Una estrategia para la Liberación
Encuentros comunitarios con técnicas grupales

Oscar Calvo sj





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Primera parte: introducción y contenidos

“La mayoría de nosotros realmente no siente, no percibe, no está políticamente consciente de esta necesidad de cambio. Esto presenta para mí el primer problema para nuestra estrategia” (1).

El pecado de los grupos militantes: Jesucristo ha asegurado que la Iglesia existirá hasta el fin de los siglos, pero no necesariamente cada iglesia particular. La historia nos dice que comunidades cristianas muy florecientes en otros tiempos, al norte de África, por ejemplo, han desaparecido hasta el día de hoy, sin señales de resurgimiento alguno. Lo mismo podría suceder en Latinoamérica, por lo menos en las estructuras visibles y organizadas.

Lógicamente si se cuestiona la vida misma del todo, de esta iglesia particular enmarcada en nuestro hemisferio, con más razón hay que preguntarse seriamente por la subsistencia de cada parte: sacerdocio, vida religiosa, fieles. Si nos atenemos a las estadísticas –criterio muy incompleto, pero inquietante– nos parecemos a un barco que se va hundiendo inexorablemente: noviciados vacíos, seminarios convertidos en colegios, grupos laicales anquilosados y sin el aporte de nuevos miembros. La nuestra es una crisis a nivel del ser y no meramente del obrar: no se trata de que pensemos sólo en nuevas técnicas de acción y reclutamiento, sino de que analicemos urgentemente por qué vamos desapareciendo de la superficie. Los Documentos de Medellín nos enfrentaron con nuestra averías de fondo: los cristianos militantes hemos perdido contacto con el hombre actual, con el latinoamericano oprimido y subdesarrollado.

“La falta de solidaridad lleva, en el plano individual y social, a cometer verdaderos pecados, cuya cristalización aparece evidente en las estructuras injustas que caracterizan la situación de América Latina” (2).

En otras palabras, nos falta sensibilidad para sufrir con los que sufren y audacia para encarar las causas reales de este sufrimiento. Como personas y como grupo religioso nos hemos desentendido de los problemas cruciales, organizando congresos y cursos costosos y anestesiantes, mientras las cuestiones más decisivas se gestan, discuten y viven fuera de nuestras reuniones y perspectivas.

“Detenemos la Iglesia con bobadas y consumimos sus energías lamentablemente con ocupaciones caducas ya vacías de sentido” (3). Más aún: “La Iglesia da la impresión de haber perdido la clave del lenguaje de los hombres” (4).

Jesucristo es impensable sin su naturaleza humana; tampoco un grupo puede seguir subsistiendo como cristiano si está desencarnado, desolidarizado de los hombres con quienes convive y de quienes forma parte él mismo. Por eso, hoy día, lo que está cuestionado es nuestro ser religioso mismo, prescindiendo de que haya o no más vocaciones para el sacerdocio, vida religiosa o militancia laical. Es un problema fundamentalmente cualitativo y no tanto numérico.

Necesidad de una conversión grupal: Nuestro pecado de alienación exige la conversión hacia cada latinoamericano concreto, imagen y semejanza tan desfigurada de Dios, que es cristiano sin poder asumirlo plenamente.

Junto con la necesidad del cambio estructural, Medellín insiste en el cambio o conversión del hombre como originalidad del mensaje evangélico. Pero no podemos entender ese “hombre” a un nivel exclusivamente individual, sino que retomando el concepto judeo-cristiano de personalidad corporativa, es la Iglesia en todos sus cuadros militantes, quien debe cambiar de un modo colectivo. A fortiori no basta que miembros aislados de cada comunidad religiosa o diocesana se convierten o solidaricen con los problemas reales. La experiencia nos va mostrando individuos que se mentalizan sin que lo haga el grupo inmediato al que pertenece, enfrentados por eso mismo con situaciones muy dolorosas, hasta abandonar su congregación religiosa, su sacerdocio o su movimiento laical. La dinámica interna de los grupos exige que todos los miembros –por lo menos una parte representativa– comparten el convencimiento de que el cambio es necesario. Sólo así un grupo es instrumento efectivo de crecimiento personal y comunitario. De lo contrario, es fuente de tensiones y desalientos.

Si prescindimos de otros problemas concomitantes, de nuevo las estadísticas nos dicen que las crisis sacerdotales, por ejemplo, se deben en gran parte a la decepción frente a lo que el cristianismo latinoamericano militante dice y no hace. Los fuertes “anhelos de maduración personal y de integración colectiva” de nuestro continente también pulsen por concretarse en cada comunidad religiosa, en cada grupo apostólica y diócesis, pero las rígidas estructuras jurídicas y una serie de costumbres que se confunden con la tradición genuina, nos frenen en vez de dinamizarnos y abrirnos a esta nueva sociedad que se está gestando.

“Lo jurídico, elaborado y cristalizado en otras épocas –ya muy lejanas– no permite que se manifieste la personalidad de los hombres de hoy, que deben hacer el nuevo rostro de la iglesia. Se percibe un quebrantamiento en muchos por la falta de flexibilidad y cambio en las estructuras que no corresponden el mundo de hoy, a su ritmo y dimensiones nuevas…” (5).

Al respecto, vemos que nuestros pueblos van reaccionando contra la seudo-democracia vigente que los oprime y vislumbran y aspiran a un proyecto de vida más humano.

“La socialización entendida como proceso sociocultural de personalización y solidaridad crecientes, nos induce a pensar que todos los sectores de la sociedad deberán superar, por la justicia y la fraternidad, los antagonismos, para convertirse en agentes del desarrollo nacional y continental. Sin esta unidad, Latinoamérica no logrará liberarse del neocolonialismo a que está sometida, ni por consiguiente, realizarse en libertad” (6).

La Iglesia solo podrá hacerse carne y habitar entre los contemporáneos de nuestro continente, si asume al hombre con esos anhelos concretos de socialización que lo permiten acceder a una mayor libertad. Y si con los obispos interpretamos todo este proceso “como un evidente signo del Espíritu, que conduce la historia de los hombres y de los pueblos hacia su vocación”, entonces, cada comunidad eclesial deberá sumarse a ese dinamismo liberador, empezando por fomentar dentro de sí misma un ambiente no de opresión, sino de libertad, apto para la personalización y solidaridad real entre sus miembros.

Encuentros comunitadios y liberación.

Los Ejercicios Espirituales individuales constituyen, entre tantos, un método tradicional y efectivo para detectar los signos del Espíritu a nivel personal. Esto, o cualquier otro tipo de reflexión y oración solitaria, es imprescindible porque más allá de todo narcisismo, exige un sincero cuestionamiento de las propias actitudes socio-religiosas (7).

Pero tal cuestionamiento resulta insuficiente: dentro de una comunidad religiosa, por ejemplo, cada miembro puede cumplir fielmente con su retiro anual sin que ello asegure los cambios radicales y liberadores que, a nivel grupal, exige la crítica situación presente. Al respecto, los Encuentros Comunitarios intentan trasladar el seno de los grupos religiosos y militantes, el planteamiento vivencial que los Ejercicios Espirituales inducen en cada individuo.

Conviene distinguir, también en un Encuentro, los contenidos y el método, es decir: qué material de reflexión y oración se debe encarar y cómo llevarlo a cabo del modo más efectivo, utilizando distintas técnicas grupales que colaboren con la iniciativa e inspiración del Espíritu.

Contenidos

“La Iglesia no solo debe ir al pueblo, sino que debe comenzar desde el pueblo” (8). Un grupo cristiano en reflexión espiritual debe preguntarse primeramente por su “ser pueblo”, inserto en un espacio y tiempo concretos: el latinoamericano contemporáneo. Y, ante todo, debe caer en la cuenta y reconocer que su pecado básico –el desencarnacionismo y distanciamiento del pueblo– revierte, como vimos, en un alejamiento de su propio ser cristiano.

Pero ello no basta. De acuerdo a la doctrina ascética tradicional, el grupo tiene que abrir los ojos del espíritu a las raíces causales de su pecado: nuestro subdesarrollo eclesial, como parte del subdesarrollo integral latinoamericano, también tiene su origen y causa principal, de la cual depende, en el desarrollo capitalista. No es extranno mezclar el examen de conciencia con estos aspectos político-económicos, puesto que influyen íntimamente en los criterios religiosos y en la vida misma de los grupos eclesiales. El desarrollo capitalista, y las injustas estructuras que pretenden seguir manteniéndolo de manera inamovible, son la expresión contemporánea de la raíz pecaminosa por antonomasia que también alimenta a nuestra militancia cristiana: el egoísmo.

“Hay un solo mandamiento: el amor, y los otros no son más que explicitaciones de él. También hay un solo pecado: el egoísmo, cuyas formas principales están representadas en los siete pecados capitales” (9).

El egoísmo capitalista –que es nuestro, en cuanto nos identificamos con él– se explicita sobre todo en la ambición de tener-más con perjuicio de la mayoría del pueblo, al que no ama, sino que va desangrando. Y las técnicas de control que emplea: sujeción político-económica e incluso religiosa (10), intervención militar y represión policíaca, etc., dan por supuesto que el orden defendido por esos medios es justo sin discusión alguna. Pero sabemos que el objetivo último no confesado es impedir todo cambio estructural que ponga en peligro su seguridad como sistema. Es que el neo-colonialismo, para poder tener más y seguir vigente, necesita que todo permanezca como está.

Y su gran amenaza es el cambio, sobre todo que el pueblo –incluidos los grupos religiosos– acceda a su ser auténtico, entre en el “proceso de personalización y solidarización crecientes”, porque la mentalidad popular puede generar opciones integrales irreversibles, “desde lo económico hasta lo religioso”.

Cabe, entonces, preguntarse de qué forma el actual sistema es también el pecado capital de los grupos cristianos militantes; es decir, cómo les impide todo cambio profundo, coartando su liberación, su solidarización con el pueblo. Una de las luces más decisivas que el Espíritu puede revelar hoy a las comunidades en reflexión es hacernos caer en la cuenta de que nuestro subdesarrollo específico –la insensibilidad social– es mantenido por la dependencia ideológica, que nos hace internalizar habitualmente las pautas capitalistas del tener más y de mantener las cosas como están en nuestra vida religiosa y en los planes pastorales (11).

A través de los medios de comunicación masiva, el neocolonialismo nos domestica al estilo pavloviano, de modo que nuestra escala de valores y los proyectos apostólicos suelen ser respuestas-reflejos condicionados: automáticamente aceptamos los cambios sociales mientras responden a estímulos-perspectivas no radicales, es decir, con tal que esos cambios aseguren la permanencia de las estructuras “protectoras” de la civilización cristiana.

Y por un fenómeno de contigüidad psicológica nos avenimos a la renovación eclesial, siempre que repete la conservación de nuestras obras, de ciertas instituciones, reglamentos –y hasta modos de vestir–, también supuestamente protectores de nuestra supervivencia grupal.

La paradoja no deja de ser trágica: el mismo gesto de refugiarnos bajo las alas salvíficas del sistema establecido y de tradiciones domésticas indiscriminadas, nos alejan más y más de nuestra razón de ser cristianos, que exigiría identificarnos con el pueblo oprimido por ese mismo sistema y por sus adherencias seudo-religiosas.

Medellín denunció –como vimos– a ese neocolonialismo que finge salvaguardar los valores occidentales y cristianos, pero que de hecho nos está destruyendo merced a un sistemático sometimiento integral.

“Cristo nos libertó para que seamos libres…”

“No habéis recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos que nos hace llamar a Dios: Padre” (12).

La oración debiera ir liberándonos de los condicionamientos que opacan la transparencia del Espíritu, deseoso de iluminarnos desde nuestro ser íntimo y de movilizar así nuestras capacidades y aspiraciones más genuinas.

Para que la Libertad pentecostal descienda sobre una comunidad orante, es imprescindible, pues, que éste comience por tomar conciencia de su sujeción cultural e ideológica, haciendo un profundo discernimiento o distinción entre las convicciones o criterios propios y los inducidos por la propaganda, entre los auténticos carismas evangélico-tradicionales del grupo, que lo personalizan y disponibilizan para con el pueblo, y esos patrones de conducta introyectados, que configuran personalidades infantiles y temerosas, objetivamente mediocres y disminuidas, faltas de la audacia y creatividad paulinas.

Es una tarea decisiva porque está en juego el valor humano que con mayor vigor ha asumido siempre el cristianismo: el libre albedrío, la libertad de elección y de espontaneidad (13).

“Hoy día, la mayoría de la gente está convencida de que, mientras no se la obligue a algo mediante la fuerza externa, sus decisiones le pertenecen; y que si quiere algo, es ella realmente quien lo quiere. Pero se trata tan sólo de una de las grandes ilusiones que tenemos acerca de nosotros. Gran número de nuestras decisiones (y criterios) no son realmente nuestras, sino que nos han sido sugeridas desde afuera …” (14).

El grupo en reflexión se preguntará entonces: ¿Hasta qué punto somos libres en la determinación de nuestros enfoques vitales y pastorales? ¿No estarán animados por criterios neocolonialistas? Es decir: ¿no estaremos actuando, más o menos inconscientemente, bajo el influjo de nuestro pecado capital, esa reacción estereotipada por conservar estructuras caseras que impiden tanto la realización y cohesión personal y fraterna, como un servicio efectivo y encarnado en la comunidad humana?

Que entonces se nos revele que perseveremos en actitudes y en obras ya anacrónicas, no tanto por una decisión madura y libre, sino por una serie de racionalizaciones y afectos desordenados, de oscuras ambiciones y temores.

Dejemos por sentado que “necesitamos tener-más recursos para mantener a toda costa tal obra, –un colegio, una asociación, etc.– porque es un servicio a la Iglesia”, pero está subyaciendo un pretexto capitalista, reforzado por nuestro miedo natural a los riesgos del cambio: conservar a ultranza el statu-quo, la estructura vigente, los ingresos…

En ultimo caso, estamos defendiendo la razón del ser del grupo, su supervivencia, pero lo apuntalamos con razones y fundamentos tan precarios que las obras terminan por desplomarse, y junto con ellas, desaparece el grupo.

Es que contra los hechos no valen argumentos: las comunidades que no se encarnan objetivamente “desde el pueblo” y para él, sino que pretenden seguir haciéndolo desde el sistema establecido y desde miedos paralizantes, son las que ganan en la carrera suicida hacia la extinción.

La oración de cualquier comunidad debe, pues comenzar por estos planteos de fondo, a riesgo de seguir auto aniquilándose con ese espiritualismo a-histórico y escapista, que se nutre de temas piadosos escépticos e insuficientes para reinterpretar la Buena Nueva a partir del aquí y del ahora.

Nuestros problemas eclesiales ni se aclaran ni se solucionan con la determinación simplista y perezosa de intensificar la meditación en una suerte de desarrollismo espiritual.

El punto neurálgico está en intentar sacudirnos esas estructuras mentales que impiden que la oración misma sea liberadora y nos permita encarar los problemas de frente sinsoslayarlos.



En la Segunda Parte se explican los objetivos y métodos, en base a la reflexión personal y comunitaria, a técnicas grupales y prospectivas (15).

1. Lograr el descondicionamiento de esos miedos inhibitorios, que configuran tantas respuestas psico-religiosas neuróticas, es decir, tantas soluciones paliativas e ilógicas que, debido a su inadaptación, no satisfacen a las exigencias objetivas de los problemas.

2. Reemplazar por actitudes vivenciales maduras todas esas reacciones desajustadas. La madurez implica, al mismo tiempo, reflexión sincera y audacia ejecutiva, a nivel personal y comunitario.

Se trata de devolver al individuo y a su grupo no sólo la libertad de pensar y decidir, sino de tener pensamientos y decisiones que sean propias, y no meramente sugeridas desde afuera, o por temores irracionales.

“El pre-requisito básico para un cambio radical parece ser el desarrollo, no de la conciencia de clase, sino de la conciencia como tal, libre de las distorsiones impuestas sobre ellas” (16).

Segunda parte: objetivos y métodos

Al analizar los contenidos del encuentro, veíamos que el desarrollo capitalista causa y mantiene nuestro subdesarrollo específico eclesial –la insensibilidad social, el alejamiento del pueblo– merced a una sistemática dependencia ideológica. Si la secularización creciente provoca en los grupos militantes una suerte de “desempleo social”, un no saber en qué ocuparnos dentro de la sociedad actual, sin embargo, la dependencia ideológica nos impacta de manera mucho más perjudicial, pues nos impulsa a un “infra-empleo social”, a una sub-ocupación de nuestras capacidades y recursos en obras sin repercusión o, peor aún, antipopulares. Este impacto es mucho más engañoso, pues nos impide que nos enfrentemos con nuestras manos vacías.

La secularización nos dice abiertamente que el mundo actual va prescindiendo de nuestros servicios apostólicos. No tenemos escapatorias ni racionalizaciones posibles: estamos vacantes, sin un trabajo valedero.

La dependencia ideológica, en cambio, nos anima a mantener nuestras obras sin utilizar la capacidad autocrítica. Así pensamos que nuestras parroquias, colegios, universidades, etc., necesitarían sí una renovación, ciertas reformas, para estar a la altura de los tiempos, pero no un cuestionamiento a fondo.

Nosotros mismos debemos actualizarnos, convertirnos incluso, pero de antemano determinamos que la indagatoria deberá respetar intactas nuestras estructuras mentales, los criterios y decisiones de siempre. “porque los principios cristianos son inmutables”.

De tal manera, la dependencia ideológica nos hace creer que estamos al día, pero en realidad, nos cristaliza en personalidades infra-desarrolladas, incapaces de realizar un balance existencial sincero (17).

1er. Objetivo: vivencia la frustración existencial
1er. Método: análisis descriptivo del presente. Imaginación del futuro deseado.

El objetivo inmediato es que el grupo se cuestione como tal, que caiga en la cuenta de la imagen negative que suele dar al pueblo por su alianza con las pautas neo-colonialistas, de colaborar como cómplices en la perpetuación del desorden social establecido.

De ahí que los grupos militantes cristianos estemos viviendo con una llaga íntima, latente y encubierta, pero real, que no queremos objetivar por el dolor que nos produciría.

Reprimida, pues, por un activismo acrítico, persiste una verdadera frustración existencial, un vacío de valores y de sentidos en lo que somos y en lo que hacemos.

Si el grupo logra enfrentarse con sus fracasos, si permite que ellos afloren y hagan crisis, esté en camino de una sólida curación. Quien cree tener todo en orden hoy día, es un mediocre; en cambio, quien es capaz de objetivar sus profundos sinsentidos, de ceder en su actitud de rico espiritual, entrará en una disponibilidad y receptividad terapéutica: al asumir su propia frustración, se estará re-identificando con la frustración que el pueblo latinoamericano vive desde siempre.

Será un auténtico comenzar “desde: el pueblo, sin muchos planes pastorales que ofrecerle, pero con un gran acopio de sufrimiento y perplejidad que compartir con él” (18).

El encuentro persigue, pues, un objetivo subversivo: perturbar el orden estructural del grupo, remover sus esquemas mentales, de modo que las raíces enfermas queden descubiertas a la luz de la verdad y de la oración, y se marchite toda esa falsa apariencia de seguridad y activismo.

Por eso, el coordinador debe apelar al núcleo de libertad que resta intacto en cada grupo y en cada persona: la dependencia ideológica es muy fuerte y envolvente, pero no anuló definitivamente la capacidad de auto-criticarnos y desprendernos de su influjo

Todo grupo Cristiano debiera hoy intentar quebrar ese cerco apretado que denunció Medellín: a menor personalización y cohesión fraterna, mayor sujeción al neocolonialismo que nos impide realizarnos en libertad.

Se trata, pues, de romper el círculo condicionante, a partir de la personalidad espiritual, de ese mínimo de libertad sana, ese mínimo de espontaneidad que es capaz de movilizarse eficazmente.

El grupo es estimulado a ello, ya en la presentación de cada uno, tratando de que exponga con soltura los puntos de vista sobre sí mismo y su inserción en la iglesia y el mundo actual.

El primer método trabaja con tres herramientas de prospective (19).

1. Análisis descriptive de la realidad. Se realiza verbalmente o con el auxilio de las fichas morfológicas que ayudan a explicitar de modo ordenado y participado cómo ve el grupo la realidad latinoamericana, y cómo se ve a sí mismo.

El coordinador puede enriquecer y motivar el análisis con una sumaria información: por ejemplo, el documento “Paz” de Medellín (la dependencia absoluta de los centros monopólicos), o leyendo impresiones de grupos no-cristianos sobre los militantes (“No saben hacia dónde van, para qué están, empleados en tareas antipopulares, vida mortecina y sin entusiasmos maduros”, etc.).

La confrontación de todos estos datos ayuda a ir objetivando esa frustración existencial latente, y el grupo puede calibrar y asumir su insensibilidad social, su desubicación mayor o menor de la realidad, el des-encarnacionismo que cuestiona incluso su calidad humana.

Motivado inicialmente, el grupo es invitado a superar sus modos ya estructurados de pensar –condicionados en gran parte por la dependencia ideológica– mediante el ejercicio de las 2. Utopías absolutas: un dejar suelta la imaginación, para que en una media hora, los subgrupos vayan pergeñando una historia irreal, mejor cuanto más absurda y fantástica, y sin mayores conexiones lógicas.

Una vez expuestas las utopías en el plenario, el grupo está más agilizado y liberado mentalmente, para confeccionar ya una 3. Utopía pertinente: la imaginación, unificando ahora la sensibilidad (social) con la racionalidad, modela cómo deberá ser la Iglesia dentro de 10 o 20 años, para que el mensaje sea recibido y aceptado.

Flotando en el “tiempo abierto”, se elabora esta utopía, este modelo prospectivo, teniendo clara una finalidad medular de esa comunidad del futuro, lo esencial que habrá de conseguir e incluso mantener, y qué tipo de compromisos deberá asumir para que ella tenga razón de ser.

Desde ya, una de las ideas-fuerza indispensables en el modelo eclesial, será la liberación total de los pueblos latinoamericanos.

Tal ideal absolute por alcanzar, se concretará en distintos objetivos a cumplir en el tiempo (urgente, corto y largo plazo), junto con los diferentes roles a desempeñar.

Para este ejercicio es necesario prescindir del presente, de lo que somos y hacemos, de nuestra personalidad y obras estructuradas hoy, imaginando el fruto como observadores desinteresados, “haciendo cuenta, entretanto, que todo lo dejamos en afecto, poniendo fuerza de no querer aquello ni otra cosa ninguna, si no nos moviere sólo el servicio de Dios N. Señor” (20).

2do. Objetivo: toma de conciencia de los propios condicionamientos
2do. Método: análisis explicativo del presente.

El objetivo ulterior será caer en la cuenta del grado de opresión en que estamos, detectando los condicionamientos en nuestra vida concreta y tratando de explicarlos psico-teológicamente, en busca de los por qué.

El grupo reflexiona desde el future imaginado hacia el presente, hacia la elaboración de un modelo diagnóstico que objetiva su realidad, ya sondeada en el paso anterior, pero profundizada ahora en la dilucidación de las causas y repercusiones.

El aclarar los porqué de nuestras actitudes actuales, supondrá sumergirnos en el pasado mediante una visión retrospectiva que detecte los antecedentes negativos, y las tradiciones positivas con que debemos reencontrarnos, a causa de su perenne fuerza generadora.

Pero esta mirada hacia atrás no tiene un dejo nostálgico y paralizante, pues la hacemos desde un futuro deseado que nos urge y apela a concreciones, y no a meras contemplaciones estáticas.

Se dará entonces una continua dialéctica de confrontación entre el modelo prospectivo ya esbozado y este análisis causal del presente-pasado.

La tesis futura quedará así enfrentada con su antítesis: el modelo diagnóstico.

El coordinador reforzará la búsqueda grupal –que se realiza con técnicas morfológicas o de dinámica grupal– dando una información, siempre sucinta, de los elementos psico-espirituales afectados por los condicionamientos.

Explicará entonces cómo opera la propaganda, creando en nosotros respuestas automáticas, reflejos condicionados, debido a la introyección de temores irracionales, aspiraciones artificiales de consumo, etc. (21).

Pero debe quedar claro que estos mecanismos externos funcionan en nosotros por una cierta complicidad, en la medida en que libremente los asumimos, asimilándonos las pautas que oprimen el hombre-pobre. En este caso, el “quien no está conmigo está contra mí”, debe traducirse en un “quien no está con el oprimido está contra él, identificado con el opresor”.

1. Nuestra preocupación por tener-más y por matenernos-así, se suele objetivar en un prodigarnos envolvente que exige de los demás una actitud de meros receptores beneficiados y agradecidos pro la verdad y el bien que les damos.

Esto es una forma de opresión.

Un ejemplo común: la educación en A. L –incluidos los establecimientos religiosos– es opresora, porque suele impartir contenidos ya elaborados y programas ya previstos, sin propiciar una participación creativa en los jóvenes.

En esta concepción alienante, “el educador es siempre el que sabe; el educando, el que no sabe. El educador es el sujeto del proceso; el educando, su objeto” (22).

La ansiedad por dar, ha sofocado en nosotros la iniciativa de la gracia, de la acción de Dios, que nos habla en el hombre.

Lo primero en la vida cristiana auténtica no es el dar sino el recibir: por algo Cristo nos habló del espíritu de pobreza como condición para entrar en el Reino.

Entonces, una causa de nuestro actual infra-empleo de fuerzas –expresión objetiva de la íntima insensibilidad social– estaría fundamentalmente en la falta de apertura y disponibilidad espiritual para percibir y compartir la frustración y aspiraciones latinoamericanas en toda su magnitud.

El voluntarismo activista –necesidad compulsiva de dar, dominando con los dones– ha desdibujado esa disposición ontológica del “alma en gracia”, que los antiguos escolásticos denominaban con precisión “receptáculo”.

La actitud cristiana de ser-pobre para compartir, está sepultada bajo el opresivo tener-para-dominar, que ante el pueblo, nos identifica con el paternalismo calculado de los poderosos, interesados por mantener, al mismo tiempo, las dádivas y la sujeción de los necesitados.

2. En las raíces de nuestra actual frustración, persiste además un deterioro en la fe (lo mismo hay que decir de la esperanza y caridad).

Aún si la definimos como una adhesión confiada en Dios, que solo se apoya en Él, tenemos que aceptar que demasiadas veces nos apoyamos en nosotros mismos, que nuestra adhesión suele ser condicionada y nuestra confianza con dudas.

Debiéramos reconocer esas limitaciones como reales, para vivirlas con esa especie de desaliento habitual que tiñe la existencia de tantos cristianos, que confunden el ideal absoluto a ir concretando, con las etapas necesarias. Aunque ya arraigada en todo nuestro ser, la fe se desarrolla y plenifica progresivamente, con avances y retrocesos.

Es que las pautas capitalistas también operan desde nuestras virtudes teologales: el deseo dominante de tener-fe, de mantenerla-así de una vez para siempre, y el miedo de perderla, nos hace vivir una espiritualidad ansiosa, nocivamente vuelta hacia nosotros mismos, en un afán de controlar su mantenimiento, su desarrollo y posibles desviaciones.

“Tendríamos que Volver a ponernos en las manos de Dios en el buen sentido, y devolver a su acción la fuerza original, recordando que la fe –igual que la esperanza y el amor– crecen en nosotros como la semilla, “sin que nos demos cuenta”.

“El hombre está sostenido por la espiritualidad inconsciente, irreflexionada. Debemos reencontrar la confianza en la sabiduría de nuestro propio corazón. Debemos convencernos de que siempre que nos confiemos a nuestro inconsciente, venimos a parar a las manos de la gracia, puesto que el inconsciente espiritual es un lugar de gracia, donde ella está el cecho esperando que el hombre caiga en sus manos” (23).

El ensimismamiento spiritual –esa actitud tensa hacia uno mismo, que bloquea la manifestación de la gracia operante desde las profundidades del ser– es una verdadera auto-opresión, pues impide la maduración armoniosa individual y grupal, la liberación plena de las potencialidades de ser-en-Cristo.

3. Por otra parte, el mirar hacia sí habitual, conduce psicológicamente a fenómenos de despersonalización, pues el hombre no se encuentra a sí mismo en sí mismo, sino en los demás.

Se da, pues, una interacción –con efecto multiplicador– entre la autocontemplación espiritual forzada y la autorreferencia psíquicamente neurótica.

Esta última suele manifestarse en los grupos militantes y comunidades religiosas con sus rasgos típicos: angustia en los temores ante cualquier cambio profundo –en la personalidad y en las obras–, por las supuestas consecuencias. Se teme afrontar el riesgo de desaferrarse de lo poseído para acceder a lo que uno es. Obsesión: antes de realizar cualquier modificación, de poner en práctica cualquier plan, pretendemos tomarlo todo previsto. Se busca un conocimiento absolutamente seguro y una decisión absolutamente justa, pues se teme todo proceso y experiencia humana que, en su continuo fluir, exige que la vayamos creando, muchas veces con tanteos y errores. La personalidad obsesiva, ya cristalizada hacia sí misma, está sometida a los escrúpulos y a la meticulosidad detallista. Sexualismo: la castidad, en los distintos ambientes cristianos, es vivida más como una traba que con corazón libre. Se atiende más al esfuerzo personal que el carisma divino; se valora más el sacrificio que el amor de la entrega.

Cada persona y cada grupo tiene que preguntarse con sinceridad si está mirando a las tradiciones cristianamente, lo cual exige una actitud de marcha creativa hacia el futuro o, si más bien, se está mirando a sí mismo neuróticamente con el recelo ansioso de un ghetto ya clausurado desde dentro, que sólo repite fórmulas y gestos inertes.

Pablo, que todo lo puede en Cristo, mira más bien hacia el future, descartando el poder ser “absolutamente” perfecto en el presente: “Hermanos, yo no creo haberlo alcanzado todavía (la perfección en Cristo). Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto, en Cristo Jesús … Por lo demás, desde el punto a donde hemos llegado, sigamos adelante” (24).

3er. Objetivo: asumir condicionamientos psico-espirituales.
3er. Método: Programación transformadora y comprometida hacia el futuro.

Si el grupo se ha reconocido en connivencia con las pautas capitalistas que lo convierten en opresor de los demás y de su propria personalidad –individual y comunitaria– buscará entonces la liberación de sus dependencias.

La actitud de san Pablo es la mejor terapia, el mejor método: dejar de analizarse angustiosa y obsesivamente, y lanzarse hacia las tareas importantes de nuestro momento histórico, con inteligencia –no dando golpes al aire, producto de un efímero entusiasmo– y con audacia creativa y transformadora.

No basta el mero “compartir los dolores y anhelos de América Latina”, eso sólo equivale a una conmiseración estática y estéril y no exenta de cierto sentimentalismo. El grupo debe preguntarse de qué forma concreta se insertará en el proceso de liberación, a nivel pastoral, educativo, político, etc.

Elabora entonces un modelo operativo: termina ese zig-zag dialéctico desde el futuro al presente-pasado y viceversa, en un ir y venir entre lo ideal deseado y lo real constatado, para conjugarlos en una síntesis que conduzca al presente. El modelo operativo es, pues, un presente potenciado de futuro.

Para que tal proyecto sea agible, el grupo deberá evaluar los recursos con que cuenta, graduar los objetivos en sucesivas etapas, y estudiar la factibilidad y aceptabilidad de lo programado, en una estrategia que haga del plan algo posible de realizar y aceptable en el ambiente en que el grupo se mueve.

Además debe ser de una flexibilidad tal que permita que todos y cada uno de los integrantes acepten e internalicen los objetivos y métodos. Nadie vivir el modelo como algo que se le quiere imponer, y en cuya elaboración no ha tenido parte.

Por otro lado, es fundamental que las decisiones grupales no configuren un nuevo escapismo: nuevos objetivos, nuevos métodos, con la mentalidad de siempre. Sería un mantenerse como hasta entonces, con un engañoso desarrollismo cuantitativo y superficial, cuando se trata de cuestionarse estructuralmente, lo que exigirá cambios cualitativos pero personalizantes.

Sería desastroso para el grupo conformarse con una simple adaptación a los tiempo: ello equivale a seguir retocando el desorden establecido fuera y dentro nuestro, epro dejándolo intacto. Es seguir dependiendo, es seguir llegando tarde a todo.

Debemos liberar la Fuente de nuestra espontaneidad vital en lo profundo de nuestro organismo bio-espiritual donde está inserta y bulle la gracia increada que es Cristo. Desde Él, presente en nosotros y, simultáneamente, desde los signos pronósticos contemporáneos, tenemos que ser capaces de crear una nueva síntesis cristiana, nunca definitiva, sobre todo viviendo por anticipado y haciendo ya realidad los elementos del modelo futuro.

Por supuesto, este cambio radical de actitud desencadenará miedos y tensiones grupales: los condicionamientos neuróticos ya vistos, y otros más, se actualizarán en firmes resistencias que van a enfrentar a la “fuerza resistente del espíritu”.

También las tentaciones del desierto y Getsemaní nos muestran a Cristo reaccionando dolorosamente contra la angustia y obsesiones paralizantes que le suscitaba el tentador: un milagro le podría ahorrar todo el proceso riesgoso.

Cristo experimentó ese vértigo humano de querer quemar etapas y saltearlas, evitando así toda incertidumbre y alcanzar de golpe la meta final, la redención. El Señor se hizo violencia y pasó la prueba, transformando el mundo de los hombres y de las cosas, porque actualizó un plan previsto que, además, atacaba las raíces del mal.

Ahora, el coordinador debe empujar suave y firmemente al grupo, hacia una praxis-terapia: el modelo operativo debe tener una aplicación inmediata desde el encuentro mismo si es posible, mínima pero real, de modo que la acción desencadenará una reflexión que, a su vez, impulsará a una experimentación ulterior un poco más transformantes y comprometida, y así sucesivamente.

Se impone entonces una nueva información, delicada pero estimulante, que ponga al grupo ante la verdad y lo urja a optar.

Hay que correr el velo de una serie de “cucos” irracionales e ilógicos: hacer ver al grupo lo engañado que está si cree que alimentando esos miedos a cambiar estructuralmente podrá subsistir como grupo. Al contrario: la experiencia nos indica que por no hacernos planteos de base, nos estamos extinguiendo. De hecho, la gente radicaliza entre los jóvenes y adultos prefiere abandonar nuestros movimientos eclesiales y congregaciones religiosas, o no seguir la vocación del Espíritu porque nos viven como grupos opresores que frustrarían sus inquietudes y aspiraciones socio-religiosas.

Además, mirando al grupo en sí mismo: ¿Vale la pena seguir esquivando los riesgos de un cuestionamiento a fondo, creyendo evitar así los miedos y angustias que ello produciría, cuando el no enfrentarnos con sinceridad produce precisamente nuestros temores e indecisiones actuales?

¿Vale la pena vivir subestimándonos como hasta ahora? Porque, de hecho, aceptamos depender del neocolonialismo no sólo política y económicamente, sino más aún, estarle sometidos ideológicamente, con lo que justificamos la necesidad de que las estructuras actuales –fuera y dentro nuestro– se mantengan, o a lo más, se renueven. Estructuras que, por otro lado, denunciamos como pecaminosas… ¿Vale la pena, pues, seguir reconociendo otro señor de nuestras vidas que no son Cristo y, por ello, arrastrar ideales mezquinos y sin atracción para casi nadie?

Con estos y otros cuestionamientos se estimula al grupo a que objetive esa indignación latente contra la dependencia ideológica y contra sí mismo; y que exprese de una vez por todas esos sentimientos de agresividad reprimida.

Un hábil manejo de las tensiones originadas puede llevar, finalmente, a una mayor integración grupal que se explicitará en ponerse ya en algún cambio efectivo y realista, con riesgos mínimos, pero que serán tolerables s se comparten grupalmente (25).

“Debemos enfrentar el adoctrinamiento para la servidumbre con adoctrinamiento para la libertad. Cada uno de nosotros debe crear en sí mismo e intentar crear en otros la necesidad instintiva de una vida sin temor, sin brutalidad y sin imbecilidad” (26).





Notas:

(1) Marcuse, H., “La sociedad carnívora”, p. 85, edic. Galerna 1969.

(2) Medellín, Justicia 1.

(3) Arrupe, P., Entrevista al diario “Ya”, Madrid, mayo 1970.

(4) Encuentro de laicos, Rep. Dominicana, 1969. En “Iglesia Latinoamericana, protesta o profecía?, p. 354, ed. Búsqueda, 1969.

(5) Reunión sacerdotal de Quilmes, junio 1965. Ibidem, p. 100.

(6) Medellín, Justicia 3.

(7) Calvo, Oscar, “Denuncia profética y Ejercicios Espirituales”, en “Actualidad Pastoral”, 15 (1965).

(8) “Declaración del espiscopado argentino”, San Miguel, abril 1969, 5, p. 39.

(9) Varillon, F., Teología Dogmática, p. 203, ed. Paulinas 1968.

(10) “En ese sentido puede interpretarse el párrafo por el que el Ministro del Interior dirigió en el mes de junio (1969), una velada advertencia a la Iglesia argentina, exigiendo un apoyo al gobierno “en forma total, sin deserciones”, a raíz de los acontecimientos violentos de mayo (“cordobazo” …). Le recordaba, pues, sus deberes … Boasso, F., “Imagen teológica del hombre y promoción humana”, en “Revista del Cias” 186, p. 21, nota 56, septiembre de 1969.

(11) Ideología, en uno de sus sentidos es toda doctrina, creencia o sistema capaz de controlar el comportamiento colectivo en una situación determinada, y es mantenida por los intereses manifiestos o escondidos de quienes la utilizan. Estos grupos de poder prescinden de que tal doctrina, creencia… tenga o no validez objetiva, y le introyectan en los distintos estratos sociales mediante la persuasión suscitando en ellos : aspiraciones y temores preconcebidos, la resignación satisfacción acríticas por lo que son, tienen y hacen.
Esta falsa conciencia colectiva en los oprimidos hace que acepte e incluso defiendan el sistema que los está sojuzgando como algo natural e inevitable, y hasta querido por la voluntad divina (fatalismo).

(12) Gal 5,1; Rm 8,15.

(13) “La acción es espontánea cuando su principio está en el agente” (Aristóteles, Et. Nic. III,1).
Así entendida, la espontaneidad (actividad libre) indica un proceso o cambio que depende del sujeto, y no tiene su causa fuera de él (la actividad compulsiva, a partir de presiones pasionales; actividad automática y acrítica, a partir de presiones ideológicas). Ver Fromme: El miedo a la libertad, p. 300-321: “Libertad y Espontaneidad”, ed. Paidós 1968.
Después de Freud y Marx se impone el matizar la definición aristotélica: en todo acto libre, entran también en juego los distintos condicionamientos psico-sociales del individuo o grupo. La concepción de la libertad a partir de la relación social y no reducida a meras determinaciones subjetivas, está explicitado por Klappenbach, A. “Dimensión social en la presentación del mensaje cristiano” (Fundamentación filosófico-teológica): Supl. De Noticias, COSEM-SURVEY, Comisión de Colegios, marzo 1971. Ver en especial: II. “La relación social, constitutiva de la liberación cristiana”.

(14) Fromm, E., op. cit., p. 238.

(15) En cada encuentrose programa el tiempo de reflexión comunitaria e individual. Estos encuentros suelen hacerse en 3-5 días intensivos o en corma de cursos cuatrimestrales, a razón de 2-3 horas semanales.

(16) Marcuse, H., “La Sociedad industrial y el marxismo”, p. 50, ed. Quintaris 1969.

(17) “Esa vieja y eterna necesidad metafísica de pedirse cuentas sobre el sentido de la existencia: ¿qué le debo a la vida y no se lo di; qué me debía dar y no me lo dio?” Frankl, V., “Teoría y Terapia de la neurosis”, p. 151, ed. Gredos 1964.

(18) Conviene que el grupo actualice concretamente distintos sectores frustrados: los profesionales que deben optar entre un empleo ajeno a su capacidad técnica o emigrar a los EEUU. Los obreros con una única perspectiva de por vida: la situación de inseguridad y dependencia, en un trabajo elegido por coacción biológica. La juventud en A. L. en su mayoría, obligada a pasar bruscamente de la niñez a la adultez, sin ningún miramiento por su maduración armónicas. Los campesinos del NE brasileño que, a impulsos del hambre, atacan los trenes y camiones cargados de alimentos, etc.

(19) El coordinador –o coordinadores– debe tener conocimientos prácticos de dinámica, retiros espirituales, y saber manejar un mínimo de técnicas prospectivas que aquí damos por supuesto.
Merello, A., “Curso de prospectiva:, Cabana 1969 (hojas mimeogr.). Metodología prospectiva en: Patoral, Planificación e Iglesia argentina, p. 31, ed. Bonum 1968: “La prospectiva consiste, ante todo, en situarse mentalmente en el futuro por medio de un acto de anticipación. Pero no de cualquier futuro –meramente posible– sino en el futuro deseable, para desde esa ubicación reflexionar sobre nuestro presente actuando sobre él? De modo tal de ordenar y acelerar el proceso de cambio, y conducirlo hacia ese futuro al que aspiramos”. “Es una enérgica meditación sobre el porvenir, para luego ejercer una reflexión activa sobre el presente”. Ese “futuro deseable”, “imaginado anticipadamente”, recibe en Prospectiva el nombre de Utopía pertinente. Según Mannheim, J., “Las utopías son formas de pensamiento que tienden a transformar el orden social existente, mientras que las ideologías son formas mentales que tienden a justificarlo y preservarlo”.

(20) S. Ignacio, EE 155: tres binaries, tercer binario. Habría que reactualizar también el “Modo de hacer una sana y buena elección” EE 179-183: entonces, la preocupación primordial del grupo sería descubrir la voluntad de Dios en los signos de los tiempos y no el justificar y mantener sus obras y esquemas mentales.

(21) “La propaganda moderna no se dirige tanto a la razón (mostrando la calidad intrínseca del producto, o la verdad objetiva de los acontecimientos) sino a la emoción. Como todas las formas de sugestión hipnótica, procura influir emocionalmente sobre los sujetos, para someterlos luego también desde el punto de vista intelectual”. Fromm, E., El miedo a la libertad, p. 163, ed. Paidós 1968.

(22) Freire, P., “La educación como práctica de la libertad”, ed. Tierra Nueva 1969.

(23) Frankl, V., op. cit., p. 129-130.

(24) Fil 3, 13-16.

(25) Una técnica actual de tanta eficiencia como el Psicoanálisis y el Counseling, es la terapia conductista (escuela directiva). Tiende a eliminar los reflejos condicionados (respuestas ansiosas), mediante la formación de nuevos reflejos antagónicos (respuestas asertivas), que van reforzando la personalidad individual o grupal, en un camino de desinhibición y liberación. El método está explanado –entre tantos– por Wolpe, J., “Psychotherapy by Reciprocal Inhibition”, Stenford. Univ. Press., California 1965: 1. La persona-grupo hace una lista de las situaciones o perspectivas que suelen angustiarla. 2. El orientador explica el mecanismo irracional de esas respuestas neuróticas. 3. El orientador apremia a la persona-grupo para que elabore respuestas contrarias y liberadoras (proceso de contra-condicionamiento), en base a un hacer que aflore la indignación contra esa situación de subestima, claudicaciones y sometimiento en que se vive (“herir el amor propio”).
Frankl, V., op. Cit., p. 111-134, expone dos técnicas similares: la intención paradójica (contra la angustia): en vez de huir de lo que teme, el paciente fóbico intenta paradójicamente proponérselo hacer. Así se encara con la angustia –aunque sea unos segundos– aprende a reírse de ella y de sí mismo (sentido del humor). Aprende a substituir el miedo por la intención y el deseo curativo. La derreflexión (contra la obsesión del sexualismo): saber olvidarse de sí mismo, orientándose hacia compromisos existenciales valgan la pena vivirse.

(26) Marcusse, H., “La Sociedad carnívora”, p. 57.









Boletín de espiritualidad Nr. 11, p. 4-27.


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