, la justicia de la ley se cumple cuando no se camina según la carne, sino según el espíritu.
    De donde se dijo con toda verdad: No vine a abolir la ley, sino a cumplirla [Mt 5,17]. Plenitud de la ley es la caridad [Rm 13,10]. Y la caridad es propia de los que caminan según el espíritu. Esta tiene relación con la gracia del Espíritu santo. Cuando no había amor por la justicia, sino temor, la ley no era cumplida.

    49. [Rm 8,7] Con la expresión: Puesto que la prudencia de la carne es enemiga de Dios; no esta sujeta a la ley de Dios ni lo puede, el apóstol ha explicado qué significa enemiga, para que ninguno pensara que alguna naturaleza, como si proviniera de un principio contrario y no creado por Dios, sembrara enemistad contra Dios.
    Llama enemigo de Dios a quien no obedece a su ley y esto sucede a causa de la prudencia de la carne, es decir cuando desea los bienes temporales y teme los males temporales.
    Se suele expresar la definición de "prudencia” de esta manera: desear los bienes y evitar los males. Por eso justamente el apóstol llama prudencia de la carne a aquella disposición por la cual son deseados, como grandes bienes, los que no permanecen con el hombre, y se temen que se pierdan los que tarde o temprano se han de perder.
    Tal prudencia no puede obedecer a la ley de Dios, sino que se obedecerá a la ley cuando esta prudencia haya desaparecido, para que aparezca la prudencia del espíritu por la cual ni nuestra esperanza esta en tos bienes temporales, ni el temor en los males.
    La misma naturaleza del alma tiene tanto la prudencia de la carne cuando sigue tos bienes inferiores, cuanto la prudencia del espíritu, cuando elige aquellos superiores: de la misma manera como la misma naturaleza del agua se congela con el frío y se disuelve con el calor.
    Por esto se dijo: la prudencia de la carne no está sujeta a la ley de Dios ni lo puede, como se diría justamente que la nieve no puede calentarse, ni puede, sino que cuando se le acerca el calor, se disuelve y se calienta como agua, pero ya no se la puede llamar nieve.

    50. [Rm 8,10] En la expresión: El cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el espíritu es vida a causa de la justicia, muerto se dice del cuerpo en cuanto es mortal. En efecto, a raíz de su condición mortal, la necesidad de las realidades terrenas solicita al alma y hace nacer algunos deseos a los cuales consiente, para pecar, quien ya sirve con la mente a la ley de Dios.

    51. [Rm 8,11] La frase: Si el Espíritu de aquel que ha resucitado a Jesucristo de los muertos habita en vosotros, el que ha resucitado a Jesucristo de los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros, muestra ya el cuarto grado de aquellos cuatro que distinguimos precedentemente. Pero este grado no se encuentra en esta vida. Corresponde a la esperanza, a raíz de la cual esperamos la redención de nuestro cuerpo, cuando este [cuerpo] corruptible se vestirá de incorruptibilidad y este [cuerpo] mortal se vestirá de inmortalidad [cf. 1Cor 15,53-54]. Allí se encuentra la paz perfecta ya que el alma no sufre ninguna molestia de parte del cuerpo, vivificado ya y transformado en una condición celeste.

    52. [Rm 8,15-16] Con la expresión: Vosotros no habéis recibido un espíritu de servidumbre por el temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos por el cual gritamos: “Abba, Padre”, se distinguen claramente las edades de los dos Testamentos. El primero pertenece al temor y el Nuevo al amor.
    Pero se nos pregunta quién es el espíritu de servidumbre. El espíritu de adopción como hijos es ciertamente el Espíritu santo. El espíritu de servidumbre en el temor es entonces aquél que tiene el poder de la muerte, puesto que por aquel mismo temor estaban obligados por toda la vida a servir aquellos que vivían bajo la ley, no bajo la gracia.
    No nos debemos maravillar por el hecho de que lo recibieran por providencia divina cuantos buscaban los bienes temporales, y no porque la ley y el precepto provengan de ese espíritu.
    Pues la ley es santa y el precepto es santo y justo y bueno [Rm 8,12]; en cambio, no es bueno aquel espíritu de servidumbre que reciben los que no son capaces de cumplir los preceptos de la ley dada, mientras que sirven a los deseos carnales, aun no adoptados como hijos por la gracia del Liberador, puesto que el mismo espíritu de servidumbre sólo tiene en su poder a quien le ha sido entregado por disposición de la divina providencia, desde el momento en que la justicia de Dios da a cada uno lo suyo.
    Se trata de aquel poder que el apóstol había recibido cuando dice de algunos: Los entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar [1Tim 1,20], e igualmente dice de otro: Ya decidí entregar a un individuo de este tipo a Satanás para la ruina de su carne, para que se salve su alma [1Cor 5,5].
    Quienes aun no están bajo la gracia y, puestos bajo la ley, son vencidos por los pecados para obedecer a los deseos carnales, y con la transgresión aumentan la culpabilidad de sus crímenes, han recibido el espíritu de servidumbre, es decir, el espíritu de aquel que tiene el poder de la muerte.
    Pues si entendiéramos el espíritu de servidumbre como el mismo espíritu del hombre, también el espíritu de adopción debería ser entendido como aquel mismo, cambiado, por así decirlo, en algo mejor.
    Pero porque interpretamos el espíritu de adopción como el Espíritu santo, que él presenta claramente cuando dice: El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, resulta que entendemos el espíritu de servidumbre como aquel al cual sirven los pecadores, de manera que, como el Espíritu santo libera del temor de la muerte, así el espíritu de servidumbre, que tiene el poder de la muerte, tiene atados con el terror de la muerte misma, para que cada uno se vuelva a la ayuda del Liberador, aún contra la voluntad del diablo, que desea tenerlo siempre en su poder.

    53. [Rm 8,19-23] La expresión: La espera de la creación tiene como objeto la revelación de los hijos de Dios, porque la creación ha sido sometida a la vanidad no por su voluntad, etc. hasta donde dice: También nosotros gemimos en nosotros mismos esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo, debe entenderse de tal manera que no imaginemos que la facultad de sufrir y de gemir se encuentra en los árboles, en las plantas en las piedras y en las otras creaturas de este tipo - pues éste es el error de los maniqueos -; ni pensemos que los ángeles hayan sido sometidos a la vanidad de manera que pensemos con respecto a ellos que habrán de ser liberados de la esclavitud de la muerte, mientras que ellos no están en absoluto destinados a morir; entendamos, en cambio, sin falsedad alguna, la expresión de manera que pensemos toda la creación como situada en el hombre mismo.
    Pues no puede haber creación que no sea o espiritual, que es aquella que alcanza su punto más alto en los ángeles, o animal que es aquélla que se manifiesta suficientemente también en la vida de las bestias, o corpórea, aquella visible o tangible: ahora bien, todas ellas se encuentran también en el hombre, porque el hombre consta de espíritu, de alma y de cuerpo.
    Por lo tanto, la creación espera la revelación de los hijos de Dios, es decir: lo que en el hombre trabaja y está sujeto a la corrupción espera aquella manifestación a propósito de la que también dice él apóstol: Estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se haya manifestado, entonces también vosotros os manifestaréis con él en la gloria [Col 3,3-4].
    Dice también Juan: Queridísimos, ahora somos hijos de Dios, pero aun no se ha manifestado lo que seremos; sabemos que cuando se haya manifestado, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es [1Jn 3,2].
    Por lo tanto, esta manifestación de los hijos de Dios es la que espera la creación que en el hombre ahora está sometida a la vanidad mientras se halla entregada a las cosas temporales, que pasan como una sombra.
    Por esto se afirma también en el salmo: El hombre se ha hecho semejante a la vanidad y sus días pasan como una sombra [Sal 143,4].
    Y de la vanidad también habla Salomón cuando dice: Vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué prosperidad tiene el hombre en todo su esfuerzo con el que se fatiga bajo el sol? [Eccle 1,2-3]. De ella también dice David: ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? [Sal 4,3]
    Pero el apóstol declara que la creación está sujeta a la vanidad no por su voluntad puesto que esta sumisión es fruto del castigo. En efecto, no es que el hombre haya pecado por su voluntad de manera de haber sido condenado por su voluntad: y sin embargo esta condena ha sido infligida a nuestra naturaleza no sin la esperanza de una reparación.
    Por esto afirma: A causa de aquel que la ha sometido a la esperanza; porque también la creación misma será liberada de la servidumbre de la muerte para la libertad de la gloria de los hijos de Dios, es decir, también ella (será liberada), que es simplemente creatura, no agregada aún mediante la fe al número de los hijos de Dios. Sin embargo, en aquéllos que habrán creído, veía el apóstol lo que dice: la creación será librada de la servidumbre de la muerte, de manera de no servir al aniquilamiento al cual todos los pecadores prestamos servicio.
    En efecto, se dijo al pecador: Ciertamente morirás [Gn 2,17]. La creación será liberada en la libertad de la gloria de los hijos de Dios, es decir, para que también ella llegue a la libertad de la gloria de los hijos de Dios por medio de la fe, era llamada simplemente creación. Y precisamente a ella se refiere lo que sigue: Sabemos, en efecto, que la creación, hasta ahora, gime profundamente y sufre.
    Aun debían creer cuantos estaban sojuzgados en el espíritu por errores trabajosos. Pero para que ninguno creyera que sólo se hablaba del afán de éstos, continúa refiriéndose también a aquellos que ya habían creído.
    Pues aunque con el espíritu, es decir con la mente, hubieran servido a la ley de Dios, sin embargo, ya que con la carne se sirve a la ley del pecado mientras sufrimos el fastidio y las instigaciones de nuestra mortalidad, justamente por esto continúa diciendo: Y no sólo, sino también nosotros mismos que tenemos las primicias del Espíritu, también nosotros gemimos en nosotros mismos. No sólo. dice, aquella misma que es llamada simplemente creatura, en los hombres que aun no han creído y por lo tanto aun no han sido puestos en el número de los hijos de Dios, gime profundamente y sufre, sino que incluso nosotros mismos, que creernos y tenemos las primicias del Espíritu, puesto que con el Espíritu ya nos adherimos a Dios por medio de la fe, por esto ya no somos llamados creaturas. sino hijos de Dios, sin embargo, también nosotros gemimos en nosotros mismos esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.
    Esta adopción. que ya se ha cumplido en los que han creído, se cumplió en el espíritu, no en el cuerpo El cuerpo aun no ha sido transformado en aquel cambio celeste, como ya ha sido cambiado el espíritu. convertido de los errores a Dios con la reconciliación de la fe.
    Por tanto, también en los que han creído se espera aun aquella manifestación que sucederá en la resurrección del cuerpo, y ella se refiere a aquel cuarto grado donde habrá paz totalmente perfecta y un descanso eterno, sin que se nos oponga corrupción de alguna parte o nos aflija alguna inquietud.

    54. [Rm 8,26.27] En la expresión: De la misma manera también el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad; pues no sabemos qué cosa pedir, en la manera conveniente, es evidente que habla del Espíritu santo, como resulta claro en cuanto sigue donde afirma: Porque intercede por los santos, según Dios. Nosotros, entonces, no sabemos qué cosa pedir, como conviene, por dos motivos: porque lo que esperamos que habrá de suceder y hacia lo cual tendemos, aun no se ha manifestado; y porque en esta misma vida muchas cosas nos pueden parecer favorables, mientras que son desfavorables y otras veces pueden parecer desfavorables las que son favorables.
    Pues también la tribulación, cuando toca al siervo de Dios como prueba y corrección, a veces parece inútil a quien es poco inteligente, pero si se aplica lo que ha sido dicho: Danos ayuda en la tribulación, ya que vana es la salvación del hombre [Sal 59,13], se comprende que muchas veces Dios nos ayuda en la tribulación; e inútilmente se desea una salvación que algunas veces es desfavorable cuando vence al alma con el gozo y con el amor por esta vida.
    De esto también deriva aquella expresión: He encontrado tribulación y dolor e invoqué el nombre del Señor [Sal 114,3]; cuando dice: He encontrado, demuestra que es útil, pues sólo nos alegramos de haber encontrado lo que buscábamos.
    Entonces: No sabemos qué cosa pedir en el modo conveniente. Dios sabe lo que nos conviene en esta vida, y lo que nos habrá de dar después de esta vida.
    Pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Dice que el Espíritu gime, puesto que nos hace gemir con el amor, despertando el deseo de la vida futura; como también dice: El Señor vuestro Dios os pone a prueba para saber si lo amáis [Dt 13,3], es decir, para hacéroslo saber. Pues nada está escondido a Dios.

    55. [Rm 8,28-30] La expresión: A aquellos que ha llamado, también los ha justificado puede turbar y hacer preguntar si todos aquellos que han sido llamados son justificados. Pero en otro pasaje leemos: Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos [Mt 20,16; 22,14].
    Sin embargo, puesto que también los elegidos mismos sin duda han sido llamados, es evidente que sólo han sido justificados los llamados, aunque no todos los llamados, sino aquellos que han sido llamados según el designio, como el apóstol ha dicho antes.
    El designio se debe entender el de Dios, no el de ellos mismos. Él mismo explica lo que significa según el designio, cuando afirma: Porque a los que preconoció, los ha predestinado a ser conformes a la imagen de su Hijo.
    En efecto, no todos los que han sido llamados, han sido llamados según el designio: ya que este designio se reserva a la presciencia y a la predestinación de Dios. Dios ha predestinado sólo a aquellos que ha preconocido que habrían creído y habrían seguido su llamado, aquellos a los que Pablo también llama elegidos.
    Pues muchos, aunque han sido llamados, no vienen; pero ninguno viene sin que haya sido llamado.

    56. [Rm 8,29] La frase: Para que él sea el primogénito de muchos hermanos, enseña bien que nuestro Señor debe ser comprendido en un modo como unigénito, en otro como primogénito.
    Pues donde es llamado unigénito, no tiene hermanos y es por naturaleza Hijo de Dios, Verbo en el principio, por medio del cual todo ha sido hecho.
    En cambio, en el plano de la asunción del hombre y de la economía de la encarnación, en virtud de la cual se ha dignado llamarnos también a nosotros, que no éramos hijos por naturaleza, a la adopción como hijos, allí es llamado primogénito con el añadido de hermanos.
    Donde es llamado primero, no es llamado solo, sino con hermanos que seguirán en la condición en la que él los ha precedido. De esto deriva que también en otro pasaje lo define primogénito de entre los muertos para que él mismo sea quien tenga el primado [cf. Col 1,18].
    Pues ames de él no hay ninguna resurrección de los muertos que haga que no mueran más: después de él, en cambio, está la resurrección de muchos santos a quienes él no se avergüenza de llamar hermanos por la misma participación de la humanidad.

    57. [Rm 8,35] La expresión ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la tribulación? ¿o la angustia? ¿o la persecución? etc. deriva de una afirmación precedente, donde el apóstol dice: Si padecemos con él, con él seremos glorificados. Pues juzgo que los padecimientos de esta vida no son proporcionados a la futura gloria que se manifestará en nosotros [Rm 8,17-18].
    A esa misma exhortación va dirigida toda la intención de este pasaje, para que aquellos a los que se dirige, no se dejen abatir por las persecuciones en caso que vivan según la prudencia de la carne, por la cual se buscan los bienes temporales y se temen los males temporales.

    58. Rm 8,38] Puesto que dice: Estoy seguro, y no dice: “supongo”, confirmó con convicción que ni muerte alguna, ni vida temporal prometida, ni las otras realidades mencionadas a continuación, pueden alejar al creyente del amor de Dios.
    Por lo tanto, ninguno separa, ni el que amenaza con la muerte, desde el momento que quien cree en Cristo, aunque muera, vivirá, ni quien promete la vida, desde el momento que es Cristo quien da la vida eterna.
    La promesa de una vida temporal debe ser despreciada frente a la vida eterna. Y tampoco un ángel separa, porque: aunque sea un ángel que descienda del cielo y os anuncie algo distinto de cuanto habéis recibido, sea anatema [Gal 1,8-9], ni un Principado, o sea el elemento contrario. porque el mismo ha despojado a estos Principados y Potestades, triunfando sobre ellos en su persona; ni las realidades presentes ni las futuras, es decir las realidades temporales ya sean las que nos deleitan, ya sean las que nos oprimen, ya sean aquellas que dan esperanza, ya sean aquellas que infunden temor; ni Potencia, y aquí es necesario entender una potencia contraria, en relación a la cual se dice: Ninguno podrá robar los vasos del hombre fuerte, si antes no lo habrá atado [Mt 12,29]. Ni altura ni profundidad.
    Generalmente la vana curiosidad de aquellas realidades que no pueden ser encontradas o que, aunque sean conocidas en vano, ya sea en el cielo o en el abismo, separa de Dios, a no ser que venza el amor, que invita hacia las realidades espirituales ciertas, no mediante la vanidad de lo que es externo, sino mediante el hombre interior.
    Ni alguna otra creatura. La expresión puede tena un doble significado: o referirse a una creatura visible – ya que también nosotros, o sea nosotros como alma, somos creaturas, aunque invisibles - en el sentido que no nos separa otra creatura, ya que entre nosotros y Dios no hay ninguna otra creatura que pueda oponerse y excluirnos de su abrazo.
    Pues sobre las mentes humanas, que son racionales, no hay ninguna otra creatura, sino Dios.