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  • Agustín de Hipona

    el desarrollo de la historia



    1. Esto nos hace comprender que en todo hombre hay también como cuatro etapas, que pasadas sucesivamente desembocarán en la vida eterna. En efecto, porque convenía, y eso era justo después de que nuestra naturaleza pecó, que, perdida la beatitud espiritual que viene significada con el nombre de paraíso, naciésemos animales y corporales, la primera etapa es la acción antes de la ley; la segunda, la acción bajo la ley; la tercera, bajo la gracia; la cuarta, en la paz.
    La acción antes de la ley es cuando ignoramos el pecado y seguimos las concupiscencias carnales.
    La acción bajo la ley, cuando, ya se nos prohíbe el pecado, y sin embargo pecamos vencidos por la costumbre del pecado, porque todavía no nos ayuda la fe.
    La tercera acción es cuando ya creemos del todo en nuestro Libertador, sin atribuir nada a nuestros méritos, sino que, amando su misericordia, ya no somos vencidos por el deleite de la mala costumbre, cuando se esfuerza por llevarnos al pecado; pero con todo sufrimos todavía sus asaltos importunos, aunque no cedamos a ellos. La cuarta acción es cuando no hay en el hombre ya completamente nada que se oponga al espíritu, sino que todo, armoniosamente unido y concordado, guarda un algo con paz sólida; lo cual va a suceder una vez vivificado el cuerpo mortal (cf. Rm 8,11), "cuando esto corruptible llegue a vestirse de incorrupción y esto mortal llegue a vestirse de inmortalidad" (1Cor 15, 54-55) (Ochenta y tres cuestiones diversas, q. 66, 3).

    2. Para demostrar la primera acción, he aquí los testimonios que nos vienen entretanto:
    "Por un hombre entró el pecado en este mundo, y por el pecado la muerte; y así se propagó a todos los hombres, en quien todos los hombres pecaron. Porque hasta la ley hubo pecado en el mundo. Pero no se imputaba cuando no existía la ley (Rm 5,12-13).
    Y también: "De hecho, sin la ley el pecado está muerto; y yo estaba vivo cuando no había ley (Rm 7,8-9). Lo que dice aquí: Está muerto, es lo mismo que ha dicho arriba: que no se imputaba, esto es, que no era conocido.
    Lo que declara a continuación diciendo: "Sino que el pecado, al aparecer como pecado, me ha causado a mí la muerte por medio de un bien (Rm 7,13), esto es, por medio de la ley; porque la ley es buena cuando alguien se sirve de ella legítimamente. En consecuencia, si aquí dice: al aparecer como pecado, está claro que por eso lo llama muerte, y que no era imputado, porque no era conocido antes de que lo delatase la ley que lo prohibía (Ochenta y tres cuestiones diversas, q. 66, 4).

    3. Para la segunda acción acuden estos testimonios:
    "Vino la ley para que abundase el delito" (Rm 5,20). Porque se le juntó también la transgresión que no existía.
    Y el otro texto ya citado: "Cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que existen por la ley operaban en nuestros miembros para fructificar para la muerte" (Rm 5,20).
    Y aquello: ¿Qué diremos entonces? ¿Que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sino que yo no he conocido el pecado sino por la ley.
    Realmente, yo desconocía la concupiscencia si no hubiese dicho la ley: No codiciarás. Y con esta ocasión el pecado actuó en mí toda concupiscencia por el pecado" (Rm 7,7-8).
    También poco después dice: "Al llegar el mandamiento revivió el pecado. Y yo fui muerto, y me encontré con que el precepto que era para la vida, ese mismo era para la muerte. Porque el pecado, tomando la ocasión por el precepto, me engañó, y por él me mató (Rm 7,9-11).
    Luego al decir: "fui muerto", quiere dar a entender que me he dado cuenta de que yo estoy muerto, porque ahora peca también por transgresión el que advierte por la ley qué es lo que no debe hacerse y sin embargo lo hace.
    En cuanto a que: "me engañó el pecado, tomando la ocasión por el precepto", quiere dar a entender: o que el envite del deleite hacia el pecado es más vehemente, al estar presente la prohibición, o que aun cuando el hombre hiciere algo de acuerdo con el precepto de la ley, si no tiene todavía la fe que está en la gracia, quiere atribuírselo a sí mismo, no a Dios, y peca más ensoberbeciéndose.
    Continua y dice: "Así que la ley es santa, y el precepto, santo y justo y bueno. ¿Es que lo que es bueno se ha hecho muerte mí? No, tampoco, sino que el pecado, al aparecer como pecado, me ha causado a mí la muerte por medio de un bien, de modo que sea hecho pecador sobremanera, y el pecado el que delinque gracias al precepto. Pues nosotros sabemos bien que la ley es espiritual, pero yo soy carnal", esto es, yo cedo a la carne, en tanto que no he sido aún liberado por la gracia espiritual. "Vendido como esclavo del pecado" (Rm 7,12-14), esto es, pecando al precio de los placeres temporales. "Porque lo que realizó, lo ignoro" (Rm 7,15), esto es, no entiendo que esté en los preceptos de la verdad, donde está la ciencia verdadera. En este sentido dice el Señor a los pecadores: "No os conozco" (Mt 7,23). En efecto, a Él nada se le oculta, pero porque no se encuentran pecados en las prescripciones de la ley que contiene la verdad, por eso la misma Verdad dice a los pecadores: "No os conozco".
    Porque así como los ojos sienten la oscuridad cuando no ven, así el alma siente los pecados sin conocerlos. Por esto creo yo que se dijo en los Salmos "¿Quien conoce sus fallos?" (Sal 18,13). "Pues yo no hago lo que quiero, sino lo que odio es lo que hago. Y si hago lo que es contra mi voluntad estoy de acuerdo con la ley en que es buena. Pero entonces ya no realizo yo eso, sino lo que habita en mí que es el pecado. En efecto, yo creo claro que no habita en mí es decir, en mi carne el bien. Porque en mi está querer el bien, pero no encuentro el realizarlo. No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso es lo que hago. Pues si hago eso que no quiero, ya no lo realizo yo, sino lo que habita en mí que es el pecado. Descubro entonces para mí que quiero hacer el bien, esa ley; que el mal habita en mi Pues yo me complazco con la ley de Dios según el hombre interior; pero veo otra ley en mis miembros que se opone a la ley de mi razón, y que me hace cautivo de la ley del pecado que está en mis miembros" (Rm 7,19-23).
    Hasta aquí las palabras del hombre constituido bajo la ley, aún no bajo la gracia, porque aun cuando no quiere pecar, le vence el pecado. Puesto que está fortalecido el hábito de la carne y el vínculo natural de la mortalidad por el que descendemos de Adán. Que implore ayuda quien se encuentre en esta situación, y que reconozca que fue suyo lo que le hizo caer, y que no es suyo lo que le levanta. Y una vez liberado, reconociendo la gracia de su Libertador, dice: "¡Desgraciado de mí, pobre hombre!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo Señor nuestro (Rm 7,24-25) (Ochenta y tres cuestiones diversas, q. 66, 5).

    4. Ahora comienza el lenguaje del hombre constituido ya bajo la gracia en la acción o etapa que he presentado como la tercera, la cual tiene sin duda recalcitrante a la mortalidad de la carne, pero ni vencedora ni cautivadora para arrancar el consentimiento al pecado Efectivamente dice así:
    En resumen: "Yo, de por mí, por un lado sirvo con la razón a la ley de Dios; por otro lado, con la carne sirvo a la ley del pecado. En consecuencia, ahora no hay condena alguna para los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Lo cual era imposible para la ley porque estaba debilitada a causa de la carne" (Rm 7,25ss.), es decir, por los deseos carnales. Por eso, pues, no era cumplida la ley, porque todavía no existía el amor de la misma justicia, que ocupase el alma con la alegría interior para que no fuese arrastrada al pecado por el deleite de las cosas temporales. Por tanto, la ley estaba debilitada por causa de la carne, es decir, no hacía justos a los entregados a la carne.
    Pero "Dios envió a su propio Hijo a semejanza de la carne de pecado" (Rm 8,3). No era, pues, una carne de pecado porque no había nacido del deleite carnal; pero, sin embargo, en ella estaba la semejanza de la carne de pecado, porque era una carne mortal, ya que Adán no mereció la muerte sino pecando. En cambio, ¿qué hizo el Señor? "Acerca del pecado condenó al pecado en la carne (Rm 8,3); es decir, tomando la carne del hombre pecador, y enseñando de qué modo deberíamos vivir, condenó el pecado en la misma carne, para que el espíritu, inflamado por el amor de las cosas eternas, no fuese hecho cautivo para consentir en la libido.
    Y continúa: "Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos según la carne, sino según el espíritu (Rm 8,4). De ese modo se cumplen por el amor los preceptos de la ley que no podían ser cumplidos por el temor.
    "Porque los que son según la carne, saborean las cosas de la carne (Rm 8,3), es decir, codician los bienes carnales en vez de los bienes celestiales.
    "En cambio, los que son según el espíritu, sienten las cosas que son del espíritu. Pues la prudencia de la carne es la muerte; mientras que la prudencia del espíritu es la vida y la paz. Porque la prudencia de la carne es enemiga contra Dios" (Rm 8,5-7).
    El mismo explica el sentido de la palabra enemiga: para que nadie piense erróneamente que interviene otro principio. En efecto, añade y dice: "Pues no está sometida a la ley de Dios; de hecho, ni siquiera puede (Rm 8,7). Luego obrar contra la ley, eso es ser enemiga contra Dios, no porque a Dios le pueda hacer daño cosa alguna, sino porque se perjudica a sí mismo todo el que resiste a la voluntad de Dios; y eso es dar coces contra el aguijón, como se le dijo divinamente al apóstol Pablo cuando todavía perseguía a la Iglesia. Del mismo modo se dijo: "Pues no está sometida a la ley de Dios; de hecho, ni siquiera puede" (Rm 8,7), como si dijera: La nieve no calienta; en realidad, ni siquiera puede. Porque en tanto que es nieve, no calienta, pero puede ser derretida y hervir para que caliente, y cuando hace eso ya no es nieve. Del mismo modo, también se llama prudencia de la carne cuando el alma codicia los bienes temporales en vez de los bienes supremos. Porque mientras tal apetito esté presente en el alma no puede estar sometida a la ley de Dios, es decir, no puede cumplir lo que manda la ley. Pero en cuanto haya comenzado a desear los bienes espirituales y a despreciar los temporales, deja de ser prudencia de la carne, y no resiste al espíritu. Se dice, por tanto, que tiene prudencia de la carne cuando la misma alma codicia las cosas inferiores; no porque la prudencia de la carne sea una sustancia de la cual se viste o se desviste el alma, sino que es un afecto del alma misma que desaparece por completo cuando se convierte toda entera a las cosas superiores.
    "Y los que están en la carne —dice— no pueden agradar a Dios" (Rm 8,8), es decir, los que se complacen en placeres carnales.
    Pues para que nadie llegue a pensar que se habla de los que todavía no han salido de la vida presente, añade muy oportunamente: "Vosotros, en cambio, no estáis en la carne, sino en el espíritu (Rm 8,9). Evidentemente habla de los que están de pie todavía en la vida presente. En efecto, ellos estaban en el espíritu porque descansaban en la fe, esperanza y caridad de las cosas espirituales.
    "Ya que el Espíritu de Dios —dice— habita en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ese no es de Él. En cambio, si Cristo está en vosotros, el cuerpo ciertamente está muerto por el pecado, pero el espíritu tiene vida por la justificación" (Rm 8,9-10). Llama muerto al cuerpo en tanto que es tal que molesta con la necesidad de las cosas corporales, y aun solicita a desear las cosas terrenas con algunos movimientos que provienen de la misma necesidad. Sin embargo, existiendo esas solicitaciones, el alma no las consiente para hacer lo que no es licitico, porque ella ya sirve a la ley de Dios, y está constituida en gracia. Aquí vale lo dicho arriba: "Yo, por un lado, sirvo con la mente a la ley de Dios, pero, por otro lado, con la carne sirvo a la ley del pecado" (Rm 7,25). Ved que este hombre descrito aquí está bajo la gracia, el cual aún no tiene la paz perfecta, que ha de tener con la resurrección y la transformación del cuerpo (Ochenta y tres cuestiones diversas, q. 66, 6).

    5. Queda, por tanto, tratar de esta misma paz de la resurrección del cuerpo, que es la cuarta acción o etapa de la humanidad, si es que conviene llamar acción a lo que es el supremo descanso. En efecto, prosigue y dice:
    "Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por el Espíritu suyo que habita en vosotros" (Rm 8,11). Aquí hay también un testimonio evidentísimo sobre la resurrección del cuerpo, y aparece ciertamente mientras estamos en la vida presente, que no faltan molestias a causa de la carne mortal ni algunas provocaciones de los deleites carnales. Y aun cuando no ceda a ellas el que constituido bajo la gracia sirve a la ley de Dios, con todo, en la carne sirve a la ley del pecado.
    Al ser perfeccionado el hombre por estos grados, no se encuentra sustancia alguna como un mal, ni es mala la ley que muestra al hombre en qué lazos de los pecados está atrapado, para que, implorando el auxilio del Libertador por medio de la fe, merezca ser liberado, ser elevado y asegurado firmísimamente.
    En resumen: en el primer acto, que es el de antes de la ley, no hay lucha alguna con los placeres de este mundo; en el segundo, que es bajo la ley, luchamos, pero somos vencidos; en el tercero, luchamos y vencemos; en el cuarto, ya no luchamos, sino que descansamos con la paz perfecta y eterna. Porque queda sometido a nosotros lo que es nuestro ser inferior, que no se sometía por eso, porque nosotros habíamos abandonado a Dios, superior a nosotros (Ochenta y tres cuestiones diversas, q. 66, 7).