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  • Agustín de Hipona

    la exégesis de Agustín



    1. Los que leen inconsideradamente se engañan en muchos y polifacéticos pasajes obscuros y ambiguos, sintiendo una cosa por otra, y en algunos lugares no encuentran una interpretación, aun sospechando que sea ella incierta; así es de oscura la espesa niebla con que están rodeados ciertos pasajes. No dudo que todo esto ha sido dispuesto por la Providencia divina para quebrantar la soberbia con el trabajo, y para apartar el desdén del entendimiento, el cual no pocas veces estima en muy poco las cosas que entiende con facilidad (De doctrina christiana, 2, 6, 7).

    2. El que juzga haber entendido las divinas escrituras o alguna parte de ellas, y con esta inteligencia no edifica este doble amor de Dios y del prójimo, aún no las entendió. Pero quien hubiera deducido de ellas una sentencia útil para edificar la doble caridad, aunque no diga lo que se demuestra haber sentido en aquel pasaje el que la escribió, ni se engaña con perjuicio ni miente. [...] Todo el que entiende en las Escrituras otra cosa distinta a la que entendió el escritor, se engaña sin mentir ellas. Mas, como dije al principio, si se engaña en su parecer, pero no obstante en aquella sentencia edifica la caridad, la cual es el fin del mandato, se engaña como el caminante que abandonó por equivocación el camino y marcha a campo traviesa viniendo a parar a donde también le conducía el camino. Sin embargo, se le debe corregir y demostrar cuan útil es no abandonar el camino, no sea que, por la costumbre de desviarse, se vea obligado a seguir otro rumbo alejado u opuesto a la verdad (De doctrina christiana, 1, 36, 40-41).

    3. El mejor remedio contra la ignorancia de los signos propios es el conocimiento de las lenguas. Los que saben la lengua latina, a quienes intentamos instruir ahora, necesitan para conocer las divinas Escrituras las lenguas hebrea y griega. De este modo podrán recurrir a los originales cuando la infinita variedad de los traductores latinos ofrezcan alguna duda. Es cierto que encontramos muchas veces en los Libros santos palabras hebreas no traducidas, como amén, aleluya, raca, hosanna, etc. Algunas, aunque hubieran podido traducirse, conservaron su forma antigua, como acontece con amén y aleluya, por la mayor reverencia de su autoridad; de otras se dice que no pudieron ser traducidas a otra lengua, como ocurre con las dos últimas. Existen palabras de ciertas lenguas que no pueden trasladarse con significación adecuada a otro idioma. Esto sucede principalmente con las interjecciones, puesto que más bien tales palabras significan un afecto del alma, que declaran parte alguna de nuestros conceptos. Tales muestran ser las dos que adujimos, pues dicen que roca es voz de indignación y hosanna de alegría. Mas no por estas pocas, que son fáciles de notar y preguntar, sino por las discrepancias de los traductores, es necesario, según se dijo, el conocimiento de las mencionadas lenguas (De doctrina christiana, 2, 11, 16).

    4. Por dos causas no se entiende lo que está escrito: Por la ambigüedad o por el desconocimiento de los signos que velan el sentido (De doctrina christiana, 2, 10, 15).

    5. Los signos son o propios o metafóricos. Se llaman propios cuando se emplean a fin de denotar las cosas para que fueron instituidos; por ejemplo, decimos «bovem», buey, y entendemos el animal que todos los hombres conocedores con nosotros de la lengua latina designan con este nombre. Los signos son metafóricos o trasladados cuando las mismas cosas que denominamos con sus propios nombres se toman para significar alguna otra cosa; como si decimos bovem, buey, y por estas dos sílabas entendemos el animal que suele llamarse con este nombre; pero además, por aquel animal entendemos al predicador del Evangelio, conforme lo dio a entender la Escritura según la interpretación del Apóstol que dice: "No pongas bozal al buey que trilla" [1Cor 9,9] (De doctrina christiana, 2, 10, 15).

    6. A la observación que hicimos de no tomar la expresión figurada, es decir, la trasladada, como propia, se ha de añadir también la de no tomar la propia como figurada. Luego lo primero que se ha de explicar es el modo de conocer cuándo una expresión es propia o figurada (De doctrina christiana, 3, 10, 14).

    7. Cuando las palabras propias hacen ambigua la Santa Escritura, lo primero que se ha de ver es si puntuamos o pronunciamos mal. Si, prestada la atención necesaria, todavía aparece incierto cómo haya de puntuarse o pronunciarse, consulte el estudioso las reglas de la fe que adquirió de otros lugares más claros de la Escritura o de la autoridad de la Iglesia, de cuyas reglas tratamos bastante al hablar en el primer libro sobre las «cosas». Pero si ambos sentidos o todos, en el caso de que hubiere muchos, resultan ambiguos sin salirnos de la fe, nos resta consultar el contexto de lo que antecede y sigue al pasaje en donde está la ambigüedad, a fin de que veamos a qué sentido de los muchos que se ofrecen favorezca y con cuál se armoniza mejor (De doctrina christiana, 3, 2, 2).

    8. Luego lo primero que se ha de explicar es el modo de conocer cuándo una expresión es propia o figurada. La regla general es que todo cuanto en la divina palabra no pueda referirse en un sentido propio a la bondad de las costumbres ni a las verdades de la fe, hay que tomarlo en sentido figurado. La pureza de las costumbres tiene por objeto el amor de Dios y del prójimo; y la verdad de la fe, el conocimiento de Dios y del prójimo. En cuanto a la esperanza, cada uno la tiene diferente en su propia conciencia, conforme se da cuenta que aprovecha en el conocimiento y en el amor de Dios y del prójimo (De doctrina christiana, 3, 10, 14).

    9. Pero como el género humano propende a juzgar los pecados no por la gravedad de la misma pasión sino más bien por la costumbre y uso de su tiempo, sucede muchas veces que cada uno de los hombres únicamente juzga reprensibles aquellos pecados que los hombres de su tiempo y región acostumbraron a vituperar y condenar; y sólo aprueban y alaban las acciones que como tales admite la costumbre de aquellos que viven con él. De aquí resulta que, si aquellos a quienes la autoridad de la divina palabra tiene ya convencidos encuentran en la Escritura que manda algo que se opone a las costumbres de los oyentes, o vitupera lo que tales costumbres no reprueban, lo juzgan como expresión figurada. Mas la Escritura no manda, sino la caridad; ni reprende, sino la codicia, y de este modo forma las costumbres de los hombres. Igualmente, si el rumor de un error se ha apoderado del ánimo, todo cuanto la Escritura afirme en contrario lo toman los hombres por expresión figurada. Pues bien, la Escritura no afirma en todas las cosas presentes, pasadas y futuras, sino únicamente la fe católica. Narra las cosas pasadas, anuncia las venideras y muestra las presentes, pero todo esto se encamina a nutrir y fortalecer la misma caridad, y a vencer y a extinguir la codicia (De doctrina christiana, 3, 10, 15).

    10. Así, después de haber sido ya destruida la tiranía de la concupiscencia, reina la caridad con las justísimas leyes del amor de Dios por Dios, y de sí mismo y del prójimo por Dios. Para ello, se ha de observar en las locuciones figuradas la regla siguiente, que ha de examinarse con diligente consideración lo que se lee, durante el tiempo que sea necesario para llegar a una interpretación que nos conduzca al reino de la caridad. Mas si la expresión ya tiene este propio sentido, no se juzgue que allí hay locución figurada (De doctrina christiana, 3, 15, 23).

    11. También se ha de evitar el que alguno piense que puede tal vez ponerse en uso en los tiempos de la vida presente lo que en el Antiguo Testamento, dada la condición de los tiempos, no era maldad ni iniquidad, aunque se entienda en sentido propio, no figurado. Lo cual nadie lo intentará, a no ser el que, dominado por la concupiscencia, busca el apoyo de las Escrituras, con las que precisamente debiera ser combatida. Este desgraciado no entiende que aquellos hechos se refieren de este modo para que los hombres de buena esperanza vean la utilidad y conozcan que la costumbre vituperada por ellos puede tener un uso bueno y la que abrazan puede tenerlo condenable, si allí se atiende a la caridad y aquí a la concupiscencia de los que la usan. Si conforme a aquel tiempo pudo algu
    no usar castamente de muchas mujeres, ahora puede otro usar libidinosamente de una. Yo apruebo mejor al que usa de la fecundidad de muchas por otro fin, que el que usa de la carne de una con liviandad. Allí se buscaba lo más útil conforme a las circunstancias de los tiempos, aquí se busca únicamente saciar la concupiscencia, enredada en los deleites temporales (De doctrina christiana, 3, 18, 26-27).

    12. Aunque todos o casi todos los hechos que se relatan en el Antiguo Testamento han de entenderse no sólo en sentido propio, sino también figurado, sin embargo, aquellos hechos que el lector hubiera tomado en sentido propio, si son alabados los que los hicieron, pero no obstante disienten de las costumbres de los hombres buenos que guardan los divinos mandamientos después de la venida del Señor, encamine la figura a entender, pero no traslade el mismo hecho a las costumbres, porque muchas cosas hay que en aquel tiempo se hicieron por deber, las cuales no pueden actualmente ejecutarse sin liviandad (De doctrina christiana, 3, 22, 32).