Hilario de Poitiers
doctrina trinitaria
1. En el In Matthaeum
1. En efecto, Jesús es el nombre de nuestro Señor que le viene de la carne. Así su encarnación y su pasión son la voluntad de Dios y la salvación del mundo, y es una cosa que supera la expresión de la palabra humana que dice: Dios ha nacido de Dios, Hijo cuyo ser viene de la sustancia del Padre y reside en la sustancia del Padre, primero encarnado, luego sometido a la muerte por su condición humana, finalmente, después de tres días vuelto de la muerte a la vida, llevó al cielo la materia del cuerpo que había tomado asociando la materia a la eternidad del espíritu y de su sustancia. (In Matthaeum 4,14).
2. Y si está escrito que hasta María hay catorce generaciones, aunque las nombra, se encuentran trece. Y esto no puede ser un error, si se sabe que nuestro Señor Jesucristo no tiene sólo un origen que viene de María, sino que en la procreación que le hace nacer de la carne está comprendida una significación eterna. (In Matthaeum 1,2).
3. Ahora bien, la fe verdadera e inmutable dice que del Dios de la eternidad – el cual porque siempre tuvo un Hijo, tiene siempre el derecho y el título de Padre – ha procedido Dios Hijo que posee la eternidad del Padre. Que naciera era la voluntad de aquel cuya potencia y poder implicaban que naciera. El Hijo de Dios es por lo tanto Dios de Dios, Dios único en los dos, pues ha recibido la divinidad – theoteta, en latín deitas –, de su Padre eterno, del cual procedió naciendo. Recibió lo que era y el Verbo nació lo que siempre era en el Padre. Y así el Hijo es a la vez eterno y nacido, porque el que nació en él no es otra cosa que el que es eterno. (In Matthaeum 16,4).
4. Pero si estos hombres gracias a la fe y a la rectitud de sus vidas, hubieran sido capaces de los Evangelios, sabrían que el Verbo es al principio Dios, que desde el principio está junto a Dios, que nació de aquel que era y que es, en el que nació, lo mismo que era antes de que hubiera nacido, es decir, que el que engendra y el engendrado tienen la misma eternidad. (In Matthaeum 31,3).
2. En el De Trinitate
5.
Si nosotros, al hablar de la naturaleza
de Dios y de su nacimiento, aducimos a modo de ejemplo algunas
comparaciones, que nadie crea que contienen en sí la perfección de un razonamiento acabado. No hay comparación posible de las cosas terrenas con Dios, pero la debilidad de nuestra inteligencia obliga a buscar algunas imágenes de las cosas inferiores que puedan servirnos de indicio de lo que son las cosas superiores, de modo que con el estímulo de las cosas que por costumbre nos son familiares podemos ser llevados, a partir de la experiencia de nuestro pensamiento, a la idea de aquello que no acostumbramos experimentar.
Así, pues, toda comparación se ha de considerar como útil al hombre más que adecuada a Dios, porque insinúa más que hace entender completamente aquello de que se trata; no se crea tampoco que al compararlas se piensa que la naturaleza carnal y espiritual, la de lo invisible y la
de lo tangible, son equiparables, pues la comparación que se entiende
como necesaria a la debilidad de la humana inteligencia está también
libre del reproche de la insuficiencia del ejemplo empleado. Por lo
tanto, continuamos hablando de Dios con las palabras de Dios, pero
llenando nuestro pensamiento con la imagen de nuestras cosas. (De Trinitate I 19).
6. Mandó bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, es decir, en la confesión del autor, del unigénito y del don. Uno solo es el autor de todas las cosas, pues uno solo es Dios Padre, del cual todo procede. Y uno solo el Señor nuestro Jesucristo, por medio del cual todo fue hecho. Y un solo Espíritu, don en todos. Todas las cosas están ordenadas según sus atributos y su actuación: una sola potencia de la que todo procede; un solo engendrado por medio del cual todo fue hecho; un solo don en el que tenemos la perfecta esperanza. Nada se echará en falta en una perfección tan grande, en la cual, en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se hallan la inmensidad en el eterno, la revelación en la imagen, el gozo en el don. (De Trinitate II 1).
2.1. Infinitas in aeterno
7.
Antes hubiera pensado que dicho estas cosas
acerca del Padre, pues no se me escapa que todo lenguaje es
insuficiente para expresar sus propiedades. Hay que pensarlo como
invisible incomprensible, eterno. Por lo demás, el hecho de que tenga
el ser de sí mismo y por medio de sí mismo y el que sea invisible,
incomprensible y eterno son reconocimiento de su honor, una indicación
de lo que sospechamos, una cierta limitación debida a nuestro
pensamiento; pero el lenguaje acerca de su naturaleza fracasa y las
palabras no explican la realidad tal como es
[...]
Así, nuestra confesión
resulta siempre defectuosa en su formulación y cualquier palabra que se
utilice no explicará ni cómo es Dios ni su grandeza. La perfecta
ciencia consiste en conocer a Dios de tal modo que sepas que, aunque no
se le pueda ignorar, no se le puede tampoco describir. Hace falta creer
en él, entenderlo, adorarlo y confesarlo en el cumplimiento de estos
deberes.
(De Trinitate II 7).
8. Así, pues, era y es, porque proviene de aquel que es siempre lo que es. Pero venir de él, es decir, venir del Padre, significa nacer de él. Y ser siempre de aquel que siempre es, esto es la eternidad; pero la eternidad no le viene de sí mismo, sino del eterno. Del eterno no viene más que lo eterno. (De Trinitate XII 25).
9. El Hijo recibió todo del Padre: y por esto, en él el poder de Dios o fue recibido o nació. Pues el Padre no juzga a ninguno, sino que entregó al Hijo todo juicio. Por lo tanto el retribuidor de cada uno es aquel que es juez. (Super Psalmos 61,9).
10. Pues no pide simplemente ser glorificado de modo que venga a poseer como propio algo de gloria, sino que ruega ser glorificado por el Padre junto a él mismo. Pues para que pudiera existir en la unidad con el Padre como había estado antes, el Padre le había de glorificar junto a sí, porque la unidad de la gloria había desaparecido por la obediencia propia de la encarnación. Con otras palabras: pide volver a existir, en virtud de la glorificación, en aquella naturaleza según la cual era uno con el Padre por el misterio de su nacimiento divino. (De Trinitate IX 39).
2.2. Species in immagine
11. A Abraham le habla Dios, mientras que a Agar le ha hablado el ángel de Dios. Entonces, el que es ángel es Dios: porque el que es ángel de Dios es Dios nacido de Dios. Si se lo llama ángel de Dios, lo es en cuanto es el 'ángel del gran consejo'. En seguida aparece como Dios, para que no se considere que el que es Dios es un ángel. (De Trinitate IV 24).
12.
El Hijo procede de aquel Padre que tiene el
ser, es unigénito que procede del inengendrado, descendencia del Padre,
viviente del viviente. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, también
se le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo.
Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de aquel que es todo
entero. No hay división o separación, porque cada uno está en el otro y
en el Hijo habita la plenitud de la divinidad. Es incomprensible que
procede del incomprensible: nadie los conoce, sino ellos entre sí. Es
el invisible que procede del invisible, porque es la imagen de Dios
invisible y porque el que ve al Hijo ve también al Padre. Uno procede
del otro, porque son Padre e Hijo.
Pero
la naturaleza de la divinidad no es distinta en uno y otro, porque los
dos son una misma cosa: Dios que procede de Dios. El Dios unigénito,
del único Dios inengendrado. No son dos dioses, sino uno que procede de
uno. No dos inengendrados, porque el que ha nacido procede del que no
ha nacido. En nada se diferencian el uno del otro, porque la vida del
viviente está en el que vive.
(De Trinitate II 11).
13. Por tanto, la fe apostólica, si anuncia al Padre, anuncia al Dios uno; si confiesa al Hijo, confiesa al Dios uno; porque en los dos está la misma e indiferenciada naturaleza de Dios y, puesto que el Padre es Dios, así como el nombre de la naturaleza de los dos es uno solo, un solo Dios significa uno y otro. Pues el Dios de Dios o el Dios en Dios no produce dos dioses, pues el uno que ha nacido del uno permanece en la unidad de la naturaleza y del nombre; y tampoco hace caer en el Dios solitario, porque ‘uno y uno’ no puede significar un solitario. (De Trinitate VII 32).
14. [...] por esta razón se ha intentado, con la excusa de la herejía de Valentín, excluir el nombre de prolación para que no quedara en pie la verdad del nacimiento, puesto que la noción de prolación, según el modo humano de razonar, no se aparta mucho de la naturaleza del nacimiento material. (De Trinitate VI 9).
2.3. El Hijo como imago Dei
15. El Padre es como es, y se ha de creer que es así. Alcanzar al Hijo hace estremecer nuestra mente y cada palabra tiembla al ser pronunciada. Pues es la descendencia del inengendrado, uno que procede del uno, verdadero del verdadero, vivo del vivo, perfecto del perfecto, potencia de la potencia, sabiduría de la sabiduría, gloria de la gloria, imagen del Dios invisible, forma del Padre inengendrado. ¿Y cómo juzgaremos el nacimiento del unigénito a partir del inengendrado? Pues con bastante frecuencia el Padre del cielo clama: Este es mi Hijo amado en el que me he complacido. No hay ningún corte o división, pues impasible es el que engendró, así como el que ha nacido es imagen del Dios invisible; y atestigua: Porque el Padre está en mí, y yo en el Padre. No se trata de una adopción, pues El es el verdadero Hijo de Dios [...] (De Trinitate II 8).
16.
Oyes: 'Yo y el Padre somos una sola cosa'. ¿Por qué cortas y
separas al Hijo del Padre? Son una sola cosa, es decir, son aquel que
es y aquel que de él ha nacido y que nada tiene que no esté también en
aquel de quien tiene el ser. Cuando oyes decir al Hijo: Yo y el Padre
somos una sola cosa, procura acomodar la realidad a las personas.
Permite al que engendra y al engendrado la expresión de lo que son. Son
una sola cosa, de la misma manera que son el que engendra y el
engendrado. ¿Por qué eliminas la unidad de naturaleza, por qué niegas
la verdad? Oyes: El Padre está en mí y yo en el Padre. Y las obras del
Hijo dan testimonio de esto por lo que respecta al Padre y por lo que
respecta al Hijo. No introducimos un cuerpo en otro según nuestro modo
de dialogar, ni lo vertemos como el agua en el vino, sino que
confesamos en ambos la misma semejanza en el poder y la misma plenitud
de la divinidad.
Pues
el Hijo todo lo recibió del Padre y es la forma de Dios y la imagen de
su sustancia. Las palabras ‘imagen de su sustancia’ sirven para
distinguir a aquel que tiene su ser de aquel que es sólo por lo
que respecta a la fe en su subsistencia personal, pero no para que se
piense en una diversidad de naturaleza. El que el Padre esté en el Hijo
y el Hijo esté en el Padre, significa la plenitud de la divinidad en el
uno y en el otro, pues el Hijo no supone una disminución del Padre ni
ha nacido imperfecto del Padre. La imagen no puede existir sola y la
semejanza no puede referirse a sí misma. Nada puede ser semejante a
Dios a no ser lo que provenga de El mismo.
(De Trinitate III 23).
17. 'El que me ve, ve también al Padre'. No se refiere en esta ocasión a la visión corporal y a la vista de los ojos carnales, sino a aquellos ojos de los que había dicho: '¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses y viene la siega? Pero yo os digo: levantad vuestros ojos y mirad los campos, porque están blancos para la siega.' Ni la estación del año ni el sentido de los campos que blanquean para la siega permiten suponer que se trata de una visión terrena y corpórea, sino que Cristo mandó levantar los ojos de la inteligencia para contemplar la felicidad de los frutos perfectos; de la misma manera dice ahora: El que me ve, ve también al Padre, pues su ser carnal, nacido del parto de la virgen, no sirve para que se contemple en él la forma y la imagen de Dios, ni tampoco sirve de modelo el aspecto de la humanidad que ha asumido para ver la naturaleza del Dios incorpóreo. Pero se ha reconocido a Dios en él si es que algunos han reconocido a Cristo, por poder de la naturaleza. (De Trinitate VII 37).
18.
'El que me ve, ve también al Padre'. Pero
¿acaso Pablo, doctor de las gentes, ignoró o se calló la fuerza de la
palabra del Señor cuando dijo: El que es imagen del Dios invisible?
Pregunto si hay una imagen visible del Dios invisible y si el Dios
invisible se puede hacer visible mediante la imagen de una forma
determinada, pues es preciso que la imagen reproduzca la figura de
aquel de quien es imagen. Por consiguiente, los que pretenden que
el Hijo tenga una naturaleza de otro género deben determinar cómo
quieren que el Hijo sea la imagen del Dios invisible. ¿Acaso una imagen
corpórea y visible que vaga de un lugar a otro en movimiento y marcha
continua? Pero recuerden que, según los evangelios y los profetas,
Cristo es Espíritu y Dios es Espíritu. Si pretenden circunscribir a
este Cristo Espíritu a los límites de un cuerpo definido, este ser
corpóreo no será imagen de Dios invisible ni tampoco la limitación
definida será expresión del que es infinito.
Pero el Señor no nos dejó en
la duda: El que me ve, ve también al Padre. Tampoco el Apóstol se calló
sobre quién es el que es imagen del Dios invisible, pues el Señor ha
dicho: Si no hago las obras de mi Padre no me creáis; enseñaba con
estas palabras que se veía al Padre en él porque hacía sus obras, para
que el conocimiento del poder de su naturaleza mostrara la naturaleza
del poder conocido [...]
(De Trinitate VIII 48-49).
19. Así, pues, el Padre es mayor que el Hijo. Y ciertamente es mayor porque le da el ser todo lo que él mismo es: le concede ser la imagen de sí mismo, que no puede nacer, por el misterio de su nacimiento; le engendra de sí mismo para que reproduzca su forma; lo renueva otra vez de la forma de siervo a la forma de Dios; y habiendo nacido en su gloria Cristo según el Espíritu, concede de nuevo a Jesucristo estar en su gloria como Dios según la carne después de haber muerto. (De Trinitate IX 54).
20. Pues el que nació de la virgen, y era además Hijo de Dios: pero el que es hijo del hombre, era igualmente Hijo de Dios. Nacido por segunda vez del bautismo y además Hijo de Dios: para que naciera para él mismo (en Dios) y para otro (en el hombre). Está escrito, cuando salió del agua: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pero según la generación del hombre que renace, renacía también para Dios como hijo perfecto, unido en el bautismo tanto el hijo del hombre cuanto el Hijo de Dios. Pero lo que aparece ahora en el salmo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy, la autoridad apostólica no se refiere al parto de la virgen ni a la generación del lavado, sino al primogénito de los muertos. (Super Psalmos 2,29-30).
2.4. Usus in munere
21.
Creo que el Espíritu Santo da la materia
de los dones, si podemos expresarnos de esta manera, a aquellos
que gracias a él y porque participan de él, son llamados santos;
esta materia de los dones de la que estoy hablando, es producida
por Dios, procurada por el Cristo y subsiste
según el Espíritu Santo.
(
22. Pues el Espíritu Santo es uno solo en todas partes, él es el que ha iluminado a todos los patriarcas, profetas, y todo el coro de la ley; ha inspirado también a Juan en el seno de su madre; ha sido dado después a los apóstoles y a los demás creyentes para que conozcan la verdad que les ha sido concedida. (De Trinitate II 32).
23. Había en Jesucristo una naturaleza humana completa, y por eso el cuerpo, asumido para servir al Espíritu, ha cumplido en sí todo el misterio de nuestra salvación. (In Matthaeum 2,5).
24. Creo que se debe entender que con la expresión Espíritu de Dios se indica al Padre, porque el Señor Jesucristo ha confesado que el Espíritu de Dios está sobre él, y por ello lo unge y lo envía a evangelizar. Se manifiesta el poder de la naturaleza del Padre, cuando muestra la comunión de su naturaleza también en el Hijo nacido en la carne, por medio del misterio de esta unción con el Espíritu; y así, una vez consumado el nacimiento bautismal, se oyó la revelación de esta condición de Jesús con la voz del cielo, que atestiguaba: 'Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. (De Trinitate VIII 25).
25. He aquí por qué esta mujer tiene confianza en que, viniendo al paso del Señor, será curada de su flujo de sangre por el contacto con los vestidos del Señor, lo que quiere decir que, sucia por las manchas de su cuerpo y descompuesta por la suciedad de un vicio interno, se apresuró en su fe a tocar la orla del vestido, es decir, a alcanzar junto con los apóstoles el don del Espíritu Santo que sale del cuerpo de Cristo en la manera de una orla, y poco después fue curada. (In Matthaeum 9,6).
26. [...] el profeta preanuncia que Dios será exaltado sobre los cielos. Y porque exaltado sobre los cielos se habrá de llenar en la tierra todo con la gloria de su Espíritu Santo; supone: Y sobre la tierra tu gloria; cuando sea enviado sobre toda carne el don del Espíritu, afirma que sobre los cielos (llegará) la gloria del Dios exaltado. (Super Psalmos 56,6).
27. [...] para que la corrupción de la carne desapareciera y fuera transformada en la fuerza de Dios y la incorruptibilidad del Espíritu. (De Trinitate III 16).