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  • Hilario de Poitiers

    el Reino del Señor resucitado



    1. Así, pues, el Padre es mayor que el Hijo. Y ciertamente es mayor porque le da el ser todo lo que él mismo es: le concede ser la imagen de sí mismo, que no puede nacer, por el misterio de su nacimiento; le engendra de sí mismo para que reproduzca su forma; lo renueva otra vez de la forma de siervo a la forma de Dios; y habiendo nacido en su gloria Cristo según el Espíritu, concede de nuevo a Jesucristo estar en su gloria como Dios según la carne después de haber muerto. (De Trinitate IX 54).

    2. Aunque tenga que retrasar un poco la explicación de esta frase del Evangelio, ¿podemos ignorar la enseñanza del apóstol, que dice: 'Ciertamente, en la confesión de todos es grande el misterio de la piedad que se ha manifestado en la carne, ha sido justificado en el Espíritu, visto por los ángeles, predicado a los gentiles, creído en este mundo, recibido en gloria'?
    ¿Habrá todavía alguien de tan corta inteligencia que entienda que la economía de la asunción de la carne por el Señor sea algo distinto del misterio de la piedad? En primer lugar, se aleja de la fe en Dios el que se aparta de esta confesión, pues el apóstol no duda de que esto haya de ser conocido por todos, que el misterio de nuestra salvación no es un deshonor para la divinidad, sino el misterio de una gran piedad. No hay en ello necesidad, sino misericordia; no es debilidad, sino misterio de la gran piedad; y ya no es un misterio oculto en el secreto, sino manifiesto en la carne, y ya no es débil a causa de la carne, sino justificado en el Espíritu; así, gracias a la justificación del Espíritu, tiene que estar lejos de nuestra fe la idea de la debilidad de la carne; por la manifestación de la carne, el misterio no está oculto, y, dado que el misterio es incognoscible, la confesión de fe es el único modo de conocer el misterio de la gran piedad.
    Y el apóstol ha guardado este orden en la exposición de la fe; al haber piedad hay misterio; al haber misterio se da el conocimiento de la carne; al haber conocimiento en la carne hay justificación en el Espíritu; y porque es el misterio de la piedad que se manifiesta en la carne, para que sea verdadero misterio se manifiesta en la carne mediante la justificación del Espíritu. Y para que no se ignorase de qué manera aquella manifestación en la carne es justificación en el Espíritu, el misterio que fue manifestado en la carne y justificado en el Espíritu, ha sido visto por los ángeles, anunciado a los gentiles, creído en este mundo, este mismo ha sido elevado en gloria; así es en todo el gran misterio de la gran piedad al ser manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, recibido en gloria.
    Pues una vez que ha sido visto, viene la predicación; después de la predicación, la fe, y todo lo perfecciona la asunción en la gloria, porque la asunción en la gloria es el misterio de la gran misericordia, y por esta fe en la economía de la salvación nos preparamos a ser acogidos en la gloria del Señor.
    Así pues, el misterio de la gran misericordia es la asunción de la carne, porque por la asunción de la carne tiene lugar la manifestación del misterio en la carne. Pero la manifestación en la carne no se ha de confesar como algo distinto del misterio de la gran piedad, porque su manifestación en la carne es la justificación del Espíritu y la asunción en la gloria. ¿Con qué esperanza podemos creer que el misterio de la demostración de la piedad sea la debilidad de la divinidad, cuando por la asunción de la gloria se ha de anunciar el misterio de la gran piedad? Y puesto que no hay debilidad, sino misterio; ni necesidad, sino misericordia, podemos buscar ahora el sentido de la frase evangélica para que lo que es el misterio de nuestra salvación y de nuestra gloria no se convierta en ocasión para una predicación impía. (De Trinitate XI 9).

    1. Jn 20,17

    3. La economía de este gran misterio de piedad hizo que el que era Padre en virtud del nacimiento divino, fuera también Dios respecto a la condición humana que el Hijo asumió, pues el que estaba en la forma de Dios fue hallado en la forma de siervo. No era siervo, pues era, según el Espíritu, Dios Hijo. Y como enseña el sentido común, donde no hay siervo no hay tampoco señor. Dios, ciertamente, es Padre por el nacimiento eterno del Dios unigénito; pero por lo que se refiere a la condición de siervo de este último, no podemos pensar que tenga un Señor más que en cuanto siervo. Y si antes por naturaleza no era siervo y después empezó a ser lo que no era según la naturaleza, no se puede pensar en otra razón del señorío de Dios más que en la condición de siervo del Hijo. Este tiene un Señor en virtud de la naturaleza asumida en la encarnación, cuando se presenta como siervo por la asunción de la naturaleza humana. (De Trinitate XI 13).

    4. Así, pues, cuando existía en la forma de siervo el que antes estaba en la forma de Dios, el hombre Jesucristo, dijo: 'Subo a mi Padre y vuestro Padre, y a mi Dios y vuestro Dios'. Si el siervo ha dicho esto a los siervos, ¿cómo esta expresión no será la de un siervo? ¿Y cómo se podrá atribuir a aquella otra naturaleza que no existe en la naturaleza de siervo, cuando aquel que, existiendo en la forma de Dios, asumió la forma de siervo, no puede entrar en comunión como un siervo con los demás siervos más que en cuanto es siervo?
    Por esto, el Padre es Padre para él, como lo es para los hombres, y Dios es Dios para él, como lo es para los siervos. Y puesto que el siervo Jesucristo ha dicho esto como hombre hablando a los hombres en la forma de siervo, no hay duda de que el Padre lo es para él como para los demás en cuanto es hombre, y Dios lo es para él como para todos en cuanto a aquella naturaleza por la que es siervo. (De TrinitateXI 14).

    2. 1Cor 15,24-28

    2.1. Traditio Regni

    5. Cristo entregará, por lo tanto, el reino al Padre no de modo que al entregarlo pierda su poder, sino que nosotros, hechos semejantes a la gloria de su cuerpo, seremos el reino de Dios, pues no dice: Entregará su reino, sino: Entregará el reino, es decir, nos entregará a nosotros, convertidos en reino de Dios por la glorificación de su cuerpo. Y también a nosotros nos llevará al reino, según lo que se ha dicho en los evangelios: 'Venid, benditos de mi Padre; poseed el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo'. Por lo tanto, los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre, pues el Hijo entregará a Dios como su reino a aquellos a los que llamó al reino [...] (De Trinitate XI 39).

    2.2. Subjectio

    6. Por lo mismo, el Dios unigénito se humilla y obedece al Padre hasta morir en la cruz. ¿Cómo se ha de entender que se ha de someter al Padre cuando todo se haya sometido a él? Sólo se puede comprender porque esta sumisión no significa una nueva obediencia, sino el misterio de la economía de salvación, porque la obediencia ya existe y la sumisión se ha de producir en el tiempo. (De Trinitate XI 30).

    7. La palabra del apóstol habla de las cosas futuras como ya hechas, como corresponde a la potencia de Dios, pues lo que se ha de llevar a cabo en la plenitud de los tiempos tiene ya consistencia en Cristo, en el que está toda la plenitud; y todo lo que ha de suceder es, más que una novedad, el desarrollo del plan de salvación. Dios ha sometido todas las cosas bajo sus pies, aunque aún hayan de ser sometidas; en cuanto ya están sometidas, se manifiesta el poder inmutable de Cristo; en cuanto todavía han de ser sometidas en la plenitud de los tiempos, se indica el camino de las edades sucesivas de la fe. (De Trinitate XI 31).

    8. No es ningún misterio oculto que todas las potencias contrarias han de ser aniquiladas y que el príncipe del aire y el poder de los malos espíritus han de ser entregados a la destrucción eterna, según esta palabra del Señor: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, que mi Padre ha preparado para el diablo y sus ángeles. La eliminación no es lo mismo que la sumisión, pues aniquilar el poder adverso es quitarle el derecho al poder para que no pueda subsistir y abolir el dominio de su reino mediante la eliminación de su poder. También el Señor ha dado testimonio de esto al decir: Mi reino no es de este mundo; antes había atestiguado que el que tiene el poder de este reino es el príncipe de este mundo, cuyo poder tendrá fin con la aniquilación del poder de su dominio. Pero la sumisión que es propia de la obediencia y de la fe es la demostración de una aceptación libre o de un cambio. (De Trinitate XI 32).

    9. Existe también otra sumisión, que consiste en el paso de una naturaleza a otra cuando algo, dejando de ser lo que es se somete a aquello cuyo modo de existir pasa. Pero no deja de ser lo que era para no existir más, sino para convertirse en algo más elevado; nuestro cuerpo se somete con el cambio para pasar a la condición de esta otra naturaleza que recibe. (De Trinitate XI 35).

    10. Que Dios lo sea todo en todas las cosas significa la elevación de nuestra humanidad asumida. Aquel que, existiendo en la forma de Dios, fue hallado en la forma de siervo, de nuevo ha de ser confesado en la gloria de Dios Padre para que se sepa, sin duda alguna, que él permanece en la forma de aquel en cuya gloria habrá de ser confesado.
    Se trata sólo de un designio de salvación, no de un cambio; continúa existiendo en la naturaleza en que existía. Pero al haber entre medias un estadio en el que empezó a existir, es decir, su nacimiento como hombre, todo se adquiere para aquella naturaleza que antes no fue Dios, pues se muestra que Dios lo es todo en todas las cosas después del misterio de la economía de la salvación. [...]
    Pues aquella sumisión del cuerpo por medio de la cual lo que él tiene de carnal es absorbido en la naturaleza espiritual, determina que sea Dios todo en todas las cosas aquel que, además de Dios, es también hombre; es nuestra humanidad la que llega a alcanzar este estadio. Y también nosotros progresaremos hasta hacernos conformes con la gloria del que es hombre como nosotros. Renovados para el conocimiento de Dios, seremos transformados en imágenes del Creador, según la palabra del Apóstol: 'Despojados del hombre viejo con sus obras y revestidos del nuevo, que se renueva en el conocimiento de Dios según la imagen del que lo ha creado'. El hombre se hace, pues, perfecta imagen de Dios.
    Una vez hecho conforme con la gloria del cuerpo de Dios, se eleva hasta hacerse imagen del Creador según el modelo establecido para el primer hombre. Y hecho hombre nuevo para el conocimiento de Dios, después de abandonar el pecado y el hombre viejo, llega a la perfección para la que fue creado, conociendo a su Dios y haciéndose así imagen suya; mediante la fe camina hacia la eternidad, y será por toda la eternidad imagen del Creador. (De Trinitate XI 49).