La comunicación comunitaria local

Los medios de vida comunitaria según san Ignacio y su aplicación en una comunidad local

Miguel Ángel Fiorito sj





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Prólogo

Este estudio trata de seguir de cerca los textos ignacianos de las Constituciones.

A ciertos lectores que no tienen el hábito de la lectura de las Constituciones, o que – si alguna vez lo tuvieron – usan habitualmente un lenguaje más actual, les parecerá una mera lectura retrospectiva de las Constituciones. Sin embargo, no quiere ser sólo eso, sino llegar a ser una verdadera re-lectura actualizadora de las Constituciones; pero, eso sí, usando siempre, en lo posible, el lenguaje ignaciano.

Esta insistencia en el lenguaje ignaciano es una limitación consciente de este trabajo. Su autor se siente como »un mercader que anda buscando perlas finas y que, al encontrar una de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra« (Mt 13,45-46): ha encontrado un tesoro en las Constituciones, y ha preferido »vender« su propio lenguaje, para »comprar«, junto con las ideas e intuiciones ignacianas, también su lenguaje.

Cuando se trata de entrar en posesión del »tesoro« escondido en los textos de un autor antiguo, es necesario un primer abandono del propio lenguaje; pero, en este trabajo, el abandono del propio lenguaje se ha llevado todavía más allá de lo ordinario en trabajos similares.

El lenguaje ignaciano se mantiene en la introducción general y en el tema de la comunicación en general, dentro de la Compañía; y también en el tema central de la comunicación comunitaria local, salvo al final, cuando se hace su aplicación a una comunidad local actual, en que el lenguaje ignaciano, que sigue siendo predominante, se mezcla un poco con un lenguaje más actual.

El autor cree que san Ignacio ha tenido un conocimiento de Dios, y, por tanto, del hombre (»gloria Dei, vivens homo«), que siempre será actual, aunque lo haya expresado con el lenguaje de su tiempo, de su tradición y de su formación. Su lenguaje ni ha sido ni será siempre actual en su totalidad, pero sí su contenido fundamental; y este contenido está tan vinculado a su lenguaje, que abandonar a éste antes de tiempo implica el riesgo de perderlo a aquel al menos en parte.

»Particula boni doni non praetereat«, decía la Vulgata: para no perder nada del »mensaje eterno ignaciano« sobre la comunicación, el autor de este trabajo ha preferido adherirse casi totalmente al lenguaje ignaciano de las Constituciones.

Consejo al lector

Si algún lector quiere ahorrarse toda la »teoría« – y el lenguaje ignaciano – y pasar directamente a la »práctica« de la comunicación en una comunidad local, comience a leer en la página 32, donde se introduce y a continuación se trata el tema de los medios prácticos para la comunicación comunitaria local.

Todo lo anterior, más teórico, está resumido en la conclusión, o sea a partir de la página 42.

De toda la primera parte, el autor recomienda la lectura de la razón teológica (p. 13-14) y de la razón histórico-salvífica (p. 14-16) de la comunicación en la Compañía, como fundamentación de este estudio en la Biblia, los Ejercicios, la Deliberación de los Primeros Padres y las Constituciones.

0. Introducción general

La importancia que san Ignacio atribuye a un tema en las Constituciones se manifiesta por el número de veces que lo trata y por el lugar donde lo trata.

Si consideramos el primer criterio, debemos también tener en cuenta a los Ejercicios, origen inspirador de las Constituciones, y a las cartas, sobre todo aquellas que hacen a su gobierno personal y ponen en práctica los principios de las Constituciones.

Si consideramos el segundo criterio, la Parte Décima de las Constituciones, junto con las inmediatamente anteriores hasta llegar a la Parte VII inclusive, tienen el valor de una recapitulación o »anakefaleosis« de su concepción fundacional de la Compañía, más detallada pero no menos importante que la expresada en la Fórmula del Instituto.

0.1. El método basado en el »número de veces« debe tener en cuenta, no sólo la materialidad de una »palabra« que el intérprete ha escogido como »clave«, sino todas las palabras que, de hecho, san Ignacio ha usado para expresar un tema.

Además, dado que un tema verdaderamente importante tiene necesariamente muchas relaciones con otros igualmente importantes, es natural que el mismo manifieste un »espectro« de sub-temas, incluidos en el principal, y cuyas expresiones particulares y matices deben ser también tenidos en cuenta en el método estadístico.

0.2. Un ejemplo de lo que acabamos de decir, tomado precisamente de la Parte Décima de las Constituciones, es el siguiente texto sobre la comunicación en la Compañía de Jesús:

Lo que ayuda para la unión de los miembros de esta Compañía entre sí y con su cabeza, mucho también ayudará para conservar el buen ser de ella, como es especialmente el vínculo de las voluntades, que es la caridad y amor de unos con otros, al cual sirve el tener noticias y nuevas unos de otros, y mucha comunicación, y usar una misma doctrina, y ser uniformes en cuanto sea posible; y en primer lugar el vínculo de la obediencia que une los particulares con sus prepósitos, y entre sí los locales y con los Provinciales, y los unos y los otros con el General, en manera que la subordinación de unos a otros se guarde diligentemente (Const. [821]).

0.21. El tema fundamental del texto es el de la conservación del buen ser de la Compañía que, junto con el del aumento del mismo, es el tema de toda la Parte Décima (cfr. título, Const. [812]).

Es propio de la Fórmula definir el »buen ser« fundacional de la Compañía; y de esta Parte Décima de las Constituciones, definir los medios para su conservación y aumento, o sea el dinamismo histórico-salvífico del cuerpo religioso que es la Compañía de Jesús en la Iglesia.

0.22. Lo sigue en importancia el tema de la unión de los miembros entre sí y con su cabeza – el General –.

En la enumeración de medios que ayudan al buen ser de la Compañía y que ofrece esta Parte Décima de las Constituciones, la unión se manifiesta con una característica peculiar: más que mero »medio«, es el mismo »buen ser« de la Compañía como cuerpo; y por eso los medios que ayudan a la unión, ayudan necesariamente a la conservación – y aumento – de la Compañía en su »buen ser«.

La primera definición de la Compañía, anterior a la de la Fórmula del Instituto, es precisamente la unión de sus miembros entre sí. Nos referimos a la dada por la »Deliberatio Primorum Patrum«, y que fue su primera »deliberación« o decisión, anterior a la que uno de sus miembros fuera, por la obediencia, »cabeza humano-religiosa de los demás«.

La primera decisión consistió en »no ... deshacer« la unión que ya Dios había establecido entre ellos, sino »más bien confirmarla y estabilizarla cada día más, convirtiéndola en un solo cuerpo ...« (MConst. I: p. 3, n. 3)

0.23. El primer medio propiamente dicho que esta Parte Décima de las Constituciones propone es el vínculo de las voluntades.

a. Es de notar que el vínculo de las voluntades, específico de un »cuerpo« formado por hombres, es definido aquí como »caridad y amor de unos con otros«; y va acompañado de una enumeración de »medios prácticos«, como son »el tener noticias y nuevas unos de otros, y mucha comunicación, y usar de una misma doctrina y ser uniformes en cuanto sea posible«; y como medio también pero »en primer lugar, el vínculo de la obediencia ...« caracterizado por la »subordinación de unos a otros«.

b. La confirmación, por así decirlo pre-histórica, de este medio especial, y del lugar que en él tiene la obediencia, nos la ofrece también la »Deliberatio Primorum Patrum«.

La primera decisión fue, como dijimos, convertirse »en un solo cuerpo, y – esto – teniendo los unos de los otros cuidado e inteligencia para mayor fruto de las almas ...«; y la segunda decisión, la de vivir bajo obediencia de uno de ellos, para mejor lograr lo primero.

c. Es de notar el lugar que, en ambos textos – Deliberación y Constituciones –, ocupa el tener »los unos de los otros cuidado e inteligencia, como dice la Deliberación, o »el tener noticias y nuevas unos de otros y mucha comunicación«, como dicen las Constituciones (cfr. Const. [673], con tres largas Declaraciones [674-676]).

En la Deliberación, el tener »los unos de los otros cuidado e inteligencia« parece definir la existencia de »un solo cuerpo«; mientras que, en las Constituciones, »el tener noticias y nuevas unos de otros y mucha comunicación« parece ser una de las ayudas para »el vínculo de las voluntades«, definido como »caridad y amor de unos con otros«, caridad y amor en el cual consistiría »la unión de los miembros de esta Compañía – o cuerpo – entre sí y con su cabeza«.

No hay ninguna oposición sino complementariedad entre ambos textos: lo que en uno se presenta como manifestación de existencia, en el otro se lo presenta como medio o ayuda para que exista realmente.

0.3. Si recapitulamos lo que éste y otros textos de la Parte Décima de las Constituciones nos avanzan de la comunicación, diríamos lo siguiente:

0.31. La comunicación de los miembros entre sí incluye »el tener noticias y nuevas unos de otros (Const. [821]), pero también lo trasciende, pues incluye el tener »inteligencia« – o sea, interior comprehensión – unos de otros, y además »cuidado« (MConst. I: p. 3, n. 3).

La comunicación manifiesta la unión o vínculo de las voluntades, y a su vez lo ayuda o sirve a que exista y crezca entre los miembros de la Compañía.

0.32. Además de la comunicación de los miembros entre sí y con su cabeza, hay que tener en cuenta, como esencial a la Compañía, la comunicación de sus miembros con los prójimos.

Por eso no basta el tener »doctrina fundada y sólida« sino que además el jesuita debe contar con el »modo de proponerla al pueblo en sermones y lecciones, y forma de tratar y conversar con las gentes« (Const. [814]; cfr. Const. [414] y la versión de esto mismo en el Texto a de las Constituciones, MConst. II: 191-192).

0.4. La Parte Octava de las Constituciones nos añade, por su parte, un tipo de comunicación de la cabeza con sus miembros – y así sucesivamente entre estos – que es triple:

0.41. Comunicación de autoridad »del General como de cabeza ... – a – los Provinciales, y de los Provinciales ... – a – los locales, y de estos ... – a – los particulares« (Const. [666]).

0.42. Comunicación de misiones (ibidem).

0.43. Comunicación de las gracias a la Compañía (ibidem). Y la razón de ser de estas tres »comunicaciones« es »... que más dependiendo los inferiores de los Superiores, se conservará mejor el amor y obediencia y unión entre ellos« (ibidem).

0.5. La Parte Novena de las Constituciones trata de comunicación del Superior con algunos de sus súbditos en especial, o sea, con aquellos que son sus »ayudas« o »ministros«, y en particular con »personas deputadas para consejo, con las cuales comuniquen las cosas que ocurren de importancia« (Const. [810-811]).

0.6. No podemos olvidar, en esta enumeración de textos sobre la comunicación en las Constituciones, la que consiste en la »cuenta de conciencia« del súbdito para con su Superior inmediato o mediato (Const. [551] y Const. [764]).

0.7. Todas las comunicaciones hasta el momento reseñadas se refieren a los hombres entre sí, miembros de la Compañía.

Pero no sería completa esta reseña si no mencionáramos la comunicación de Dios con la Compañía y la de ésta con Dios.

0.71. »La Compañía ... no se ha instituido con medios humanos ... sino con la mano omnipotente de Cristo Dios y Señor nuestro« (Const. [812]).

La Compañía es, en su origen, una comunicación del Señor a su Iglesia; y en ésta, a los hombres a quienes Él ha llamado para que »sean parte – o sea miembros – de la Compañía« (Fórmula del Instituto, 1).

0.72. Igualmente claro al respecto es el Proemio de las Constituciones (n. 1, Const. [134]).

Más aún, el Proemio indica en qué consiste esta primera y primigenia comunicación, definiéndola como »la interior ley de la caridad y amor que el Espíritu santo escribe e imprime – o sea, comunica – en nuestros corazones ...« (ibidem).

0.73. La Parte Octava de las Constituciones reitera lo mismo en los siguientes términos:

El vínculo principal de entrambas partes – o sea, súbditos y Superiores – para la unión de los miembros entre sí y con su cabeza, es el amor de Dios nuestro Señor; porque estando el Superior y sus inferiores muy unidos – o sea, comunicados – con la Divina y Suma Bondad, se unirán más fácilmente entre sí mismos, por el mismo amor que de ella descenderá – o sea, se comunicará a todos los miembros – y se extenderá a todos prójimos y en especial al cuerpo de la Compañía (Const. [671]).

a. Un primer amor es el de Dios (en el sentido »subjetivo« de la preposición »de«), que »descenderá« – de Dios – ... y se extenderá a todos«, miembros y prójimos de la Compañía (ibidem).

b. Un segundo amor, consecuencia del primero, es el amor a Dios (o amor de Dios en el sentido »objetivo« de la preposición »de«).

En san Ignacio, este amor a Dios lo es al prójimo y a los demás miembros de la Compañía: el término »caridad«, sea en la Fórmula sea en las Constituciones, siempre tiene – como en autores de la época – una connotación de servicio a los demás. Y la expresión de san Ignacio, en el texto que comentamos, de »en general toda bondad y virtudes con que proceda según el espíritu ...«, abarca realmente todas las relaciones, sea con Dios sea con los prójimos y con los demás miembros de la Compañía, y todos los procedimientos o actividades que implican dichas relaciones interpersonales.

c. En el mismo texto, san Ignacio propone, como medio »todo menosprecio de las cosas temporales« porque en ellas »suele desordenarse el amor propio, enemigo principal de esta unión y bien universal« (ibidem). He aquí una referencia implícita a la necesidad de la discreción que ha de discernir entre el verdadero amor – a Dios y a hombres – del falso amor, que engaña »sub specie boni« y que se busca a sí mismo con olvido de los demás – incluido Dios –.

d. Finalmente, y como enumerando un último grupo de medios, san Ignacio dice que “Puede también ayudar mucho la uniformidad así en lo interior de la doctrina y juicios y voluntades, en cuanto sea posible; como la exterior en el vestir, ceremonias de Misa y lo demás, cuanto lo compadecen las cualidades diferentes de las personas y lugares, etc.” (ibidem).

Por el primer amor (cfr. a), Dios se nos comunica; y por el segundo amor (cfr. b) y quitados los obstáculos (cfr. c y d), nosotros nos comunicamos con Dios, con los prójimos y con los demás miembros de la Compañía.

0.74. La Parte Décima de las Constituciones dice, en lenguaje de medios, que “Para la conservación y aumento no solamente del cuerpo, id est, lo exterior de la Compañía, pero aún del espíritu de ella ... los medios que juntan – es decir, comunican – el instrumento de Dios y le disponen para que se rija bien de su divina mano – recuérdese lo que más arriba se dijo, en 0.71, de la »mano omnipotente de Cristo Dios y Señor nuestro« en el origen de la Compañía – son más eficaces que los que disponen para – o sea, comunican – con los hombres, como son los medios de bondad y virtud, y especialmente la caridad y pura intención del divino servicio y la familiaridad con Dios nuestro Señor en ejercicios espirituales de devoción, y el celo sincero de las ánimas por la gloria del que las creó y redimió, sin algún otro interés” (Const. [813]).

0.8. Debemos, finalmente, considerar la unión y comunicación de la Compañía y de todos sus miembros, súbditos y Superiores, con la Iglesia y en especial con el Romano Pontífice.

0.81. San Ignacio, en las Constituciones, habla de la Iglesia universal: de su bien (Proemio, Const. [136]), del »gremio de la Santa Iglesia« (»el haberse algún tiempo apartado ... renegado la fe ... o incurriendo en errores contra ella, en los cuales haya sido reprobado por sentencia pública, o apartándose como cismático de la unidad de ella«, es impedimento para ser de la Compañía, Const. [165]); y consiguientemente habla del vínculo de la Compañía y de sus miembros con la autoridad y con la doctrina de la Iglesia.

Esta última relación es pues un supuesto de la Compañía, al que san Ignacio añade, como obligación especial, en las casas donde »se ayuda al prójimo ..., los deseos ante Dios nuestro Señor y oraciones por toda la Iglesia ...« (Const. [638]).

0.82. Más notable es el lugar que, en las Constituciones y como »Vicario Summo de Cristo nuestro Señor« (Const. [603]), tiene el Romano Pontífice.

Si para san Ignacio »ligarse más con Dios nuestro Señor y mostrarse liberal con Él es entera e inmoblemente dedicarse a su servicio, como hacen los que con voto se dedican a Él (Const. [283]), el cuarto voto »de obedecer al Papa ... acerca de las misiones ... en todo lo que mandare el Sumo Pontífice y adondequiera que enviare, etc.« (Const. [529]), manifiesta un modo de »ligarse más« no sólo con Cristo nuestro Señor, sino también con su Vicario en la tierra, y de »entera e inmoblemente dedicarse a su servicio«.

Si san Ignacio no limitara este voto a las misiones (cfr. ibidem: »Toda la intención de este cuarto voto de obedecer al Papa era y es acerca de las misiones; y así se deben entender las Bulas donde se habla de esta obediencia ...«), el Papa sería el Superior religioso – y no sólo eclesiástico – de la Compañía, y cabeza propiamente dicha de ella, y no el Padre General.

Es de advertir además que, en un primer momento, únicamente el Papa daba »misiones«, y sólo posteriormente y por »concesión hecha por el Sumo Pontífice« (Const. [618]) pudieron darlas los Generales y los demás Superiores y miembros de la Compañía (cfr. Const. [620]); de modo que realmente el »dar misiones« caracteriza la unión y comunicación peculiar que el Romano Pontífice tiene con la Compañía y con todos sus miembros, hayan o no hecho el cuarto voto.

En resumen, la importancia de la comunicación de los miembros de la Compañía y del cuerpo de la misma con el Pontífice tiene una doble manifestación: el centrarse en las »misiones« del Pontífice (cfr. Estudio – Oración – Acción, Suplemento del Boletín de Espiritualidad, n. 2: »Misión, Cuerpo y Cabeza«); y el expresarse con un voto especial.

0.9. Llegamos así a confirmar lo que insinuamos en general de los temas fundamentales ignacianos (cfr. 0.1), y que vale de una manera especial del tema de la comunicación en la Compañía según san Ignacio: esta comunicación abarca un»espectro« de comunicaciones, sea de Dios para con nosotros, sea de nosotros para con Dios y con la Iglesia, sea también entre nosotros los hombres que somos miembros de la Compañía; y esto último sea de los Superiores entre sí y con los inferiores, sea de estos entre sí, sea con los prójimos.

Podemos además afirmar que la comunicación – en toda su gama – es un tema verdaderamente importante para san Ignacio como Fundador de la Compañía; y esto por su vinculación – a momentos, identidad – con el tema de la unión y consiguientemente el »buen ser« de la Compañía de Jesús.

0.10. La amplitud del espectro de la comunicación en la Compañía nos obliga a limitarnos, en este momento, a sólo una de las comunicaciones indicadas; y será la que se da entre los miembros y por así decirlo, en horizontal.

La razon de la limitación ya está dicha y es la amplitud del tema de la comunicación en general; y la razón de la elección, es la actualidad de la comunicación horizontal, sobre todo en una misma comunidad o grupo de trabajo.

Los subtemas que dejamos (comunicación de Dios y para con Dios, y de los súbditos hacia los Superiores y viceversa, y de los Superiores entre sí, y de los jesuitas con sus prójimos) son más tradicionales, y los damos por mejor conocidos.

Comenzaremos, pues, con algunas consideraciones generales acerca de la comunicación entre los miembros de la Compañía, sin distinguir entre Superiores y súbditos – o sea, considerándolos a todos como »compañeros de Jesús« –; y expondremos luego más en concreto – formas y medios – la comunicación horizontal, restringida sin embargo a una comunidad local de jesuitas formados.

1. La comunicación, en la Compañía, de todos sus miembros entre sí, sin distinción de categorías

El carácter de este estudio, que trata de seguir los textos ignacianos muy de cerca, nos dispensa de amplificaciones, y nos permite limitarnos a presentar los mismos textos »con breve o sumaria declaración« (EE [2]).

1.1. La razón más fundamental de la comunicación dentro de la Compañía – y también respecto de sus prójimos – es la que san Ignacio enuncia en la Contemplación para alcanzar amor: »el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así por el contrario el amado al amante ...« (EE [231]).

El ejemplo de Dios, que se comunica »de arriba« (EE [237]), hace »reflectir« y provoca no sólo un »Tomad ... y recibid« hacia el mismo Dios (EE [234]), sino también hacia los prójimos.

Lo que Dios nuestro Señor nos ha dado, lo quiere también dar a los demás por nuestro intermedio: es el sentido del llamado del Rey Eternal (EE [95]), que reaparece nuevamente en la Contemplación para alcanzar amor.

Ahora bien, una parte importante de esta comunicación divina la constituye su revelación o comunicación de su Palabra: la Biblia – y también la Tradición (cfr. Tomás de Kempis Imitación de Cristo, IV 11, las »dos mesas«) – le da particular relevancia a este tipo de comunicación que hace directamente al tema ignaciano de la comunicación dentro de la Compañía.

La comunicación interpersonal es como una »revelación« personal que manifiesta el mutuo amor y lo aumenta.

La revelación de la Ley de Dios era, para su Pueblo, argumento de amor y motivo especial de servicio, porque implicaba una especial aproximación y cercanía de Dios: »Como Yahvé mi Dios me ha ordenado, yo os enseño preceptos y normas ... Ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos estos preceptos, dirán: Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente. Y en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahvé nuestro Dios siempre que lo invocamos? y ¿cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan jsutos como toda esta Ley que hoy os doy? (Dt 4,7 con nota de la BJ).

Pero la Ley resultaba todavía – por su expresión universal – una manifestación demasiado »impersonal«; y por eso la piedad del Pueblo de Dios fijó ulteriormente su atención en la Sabiduría de Dios, cuyas delicias estaban »con los hijos de los hombres« (Prv 8,22-31 y Sab 7,22-8,1 con notas de la BJ).

El Pueblo de Dios vive pues de la Palabra »que – como Ley, Sabiduría o Profecía – sale de la boca de Dios« (Dt 8,3 con nota de la BJ), hasta que llegala Palabra que »se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros ... Porque la Ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo (cfr. Jn 1,14-17 con notas de la BJ).

Como también dice la carta a los Hebreos, »de una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo ...« (Hbr 1,1-2).

Si la comunicación de Dios para el hombre es Palabra, mucho más lo es la comunicación entre los hombres, que no tienen – como Dios, cfr. EE [330] – otro modo de comunicarse entre ellos que la »palabra« en sus diversas formas (dicha, escrita o incluso por gestos).

La advertencia de san Ignacio de que »el amor se debe poner más en las obras que en las palabras« (EE [230]), se refiere a la palabra que quiere expresar amor, pero no a la que da »noticias o nuevas« de lo que uno hace y piensa, y sin la cual no puede haber comunicación entre los hombres (cfr. Const. [821]).

El »comunicarse« de palabra es pues »obrar« entre los hombres, como lo es de parte de Dios para con los hombres: »Ciertamente es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón ...« (Hbr 4,12 con nota de la BJ).

Es tal la identidad entre »comunicar« y »amar« que a momentos se la puede considerar a la comunicación – como el amor –, un fin, y a momentos un medio para fomentar el amor (cfr. Introducción, 0.23. c).

1.2. A la razón teológica que acabamos de enunciar, se añade una razón históricosalvífica específica para la comunicación de los miembros de la Compañía entre sí, sin distinción de categorías: esta comunicación es, como vimos antes (cfr. Introducción 0.2), la primera definición de la Compañía como »cuerpo«, anterior a su definición como Orden religiosa.

Citemos nuevamente el texto de la »Deliberación de los Primeros Padres« a partir del planteo de la primera »duda«: »La primera noche en que nos reunimos, se propuso esta duda ...: si convendría más ser nosotros de tal manera unidos y vinculados (»devinctos et colligatos«) en un solo cuerpo, que ninguna distancia corporal (»corporum divisio«) por grande que fuere nos separe; o tal vez no conviniera así ... Finalmente definimos la afirmativa, es decir que, después que el clementísimo y piadosísimo Señor se había dignado unirnos unos con otros y congregarnos a nosotros, tan débiles, y naturales de tan diversas regiones y costumbres, que no deberíamos deshacer la unión y congregación de Dios, sino más bien confirmarla y estabilizarla en el futuro (»in dies confirmare et stabilire«), convirtiéndonos en un cuerpo, y teniendo los unos de los otros cuidado e inteligencia para mayor fruto de las ánimas, porque también la misma virtud tiene más fuerza y fortaleza para lograr cualquier bien arduo, cuando está unida que cuando se dispersa« (MConst. I: 3, n. 3).

En »breve o sumaria declaración«, notemos lo siguiente:

1.21. El vínculo del cuerpo de que se trata – que no es aún »religioso« propiamente dicho, porque le falta la »obediencia« a uno de sus miembros, cfr. MConst. I: 4, n. 4 – consiste en el tener »unos de los otros cuidado e inteligencia«; o como dicen las Constituciones: »el vínculo de las voluntades, que es la caridad y el amor de unos con otros, al cual sirve tener noticias y nuevas unos de otros, y mucha comunicación ...« (Const. [821]).

1.22. Se trata de una inteligencia y cuidado peculiar y propio de los miembros de este cuerpo, o »comunicación« mayor que la que se va a tener con los prójimos.

Lo dice expresamente la otra alternativa de la »duda«: “He aquí que ahora el Sumo Pontífice envía a dos de nosotros a la ciudad de Siena; debemos acaso nosotros cuidar (»curam gerere«) de los que hacia allí parten, o ellos de nosotros, y mutuamente entendernos (»mutuo nos intelligere«), o tal vez no cuidar más de ellos que de aquellos que no son de la Compañía (»qui sunt extra Societatem«)” (MConst. I: 3, n. 3).

1.23. La razón de confirmar la unión basada en la inteligencia y cuidado mutuos o comunicación mayor es triple:

a. La primera de todas y fundamental, es teo-céntrica: es »unión y congregación de Dios« (en el sentido subjetivo o activo de la preposición »de«), que se ha dignado »unirnos unos con otros y congregarnos a nosotros tan débiles y naturales de tan diversas regiones y costumbres ...«.

Es la misma razón que repetirán las Constituciones, tanto en el Proemio (Const. [134]) como en su Parte Décima: »La Compañía no ... se ha instituido ... sino con la mano omnipotente de Dios nuestro Señor ...« (Const. [812]); y que la Parte Octava define como amor de Dios, en el sentido »subjetivo« o activo de esta preposición (cfr. Introducción, 0.73 a).

b. La segunda razón es de índole humana, y consiste – además de ser »tan débiles, y naturales de tan diversas regiones y costumbres« – en la distancia física o corporal que los va a separar por las »misiones« que van a asumir en la Iglesia y en todo el mundo.

Se trata de ser »de tal manera ... un solo cuerpo, que ninguna distancia corporal (»corporum divisio«), por grande que fuere, los separe«.

Es precisamente en razón de esta distancia que la unión se define no sólo como »vínculo de las voluntades« (que es su esencia), sino también por el medio esencial para lograrlo a pesar de la distancia física, o sea por el tener »los unos de los otros cuidado e inteligencia« o »el tener noticias y nuevas unos de otros y mucha comunicación ...«.

Veremos luego que este medio es tan esencial para la Compañía que hay que tenerlo en cuenta aunque no se dé la distancia o separación corporal, y se trabaje o conviva en un mismo lugar geográfico y aún en una misma comunicación local.

En el momento histórico de la »Deliberación«, eran tan pocos los »Primeros Padres« que sólo podían pensar y prever la separación o distancia física, y no la convivencia de muchos en un mismo lugar o comunidad.

c. La tercera y última razón en favor de la unión y comunicación mayor es apostólica: »la misma virtud tiene más fuerza y fortaleza para lograr cualquier bien arduo, cuando está unida que cuando se dispersa«.

Lo arduo del fin apostólico que pretendían los mueve a una mayor unión; y por eso, como diremos luego, cuanto más ardua sea una misión y aunque ésta no implique »separación corporal«, exigirá más comunicación entre aquellos que conviven en un lugar y a quienes se ha confiado una misión (cfr. Const. [624]: »cuando se pudiese sería bien que – el enviado – no fuese uno solo, sino dos a lo menos, así porque entre ellos más se ayuden en las cosas espirituales y corporales, como porque puedan ser más fructuosos a los que son enviados, partiendo entre sí los trabajos en bien de los prójimos«).

1.3. Hasta el momento nos hemos referido a los textos ignacianos fundamentales (Ejercicios, Deliberación de los Primeros Padres, Constituciones), y los hemos comentado con »breve o sumaria declaración«.

Hemos insistido, siguiendo de cerca a san Ignacio, en la concepción espiritual y en los medios espirituales de la comunicación (su razón de ser teocéntrica, histórico-salvífica y apostólica); pero no podemos olvidar que, también según san Ignacio, “... sobre este fundamento – de los medios espirituales que juntan al instrumento con Dios y le disponen para que se rija bien de su divina mano – los medios naturales que disponen el instrumento de Dios para con los prójimos, ayudarán ... con que se aprendan y ejerciten por sólo el divino servicio, no para confiar en ellos, sino para cooperar a la divina gracia, según el orden de la Suma Providencia de Dios nuestro Señor, que quiere ser glorificado con lo que da como Creador, que es lo natural, y con lo que da como Autor de la gracia, que es lo sobrenatural. Así deben procurarse los medios humanos o adquisitos con diligencia ...” (Const. [814]).

Quiere decir que, tratándose de la comunicación de los miembros de la Compañía entre sí, no está fuera de lugar considerar »los medios humanos o adquisitos«, aprendiéndolos y ejercitándolos en bien de dicha comunicación.

Podemos confiar en que san Ignacio, como Fundador, nos ha legado todo lo »sobrenatural« que necesitamos acerca de la comunicación de los miembros de la Compañía entre sí; y que él mismo ha ejercitado, en su tiempo, los »medios naturales« de comunicación que entonces conocía (cartas, viajes, reuniones, etc.), y como entonces los conocía.

No negamos la posibilidad de actualizar el carisma fundacional de san Ignacio, re-leyéndolo a la luz de los »signos de nuestro tiempo«; pero ese carisma nunca podrá convertirse en otro, sino que siempre tendrá que ser el mismo.

Los medios naturales, en cambio, podrían llegar a ser otros, con tal que lo sean de acuerdo con el mismo carisma sobrenatural y para fomentarlo más en nuestro tiempo.

Diríamos que puede haber, en general, más de un cambio en los »medios naturales« de comunicación: unos, más superficiales, y otros más profundos.

1.31. Un cambio, verdadero pero superficial, está dado por la presencia de nuevos medios de comunicación, como radio, »telex«, etc., que se añaden a los ya conocidos del tiempo de san Ignacio (cartas, visitas, reuniones).

1.32. Otro cambio más profundo podría darse por ejemplo en la duración y modo de las reuniones de personas, previstas por san Ignacio, o en su frecuencia mayor.

La Congregación General, por ejemplo, fue prevista por san Ignacio como medio »para unir los repartidos con su cabeza y entre sí« (título de la Parte VIII de las Constituciones [655]); y por eso después de haber hablado »de lo que ayuda para la unión de los ánimos« (Const. VIII, c. 1), pasa a hablar de la »unión personal, que se hace en las Congregaciones de la Compañía« (Const. [677]).

La frecuencia y la duración de una Congregación General estaban limitadas, para san Ignacio, por dos razones fundamentales: la una, »porque el Prepósito General, con la comunicación que tiene con la Compañía toda, y con ayuda de los que con él se hallaren, excusará este trabajo y distracción a la universal Compañía, cuanto fuere posible« (Const. [677]); y la otra razón era que una reunión así, tal cual la conocía san Ignacio en su tiempo, era verdaderamente una »distracción« del trabajo apostólico que todos los congregados tenían, y por eso convenía terminarla cuanto antes (Const. [711]: »se deberá procurar que, lo más presto que se pueda, se concluya lo que se ha de tratar«).

En los textos citados sobre la Congregación General hay juicios de valor de san Ignacio que pueden estar influidos por las experiencias de su tiempo (lentitud en los viajes internacionales, falta de métodos eficaces para preparar y realizar reuniones, etc.). Y otros en cambio – como las ventajas del gobierno ordinario del P. General respecto de una Congregación General – que parecen suponer una estructura esencial de la Compañía y de su gobierno central que puede fallar momentáneamente, pero que habría que rehacer después de haber recurrido, también momentáneamente, a Congregaciones Generales o más frecuentes o más duraderas.

1.33. Otro cambio podría consistir en la introducción – no prevista en su tiempo por san Ignacio – de nuevos tipos de reunión – o como diría san Ignacio, de »unión personal« –, ya no a nivel internacional, como lo es una Congregación General, sino regional, nacional, local o comunitario; y que imiten las características de una Congregación General como las presenta san Ignacio, pues ella parece ser para san Ignacio el prototipo de »unión personal« en la Compañía.

En la segunda y tercera parte de este trabajo tendremos en cuenta estas y otras posibilidades de cambio en los medios naturales, respetando los fines y medios espirituales establecidos por san Ignacio, e incluso imitando los medios naturales previstos por él, pero proyectándolos a las circunstancias de nuestro tiempo, distintas de las de su tiempo y con otras posibilidades naturales que entonces se desconocían.

1.4. San Ignacio concibe la Compañía como formada por miembros que viven »repartiéndose ... en la viña de Cristo, para trabajar ... ahora sean enviados ... por unos lugares y otros ... ahora el trabajar no sea discurriendo sino residiendo firme y continuamente en algunos lugares ...« (Const. [603]).

La visión ignaciana de la Compañía es la del reparto de sus miembros por el mundo; pero esto en dos maneras fundamentalmente extremas, es decir, o »residiendo«, o »discurriendo«.

San Ignacio, pues, al hablar de la unión y comunicación de los miembros de la Compañía entre sí, debiera tener ante la vista dos hipótesis fundamentales de vida de Compañía: la vida »discurriendo por una y otras partes«, y la vida »residiendo en algunos lugares continuamente« (Const. [636]).

La novedad ignaciana era, sin embargo, la primera: »nuestra vocación es para discurrir y hacer vida en cualquier parte del mundo donde se espera más servicio de Dios y ayuda de las almas ...« (Const. [304]); y por eso »las personas de esta Compañía – aún las que »residen« – deben estar cada hora preparadas para discurrir por unas partes y otras del mundo, a donde fueren enviados ...« (Const. [588]).

En resumen, el »reparto« afecta a todos los miembros, mientras que el »discurrir« es de unos y el »residir« es de otros; pero todos deben estar dispuestos al »discurrir«.

La Compañía de Jesús tiene, pues, en su Fundador, su imagen arquetípica de »peregrino« (cfr. Autobiografía, passim); y tanto que su pensamiento »primitivo« de residir en Tierra Santa, no lo realizó sólo porque el Señor no se lo permitió providencialmente ni a él ni a sus primeros compañeros.

¿Hasta qué punto esta preferencia ignaciana influye en la redacción de las Constituciones y, por tanto, también en su exposición de los medios para la comunicación de los miembros de la Compañía entre sí?

Diríamos que influye de tal manera que prácticamente no se ocupa de las casas de los que residen: les dedica algunas frases en la Parte Sexta, y sólo un capítulo, el último, de la Parte Séptima de las Constituciones; y aún aquí trata de lo que deben hacer para »ayudar a las ánimas«, y no de lo que harán entre ellos (Const. [654]: »de lo que toca a los oficios de Casa y otras cosas más particulares, se verá en las reglas de ella, no alargando más cuanto a las misiones o compartición de los de esta Compañía en la viña de Cristo nuestro Señor«).

Nos referimos evidentemente a los jesuitas »formados« en sus casas o residencias, y no a los jesuitas en formación, pues a estos les dedica casi todas las primeras Partes de las Constituciones. Y este »silencio« de san Ignacio sobre las »casas« de los jesuitas formados que »residen«, dio lugar sin duda a que se imitara en ellas a las de los que están en formación, con las consecuencias previsibles de esta imitación que no estaba ni universal ni necesariamente en la intención del Fundador.

Nos referimos además muy concretamente a la vida de comunidad y de comunicación de los jesuitas formados »residiendo firme y continuamente en algunos lugares« (Const. [603] y [636]: los otros aspectos de tales casas o residencias, como por ejemplo la vida de obediencia y sobre todo la de pobreza, son tratados muy de propósito por san Ignacio, e insistiendo, en el caso de la pobreza, en las diferencias con las casas de los jesuitas en formación o con los Colegios y Universidades; mientras que de la vida de comunidad y de comunicación en dichas »residencias« de jesuitas formados prácticamente no dice nada.

Nos referimos además muy especialmente a los medios y modos de vida de comunidad y de comunicación interpersonal en dichas »residencias« de jesuitas formados que están, por así decirlo »con un pie en el estribo« (cfr. Const. [586]: »... siendo tanto incierta nuestra residencia en un lugar y en otro ...«) y no como »jubilados« o como preparándose para el »retiro activo«: el criterio para elegir dichos medios y modos debe ser el apostólico, en bien de los prójimos, y no, como en el caso de los que están en formación, solamente su propio bien (Parte Tercera; y el instruirlos »en letras y en otros medios de ayudar a los prójimos«, Parte Cuarta).

Ya veremos luego que san Ignacio nos da un criterio general, basado en la misión apostólica, para poder prever cuál es, según él, la comunicación fundamental que debe darse entre los jesuitas formados que residen »firme y continuamente en algunos lugares«; pero quisimos adelantar que no nos da muchos modos y medios concretos de la vida de comunidad local para los jesuitas formados, sino casi exclusivamente para los que están en formación.

Quisimos además adelantar que los medios y modos que pueden ayudar a los que están en formación y conviven en una casa para ellos, no deben aplicarse sin más a las casas de los formados que o bien residen »firme y continuamente en algunos lugares« o bien »discurren«, sino »tanto cuanto« respondan a su situación peculiar apostólica de jesuitas formados.

1.5. Recapitulación

1.51. San Ignacio, en las Constituciones, insiste siempre más en la exposición de los »medios espirituales« que en la de los »naturales«. Y por eso, a propósito de la comunicación en general de todos los miembros de la Compañía entre sí, sin distinción de categorías, nosotros hemos insistido en la razón teológica (cfr. 1.1) y en la histórico-salvífica (cfr. 1.2) de dicha comunicación.

1.52. San Ignacio, asegurados los »medios espirituales«, no quiere que se descuiden los »naturales« (cfr. 1.3). Sin embargo, cuando expone éstos en las Constituciones, piensa sobre todo en los que sirven a la unión de los »repartidos« y no dice casi nada de la unión de los que residen en un lugar o casa, salvo a propósito de los que están en formación (cfr. 1.4).

1.53. Consiguientemente nuestro trabajo ulterior se va a concentrar en los »medios naturales« de la comunicación entre los que residen en una casa o lugar, y son jesuitas »formados«; y esto por dos razones: por la actualidad que el tema tiene, y porque san Ignacio lo ha dejado casi totalmente abierto a nuestra reflexión, y conviene que la hagamos a la luz de su carisma fundacional y de los signos de nuestro tiempo.

1.54. Sigue en pie la limitación indicada en la Introducción (cfr. 0.10), y que se añade a la que acabamos de hacer: en definitiva, vamos a considerar los »medios naturales« para la comunicación horizontal; y esto dentro de las casas de los jesuitas formados que o bien residen »en algunos lugares establemente, o bien discurren »por unas y otras partes«.

2. La comunicación comunitaria local

Llamamos así a la comunicación entre jesuitas que viven en una misma casa, aunque tengan diversos trabajos apostólicos fuera de ella. Nos interesa sobre todo, como dijimos antes – cfr. 1.53 – la vida de comunicación en una casa de jesuitas »formados«, sea esta casa o no una comunidad canónicamente establecida y con un Superior canónicamente tal que también viva en ella.

Esta última observación alternativa merece una consideración aparte, que nos servirá de introducción al tema que nos va a ocupar a continuación.

2.1. La comunidad local en la Compañía

Las Constituciones de la Compañía de Jesús no rechazan la forma más estable de comunidad o convivencia, con las características clásicas de una comunidad canónicamente constituida y con un Superior religioso propiamente tal como miembro de la misma; pero tampoco la exigen para todos y cada uno de los »grupos« de jesuitas formados que puedan constituirse en una Provincia o región con una misión apostólica.

En la Compañía de Jesús tan posible es un jesuita »discurriendo por unas y otras partes« con una »misión« (cfr. 1.4), como un »grupo« de jesuitas en esas condiciones. Más aún, para san Ignacio es más conveniente esto último porque dice que »cuando se pudiese, sería bien que no fuese – en las »misiones« del Superior – uno solo, sino dos a lo menos ...« (Const. [624]).

San Ignacio contempla también la posibilidad de enviar »más número que dos, cuando la importancia de la obra que se pretende fuese más grande en servicio de Dios nuestro Señor y pidiese más multitud, y la Compañía pudiese proveer de más operarios sin perjuicio de otras cosas de más gloria divina y bien universal ...« (Const. [624] al final).

La tendencia pues a enviar un »grupo« de jesuitas formados (»dos por lo menos« o »más número que dos« o »más multitud«) es clara en san Ignacio; y sólo está condicionada a la posibilidad numérica de la Compañía y a la importancia de la »misión«, y consiguientemente »el Superior podrá hacerlo como la unción del santo Espíritu le inspirare o en su divina Majestad mejor y más conveniente sintiere« (ibidem).

2.11. Es evidente que, quien es enviado solitariamente a una »misión«, no lleva a un Superior consigo, aunque lo tenga – el que le ha dado la »misión« – e incluso lo vaya encontrando y lo tenga que tener en cuenta, no como Superior propio y personal, pero sí como de la Compañía (cfr. Const. [635] y [662]).

Cabe entonces preguntarse si el »grupo« de jesuitas enviados en »misión« debe tener siempre consigo al Superior o no; o sea, si para san Ignacio, siempre, uno del »grupo« enviado debe ser Superior de los otros del mismo grupo.

Cuando se trata de »dos a lo menos«, san Ignacio detalla diversas combinaciones de cualidades apostólicas, pero no establece explícitamente que deba darse entre ellos la relación Superior-súbdito.

El mismo silencio cuando dice que puede ser necesario enviar »más número que dos« o »más multitud«.

Ya dijimos antes (cfr. 1.4) que san Ignacio es muy parco cuando trata de las casas de los jesuitas formados »residiendo firme y continuamente en algunos lugares«: les dedica algunas frases en la Parte Sexta (insistiendo en la pobreza, Const. VI, c. 2; y en que es »tanto incierta nuestra residencia en un lugar ...«, Const. [586], y en que »las personas de esta Compañía deben estar cada hora preparadas para discurrir por unas partes y otras del mundo, adonde fueren enviados por el Sumo Pontífice o sus Superiores«, Const. [588]); y el último capítulo de la Parte Séptima, donde sin embargo trata exclusivamente de lo que harán con los prójimos y no de lo que harán entre sí o cómo se organizará la casa (»de lo que toca a los oficios de Casa y otras cosas particulares, se verá en las reglas de ella ...« Const. [634]).

2.12. El silencio de las Constituciones respecto de los detalles de la vida de comunidad de los jesuitas formados, hace que la organización de sus casas dependa de la discreción del Superior que los envía »en grupo« o »comunidad«.

En otros términos, es cuestión de discreción personal del Superior que envía (»como la unción del Espíritu santo le inspirare o en su divina Majestad mejor y más conveniente sintiere« Const. [624] al final), y no prescripción o constitución universal de san Ignacio, qué número de jesuitas formados han de vivir en una misma casa, y si han de formar o no una comunidad con un Superior-miembro de la misma o no, y con las características o no de una comunidad religiosa canónicamente establecida.

Tampoco es prescripción universal ignaciana el que los jesuitas formados vivan solos entre sí y no con otros no jesuitas; o que vivan siendo mayor número los jesuitas que los otros, o viceversa. Todo esto es también cuestión de discreción del Superior que los envía en tales o cuales condiciones.

2.13. Es verdad que, en general, la costumbre ha optado casi siempre por uno de los términos de esas alternativas, tendiendo a que las casas de los jesuitas formados – como las de los que están en formación – tengan el máximo de estabilidad, incluso la canónica; pero esta costumbre sólo significa que hasta ahora cada Superior se ha visto dispensado, de hecho, de discernirlo en cada caso; y no por eso se ha convertido en un derecho fundado en las Constituciones.

La costumbre ha ido introduciendo también individuos »discurriendo por unas y otras partes«, y no »grupos« en las mismas condiciones, y sin embargo san Ignacio prefería que, si »la Compañía pudiese proveer más operarios ...«, fuese »más número que dos« o »más multitud« (Const. [624], al final).

La costumbre también ha establecido – por lo menos, hasta antes de la Congregación General 31 – que todo jesuita viviera con un Superior a su lado; y sin embargo san Ignacio consideraba posible que un jesuita formado, en concreto, »no se ayudaría tanto en estar a obediencia« de quien está a su lado (Const. [661]).

Hay que reconocer que la costumbre de asignar cada jesuita a un Superior local de una casa o Colegio, se basa en una recomendación de las Constituciones:

Cuando en casos particulares pareciere al Prepósito Provincial más conveniente para el divino servicio, que alguno de los que están en Casas o Colegios fuese inmediato a su obediencia, puede eximirle de la del Rector o Prepósito local ... Pero comúnmente la subordinación dicha – o sea, la existencia de Superiores intermediarios o inmediatos – es mejor ...« (Const. [663]).

Pero esta declaración – como toda »declaración en las Constituciones« respecto del texto de las mismas – pertenece más al »tiempo« de san Ignacio; y sólo tiende a señalar como menos común la dependencia directa de un miembro concreto del Provincial.

Sin embargo, esta recomendación de las Constituciones se cumple si el »grupo« – que en nuestra hipótesis no tiene Superior-miembro del »grupo« – depende, no del Provincial, sino de un Superior local cercano, y con fácil y frecuente contacto personal con el »grupo« y con sus miembros.

2.14. En resumen, la comunidad local de jesuitas formados no tiene necesariamente – según san Ignacio – varias de las características (constitución canónica, Superior-miembro de la misma comunidad, número, homogeneidad, estabilidad, etc.) que la costumbre ha ido introduciendo en ellas en todo el mundo.

Eso no quiere decir que no pueda tenerlas, sino que dichas características de una comunidad local no están dadas universalmente por las Constituciones, y que por consiguiente dependen de la discreción de cada Superior que las constituye con sus súbditos.

Esta discreción, por lo demás, cuenta con algunas orientaciones ignacianas; y debe, además, tener en cuenta los »signos de nuestro tiempo«.

a. San Ignacio, al preferir el envío de »dos a lo menos« para una »misión«, da dos razones fundamentales de esta preferencia; y las mismas pueden servir de criterios para discernir la forma concreta que puede tomar cada comunidad de jesuitas formados.

El texto ignaciano es el siguiente: “Cuando se pudiese, sería bien que no fuese uno solo, sino dos a lo menos, así porque entre ellos más se ayuden en las cosas espirituales y corporales, como porque puedan ser más fructuosos a los que son enviados, partiendo entre sí los trabajos en bien de los prójimos” (Const. [624]; y a continuación da ejemplos de distintas »particiones« de trabajos apostólicos).

Estas razones, por lo demás, coinciden con el doble fin de la Compañía (cfr. Const. [307]: ayuda a sus miembros, y ayuda a sus prójimos, cfr. Estudio – Oración – Acción, Suplemento del Boletín de Espiritualidad, n. 1), y resultan pues buenos criterios para discernir la forma que debe adoptar cualquier comunidad local jesuita al servicio de los prójimos.

Conviene además recordar que la discreción del Superior no puede olvidar la condición o presupuesto que san Ignacio tiene cuando se muestra tan amplio respecto de las características de una comunidad local de jesuitas formados: también aquí, como cuando establece una ley tan amplia para la vida de oración de los jesuitas formados, piensa en jesuitas dignos de tal amplitud, y por tanto »personas espirituales y aprovechadas para correr por la vía de Cristo nuestro Señor ...« (cfr. Const. [582]).

El Superior, pues, teniendo en cuenta quiénes son cada uno del »grupo« y a qué »misión« los envía, debe mirar en qué forma de comunidad local van a encontrar, entre ellos, más ayuda – espiritual y corporal –; y van a poder – »partiendo entre sí los trabajos« – ser más eficaces para con sus prójimos: número de miembros, presencia o no de un Superior-miembro, forma canónica o no, etc. etc. dependen de todas estas consideraciones y de su ponderación discreta.

b. Los »signos de nuestro tiempo« no son los mismos que en tiempo de san Ignacio; y por eso san Ignacio podía, como Superior General de su tiempo, dar »reglas« para una casa de jesuitas formados, y no ponerlas, como Fundador, en las Constituciones.

San Ignacio, por ejemplo, conocía las grandes ciudades de su tiempo como ellas eran entonces; y de acuerdo a ello establecía las casas de jesuitas formados en esas grandes ciudades. Si hoy conociera nuestras grandes ciudades, advertiría que son distintas de las de su tiempo, y que en ellas muchos jesuitas deben vivir »dispersos« de una manera muy similar a los que en su tiempo eran enviados a un nuevo continente.

Cualquier gran ciudad de nuestro tiempo tiene mucho de ese »mundo« que entonces se encontraba cruzando el océano, y que ahora se encuentra pasando de un barrio a otro, o de una obra a otra: hay gran distancia psico-sociológica entre una parroquia de barrio »alto« y una de barrio pobre, o entre una »villa miseria« y una Universidad o Colegio, y así por el estilo.

Otro signo de nuestro tiempo es la pobreza, que ya no es sólo el »vivir de limosna« sino también de su trabajo, y con simplicidad y sobre todo hospitalidad y mucha comunicación con los prójimos.

Estos y otros signos de nuestro tiempo deben ser tenidos en cuenta al discernir la forma de una comunidad local; y así es como nacen comunidades que se establecen en un »departamento« o en un »piso«, en el mismo edificio donde hay otros grupos como los familiares, y no en edificios apartes e identificados con el edificio dedicado a la obra apostólica (colegio, parroquia, universidad).

2.15. En definitiva, nuestra hipótesis de trabajo es una nueva forma de comunidad, más ágil y, por tanto, más parecida a un »grupo« con una »misión« que a la comunidad tradicional de nuestras casas y Colegios.

En tal hipótesis, el Superior está moral y religiosamente presente y en contacto frecuente con el »grupo«, pero vive físicamente en la casa donde tiene el resto de sus súbditos que constituyen la comunidad tradicional.

a. En esta hipótesis, se salva la subordinación tradicional y no se hace depender, al »grupo«, directamente del Provincial, a no ser por razones circunstanciales, como las que prevé el mismo san Ignacio para ciertas personas en concreto.

b. La intención de esta hipótesis es facilitar la formación de »grupos« de vida y/o tarea apostólica, sin abandonar totalmente la formación de las comunidades tradicionales.

Esta experiencia de »grupos«, facilitada por la separación meramente física respecto de la comunidad tradicional de nuestras Casas y Colegios, no estorba una vuelta ulterior al sistema tradicional sino que, por el contrario, puede facilitar la vuelta a comunidades tradicionales que tengan las ventajas de los »grupos« de vida y/o tarea.

ba. De parte de san Ignacio, como lo hemos visto, no hay una oposición legislativa a la formación de tales »grupos«; y de hecho los insinúa en la Parte Séptima de las Constituciones, al tratar de las »misiones«, cuando habla de »enviar más número que dos, cuando la importancia de la obra que se pretende fuese más grande en servicio de Dios nuestro Señor, y pidiese más multitud y la Compañía pudiese proveer de más operarios ...« (Const. [624]).

bb. En lo que hace a nuestro tiempo, uno de sus »signos« es la importancia que se atribuye a la mayor comunicación, y a los medios – »grupos« de vida y/o tarea – que la facilitan.

Este »signo de nuestro tiempo« está entroncado directamente con la intención ignaciana de la mayor unión, y de la mayor eficacia espiritual y apostólica (cfr. »Deliberación de los Primeros Padres« y comentario más arriba, 1.23. c).

Podemos, por tanto, considerar esta mayor comunicación – y su medio natural actual más apto, o sea la formación de »grupos« de vida y/o de tarea – como un constitutivo de una misión confiada, en nuestro tiempo, a jesuitas formados.

En otros términos, es tan importante cualquier »misión« en nuestro tiempo, que conviene que tome la forma comunitaria prevista por san Ignacio »cuando la importancia que la obra que se pretende fuese más grande en servicio de Dios nuestro Señor« (Const. [624]), y tan ardua que conviene se realice con la mayor comunicación interpersonal y local posible.

Y con esto podemos entrar directamente en el punto siguiente, consagrado precisamente al estudio y a la realización de esta mayor comunicación en cualquier comunidad local de jesuitas formados.

2.2. La comunicación en una comunidad local

No vamos a repetir lo que dijimos en la Introducción (cfr. 0) y también en el primer capítulo de este trabajo (cfr. 1), sobre la comunicación interpersonal como »medio espiritual« para la conservación del »buen ser« de la Compañía y, por tanto, de todas y cada una de sus comunidades locales.

Estamos ya en el capítulo práctico de nuestro trabajo, o sea, en los »medios naturales« para la comunicación (cfr. 1.3), restringiendo ésta a la que se da en una comunidad local y entre todos sus miembros, sin distinguir entre Superior y súbditos (cfr. 1.54).

2.21. Vamos a comenzar por exponer lo que san Ignacio dice de la unión y comunicación en y para la Compañía universal, haciendo luego de todo ello la aplicación que sea posible a una comunidad local o Compañía »en pequeño«. Por otra parte no se puede dar verdadera comunicación en esta última fuera del marco referencial que le ofrece la verdadera y única Compañía de Jesús, que es la universal: cada jesuita es ante todo miembro de esta última (cfr. Fórmula del Instituto, 1), y sólo consecuentemente es repartido en provincias, casas y obras; y por eso la Compañía no »surge« de la unión de Provincias, casas y obras, sino que se »reparte« – como sus miembros – en ellas.

San Ignacio distingue, en la Parte Octava, dos clases de »medios« de unión y comunicación en y para la Compañía universal:

A. Los medios para la »unión de los ánimos« (Const. VIII, c. 1).

B. Los medios para la »unión personal« (Const. VIII, cc. 2-7; o sea, la Congregación General, único medio que san Ignacio propone, bajo esa denominación, para la Compañía universal).

Los primeros medios suponen la distancia física de aquellos cuyos »ánimos« hay que unir y comunicar; mientras que los segundos requieren la presencia física y »personal«. Pero algunos de los medios »para la unión de los ánimos« se podrán usar, como veremos, cuando se da la »unión personal« o presencia física, aunque no viceversa.

Veamos pues la enumeración ignaciana de ambos medios, los que hacen a la »unión de los ánimos« y los que constituyen la »unión personal« en la Compañía universal, para tener así abierto el camino a la aplicación posible de los mismos a una comunidad local de jesuitas formados.

a. Medios ignacianos para la unión de los »ánimos« (cfr. Const. VIII, c. 1). Una lectura rápida de las Constituciones nos ofrece, por así decirlo, tres grupos de »medios« para esta unión:

aa. Condiciones de posibilidad de la unión y comunicación:

+ »no se admitir mucha turba multa de personas a profesión: ni se retener sino personas escogidas ...« (Const. [657]; cfr. [658]: »esto no excluye el número – aunque sea grande – de personas idóneas ... pero encomiéndase que no se alargue la mano a pasar por idóneos ... los que no lo son«).

+ »quien se viese ser autor de división de los que viven juntos, entre sí o con su cabeza, se debe apartar con mucha diligencia ... como peste que la puede inficionar mucho, si presto no se remedia« (Const. [664]; cfr. [665]: »apartar se entiende o del todo, despidiendo de la Compañía, o traspasándolo a otro lugar, si esto pareciese bastar y ser más conveniente ...«).

+ »las cualidades« de la persona del General »de que se dirá en la nona Parte principal, con las cuales hará su oficio, que es ser cabeza para todos los miembros de la Compañía, de quien a todos ellos descienda el influjo que se requiere para el fin que se pretende« (Const. [811], que extiende la misma condición a todo Superior Provincial, local y de Colegios).

+ »el lugar ... conveniente a la comunicación de la cabeza para con sus miembros ...« (Const. [668]), y por tanto para poder »visitar a sus súbditos« (que mencionaremos luego entre los medios propiamente dichos de comunicación).

+ no dejarse llevar por el »amor propio«, enemigo principal de esta unión y bien universal« (Const. [671]).

+ »la uniformidad ... en lo interior de doctrina y juicios y voluntades, en cuanto sea posible« (Const. [672]: »tener advertencia que la diversidad – en la doctrina – no dañe la unión de la caridad, y acomodarse en lo que se puede a la doctrina que es más común en la Compañía«, donde se nota que es más exigente, al poner esta condición, con los que »no han estudiado« que con »quien hubiese ya hecho sus estudios«; y que doctrina »más común« es »la que fuere escogida en la Compañía por la mejor y más conveniente para los suppósitos – súbditos? – de ella«).

+ »la uniformidad ... exterior en el vestir, ceremonias y de Misa y lo demás, cuanto lo compadecen las cualidades diferentes de las personas y lugares, etc.« (Const. [671]).

En esta larga enumeración, algunos de sus puntos son claramente »condiciones de posibilidad« de la unión y comunicación (por ejemplo, los que se expresan negativamente: »no admitir ... apartar«, »no dejarse llevar«; o »las cualidades« de la persona del General, o el »lugar« donde reside, etc.) porque son las que permiten poner medios propiamente dichos (comunicación, visitas, etc.) o quitan lo que los puede hacer ineficaces para el fin que se pretende. Sin embargo, no hay dificultad en considerarlos, en la práctica, también como »medios« en un sentido más genérico del término.

Además, algunas de estas condiciones son »espirituales« (»uniformidad ... en lo interior de doctrina, y juicios y voluntades«, etc.), y otras son »naturales« (»lugar ... conveniente para la comunicación«, etc.).

ab. Medios propiamente dichos, pero »espirituales«:

+ »el vínculo de la obediencia ... en su vigor« (Const. [659]).

+ »a la misma virtud de obediencia toca la subordinación bien guardada de unos Superiores para con otros, y de los inferiores para con ellos ...« (Const. [662]: el matiz que este medio añade al anterior es doble: por una parte, menciona expresamente la obediencia de un Superior respecto del que inmediatamente le sigue hacia arriba; y por la otra, llama »obediencia« de un súbdito, cuando éste sigue lo que se le manda, y »subordinación« cuando el súbdito busca o tiene un Superior inmediato o más cercano.

+ »el amor de Dios nuestro Señor, porque estando el Superior y los inferiores muy unidos con la su divina y suma Bondad, se unirán muy fácilmente entre sí mismos, por el mismo amor que de Ella descenderá y se extenderá a todos los prójimos, y en especial al cuerpo de la Compañía« (Const. [671]).

+ »la caridad y en general toda bondad y virtudes con que se proceda según el espíritu ... y por consiguiente todo menosprecio de las cosas temporales, en las cuales suele desordenarse el amor propio ...« (Const. [671]).

ac. Medios también propiamente dichos, pero naturales y a veces a la vez espirituales:

+ »un colateral ... el cual se habrá con el que tiene el cargo, y éste con él, que no se debilite la obediencia o reverencia de los otros, y tenga verdadera y fiel ayuda y alivio el que tiene el cargo en su Colateral, para su persona y para los otros que están a su cargo« (Const. [659]; y la extensa declaración D, Const. [661] expresa muy en detalle este medio –natural y espiritual a la vez, como veremos luego – tan original de san Ignacio, y lamentablemente tan olvidado en la práctica de la Compañía a pesar de la necesidad que tiene toda comunidad de hombres de un »ángel de paz andando entre ellos«).

+ »visitar a sus súbditos en otras partes, según las ocurrencias y necesidades que sobrevinieren« (Const. [669], para las visitas del General; y Const. [670], para las visitas del Provincial, como algo »muy propio de su cargo«).

+ »la comunicación de letras misivas entre inferiores y Superiores, con el saber a menudo unos de otros, y entender las nuevas e informaciones que de unas y otras partes vienen; de lo cual tendrán cargo los Superiores, en especial el General y los Provinciales, dando orden cómo en cada parte se pueda saber de las otras lo que es para consolación y edificación mutua en el Señor nuestro« (Const. [673]; cfr. [674-675], que por extenso explica cómo se hacía esto en la antigua Compañía).

Una recapitulación de todas estas condiciones de posibilidad y de medios espirituales y naturales, se encuentra en la Parte Décima, de la cual sólo citaremos aquí una nueva expresión del medio natural mencionado en último lugar, y que es la siguiente: ... al cual – vínculo de las voluntades, o »unión de los ánimos« – sirve el tener noticias y nuevas unos de otros y mucha comunicación ...« (Const. [821]).

Veremos en su momento cuáles de todos estos medios naturales de comunicación y unión, pensados para la Compañía universal y para la »unión de los ánimos« de los »dispersos« o »repartidos« por todo el mundo, tienen aplicación para la »unión personal« o comunicación de los que viven en una misma comunidad local de jesuitas formados.

Sigamos pues exponiendo los medios específicos pensados por san Ignacio para la »unión personal« de toda la Compañía, o sea, cuya aplicación requiere la presencia física, en un mismo sitio, de jesuitas formados.

b. Medios ignacianos para la unión personal.

En realidad, se trata de un único medio – natural y espiritual a la vez – y se llama Congregación General (cfr. Const. [677-718]); y supone la presencia física de personas de la Compañía, pero no de todas sino de sus »representantes«.

La Congregación General, tal cual la presenta san Ignacio en las Constituciones, puede ser considerada por nosotros de dos maneras: una, como se da en la Compañía universal y en representación de toda ella; y otra, como modelo-tipo de una reunión de jesuitas, aunque estos no representen a la Compañía universal.

La primera consideración excede nuestro tema actual, limitado a la comunicación local e interna a una casa o comunidad de jesuitas formados; mientras que la segunda consideración nos ofrece precisamente lo que buscamos, o sea, un medio-modelo de unión personal que pueda tener aplicación en una comunidad local o casa de la Compañía.

La primera consideración, sin embargo, es previa a la segunda, si queremos aplicar el método ignaciano de una Congregación General a cualquier reunión de jesuitas formados; y pertenece directamente al punto que estamos desarrollando y que titulamos los medios ignacianos para la unión personal en la Compañía.

Seremos pues breves en la exposición de la primera consideración, porque con ella sólo pretendemos introducir la segunda consideración o tema de los medios naturales para la comunicación en una comunidad local de jesuitas formados.

En la Congregación General, tal cual la presenta san Ignacio en la Parte Octava de las Constituciones, debemos considerar los actores (c. 3: »quiénes se han de congregar«; c. 4: »quién ha de llamar«), las circunstancias de la reunión (c. 2: »en qué casos se hará ...«; c. 5: »lugar, tiempo y modo de congregar«), y el modo de determinar en ella (o sea, de tomar decisiones: c. 6: »cuando se trata de elección del General«, y c. 7: »cuando se trata ... de otras cosas« o temas).

Veamos cada uno de estos aspectos muy en general y teniendo en cuenta nuestro objetivo práctico de presentar a la Congregación General como modelo-tipo de reuniones o medio-modelo de unión personal en la Compañía, aún a nivel local:

ba. Los actores de una Congregación General.

ba.a. »Quién ha de llamar« a Congregación General (Const. VIII, c. 4): de ordinario, el mismo General (Const. [689]; o su Vicario o quien haga sus veces, en caso de fallecimiento del General (Const. [687-688]).

Está prevista la convocatoria extraordinaria, por defectos graves del General (Const. [782-787]); y también que »al General le debe placer ...« la opinión de otros »a más voces entre ellos« y, ante tal opinión, »debe ordenar que se haga el tal Capítulo con mucha diligencia (Const. [681]).

ba.b. Quién ha de dirigir la Congregación General: el mismo General es quien debe »enderezar – o sea, dirigir – los que vinieren, y despedirlos a su tiempo, concluido lo que ha de tratarse« (Const. [755]).

ba.c. »Quiénes se han de congregar« (Const. VIII, c. 3): »no son todos los sujetos que están a obediencia« de la Compañía (Const. [682]; cfr. Const. [551]: »la Compañía, en un modo universalísimo hablando, comprehende todos los que viven debajo de la obediencia del Prepósito de ella, aún los Novicios y personas que pretendiendo vivir y morir en la Compañía, están en probación para ser admitidos en ella en uno de los otros modos que se dirán«. De acuerdo con este texto paralelo, la nota de la edición oficial de las Constituciones, p. 238, no es exacta).

Esta frase de san Ignacio (»no son todos ...«) y otras igualmente negativas (»ni aún los ... Estudiantes aprobados«) son las únicas taxativas, porque a continuación ofrece diversos números y maneras de señalar – y no siempre elegir por votación de »pares« – a »quienes se han de congregar«.

bb. Las circunstancias de una Congregación General.

bb.a. En qué tiempos: ante todo, hay un »presupuesto« ignaciano: »no parece por ahora convenir que se haga en tiempos determinados – como sería cada tres o cada seis o más o menos años – ni muy a menudo ...« (Const. [677]).

Hay que tener en cuenta el »por ahora«, que da lugar a que en otro momento histórico se establezca de derecho o de hecho que se convoque »en tiempos determinados« o »más a menudo«.

También es importante la razón ignaciana de ese juicio »de situación«: »el Prepósito General, con la comunicación que tiene con la Compañía toda, y con ayuda de los que con él se hallaren, excusará este trabajo y distracción a la universal Compañía, cuanto posible fuere« (ibidem).

La razón subraya una vez más la importancia que, para el buen gobierno ordinario, san Ignacio asigna a la comunicación del P. General con toda la Compañía, y a la ayuda de los que están de ordinario con él y, por tanto, a la comunicación fluida con estos últimos (cfr. Const. [809]). A falta de esta comunicación, se excita, en toda la Compañía, la necesidad de la comunicación extraordinaria y personal, propia de una Congregación General: »en gran parte la Congregación ayuda a bien determinar, o por la información mayor que se tiene, o por algunas personas más señaladas que dicen lo que sienten; lo cual se podrá en muchos casos hacer sin Congregación General, como se ha dicho« (Const. [679]).

bb.b. »En qué casos se hará Congregación General« (Const. VIII, c. 2): San Ignacio señala, en general, dos casos como típicos, el uno »la elección del General, ahora sea por muerte del pasado, ahora sea por cualquiera de las causas por que se puede dejar el tal cargo ...« (Const. [677]), y el otro »cuando se hubiese de tratar de algunas cosas perpetuas y de importancia ...o de algunas otras muy difíciles tocantes a todo el cuerpo de la Compañía o el modo de proceder de ella, para más servicio de Dios nuestro Señor« (Const. [680]; cfr. [681]).

bb.c. »Lugar, tiempo y modo de congregar« (Const. VIII, c. 5).

El lugar ordinario es »la curia del Romano Pontífice« (Const. [690]), pero también podría ser otro »más a propósito para todos, cual sería alguno que estuviese en medio de diversas partes donde está la Compañía, u otro que les pareciese más a propósito« (ibidem: »si el que llama es el General ... a él le tocará escoger y señalar el lugar que en el Señor le pareciere más conveniente«). El tiempo se entiende aquí el »que se dará para ayuntarse ...« (Const. [691]). El modo se entiende aquí que »el que tiene tal cargo avise luego por diversas vías a los Provinciales, y si otros particulares Profesos se hubiesen de llamar, señalando, cuanto le parece que baste, la causa, lugar y tiempo de la Congregación ...« (Const. [692]).

Forma parte de este »modo de congregar« una gran convocatoria a la oración, pues »daráse asimismo orden por los Superiores, que todos los que están a obediencia de la Compañía – cfr. Const. [682] y [511]), hagan cada día oración, y en sus Misas se acuerden de encomendar mucho a Dios nuestro Señor los que van a la Congregación y cuanto en ella se tratare, que todo sea como conviene para su mayor servicio y alabanza y gloria« (Const. [693]).

bc. El modo de determinar en la Congregación General.

Este es precisamente el único aspecto de la Congregación General que puede, como medio-modelo de unión personal, tener aplicación a una comunidad local; y por eso lo veremos más adelante, cuando hagamos esta aplicación.

c. Medios jesuíticos para la unión personal.

Puede llamar la atención que, después de la enumeración de los medios »ignacianos«, hablemos de medios »jesuíticos«. Queremos con ello decir que la tradición jesuítica ha tomado ciertos medios, propuestos por las Constituciones para otro fin que la comunicación y la unión personal, y los ha transformado legítimamente en medios para la comunicación en las comunidades de la Compañía.

Nos referimos concretamente a los recreos en comunidad, que san Ignacio propone, en las Constituciones, como meras interrupciones en el trabajo o descansos, y que la tradición posterior ha aprovechado – sin negar ese objetivo – para el objetivo ulterior de la unión y comunicación personal comunitaria.

ca. Son sólo dos textos ignacianos, el uno para los que están en formación (Const. [229]), y el otro para los que están en el apostolado y son miembros de las casas de jesuitas formados (Const. [559]).

En ambos textos se habla de »recreación«, sea en la misma casa (primer texto), sea en un »huerto« (segundo texto); pero no en el contexto de los medios para la unión y comunicación, sino como interrupciones del trabajo diario o descansos en medio del trabajo apostólico.

cb. La tradición ha aprovechado esos momentos de interrupción del trabajo o de descanso, como momentos de comunicación comunitaria y local: la prueba es por ejemplo la preocupación de Nadal (manifestada en un texto clásico) por aquello que en esos momentos debe ser – o no ser – tema de conversación, y que él establece, no sólo con un criterio de »descanso«, sino también de »aprovechamiento« personal y comunitario.

En realidad la intervención de Nadal sale al paso de una exageración que se estaba dando en algunas comunidades, en las cuales se buscaba demasiado el »aprovechamiento« y se sacrificaba totalmente el »descanso«: por ejemplo, los recreos de comunidad que comenzaban con una oración y terminaban con un »responso«, y que se convertían en una »pacomia« muy similar a las clásicas »colaciones« de los monjes del desierto.

Este es el origen histórico de los clásicos »recreos de comunidad«, en los cuales se descansa y a la vez se aprovecha para la comunicación interpersonal (cfr. Rivadeneira, Tratado del modo de gobierno, VI 10, MScripta I: 465).

2.22. Terminada la exposición de lo que san Ignacio propone en las Constituciones para la unión y comunicación en y para la Compañía universal (cfr. 2.21), tenemos que hacer su aplicación a la comunidad local.

En esta aplicación sólo vamos a tener en cuenta los medios naturales, porque son los únicos que, al aplicarlos, se transforman; o sea, toman la forma que corresponde, no a la Compañía universal, sino a la comunidad local. Los medios espirituales, en cambio, se han de aplicar tal cual, porque »son los que han de dar eficacia a ... – los naturales – para el fin que se pretende« (Const. [813]).

Los medios naturales – ignacianos y/o jesuíticos, en el sentido antes indicado de estos dos epítetos – cuya aplicación vamos a considerar, son, en el mismo orden en el cual los hemos expuesto más arriba (cfr. 1.21), los siguientes.

a. El »colateral ... como ángel de paz entre ellos« (Const. [661]).

b. »El saber a menudo unos de otros« (Const. [673]), o como también dice san Ignacio, »el tener noticias y nuevas unos de otros y mucha comunicación« (Const. [821]), o »inteligencia y cuidado« (cfr. más arriba 0.31).

c. El »ayuntar – o reunirse – de la Compañía en General Congregación« (Const. [682]), que nosotros vamos a considerar a nivel y en dimensión comunitaria local.

d. La »recreación« (Const. [559]) en cada casa de la Compañía.

Nos hemos limitado a estos cuatro medios naturales por dos razones: la una es histórico-textual, o sea, no hemos encontrado otros en las Constituciones; y la otra razón, más fundamental, es que cualquier otro medio que se nos puede ocurrir se puede asimilar, de una manera o de otra, a uno de los cuatro medios indicados.

Por ejemplo, la oración comunitaria en cualquiera de sus formas: san Ignacio propone, como medio espiritual, la oración simultánea, cada uno en su sitio o lugar del mundo, como una »cruzada de impetración« (Const. [682]; [693]; [511]; o como un »momento de inspiración«, todos en el mismo sitio (Const. [697]; [702]), o cada uno por separado (Const. [712]). A estas formas de oración se pueden añadir las actuales, de co-celebración de la Palabra o la concelebración de la Eucaristía.

Las formas de oración del tiempo de san Ignacio se pueden asimilar al »descanso«, porque toda oración formal es una interrupción del trabajo.

Las formas actuales de oración comunitaria, o se asimilan a »el saber ... unos de otros«, refiriéndolo al Señor, como parte integrante del grupo e inspirador de todos los presentes (Cost. [711]); o se asimilan a la »unión personal« o »ayuntar« de las personas de la Compañía, refiriéndolo también al Señor, presente en »su« Compañía.

Sin embargo, dada la importancia que hoy en día se da a la co-celebración y a la concelebración, no sólo como medio espiritual (impetración o inspiración, y unión personal con el Señor que tiene como consecuencia sobrenatural una mayor unión personal entre hombres, cfr. Const. [671]), sino también como medio natural de una mayor unión personal, vamos a añadir, como quinto medio de comunicación en una comunidad local, a la oración comunitaria en sus diversas formas.

En definitiva, y expresando los medios ignacianos en nuestra manera de hablar actual, propondremos los siguientes medios de comunicación local comunitaria:

a. La observación espiritual de una comunidad local.

b. Las reuniones de mutua inteligencia comunitaria.

c. Las reuniones de elección comunitaria.

d. El descanso comunitario.

e. La oración comunitaria.

Dada la importancia de cada uno de estos medios – y de su conjunto –, los vamos a exponer por separado; y no como meros medios naturales, sino indicando a la vez su contexto espiritual – el formado por los medios específicamente espirituales –, y también su contenido ignaciano o modo ignaciano peculiar de cada uno de ellos.

2.23. La observación espiritual de la comunidad local.

a. El término ignaciano de »colateral« dice solamente relación con el Superior local; pero la descripción ignaciana total de su función dice relación con todos y cada uno de los miembros de la comunidad local, sea súbdito o Superior.

aa. La expresión ignaciana global de esta función es totalmente espiritual (»ángel de paz entre ellos«), y es coherente con su concepción del jesuita como »ángel«, tanto por su »puridad« personal (Const. [547]) como por su condición de portador de un »mensaje« para con los prójimos (cfr. Constituciones passim, siempre que habla de »conversar con las gentes«, p. ej. Const. [814], y sobre todo el Texto a de las Constituciones, MConst. II: 191-192).

La devoción del beato Fabro a los »ángeles de guarda« es ignaciana, como lo testifica Ribadeneira en »algunos dichos de Nuestro Bienaventurado Padre« (n. 11: »Los de la Compañía deben ser con los prójimos que tratan como los ángeles de guarda ...«).

ab. El objetivo de »paz« que debe tener en vista el »colateral«, es también totalmente ignaciano, sea como ambiente propicio para encontrar a Dios nuestro Señor en todas las acciones, sea como confirmación de lo que se está haciendo (cfr. Ejercicios, reglas para la consolación).

El mismo objetivo de »paz« debe tener en vista todo miembro de una comunidad, tenga o no el cargo oficial de »colateral«; y por eso »quien se viese autor de división de los que viven juntos, entre sí o con su cabeza, se debe apartar con mucha diligencia ... como peste que puede inficionar mucho, si presto no se remedia« (Const. [664]; y en la declaración F, Const. [665] se indican las diversas maneras de »apartar«, »o del todo, despidiéndole de la Compañía, o traspasándolo a otro lugar, si esto pareciese bastar ...«).

b. La aplicación moderna del »colateral« sería, a nuestro juicio, la del observador espiritual de cada comunidad local.

ba. Desde el punto de vista natural, la »dinámica grupal« considera importante, en cada grupo, sea »de tarea« sea »experimental«, la observación y evaluación del grupo y de sus miembros.

Estas funciones pueden ser asignadas a una persona – incluso externa al grupo, pero que participa de sus reuniones –, o pueden ser realizadas por el mismo grupo en ciertos momentos-clave de su proceso, por una especial intervención de este o aquel de sus miembros.

bb. Desde el punto de vista espiritual, la observación – y la consiguiente evaluación – no puede reducirse, ni respecto de cada miembro ni respecto del grupo como tal, a lo psicológico o sociológico, sino que debe atender a los »otros ... – pensamientos – que vienen de fuera – de las personas y del grupo –, el uno que viene del buen espíritu y el otro del malo« (EE [32]).

No bastan las teorías de la »dinámica grupal«, sino que además hay que tener en cuenta las diversas »reglas para en alguna manera sentir – observar – y conocer – evaluar – las varias mociones que en el ánima – y en el grupo – se causan: las buenas para recibir y las malas para lanzar« (EE [313]).

Todos los miembros de una comunidad local, quién más, quién menos, deben poder ser – en este sentido – »colateral«, o sea observador espiritual, de cualquiera de los otros miembros y de la comunidad como tal, porque lo ha sido respecto de sí mismo en sus Ejercicios Espirituales personales, y lo es respecto de los prójimos de fuera con quienes trata, y respecto de los otros grupos de los cuales forma parte en el apostolado externo.

2.24. Las reuniones de mutua inteligencia comunitaria.

a. El impulso dado por san Ignacio a la comunicación por »letras misivas« fue, para su tiempo, extraordinario: y no sólo lo practicó él, como lo demuestran los doce gruesos volúmenes de sus Cartas, sino que lo hizo practicar a los demás Superiores y a todos sus súbditos.

Sentó además el principio de »visitar« a los súbditos (Const. [669]), aunque más bien lo practicó haciendo que los súbditos lo visitaran (la »i« enviada a san Francisco Javier demuestra que no reparaba para ello en distancias); y lo hizo practicar a sus »visitadores o comisarios« (Const. [765], y a los Provinciales de quienes afirma que el »visitar ... es muy propio de su cargo« (Const. [670]).

Sin embargo, hay que reconocer que, de hecho, insistió más en la comunicación que hace al »vínculo de la obediencia« – y, por tanto, en la información del súbdito para con su Superior – que en la que hace al »vínculo de las voluntades«, o información que hace a la mutua »inteligencia y cuidado« de todos con todos, sin distinción entre súbditos y Superiores.

b. Diríamos que, hoy en día, sin abandonar la comunicación del súbdito hacia el Superior inmediato o mediato, debemos acentuar la comunicación horizontal; y en ésta, sin abandonar la que se debe dar entre las diversas comunidades y Provincias, debemos acentuar la interna a cada comunidad local.

El medio más obvio es la reunión que llamaríamos de mutua inteligencia, simultánea con las otras de que luego hablaremos (reuniones para tomar decisiones en y para la comunidad, y recreos y descansos de y en la comunidad, y oraciones comunitarias), o especial con ese objetivo.

ba. Desde el punto de vista natural, la »dinámica grupal«, sobre todo cuando el grupo se forma con »extraños« hasta ese momento, comienza con una »presentación« personal de todos y cada uno de sus miembros; pero incluso los grupos »estables«, cuando se espacían las reuniones, conviene que comiencen con una información personal actualizada.

bb. Desde el punto de vista espiritual, nada une tanto a dos personas espirituales como la mutua »cuenta de conciencia«; y nada capacita tanto para la mutua ayuda espiritual como el que, »no queriendo pedir ni saber los propios pensamientos ni pecados ... ser informado fielmente de las varias agitaciones y pensamientos que los varios espíritus le traen« al que está con uno (cfr. EE [17]).

La »cuenta de conciencia« es, en la Compañía, una obligación del súbdito para con el Superior – y no viceversa –; y »mucho aprovecha« que la tome »el que da los ejercicios« al »que los recibe« (ibidem). En el primer caso, a la »cuenta de conciencia« se añade la »confesión general« – aunque no necesariamente al mismo Superior – (Const. [551]) »sin celar cosa alguna que sea ofensiva al Señor de todos« (Examen [93]; [97], para los jesuitas formados, »asimismo ... del mismo modo« que para »cualquiera que esta Compañía en el Señor nuestro quisiere seguir o ser en ella para su mayor gloria, antes que entre en primera probación, o después de entrado«). En el segundo caso, o sea el de los Ejercicios, san Ignacio subraya »para quien voluntarie la quisiere hacer, entre otros mucho ... tres provechos« de la confesión general, aunque tampoco necesariamente con el mismo que da los Ejercicios (EE [44]).

En una reunión comunitaria local, es mucho más obvio que se excluya la confesión pública de los presentes; pero es admisible que, desde un mínimo de información personal, se pueda llegar al máximo de una verdadera »cuenta de conciencia« a los demás de la comunidad.

La discreción dicta, en cada caso y circunstancia, el grado de información personal que se puede o que conviene dar a los demás, como medio natural – con sentido espiritual – para fomentar, mediante la mutua »inteligencia y cuidado«, el »vínculo de las voluntades« en una comunidad local.

La información mutua en una comunidad local, le da »identidad« como tal; y la capacita para comunicarse, como comunidad local, con las demás comunidades locales de una Provincia.

2.25. Las reuniones de elección comunitaria.

a. San Ignacio concibe, a la Compañía universal, como un cuerpo cuyos miembros viven, en bien de los prójimos, »repartiéndose ... en la viña de Cristo, para trabajar en la parte y obra de ella que les fuere cometida ...« (Const. [603]; cfr. más arriba 1.4); y que, a veces, en bien de la misma Compannía, deben reunirse necesariamente, »como es para la elección del General« (Const. [677], y »cuando se hubiese de tratar de cosas perpetuas y de importancia ... o de algunas otras muy difíciles tocantes a todo el cuerpo de la Compañía o al modo de proceder de ella, para más servicio de Dios nuestro Señor« (Const. [680]).

aa. La primera razón de una reunión de Compañía universal que es tal – aunque »los que se han de ayuntar de la Compañía no son todos los sujetos que están a obediencia de ella ...« (Const. [682]) – es una elección; pero no en el sentido meramente político del término, sino en el mismo sentido que la elección tiene en los Ejercicios, »con jurar cada uno primero que lo de – el voto –, que nombra el que siente en el Señor nuestro más idóneo para tal cargo ...« (Const. [701]).

Este juramento tan serio se prepara con:

+ La exhortación de »el que quedó por Vicario, cuatro días antes de la elección del Prepósito futuro ... exhortándolos a hacerla cual conviene para el mayor servicio divino y buen gobierno de la Compañía (Const. [694]).

+ »los otros tres – días – de término para encomendarse a Dios, y mejor mirar quién de toda la Compañía sería más conveniente para tal cargo, informándose de los que podrán dar buena información; pero no determinándose – por un candidato – hasta entrar y encerrarse en el lugar de la elección« (ibidem).

+ »el día de la elección, que será el siguiente de estos tres días ... Misa del Espíritu santo, y todos la oigan y comulguen en ella« (Const. [696]).

+ »llámense los que tienen voz al lugar – de la elección –; y uno de ellos haga un sermón con que se exhorte en general (sin dar señal de tocar en particular a ninguno) a escoger un Prepósito cual conviene para el mayor servicio divino. Y habiendo dicho aquel himno: Veni Creator Spiritus, etc.,se encierren en el tal lugar ...« (Const. [698]).

Toda esta larga preparación de algo más de cuatro días, pero sobre todo el quinto día, son una aplicación del »apartamiento« de la Anotación 20 de los Ejercicios, »del cual apartamiento se siguen tres provechos principales, entre otros muchos: el primero es que ... no poco merece delante de su divina majestad; el segundo ... usa de sus potencias naturales más libremente (cfr. EE [177], definición del »tercero tiempo« de elección o »tiempo tranquilo«), para buscar con diligencia lo que tanto desea; el tercero, cuanto más nuestra ánima se halla sola y apartada, se hace más apta para se acercar y llegar a su Creador y Señor; y más se dispone para recibir gracias y dones de su divina y suma bondad« (EE [20]; y las mismas ventajas para el ejercitante que no puede hacer más de lo indicado en la Anotación 19).

En este contexto se explica que san Ignacio considere posible que »todos con común inspiración eligiesen a uno, sin esperar orden de votos ...«, pues en ese caso extraordinario – una suerte de »primer tiempo« en todos los congregados – »todas las órdenes y conciertos – humanos – suple el Espíritu santo que los ha movido a tal elección – unánime« (Const. [700]).

Y »cuando no se hiciese así la elección ... cada uno por sí hará oración y sin hablar con otro alguno – cfr. Const. [702]: »tendrán todos silencio en el encerramiento ... hasta que sea elegido el General«, delante de su Creador y Señor se determinará por las informaciones que tiene ...« (Const. [701]).

»Y si no hubiese quien tenga más de la mitad de las voces – tómese otra vía de comprometer, escogiéndose tres o cinco entre todos a más voces por Electores, y donde la mayor parte de ellos inclinare, aquel sea el Prepósito General ...« (Const. [707], donde parece que san Ignacio propone este procedimiento indirecto ya después de la primera votación). Y la manera de escoger a estos Electores es igualmente seria y bajo juramento de que »illum eligo et nomino in Praepositum Generalem Societatis Iesu quem Electores ad id constituti elegerint et nominaverint« (Const. [708]), de modo que es un verdadero compromiso espiritual que obliga a todos de antemano – y bajo juramento – a aceptar lo que hagan los Electores, »como de mano de Dios nuestro Señor« (Const. [715]).

Por todos estos textos, la elección del General, según san Ignacio, es una elección en el sentido de los Ejercicios; y todo el proceso de la misma merece el nombre de »ejercicios espirituales ... – adaptados a – buscar y hallar la voluntad divina« (EE [1] en la designación del Padre General.

ab. La segunda razón de una reunión de Compañía universal es, para san Ignacio, »cuando se hubiese de tratar de cosas perpetuas y de importancia ... o de algunas otras muy difíciles tocantes a todo el cuerpo de la Compañía o al modo de proceder de ella, para más servicio de Dios nuestro Señor« (Const. [680]).

Y el »modo de determinar cuando no se trata de la elección del Prepósito sino de otras cosas« (Const. [711-718]), aunque no incluya el »encerramiento« (Const. [711]) tiene características espirituales similares a las de la elección del General:

+ oración »en el lugar de la Congregación y en las otras partes de la Compañía, durante todo el tiempo en que se congreguen y se tratan las cosas que en él se han de definir, para impetrar gracia de determinar de ellas como sea a más gloria de Dios nuestro Señor«, »porque de la primera y suma Sapiencia ha de descender la luz con que se vea lo que conviene determinar« (Const. [711]).

+ »propondrá – cada uno – ... delante de todos, las cosas que parece deban tratarse, dando razones de lo que sienten brevemente; y esto después de haberlo mucho mirado y encomendado a Dios nuestro Señor ...« (Const. [712]).

+ »las cosas tratadas de una y de otra parte en una o más veces que se junte, si no hubiese manifiesta resolución a la una parte, con un común sentimiento de todos o casi todos; deben elegirse cuatro Definidores a más votos ... y éstos (en los cuales comprometan los demás) ayuntándose las veces que fuere menester con el Prepósito General, concluirán todas las cosas que se ha de tratar. Y si no fuesen todos – los Definidores – conformes en el parecer, donde los demás – de ellos – se inclinaren, será preferido, y toda la Congregación lo aceptará como de mano de Dios nuestro Señor« (Const. [715]; cfr. Const. [717], cuando el General no asiste a la reunión de los Definidores). El ideal de las resoluciones de la Congregación General es, como en el caso de la elección del General, la unanimidad (»todos con común inspiración« o »con un común sentimiento de todos o casi todos«); porque esto quiere decir que »el Espíritu santo los ha movido«, a tal unanimidad. Y por eso, cuando no se logra en la primera votación para el General, o »en una o más veces que se junte« la Congregación para los otros temas, hay que recurrir a los Definidores o »compromisarios« (»tómese otra vía de comprometer«, como dice en Const. [707]; o »deben elegirse ...«, como dice Const. [715]), y débese aceptar lo que los Definidores concluyan »como de mano de Dios nuestro Señor« (ibidem).

En resumen, la Congregación General, como modelo-tipo o medio-tipo para la unión personal o reunión de Compañía, es una experiencia espiritual de elección; y su proceso es un »ejercicio espiritual« para »buscar y hallar la voluntad – o elección – de Dios (EE [1]) y hacerla propia.

b. Toda comunidad jesuita local tiene, como la Compañía universal, necesidad de hacer »elección« en ciertos momentos de su vida comunitaria, sea que el Superior, al confiarle una misión, deja márgenes para ulteriores »elecciones«, sea que deba hacer una »representación« a su Superior, sea que deba responder a una consulta del mismo, etc. etc., sea finalmente que uno de sus miembros tenga que hacer una elección y pida la ayuda espiritual de su comunidad local.

Las comunidades, como los individuos, deben »buscar y hallar la voluntad de Dios«, y hacerla propia cuando la han hallado: y mientras los individuos cuentan con los Ejercicios Espirituales de san Ignacio con todas sus posibles adaptaciones, las comunidades cuentan con las que llamamos »reuniones de elección comunitaria«.

ba. Un modelo de elección comunitaria nos lo ofrecen las Constituciones al exponer el proceso de una Congregación General (Const. VIII).

bb. Otro modelo lo encontramos en la experiencia que se llamó »Deliberatio Primorum Patrum«, que tiene ciertas similitudes con el anterior, pero que tiene también sus características especiales, que lo aproximan a la elección en »tercer tiempo« de los Ejercicios (EE [177]), aunque no lo confunden totalmente con ella (MConst. I: 1-7).

bc. Otro modelo de elección comunitaria se encuentra en la elección en »segundo tiempo« de los Ejercicios, o elección »por experiencia – comunitaria – de consolaciones y desolaciones, y por experiencia – también comunitaria – de varios espíritus« (EE [176]).

El primer modelo de reunión comunitaria de elección es el que hemos presentado sucintamente más arriba, al comentar brevemente las Constituciones (cfr. a); y el segundo modelo puede verse en Estudio – Oración – Acción, Suplemento del Centro de Espiritualidad, n. 5, bajo el título de »La vida de comunidad a la luz de los documentos ignacianos«; y también, junto con el tercer modelo, en un estudio titulado »Elección discreta según san Ignacio« (tercera parte: La elección comunitaria discreta), de próxima publicación.

2.26. El descanso comunitario.

Es el otro medio de unión personal comunitaria que vamos a exponer como inspirado directamente por el mismo san Ignacio en las Constituciones, y desarrollado por la legítima tradición jesuita.

Según la misma tradición, incluye la información mutua; pero como ya hemos hablado detenidamente de ella (cfr. más arriba, 2.24), nos vamos ahora a fijar únicamente en su otro aspecto o función más gratuita.

En la vida, no todo puede ser »tarea« individual o comunitaria, sino que también es necesario – y humano – el ocio. La »ociosidad« tiene sentido peyorativo, pero lo que queremos designar con el término »ocio« es otra cosa muy positiva.

a. San Ignacio rechaza el »ocio« que consiste en que a los jesuitas »les sobre tiempo« por falta de trabajo (Const. [253]); pero impone »alguna relaxación o recreación conveniente« (Const. [299]) como interrupción en el trabajo diario.

b. Nosotros aquí llamamos »ociosidad« a la falta – criticada por san Ignacio – de trabajo, y »ocio«, a su necesaria interrupción.

Este ocio puede vivirse a solas o en comunidad: cualquiera de las dos formas son lícitas y valiosas; y san Ignacio, en las Constituciones, no impone taxativamente ninguna de las dos con exclusión de la otra.

Las formas comunitaria del »ocio« son:

ba. La comida diaria, por lo menos una vez al día y según los »horarios« de trabajo apostólico de los miembros de la comunidad local.

bb. El recreo, semanal o quincenal o al menos mensual.

bc. La vacación, que suele ser anual en todas las latitudes.

Cualquiera de estas formas de »ocio« comunitario puede unirse con los otros tipos de reunión – de mutua inteligencia y/o de elección – de los cuales hemos hablado más arriba.

2.27. La oración comunitaria.

a. La oración fue considerada por san Ignacio como medio puramente espiritual (véase más arriba, 2.22): o sea, en su papel de impetración o inspiración, y como modo de unión con el Señor que tiene como consecuencia sobrenatural una mayor unión entre los hombres.

Las formas privadas de oración, las únicas conocidas y practicadas entonces, sólo podían ser medios espirituales de unión y de comunicación entre los hombres.

b. Las formas comunitarias contemporáneas, en cambio, pueden ser también medios naturales de unión y de comunicación.

ba. La oración, en su esencia, sólo es medio espiritual; pero la forma externa de la misma – el verse en actitud orante, el oírse en lecturas bíblicas o en comentarios de las mismas, etc., puede ser además un medio natural de unión y de comunicación; y por eso dijimos que las formas comunitarias de oración podían asimilarse a los otros medios naturales ya propuestos por el mismo san Ignacio.

San Ignacio no descuidó este aspecto externo de la oración formal, y por eso propuso, como medio natural de unión, »la uniformidad ... exterior en ... ceremonias y de Misa« (Const. [671]). Pero no lo desarrolló de la manera cómo hoy podemos, gracias a las experiencias actuales de oración comunitaria y a la renovación litúrgica basada en co-celebraciones y concelebraciones.

bb. La oración comunitaria puede ser el objetivo exclusivo de una reunión de comunidad local, o puede formar parte de las otras reuniones de mutua inteligencia, de elección comunitaria, o de descanso. Es más natural – por no decir esencial – que forme parte de una reunión de elección comunitaria, porque toda elección requiere ambiente explícito de oración (el »apartamiento« del que habla la Anotación 20 de los Ejercicios), y debe terminar con una búsqueda explícita de la confirmación (EE [183] y [188]; cfr. “La elección ignaciana discreta” trabajo en curso de publicación).

bc. No vamos a hacer una enumeración de las formas comunitarias de oración, porque las damos por suficientemente conocidas en el día de hoy.

3. Conclusión

La comunicación, signo de nuestro tiempo, es un tema importante en san Ignacio (cfr. 0. Introducción General).

El Fundador de la Compañía de Jesús lo trató en todas sus dimensiones y direcciones: a partir de Dios y hacia los hombres, miembros de la Compañía y prójimos de la misma; y entre los hombres, sobre todo dentro de la misma Compañía.

En esta dimensión interna, san Ignacio trata más en detalle, en las Constituciones, de la comunicación del Superior con los súbditos y de estos con aquél, en orden al »vínculo de la obediencia«; pero, sin entrar en tantos detalles, trata muy de propósito de la comunicación de todos los miembros entre sí o comunicación horizontal, en orden al »vínculo de las voluntades« (cfr. 1. La Comunicación en la Compañía, de todos los miembros entre sí, sin distinción de categorías).

El desarrollo actual de la vida de comunidad religiosa, con la consiguiente búsqueda de nuevas »formas« de comunidad religiosa local, es también un signo de nuestro tiempo; y san Ignacio tiene un pensamiento muy abierto respecto de dichas nuevas »formas« o »medios naturales« de comunicación local, y muy orientador por su clara exposición de los »medios espirituales« de la misma.

Tal ha sido el objeto central de nuestro trabajo (cfr. 2. La comunicación comunitaria local), que hemos desarrollado en dos etapas: la primera, como exposición del pensamiento ignaciano; y la segunda, como aplicación del mismo a nuestro tiempo.

3.1. La exposición del pensamiento ignaciano toma, como punto de partida, su concepción de la comunidad local de jesuitas formados (cfr. 2.1. La comunidad local en la Compañía).

Forma parte de este punto de partida una re-lectura actualizada del concepto de »misión« apostólica en la Compañía, y de su influjo en el concepto de vida de comunidad o de »grupo« que ha recibido una »misión« (cfr. 2.1).

Tan importante es esta re-lectura, que nos vamos a detener más en ella, y en su influjo en la re-lectura de la vida de comunidad de jesuitas formados, a la luz, en ambos casos, de los signos de nuestro tiempo.

3.11. La »misión« del Pontífice fue, en su momento histórico, todo el sentido del »grupo« de »compañeros de Jesús«; pero, al constituirse éste en Orden religiosa, también tuvieron sentido en ella las »misiones« de los Superiores, y las obras como los Colegios y las Universidades.

a. Alguien quiso ver, no hace muchos años, una oposición entre el trabajo en » misiones« y el trabajo en »obras« institucionalizadas; y consideró a este último trabajo como una contradicción o al menos un peligro respecto del primero. No puede haber tal contradicción, porque san Ignacio tuvo en cuenta ambos tipos de trabajo apostólico como propios de la Compañía (Const. [603]: »repartiéndose los de la Compañía en la viña del Señor, para trabajar en la parte y obra de ella que le fuere cometida ...«), pero sí puede haber peligro de trabajar de tal manera en una »obra« que se pierda de vista el sentido de »misión« que debe informarla.

No se puede olvidar sin embargo que, aunque san Ignacio en persona aceptó el trabajo en »obras« tan institucionalizadas como los Colegios y las Universidades, su espíritu seguía con los ojos fijos en la »misión« como forma más primigenia del apostolado de la Compañía: la Parte Séptima de las Constituciones, como más primitiva y personal, sigue siendo fuente de interpretación de todas las demás Partes que tratan del apostolado jesuita.

Tan buenos jesuitas son quienes »escojan – ellos mismos – dónde y en qué trabajar, siéndoles dada comisión para discurrir por donde juzgaren se seguirá mayor servicio de Dios nuestro Señor y bien de las almas ...«, como aquellos cuyo »trabajar no sea discurriendo, sino residiendo firme y continuamente en algunos lugares, donde mucho fruto se espera de la divina gloria y servicio« (Const. [603]).

Entre ambos extremos de »discurrir por donde –ellos mismos – juzgaren« y el residir »firme y continuamente« donde el Superior les señala, existe toda una gama de posibilidades que va de la »pura misión« a la »obra totalmente institucionalizada«; pero la disponibilidad a la »misión« debe ser común, a todas las posibilidades, porque »todas las personas de esta Compañía deben estar cada hora preparadas para discurrir por unas partes y otras del mundo, adonde fueren enviadas« (Const. [588]). Pero creemos que debe ser común no sólo la disponibilidad a la »pura misión«, sino también el espíritu o actitud de la misma; y que este espíritu o actitud se lo puede y se lo debe vivir en una »obra«, por institucionalizada que sea.

En conclusión, pensamos que se puede y se debe vivir la »obra« donde el Superior nos coloca, como una »misión« confiada por el Superior; y nunca una obra, por institucionalizada que sea, podrá impedir que un jesuita formado la viva como una misión.

El jesuita que no pueda hacer esto, no tiene un problema de »carisma« versus »institución«, sino un problema de »personalidad« no integrada ni madura.

b. En el tiempo de san Ignacio, como observamos en su momento (cfr. 2.14. b), el lugar para una »misión« apostólica se lograba cruzando el océano; o, en Europa, en circunstancias muy difíciles de algunas regiones (guerras religiosas, etc.).

En nuestro tiempo, incluso dentro de una ciudad moderna, hay verdaderos lugares de »misión« (en el sentido ignaciano del término), como por ejemplo en las »villas miserias«, y también en »obras« en crisis. Lo que constituye, a nuestro juicio, la »misión« – en el sentido ignaciano del término – es su dificultad extraordinaria, lo inesperado de las situaciones emergentes, lo cambiante de las circunstancias o decisiones, etc. etc.

En tiempo de san Ignacio, parecía inherente a una »misión« su transitoriedad (cfr. Const. [615] y [626]); pero no como algo esencial – pensemos en la misión de san Francisco Javier –, sino más bien como consecuencia obvia del poco número de jesuitas de que se disponía para tanto trabajo como había en el mundo de entonces (cfr. Const. [618]).

Las »obras« como las residencias, colegios, universidades, etc. parecían tener, en tiempo de san Ignacio, un modo de proceder ordinario, y por eso su diferencia con una »misión« era más notable.

Hoy en día, en cambio, casi no hay obra de importancia que no haya entrado en la dificultad, en lo inesperado, en lo cambiante, etc. etc., que son las notas mediante las cuales definíamos, poco más arriba, una »misión« en el sentido ignaciano del término.

Por eso dijimos que, hoy en día y en cualquiera de nuestras ciudades modernas, basta pasar de un barrio a otro para tener la posibilidad de ejercitar una verdadera »misión«.

3.12. El impacto de esta nueva situación apostólica, y la multiplicación de las »misiones« – que ya no se encuentran fuera de toda »obra«, sino incluso dentro –, tiene que tener su influjo en la realidad de nuestras comunidades de jesuitas formados.

La separación del lugar de vida y del lugar de trabajo, propuesta por la Congregación General 31 como un medio de revitalización tanto de la vida de comunidad como del apostolado comunitario, es una señal de dicho influjo.

Surge así una nueva forma de comunidad local, cuya imagen »deseable« hemos presentado en el curso de nuestro trabajo (cfr. 2.1), y que pensamos no necesita, como imagen prospectiva, mayor explicitación.

No está de más, sin embargo, advertir que la nueva forma que sugerimos no tiene sentido exclusivo respecto de la forma clásica más institucionalizada, pues sólo pretende añadirse a la misma, como objeto de discreción del Superior actual, y sin ningún apriorismo en contra de la forma anterior más institucionalizada (cfr. 2.15).

3.2. Nos fue necesario exponer, con cierta detención, los medios – sobre todo naturales – para la comunicación y la unión, propuestos por san Ignacio sobre todo a propósito de la Compannía universal (cfr. 2.21).

La preocupación de san Ignacio por el »cuerpo« total de la Compañía lo hace ser tan explícito respecto de él, que apenas habla de las comunidades-miembros, sobre todo las de jesuitas formados. Sin embargo, es evidente que »lo que ayuda para la unión de los miembros de esta Compañía entre sí y con su cabeza« a nivel de »cuerpo« total (cfr. Const. [821]), tiene que ayudar en una comunidad local.

Consiguientemente, la Parte Octava de las Constituciones, redactada sobre todo con la vista puesta en la Compañía universal, puede ser re-leída pensando en cualquier comunidad apostólica de la misma, sea local, sectorial, provincial o regional. Y nótese que, al decir »apostólica«, nos referimos únicamente a la comunidad de jesuitas formados, porque estos son la Compañía »en el ... modo más propio« de la misma (Const. [511]), mientras que los que están en formación (»los novicios y personas ... que están en probación« y »aún los escolares aprobados«), sólo constituyen la Compañía en un modo universal y amplio (ibidem).

A esto se debe la importancia que tiene, en nuestro tema de la comunidad apostólica local, el análisis textual que hemos hecho de la Parte Octava: lo que san Ignacio no dijo tan detalladamente de dicha comunidad de jesuitas formados, lo dijo de la Compañía universal que ellos constituyen, y pensando sea en »la unión de los ánimos« o moral, sea en »la unión personal« o física de jesuitas formados.

La Parte Octava nos ofreció, en forma explícita, tres medios, de los cuales uno – el »colateral« – hace directamente a la comunidad local; y los otros dos – el »saber a menudo unos de otros« y el »ayuntar« de la Compañía en Congregación General – hacen a la Compañía universal. A estos se añadió, como cuarto medio que hace directamente a la comunidad local, el de los »recreos« o descansos (Parte Sexta); y como quinto medio, las formas – externas – de oración comunitaria.

Todos estos medios, incluso el de la Congregación General, tienen aplicación actual a nuestra comunidades locales.

3.3. Esta aplicación no es una mera lectura de los textos ignacianos, sino una re-lectura de los mismos a la luz de los signos de nuestro tiempo.

Gracias a esta re-lectura, el »colateral« del Superior se convierte en el observador espiritual del grupo o comunidad (cfr. 2.23).

De una manera similar, el »saber a menudo unos de otros«, sea mediante cartas, sea mediante visitas, se convierte en la reunión de mutua inteligencia de todo el »grupo« o comunidad (cfr. 2.24).

Más radical es la aplicación de una Congregación General, pensada originariamente para la Compañía universal, a una comunidad local en una reunión de elección comunitaria; y consiguientemente la posibilidad de aplicar, a este tipo de reunión »grupal« o comunitaria, tanto los Ejercicios Espirituales como la »Deliberación de los Primeros Padres« (cfr. 2.25).

Finalmente, lo que san Ignacio dice del descanso – o la tradición de los »recreos« de comunidad – toma formas actuales para las nuevas formas de vida comunitaria (cfr. 2.26). Y la oración comunitaria, añadida por nosotros como quinto medio – aunque pudo asimilarse a cualquiera de los anteriores –, tiene todas las posibilidades actuales de nuestro tiempo (cfr. 2.27).

3.4. Los cinco medios propuestos se reducen, finalmente, a un único medio fundamental: el de la reunión comunitaria.

En toda vida comunitaria, hay cuatro momentos: el de la oración, el de la mutua inteligencia o comprehensión, el de la elección o decisión, y el del descanso. Y, en todo momento, pero sobre todo en el de la elección o decisión, la comunidad requiere la observación espiritual.

Cada uno de esos momentos puede concretarse en una reunión diferente, con su objetivo fundamental peculiar, o mezclarse con los demás en una o más reuniones. Y la observación espiritual no tiene por qué ser un papel exclusivo de un miembro, sino que puede ser participado por todos.

3.5. Hemos centrado todo nuestro trabajo en la comunidad local, pero para ello hemos partido – en san Ignacio – de la Compañía universal.

Quiere decir que – siguiendo ahora el camino inverso – todo lo dicho de la comunidad local y de los cinco medios – naturales y espirituales a la vez – para la comunicación en »grupo natural« – en el sentido que la dinámica grupal da a este término, o sea, es un grupo reducido – vale de los demás grupos más amplios que, en orden ascendente, podemos encontrar en la Compañía actual: sector de obra, encuentro de Provincia, encuentro regional, etc. etc.

En estos casos, el grupo amplio necesita del trabajo previo de los »grupos reducidos«: no se puede llegar a un »plenario« de una reunión sectorial, provincial, regional, etc. etc., si no trabajan los »grupos naturales« a su manera.

Estos »grupos naturales« necesitan – como el ejercitante o el que hace un retiro espiritual – de cierta »soledad«; y durante ella tienen toda su aplicación los medios propuestos más arriba para una comunidad local.

Quiere decir que, aún escribiendo exclusivamente de una comunidad local, en ningún momento perdimos de vista a la Compañía universal, ni a sus Provincias, ni a sus regiones: todo esto no es sólo el marco referencial necesario de una comunidad local, sino que todo lo positivo de una reunión de comunidad local tiene su influjo en las comunidades más amplias (sectoriales, provinciales, regionales), y son además un modelo operativo interno a las reuniones más amplias de la Compañía.

La Compañía universal nació, en tiempo de san Ignacio, »de arriba hacia abajo«, porque intervino en ella »la mano omnipotente de Cristo Dios y Señor nuestro« (Const. [812]): fue el »grano de mostaza« – el pequeño grupo de los »Primeros Padres« – que se hizo un gran »árbol« en la Iglesia (cfr. Mt 13,31-32).

¿Será exagerado decir que su renovación y la acomodación del carisma fundacional de san Ignacio a los signos de nuestro tiempo depende, en este momento, de un doble movimiento, el uno igualmente de »arriba hacia abajo« (Cristo y los Superiores), y el otro de »abajo hacia arriba« de las comunidades reducidas locales a las más amplias (sectoriales, provinciales, regionales)?

3.6. Esta última pregunta – a la que nosotros damos respuesta afirmativa – nos obliga a salir al paso de una objeción.

a. San Ignacio – se nos puede decir – trataba de excusar »este trabajo y distracción – de una Congregación General – a la universal Compañía (Const. [677]). ¿No haría lo mismo respecto de las reuniones comunitarias?

Notemos sin embargo que san Ignacio no trata de evitar cualquier reunión, sino ésta en especial, y precisamente porque en su lugar cuenta con las »reuniones« que el General tendrá con sus »ayudas« y con la universal Compañía: »porque el Prepósito General, con la comunicación que tiene con la Compañía toda – cfr. Const. [679], »por letras y por personas que de las Provincias deben venir ... y así con los que tiene cerca para conferir ...« – y con la ayuda de los que con él se hallaren, excusará este trabajo y distracción a la universal Compañía (ibidem).

Además, la reunión de una Congregación General tiene dificultades propias para realizarse, que no tienen las reuniones comunitarias locales: la distancia que deben recorrer sus miembros y el costo de los viajes, el abandono total del trabajo por parte de los así reunidos, y el número relativamente grande de participantes en una Congregación General.

En resumen, por una parte, las reuniones comunitarias locales no tienen las dificultades propias de una Congregación General; y, por la otra, la manera ignaciana de poder prescindir de una Congregación General es facilitar por otro camino »la información mayor« y el que »personas más señaladas« digan lo que sienten (Const. [679]).

Las reuniones comunitarias locales – y lo mismo diríamos de las sectoriales, provinciales o regionales – se sitúan precisamente en esta línea de la comunicación, la información y el acopio de opiniones sobre los problemas locales, sectoriales, provinciales y regionales.

b. Otra objeción que se hace contra la multiplicación de reuniones a cualquier nivel es el »capitularismo«.

Ante todo se puede responder que el »capitularismo« sólo se da cuando la reunión es »decisoria«, de modo que la objeción únicamente podría valer de la reunión que hemos llamado »de elección comunitaria«, y no de los otros tipos de reunión (de mutua inteligencia, de descanso, y de oración comunitaria).

Pero tampoco una reunión de elección comunitaria es »capitular« porque, para serlo, tendría que ser totalmente independiente de un Superior unipersonal; y no es este el caso.

En la Compañía de Jesús – y salvo en el caso de la Congregación General – una elección hecha por una comunidad en tanto vale o bien en cuanto es confirmada posteriormente por su Superior, o bien en cuanto previamente concede el Superior que la elección de una comunidad sea sin más su propia decisión.

En ambos casos, la decisión es del Superior: en el primero, es evidente; y en el segundo, la decisión del Superior es su previo »compromiso« momentáneo con su comunidad, similar al que adopta la Congregación General respecto de los »electores« o »definidores« (véase más arriba, 2.25. a).

Si este tipo de »compromiso« contrariara positivamente la concepción ignaciana de la obediencia, no lo podría asumir la Congregación General respecto de los »definidores«; ni un Superior podría confiar una »misión« en la cual los enviados a ella »ellos mismos escojan dónde y en qué trabajar« (Const. [603]).

No es más libre el hombre que sólo se fía de su libertad; y esto, que vale del súbdito respecto de la libertad del Superior, puede valer del Superior respecto de la libertad de su súbdito. La diferencia estriba en que, para el súbdito, es un »presupuesto« ordinario; y para el Superior, es un »compromiso« extraordinario.

3.7. El camino ha sido largo, y hemos tratado muchos temas incluidos en el de la comunicación comunitaria local.

Elegimos este último aspecto de la comunicación en la Compañía con la intención de limitarnos; y, a pesar de esta intención, la verdad es que nos ha resultado difícil no entrar en muchos temas conexos, tanto o más importantes que el de la comunicación local.

Es un poco angustiante no explayarse, en esos casos, como estos temas se lo merecen; y limitarse a exponerlos tanto cuanto es necesario para el tema elegido como central.

Tal es el caso de la Congregación General, o de la »misión« en la Compañía; o el que acabamos de tocar muy rápidamente, de la plenitud de libertad que implica el fiarse de la otra libertad. Todos son temas tradicionales, pero en los cuales siempre hay algo nuevo que decir: por ejemplo, siempre se ha ponderado la libertad del súbdito que se pone en manos de la libertad del Superior, pero no a la inversa, a pesar de que también san Ignacio habla de ello.

Otro ejemplo ha sido, para nosotros, el de la Congregación General, cuyas reuniones, sean de elección sean de decisión, merecen el nombre de »ejercicios espirituales ... para buscar y hallar la voluntad de Dios« (EE [1]); y son no sólo un procedimiento apto para toda la Compañía, sino también para una comunidad local, sectorial, provincial o regional.

Lo mismo podríamos decir de la »misión« en la Compañía, arquetipo del apostolado de la Compañía que nos resulta inspirador de un modo muy actual de vida de comunidad.

Cualquiera de estos temas merece un estudio especial, no supeditado al tema de la comunicación; y por eso terminamos este trabajo esperando que alguno o algunos de nuestros lectores lo emprendan.

No nos referimos por supuesto, a estudios de especialistas – que existen, y muy buenos – en la Compañía universal –, sino a los que, como éste que ahora terminamos, se ha elaborado en una Provincia y en una comunidad concreta, y para inspirar directamente en las fuentes ignacianas, nuestra vida diaria de comunidad y de Provincia.

Todo estudio es importante, sea el de un »especialista« sea el de un »hombre de acción«; pero en la Compañía no debe faltar el »estudio en la misma acción«. Lo que caracteriza a nuestra Compañía no es ni el puro »estudio« ni la pura »contemplación«, sino el estudio en la acción y la contemplación en la acción que requieren, es verdad, el estudio en soledad y la oración en soledad, pero tales que se vuelvan a encontrar en la misma acción.









Boletín de espiritualidad Nr. 22, p. 1-48.


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