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  • Agustín de Hipona

    la predestinación



    1. Esta gracia (el llamado del Padre para que creamos en el Hijo, según "Nadie puede venir a mí si el Padre, que me envió, no lo trajere"), en efecto, que ocultamente es infundida por la divina liberalidad en los corazones humanos, no hay corazón, por duro que sea, que la rechace. Pues en tanto es concedida en cuanto destruye, ante todo, la pertinacia del corazón (De praedestinatione sanctorum, 8, 13).

    2. "Nadie puede venir a mí si el Padre, que me envió, no lo trajere". No dijo quiere para que entendiéramos de alguna manera que se adelanta a la voluntad. ¿Quién es traído si ya quería? Y sin embargo, nadie viene sino queriendo. Para que quiera es atraído con admirables trazas por aquel que sabe obrar interiormente en los mismos corazones de los hombres, no para que los hombres crean contra su voluntad, lo que es imposible, sino para que los que no quieren quieran (Contra duas epistolas pelagianorum, 1, 19, 37).

    3. Única era la masa de perdición proveniente de Adán, a la cual no se debía otra cosa sino el suplicio. De esa misma masa se hicieron algunos vasos para honor. "Pues el alfarero tiene poder para hacer de la misma masa". ¿De qué masa? Ciertamente, ya había perecido; sin duda, a tal masa se le debía la justa condenación. Felicítate, porque te libraste. En efecto, te libraste de la muerte merecida y hallaste la vida inmerecida. "El alfarero tiene poder para hacer de la misma masa un vaso para un uso noble y otro para un uso vil". Pero dices: «¿Por qué me hizo a mí para uso honorable y a otro para uso vil?». ¿Qué he de responder? Vas a escuchar a Agustín, tú que no has escuchado al Apóstol, que dice: "¡Oh hombre!, ¿quién eres tú para contestar a Dios?" Acaban de nacer dos pequeños. Si buscas lo merecido, la masa de perdición los posee a ambos. Mas ¿por qué a uno la madre le conduce a la gracia y al otro la madre lo ahoga mientras duerme? ¿Me quieres decir qué méritos tuvo el que fue llevado a la gracia y cuáles fueron los de aquel a quien la madre ahogó mientras dormía? Ninguno de los dos mereció nada bueno. "Pero el alfarero tiene poder para hacer de la misma masa un vaso para un uso noble y otro para un uso vil". ¿Quieres entrar en disputas conmigo? Más bien, maravíllate conmigo y exclama también conmigo: "¡Oh abismo de riquezas!" Estremezcámonos ambos; uno y otro gritemos: "¡Oh abismo de riquezas!" Ambos vayamos de acuerdo en sentir el pavor para no perecer en el error. "¡Oh abismo de riquezas de la sabiduría y conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!" (Sermones, 26, 13).

    4. Yo advierto cuan profunda es esta cuestión y reconozco que mis fuerzas no son suficientes para escudriñarla en toda su profundidad. Me agrada exclamar también como Pablo: "¡Oh profundidad de las riquezas!" Un niño no bautizado camina hacia la condenación. Son palabras del Apóstol: "De un solo hombre viene la condenación". No encuentro un motivo suficientemente razonable; no lo encuentro yo, no digo que no lo haya. Ahora bien, cuando no consiga llegar a lo más profundo de un abismo, debo considerar la fragilidad humana antes de condenar la autoridad divina (Sermones, 26, 13).

    5. ¿Quién amó más a los enfermos que Él, pues por todos se hizo flaco y por todos fue crucificado a causa de su humanidad? (De correptione et gratia 16, 49).

    6. El pecador es inexcusable o a causa del pecado original o a causa de los pecados personales añadidos a aquel original [...] Aunque Dios haga los vasos de ira para la perdición para manifestar su ira y demostrar su potencia [...] sin embargo, en estos mismos vasos de ira [...] destinados a causa de su pecado al suplicio, Dios puede condenar la iniquidad que la razón reprueba justamente, pero no causarla. Como la naturaleza humana, que sin duda es digna de alabanza, depende de la voluntad de Dios, así la culpa, que es digna de condena, depende de la voluntad del hombre (Epistolae, 191, 6, 30).

    7. Quien cae, cae por su voluntad; quien se mantiene de pie, lo hace por la voluntad de Dios (De dono perseverantiae, 19,35).

    8. [...] puede liberar a algunos sin que haya méritos buenos, porque es bueno; y a la vez no puede condenar a nadie sin méritos malos, porque es justo (Opus imperfectum contra Julianum, 3).

    9. Pero se objeta: "¿Por qué la gracia de Dios no se da según los méritos de los hombres?" Respondo: Porque Dios es misericordioso. "¿Y por qué no a todos?" Porque Dios es Juez justo; y por esto justamente, precisamente, da su gracia gratis y por justo juicio de Dios se manifiesta en otros qué es lo que confiere la gracia a aquellos a quienes se la concede. No seamos, por ende, ingratos si, según su beneplácito y para la gloriosa alabanza de su gracia, quiere Dios misericordioso librar de bien merecida perdición a tantos, cuando, aunque no librase a nadie, no por eso sería injusto, ya que por uno fueron condenados todos, no por injusta, sino por justa y equitativa sentencia. Consecuentemente, el indultado ame la gracia y la agradezca; y el que no es indultado, reconozca su deuda y que merecidamente sufre la condena. Si la bondad se manifiesta perdonando la deuda, la equidad resplandece al exigirla; pero nunca puede verse injusticia alguna en Dios nuestro Señor. [...] Insisten en la objeción y dicen: "Pero; si convenía que Dios, para manifestar lo que se debía hacer con todos los hombres, condenara a algunos a fin de que así apareciese más graciosa su gracia en los vasos de misericordia, ¿por qué en la misma causa me ha de condenar a mí antes que al otro, o al otro lo ha de indultar mejor que a mí?" ¿Me preguntas el porqué? A esto no respondo, pues confieso que no encuentro qué responder, y si aun insistes que por qué, en este caso concreto te digo que así como es justa su ira, como es grande su misericordia, tan inescrutables son sus juicios (De dono perseverantiae, 8, 16. 18).

    10. Hay algunos que no rezan o rezan sin fervor, porque saben, según dijo nuestro Señor Jesucristo, que Dios conoce perfectamente lo que nos es necesario antes de que se lo pidamos; ¿habrá entonces que abandonar esa verdad o borrarla del Evangelio? ¡Todo lo contrario!, pues nos consta que Dios nuestro Señor da unas cosas sin que se las pidamos, como el initium fidei, y otras solamente las da a los que se las piden, como la perseverancia final. Ahora que el que cree que la perseverancia es de su propia cosecha, naturalmente no reza para que se la den. Por consiguiente, hay que tener mucho cuidado, no sea que por temor a que la exhortación induzca a la tibieza se apague la oración y se encienda la presunción y la soberbia (De dono perseverantiae, 16, 39).

    11. Vivimos con más seguridad si entregamos todo a Dios y no sólo una parte, reservándonos otra para nosotros (De dono perseverantiae, 6, 12).