El sentido teológico de la elección
Jorge M. Bergoglio sj
Dejando de lado la controversia de si los Ejercicios tienden a lograr la unión con Dios del ejercitante o lo llevan a elegir algo (unionistas y eleccionistas); controversia que puede distorsionar la unidad estructural de los Ejercicios debido a un dualismo de enfoque; procuraremos iluminar el hecho de la elección en los ejercicios desde la misma experiencia bíblica, procurando demarcar sus rasgos principales y sugerir las posibilidades pastorales que esta (digámoslo así) teología de la elección encierra.
Tomaremos como base las misiones de Dios. Son elecciones en las que Yavé da al elegido una misión especial. Tomemos, p. ej., la elección de Moisés (Ex 3,10-15) 3,16-4,14; 6,10; y otras elecciones típicas: Jueces 6,14-18; Jer 1,5-10; Ez 1,1- 3. 15; y finalmente la elección que supone el anuncio del nacimiento del Bautista (Lc 1,13 ss.) y del nacimiento de Jesús (Lc 1).
Todas estas vocaciones (que suponen una elección y una misión) tienen como base un mismo esquema literario que expresa la teología íntima en la que se mueve. El esquema es el siguiente:
1. La misión: la palabra clave es “ve”, que indica el hecho mismo de ser enviado. 2. La objeción de parte del elegido. 3. La respuesta de Yavé a tal objeción. 4. El signo con que Yavé rubrica su elección-misión.
A veces el esquema se repite en alguna de sus partes, con una nueva objeción por parte del elegido y una nueva respuesta de Yavé. Pero lo esencial son esos cuatro elementos
En los Ejercicios la elección (de estado, de reforma, etc.) también tiene una estructura propia. Se inserta en una dialéctica de iluminación interior: es decir de iluminación de la realidad concreta del ejercitante por medio de las verdades eternas; y de comprensión de estas verdades desde esa realidad concreta. De tal modo que lo personal pasa a primer plano, y el contenido de las verdades meditadas está en función de esa decisión libre personal. Cualquier situación concreta tenderá, entonces, a expresarse desde la transparencia de un YO PERSONAL; y toda verdad tenderá a reducirse a la gran Verdad: el DIOS PERSONAL que se revela. Elegir, pues, en el lenguaje de los Ejercicios está muy lejos de ser la evaluación fría en base a “motivos” teóricos o a planes preconcebidos. Será, más bien, la evaluación de una situación personal desde otra situación personal.
Toda elección de algo es un situarse frente a Dios respecto de una pregunta. Por tanto, se trata de una decisión, en la que el núcleo principal lo constituye la opción humana, la respuesta. Desde este punto de vista toda elección, más que un poseer o no poseer es un elegir para sí mismo una posición delante de Dios. Y puesto que este situarse ante Dios es a propósito de una pregunta (hecha por Dios o por el mismo hombre desde la luz de Dios), resulta que la elección es una respuesta. El hombre tiene capacidad para responder a tal pregunta, tiene responsabilidad; y por tanto en el hecho de su respuesta entra en juego esta potencialidad suya.
Tal capacidad de respuesta a Dios (responsabilidad), le es dada al hombre con el bautismo. Aquí se realiza el compromiso básico, referencial de toda actividad humana, y debe desenvolverse en el diario vivir del cristiano… Buscar la manera de lograr el desenvolvimiento de este compromiso, es elegir.
Es por esto que el diálogo con Dios (la oración) es constitutuvo de toda elección cristiana. No se trata de una mera ayuda para cumplir una misión recibida, en el bautismo, si no se trata de la estructura misma del desarrollo de tal misión, la cual sólo puede llevarse a cabo dialógicamente. Por tanto, elegir es situarse delante de Dios, en base al compromiso bautismal; y la medida de tal situación ha de darse en la dialéctica del diálogo, pregunta-respuesta, con el Señor.
Situar la elección de un estado o de una reforma particular fuera del hecho bautismal es situarla fuera de la dinámica del llamado de Dios. Elegir algo es responder ahora, una vez más, a ese llamado, a esa pregunta.
Pero este llamado de Dios es, a su vez, una elección. Él “nos ha elegido primero”. El sentimiento de esta prioridad de Dios en la elección es la atmósfera en que ha de moverse la dinámica de toda elección personal. De modo que, en esta óptica, elegir algo (reforma de vida, estado, etc.) es afirmar, con una decisión propia, la primigenia elección de Dios en nuestra vida.
En la Biblia, si bien la elección que Dios hace primero respecto de su pueblo y de sus hombres supone una cierta definitividad, con todo, está condicionada, en cierta manera, a la respuesta de ese pueblo y de esos hombres. Este dinamismo condicional se expresa por la experiencia de la promesa. La elección bíblica siempre va acompañada de una promesa, y, por tanto, tal elección habrá de desarrollarse en el tiempo intermedio que va entre la promesa y la realización de ella. Es aquí donde se da lugar para la respuesta.
En este tiempo intermedio se juega la libertad del hombre por un diálogo personal con Dios. De ahí que toda elección, por lo mismo que participa de este tiempo intermedio entre la promesa y la realización. Es un riesgo que supone una búsqueda sincera de la voluntad de Dios en medio de los condicionamientos propios de ese tiempo. Por eso no puede reducirse a un simple juego de razones en pro y en contra, sino que debe hacerse desde el fondo personal, en diálogo con el Dios personal, que -en este momento y no en otro- me pide una respuesta continuadora de mi compromiso bautismal; una respuesta que sea la afirmación o la negación (de mi parte) de la primera elección que Él hizo sobre mí. Y así se explica, en los textos bíblicos de la elección citados arriba, todo el armazón de objeciones-respuestas, en que el elegido y Dios “luchan”. Y la seguridad de una elección bien hecha no vendrá tanto de la evidencia de los principios utilizados en ella, sino del signo, el cual también viene de arriba, y es, sí, una gracia.
Boletín de espiritualidad Nr. 3, p. 7-8.