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  • Agustín de Hipona

    Comentario acerca de algunas cuestiones extraídas de la carta a los Romanos



    Capítulo 3

    13-18. [Rm 3,20] La expresión: porque a raíz de la ley ningún hombre será justificado delante de él: en efecto, por medio de la ley se tiene el conocimiento del pecado, y otras expresiones semejantes, que algunos consideran que deben citar como ejemplos difamatorios de la ley, deben ser leídos atentamente, para que no parezca ni que la ley fue reprobada por el apóstol, ni que ha sido quitado al hombre el libre arbitrio.
    Distingamos entonces en el ser humano los siguientes cuatro grados: antes de la ley, bajo la ley, bajo la gracia, en la paz. Antes de la ley seguimos la concupiscencia de la carne; bajo la ley somos arrastrados por ella; bajo la gracia, ni la seguimos ni somos arrastrados por ella; en la paz ya no existe la concupiscencia de la carne.
    Por lo tanto, antes de la ley no luchamos, ya que no sólo deseamos con pasión y pecamos, sino que hasta encontramos que los pecados son dignos de aprobación. Bajo la ley luchamos, pero somos vencidos: confesamos que lo que hacemos está mal y, confesando que esta mal ciertamente no queremos cometerlo, pero como aun no esta la gracia, somos superados.
    En este grado se nos muestra cómo estamos postrados y, mientras queremos enderezarnos y caemos, nos encontramos más profundamente abatidos.
    De esto deriva la expresión: se introdujo la ley de modo que abundara el delito [Rm 5,20]. Y de aquí también lo que ahora se escribió: por medio de la ley se tiene el conocimiento del pecado [Rm 3,20]. No es eliminación del pecado, ya que el pecado puede ser eliminado solo por medio de la gracia.
    Por lo tanto, la ley es buena porque prohíbe las cosas que se deben prohibir y manda las que se deben mandar.
    Pero cuando cada uno piensa que la cumple con las propias fuerzas. no mediante la gracia de su Liberador, tal presunción no le sirve para nada: más bien lo daña hasta tal punto que es arrastrado a un deseo más violento de pecado, y cae en pecado.
    En efecto, donde no hay ley tampoco hay transgresión. Por eso cada uno, encontrándose así postrado, después de haberse dado cuenta de no ser capaz de levantarse por sí mismo, implorará la ayuda del Liberador. Vendrá entonces la gracia que perdona los pecados pasados, sostiene al hombre en su lucha, despensa el amor por la justicia y quita el temor.
    Cuando esto tiene lugar, aunque ciertos deseos de la carne luchan, mientras estamos en esta vida, contra nuestro espíritu para inducirlo al pecado, sin embargo el espíritu, sin consentir a estos deseos, puesto que está afianzado en la gracia y en la caridad de Dios, deja de pecar.
    Nosotros pecamos no por un deseo de por sí perverso, sino por nuestro consentimiento con el. A esto se aplica la expresión del mismo apóstol: no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para obedecer a sus propios deseos [Rm 6,12].
    A partir de esto demuestra que hay deseos a los que, no obedeciendo, no permitimos que reine el pecado en nosotros. Pero estos deseos, ya que nacen de la moralidad de la carne, que arrastramos desde el primer pecado del primer hombre, de quien carnalmente tenemos nuestro origen, no se acabarán a no ser que merezcamos en la resurrección de los cuerpos aquella inmortalidad que se nos promete donde habrá paz perfecta, cuando nos hallemos establecidos en aquel cuarto grado.
    Habrá paz perfecta, porque nada se opone a nosotros que ya no nos opondremos a Dios. Esto es lo que dice el apóstol: el cuerpo ciertamente esta muerto por el pecado, pero el espíritu es vida por la justicia. Luego, si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesucristo de entre los muertos habita en vosotros, el que ha resucitado a Jesucristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros [Rm 8,10-11].
    El primer hombre tuvo libre albedrío perfecto, pero nosotros antes de la gracia no tenemos libre albedrío para no pecar, sino solamente para no querer pecar. Pero la gracia hace que no solamente queramos obrar con rectitud, sino que podamos, no por nuestras fuerzas, sino con el auxilio del Liberador, quien nos dará también la paz perfecta en la resurrección, y esta paz perfecta sigue a la buena voluntad. Porque se dice: Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad [Lc 2,14].

    19. [Rm 3,31] La expresión: ¿Anulamos, entonces, la ley por la fe? De ninguna manera, antes bien la confirmamos, es decir, le damos estabilidad definitiva. Pero ¿cómo se debía dar estabilidad definitiva a la ley, si no por medio de la justicia? Y por la justicia que viene por medio de la fe, puesto que justamente aquellas cosas que no se podían cumplir mediante la ley, han sido cumplidas por la fe.