Discernimiento ignaciano
John C . FutrelI sj
Resumen
Introduccion: Explanación del enfoque del estudio del discernimiento y su importancia hoy.
Enfoque: estudiar el discernimiento ignaciano como un proceso dinámico total que lleva a decisiones (individuales y comunitarias) para una acción, como respuesta a la Palabra de Dios aquí y ahora.
Importancia: para cada jesuita en su vivir y profundizar constantemente su compromiso dentro del "fin de nuestra vocación"; para las comunidades jesuitas para que puedan cumplir la auténtica renovación del espíritu ignaciano, adaptando su forma de vida a los signos de los tiempos; para discernir la misión apostólica de los Jesuitas hoy; como contribución específica de la Compañía a la espiritualidad contemporánea de la Iglesia.
I. La fuente del discernimiento ignaciano
El discernimiento ignaciano requiere una dialéctica continua de la palabra existencial de Dios manifestada a través de las situaciones concretas actuales y de la Palabra de Dios revelada en Cristo en el Evangelio y en la tradición viva de la Iglesia. La fuente del discernimiento Ignaciano fue la propia experiencia de Ignacio al discernir constantemente la Palabra de Dios.
II. El vocabulario ignaciano del discernimiento
A. Parecer - una opinión al observar las apariencias: necesariamente reformable a través del constante discernimiento.
B. Mirar - una reflexión orante sobre toda la evidencia si alcance.
C. Sentir - "conocimiento sentido" basado en la reacción de los sentimientos al reflexionar sobre los variados elementos de una situación concreta, sentimientos integrados en la actitud radical y existencial de servir a Cristo con verdadera libertad interior.
D. Juzgar - el acto final de juicio o decisión final del proceso de discernimiento.
III. Estructura del proceso de discernimiento
Implica una base permanente, el "scopus nostrae vocationis", como la norma permanente de discernimiento; tres etapas de discernimiento; la decisión final y la ejecución. Las tres etapas son:
A. Oración para ser verdaderamente libre y estar abierto al Espíritu durante la continua dialéctica de la Palabra existencial de Dios y le Palabra revelada.
B. Reunir evidencia a partir de todas las fuentes posibles para clarificar la Palabra existencial de Dios.
C. Confirmación puede ser interna o externa, o ambas. La confirmación interna es un contento interior profundo; contento mutuo en el discernimiento comunitario.
IV. Discernimiento comunitario
A. Deliberación de los primeros padres modelo de discernimiento ignaciano comunitario: norma común, oración, diálogo, decisión.
Discernimiento comunitario, hoy requiere que todos los jesuitas sean conscientes de su profunda y verdadera comunión en el compromiso con la vocación a la Compañía como norma de todo discernimiento. Esto requiere comunicación, que hoy es difícil por el conflicto cultural, pero puede ser más fácil compartiendo la oración. El discernimiento comunitario exige que todos los jesuitas oren y renueven constantemente su compromiso personal con la vocación a la Compañía, de modo que puedan experimentar un profundo consentimiento alegre, aun cuando se pida el sacrificio del propio juicio.
IV. Discernimiento de espíritus Más que un comentario sobre cada regla, se trata de describir su subyacente dinamismo de crecimiento en el Espíritu, la integración progresiva de todas las relaciones en la propia identidad personal con Cristo, de modo que uno sienta la consonancia y la disonancia de "mociones" en orden a la opción y a la ejecución y, finalmente, que pueda encontrar a Dios en todas las cosas.
VI. Conclusion
Introducción. Enfoque del problema y de su importancia
No hay tema más central en la espiritualidad ignaciana ni en la misma espiritualidad cristiana que el del discernimiento. Desgraciadamente los comentadores han hablado casi exclusivamente del discernimiento de espíritus tal como lo describen las reglas de la primera y segunda semanas de los Ejercicios Espirituales. Como consecuencia de esto, a veces, no aparece con claridad que el "discernimiento de espíritus" es solamente una parte de un proceso mucho más complejo y dinámico de discernimiento que lleva a decisiones tanto individuales como comunitarias - elecciones - para una acción que es respuesta al desafío que se le presenta a una persona o comunidad para vivir auténticamente, las exigencias de la vocación en una situación actual, concreta aquí y ahora. Por lo tanto, en este estudio trataremos primero el proceso total de discernimiento ignaciano y luego el discernimiento de espíritus dentro del contexto de este proceso.
Muchas personas, incluso jesuitas, tienden a pensar espontáneamente y exclusivamente en discernimiento cuando se utiliza la expresión "discernimiento ignaciano". Pero en la tradición cristiana el discernimiento es un concepto mucho más amplio que implica elegir el camino de la luz de Cristo en vez del camino de la oscuridad del maligno y el vivir las consecuencias de; esta elección a través de un discernir cuales son las decisiones y acciones específicas que exige el seguimiento de Cristo aquí y ahora. El discernimiento de espíritus es une especie de "colar" las experiencias interiores para determinar su origen y descubrir cuáles llevan al camino de. la luz. La palabra griega diákrisis y las palabras latinas discernere y discretio significan dividir, separar, distinguir. La aplicación específica de estas palabras al discernimiento de espíritus o al proceso espiritual más complejo (que implica el discernimiento de espíritus) que lleva a una elección actual de una acción concreta aparece tanto en la Escritura como en la tradición cristiana. Ignacio, en los Ejercicios Espirituales, usa esta expresión de discernimiento de espíritus en las reglas de la primera y segunda semanas, pero la elección es el resultado de un proceso mucho más amplio. Su vocabulario en las Constituciones refleja más claramente este contexto más extenso del discernimiento.
Es importante que los jesuitas entiendan hoy este proceso más amplio del discernimiento ignaciano y que lo practiquen; porque existe el peligro de discernir los espíritus solamente en lo que se refiere a la oración y que tomemos nuestras decisiones concretas movidos por una prudencia humana religiosamente orientada. El proceso para llegar a decisiones prudentes y el proceso del discernimiento ignaciano para responder individual y comunitariamente al llamado de Dios aquí y ahora son distintos. Es evidente que, desgraciadamente, muchas de las planificaciones que actualmente se realizan en la Compañía son más bien fruto del primero que del segundo.
El vocabulario empleado en este estudio representa un intento consciente para re expresar auténticamente el contenido de las intuiciones y la experiencia de Ignacio en un leguaje contemporáneo. Ignacio utilizó necesariamente el lenguaje de su época histórica y cultural. Desgraciadamente, este vocabulario, a veces, oscurece el sentido real de lo que dice Ignacio porque las palabras que él empleó tienen una connotación o un significado distinto hoy del que tenían en su tiempo. Por ejemplo, en este trabajo utilizaremos a menudo la expresión "escuchar y responder a la Palabra de Dios aquí y ahora". La razón de esto.es que a través de la exégesis moderna hemos redescubierto la riqueza de la noción bíblica de la palabra de Dios, que habla constantemente en la historia y a la que el hombre tiene que responder en cada momento de su vida. Ahora bien, Ignacio era plenamente consciente de la relación permanente de alianza entre Dios y el hombre en la historia, aunque no tenía el vocabulario teológico para expresar esta experiencia. Subyacente al enfoque del discernimiento de Ignacio está la visión dinámica del amor activo de Dios que trabaja sin cesar en el mundo. Cada nuevo momento de la vida, cada nueva situación concreta, la condición presente de la persona individual o comunitaria, las otras personas, los acontecimientos, el tiempo, el lugar, las circunstancias, etc., todos contienen en sí una llamada de Dios a la que tenemos que responder. El lenguaje con el que Dios habla al hombre y el hombre responde a Dios es lenguaje de los sucesos de cada día. Esta visión dinámica de Ignacio sobre un Dios que nos desafío por medio de los acontecimientos se manifiesta de un modo casi monótono al repetir insistentemente en las Constituciones la expresión "teniendo siempre en cuenta circunstancias de tiempo, lugar y personas”. Precisamente leyendo Ignacio el sentido de estas circunstancias actuales a la luz de Cristo, irá descubriendo la voluntad de Dios.
Por lo tanto, la Palabra de Dios llega al hombre y a la comunidad a través de las personas, acciones, hechos, circunstancias que se presentan en cualquier momento de la historia. Dios habla para desafiar a quienes lo escuchan y provocar en ellos una respuesta de amor a través de los acontecimientos comunes y ordinarios de la vida cotidiana. La Palabra de Dios irrumpe por medio de las palabras, acontecimientos y situaciones de cada día. Los hombres tienen que discernir dentro de la ambigüedad de estas situaciones y entre las distintas opciones moralmente buenas que se les presentan cuál de dichas opciones es la respuesta actual al verdadero llamado de Dios aquí y ahora. Para triunfar en este discernimiento, el hombre debe interpretar "proféticamente" la situación concreta para descubrir dentro de ella la Palabra de Dios, como los antiguos profetas interpretaban la Palabra de Dios al pueblo elegido en los hechos de su historia. El que discierne debe, por lo tanto reflexionar en un clima de oración sobre la situación concreta - Palabra existencial de Dios - a la luz de su Palabra revelada, en Cristo Jesús, en la Escritura, en la tradición viva de la Iglesia y a la luz de su historia personal de experiencia espiritual, es decir las palabras de Dios dirigidas a él y sus respuestas a lo largo de su vida hasta el momento presente.
Así, el proceso de discernimiento requiere una "dialéctica" de la palabra existencial de Dios y de la palabra profética. Esta dialéctica consiste en atender a todos los factores que se encuentran en la situación concreta y, luego, reflexionar sobre ellos a la luz de la palabra profética de Dios para apreciar, interpretar y determinar qué le está pidiendo el Señor como respuesta al llamado de Dios aquí y ahora. Como veremos, el proceso del discernimiento ignaciano es una descripción de esta dialéctica.
Por la dificultad misma de esta dialéctica, esta conversación con los acontecimientos y con Dios, este escuchar al mundo y escuchar al Espíritu Santo; y también por razón del tiempo, la paciencia y la experiencia que se requieren para desarrollar este alto arte de del discernimiento dentro del hombre, San Ignacio insiste tanto en los Ejercicios Espirituales sobre la necesidad de una apertura total de parte del ejercitante para con el director de ejercicios. El nacimiento y crecimiento de la capacidad de discernimiento en el ejercitante está muy relacionado con el grado de comunicación de sus experiencias interiores con el director. El director trabaja como una especie de "espejo objetivo" para ayudar a detectar el verdadero- sentido y los motivaciones subyacentes que actúan en las experiencias de consolación y desolación del ejercitante-, ayudándole para que llegue a una paz interior y a una apertura al Espíritu a fin de que pueda servir a Dios con un corazón dilatado - la "indiferencia" ignaciana. La presencia del director impide que el discernimiento del ejercitante se refugie en lo imaginario o se evada a lo abstracto; obliga al discernimiento a actuar dentro de una situación actual y concreta, que sirve de mediación entre la Palabra de Dios y el ejercitante.
El autor, para no hacer tedioso este estudio con notas, procurará simplemente presentar un enfoque positivo del discernimiento basado en la práctica del mismo Ignacio y en su enseñanza. Para este fin partiremos de unas breves indicaciones sobre la fuente del discernimiento ignaciano y sobre el vocabulario para llegar a un análisis del proceso déL discernimiento individual y comunitario en orden a una elección.
También el autor está convencido de que este discernimiento es la verdadera finalidad de los Ejercicios Espirituales y la gran contribución de Ignacio a la espiritualidad cristiana: un continuo discernimiento para llegar a la opción de una respuesta cristiana auténtica a la Palabra de Dios en cada situación concreta de la vida. Los principios de la vida cristiana son claros: vivir plenamente el gran mandamiento del amor de acuerdo con las normas generales que Cristo enunció en las bienaventuranzas y puso en práctica durante su vida. Cómo vivir estos principios en situaciones específicas y concretas es, a menudo, tremendamente ambiguo. La función del discernimiento ignaciano es edificar el puente entre los principios generales y las acciones específicas, no "bautizando" la prudencia humana, sino interpretando proféticamente la Palabra existencial de Dios en los acontecimientos.
Este discernimiento es también la clave para vivir plenamente la espiritualidad ignaciana individual y comunicadamente dentro de la Compañía de Jesús. La formación de un jesuita es básicamente una formación en el discernimiento para servir con constancia y concretamente a Cristo de un modo apostólico en comunidad. Hoy se pide a toda la Compañía un auténtico discernimiento para hacer frente a las decisiones difíciles que hay que hacer sobre la elección de misiones apostólicas y sobre la adaptación de la vida del jesuita a los signos de los tiempos: discerniendo cómo preservar una auténtica continuidad espiritual a través de una radical discontinuidad cultural.
El autor, finalmente, está convencido de que este discernimiento ignaciano es la contribución especifica que los jesuitas tienen que hacer a la Iglesia y al mundo de hoy formando cristianos que puedan realmente discernir cómo vivir plenamente su cristianismo en todos los hechos concretos de su vida en el mundo actual.
Ignacio desarrolló el discernimiento en tres contextos: 1) para una elección personal individual dentro de los Ejercicios Espirituales; 2) para las decisiones del Superior en los "documenta praevia" y en las Constituciones; 4) para el discernimiento comunitario en los documentos de sus reuniones con sus primeros compañeros, que también forma parte del discernimiento del superior antes de tomar una decisión. Estos tres contextos revelan la misma estructura básica y dinámica del discernimiento: un proceso constituido por tres pasos que progresan juntos dentro de un ritmo armónico, pero que pueden ser analizados por separado para mayor claridad. Los tres emplean la técnica de la discreción de espíritus, pero para comprender el discernimiento en orden a una elección en los Ejercicios Espirituales y la función de las reglas de discernimiento de espíritus dentro de este proceso, lo mejor es comenzar con un análisis de las estructuras del proceso de discernimiento en orden a la decisiones del Superior conforme a lo que Ignacio enseña en las Constituciones. Aquí San Ignacio muestra el proceso entero para discernir y elegir una determinada acción, y los elementos de este proceso y de su estructura son mucho más claros y concretos que en la presentación más analítica tal como se encuentra en el texto de los Ejercicios.
I. La fuente del discernimiento ignaciano
El vocabulario empleado por Ignacio en las Reglas para discernir espíritus en los Ejercicios es un lenguaje que se remonta al Nuevo Testamento y se desarrolla en la tradición monástica. La contribución específica de Ignacio a esta tradición fue su énfasis en el proceso dinámico del discernimiento en vistas a una incesante respuesta del hombre en toda su vida y en todas sus acciones a la Palabra de Dios en toda situación concreta. Santo Tomás de Aquino había hablado de discernimiento de espíritus como un don extraordinario que le posibilita a uno saber pasividades futuras y los secretos del corazón (Summa Theologiae, I- II, Q. III, a. 4). El juicio de las acciones concretas correspondía a la virtud de la prudencia, considerada de forma analítica y más bien abstracta. Ignacio, cuya estructura mental era completamente dinámica y fundamentada en la experiencia vivida, ve el discernimiento más bien como un proceso dinámico de crecimiento para vivir la vida del Espíritu, una integración cada vez mayor de los deseos, sentimientos, reacciones y elecciones hacia una actitud radical y existencial de total compromiso para seguir a Cristo. La identificación de la manera particular con la que la persona debe incorporar y expresar este compromiso en un estado inmutable de vida es la finalidad de la Elección en los Ejercicios; pero para vivir esta elección se requiere un discernimiento continuo en cada situación sucesiva para cumplir auténticamente el compromiso específico con Cristo aquí y ahora. Mediante una creciente experiencia de cómo integrar continuamente todas las acciones y relaciones de la vida hacia una identificación fundamental con Cristo, la persona puede finalmente llegar a sentir los diversos impulsos dentro de sí mismo como mociones del Espíritu. Por esta razón la palabra "sentir" es central en el vocabulario ignaciano de discernimiento, volviendo a la tradición antigua de los dones del Espíritu Santo,
Sin embargo, aunque Ignacio, al componer las reglas para discernir espíritus, había aprendido y empleado el vocabulario tradicional, en realidad llegó a su comprendimiento de dicho discernimiento por medio de su propia experiencia personal. Manresa fue su escuela, y su maestro una experiencia vivida de crecimiento en el Espíritu. Aquí Ignacio pasó por el proceso de descubrir su identidad con Cristo, un proceso que llegó a su término en la gran iluminación del Cardoner cuando se le concedió la gracia de la claridad: una sintética mirada de sí mismo y del sentido de su vida que se integraba en un todo con sus experiencias anteriores y que le daba la norma de discernimiento para todas sus decisiones futuras. Mucho más tarde tendría muchas gracias místicas profundas, pero en el Cardoner vio a la luz divina el sentido de su razón de ser en el mundo. Comprendió la integración de todas sus experiencias pasadas y conocimientos en una nueva síntesis personal tan luminosa que sintió que hasta entonces casi no había aprendido nada. Aun cuando durante mucho tiempo aún iría buscando el descubrir el fin específico al cual Dios le guiaba, la fundación de la Compañía de Jesús, desde ese momento conoció la esencia de su vocación: el servicio apostólico de Cristo. Esta sería la norma para todo su futuro discernimiento y decisiones: ir a Jerusalén, estudiar, reunir compañeros, fundar su orden religiosa, la redacción de las Constituciones. Dejó las orillas del río Cardoner para continuar su búsqueda escuchando la voz de Dios y respondiendo a ella totalmente, pero todo en adelante lo hizo con una comprensión iluminada por la claridad de Dio.
Ignacio, en sus Ejercicios Espirituales, expresó con el lenguaje de su tiempo el dinamismo del crecimiento en el Espíritu. El fin de los Ejercicios es llevar y conducir hasta una plena libertad espiritual la capacidad de servir a Dios con un corazón libre, para dirigir todos los deseos y toda la vida únicamente a Dios, respondiendo a Su voz con plenitud en todo momento. Los Ejercicios proporcionen el dinamismo para descubrir la propia identidad en Cristo - la elección - y para la continua y creciente creación de esta identidad a través del discernimiento para vivir auténticamente todas sus consecuencias en todo momento. Ser llamado a un "estado de vida" es, a nivel psicológico, el descubrimiento de la identidad personal, el compromiso de vida que da sentido a todo ser en el mundo, y que en la fe se expresa diciendo que es la respuesta a un carisma personal, al Espíritu Santo, actuando su presencia y poder dentro de un hombre para llamarlo a un servicio específico en el amor de Cristo y del Pueblo de Dios. En la dinámica de los Ejercicios Espirituales Ignacio muestra que la continua creación de la identidad personal descubierta en Cristo no es un proceso egocéntrico de "propia realización", sino un creciente progreso hacia una transcendencia del yo, hacia un amor que se ofrece, que conduce a una realización personal verdadera. Quien quiere salvar su vida, debe perderla.
Tanto los Ejercicios como las Constituciones son el resultado de la experiencia vivida por Ignacio, a pesar del uso que hace del vocabulario tradicional y de las reglas clásicas. Aunque, como deben hacerlo todos los hombres, Ignacio se inspiró en el lenguaje que le brindaba la tradición cristiana, los medios para expresar sus intuiciones, la fuente del discernimiento ignaciano fue su propia experiencia de discernir constantemente la Palabra de Dios y del crecimiento en el Espíritu.
II. El vocabulario ignaciano del discernimiento
Antes de hacer un análisis del proceso dinámico del discernimiento ignaciano ayudará estudiar los términos más usados por Ignacio en el vocabulario de discernimiento.
A. Perecer - La palabra que Ignacio emplea con más frecuencia en contextos de discernimiento es "parecer", que fundamentalmente significa una opinión formada ante la mera apariencia. Emplea este término para referirse a la gama de grados de certidumbre, desde el engaño de uno mismo por impresiones subjetivas dudosas hasta los hechos evidentes de una realidad manifiesta. La razón de este frecuente uso de la palabra "parecer" es sin duda la conciencia profunda de Ignacio, aprendida por una experiencia vivida de, la extrema dificultad para llegar a la certeza completa de haber discernido realmente la Palabra de Dios en situaciones concretas ambiguas y complejas. El grado de certeza en el discernimiento depende de la claridad con la que aparecen los diversos aspectos de la situación, así como de la lucidez y objetividad de la persona que forma su opinión observando y ponderando estas apariencias. En contextos que se refieren al discernimiento comunitario de los compañeros y del superior, Ignacio insiste en la posibilidad de una variedad de opiniones y la necesidad de un dialogo con los demás en proporción con la complejidad de lo que haya que decidirse. Por esta razón también insiste en la necesidad de dejar las decisiones concretas a la persona que está allí, porque él está en mejor disposición para ver y pesar todos los aspectos de la situación concreta. El empleo que Ignacio hace de la palabra "parecer" quiere significar la posibilidad de error en el discernimiento, a pesar de la buena voluntad y, por tanto, la necesidad de una constante y dinámica apertura a la Palabra de Dios siempre nueva, el amor activo de Dios en la Historia, que siempre puede presentar un desafío nuevo e inesperado.
B. Mirar - El sentido de esta palabra es la de observar atentamente. Ignacio emplea este término constantemente como un continuo recordar la necesidad de una reflexión orante y profunda a la luz de las normas de discernimiento sobre todas las posibles evidencias que han de discernirse. Hay que reflexionar sobre las circunstancias concretas así como sobre los propios sentimientos interiores que reaccionan frente a dichas circunstancias. Esta reflexión en un clima de oración obliga a uno a transcender las apariencias que es lo primero que salta a la vista y a los sentimientos para una confrontación profunda de la situación ante las exigencias del auténtico seguimiento de Cristo aquí y ahora.. Esta reflexión orante excluye todo apriorismo y supone una libertad espiritual profunda y una apertura ante cualquier desafio que presente la Palabra de Dios, aunque sea desconcertante.
C. Sentir - La palabra clave en el vocabulario igna-ciano del discernimiento es "sentir" y a los comentadores les ha dado mucho trabajo. Los múltiples matices de "sentir" se fundan en el sentido de la raíz de la expresión que significa experiencia sentida, y los sentimientos o emociones experimentados sensiblemente por una persona. En el proceso de discernimiento, "sentir" viene a significar más que nada una especie de "conocimiento sentido", un conocimiento afectivo, intuitivo, a través de las reacciones dé los sentimientos humanos frente a la experiencia exterior e interior. Para Ignacio el conocimiento no era meramente una comprensión intelectual de proposiciones abstractas, sino una experiencia humana total de captar con todas las resonancias emotivas. El testimonio vital de sentimientos humanos profundos durante el proceso, a través de la atención al "sentir" , descubre la "orientación" de sus impulsos hacia la decisión o acción que conducen o no a una respuestas auténtica a la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, uno descubre el origen de estos impulsos: "discernimiento de espíritus".
Este "sentir", para Ignacio, era asunto de todo el ser antes de convertirse en conciencia refleja. Es el resultado de una actitud existencial, radical, una configuración del espíritu, una "inclinación del ser", una orientación profunda y dinámica de la persona hacia Dios. Más que un juicio consciente, esta aptitud existencial radical expresa la estructura de la identidad personal. Es más completa que las ideas adquiridas por medio del entendimiento intelectual, más sólida que las fluctuaciones de las emociones superficiales. Ignacio sabía por experiencia que en una persona humana el acto de formar opiniones, adquirir conocimientos o hacer juicios trae consigo una resonancia emocional. El proceso psicológico concreto de la conciencia personal implica, al mismo tiempo, la continuidad de los pensamientos durante la reflexión, los sentimientos concomitantes reaccionando continuamente ante estos pensamientos sentimientos que confirman o cuestionan, y una comprensión creciente que abarca a los pensamientos y sentimientos, es decir, un "conocimiento sentido" = sentir. Hay, pues, en el proceso del discernimiento una mezcla difícilmente diferenciable de opiniones formadas por la observación de las evidencias junto con el juego de sentimientos que reaccionan frente a esas opiniones y ante la reflexión orante sobre ellas, formando y reformando juicios en orden a ir respondiendo a la Palabra de Dios, aquí y ahora. El discernimiento brota del "sentir", del "conocimiento sentido" de que la decisión adoptada es verdaderamente una respuestas a la Palabra de Dios y no una forma sutil de buscarse a sí mismo. La decisión confirmada por este conocimiento sentido está, sin embargo, sujeta a error humano. La libertad espiritual de quien discierne puede ser perfecta, pero si la evidencia ante el juicio es inadecuada, la decisión puede estar equivocada. Por lo tanto, todo esfuerzo será útil para reunir todos los datos en orden a una reflexión en la oración a fin de conseguir el sentimiento sentido.
En el vocabulario ignaciano, por tanto, "sentir" significa el conocimiento sentido que se basa en las reacciones de los sentimientos humanos ante la reflexión sobre los diversos elementos que aparecen en una situación concreta, un conocimiento sentido que está integrado en una estructura más amplia de sentimientos profundos orientados a vivir auténticamente la identidad personal propia en Cristo, y todo fundamentado en la libertad espiritual y en la actitud básica existencial del hombre totalmente comprometido en el servicio apostólico de Cristo.
D. Juzgar - Para Ignacio juzgar significa el acto final de la decisión. Lo cual implica considerar todos los aspectos de la situación concreta que ha de juzgarse: la "opinión" a la que se llega a través de la observación de las circunstancias concretas, él "conocimiento sentido" que acompaña a la "reflexión orante" sobre toda la evidencia a la luz del evangelio, y la confrontación de la opinión y sentimientos del que discierne con Jesús de las otras persones, especialmente del director espiritual o del superior, para llegar al paso final de proceso de discernimiento: el juicio, la "lección" de cómo es responder a la Palabra de Dios aquí y ahora.
III. Estructura del proceso de discernimiento
A través del estudio del vocabulario ignaciano sobre discernimiento en los Ejercicios Espirituales, Diario Espiritual, Cartas, Constituciones, Monumento Praevia y otros textos, es posible descubrir la estructura básica del proceso de discernimiento según San Ignacio. Que el origen de este discernimiento fue la experiencia vivida por Ignacio se demuestra por el hecho sorprendente de que esta estructura tal como se manifiesta en las Constituciones para describir el la papel del superior con sus súbditos, es la misma que aparece en las deliberaciones antes del voto en Montmartre y en la "Deliberatio primorum Patrum" en 1539 Para determinar cómo los jesuitas deben responder a la Palabra de Dios aquí y hoy, ha de darse un proceso, tres momentos de discernimiento, la decisión final y la ejecución.
El fundamento permanente de discernimiento es el "scopus nostrae vocationis": un siempre mayor servicio de Cristo en su Iglesia dentro de la Compañía, en una disponibilidad para ir a cualquier parte del mundo para ayudar a quienes necesitan de Cristo. Este fundamento ofrece la base inalterable del discernimiento para los jesuitas, ya sea un discernimiento individual como comunitario. Presupone el compromiso de todos los miembros de la Compañía de consagrar todas sus vidas y energías a conseguir esta finalidad de todo el cuerpo. Un discernimiento comunitario verdadero es imposible si no existe esta profunda comunión - unió animarum - como norma común de todo discernimiento. Este es el fundamento común sobre el que todos han de estar de acuerdo, y en función de él han de tomarse las decisiones sobre los mejores medios para conseguir el fin de la Compañía, conforme a nuestra vocación, aquí y ahora. Es posible, y a menudo inevitable, que sobre la media haya una diferencia de juicio u opinión; pero con verdadero discernimiento comunitario debería llegarse a una respuesta unificada a la Palabra de Dios.
Los tres pasos o etapas del proceso de discerní miento son los siguientes:
1) Oración pidiendo luz al Espíritu Santo, lo cual requiere un reflexionar en clima de oración sobre toda evidencia a nuestro alcance y siempre en: referencia constante a Cristo, que es el modelo vivo de cómo responder al Padre; incluye también discernimiento de la inclinación de los sentimientos profundos experimentados durante la oración.
2) Reunir toda evidencia posible para el juicio y esto exige no sólo una observación cuidadosa de todas las circunstancias concretas de la situación en sí, sino también un diálogo con los demás, sobretodo con aquellos que por su especialidad o por sus cualidades pueden aportar una mayor claridad de juicio.
3) Un esfuerzo continuo para encontrar la "confirmación" durante cada etapa del proceso del discernimiento, como también para el juicio o decisión final mediante la experiencia de una paz profunda interior en el individuo o en la comunidad.
Al final de este proceso se toma la decisión final en orden a la acción, pero todavía queda abierto a ulteriores verificaciones a lo largo de la experiencia y, si fuere necesario, y dispuesta a más discernimiento. Conviene considerar lo que San Ignacio entendía al respecto de estos tres pasos o etapas enunciadas antes. En la práctica no son etapas o pasos sucesivos, sino una continua dialéctica que entremezcla los tres y los ayuda a progresar hacia la decisión última y confirmación final. No se olvide, pues, esta acción recíproca cuando analicemos estas diversas etapas o pasos del discernimiento.
A. Oración
Es manifiesta la enorme importancia que Ignacio concedía a la oración en el proceso de discernimiento, dada la estructura total de los Ejercicios Espirituales que son precisamente un programa lleno de oración en orden a una elección crucial. También aparece clara su importancia en el Diario Espiritual de Ignacio, en el cual queda reflejado el constante recurso a la oración para discernir algo de gran importancia para la vida de la Compañía. En realidad, la oración es el punto vital del discernimiento de espíritus.
La oración es absolutamente esencial para un auténtico discernimiento, individual o comunitario, para que cada persona llegue a una verdadera libertad interior, no cegándose ante la evidencia de la Palabra existencial de Dios a la luz de la norma del discerní miento y evitando así una búsqueda de si mismo. La oración es absolutamente esencial para que cada uno pueda estar abierto al Espíritu buscando y deseando solamente el mayor servicio de Cristo. Sin embargo, es importante notar que la luz buscada y concedida en esta oración no es una especie de revelación sobre el "contenido" de la decisión que se ha de tomar. Ignacio no asegura que la oración solamente - aun una oración mística elevada - dar una garantía divina de la decisión final, excepto en el caso de una revelación incuestionable. Aceptaba esto en el primer tiempo de elección de los Ejercicios Espirituales, como en los casos de San Pablo y San Mateo. Más bien se ha de llegar al núcleo de la decisión por medio de una reflexión en clima de oración sobre toda la evidencia disponible, que ayude a descubrir la Palabra de Dios en la situación en cuanto tal. Las propias experiencias místicas de Ignacio, como las de otros santos, estaban caracterizadas por una gran luz y entendimiento interior que eran inexpresables en conceptos y lenguaje humanos; e Ignacio mismo advertía la necesidad de distinguir una auténtica visitación divina de las que no vienen de Dios.
La luz de la fe experimentada en la oración es verdaderamente una luz sobre la Palabra existencial de Dios aquí y hoy. Una luz concedida por el Espíritu que ilumina las cosas: a uno mismo, las personas, acciones, circunstancias, etc., e ilumina a la luz de Cristo. El vocabulario de Ignacio contiene muchas palabras y expresiones que insisten en la búsqueda de luz y claridad, y la visión constante a la que trate de llevar al ejercitante en la contemplación para alcanzar amor es ver todas las cosas como son: de Dios, en Dios, para Dios. Ignacio desea conducir al hombre a una "resonancia" vivida con Jesucristo ("sentir") conseguida a través de la oración y de una fidelidad creativa, creciente en orden a responder a todos los llamados del Espíritu, a cualquier precio (abnegación). Esta resonancia con Cristo Jesús posibilitará- al hombre discernir entre opciones alternativas, po- süLes y moralmente buenas, lasque esté más conforme con el ejemplo de Cristo que cumple la Voluntad del Padre y de esta manera descubrir el "contenido" de la Voluntad del Señor aquí y ahora para decidir y actuar como respuesta del hombre a la Palabra de Dios.
La luz que se pide y obtiene en la oración es, sobre todo, una luz sobre uno mismo acerca de la funda motivación que colorea la lectura que hace el hombre de la evidencia de la llamada de Dios, de modo que pueda liberarse verdaderamente y abrirse al Espíritu que ilumina esa evidencia, y de ese manera podré realmente discernir la orientación de sus pensamientos y sentimientos cuando reflexione en la oración la decisión que debe tomar. Su oración de discernimiento tiene que ser la continua dialéctica entre la reflexión sobre la Palabra existencial de Dios insinuada en la evidencia concreta de la misma situación, y la contemplación de la Palabra de Dios reflejada en Jesucristo en el Evangelio, en la tradición viva de la Iglesia y experimentada en su propia historia espiritual.
B. Reunir evidencia
Para llegar al contenido de la decisión final del proceso del discernimiento es necesario leer los signos de los tiempos y reunir todo el conocimiento e información necesarios para una reflexión en un clima de oración sobre la Palabra existencial de Dios. En el caso de discernimiento comunitario, entonces debe buscarse esa evidencia a través de las fuentes más competentes: expertos jesuitas y no jesuitas, investigación de las causas y de la naturaleza de los problemas que hay que encarar, atendiendo a todas las circunstancias de personas, tiempo y lugar. Pero los expertos no eximen de la propia responsabilidad de discernir a la luz de nuestra vocación, aunque su aporte es muy necesario.
También aquí el diálogo es de capital importancia en el discernimiento comunitario. Para que este diálogo tenga buen éxito y no lleve a la polarización y desunión, todos los interlocutores deben adquirir libertad interior y apertura al Espíritu por medio de la oración y todos deben seguir el "presupuesto de San Ignacio en los Ejercicios (EE. 22). En este contexto de diálogo para el discernimiento comunitario el presupuesto significa que todos deben presuponer que la propuesta de otro jesuita está fundamentada en un verdadero compromiso con el fin de nuestra vocación, antes que condenarla como motivada falsamente mientras no se demuestre lo contrario. Concretamente esto significa que todos deben escuchar atentamente las propuestas de los demás en el sentido que las da cada interlocutor y que todos deben tener una sincera disposición para compren der los sentimientos y actitudes de los demás. La actitud de alguno puede que exija corrección en el caso de que su motivación estuviese verdaderamente equivocada o sobre un conocimiento inadecuado o insuficiente para la reflexión.
La insistencia de Ignacio sobre la absoluta necesidad de emplear todos los medios para reunir evidencia en orden al discernimiento se deduce también del modo cómo el Superior debe proceder para tomar decisiones . Guando es necesario que el superior ejercite su papel de discernir en circunstancias que requieren una información o competencia que él no posee, o en situaciones que necesitan clarificación o liberación de su propio espíritu a través del diálogo con otros, el mismo superior debe comprometerse con sus compañeros o súbditos en este proceso de discernimiento comunitario. El discernimiento comunitario está exigiendo un mutuo discernimiento de espíritus que posibilitará a todos encontrar el Espíritu de Dios.
C. Confirmación
La última etapa en el proceso del discernimiento es el esfuerzo para confirmar el juicio que se ha hecho para actuar respondiendo a la Palabra de Dios. Según Ignacio, esta confirmación puede ser externa o interna, o las dos. Por ejemplo: San Ignacio se esforzó constantemente para que el "scopus nostrae vocactionis" y sus Constituciones fuesen confirmadas por medio de bulas papales y de breves pontificios; y esperaba del Vicario de Cristo, el juicio último sobre dónde deberían ir los jesuitas. La razón era que el Papa, en principio, tendría una mayor evidencia pare indicar la misión apostólica más urgente y necesaria. La confirmación del discernimiento subjetivo de un jesuita que afectan a la vida y misión comunitaria se encuentra, en última instancia, sometida a la obediencia, después del diálogo y representación. La estructura jerárquica de la Compañía da a los superiores locales los medios para la confirmación de sus decisiones por el General, que es responsable de la misión y unión de todo el cuerpo de la Compañía.
Pero, de ordinario, la confirmación, tanto en el discernimiento individual, como comunitario, la confirmación interior se experimente como una gran paz interior, alegría, aumento de fe, esperanza y caridad reconociendo con tranquilidad que se ha encontrado el camino para responder a la Palabra de los aquí y ahora. Esta confirmación se va operando a lo largo del proceso de discernimiento, "probando el espíritu" en cada etapa hasta el momento del juicio para le acción y con Ia experiencia de la confirmación final. Estrictamente hablando, cuando Ignacio utiliza la expresión "confirmación" se refiere a la confirmación última e interior de la última decisión tomada al término del proceso del discernimiento.
El uso constante que Ignacio de las expresiones "contento", "paz", "tranquilidad", "quietud", etc. para describir la experiencia dé confirmación se refieren al dinamismo psicológico que ratifica interiormente que uno ha procedido y juzgado bien. Éstos términos no se refieren a la consolación sensible ni a una "satisfacción" racional ni a la tranquilidad que se experimenta en el tercer tiempo de elección, sino a una experiencia más profunda. Esta experiencia espiritual brota del "sentir", del conocimiento sentido fundamentado en la actitud radical y existencia! de la libertad espiritual y del deseo de servir a Cristo apostólicamente en comunidad, aquí y adora.
El impulso dinámico de los sentimientos al reaccionar ante la evidencia que se presenta en la situación concreta y ante las experiencias interiores durante la oración sobre dicha evidencia termina finalmente en el juicio que decide en orden a responder a la Palabra de Dios. Su resultado es una profunda tranquilidad, quietud, etc., es decir el apaciguamiento de las fluctuaciones de los sentimientos producido por el convencimiento pacifico de que se ha respondido a la Palabra divina. Esta quietud o paz conduce a une alegría profunda en lo más hondo del corazón, aunque existan sentimientos de verdadera repugnancia "en la cabeza". Es la experiencia de los dones del Espíritu Santo descritos por San Pablo en Gálatas 5,22-23. Ciertamente que la confirmación interior de que uno ha discernido auténticamente es, a menudo, una experiencia pascual. Con frecuencia la Palabra de Dios pide que el hombre se conforme más íntimamente con Cristo crucificado y que su Sí a Dios sea el Sí de Jesús en Getsemaní que llega hasta el Calvario. En estas ocasiones la confirmación se experimenta (no con la cabeza, pero si con el corazón; en una profunda paz y en una capacidad para actuar y sufrir con alegría, alegría que atestigua que, por medio de esta muerte, el Espíritu he engendrado una nueva vida, una nueva creación en Cristo Resucitado. El "Amen" a la voz del Padre es transformado por Cristo en el Espíritu en un "Alleluia".
Así, pues, lo que queda implicado tanto en la confirmación durante el proceso del discernimiento como en la confirmación ultima de la decisión es una dialéctica continua de "discreción de espíritus" y de oración, es decir una dialéctica entre la Palabra existencial y la Palabra profética de Dios.
En el discernimiento comunitario, la confirmación se va operando a lo largo del proceso mientras un grupo prueba el Espíritu confrontando su reflexión median el mutuo diálogo teniendo siempre presente el fin de nuestra vocación, verificando al mismo tiempo por medio de la oración que la orientación de sus pensamientos y sentimientos está verdaderamente fundada en una libertad interior y en una apertura al Espíritu Santo. Al final del proceso del discernimiento comunitario, cuando se llega a la decisión, la confirmación es el contentamiento mutuo ("todos contentos", dice repetidamente Ignacio) al verificar que sienten que han buscado y respondido a la Palabra de Dios aquí y ahora del mejor modo posible.
En realidad, este contento mutuo es solamente la confirmación anteúltima porque, de acuerdo a la estructura mental dinámica de Ignacio, las decisiones siempre están sujetas a una reforma a través de un renovado discernimiento si la experiencia va indicando que esto es necesario. La confirmación última la da el amor de Dios en la historia. Por ejemplo, es posible que todos los compañeros hayan llegado a un con- tentó mutuo y a una confirmación unánime y que, sin embargo, el juicio haya sido erróneo por no haberse contemplado alguna evidencia necesaria o porque ha surgido una nueva situación. Por esto el proceso del discernimiento es siempre dinámico, está siempre abierto a la siempre nueva Palabra de Dios. La respuesta aquí y ahora es lo importante y la confirmación interior puede lograrse porque la decisión a la que se llegó es verdaderamente una respuesta libre a lo que se ha discernido como la Palabra de Dios aquí y ahora. En este sentido es cierto cuando se habla de haber encontrado a un nivel muy profundo la Voluntad del Señor, que no es otra cosa que vivir el amor. Cuando más adelante, a lo largo de la experiencia, se advierte que alguna evidencia necesaria fue omitida involuntariamente, se hace la modificación necesaria en paz con la plena confianza que de este mismo "error" el Padre sacará un bien transformante, una creación pascual de una "nueva vida".
IV. Discernimiento comunitario
Es ya un lugar común decir que los jesuitas están viviendo hoy una época de un dramático y rápido derrumbamiento cultural y de confusión, donde el cambio ha venido a ser la experiencia más común del hombre. Por esto los jesuitas se enfrenta con la constante necesidad de discernir comunitariamente modos experimentales de vida y de apostolado para llevar a cabo la renovación y adaptación necesarias para la supervivencia de una orden religiosa en la Iglesia de hoy. Una comunidad religiosa viviente en un mundo que cambia rápidamente es, por naturaleza, sitio y ambiente propicio para los experimentos. Fijación es sinónimo de extinción. Pero experimentar significa también correr el riesgo consciente de cometer algún error para despúes experimentar de nuevo, habiendo sacado, con esperanza, sabiduría de ese error. Cuando un plan de trabajo es claro y seguro, nadie hace experiencias inútiles. Por esta razón es más importante que nunca que los jesuitas se entreguen a un verdadero discernimiento ignaciano basado en la libertad interior y en le apertura al Espíritu, teniendo siempre en cuenta los experimentos que han de realizarse deben estar siempre enfocados por la luz de la norma del "scopus nostrse vocectionis", es decir el mayor servicio de Cristo.
Es esencial - especialmente para aquellos jesuitas condicionados culturalmente a valorizar una especie de democracia representativa basada en grupos de presión y gobierno mayoritario, distinguir claramente entre el verdadero discernimiento ignaciano los otros modos democráticos de llegar a algún acuerdo. El acuerdo o consenso ignaciano implica la paz profunda que se experimenta al reconocer que uno ha escuchado y respondido a la Palabra de Dios, una Palabra del Señor que, con frecuencia, es desconcertante e inesperada. Este consenso y contento profundo puede coexistir con una gran repugnancia a nivel de emociones espontáneas. El asunto está en distinguir entre lo que yo quiero y lo que es realmente el llamado de Dios a una persona ó a una comunidad aquí y ahora. En su propio lenguaje, Ignacio llamaba a esto la necesidad de conseguir una verdadera libertad interior y el deseo de servir únicamente a Dios para no llegar a determinaciones influenciadas por las afecciones desordenadas.
Para comprender mejor la dinámica del verdadero discernimiento comunitario, ayudará analiza la práctica del mismo con Ignacio y sus compañeros en la "Deliberatio primorum patrum", cuando determinar fundar la Compañía de Jesús.
A. Deliberación de los primeros padres
Al emprender el discernimiento comunitario sobre si debían formar una Orden religiosa, los primeros compañeros siguieron el método que habían desarrollado a través de la experiencia y que los había llevado a la decisión unánime de emitir el voto de Montmartre en 1534. Este método es, esencialmente, una transposición del método de elección de los Ejercicios Espirituales.
Antes del voto de Montmartre, durante los años de estudios y de sus experiencias de ejercicios, los compañeros habían compartido y conversado sobre sus esperanzas e ilusiones, lo cual, inevitablemente, les llevó a experimentar le necesidad de someter su propio juicio al control de su discernimiento en común. Tenemos el testimonio de Simón Rodriguez: después de una larga y animada discusión (longam post disputetipnem) se llegó a le decisión de hacer el voto de Montmertre. Sus discusiones deben haber sido sin duda una mutua aclaración de las llamadas del Espíritu, manifestando cada uno claramente y con sencillez cuáles eran las mociones del Espíritu Santo en sus propios espíritus. Compartiendo sus propias experiencias interior los compañeros pudieron llegar a un juicio común sobre su respuesta a la Palabra de Dios en la situación concreta en que se encontraban el año 1534.
La Deliberación que tuvo como fruto la fundación de la Compañía de Jesús en 1539 fue el resultado de un discernimiento similar. Tal como aparece en la Deliberación, el método de discernimiento comunitario consta de cuatro etapas:
A) El proceso de discernimiento comunitario requiere una base común sobre la cual todos están de acuerdo: buscar discernir la Palabra de Dios de acuerdo con el fin de nuestra vocación.
B) Se cuenta con que los miembros del grupo tienen opiniones diferentes sobre los mejores medios para conseguir el fin común.
C) Cada uno se entrega a la oración asidua y a la meditación buscando la luz divina: ver- dadera liberación interior y apertura al Espíritu.
D) Habiendo empleado todos los medios para encontrar luz, los miembros se reúnen para compartir los frutos de su discernimiento personal en el proceso del discernimiento comunitario.
A la primera pregunta que se formularon los compañeros - si debían o no permanecer unidos en un cuerpo más bien que dispersarse - se contestó afirmativamente cuando compartieron con toda franqueza y sencillez las mociones del Espíritu Santo que cada uno sentía dentro de sí. La razón que dieron para esta decisión era que unidos podían con mejor efectividad servir a Cristo apostólicamente. En vistas a preservar su unión en cuerpo apostólico y teniendo en cuenta que ya habían hecho votos perpetuos de pobreza y castidad, los compañero se preguntaron ahora si debían añadir el voto de obediencia a uno de los miembros de este grupo. Los compañeros experimentaron mucha mayor dificultad en esto y esta fue la ocasión de una mayor refinamiento de su método de discernimiento comunitario-.
A) Se dieron más intensamente a la oración pidiendo luz y confirmación de gozo y paz en el Espíritu sobre este asunto de la obediencia (in inveniendo gaudium et pacem in Spiritu Sancto circa obedientiam).
B) Durante este período de oración personal y discernimiento a lo largo del día, no hablaban entre sí, sino que cada uno buscaba personalmente la luz en él Espíritu Santo. El discernimiento comunitario no puede tener resultado si cada uno de los interlocutores no ha discernido en sí mismo los espíritus con libertad interior. Dejarse llevar de la "intriga palaciega" destruiría la apertura al Espíritu.
C) Procurando obtener una objetividad lo más completa posible y también una mayor libertad interior, incluso como si no fuese un miembro de la Compañía, cada uno después de la oración y del discernimiento decidió su propia conclusión sobre este asunto de la obediencia.
D) Durante el período de discernimiento comunitario, cada uno con toda simplicidad y franqueza, en la primera tarde, puso todas las razones en contra del voto de obediencia; a la tarde siguiente, de igual modo, propusieron todas las razones que veían a favor.
Verdaderamente que uno de los dinamismos más significativos y prácticos dentro del proceso ignaciano de discernimiento comunitario es esta deliberada separación de tiempos para presentar argumentos en pro y en contra sobre el asunto que se ha de discernir. Ignacio había aprendido por experiencia que si se presentan argumentos positivos y negativos cotejándose durante el mismo proceso del discernimiento, la discusión pronto se convertirá en debate más que en diálogo. En lugar de escuchar con verdadera apertura lo que los otros han discernido a través de su oración y reflexión, uno casi inevitablemente cae en la formulación de argumentos contrarios. A la larga, esta separación de pros y contras ahorrará tiempo porque eliminará debates y retóricas innecesarias. Además separando los factores positivos y negativos vistos por los interlocutores todos juntos, con frecuencia aparecerá más claramente cuál de las posiciones tiene mayor peso de evidencia a su favor para ir respondiendo a la Palabra de Dios aquí y ahora. En la Deliberación se les hace evidente a los primeros compañeros a través de su discernimiento que deberán hacer voto de obediencia a uno de los suyos, como el medio más eficaz de cumplir su fin común: el mayor servicio de Cristo en compañía.
B. Discernimiento comunitario, hoy
Si un verdadero discernimiento comunitario de experiencias o experimentos para posibilitar a la Compañía de Jesús el renovarse y adaptarse a los signos de los tiempos es una condición para que perviva la Compañía en la Iglesia de hoy, entonces es vital que todos los jesuitas se comprometan en un auténtico discernimiento comunitario ignaciano. La primera condición sine qua non para ello es la conciencia que todo jesuita ha de tener de su verdadera y profunda comunión - unió animarum - en nuestra común vocación, redescubriendo cada miembro su propia identidad en la identidad total del cuerpo de Compañía. La comunión en la misma vocación ha de estar en la base de todo discernimiento, descubriendo que por debajo de todas las tensiones superficiales, desacuerdos y conflictos en la formulación de la común vocación están compartiendo realmente una profunda visión comun que da a entender una identidad común a pesar de las apariencias contrarias.
El problema que los jesuitas enfrentan al intentar confrontar hoy esta comunión es el hecho de que para que haya verdadera comunión es necesario que haya comunicación. Parte de la discordia y desunión aparentes entre muchos jesuitas - que en último término es participación de la discordia y desunión que se experimenta.-a diversos niveles dentro de la comunidad humana en nuestros tiempos es, en el fondo, un fracaso de comunicación, una falla de lenguaje. Es un problema de lenguaje consecuencia del cambio rápido y radical que sufre ahora la humanidad. Gran parte de la dificultad de la "diferencia de generaciones” entre los jesuitas, como entre otros grupos, es básicamente un shock cultural, un choque entre dos tipos culturales distintos. Si se puede superar la fijación de la "expresión" condicionada histórica y culturalmente - por lo tanto, relativa del fin de nuestra vocación, entonces también hoy los jesuitas podremos experimentar hoy nuestra profunda comunión. Un jesuita que comprenda el verdadero sentido de nuestra vocación y que pueda leer los signos de los tiempos podré adaptarse a las exigencias de la Palabra de Dios en una nueva y cambiante cultura y hacerlo con alegría y en unión con sus demás hermanos de la Compañía. Puede darse discernimiento comunitario solamente cuando la comunión profunda se experimenta como algo verdaderamente real, presente y actuante.
El reconocer la propia identidad personal en Cristo, de acuerdo con nuestra vocación a la Compañía, lo experimenta cada jesuita como una respuesta a una Palabra personal de Dios, es decir el Espíritu Santo actuando su presencia y poder en cada uno de nosotros invitándonos a entregarnos con toda nuestra vida a la propia vocación. Esto significa una experiencia vivída, difícilmente expresadla en palabras; de modo que esta es una dificultad real para compartir verbalmente dicha experiencia con otros. Quizás uno de los modos de superar esta dificultad sea la oración espontánea compartida. Escuchar a otro jesuita que ora al Señor, incluso utilizando un lenguaje que el otro nunca emplearía, es un medio muy eficaz para reconocer que comparte la misma experiencia básica de vocación, la misma identidad personal, la misma respuesta de compromiso de vida. Quizás el empezar y terminar con una oración en común y espontáneamente mucho ayudaría a nuestros esfuerzos de discernimiento comunitario hoy en día.
Antes que nada lo que se precisa es una renovación de todos los jesuitas de su experiencia personal y profunda de la fe en Jesucristo y de su respuesta plena a la llamada del Espíritu Santo en cada uno de nosotros y una renovación de nuestra comunión comunicándonos mutuamente esta experiencia. A través de la unión con Jesucristo conseguiremos nuestra unión entre nosotros. No tendrá éxito el discernimiento ni individual ni comunitario si no mantenemos una verdadera libertad interior y una apertura al Espíritu por medio de la oración y del discernimiento de espíritus. La causa más común del fallo en el discernimiento comunitario es el hecho de que los que se entregan a este discernimiento no oran. Tan simple y tan difícil como lo que acabamos de decir.
En esta época de un personalismo casi triunfalista y de una casi romántica búsqueda de realización personal, es necesario insistir sobre las consecuencias de la expresión "en compañía" dentro del fin de nuestra vocación, que es la norma para todo discernimiento jesuítico. Al hablar del discernimiento de decisiones por parte del Superior, San Ignacio insiste en la necesidad de procurar constantemente conciliar el bien personal de los individuos con el bien universal de toda la comunidad por medio de una continua dialéctica la finalidad es lograr una síntesis de estos elementos personales y comunitarios lo más frecuentemente posible a través de un discernimiento comunitario. Pero cuando esta síntesis resulta imposible después de este discernimiento, se debe tomar la prioridad teniendo en cuenta el bien de le comunidad universal, precisamente porque la identidad personal de cada miembro se encuentra en la identidad del cuerpo entero. En cualquier comunidad, incluso en la comunidad dé dos personas en el matrimonio, hay una nueva realidad mayor que el individuo "yo”: es la realidad del "nosotros". La última palabra siempre hay que darla atendiendo a este nosotros.
Por lo tanto, al hacer un discernimiento individual o comunitario, un jesuita debe ser muy consciente de que es miembro de todo el cuerpo de la Compañía de Jesús, un grupo de compañeros unidos en la comunión profunda de su entrega total a nuestra vocación, unidos por el vínculo de un amor personal a Dios en Jesucristo y expresando este amor divino en compartir el amor por los demás y en una acción apostólica unificada. Por el hecho de que esta vocación es para servir a Cristo apostólicamente en compañía, con frecuencia se exigirá la abnegación del propio juicio para encontrar un profundo contento en el resultado del discernimiento comunitario de todos los compañeros expresado en la decisión unificadora del superior.
Precisamente aquí, en la necesidad de sacrificar el propio juicio y los propios sentimientos al reconocer un bien mayor, aparece claro lo que San Ignacio quería expresar con el "contento" en contraposición con los sentimientos espontáneos, tal vez, de repugnancia. Es posible, por ejemplo, desear un plan de acción después de un discernimiento individual y, sin embargo, reconocer que otro plan, personalmente menos deseable es mejor para toda la comunidad aquí y ahora. Si uno tiene constantemente como norma de discernimiento el fin propio de nuestra vocación participará del contento mutuo de los otros compañeros en la decisión final tomada en común. Quiero decir que, a pesar de sentimientos espontáneos de desilusión, reconocerá con paz profunda que ésta es la auténtica expresión de su identidad personal en Cristo y la verdadera respuesta a la Palabra de Dios.
Discernimiento de espíritus
El "discernimiento de espíritus", ese "decantar” las experiencias interiores para averiguar su origen, ya venga del espíritu de Dios o del espíritu del Maligno, arranca en el Cristianismo con la opción por Cristo o contra Cristo. A Jesús lo presenta el Evangelio como sitio de contradicción y cada persona que se enfrenta con Jesús debe preguntarse quién es: si el Cristo de Dios vivo o uno que hace señales por el poder de Satanás. La elección a la que se llega por este discernimiento es una elección existencial que determinara la orientación más profunda del hombre y que, como consecuencia, dará la norma para el discernimiento de todos los actos subsiguientes. Con esta actitud básica se irá luego determinando el valor de todas las opciones futuras y las tentaciones que después aparezcan serán mociones en contra de esta orientación fundamental.
Todo el dinamismo de los Ejercicios Espirituales de Ignacio es un desarrollo de este discernimiento básico de Jesús como el Cristo de Dios y del vivir las consecuencias de la decisión de seguirle. Este dinamismo, en su esencia, se presenta en el Principio y Fundamento al comienzo de los Ejercicios, que define la actitud fundamental del creyente cristiano como una actitud de verdadera libertad espiritual , apertura plena al Espíritu, y el deseo de lograr una perfecta comunión con Dios. Esta actitud debe regir todas las propias opciones y acciones: la "indiferencia" ignaciana. A lo largo de los Ejercicios sobre el pecado y el infierno se va produciendo una experiencia interior profunda al sentirse el hombre encerrado sobre sí mismo, encarcelado ahora y para siempre en una falta de amor, mientras que la meditación sobre la muerte conduce a enfrentarse con el significado el último "sí" o "no" a Dios. El ejercicio sobre el Reino de Cristo abre el ejercitante el llamamiento específico del Señor pare conformar su vida con él modo de vida de Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre que lo había enviado. En la oblación de este ejercicio (EE. 98) uno puede decir un "sí" incondicional al llamamiento de Jesucristo y acepta todos los riesgos, todas las consecuencias inesperadas y desconcertantes de este sí.
En los siguientes ejercicios de la Segunda Semana, Ignacio continúa y clarifica el dinamismo de todos los Ejercicios Espirituales. Las Dos Banderas muestran gráficamente la oposición radical entre el amor egoísta y el amor cristiano que es entrega total de amor a Dios y a los hombres. El ejercicio de Binarios intenta llevar al ejercitante a conseguir una apertura total al Espíritu, el poder operante para decir y vivir su "sí" incondicional a la Palabra de Dios en cualquier situación. Ignacio, que comprendía muy bien la psicología humana y las exigencias del discernimiento dé espíritus con una gran claridad, hubiere un ejercicio muy eficaz en su Nota a la meditación sobre los tres binarios (EE. 157). Es un test espiritual para ver si el hombre se siente verdaderamente libre, si realmente está abierto al Espíritu para encarar una opción específica que se ha de discernir. La prueba de esta libertad interior y apertura al Espíritu estaría en que, al enfrentar la posibilidad imaginaria de que la Palabra de Dios podría llamarlo a una opción contraria a los propios deseos, lo aceptase contento, con la alegría profunda de quien responde a la Palabra de Dios. Ignacio advierte al ejercitante que si encuentra que su corazón aún no está realmente libre, ore al Señor, para conseguir esa libertad interior que lo lleve adonde no quisiera ir...
La consideración sobre las tres maneras de humildad pretende ubicar la entrega del ejercitante en un contexto de amor y, por tanto, de paz y alegría profunda. Se propone después de muchas contemplaciones de los misterios de Cristo, todos encauzados a llevar al ejercitante a conocer a Jesús más íntimamente y a amarlo con más fervor y generosidad de modo que pueda conformarse plenamente a Cristo, siguiendo siempre la Voluntad del Padre, hasta el Calvario. En estas contemplaciones se va llevando al ejercitante de un modo gradual a experimentar la resonancia interior ante los sentimientos de Cristo Jesús, que le permitirá discernir la Palabra de Dios en la elección y durante toda la vida. Mediante la consideración del Tercer grado de Humildad, toma conciencia de que todo el seguimiento de Cristo se realiza en amor y por amor y que, conformándose al modo de vida de Cristo, entra en continua, comunión con El.
La Tercera Semana de los Ejercicios Espirituales profundiza esta comunión de amor conformante profundizando la conciencia del ejercitante que sigue a un Ser sufriente y crucificado en su trabajo y dolor basta su resurrección gloriosa. Significa sobre todo una etapa de crecimiento en el amor verdadero de Jesucristo. Busca la comunión. Porque el amor une. El amor hace que uno .desee estar con el amado dondequiera que vaya. El amor a Cristo hace que el hombre quiera estar con Él en cualquier sitio y condición, aunque implique subir con El al Calvario. Ignacio pone al ejercitante, ante Cristo crucificado y le dice que contemple largamente colgado en la cruz por amor a él y a toda la humanidad. Jesús pregunta: ¿quieres realmente seguirme? Ignacio ubica precisamente allí al ejercitante y le pide que mire a Cristo hasta que experimente dentro de su corazón la profundidad de su amor personal a Jesús, para que pueda responderle: "Señor no miro la cruz ni las heridas ni tu agonía ni tu muerte: tan sólo te miro a Ti Señor, sólo quiero estar contigo".
La Cuarta Semana completa la experiencia pascual del ejercitante, perfeccionando su AMEN a la voluntad del Padre con el ALLELUIA.
Así, la dinámica total de los Ejercicios espirituales es todo un desarrollo fundamental de Jesús como el Cristo de Dios y del vivir todas las consecuencias de la entrega para seguirlo. Este modelo básico de todo discernimiento se verifica en las reglas para discernir espíritus. Más bien que comentar cada una de las reglas - (lo que ya han hecho los autores y comentadores ad infinitum) - el autor procurará describir la dinámica subyacente en el discernimiento ignaciano. Dentro del proceso total del discernimiento ignaciano el discernimiento de espíritus propiamente dicho pertenece al plano de la oración personal. Es la clave para llegar a "sentir" las diversas reacciones que irán permitiendo discernir la Palabra de Dios aquí y ahora.
Ignacio pensaba que las mociones que una persona experimenta interiormente son de la mayor importancia, y, ciertamente, aconsejaba al director de ejercicios que buscara las razones por las cuales el ejercitante no experimentaba ninguna moción. Sin entrar aquí en un amplio estudio de la antropología de Ignacio, es posible ver en las tres fuentes de estas mociones (la propia libertad consciente, el buen espíritu y el mal espíritu) su manera de expresar la diferencia entre la experiencia interior activa y pasiva. Las mociones pasivas precisan de discernimiento, porque a través de ellas uno es llevado hacia una elección. Ahora bien, en la antropología ignaciana existe una distinción fundamental entre el yo profundo que se compromete a opciones libres y esas fuerzas externas (no libres) que actúan sobre este yo. El discernimiento de la orientación de las mociones que se experimentan interiormente llevan a un conocimiento interior de la propia actitud existencial y radical que gobierna la manera de elegir y actuar, así, para aquellos cuya orientación fundamental va de pecado mortal en pecado mortal, el enemigo propone el placer sensual imaginario, mientras que el "buen espíritu" trae remordimiento y en cambio, para los que se comprometieron con Cristo, los espíritus actúan de modo contrario.
Incluso las reglas que se dan para el discernimiento de espíritus durante la primera semana de-Ejercicios suponen que la persona esta fundamentalmente orientada hacia Dios. Por las experiencias alternantes de consolación y desolación puede determinarse su progreso en el Espíritu y profundizar su compromiso con Dios y su crecimiento en la libertad interior.
Sin embargo, el discernimiento en estas reglas pretende de ayudar a distinguir entre mociones y acciones que, por lo menos a nivel teórico, pueden distinguirse claramente como buenas o malas. Ignacio define la consolación y desolación en términos de sentimientos y de experiencias interiores. Consolación es la experiencia sentido del amor de Dios, de la libertad interior y de la apertura al Espíritu. La desolación, por el contrario, es un sentimiento de atracción hacia las "cosas bajas", "sin amor" dice el Directorio. Es la experiencia sentida del encierro sobre uno mismo, el "no amor. Cuando siente desolación no puede fiarse de sus sentimientos - su "sentir".- para guiar su discernimiento y, por tanto, no debe cambiar las decisiones tomadas cuando estaba en consolación: libre y abierto al Espíritu. Mediante el ejercicio de la memoria debe recordar su experiencia previa de consolación, trayendo la paz del pasado al presente.
La memoria, según Ignacio, no es estática sino dinámica; no es recordar el tiempo pasado de un modo "lineal", sino dejar aflorar en el presente todo lo que lleva dentro de su propia conciencia compleja, quizás el modelo más útil para comprender esta concepción dinámica de la conciencia humana es imaginarla como una esfera siempre en expansión dentro de la cual hay esferas concéntricas a diferentes grados de distancia del centro de atención donde uno actualmente concentra su conciencia.
La estructura de la conciencia humana es una estructura de continua muerte y resurrección. El único "yo" que soy es el yo del momento presente que recapitula toda mi historia pasada, que llevo conmigo en mi conciencia, que está siempre en expansión tendiendo hacia mi futura actualización. Pero cada momento presente de conciencia se deslizado hacia el pasado en el mismo momento en que trato de concentrarme en él: muere y resucita a un nuevo momento de conciencia en expansión.
Ahora bien, dependiendo de la relativa distancia del centro de atención inmediata de todas mis experiencias pasadas vividas - incluyendo las de consolación - yo permanezco más o menos claramente, consciente o inconsciente, de estas experiencias que llevo dentro de mí en el momento presente. Freud, usando un modelo distinto, describía esta situación con su noción del inconsciente y subconsciente, Así, mientras me concentro para escribir en este papel, toda clase de cosas trabajan dentro de mi conciencia: algunas bastante claras, otros algo confusas, otras que producen alegría y otras ansiedad. Cualquiera puede verificar ésta situación en su propia experiencia. Como veremos, este complejo dinamismo de conciencia presente subyace en la noción de Ignacio al hablar de encontrar a Dios en todas las cosas. Recorriendo la propia historia pasada todavía presente en cada uno, se va clarificando el crecimiento en el espíritu y la pedagogía de Dios en la propia vida, y uno conserva la continuidad a través de las fases más divergentes de la vida espiritual.
Las reglas para discernimiento de espíritus, propias de la segunda semana, ayudan al proceso de discernir la Palabra de Dios en situaciones concretas ambiguas, esas situaciones en las que no es fácil distinguir entre el bien y el mal, ni entre lo bueno y lo mejor.
El uso de estas reglas supone que se trata de una persona que no sea neurótica o emocionalmente desequilibrada, sino verdaderamente madura, una persona que ha descubierto verdaderamente su identidad personal con Cristo y se ha comprometido libremente a vivirla. Por eso Ignacio insiste tanto en que los Ejercicios Espirituales no son para todos y que el director debe discernir con cuidado si una persona debe pasar a segunda semana. Con razón se ha dicho que las reglas para discernir espíritus de la segunda semana no son solamente inútiles sino incluso peligrosas para una persona que tiene afecciones desordenadas.
Puesto que el Maligno se puede transformar "en ángel de luz", el problema del discernimiento se convierte en detectar el origen de las mociones, viendo -la "cola serpentina". Llevar a cabo este discernimiento con éxito en situaciones ambiguas exige una confrontación de experiencias con experiencias. La validez de la opción presente entre alternativas posibles se confirma comparando la propia experiencia interior de paz, tranquilidad y alegría en esta opción específica con la paz y tranquilidad gozada en la experiencia primera y primordial de apertura y entrega a Dios en Cristo. Si no se ha tenido la experiencia de descubrir la propia identidad personal en Cristo confirmada por una profunda experiencia de paz, plenitud, tranquilidad en un compromiso libre con esta identidad, no se es capaz entonces de comparar la experiencia en la opción de una acción específica y es imposible descubrir la Palabra de Dios aquí y ahora por medio del discernimiento de espíritus.
Para utilizar esta experiencia de discernimiento se requiere una renovación continua en la oración de la primera y primordial experiencia de Dios en Cristo. Para el jesuita esto significa la renovación de su conciencia del llamamiento particular del Espíritu Santo que lo llevó a encontrar su identidad personal dentro del fin de nuestra vocación, y en su entrega total a esta vocación. Así dispone de una permanente piedra de toque para discernir la orientación y el origen de las mociones que experimenta dentro de su conciencia interior cuando enfrenta distintas opciones para la acción al vivir su vocación. La confirmación del contento mutuo en el discernimiento comunitario supone la presencia de esta piedra de toque para la confirmación en cada uno de los jesuitas que forman una comunidad. Lo que se plantea aquí es lo que los comentadores llaman "confirmación positiva" de una opción, esto es, paz interior que se experimenta como venida de Dios y manifestando su aceptación en la opción. Si no existe esta experiencia de paz interior la opción ha de hacerse conforme al tercer tiempo de elección. En este caso la confirmación es "negativa" o "interpretativa", es decir, es la continuación por la memoria dinámica de una paz interior que no es una nueva experiencia en conciencia inmediata. El hombre no siente de ninguna manera que Dios rechace su elección e interpreta este silencio de Dios como una confirmación.
La experiencia primordial del descubrimiento de la identidad personal en Cristo es la opción existencial que determina la orientación mas profunda de todo el ser del hombre y, como consecuencia, le da la norma de discernimiento para todas las opciones subsiguientes. En esta experiencia primordial hay una conciencia de paz profunda en apertura total a cualquier consecuencia que siga al compromiso de crear esta identidad, una conciencia de total entrega a cualquier llamada imprevista del Espíritu que se escuche en el futuro, de absoluta prontitud para seguir a Cristo donde quiera que vaya. Es como a uno dijera: "No tengo idea a dónde me llevarás, pero estoy dispuesto para cualquier cosa, y en esto radica mi paz, mi realización, mi plenitud". Cuanto más fiel se sea en llevar a la práctica las consecuencias de este compromiso cada día y en cada opción, tanto más crecerá la habilidad para discernir las opciones auténticas que deberán siempre hacerse a través del "conocimiento sentido".
El hombre es un ser relacionado. Crece en su personalidad, crea su identidad personal integrando progresivamente todas las relaciones de su vida alrededor del centro de su yo formado por su compromiso básico de vida. Esta integración relacional determina si se discierne una moción que viene del buen o del mal espíritu. Una opción que en sí puede ser buena pare una persona, porque sería integrable en su identidad personal, puede ser mala para otra porque no sería integrable. Lo que puede ser un paso positivo hacia la plenitud de una persona, puede convertirse en distorsión de la integración relacional de la otra. Lo que los jesuitas deben discernir individual o comunitariamente es si una opción se integre dentro de nuestra vocación; y, entre varias alternativas, cuál parece ser más claramente la Palabra de Dios aquí y ahora: cuál es más conforme con el modelo de la obediencia de Cristo a la voluntad del Padre.
Ahora bien, crecer en el espíritu es crecer en la integración relacional de la personalidad, la estructuración cada vez mayor de la identidad personal dentro de los círculos concéntricos de una conciencia siempre creciente. Gradualmente, la conciencia de la presencia y del poder del Espíritu Santo y de la repuesta total a su llamamiento se hace cada vez más constante y clara, aunque no sea el foco de la atención inmediata. Esto es lo que Ignacio quiere decir con el "encontrar a Dios en todas las cosas". Dios pasa a ser el clima dentro del que uno siempre vive, una atmósfera penetrante dentro de la que uno siempre actúa, la verdadera perspectiva con que todo se ve. Y uno puede aplicar la atención a Dios a voluntad, como Ignacio decía poder hacerlo hacia el final de su vida: encontraba a Dios siempre que lo deseaba. Creciendo en el espíritu (no de un día para otro sino por medio de una fidelidad creciente a la oración y al discernimiento), uno es conducido gradualmente a la plena conciencia de la presencia y del poder del Espíritu dentro del corazón. Esta es la conciencia que se describe en la tradición de la Iglesia sobre los dones del Espíritu Santo. La conocida insistencia de Ignacio sobre la práctica de los exámenes diarios de conciencia se comprende perfectamente dentro de este contexto de crecimiento en el Espíritu. Es la renovación constante de la experiencia primordial de apertura total a Dios, la comparación continua de experiencias para discernir siempre la Palabra de Dios aquí y ahora de un modo auténtico. Cuando uno crece en el espíritu, cuando todas las relaciones de su vida se integran más y más en su identidad como jesuita, experimentará cada vez con mayor facilidad, casi espontáneamente, el discernimiento creciente de sus acciones normales diarias por medio del "sentir" , al "sentir" adecuación o disconformidad de las mociones con su propia identidad. Por lo tanto, adoptará la mayoría de sus decisiones no a través del entendimiento discursivo sino por el testimonio de sus experiencias vividas, no como conclusiones de un razonamiento lógico sino como la respuesta a una atracción interior en la que va reconociendo la Palabra de Dios hablándole en cada situación concreta. Cuando ha de enfrentar una opción más difícil o más ambigua podrá emplear el discernimiento de un modo familiar en un clima de oración y reflexión sobre la complejidad de la evidencia que se le presenta y , por tanto, podrá llegar a una opción también con paz y alegría interior. Como Ignacio, aprenderá a encontrar a Dios en todas las cosas, aun en la palabra desconcertante y el llamamiento inesperado.
VI. Conclusión
San Ignacio dejo a los jesuitas una rica herencia cuyo elemento más importante sea quizás su enseñanza sobre el discernimiento de espíritus. Teniendo que enfrentar hoy los jesuitas los desafíos de una época de confusión y de cambio - pero cuando el amor de Dios aparece más maravillosamente activo - pueden hacerlo con valentía y con la fuerza que produce la comunión de compañeros unidos en una misma vocación vivida en un discernimiento comunitario de la Palabra de Dios, revelada y existencial, para un mayor servicio de Cristo.
Al terminar este estudio, al autor le gustaría compartir con sus lectores una gráfica descripción de Ignacio de Loyola. Se trata de la homilía del P. Michel de Certeau, S.I. pronunciada en la iglesia de San Ignacio de París el 31 de julio de 1966:
"Celebramos hoy a San Ignacio de Loyola. ¿Era un político o un cruzado, un Lenín del siglo XVI o un conquistador, un descubridor de América? Murió "al pie del cañón" el 31 de julio de 1556, casi solo y sin casi se diera cuenta, ocupado hasta el final en tareas diarias, oscuras, y en la administración de su incipiente Orden. No hubo nada espectacular ni edificante en su muerte. Cayó sobre el surco que estaba arando; murió en el pequeño escritorio donde organizaba su trabajo día a día. Es la muerte silenciosa de un trabajador ocupado hasta el último instante en la "mies" de la que habla el Evangelio. Se ató a sí mismo por amor a este servicio; se enraizó en él con resolución, con lucidez, antes de ser enterrado bruscamente en la tierra como la semilla.
"Murió allí sin ver el término del día que había comenzado, sin ninguna certeza sobre el futuro de la Orden que había fundado, sin una garantía dé la fidelidad futura de sus amigos y del trabajo al que se había entregado plenamente. Estaba sencillamente en su sitio cuando fue definitivamente arrebatado y sorprendido por Dios: estaba todavía haciendo el trabajo diario, con realismo, ese trabajo que continuamente tenía que ir realizando paso a paso. Su final fue el de un trabajador y el de un pobre muerto en su trabajo.
Esta es la muerte más común, pero también la más hermosa. No la eligió, pero me atrevería a decir que la mereció como la última palabra de una vida que supo arriesgar todo el camino con el ánimo de permanecer fiel a una continua renovación de servicio. Es la firma de su santidad.
"Fue muy diferente en su juventud. Era un hombre de mundo, ambicioso, y le gustaban las acciones brillantes. Le gustaba ser amado y había en él rasgos de Don Quijote que conservó aun después de su conversión, cuando con su pierna deforme por una herida, soñaba en ser un héroe de Dios, en hacer cosas como las que habían hecho aquéllos grandes santos, cuyas leyendas de oro había leído: lo qué hizo Francisco de Asís, lo que hizo Domingo de Guzraán, yo también lo haré.
Ira un soñador: prefería el pasado al presente; se dejaba llevar por el prestigio de lo excepcional y todavía no discernís a Jesús de Nazaret en la modestia de las tareas y necesidades presentes y reales. Pero Ignacio pronto lo percibiría: la "perfección" a la que Dios nos llame no está en esas imágenes de lo extraordinario, en esas obsesiones ansiosas, en esas evasiones que nos frenen en donde estamos. La santidad no es uno de esos sueños que nos condenan y nos fascinan (que a menudo son la misma cosa) porque tenemos miedo de ser nosotros mismos, de ser solamente hombres, de "ser" hombre hoy modestamente.
"Un momento de la vida de Ignacio nos indica donde hemos de poner en nuestras vidas el valor y la humildad. Después de muchas aventuras, después de años extraordinarios, después de haber sido un peregrino y un vagabundo por todo el Mediterráneo, después de haber recibido las más altas gracias místicas y después de haber reunido a sus primeros compañeros, ya mayor y rico en experiencia, Ignacio decidió ir a la escuela - e ir a la Universidad de París, a mil leguas de su patria. "Empezó su vida de nuevo". Esto es lo que tenía que hacer. No se contentó profetizando nuevos tiempos. Entró en ellos eficazmente, "modestamente", audazmente con una sabia actividad. Si discernió la importancia de esto fue para señalarlo a otras, como si tuviera miedo de tocarlo él mismo. Experimentó el momento de su época, corrió el verdadero riesgo que impone la novedad del presente, pero cuyo futuro se desconoce. Rompió con su pasado para encontrar a Dios allí donde sus contemporáneos estaban trabajando. Compartió la audacia de su tiempo, participó en una nueva tarea, sabiendo que el trabajo y las creaciones de los hombres son su lugar de encuentro con Dios.
"Su conversión fue, así, una "re-conversión"; su fidelidad a Dios pudo expresarse sólo a través de un recomenzar valiente. Docilidad y audacia van siempre juntas.
"De nosotros se requiere una conversión análoga. Dios no busca nuestros sueños, nuestras ansiedades, o "nuestras ideas brillantes". Nos llama a través de la realidad de un trabajo y de un compañerismo. Nos habla por medio de un trabajo que debe convertirse en el lenguaje y en el descubrimiento del amor. En concreto esto significa que "debemos encontrarnos incesantemente volviendo a la escuela". ¿A qué escuela? A la de los demás: la de los chicos, la de las nuevas técnicas, la del progreso, la de los acontecimientos, y la de lo inesperado...Es preciso que abandonemos nuestros sueños y que perdamos la seguridad a la que nos aferramos en nuestro pasado, para ir adelante olvidándonos de lo que dejamos atrás, como dijo San Pablo. Esta será, modestamente, nuestra manera de pagar el precio por compartir en la tarea presente el aprendizaje de la seriedad de nuestro trabajo en la mies...
"Y como somos jesuitas, les pido una oración para que la Compañía de Jesús sea hoy fiel a esta re-conversión. Debemos perder nuestro apego a nuestros éxitos pasados, renunciar a la defensa de un privilegio de ayer, para estar con modestia y audacia al servicio del presente. Cada uno de nosotros debe tener le valentía del trabajador, esta audacia realista, este enterrarse y esta pobreza en la novedad de las cosas. Cada uno de nosotros debe ir a la escuela para "convertirnos" en discípulos y trabajadores de Dios".
Boletín de espiritualidad Nr. 8, p. 3-43.