La vida de comunidad en la primitiva Compañía hasta 1540 y en las Constituciones
Javier Osuna sj
Introducir el tema de la comunidad en una conversación espontánea entre amigos o en una reunión más formal, equivale a suscitar un vivo interés y a desencadenar un diálogo cargado de preguntas, de valiosas sugerencias y de rico intercambio. Nuestra sociedad tecnificada y pluralista, que se caracteriza por la movilidad de su vida social, por su criterio de eficiencia, por el anonimato de sus grandes conglomerados humanos, experimenta simultáneamente la urgencia de revisar sus instituciones y sus estructuras para promover un tipo de relaciones más humano y fraternal, que propicie la maduración personal, la compartición, la solidaridad y el intercambio.
Este fenómeno que marca tan profundamente nuestro mundo, encuentra una expresión cristiana en la Iglesia, cuyo último Concilio en sus Constitución Lumen Gentium ha avivado la conciencia de la Iglesia como pueblo de Dios, y en su decreto Perfectae caritatis ha consagrado un denso número a la vida común como elemento integrante de la vida religiosa. El pueblo de Dios responde a estos signos de los tiempos. Por todas partes se ensayan nuevos tipos de vida comunitaria, comunidades de base con rica expresión litúrgica y con sincera voluntad de encontrar formas para dar un testimonio común de vida solidaria y auténticamente evangélica. Entre quienes escriben sobre la vida religiosa, son varios los que señalan esa búsqueda de pequeñas comunidades de fe y de ideales como una de las líneas más nítidas hacia donde se orienta hoy el dinamismo renovador de la vida religiosa; comunidades en el seno de las cuales se comparta la vida material y espiritual, se cree un clima afectivo donde cada uno encuentre su puesto, se sienta aceptado y comprendido y se expanda como hombre y como cristiano; comunidades construidas a causa del Evangelio, signo en la Iglesia y en el mundo del fruto de la pascua de Cristo, quien ha reunido en la fraternidad a los hijos de Dios que estaban dispersos (cfr. Jn 11,52).
A nivel de la Compañía de Jesús, la Congregación General XXXI se preocupó por dar un sentido más hondo y positivo a la comunidad en sus decretos sobre vida comunitaria, formación espiritual (nn. 5, 7, 18, 22), estudios (nn. 7, 8, 9, 10, 11), castidad (nn. 5, 6, 8, 9, 10), obediencia (n. 11). Especialmente entre los jóvenes se percibe un anhelo vital por experimentar y descubrir un nuevo estilo de comunidad que permita vivir más auténticamente la amistad, la relación interpersonal con compañeros y superiores, la ayuda mutua, la búsqueda en común, el compartir fraterno, que caracterizaron la comunidad de los primeros jesuitas y que muchos juzgan obstaculizada en las macrocomunidades donde el joven jesuita ha vivido tradicionalmente los años de su formación.
Pero simplemente con enunciar el fenómeno ponemos el dedo sobre el problema. Porque no siempre esa intuición coincide con una comprensión del genuino sentido de comunidad en la Compañía, y no pocos se preguntan en qué consista realmente. ¿Cuál es la respuesta que el carisma ignaciano puede ofrecer a ese anhelo y a esa intuición comunitaria? ¿Cuál es el verdadero significado de comunidad y vida común en la Compañía de Jesús?
Estos interrogantes, vivenciado personalmente, nos lanzaron a emprender nuestra investigación, deseosos de contribuir de algún modo a la renovación, en el espíritu del Concilio, que propone un “continuum reditum ad omnis vitae christianae fontes primigeniamque institutorum inspirationem et aptationem ipsorum ad mutatas temporum condiciones” (Decr. P. C., n. 2). La comunidad en la Compañía es en realidad uno de los temas más ricos y de más extensa aplicación en esta tarea de renovación en que se ha empeñado la Orden.
Objetivo y límites de nuestro trabajo
Penetrar en la idea original de la comunidad y de la vida común en la Compañía, apoyados en las fuentes, es el objetivo central de nuestra disertación. ¿Cuál es su naturaleza? ¿Cuáles sus elementos constitutivos, características y dinámicas?
Obviamente hemos debido trazar límites precisos a nuestro tema. En cuanto al tiempo, cerramos un marco entre la conversión de Ignacio y el año de su muerte. En cuanto al objetivo formal, nos circunscribimos a la comunidad apostólica, exlcuyendo la comunidad en formación. En un principio quisimos estudiar también esa comunidad, pero durante el proceso de recolección de material comprendimos que contábamos ya con matera suficiente para otro trabajo de grandes proporciones. Por eso no analizamos aquí las partes de las Constituciones relativas a la admisión y dimisión, probación y estudios, aunque las tocamos en dos capítulos de la 2ª. Parte. Sin embargo, pensamos que la comunidad en formación –que es provisoria y está orientada a preparar la comunidad apostólica– debe configurarse analógicamente a ella y tomar de allí su inspiración. Es así como nuestro estudio prestará también un servicio a su renovación, máxime cuando lo hemos emprendido pensando principalmente en la juventud de la Compañía.
Líneas generales del trabajo
Nuestra investigación se desenvuelve en dos partes que cubren dos etapas distintas de la comunidad ignaciana. La primera, procediendo históricamente, remonta a la primera aparición de la idea comunitaria en Ignacio y sigue su evolución dialéctica hasta que se concreta en una comunidad de “amigos en el Señor”. Que continúa evolucionando y se transforma finalmente en la Compañía de Jesús. La selección de material procede principalmente de la Autobiografía y de los testimonios de Laynez, Rodrigues y Polanco. La segunda parte, empleando un método analítico ilustrado por la historia y por las cartas de Ignacio, interroga a las Constituciones qué nos dicen sobre la comunidad de la Compañía y cómo han vertido y formulado en leyes el primitivo ideal comunitario de Ignacio y sus compañeros.
Alguien podría preguntarse el porqué del primer capítulo, que busca el origen de la idea comunitaria en Ignacio, recorriendo de nuevo una historia minuciosamente escrutada. Nos ha parecido muy importante demostrar cómo los Ejercicios, personalmente experimentados por Ignacio en su retiro de Manresa, contienen ya el germen comunitario que más tarde florecerá en la comunidad de la Compañía. Porque la idea comúnmente difundida afirma que Ignacio salió de Manresa con un propósito apostólico de tipo individual y que sólo más tarde, a su regreso de Palestina y probablemente bajo el influjo de las gracias recibidas durante su peregrinación a la tierra del Señor, pensó en reunir compañeros. Mostrar que la idea comunitaria forma una unidad indisoluble con el primer propósito apostólico y que, por lo tanto, pertenece al núcleo del carisma primigenio, es condición imprescindible para llegar finalmente a una comprensión cabal del sentido profundo de la comunidad ignaciana, concebida como comunidad para la misión apostólica que toma su inspiración del grupo de Jesús y sus apóstoles, reunidos para continuar la misión del Hijo en el mundo.
Nuestro trabajo hubo de solucionar algunas dificultades al entrar al análisis de las Constituciones. Porque ellas no nos ofrecen en ningún sitio concreto una definición precisa de la comunidad. Más aun, la palabra “comunidad” no aparece más que tres veces en las Constituciones y en ninguna de ellas se refiere directamente a la Compañía. El término preferido es cuerpo, que aparece 28 veces. Ignacio tampoco usa la palabra comunidad, pero acude a la expresión equivalente “congregación” para referirse a la concentración de un número de miembros de la Compañía en un determinado sitio, por contraposición a la “dispersión” de la misión apostólica. Los compañeros no se preocuparon por definir su comunidad: la habían vivido y ahora pasaban espontáneamente su vivencia a las Constituciones. De ahí que ellas están fuertemente impregnadas de sentido comunitario y que todos sus grandes temas sean presentados con una marcada dimensión comunitaria: la misión apostólica, centro alrededor del cual se organiza toda la concepción de la comunidad; la pobreza, característica fundamental de ella; la obediencia, vínculo de unión de los miembros dispersos en el trabajo apostólico. Por ello ha sido preciso un recorrido minucioso a través de esos temas buscando acá y allá los elementos para una descripción de la comunidad en la Compañía. Esto podría dar a veces la impresión de que nos apartamos de nuestro objetivo central en un análisis lento y pormenorizado. Pero creemos que en las conclusiones parciales de los capítulos hemos logrado sintetizar esos elementos de manera consistente en orden a lograr la descripción final de la comunidad ignaciana.
Conclusiones sobre la comunidad en la Compañía
Vengamos ahora a nuestras conclusions.
1. En primer lugar podemos afirmar que la comunidad primera de “amigos en el Señor”, formada en París y desarrollada progresivamente durante los estudios y la actividad apostólica, es una verdadera comunidad de amistad fraterna y de propósitos apostólicos, en el sentido en que hoy hablamos de comunidad de vida e ideales; y que ella ha quedado finalmente expresada con fidelidad y protegida en las Constituciones, una vez que el grupo espontáneo de amigos se transformó en un cuerpo apostólico estructurado jurídicamente, con jerarquía y destinado a crecer en número.
2. El núcleo esencial de la comunidad ignaciana consiste en que es una comunidad concebida en función de la misión apostólica, de la cual recibe su fisonomía esencial, su dinamismo interior y sus características específicas. La originalidad de la comunidad formada por Ignacio y sus compañeros reside en que integró armónicamente, y aceptando todas sus consecuencias, dos conceptos hasta entonces no bien conciliados en la realidad: comunidad y misión apostólica itinerante. Para ellos, el apostolado no es algo que se añade a una concepción tradicional de la comunidad religiosa; es aquello que determina la estructura y dicta el estilo de esa comunidad. Su figura la hemos presentado en los tres primeros capítulos de la segunda parte, tratando primero la misión itinerante, luego las instrucciones para la misión –complemento importante de la 7ª parte– y finalmente las casas y colegios, concebidos en las Constituciones en plena armonía con la idea de la comunidad para la misión apostólica.
3. Como esta misión apostólica implica una separación de los operarios para el servicio universal de la Iglesia, la comunidad se constituye como tal en la dispersión, como un cuerpo espiritual unido en el trabajo. La “vida comunitaria” –cohabitación física, participación de una misma mesa, convivencias, oración común u otros actos comunitarios– no es el principal medio previsto por las Constituciones para formar comunidad. Se piensa ante todo en nuevos vínculos espirituales para cohesionar entre sí los miembros geográficamente distantes unos de otros, en un único cuerpo apostólico: el amor mutuo, la comunicación frecuente, la obediencia, la unión de mente y voluntades, el sentido de pertenencia al cuerpo total.
4. Las Constituciones piensan en una comunidad: el cuerpo universal de la Compañía, de cuya unión, conservación y aumento tratan las dos últimas partes. La comunidad no se realiza a nivel de las residencias locales, sino en la comunión en dimensión universal. Raramente se habla de la unión fraterna tomando como cuadro la comunidad local, que no es concebida más que como “miembro” del cuerpo total y que encuentra su verdadero sentido de comunidad no tanto al interior de sí misma como por su inserción y su comunión con la Compañía universal, en cuanto todos dispersos esparcen por el mundo, en servicio eclesial, la única comunidad.
5. Un nuevo concepto de vida común es consagrado en las Constituciones. “Vida común” no significa en ellas “vida comunitaria”. Tiene un doble sentido, que expande la noción misma de comunidad: al interior de ella es un módulo de simplicidad en el estilo de vida exterior, común a todos, pero personalmente diferenciado por la “discreta caritas”; fuera de ella es una forma de vida exterior ordinaria y común, adaptada al medio que se ha de evangelizar. El jesuita ha de construir una doble comunidad: al interior de la Compañía y fuera de ella, en la comunidad eclesial en la que se inserta para edificarla con su servicio apostólico. De ahí el doble significado de “vida común”.
6. La espiritualidad de la Compañía descrita en la parte 6ª está pensada en perspectiva comunitaria para esa comunidad al servicio de la misión apostólica. Existe una perfecta coherencia entre la figura de la comunidad presentada en la parte 7ª y en las instrucciones, y la espiritualidad apostólica: forma de pobreza, libertad y disponibilidad, obediencia, oración, penitencias, prescritas por la parte 6ª al jesuita formado.
Reflexión teológica sobre la comunidad
Descrita así la comunidad en la Compañía, nuestro trabajo se cierra con una reflexión teológica sobre ella. Reflexión que se impone para comprender en su sentido más profundo esa comunidad que nace de un carisma, de una intuición, y que al proyectarse a la luz de la teología nos revela su auténtica figura y su sentido.
Sometiendo la comunidad ignaciana a las diversas formas de concebir la comunidad religiosa, buscamos su último sentido teológico. Nos apoyamos en J. M. R. Tillard op, quien, a nuestro juicio, es quien ha propuesto mejor el misterio teológico de la comunidad religiosa, definiéndola como “koinonía de la caridad” que realiza en sí y manifiesta el misterio de la fraternidad instaurado por Jesucristo en el mundo.
Nuestra reflexión teológica se detiene también en la visión de Th. Matura ofm, quien siguiendo una línea paralela a la de Tillard, concibe la comunidad como sacramento de koinonía, concluyendo que en virtud de esa función la comunidad religiosa, como tal, es ya una misión y un apostolado. Y nos plantea un doble problema: el significado teológico de la “acción” apostólica en una comunidad así concebida; y la relación –integración o subordinación?– entre vida religiosa y comunidad activamente apostólica. La respuesta a estos interrogantes nos parece importante para acabar de situar teológicamente la comunidad de la Compañía.
Nuestra respuesta sigue estas líneas: 1) La comunidad ignaciana, en su más hondo sentido teológico, es una koinonía de caridad; pero siendo la misión apostólica un elemento esencial y determinante de la comunidad, ese signo de koinonía se realiza en y a través del servicio apostólico que presta la Compañía: como un grupo que vive esa koinonía y que se esfuerza por implantarla en todo el mundo con su actividad de asistencia espiritual. 2) Como comunidad en la dispersión, la Compañía manifiesta más específicamente el aspecto universal de esa koinonía, que trasciende razas, lenguas y costumbres. 3) Al integrar armónicamente los conceptos de comunidad y misión apostólica, resuelve el problema entre vida religiosa y apostolado en una línea de coordinación de la comunidad de Jesucristo y los apóstoles, en vista de la misión apostólica itinerante, es por eso la inspiración fundamental que da a la comunidad ignaciana su más profundo sentido y su unidad de concepción.
Nos parece encontrar aquí una valiosa contribución de la comunidad de la Compañía para una época en la que todo adquiere dimensión mundial; para un mundo tecnificado y pluralista, en donde la comunión no se encuentra ya en la agrupación geográfica como en un tipo anterior de sociedad, sino más bien en los vínculos espirituales que se entraban entre personas espacialmente alejadas unas de otras.
Nuevas aportaciones de este trabajo
Pensamos que la aportación nueva que ofrecemos con este trabajo radica ante todo en haber estudiado y organizado las Constituciones a la luz de la idea de comunidad, extrayendo de ellas la figura de una comunidad concebida en función de la misión apostólica. De esta manera explicitamos por primera vez, confrontándola con las fuentes, una intuición sobre el carisma comunitario de la Compañía, quizás vivido y poseído hasta ahora como una herencia común, pero no estudiado temáticamente. Así creemos que nuestras conclusiones puedan ofrecer una base más objetiva y más conscientemente ignaciana a la renovación comunitaria que se promueve hoy en la Compañía.
También hemos tratado por vez primera algunos temas parciales en relación con la comunidad: el origen apostólico-comunitario del carisma ignaciano en Manresa; el primer ensayo de comunidad en Alcalá y Salamanca, descrito principalmente a partir de los testimonios en los procesos de Alcalá; la formación y progresiva evolución de la comunidad de París, particularmente en sus actividades al norte de Italia y en el progresivo desarrollo de su método de deliberación en común; una síntesis de las principales instrucciones dadas por Ignacio a los enviados en diversas misiones que contienen abundantes elementos para completar la figura de la comunidad descrita en la 7ª parte de las Constituciones; un primer estudio sobre la deliberación y autodeterminación comunitaria en el origen de la Compañía y su evolución durante la vida de Ignacio.
Reglas comunes y sentido de comunidad
No hemos utilizado las reglas comunes en nuestro estudio, sino en forma esporádica. Es una objeción digna de tener en cuenta que, no obstante la imagen de la comunidad que nos dan las Constituciones, en el tiempo de san Ignacio se hicieron muchas reglas de inspiración más o menos monástica para organizar la vida interna de las comunidades locales.
Creemos, con todo, que en la mentalidad de san Ignacio, las Constituciones son las que nos dan la noción esencial y más permanente de la comunidad de la Compañía. Para él, las Constituciones contienen “lo más universal e inmutable y cuya observación importa más”; mientras las reglas son “más particulares y mutables… se deben acomodar a los tiempos, lugares y personas… y su observación es menos importante”. Así entendidas, son la expresión de una mentalidad y de circunstancias históricas concretas, y por lo tanto destinadas a cambiar para adaptarse a nuevas situaciones. De hecho, él pasó a reglas muchas cosas que las órdenes tradicionales colocaban en sus Constituciones. Por estas razones hemos concentrado nuestro estudio en las Constituciones, seguros de poder extraer de ellas lo que es fundamental a la comunidad ignaciana.
Sería, sin embargo, muy interesante un estudio sobre las reglas: su origen, su sentido, su influjo en la introducción de ciertas formas monásticas en las comunidades. Entendemos que se está realizando un trabajo en este sentido. Pero ese inflijo se refiere meas a los colegios que a las comunidades apostólicas, objeto principal de nuestro trabajo.
Esperamos que nuestra investigación suscite otros estudios ulteriores que la completen o corrijan. Particularmente, sobre la comunidad en formación, sobre la evolución de la comunidad a partir de la muerte de Ignacio, sobre el influjo de los colegios de externos en la fisonomía de la comunidad primera.
Boletín de espiritualidad Nr. 11, p. 29-38.