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  • Hilario de Poitiers

    doctrina trinitaria



    1. En el Comentario a Mateo

    1. Comentario a Mateo, I 2

    Seguramente debe haber una razón válida si en la narración se afirma una cosa y en los hechos es otra, y si en el total se afirma una cifra mientras que en el cómputo aparece otra. Porque «desde Abraham hasta David hay catorce generaciones y desde David hasta la deportación a Babilonia catorce» (Mt 1,17), mientras que en el Libro de los Reyes se registran diecisiete generaciones (1 Cron 3,10-15). […] Y si está escrito que hasta María hubo catorce generaciones, mientras que contándolas resultan trece, no puede haber error, pues es sabido que nuestro Señor Jesucristo no sólo tiene un origen derivado de María, sino que en la procreación del nacimiento corporal está contenido un significado eterno.



    2. Comentario a Mateo IV 14

    Porque Jesús es el nombre de nuestro Señor, que procede de su cuerpo. Así, su encarnación y su pasión constituyen la voluntad de Dios y la salvación del mundo. Y es algo que excede la capacidad expresiva de la palabra humana, que el Dios nacido de Dios, el Hijo procedente de la sustancia del Padre y subsistente en la sustancia del Padre, primero encarnado, luego sujeto a la muerte por su condición humana, finalmente después de tres días volviendo de la muerte a la vida, llevara al cielo la materia del cuerpo que había asumido, haciéndola participar de la eternidad del Espíritu y de su sustancia.



    3. Comentario a Mateo, XVI, 4

    A lo largo de sus discursos y obras, proporciona a sus discípulos un conocimiento más claro de sí mismo y establece una especie de esquema de razonamiento para la comprensión de sí mismo. Ahora bien, la fe verdadera e inviolable dicta que del Dios de la eternidad -que, puesto que siempre ha tenido un hijo, siempre ha tenido el derecho y el título de padre, ya que, si no hubiera habido siempre un hijo, tampoco habría habido siempre un padre- procede el Dios Hijo, que recibe la eternidad del Padre. Que naciera era la voluntad de aquel cuyo poder y fuerza implicaban que naciera. El Hijo de Dios es, pues, Dios de Dios, uno en dos: recibió la divinidad -theoteta, en latín deitas- de su Padre eterno, del que procedió al nacer. Él, por su parte, recibió lo que era y nació el Verbo que estaba siempre en el Padre. Así, el Hijo es eterno y nació porque en él no nació otra cosa que lo que es eterno.



    4. Comentario a Mateo, XXXI 3

    Pero si hubieran sido capaces, por la fe y la rectitud de su vida, de entender los Evangelios, sabrían que el Verbo es en el principio Dios y desde el principio está con Dios (Jn 1,1-2), que nació del que era y es en el que nace lo mismo que era antes de nacer, es decir, que el que engendra y el que es engendrado tienen la misma eternidad.

    2. En La Trinidad

    5. La Trinidad I 19

    Si nosotros, al hablar de la naturaleza de Dios y de su nacimiento, aducimos a modo de ejemplo algunas comparaciones, que nadie crea que contienen en sí la perfección de un razonamiento acabado. No hay comparación posible de las cosas terrenas con Dios, pero la debilidad de nuestra inteligencia obliga a buscar algunas imágenes de las cosas inferiores que puedan servirnos de indicio de lo que son las cosas superiores, de modo que con el estímulo de las cosas que por costumbre nos son familiares podemos ser llevados, a partir de la experiencia de nuestro pensamiento, a la idea de aquello que no acostumbramos experimentar.
    Así, pues, toda comparación se ha de considerar como útil al hombre más que adecuada a Dios, porque insinúa más que hace entender completamente aquello de que se trata; no se crea tampoco que al compararlas se piensa que la naturaleza carnal y espiritual, la de lo invisible y la de lo tangible, son equiparables, pues la comparación que se entiende como necesaria a la debilidad de la humana inteligencia está también libre del reproche de la insuficiencia del ejemplo empleado. Por lo tanto, continuamos hablando de Dios con las palabras de Dios, pero llenando nuestro pensamiento con la imagen de nuestras cosas.



    6. La Trinidad II 1

    Sería suficiente para los creyentes la palabra de Dios, que ha sido transmitida a nuestros oídos por el testimonio del evangelista con toda la fuerza de su verdad cuando el Señor dice: "Id ahora a enseñar a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, enseñándoles a observar todo lo que yo os ordeno. Mirad que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,19-20).
    ¿Qué es lo que no se dice en estas palabras acerca del misterio de la salvación del hombre? ¿Qué es lo que falta o queda oscuro? Todo es completo y perfecto, puesto que proviene del que es completo y perfecto, pues este pasaje contiene la significación exacta de las palabras, la realidad de las cosas, el orden de las funciones, la comprensión de la naturaleza. Mandó bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, es decir, en la confesión del autor, del unigénito y del don. Uno solo es el autor de todas las cosas, pues uno solo es Dios Padre, del cual todo procede. Y uno solo el Señor nuestro Jesucristo, por medio del cual todo fue hecho. Y un solo Espíritu, don en todos. Todas las cosas están ordenadas según sus atributos y su actuación: una sola potencia de la que todo procede; un solo engendrado por medio del cual todo fue hecho; un solo don en el que tenemos la perfecta esperanza. Nada se echará en falta en una perfección tan grande, en la cual, en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se hallan la inmensidad en el eterno, la revelación en la imagen, el gozo en el don.

    2.1. Infinitas in aeterno

    7. La Trinidad II 6-7

    [6.] El Padre es aquel del que tiene el ser todo lo que existe. Él es en Cristo y por medio de Cristo el origen de todo. Además tiene en sí mismo su ser, no recibe lo que es de ninguna otra parte, sino que lo que es lo obtiene de sí mismo y en sí mismo. Es infinito, porque no está contenido en cosa alguna, sino que todo está en él. Siempre está fuera del espacio, porque por nada puede ser contenido. Es siempre anterior al tiempo, poque el tiempo procede de él. […] Hablando de él fallarán las palabras, pero su naturaleza no podrá ser circunscrita. […] Pon en marcha toda tu inteligencia e intenta abarcarlo entero con tu mente; no puedes alcanzar nada. A este todo le falta siempre algo; pero siempre está en el todo esto que falta. […]
    Esta es la verdad del misterio de Dios, éste es el nombre de la esencia impenetrable que hay en él: el Padre. Dios es invisible, inefable infinito; la palabra ha de callar para expresarlo, la mente es torpe para investigarlo, la inteligencia se estrecha si quiere abarcarlo. El nombre de su naturaleza es el de Padre, pero él es únicamente Padre. No tiene el ser Padre como recibido de otros, al modo de los hombres. Él mismo es inengendrado, eterno, tiene siempre en sí la eternidad. Sólo es conocido por el Hijo, porque nadie «conoce al Padre más que el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quisiera revelar» y nadie «conoce al Hijo más que el Padre» (Jn 11,27).
    [7.] Antes hubiera pensado que dicho estas cosas acerca del Padre, pues no se me escapa que todo lenguaje es insuficiente para expresar sus propiedades. Hay que pensarlo como invisible, incomprensible, eterno. Por lo demás, el hecho de que tenga el ser de sí mismo y por medio de sí mismo y el que sea invisible, incomprensible y eterno son reconocimiento de su honor, una indicación de lo que sospechamos, una cierta limitación debida a nuestro pensamiento […]. Así, nuestra confesión resulta siempre defectuosa en su formulación y cualquier palabra que se utilice no explicará ni cómo es Dios ni su grandeza. La perfecta ciencia consiste en conocer a Dios de tal modo que sepas que, aunque no se le pueda ignorar, no se le puede tampoco describir. Hace falta creer en él, entenderlo, adorarlo y confesarlo en el cumplimiento de estos deberes.



    8. Super Psalmos, 61,9

    «El poder es de Dios, y a ti, Señor, la misericordia» (Sal 62,11-12).
    De Él procede la salvación, y el Hijo lo ha recibido todo del Padre; de ahí que en Él haya recibido y nacido el poder divino: «Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado todo el juicio al Hijo» (Jn 5,22). Por tanto, el que es juez remunera a todo hombre. Pero el poder pertenece a aquel de quien Dios unigénito nació como juez; el poder de quien ha recibido de Dios el juicio procede de Dios; así, al que es juez no le falta poder, y al que es Dios no le falta misericordia.

    2.2. Species in immagine

    9. La Trinidad, IV 24

    A Abraham le habla Dios, mientras que a Agar le ha hablado el ángel de Dios. Entonces, el que es ángel es Dios: porque el que es ángel de Dios es Dios nacido de Dios. Si se lo llama ángel de Dios, loes en cuanto es el «ángel del gran consejo» (Is 9,5 LXX). En seguida aparece como Dios, para que no se considere que el que es Dios es un ángel. (De Trinitate IV 24).



    10. La Trinidad, II 8

    El Padre es como es, y se ha de creer que es así. Alcanzar al Hijo hace estremecer nuestra mente y cada palabra tiembla al ser pronunciada. Pues es la descendencia del inengendrado, uno que procede del uno, verdadero del verdadero, vivo del vivo, perfecto del perfecto, potencia de la potencia, sabiduría de la sabiduría, gloria de la gloria, imagen del Dios invisible, forma del Padre inengendrado. ¿Y cómo juzgaremos el nacimiento del unigénito a partir del inengendrado? Pues con bastante frecuencia el Padre del cielo clama: «Este es mi Hijo amado en el que me he complacido» (Mt 17,5).
    No hay ningún corte o división, pues impasible es el que engendró, así como el que ha nacido es imagen del Dios invisible; y atestigua: «Porque el Padre está en mí, y yo en el Padre» (Jn 10,38). No se trata de una adopción, pues El es el verdadero Hijo de Dios [...] No existe tampoco, como las otras cosas, por un mandato divino, pues es el unigénito del único y tiene en sí la vida, como tiene en sí la vida aquel que lo ha engendrado [...] Pero el Hijo no es una parte del Padre, pues atestigua el Hijo: «Todo lo que es del Padre es mío» (Jn 16,15) [...] Y también el apóstol da testimonio: «Porque en él habita la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2,9). Según las leyes de la naturaleza, no puede serlo todo lo que es sólo una porción. El que procede del perfecto es perfecto, porque el que lo tiene todo se lo ha dado todo. Y no hay que pensar que no se lo haya dado porque lo tiene todavía, ni tampoco que no lo tenga porque lo ha dado.



    11. La Trinidad, II 11

    El Hijo procede de aquel Padre que tiene el ser, es unigénito que procede del inengendrado, descendencia del Padre, viviente del viviente. Como el Padre tiene la vida en sí mismo, también se le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo. Perfecto que procede del perfecto, porque es todo entero de aquel que es todo entero. No hay división o separación, porque cada uno está en el otro y en el Hijo habita la plenitud de la divinidad. Es incomprensible que procede del incomprensible: nadie los conoce, sino ellos entre sí. Es el invisible que procede del invisible, porque es la imagen de Dios invisible y porque el que ve al Hijo ve también al Padre. Uno procede del otro, porque son Padre e Hijo.
    Pero la naturaleza de la divinidad no es distinta en uno y otro, porque los dos son una misma cosa: Dios que procede de Dios. El Dios unigénito, del único Dios inengendrado. No son dos dioses, sino uno que procede de uno. No dos inengendrados, porque el que ha nacido procede del que no ha nacido. En nada se diferencian el uno del otro, porque la vida del viviente está en el que vive.



    12. La Trinidad, VII 32

    Son uno y otro, ya que uno procede de uno; porque ni el uno ha dado al otro por generación más que lo que es suyo, ni este otro recibe, en virtud del nacimiento, más que lo que es del uno.
    Por tanto, la fe apostólica, si anuncia al Padre, anuncia al Dios uno; si confiesa al Hijo, confiesa al Dios uno; porque en los dos está la misma e indiferenciada naturaleza de Dios y, puesto que el Padre es Dios, así como el nombre de la naturaleza de los dos es uno solo, un solo Dios significa uno y otro. Pues el Dios de Dios o el Dios en Dios no produce dos dioses, pues el uno que ha nacido del uno permanece en la unidad de la naturaleza y del nombre; y tampoco hace caer en el Dios solitario, porque «uno y uno» no puede significar un solitario.

    2.3. El Hijo como imago Dei

    13. La Trinidad, III 23

    Oyes: «Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn 10,30). ¿Por qué cortas y separas al Hijo del Padre? Son una sola cosa, es decir, son aquel que es y aquel que de él ha nacido y que nada tiene que no esté también en aquel de quien tiene el ser. Cuando oyes decir al Hijo: «Yo y el Padre somos una sola cosa», procura acomodar la realidad a las personas. Permite al que engendra y al engendrado la expresión de lo que son. Son una sola cosa, de la misma manera que son el que engendra y el engendrado. ¿Por qué eliminas la unidad de naturaleza, por qué niegas la verdad? Oyes: «El Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10,38). Y las obras del Hijo dan testimonio de esto por lo que respecta al Padre y por lo que respecta al Hijo. No introducimos un cuerpo en otro según nuestro modo de razonar, ni lo vertemos como el agua en el vino, sino que confesamos en ambos la misma semejanza en el poder y la misma plenitud de la divinidad.
    Pues el Hijo todo lo recibió del Padre y es la forma de Dios y la imagen de su sustancia. Las palabras «imagen de su sustancia» sirven para distinguir a aquel que tiene su ser de aquel que es sólo por lo que respecta a la fe en su subsistencia personal, pero no para que se piense en una diversidad de naturaleza. El que el Padre esté en el Hijo y el Hijo esté en el Padre, significa la plenitud de la divinidad en el uno y en el otro, pues el Hijo no supone una disminución del Padre ni ha nacido imperfecto del Padre. La imagen no puede existir sola y la semejanza no puede referirse a sí misma. Nada puede ser semejante a Dios a no ser lo que provenga de El mismo.



    14. La Trinidad, VIII 48-49

    [48.] El evangelista había enseñado esta palabra del Señor: «El que me ve, ve también al Padre» (Jn 14,9). Pero ¿acaso Pablo, doctor de las gentes, ignoró o se calló la fuerza de la palabra del Señor cuando dijo: «El que es imagen del Dios invisible» (Col 1,15)? Pregunto si hay una imagen visible del Dios invisible y si el Dios invisible se puede hacer visible mediante la imagen de una forma determinada, pues es preciso que la imagen reproduzca la figura de aquel de quien es imagen. Por consiguiente, los que pretenden que el Hijo tenga una naturaleza de otro género deben determinar cómo quieren que el Hijo sea la imagen del Dios invisible. ¿Acaso una imagen corpórea y visible que vaga de un lugar a otro en movimiento y marcha continua? Pero recuerden que, según los evangelios y los profetas, Cristo es Espíritu y Dios es Espíritu. Si pretenden circunscribir a este Cristo Espíritu a los límites de un cuerpo definido, este ser corpóreo no será imagen de Dios invisible ni tampoco la limitación definida será expresión del que es infinito.
    [49.] Pero el Señor no nos dejó en la duda: «El que me ve, ve también al Padre». Tampoco el Apóstol se calló sobre quién es el que es imagen del Dios invisible, pues el Señor ha dicho: «Si no hago las obras de mi Padre no me creáis» (Jn 10,37); enseñaba con estas palabras que se veía al Padre en él porque hacía sus obras, para que el conocimiento del poder de su naturaleza mostrara la naturaleza del poder conocido.



    15. La Trinidad, IX 54

    Así, pues, el Padre es mayor que el Hijo. Y ciertamente es mayor porque le da el ser todo lo que él mismo es: le concede ser la imagen de sí mismo, que no puede nacer, por el misterio de su nacimiento; le engendra de sí mismo para que reproduzca su forma; lo renueva otra vez de la forma de siervo a la forma de Dios; y habiendo nacido en su gloria Cristo según el Espíritu, concede de nuevo a Jesucristo estar en su gloria como Dios según la carne después de haber muerto.



    16. Super Psalmos 2,29-30

    [29.] Ahora no es otro de lo que era antes, aunque también ha cambiado; pero el hecho de que se haya convertido en otro significa que ha renacido de un modo distinto a lo que, sin embargo, era antes. En efecto, el que nació hombre de la Virgen era entonces el Hijo de Dios. Pero el que es hijo del hombre es el mismo que era también Hijo de Dios. Luego, renacido en el bautismo también como Hijo de Dios, nació idéntico y diferente. Porque está escrito, después de haber resucitado del agua: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy» (Lc 3,22). Pero según la generación de un hombre que nace de nuevo, entonces también nació de nuevo para Dios como Hijo perfecto, habiendo sido colocados en el mismo nivel en el bautismo tanto el Hijo del hombre como el Hijo de Dios.
    [30.] Pero lo que ahora se encuentra en el salmo: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy» (Sal 2,7), según la autoridad apostólica debe referirse no al nacimiento de la Virgen, ni a la generación del lavado bautismal, sino al primogénito de los muertos. De hecho, en el libro de los Hechos de los Apóstoles se dice: «Os anunciamos la promesa que se hizo a vuestros padres. Dios la ha cumplido en favor de vuestros hijos resucitando a nuestro Señor Jesús, como también está escrito en el primer salmo: 'Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy', y lo resucitó de entre los muertos, para que nunca más volviera a la corrupción» (Hch 13,32-34).

    2.4. Usus in munere

    17. Comentario a Mateo, II 5

    Había en Jesucristo una naturaleza humana completa, y por eso el cuerpo, asumido para servir al Espíritu, ha cumplido en sí todo el misterio de nuestra salvación. (In Matthaeum 2,5).



    18. Comentario a Mateo, IX 6

    La hemorroisa.
    Pero primero se salvó la multitud de pecadores con los apóstoles. Y aunque era necesario que el pueblo elegido, predestinado por la Ley, viviera primero, la salvación se presta, sin embargo, en la figura de la mujer, primero a los publicanos y pecadores. Esta mujer, que va al encuentro del Señor que pasa, confía en que será curada de su hemorragia tocando el manto del Señor. Esto significa que ella, manchada por las manchas de su cuerpo y deteriorada por la suciedad de un vicio interior, se apresura a tocar con fe el borde del manto, es decir, a captar, en compañía de los apóstoles, el don del Espíritu Santo que sale del cuerpo de Cristo como el borde de un manto. E inmediatamente queda sana.



    19. La Trinidad, II 32

    Pues el Espíritu Santo es uno solo en todas partes, él es el que ha iluminado a todos los patriarcas, profetas, y todo el coro de la ley; ha inspirado también a Juan en el seno de su madre; ha sido dado después a los apóstoles y a los demás creyentes para que conozcan la verdad que les ha sido concedida.



    20. La Trinidad, II 35

    El don que está en Cristo, siendo uno, está en su totalidad a disposición de todos. Y ya que no falta en ninguna parte, se da en la medida en que cada uno lo quiere recibir, habita en nosotros en la medida en que cada uno quiera merecerlo. Este don estará con nosotros hasta el fin del mundo, es el consuelo de nuestra espera; en la acción de sus dones es la prenda de nuestras almas. Este Espíritu Santo ha de ser pedido, ha de ser merecido, y después ha de ser conservado con el fiel cumplimiento de los preceptos divinos.