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  • Hilario de Poitiers

    doctrina antropológica



    1. Super Psalmos 118 iod, 1-8

    [1.] Es creencia común que, de todas las obras terrenales de Dios, ninguna es mejor que el hombre, ninguna más espléndida. Aunque las hay bellas y magníficas, que atestiguan la grandeza de quien las creó tan dignas, ellas mismas no sienten el beneficio de su belleza, disposición y ornato. […] En el caso del hombre, en cambio, todo en él le aporta una ventaja. Es el único ser animado sobre la faz de la tierra que ha sido dotado de razón, inteligencia, juicio, sentimientos. Todas estas facultades suyas sólo sirven para que haga uso de las otras prerrogativas, aquellas con las que ha nacido, y las utilice para conocer y adorar a aquel que es el autor y padre de tan grandes beneficios para él.

    [2.] Así se comprende aquella grande y admirable palabra de Salomón, que dice así: «Grande es el hombre, y precioso el hombre lleno de misericordia; pero difícil es hallar un hombre de fe» (Prov 20, 6). ¿Qué hay más difícil y qué trabajo más arduo que encontrar un hombre que recuerde que está hecho a imagen y semejanza de Dios; que, aplicándose al estudio de las palabras divinas, conozca la razón de su alma y de su cuerpo, perciba el origen y la naturaleza de una y otro, sepa a qué fin tienden su creación y su nacimiento? Y por eso el hombre es algo grande. Este nombre lo pierde en realidad, cuando cae en los vicios, descuidando el conocimiento de los privilegios antes mencionados, indigno ya de llevar el nombre de hombre y de haber sido hecho a imagen y semejanza de Dios. […]

    [3.] Pero quien haya escudriñado con fe celosa la enseñanza y los preceptos divinos, y quiera mostrarse digno de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios aplicándose a una vida recta, puede valerse también de las palabras del profeta: «Tus manos me han hecho y me han modelado». En algunos códices encontramos escrito: «Tus manos me han hecho y me han preparado; dame entendimiento y aprenderé tus mandamientos». Sin duda, hay que pensar que no fue sin razón que el profeta juzgó insuficiente decir «Tus manos me han hecho», si no hubiera añadido «me han moldeado»; o «me han preparado». Pero comprendiendo el honor de su condición, quiso indicar la especial dignidad de su propio origen, diciendo ante todo «Tus manos me han hecho».

    [4.] En la creación del mundo, sabemos que todo fue hecho por la palabra, pues se dice: «Hágase la luz», «hágase el firmamento» [...] Por tanto, toda realidad, de la que y en la que fue creado el cuerpo de todo el universo, se originó a partir de una declaración, y comenzó a existir en lo que es a partir de la palabra de Dios. En cambio, con respecto al hombre, Dios lo expresó así: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». La naturaleza y el origen del hombre difieren, pues, de la forma en que se formó el resto de la creación. La génesis del hombre requirió en primer lugar una evaluación y una decisión en un sentido específico, mientras que a las demás criaturas se les ordenó existir sin ninguna deliberación previa, por así decirlo. El nacimiento del hombre posee así esta dignidad original y peculiar de haber sido objeto de una consideración previa.

    [5.] Pero también en esta palabra profética, de la que hablamos, se indica el inmenso privilegio del origen del hombre. De hecho, las bestias, los animales acuáticos y las aves no fueron hechos por las manos del Señor; en ninguna parte lo indican las Escrituras. Por lo tanto, es una excelente razón para que el hombre se distinga de las demás criaturas por la dignidad de su proceso creativo. En cuanto al establecimiento del cielo, por otra parte, leemos en alguna parte: «He establecido el cielo con mi mano» (Is 45,12). […] Aunque el cielo fue establecido con la mano, el hombre fue establecido «con las manos». […] Hay que entender entonces por qué el profeta dice que fue hecho con las manos, y no sólo hecho, sino también modelado y preparado.

    [6.] La creación de todos los demás elementos fue decretada y realizada al mismo tiempo que recibían la orden de existir, y no hubo intervalo de tiempo entre el principio y la realización en ellos; pues el principio encontró su completa realización en el mismo instante en que fue ordenado. El hombre, por su parte, abarcando una naturaleza interior y otra exterior, discordantes entre sí, y estando constituido por dos elementos originarios, unidos para formar un solo ser viviente, partícipe de la razón, fue creado en dos momentos. Porque primero se dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gn 1,26); luego, en un momento posterior: «Y tomó Dios el polvo de la tierra y formó al hombre».

    [7.] La primera obra no tiene su origen en otra naturaleza, asumida en sí misma desde fuera. Todo lo que comienza como resultado de una decisión meditada es incorpóreo; por tanto, está hecho a imagen de Dios. No a imagen de Dios, porque la imagen de Dios es el primogénito de toda criatura (Col 1,15); sino a imagen, según los atributos de imagen y semejanza. Un elemento divino e incorpóreo tuvo que ser instituido en lo que fue hecho según la imagen y semejanza de Dios; significa que una especie de reproducción de la imagen y semejanza de Dios fue puesta en nosotros. Por tanto, la primera característica de esta sustancia racional e incorpórea de nuestra alma es que está hecha a imagen de Dios. Pero ¡cuánto difiere la ejecución de la segunda obra de la primera intervención creativa! Se dice que Dios tomó el polvo de la tierra. De hecho, se toma el polvo, y una materia terrestre recibe la forma de un hombre o es preparada para ello y, pasando de un estado a otro, es transformada por obra y cuidado del Artífice. En el primer momento, no tomó, sino que hizo; en el segundo momento, no hizo primero, sino que tomó, y así dio forma o preparó.

    [8.] Ambas ideas pueden admitirse con razón, ya que vemos en el texto escrito dos modos de exposición. El primero dice que lo formó para que apareciera luego lo que es, es decir, el aspecto corpóreo; el segundo, en cambio, que lo preparó con vistas a lo que se dice a continuación: «Y sopló en él el espíritu de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo». El hombre, pues, ha sido preparado o formado para tal «insuflación»; en virtud de ello, la naturaleza del alma y la del cuerpo se mantendrían unidas por una especie de alianza debida al «soplo insuflado», en vista del estado último de la vida. El bienaventurado Pablo sabe que tiene una doble naturaleza, cuando dice que según el hombre interior se regocija en la ley y, sin embargo, ve en sus miembros otra ley, que lo lleva cautivo bajo la ley del pecado (cf. Rm 7,22-23). Por tanto, lo que está hecho según la imagen de Dios concierne a la dignidad del alma. En cambio, lo que se forma de la tierra representa el principio de su apariencia física y de su naturaleza corpórea. Puesto que se entiende entonces que Dios se dirigió a otra persona cuando dijo: «Hagamos al hombre», se reconoce en el hombre hecho o formado como una perfección en tres etapas: es hecho a imagen de Dios, es formado de la tierra y, por el soplo del espíritu, es animado a convertirse en un ser vivo. Si el profeta atestigua que fue hecho y formado con las manos y no con la mano, es porque quiere enseñar que en su creación hubo la acción de uno que no estaba solo y al mismo tiempo estaba en tres etapas.



    2. Super Psalmos 129, 4-6

    [4.] Algunos podrían pensar que Dios es corpóreo, que tiene una forma exterior semejante a la nuestra y es diferente en los miembros, en el sentido de que el ojo no es igual a la mano, pues se dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Primero deben recordar que la creación del hombre está encerrada en dos naturalezas, el alma y el cuerpo, la primera de las cuales es espiritual y la segunda terrenal, y que la naturaleza material inferior ha sido adaptada a la eficacia y actividad de la superior. [...]

    [5.] […] Cuando -habiendo completado el mundo- comenzó su obra más hermosa, es decir, la de hacer al hombre a su imagen y semejanza, lo compuso de una naturaleza celestial y otra terrenal, es decir, de alma y cuerpo. Primero creó el alma con esa actividad divina de su poder, incomprensible para nosotros. En efecto, no fue en el mismo momento en que creó al hombre a su imagen cuando formó también el cuerpo. El Génesis enseña que mucho después de que el hombre hubiera sido creado a imagen de Dios, se tomó barro y se formó el cuerpo, que luego, a su vez, se convirtió en alma viviente por el soplo divino. Una naturaleza terrenal y una naturaleza celestial, unidas en cierto modo por el vínculo del soplo divino.

    [6.] El bendito apóstol Pablo sabe que lleva dentro de sí un desacuerdo entre el hombre interior y el hombre exterior. Por el hombre interior encuentra su gozo en la ley; por el hombre exterior hace lo que no quiere (Rm 7,22-23). El hombre interior desea las obras del Espíritu, mientras que el hombre exterior ansía los placeres del cuerpo.
    El hombre interior fue, pues, hecho a imagen de Dios: racional, dotado de movilidad, capaz de mover, veloz, incorpóreo, sutil, eterno. En la medida en que le está permitido, imita la imagen de la naturaleza suprema, cuando pasa de un lugar a otro, cuando vuela por todas partes. Más veloz que la palabra, ahora está más allá del océano, ahora se eleva a los cielos, ahora está en el abismo, ahora viaja al este y al oeste, y nunca se reduce a la nada, como si ya no estuviera -en todo esto consiste la naturaleza divina-, nunca se retira de un lugar para estar presente en otro. Por tanto, el alma humana, en esta movilidad de su pensamiento, ha sido hecha a imagen de Dios su creador, e imita la naturaleza divina precisamente por su perenne movilidad, no teniendo en sí nada corpóreo, nada terreno, nada pesado, nada de perecedero.



    3. Super Psalmos 118 daleth, 1-2

    [1.] […] Pues no dice: «Me he unido al suelo», sino: «Mi alma se ha unido al suelo», de modo que se nos invita a entender que aquí lamentaba la unión del alma con el cuerpo. Muchos elementos nos llevan a considerar esta interpretación como la más fiable. Porque el apóstol dijo: «el cuerpo de nuestra humildad» (Flp 3,21), y también el profeta: «Mi alma fue humillada en el polvo» (Sal 43,25), y de nuevo: «En el polvo de la muerte me has puesto» (Sal 21,16). Por lo tanto, sea porque habitamos en el suelo de esta tierra, sea porque fuimos hechos y formados a partir de la tierra, el alma, que tiene un origen diferente, se mantiene unida a la tierra del cuerpo. Se enfrenta a una lucha muy difícil para desprenderse de la solidaridad con el cuerpo, en el que permanece, y utilizarlo como extranjera, como de un lugar de paso.

    [2.] Pero el profeta, aunque precede en el tiempo, no ignora la palabra del Apóstol según la cual «los que se adhieren al Señor son un solo espíritu [con él]» (1 Cor 6,17). También sabe que él mismo proclamó: «Mi alma está unida a ti» (Sal 62,9). Más aún, encuentra en la ley: «En pos del Señor tu Dios caminarás y a él te apegarás» (Dt 13,5). Desea, pues, adherirse a él más que a la tierra. Pero como recuerda que por la unión con el cuerpo ha contraído cierta mancha de pecado, pide -aunque su alma haya sido unida a una naturaleza terrena y mortal- ser engendrada, en virtud de la palabra de Dios, para la vida celestial. Pues sabe que aquí abajo está unido a la tierra y no vive; pero pide recibir la vida según la palabra de Dios, en virtud de la cual viven los que están muertos.



    4. Super Psalmos 118 gimel, 3

    [3.] El profeta sabe cuándo llegará esa vida bendita y verdadera de los vivos. Porque ahora permanecemos en el polvo de la muerte y estamos en un cuerpo de muerte, del que el apóstol pide ser liberado, cuando dice: «¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Rom 7,24). Por el momento todavía llevamos, unida a nosotros, una materia sujeta a la ley del pecado y de la muerte; en la morada de esta carne caduca y débil, contraemos -por esa cohabitación- la mancha de la corrupción, y la naturaleza de la verdadera vida no puede estar en nosotros hasta después de que el cuerpo haya sido glorificado en la naturaleza espiritual.