Agustín de Hipona
el itinerario del alma a Dios
1. “Dijo el insensato en su corazón: No hay Dios”. Ni los mismos sacrílegos ni ciertos detestables filósofos que tienen un concepto falso y perverso de Dios se atrevieron a decir a secas: No hay Dios. Por eso se escribió: “Dijeron en su corazón” ya que nadie se atreve a decirlo aunque lo piense. “Se corrompieron y se hicieron abominables en sus inclinaciones”, a saber, amando a este mundo y no amando a Dios; estas son las inclinaciones y propensiones que corrompen el alma, y ciegan de tal modo, que puede decir el insensato en su corazón: No hay Dios, pues como despreciaron el conocimiento de Dios. Dios los entregó a su sentir reprobable.” (cf. Enarraciones sobre los salmos 13. v. 1).
2.
Agustín. Tú estás seguro de que Dios existe.
Evodio. Sí. lo considero una verdad irrefutable, pero por la fe. no por la razón.
Agustín. Entonces, si alguno de aquellos insensatos de los que está escrito: Dijo el necio en su corazón, no hay Dios, no quisiera creer lo que tú crees, sino que quisiera creer si lo que tú crees es verdad, ¿abandonarías a ese hombre a su incredulidad o pensarías quizá que deberías convencerle de algún modo de aquello mismo que tú crees firmemente, sobre todo si él no discutiera con pertinacia, sino con un deseo sincero de conocer la verdad?
(Acerca del libre albedrío II 12-13).
3. Agustín. Por lo cual, comenzando por las cosas más evidentes, lo primero que quiero que me respondas es si tú mismo existes. (Acerca del libre albedrío II 20).
4.
Agustín. Puesto que es evidente que existes, y no podría serte evidente si no vivieras, también es evidente que vives. ¿Entiendes esto?
Evodio. Lo entiendo perfectamente.
Agustín. Entonces también es evidente una tercera verdad, que tú entiendes. De estas tres cosas, la existencia, la vida y la inteligencia, ¿cuál te parece más excelente?
Evodio. La inteligencia.
Agustín. ¿Por qué?
Evodio. Porque la piedra existe y la bestia vive; pero la piedra no vive ni la bestia entiende: pero quien entiende a la vez existe y vive
(Acerca del libre albedrío II 21).
5.
Agustín. Que tenemos cuerpo es evidente, y también un alma que anima al cuerpo y es causa de su desarrollo vegetativo, [...] pero tenemos, además, un tercer elemento que viene a ser como la cabeza u ojo de nuestra alma [...] Por lo cual te ruego que veas si puedes encontrar en la naturaleza del hombre algo más excelente que la razón.
Evodio. No encuentro absolutamente nada mejor
(Acerca del libre albedrío II 53).
6.
Agustín. Si sin el auxilio de ningún órgano corporal, ni del tacto, ni del gusto, ni del olfato, ni de los oídos, ni de los ojos, ni de ningún otro sentido intenor a la razón, sino que por sí misma [la razón] intuye algún ser inmutable, es necesario que confieses que ella es inferior a éste y que él es Dios.
Evodio. Confesaré que ese ser es Dios
(Acerca del libre albedrío II 56).
7. Agustín. [...] cuanto son verdaderas e inmutables las leyes de los números [...] tanto son verdaderas e inmutables las normas de la sabiduría y, además, en orden a la contemplación, son comunes a todos los que son capaces de intuirlas (Acerca del libre albedrío II 119).
8.
Agustín. Si esta verdad fuera igual a nuestras inteligencias, sería también mudable, como ellas. Nuestros entendimientos a veces la ven más, a veces menos, y en eso dan a entender que son mudables; pero la verdad, permaneciendo siempre la misma en sí, ni aumenta cuando la vemos mejor, ni disminuye cuando la vemos menos, sino que, siendo íntegra e inalterable, alegra con su luz a los que se vuelven hacia ella y castiga con la ceguera a los que de ella se apartan.
¿Qué significa que juzguemos nuestros mismos entendimientos según ella y a ella no la podamos juzgar de ninguna manera? Decimos, en efecto: Entiende poco, o Entiende justamente. Y es evidente que la mente humana entiende en la medida en que se acerca y se adhiere a la verdad inmutable
(Acerca del libre albedrío II 135-136).
9. Agustín. Tú me habías concedido que si te demostraba que había algo superior a nuestras inteligencias, confesarías que ese algo era Dios, si es que no había algo superior [...] Porque si hay algo más excelente, este algo sería Dios. Y si no lo hay, la misma verdad es Dios (Acerca del libre albedrío II 153).
10. Dice aquel gran platónico (Plotino) que el alma racional, o llamémosla también intelectual, de cuya clase son también –según él– las almas de los inmortales, que no dudan habiten las motadas celestes, esa alma racional no tiene sobre sí otra naturaleza que la de Dios, que fabricó el mundo, por el cual fue hecha ella también. (La ciudad de Dios X 2).
11.
Entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se enciende. Pues, ¿a dónde arriba todo buen pensador si no a la verdad? La cual no se descubre a sí misma mediante el discurso, sino es más bien la meta de toda dialéctica racional. Mírala como la armonía superior posible y vive en conformidad con ella. Confiesa que tú no eres la Verdad, pues ella no se busca a sí misma, mientras tú le diste alcance por la investigación, no recorriendo espacios, sino con el afecto espiritual, a fin de que el hombre interior concuerde con su huésped, no con la fruición carnal y baja, sino con subidísimo deleite espiritual.
[...] Quien duda, pues, de la existencia de la verdad, en sí mismo halla una verdad en que no puede mellar la duda. Pero todo lo verdadero es verdadero por la verdad. Quien duda, pues de algún modo, no puede dudar de la verdad. Donde se ven estas verdades, allí fulgura la luz, inmune de toda extensión local y temporal y de todo fantasma del mismo género. ¿Acaso ellas pueden no ser lo que son, aun cuando fenezca todo raciocinador o se vaya en pos de los deseos bajos y carnales? Tales verdades no son producto del raciocinio, sino hallazgo suyo. Luego antes de ser halladas permanecen en sí mismas, y cuando se descubren, nos renuevan
(La verdadera religión 39).
12.
Agustín. ¿Todos queremos ser felices?
Todos aprobaron.
Agustín. ¿Y les parece bienaventurado el que no tiene lo que desea?
No. dijeron todos.
Agustín. ¿Y será feliz el que posee todo cuanto quiere?
Entonces la madre respondió:
Mónica. Si desea bienes y los tiene, sí; pero si desea males, aunque los alcance, es un desgraciado.
Sonriendo y satisfecho, le dije:
Agustín. Madre, has conquistado el castillo mismo de la filosofía. Te han faltado sólo las palabras de Cicerón en el Hortensius: “He aquí que todos, no filósofos precisamente, pero sí dispuestos para discutir, dicen que son felices los que viven como quiere. ¡Profundo error! Porque desear lo que no conviene es el colmo de la desventura. No lo es tanto no conseguir lo que deseas como conseguir lo que no te conviene. Porque mayores males acarrea la perversidad de la voluntad que bienes la fortuna. ¿Qué debe buscar el hombre para alcanzar su dicha?
Ha de ser una cosa permanente y segura, independiente de la suerte, no sujeta a las vicisitudes de la vida
(La vida feliz II 10-11).
13.
Agustín. [...] Mas cierto aviso que nos invita a pensar en Dios, a buscarlo, a desearlo sin tibieza, nos viene de la fuente misma de la Verdad. Aquel sol escondido irradia esta claridad en nuestros ojos interiores. De él procede toda verdad que sale de nuestra boca, incluso cuando por estar débiles o por abrir de repente nuestros ojos, al mirarlo con osadía y pretender abarcarlo en su entereza, quedamos deslumbrados, y aún entonces se manifiesta que Él es Dios perfecto sin mengua ni degeneración en su ser. Todo es integro y perfecto en aquel omnipotentísimo Dios. Con todo, mientras vamos en su busca y no abrevemos en la plenitud de su fuente, no presumamos de haber llegado aún a nuestra Medida: y aunque no nos falta la divina ayuda, todavía no somos ni sabios ni felices. Luego la completa saciedad de las almas, la vida dichosa, consiste en conocer piadosa y perfectamente por quién eres guiado a la Verdad, de qué Verdad disfrutas y por qué vinculo te unes al sumo Modo. Por esta tres cosas se va a la inteligencia de un solo Dios y de una sola sustancia, excluyendo toda supersticiosa vanidad.
Y la madre:
Mónica. Esta es. sin duda, la vida feliz, porque es la vida perfecta, y a ella, según presumimos, podemos ser guiados rápidamente en alas de una fe firme, de una gozosa esperanza y de una ardiente candad"
(La vida feliz II 10-11).
14. Aquella cosa que yendo el alma en su búsqueda la hace sabia y virtuosa es el mismo Dios, y nada más. Tendiendo hacia Él, vivimos una vida santa; y si lo conseguimos, será una vida, además de santa, feliz y bienaventurada (Costumbres de la Iglesia católica I 6.10).