Hilario de Poitiers
doctrina de la gloria
1. Gloria y consubstancialidad
1. La Trinidad, II 8. 10
[...] uno que procede del (ex) uno, verdadero del (ex) verdadero, vivo del (ex) vivo, perfecto del (ex) perfecto,
potencia de la potencia, sabiduría de la sabiduría, gloria de la gloria, imagen del Dios invisible, forma del Padre inengendrado [...]
Escucha al Hijo, imagen, Sabiduría, fuerza, gloria de Dios.
2. La Trinidad, V 33
«Desde siempre no hemos oído jamás ni han visto nuestros ojos un Dios fuera de ti, ni obras como las que tú harás para los que esperan en tu misericordia» (Is 64,4).
Dice Isaías que él nunca ha visto a un Dios fuera de éste, pues ha visto la gloria de Dios, el misterio de cuya encarnación de la Virgen había anunciado (Is 7,14).
Y si tú, hereje, ignoras que vio en aquella gloria al Dios unigénito, escucha al evangelista Juan cuando dice:
«Pues esto dijo Isaías cuando vio su gloria y habló de él» (Jn 12,41). [...]
Pues Isaías vio a Dios y aunque está escrito: «A Dios nadie lo ha visto más que el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre; él lo ha dado a conocer» (Jn 1,18), con todo, el profeta vio a Dios y contempló su gloria [...]
2. La dispensatio gloriae
2.1. En Jn 17,1-5
3. La Trinidad, III 12
Pero tal vez se podrá creer que el Hijo necesitaba esta glorificación que pedía y se le considerará débil, puesto que espera la glorificación de uno más digno que él.
¿Y quién no confesará que el Padre le es superior, como el inengendrado respecto del engendrado, el padre respecto del Hijo, el que envió respecto del que fue enviado, el que hace su voluntad respecto de aquel que obedece. [...]
La misma glorificación que se pide no tolera esta disminución. Pues a las palabras:
«Padre, glorifica a tu Hijo», sigue: «para que el Hijo te glorifique».
El Hijo, por tanto, no carece de nada, ya que el mismo que ha de ser glorificado ha de devolver la glorificación. Pero, si no carece de nada, ¿qué pedía?
Pues nadie pide más que aquello que le falta. ¿O acaso también el Padre carece de algo?
¿O ha prodigado de tal modo lo que tiene que la gloria se le ha de devolver por medio del Hijo? Pero ni a uno le falta nada ni tiene el otro deseos de nada. Y, con todo, se van a hacer un don mutuo.
Por lo tanto, la petición de la gloria que se ha de dar y, a su vez, se ha de devolver, nada quita al Padre ni en nada rebaja al Hijo, sino que muestra en uno y en otro la misma fuerza de la divinidad, ya que el Hijo pide ser glorificado por el Padre y éste no desdeña la glorificación que viene del Hijo. La unidad de poder del Padre y del Hijo se demuestra por la reciprocidad de dar y recibir la gloria.
4. La Trinidad, III 16
Puesto que el Hijo de Dios es perfecto bajo todos los aspectos y ha nacido antes de todos los tiempos en la plenitud de la divinidad, y en ese momento, habiendo sido hombre desde el principio de su existencia en la carne, llegaba a su consumación en la muerte, pide ser glorificado junto a Dios, como él mismo ha glorificado al Padre en la tierra, porque entonces el poder de Dios era glorificado en la carne ante el mundo ignorante.
Y ahora, ¿en qué consiste la glorificación que espera junto al Padre?
Ciertamente, se trata de la que tenía junto a él antes de que el mundo existiese.
Tuvo la plenitud de la divinidad y la tiene porque es el Hijo de Dios.
Pero el que era Hijo de Dios había empezado a ser también hijo del hombre, pues era la Palabra hecha carne.
No había perdido lo que era, sino que había empezado a ser lo que no era.
No había abandonado lo suyo, sino que había asumido lo que es nuestro.
Pide para aquello que asumió la elevación a aquella gloria que él no ha abandonado.
Por consiguiente,
[...] el Hijo hecho ahora carne pedía que la carne empezara a ser para el Padre lo que era la Palabra; de modo que lo que había empezado en el tiempo recibiera la gloria de aquel resplandor que no está sometido al tiempo, para que la corrupción de la carne desapareciera y fuera transformada en la fuerza de Dios y
la incorruptibilidad del espíritu.
5. La Trinidad, IX 6
Ciertamente, nosotros no negamos que todas las palabras que ha pronunciado se refieran a su naturaleza.
Pero, si Jesucristo es hombre y Dios, y no empezó a ser Dios cuando se hizo hombre, ni cuando se hizo hombre dejó de ser Dios, ni tampoco después de ser hombre en Dios de ser el hombre entero Dios, perfecto, entonces es necesario que el misterio de sus palabras sea el mismo que el de su ser.
Y, puesto que, según los tiempos, distingues en él al hombre de Dios, distingue también entre sus palabras como Dios y sus palabras como hombre.
Y si confiesas que es en el tiempo Dios y hombre, distingue las palabras de Dios y del hombre dichas en el tiempo.
Y si, una vez que ha sido hombre y Dios, tomas en cuenta el tiempo en que el hombre entero es enteramente Dios, si se ha dicho alguna cosa para señalar este tiempo, refiere a este tiempo lo que se ha dicho, pues si una cosa es ser Dios antes de ser hombre, otra ser hombre y Dios, y otra, después de haber sido hombre y Dios, ser todo el hombre enteramente Dios, no confundas el misterio de la salvaci´øn en sus tiempos y modos.
Pues, de acuerdo con sus naturalezas y modos de ser, tenemos en cuenta el misterio de su encarnación fue preciso que el Hijo hablara un lenguaje antes de nacer, otro cuando todavía tenía que morir, otro cuando está ya en la gloria eterna.
6. La Trinidad, IX 39
«Y ahora glorifícame, Padre, junto a ti mismo».
¿Cuál es la razón de que el Padre le glorifique junto a sí mismo? [...]
El Padre no necesita la gloria y no se ha despojado de su forma de gloria.
¿Cómo entonces ha de glorificar al Hijo junto a sí mismo, y además con aquella gloria que el Hijo tuvo junto a él antes de la creación del mundo? [...]
Pues no pide simplemente ser glorificado de modo que venga a poseer como propio algo de gloria, sino que ruega ser glorificado por el Padre junto a él mismo.
Pues para que pudiera existir en la unidad con el Padre como había estado antes, el Padre le había de glorificar junto a sí, porque la unidad de la gloria había desaparecido por la obediencia propia de la encarnación.
Con otras palabras: pide volver a existir, en virtud de la glorificación, en aquella naturaleza según la cual era uno con el Padre por el misterio del nacimiento divino.
7. Super Psalmos, 2, 27
Así, siendo primero Hijo de Dios, sería también Hijo del hombre, y el Hijo del hombre sería engendrado como Hijo perfecto de Dios, recuperando y otorgando así al cuerpo la gloria de su propia eternidad por el poder de la resurrección.
No pide cosas nuevas, no desea otras cosas: pide ser lo que era antes, pide ser lo que era antes, es decir, ser generado a lo que era suyo.
Sin embargo, entonces no era exactamente todo lo que pedía ser; pedía ser todo menos lo que había sido.
Pero cuando se convirtió en lo que era, también se convirtió en lo que no era; con el comienzo, por así decirlo, de un nuevo nacimiento, lo que aún no era del todo, nació a lo que había sido.
Aquel es el día de su resurrección para asumir la gloria, por la cual nace a aquello que era antes de los tiempos. Pero naciendo a aquello que fue antes de los tiempos, nace también en el tiempo a aquel ser que no era.
Por lo tanto hay que ver al hijo del hombre como sentado a la derecha de la potencia, porque la naturaleza de la carne glorificada después de la resurrección fue llevada a la perfección de aquella gloria que había tenido antes: naciendo el hijo del hombre que se habrá de sentar con el Padre a la inmortalidad, absorbiendo la corrupción de la carne, nace también como Hijo de Dios viviente que ya no ha de morir.
2.2. En Flp 2,11
8. La Trinidad, IX 38
Pero en virtud de la economía de la asunción de la carne y por la obediencia del que se despoja a sí mismo de la forma de Dios, Cristo, nacido como hombre, asumió para sí una nueva naturaleza, no con perjuicio de su naturaleza y fuerza divinas, sino por el cambio de su modo de ser.
Pues, despojándose a sí mismo de la forma de Dios, había recibido, al nacer como hombre, la forma de siervo; pero esta asunción de la carne no afectó a la naturaleza del Padre, con la que él está naturalmente unido; y la nueva condición que asume en el tiempo, aunque él permanecía en la fuerza de la naturaleza divina, había perdido, a la vez que la forma de Dios y por cuanto respecta a la humanidad asumida, la unidad de la naturaleza divina.
Pero en esto está el culmen de la economía de la salvación, en que el Hijo entero, es decir, como hombre y como Dios, en virtud de la condescendencia de la voluntad del Padre, estuviera unido a la naturaleza del Padre y que mientras permanecía en el poder de la naturaleza divina permaneciera también en el modo de ser de esta naturaleza, pues esto es lo que se otorga al hombre: el poder ser Dios.
Pero el hombre asumido no podía en ningún modo existir en la unidad con Dios si no llegaba a la unidad de naturaleza con él con la unión con la divinidad; y por el hecho de que el Dios Verbo existía en la naturaleza de Dios, también la Palabra hecha carne podía, a su vez, existir en la naturaleza de Dios, y así el hombre Jesucristo podía estar en la gloria de Dios Padre si la carne estaba unida a la gloria de la Palabra; entonces, la Palabra hecha carne podía volver a la unidad de la naturaleza del Padre también en cuanto hombre, porque la carne asumida
había alcanzado la gloria de la Palabra.
El Padre le debía devolver su unidad con él mismo para que el Hijo que había nacido de su naturaleza volviera a ser glorificado en él: porque la novedad de la economía de la salvación había puesto un obstáculo (offensionem) a la unidad, y esta no podía ser tan perfecta como antes si no era glorificada junto al
Padre la carne asumida.
9. La Trinidad, IX 54
El Padre es mayor que el Hijo. Y ciertamente es mayor porque le da el ser todo lo que él mismo es: le concede ser la imagen de sí mismo, que no puede nacer, por el misterio de su nacimiento; lo engendra de sí mismo para que reproduzca su forma; lo renueva otra vez de la forma de siervo a la forma de Dios; y habiendo nacido en su gloria Cristo según el Espíritu, concede de nuevo a Jesucristo estar en su gloria como Dios según la carne después de haber muerto.
3. Comunicación de la gloria a la carne de los hombres
3.1. En Flp 3,21
10. Super Psalmos, 118 resch 9-10
[9.] [...] No cree que su vida sea en el tiempo presente, sino que espera la vida, cuando este cuerpo mortal será destruido y él será absorbido por la gloria de la inmortalidad.
[10.] Sabe que le fue dada esta promesa desde el primer momento de su creación, cuando Dios dice: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gn 1,26).
Este es el comienzo de la palabra de Dios sobre el hombre, cuando se estableció el origen de nuestra descendencia a imagen de la eternidad sin fin. [...]
Este es, pues, el fundamento de una verdad inmutable; así, la verdad al principio de las palabras divinas es que el hombre nuevo, regenerado en Cristo, vivirá eternamente en el futuro, según la imagen del Dios eterno, es decir, del Adán celestial.
11. La Trinidad, XI 49
Que Dios lo sea todo en todas las cosas significa la elevación de nuestra humanidad asumida.
Aquel que, existiendo en la forma de Dios, fue hallado en la forma de siervo, de nuevo ha de ser confesado en la gloria de Dios Padre para que se sepa, sin duda alguna, que él permanece en la forma de aquel en cuya gloria habrá de ser confesado.
Se trata sólo de un designio de salvación, no de un cambio; continúa existiendo en la naturaleza en que existía.
Pero al haber entre medias un estadio en el que empezó a existir, es decir, su nacimiento como hombre, todo se adquiere para aquella naturaleza que antes no fue Dios, pues se muestra que Dios lo es todo en todas las cosas después del misterio de la economía de la salvación.
Es ganancia nuestra y provecho nuestro que seamos hechos conformes con la gloria del cuerpo de Dios.
Pues aquella sumisión del cuerpo por medio de la cual lo que él tiene de carnal es absorbido en la naturaleza espiritual, determina que sea Dios todo en todas las cosas aquel que, además de Dios, es también hombre; es nuestra humanidad la que llega a alcanzar este estadio. Y también nosotros progresamos hasta hacernos conformes con la gloria del que es hombre como nosotros. Y renovados para el conocimiento de Dios, seremos transformados en imágenes del Creador, según la palabra del apóstol [...]
El hombre se hace, pues, perfecta imagen de Dios, se eleva hasta hacerse imagen del Creador según el modelo establecido para el primer hombre.
Y hecho hombre nuevo para el conocimiento de Dios, después de abandonar el pecado y el hombre viejo, llega a la perfección para la que fue creado, conociendo a su Dios y haciéndose así imagen suya; mediante la verdadera fe camina hacia la eternidad, y será por toda la eternidad imagen de su Creador.