Orientaciones prácticas de una reunión para ... en la Iglesia de hoy
Miguel Ángel Fiorito sj
0. Introducción
Este escrito pretende ser práctico, pero no tanto que sea una receta que dispense a sus lectores de su aplicación – personal o grupal – a una reunión determinada.
Por eso lo hemos titulado orientaciones prácticas, significando así que su objetivo es orientar en la práctica de las reuniones, pero no describirla exhaustivamente, ya que es tan variada como las personas, los grupos y sus circunstancias históricas.
El carácter orientador de este escrito nos lleva a tener en cuenta ciertos principios, sea espirituales sea de dinámica grupal; pero su carácter práctico nos hace mostrarlos en acción y no en abstracto.
En otros términos, universalizamos hasta cierto punto lo que suele suceder en una reunión; pero sabemos que pueden suceder muchas otras cosas que ni pretendemos describir ni prever, sino solamente orientar.
0.1. Puede sorprender que, en el título de este escrito, no se diga claramente de qué reuniones se trata, sino que se pongan puntos suspensivos.
Una reunión se puede caracterizar por el tipo de personas que se reúnen: Superiores, representantes de comunidades, o simples miembros de una orden o congregación religiosa, o laicos o sacerdotes.
Otra manera de caracterizar una reunión es por sus objetivos o metas, que pueden ser establecidos por una reglamentación previa (como sucede en un Capítulo general o provincial), o para cada caso particular y según su convocatoria.
Una tercera manera de caracterizar a una reunión es por su tema, sobre todo cuando se entiende que su objetivo es el estudio y reflexión sobre el mismo.
Los puntos sucesivos del título quieren decir que:
0.11. No nos interesa el tipo de personas que se reúnan (Superiores o súbditos, con responsabilidad de gobierno o sin ella, etc. etc.), sino solamente que tengan la intención de que enseguida hablaremos.
0.12. Tampoco nos interesa el tema acerca del cual se reúnen, que puede ser cualquiera, con tal que sean cosas »que militen dentro de la santa madre Iglesia jerárquica y no malas ni repugnantes a ella« (EE [170]); y aún éstas pueden ser tema de reunión, si se toman con la intención de que enseguida hablaremos (»para los limpios, todo es limpio«, Tt 1,15).
0.13. En lo que se refiere a los objetivos, los puntos suspensivos del título tienen un significado más profundo: cualquiera sea el objetivo pre-fijado para una [3] reunión, si la reunión quiere ser espiritual, debe hacer lo que Dios quiere que ella haga.
Está bien que los organizadores de una reunión – sobre todo si ésta asume, como se dice en dinámica grupal, una »tarea«, y no pretende meramente una »experiencia« – anuncien, en la convocatoria, qué objetivos se pretenden (planificar, tomar decisiones, etc.); pero, una vez comenzada la reunión, y aún siendo lícitos todos los esfuerzos que se hagan para alcanzarlos, lo discreto es tratar de hacer, aquí y ahora, lo que el Señor quiere: »Todo es lícito, mas no todo es conveniente. Todo es lícito, mas no todo edifica« (1Cor 6,12 y 10,23).
Una reunión espiritual – y debe serlo toda reunión de hombres espirituales – debe conjugar la prudencia de la »serpiente« con la simplicidad de la »paloma« (cfr. Mt 10,16): o sea, poner todos los medios naturales y sobrenaturales para conseguir los objetivos previstos, pero a la vez »hacernos indiferentes ... solamente deseando y eligiendo lo que más conduce ...« (EE [23]); y para ello tratar aquí y ahora de »buscar y hallar la voluntad divina« en esta reunión y para la misma (EE [1]).
Este es el sentido profundo de los puntos suspensivos en el título de nuestro escrito: cualquiera sea el objetivo fijado previamente por los organizadores de la reunión, éstos – y todos los reunidos – tienen que estar dispuestos a quedarse cortos o ir más allá de dicho objetivo, según sea la voluntad del Señor que aquí y ahora se les manifieste en la misma reunión.
0.2. Por último, nuestro escrito se refiere, primaria y expresamente, a reuniones en la Compañía de Jesús, sin negar que lo que en él se dice valga de otras personas en la Iglesia de hoy.
Pensamos primaria y expresamente en personas cuyo carisma religioso-apostólico es »sentirse parte de la Compañía ...«, y que consiguientemente quieren »militar para Dios bajo la bandera de la cruz, y servir a solo el Señor y a la Iglesia su Esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra ...«.2
Este »sentirse parte ...« de la Compañía de Jesús – como el querer trabajar en ella – implica el aceptar, como fuentes que han de ser vividas en todo momento, los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, y la Fórmula y Constituciones de la Compañía de Jesús, y también las experiencias legítimas – reconocidas como tales – de la Compañía universal, de sus Provincias y comunidades locales repartidas por el mundo.
Por esta razón nuestro escrito reconoce – y cita de continuo – estas tres fuentes: los Ejercicios Espirituales de san Ignacio; la Fórmula y Constituciones de la Compañía, o sea los documentos fundacionales de la Compañía de Jesús; y las experiencias de las reuniones realizadas hasta este momento, sobre todo en la Provincia Argentina.
0.21. Los Ejercicios Espirituales son un modo privado »para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima (EE [1]). Estos son los Ejercicios que llamaríamos »con mayúscula«; pero el mismo san Ignacio define como ejercicios espirituales »con minúscula«, »todo modo ... para buscar y hallar la voluntad divina ...« (ibidem).
Ya hemos tratado más largamente, en otra ocasión de esta distinción entre un modo y otro de »ejercicios espirituales«3: el primero es el modo más conocido de hacer los Ejercicios »por la misma orden que proceden« y tal cual han sido escritos por san Ignacio (EE [20]); y el segundo modo es, como dice san Ignacio, »todo – otro – modo ... de buscar y hallar la voluntad divina« (EE [1]).
Uno de estos modos es el grupal, del cual queremos ahora tratar más detenidamente, como reunión – o ejercicio – espiritual, que tiene mucho de común con el modo privado, pero que no procede por meditaciones y contemplaciones como las indicadas en el libro de Ejercicios.
Lo común a ambos modos, el privado y el grupal, es que pretenden »buscar y hallar la voluntad divina«; y lo diverso, es lo que vamos a ver en este escrito.
0.22. La Fórmula y las Constituciones son, como documentos fundacionales, el marco de referencia obligado de toda reunión de jesuitas, porque quienes los redactaron – san Ignacio y los primeros compañeros – quisieron que los jesuitas tuvieran »de por vida ante los ojos, primero a Dios, y luego la razón – de ser – de este Instituto, que es en cierta manera un camino hacia Él ...«.4
Una reunión de jesuitas no es un alto en este »camino hacia Él«, sino una etapa importante del mismo que debe ser recorrida a la luz de los mismos documentos fundacionales que expresan ese »camino«.5
Además, la Fórmula y las Constituciones son una transferencia de los Ejercicios Espirituales al cuerpo de la Compañía: ciertos documentos que caracterizan el gobierno (Const. IX) y la »unión personal« en la Compañía (Const. VIII) están claramente inspirados en los principios de la elección discreta de los Ejercicios.6
La cuenta de conciencia del súbdito para con su Superior recuerda la relación que debe darse entre »el que da los Ejercicios« y »el que los recibe« (EE [6-10], [12], [14], y sobre todo [17], etc.).
La importancia de la oración en quien hace Ejercicios (EE [2], [12], etc.) se traduce, en las Constituciones, por la recomendación de los »medios que juntan el instrumento con Dios y le disponen para que se rija bien de su divina mano« (Const. [813]).
Por estas y otras razones, toda reunión de jesuitas, si quiere ser espiritual, – o sea, si quiere »buscar y hallar la voluntad divina« – debe tener en cuenta la Fórmula y las Constituciones de la Compañía de Jesús, al menos como marco de referencia.
0.23. La tercera y última fuente de este escrito es la experiencia de Provincia, realizada sobre todo a partir de la última Congregación General, pero también antes de ella.
El »primer encuentro de Provincia« en Barilari (1965) y los dos »encuentros« posteriores a la Congregación General 31, las dos »jornadas de Ejercicios« (1968 y 1971), el »encuentro sectorial universitario« (1971), etc. etc. y todas las reuniones de las »comunidades pequeñas« y de las »mayores«, constituyen una experiencia en la Provincia que de alguna manera lo es de la Provincia.
Cabe recordar de un modo especial la segunda reunión de 1972, de Superiores y Directores de obra, porque al término de la misma se publicó y difundió una »crónica« de la cual este escrito es la continuación y la explicitación de sus principios espirituales.
Finalmente, nuestro actual escrito tiene en cuenta dos escritos anteriores, elaborados en sendas reuniones de grupo de esta Provincia: nos referimos a la »Imagen ideal prospectiva de una comunidad jesuita«7, y a la »Vida de comunidad a la luz de documentos ignacianos«8, que tiene mucho de común con este escrito actual.
0.3. Hemos hablado hasta ahora del objeto de este escrito, al explicar su título [6] y sus fuentes.
Nos resta hablar de sus partes, que son las siguientes.
0.31. Las condiciones de las personas reunidas
O sea, »quiénes« se reúnen; y nos referiremos a las circunstancias y condiciones internas: apartamiento, responsabilidad, experiencia espiritual anterior, etc.
De estas y otras circunstancias y condiciones depende la consecución del objetivo de la reunión, y el empleo de diversos procedimientos durante la misma.
0.32. Los objetivos de la reunión
Son el »para qué« de la reunión: se requieren ideas claras, además de la apertura de espíritu – indicada en 0.1 – respecto del »buscar ... la voluntad divina« en el aquí y ahora de la reunión.
Las ideas claras permiten concentrar los esfuerzos, naturales y sobrenaturales, en la consecución del objetivo prefijado; y la apertura indicada hace discretos todos estos esfuerzos.
0.33. Los procedimientos fundamentales de una reunión
O sea, el »cómo« de una reunión. Y esto muy en general porque, como dijimos más arriba, este escrito no pretende ser una receta, sino solamente dar orientaciones prácticas.
Sin embargo, por razones de brevedad, no desarrollaremos aquí esta parte del trabajo, sino que la reservaremos para otra ocasión.
La practicidad de este escrito nos sugiere que solamente describamos a quienes se reúnen de dos maneras: por sus circunstancias, o sea, por lo que en ellas implica el reunirse; y por sus condiciones personales, requeridas para que la reunión tenga éxito desde el punto de vista espiritual indicado (cfr. 0.1).
Unas y otras – circunstancias y condiciones – son, en último término, actitudes personales; pero las primeras se expresan más en relación con lo que precede la reunión, y las segundas, más en relación con la realización de la reunión.
1.1. Circunstancias de las personas reunidas
Vamos a indicar solamente las siguientes: apartamiento de la acción ordinaria, responsabilidad ante los no reunidos y experiencia espiritual anterior.
1.11. La primera circunstancia de toda reunión es el apartamiento de la acción ordinaria (obra o acción apostólica), para ponerse en una nueva y extraordinaria situación grupal.
Este apartamiento – similar, aunque más breve que el requerido para los Ejercicios Espirituales (EE [20]) – significa un »tomar distancia« respecto de la vida ordinaria – personal y/o comunitaria –, para poder comunicarla y a la vez para recibir la comunicación de los otros reunidos, para juzgarse y someterse al juicio de los otros, para discernir en común y sobre uno mismo o cualquiera de los demás, etc. etc.
Así como el apartamiento, que piden »todos los Ejercicios Espirituales por la misma orden que proceden«, permite ante todo que la persona, en privado, pueda »se acercar y llegar a su Creador y Señor; y cuanto más así se allega, más se dispone para recibir gracias y dones de la su divina y suma bondad« (EE [20]), así este apartamiento, previo a toda reunión, permite que cada uno de los presentes, en la misma reunión, pueda darse más plenamente a los demás, y recibir más de ellos.
La persona que no tenga esta actitud interior inicial es un »convidado de piedra« o estorbo para la comunicación grupal: estará esperando – y aún deseando – que la reunión termine, para reintegrarse a su acción ordinaria; y no participará, durante la reunión, con todo su ser, sino a lo más con su »tener« – y esto, aún limitadamente –.
1.12. La segunda circunstancia es la responsabilidad del que viene a la reunión respecto de los que no vienen: una reunión no es una evasión sino una consecuencia de dicha responsabilidad: y el apartamiento del que acabamos de hablar, lo es respecto de la acción ordinaria, pero no es un olvido de las personas con quienes convive o que encuentra en dicha acción.
No es necesario que esta responsabilidad le sea dada, a quien viene, por los que no vienen: si le es dada – por elección o de otra manera –, es un representante formal; pero de cualquier manera tiene esa responsabilidad.
En razón de la misma, cualquiera de los presentes tiene el derecho – y el deber – de »re-presentar«, en el sentido ignaciano del término y bajo las condiciones indicadas en las Constituciones9, no sólo lo que él mismo siente, sino [8] también lo que sabe piensan y sienten los que conviven con él, y también aquellos por los cuales él trabaja apostólicamente, aunque no estén presentes en la reunión.
Esta responsabilidad – que llamamos representatividad espiritual –, hace a quien la ejerce en una reunión, mediador entre los presentes y los ausentes; mientras que su ejercicio fuera de las condiciones ignacianas lo hace un mero intermediario que dificulta el resultado espiritual de la reunión.10
El verdadero mediador – en el único Mediador – hace »Iglesia«, mientras que el mero intermediario hace entrar al grupo en »crisis« de identidad, de vocación, de fe, etc. etc.
El verdadero mediador, como dice san Ignacio, actúa con simplicidad (Const. [131]) y fielmente (Const. [661]), con libertad y modestia cristiana (ibidem), o con caridad y libertad cristiana (Const. [817]); y la condición ignaciana de recogerse »a hacer oración, y después, sintiendo que deben representar ... lo hagan (Const. [292]), puede cumplirse o »por connaturalidad« en el curso de la misma reunión, o explícita y formalmente, dedicando para ello en tiempo de oración y discernimiento.
En los que participan de una reunión, se da tanto la gracia de la mediación como la tentación del intermediario: hay que saber discernirlas, para mantenerse en la tónica fundamental de la mediación.
El carácter práctico de este escrito nos dispensa de detenernos en este tema tan importante para el objetivo espiritual de una reunión.
1.13. La tercera circunstancia es la experiencia espiritual anterior, si no grupal al menos personal y privada, de cada miembro de la reunión.
No nos referimos solamente a la experiencia de oración, de penitencia, de abnegación, etc. etc., sino también – y sobre todo – a la experiencia anterior de elección, de discreción, y de dirección espiritual.
La elección, discreción y dirección, que definen a los Ejercicios como espirituales (EE [1] y passim), definen también como espiritual la experiencia de quien ha sido formado en ellos como hombre espiritual; y todo lo demás – oración (EE [2] y passim), penitencia (EE [82-85]), etc., son medios espirituales porque contribuyen al medio espiritual por esencia, que es la elección y dirección discretas.
Esta experiencia espiritual puede ser totalmente refleja, como lo fue en san Ignacio, autor de los Ejercicios Espirituales; o puede darse »por connaturalidad« y espontáneamente, de manera que la persona rechace de hecho el »mal [9] espíritu« y siga el »buen espíritu«, sin necesidad de llamarlo así ni de aplicar las »reglas de discernir« ignacianas.11
El resultado espiritual de la reunión – cfr. 0.1. – no requiere que todos los presentes hayan tenido esta experiencia espiritual de un modo reflejo; pero es conveniente que algunos de ellos hayan reflexionado dicha experiencia.
1.2. Condiciones de las personas reunidas
Son, como lo acabamos de ver al exponer las circunstancias, actitudes de las personas reunidas; pero se refieren más a la misma reunión y no, como las circunstancias, a lo que la precede.
No pretendemos, dado el carácter práctico de este escrito, ser exhaustivos en la enumeración de estas condiciones personales; ni su enumeración sigue un orden lógico o de importancia.
Es una selección de las condiciones de las personas reunidas que tiene en cuenta lo que luego diremos de los objetivos (el »para qué«) y de los procedimientos fundamentales (el »cómo«) de una reunión espiritual.
Algunas de estas condiciones nos han sido sugeridas por la descripción que san Ignacio hace del »colateral« de un Superior local, designado por el Superior mayor (Const. [661]); y otras, por la misma experiencia de las reuniones.
1.21. Disponibilidad para la integración: la habíamos insinuado más arriba (cfr. 1.11), pero conviene repetirla expresamente en esta nueva expresión.
Una reunión entre gente que no convive puede tener mayores dificultades para una rápida integración: es una situación extraordinaria que requiere más apertura a los demás, más sensibilidad de percepción, más comunicación, más creatividad, etc. etc.; y todo esto desde un comienzo.
1.22. Aceptación de los medios naturales: nos referimos a los que hoy en día constituyen, por ejemplo, la dinámica grupal y sus técnicas de observación, de evaluación y de re-alimentación, con sus diversos »roles« y procedimientos según que el grupo sea de »experiencia« o de »tarea«.
El Señor, presente en la reunión (cfr. Mt 18,20), »quiere – como dice san Ignacio – ser glorificado con lo que Él da como Creador, que es lo natural« (Const. [814]); y, entre estos »medios naturales« – como los llamaba san Ignacio, el mismo Santo ponía la »forma de tratar y conversar con las gentes« (ibidem). Pues bien, eso es la dinámica grupal: una forma de tratar y conversar en grupo y no meramente en privado, que dispone »el instrumento de Dios nuestro Señor para con los prójimos« cuando éstos están en grupo.
La dinámica de grupos es un buen medio, pero tiene, como tantas otras cosas buenas en lo natural, un peligro respecto de lo sobrenatural. Debe ser usado »tanto ... cuanto le ayudan« (EE [23]), a los que están reunidos, para el fin que pretenden. Todos los elementos de la dinámica grupal (observación, evaluación, etc.), deben ayudar – y nunca suplir – a los elementos propiamente espirituales de la reunión (observación espiritual, discernimiento de espíritus, oración privada y comunitaria, etc.). No basta, para el fin espiritual que se pretende, una evaluación o una interpretación psicosocial de lo que está sucediendo, sino que hay que llegar a la interpretación espiritual, al discernimiento de los espíritus »que vienen de fuera, el uno que viene del buen espíritu y el otro del malo« (EE [32]).
El peligro de la dinámica grupal es hacer olvidar lo sobrenatural, así como el peligro de este último es el »angelismo« o el »espiritualismo exagerado«, que olvida que »la gracia supone la naturaleza«.
La gran ventaja de la dinámica grupal es la ayuda que presta »para en alguna manera sentir y conocer las varias mociones que ... se causan, las buenas para recibir y las malas para lanzar« (EE [313]).
1.23. Disponibilidad a la oración, como medio de unión con el Señor y, en Él, con los demás presentes en la reunión: como dice san Ignacio
... estando ... muy unidos con la Divina y Suma Bondad, se unirán más fácilmente entre sí mismos, por el mismo amor que de ella descenderá y se extenderá a todos prójimos, y en especial – a los que pertenecen – al cuerpo de la Compañía« (Const. [671]).
La oración privada – y menos aún la comunitaria – no es una interrupción de la reunión, sino un momento importante de la misma: toda reunión debiera comenzar con un tiempo suficiente de oración – privada y/o comunitaria –; y hay momentos de la reunión en que conviene abandonar el tema del plenario o grupo, para que todos puedan hacer oración.
Ayuda a la dinámica espiritual de una reunión la comunicación ulterior, en un plenario – o en el mismo grupo (cfr. 3.21.) –, de lo que cada uno ha sentido en la oración, sobre todo si ésta se decide hacerla en cierto momento de la reunión (cfr. 1.26.). Este tipo de comunicación ayuda mucho al discernimiento de espíritus en grupo.
Una forma de oración privada es el »examen particular« (EE [24], ss.) del comportamiento de uno mismo con los demás en los »plenarios« y en los »grupos«; pero de esto hablaremos más adelante, al exponer el »cómo« de la reunión (cfr. 4).
1.24. Disponibilidad al diálogo, lo cual no es meramente hablar sino también escu- char: la comunicación de la que habla la »contemplación para alcanzar amor« [11] y que consiste »en dar ... el amante al amado ... y así por el contrario el amado al amante«, es mucho más amplia que el diálogo, pero sus principios valen de éste.
Dialogar no es debatir, tratando de »llevar la suya delante«, sino tratar de oír a Dios no sólo en uno mismo sino también en los demás.12
Esta disponibilidad al diálogo implica que se establezca, entre todos los que están reunidos, la misma relación que debe darse entre »el que da los ejercicios« y »el que los recibe«, descrita por san Ignacio en la mayor parte de las »Anotaciones« de los Ejercicios (EE [2], [6-10], etc.); y, entre todas estas relaciones, la más importante para el verdadero diálogo es, en la práctica, que cada uno acepte ser clarificado por el otro.
Lo más difícil del diálogo espiritual es la aceptación de esta clarificación que el Señor nos ofrece a través de la palabra ajena; palabra que, en los Ejercicios, es la del que »da los Ejercicios« y la de la Biblia; y que, en una reunión, es además la de cualquiera de los presentes.
La clarificación más profunda es la intentada por san Ignacio en los Tres Binarios de hombres (EE [149] ss.) y en Las tres maneras de humildad (EE [164] ss.); o sea, la clarificación respecto de la »cosa adquisita« con que cada uno llega a la reunión.
1.25. Disponibilidad al despojo
Las condiciones anteriores – y las que siguen – se refieren a los otros del mismo grupo, mientras que ésta se refiere al mismo Señor, sea que – por excepción – se manifieste directamente, sea que lo haga en el diálogo de que acabamos de hablar.
Cuando el Señor llama – y esta es una constante de toda llamada divina – nunca llama a asumir algo que ya está hecho o realizado, sino que su llamada es para hacer algo aún no hecho, algo nuevo13; y la novedad más importante consiste en dejar algo, para dar lugar a lo nuevo.
La tradición bíblica nos habla de un »buscar a Dios« hasta hallarlo; y la tradición ignaciana nos habla de un »buscar y hallar la voluntad de Dios« (EE [1] y passim). Es interesante notar que, en san Ignacio, el »buscar« tiene fundamentalmente dos acepciones: el »buscar tener« (EE [16]), y el »buscar quitar« »en afecto« o »en efecto« (EE [155]). Esta última distinción tiene mucha importancia porque, hasta que el Señor no nos hable con suficiente claridad, es más importante dejar »en afecto« que »en efecto«.
Nuestro peligro – o pecado – fundamental, no es tanto el mero tener, sino el querer re-tener algo, poniendo en ello nuestra seguridad, en vez de salir – al menos »en afecto« – »de su propio amor, querer e interés« (EE [189]); la medida de nuestro aprovechamiento está dada, para san Ignacio, por este salirse de sí – al menos »en afecto« –, pues sólo así se halla la voluntad de Dios.
La teología del Éxodo – o del despojo o de la cruz – es la que subyace en nuestra reflexión: la Alianza con Dios es liberadora porque nos pone en marcha hacia la »tierra prometida«, y es, por tanto, a la vez elección y promesa (Dt 7,6, con nota de la BJ).
La llamada de Dios es amenazante porque siempre nos pide el despojo de algo: »Cuando vio Yahvé que Moisés se acercaba para mirar – la zarza ardiendo –, le llamó de en medio de la zarza diciendo: ¡Moisés, Moisés! Él respondió: Heme aquí. Le dijo: No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás es tierra sagrada« (Ex 3,4-5). En un primer momento, o nos resistimos, u ofrecemos más de lo que se nos pide: »Le dice Pedro: jamás me lavarás los pies. Jesús le respondió: Si no te lavo, no tienes parte conmigo. Le dice Simón Pedro: Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza ...« (Jn 13,8-9). Ambas actitudes son erróneas, y tratan de impedirnos el oír al Señor, aunque sea menos contra Él la actitud de quien quiere hacer más de lo que, de hecho, el Señor pide; y por eso tiene más importancia corregir la primera actitud, que es una falta de disponibilidad al despojo »en afecto«.
Basta que uno cualquiera en la reunión no esté en esta disposición, sea »en afecto«, sea »en efecto«, para el despojo, para que el grupo entre en crisis, o sea, »muera«; pero es una »muerte« que es necesaria para la »resurrección«: »Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis« (Jn 11,14-15).
Mucho más difícil es lograr esta »resurrección« cuando son varios los que – por diversas razones – no están en esta disposición al despojo: la medida de un grupo para »buscar y hallar la voluntad de Dios« está dada por la medida, en todos y cada uno, de la disposición al despojo.
1.26. Aceptación de la »observación espiritual«14
La necesidad de la »observación espiritual« del proceso de una reunión, como la de la dirección espiritual en los Ejercicios privados, se funda en la existencia de »dos amores« o »ciudades« (san Agustín); o, como dice san Ignacio, en que »presupongo ser tres pensamientos en mí, es a saber, uno propio mío, el cual sale de mi mera libertad y querer; y otros dos que vienen de fuera, el uno del buen espíritu y el otro del malo« (EE [32]). Por eso no basta – aunque es una buena contribución – la observación de la dinámica grupal (cfr. 1.22), sino que se requiere además la observación y clarificación espiritual del diálogo (cfr. 1.24).
El logro de la integración del grupo (cfr. 1.21) depende en gran medida de ambas observaciones; pero los medios de la observación espiritual »son los que han de dar eficacia a ... – los de la dinámica grupal – para el fin que se pretende« (Const. [813]).
Es parte de la observación espiritual recordar, en ciertos momentos de la reunión, la necesidad de la oración, sea privada sea comunitaria (cfr. 1.23); y proponer, de acuerdo con las circunstancias, su forma concreta.
1.27. Aceptación del ritmo de la reunión: así como puede darse quien quiera irse cuanto antes (cfr. 1.11), así también quien no quiere irse sin haber conseguido plenamente el objetivo de la reunión.
Toda reunión tiene su ritmo, que depende del ritmo de todas las personas presentes, y también del ritmo que tiene el cuerpo al que ellas pertenecen (Iglesia, Compañía, país, etc. etc.): es lícito tratar de acelerar ese ritmo, pero es discreto aceptarlo, una vez hecho discretamente todo lo posible por acelerarlo en una reunión concreta.
El que se impaciente por la lentitud de su prójimo – y también el que se impaciente por esta »impaciencia« – debe recordar el dicho de san Pablo: »¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Que se mantenga en pie o que caiga, sólo interesa a su amo; pero quedará en pie – a pesar de su lentitud o rapidación –, pues poderoso es el Señor para sostenerlo« (Rm 14,4).
Hemos seleccionado algunas de las condiciones de las personas reunidas, de acuerdo con lo que luego diremos del objetivo y de los procedimientos fundamentales de una reunión; pero existen otras condiciones, de las que hemos hablado en otra ocasión, como podrían ser, en general, las del número de los reunidos15; o, más en particular, las que se refieren a las condiciones de las [14] votaciones16, o de los otros procedimientos propios de cada reunión.17
2. El para qué de una reunión
Diríamos, para ser breves, que hay un objetivo que hace espiritual a una reunión; y diversos objetivos, todos ellos espirituales en cuanto queridos por Dios nuestro Señor, pero específicos de cada reunión.
2.1. Objetivo espiritual genérico
Ya hemos hablado de este objetivo genérico, que hace espiritual a una reunión: en la Introducción, al exponer el sentido profundo de los »puntos suspensivos« en el título de este escrito (cfr. 0.1); y, en el punto anterior, como razón última de las circunstancias (cfr. 1.1) y de las condiciones de las personas reunidas (cfr. 1.2).
Consiste en hacer – o mejor, en »buscar y hallar« – la voluntad de Dios, aquí y ahora y para el grupo como tal. No es algo vago e impreciso, sino bien concreto y determinado, aunque desconocido al principio de la reunión; y por eso hay que buscarlo, y sólo así se lo puede hallar.18
La voluntad de Dios – o elección de la Libertad divina – no se refiere, ni solamente a todo el Pueblo de Dios, ni solamente a sus miembros individuales, sino también a los »cuerpos« – u órganos – de dicho Pueblo, y a sus comunidades o grupos, incluso los que se forman transitoriamente, pero que tienen la función de realimentar la vida espiritual de las personas y de las comunidades más permanentes.
Por eso, todo grupo de personas, aunque se fuera a reunir por primera y única vez – náufragos en una isla desierta –, debe proponerse, como objetivo genérico, »buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida ...« (EE [1]), pues esta voluntad no es la mera suma de las »voluntades« de Dios para cada uno de sus miembros.19
2.2. Objetivos específicos de cada reunión
Son muy diversos en su expresión, pero creemos que se pueden reducir fundamentalmente a estos tres:
a. La comunicación espiritual entre los reunidos;
b. La elaboración, en grupo, de un mensaje espiritual para los que no han participado de la reunión;
c. La toma de una decisión espiritual – es decir, discreta –, sea de uno o más miembros, sea del grupo como tal.
Antes de explicar un poco más cada uno de estos objetivos y el por qué de su fijación como objetivos específicos fundamentales, conviene decir algo de su relación entre sí y con el objetivo genérico de toda reunión.
2.21. Relación entre los objetivos específicos de una reunión
a. El objetivo específico indicado en tercer lugar supone la consecución de los dos anteriores. Por eso lo consideramos el objetivo máximo, equivalente al que define los Ejercicios Espirituales (EE [1]).
aa. Una toma de decisión, si es espiritual – o sea, discreta – supone que la persona o grupo, »tomando el fundamento verdadero de la historia – de salvación – ...« halle »alguna cosa que haga un poco más declarar o sentir la historia – de salvación – ...« (EE [2]); y esta mayor declaración o sentimiento de la historia de salvación es, si se lo expresa para los otros, un mensaje espiritual.
ab. Un grupo no puede »más declarar o sentir la historia« de salvación, ni mucho menos tomar una decisión grupal, si no logra una comunicación espiritual.
Por tanto, como decíamos más arriba, el objetivo máximo – toma de decisión – implica la consecución de los dos objetivos anteriores (la comunicación y el mensaje espirituales).
b. Puede, sin embargo, tanto una persona privada como un grupo, elaborar un mensaje espiritual sin tomar todavía una decisión; pero no lo puede hacer sin entrar en comunicación espiritual.
c. Puede darse, finalmente, comunicación espiritual en un grupo, y no llegar a elaborar un mensaje o a tomar una decisión espiritual.
En términos de dinámica grupal, un grupo puede ser meramente de »experimentación« y no de »tarea«.
2.22. Relación de los objetivos específicos con el genérico
Si los objetivos específicos de un grupo son más de uno – nosotros hemos expresado tres fundamentales –, y si son separables entre sí – como acabamos de ver –, necesariamente todo grupo que quiera ser espiritual debe preguntarse, durante cada reunión, cuál de ellos quiere el Señor que, como grupo, logre.
Quien entra en Ejercicios Espirituales no pude dejar de llegar a una decisión, llámesela »elección de estado« o »enmienda o reforma de vida«20; pero un grupo puede, cuando se reúne, contentarse con cualquiera de los otros objetivos específicos (simple comunicación espiritual o elaboración de un mensaje espiritual para otros).
Por eso dijimos, al comienzo de este escrito, que cualquiera sea el objetivo específico prefijado para la reunión, si la reunión quiere ser espiritual, debe hacer lo que Dios nuestro Señor quiere que en ella se haga (cfr. 0.1). Pero ¿debe preguntárselo reflejamente? Esto último depende del tiempo disponible: en uno o dos días, se viven los momentos de reunión, y se constata luego lo que se ha podido hacer; mientras que, en tres o más días de reunión, se puede hacer refleja – en una evaluación final – esta constatación, y se la debe aceptar sin resabios de amargura, – o sea, sin dejar correr la imaginación sobre lo que pudo haber sucedido pero que, de hecho, no sucedió –.
Siempre hay un »más« en el »afecto«, que no nos debe hacer indiscretos ante un »efecto« determinado: al terminar una reunión, hay que pensar en la siguiente, o sea, en los medios que se pondrán para que resulte mejor; y a la reunión pasada, sólo hay que mirarla en función de la futura.
Pasemos ahora a explicar, »con breve o sumaria declaración« (EE [2]), en qué consiste cada uno de los tres objetivos específicos indicados; o sea, la comunicación espiritual, la elaboración de un mensaje espiritual, y la toma de una decisión espiritual en grupo.
2.3. La comunicación espiritual en grupo
Tenemos que considerar brevemente en qué consiste esta comunicación y cuál es su importancia para una Orden religiosa como la Compañía de Jesús, porque sólo así se entenderá por qué la consideramos como objetivo de una reunión grupal.
2.31. Qué es la comunicación espiritual en grupo
La forma más accesible – e inicial – de la comunicación es la mutua información de los reunidos; pero no cualquier información llega al nivel de la verdadera comunicación.
El tema de una información es amplísimo, porque abarca toda actividad realizada, en la vida ordinaria, por los presentes en la reunión; pero esta información no llega a ser comunicación si el informante no admite que sea sólo el comienzo de un diálogo abierto a toda pregunta, cuestionamiento e incluso crítica por parte del informado; y si éste no demuestra, en todo momento, que trata de ayudar y no de imponer al informante una opinión ya formada de antemano.
La actitud cerrada al diálogo se puede dar tanto en el informante como en el informado; y en cualquiera de los dos casos no se da la verdadera comunicación que requiere, en unos y otros, la actitud abierta al diálogo (cfr. 1.21 y 1.24).
Ayuda al diálogo el que la información no se limite a la situación actual sino que abarque también el proceso a través del cual se ha llegado a dicha situación y una situación humana no se comprende si no se conoce su proceso; y los procesos tienen más similitudes que las meras situaciones aisladas.
En la similitud de los procesos de elección lo que le ha permitido a san Ignacio escribir su libro de los Ejercicios Espirituales, válidos para las más diversas situaciones humanas; y es en el diálogo acerca de cada proceso de elección o reforma de vida donde se realiza la verdadera comunicación entre el que da los Ejercicios y el que los recibe (EE [6], [17] y passim).
2.32. Importancia de la comunicación espiritual en grupo
San Ignacio, en un texto importante de las Constituciones, distingue entre la mera información y la comunicación; pero establece a la vez la relación entre una y otra.
El texto, tomado de la Parte Décima – y última – de las Constituciones – la que se refiere a »cómo se conservará y aumentará todo este cuerpo (de la Compañía) en su buen ser« – dice así:
Lo que ayuda para la unión de los miembros de la Compañía entre sí y con su cabeza, mucho también ayudará para conservar el buen ser de ella, como es especialmente el vínculo de las voluntades, que es la caridad y amor de unos con otros, al cual sirve el tener noticias y nuevas unos de otros, y mucha comunicación ... (Const. [821]).
El objetivo último del texto es la unión, y ésta consiste especialmente en el vínculo de las voluntades – »la caridad y amor« –; y a éste ayuda »el tener noticias unos de otros, y mucha comunicación« (es decir, sobre la base del »tener noticias«, llegar a la »comunicación«).
El »buen ser« de la Compañía – y el de sus Provincias y comunidades – requiere pues »mucha comunicación«; y por eso ésta es buen objetivo de una reunión.
Desde el punto de vista de la dinámica grupal, tal vez se pueda decir que, en ese caso, se trata de un grupo »de experimentación« y no de »tarea«; pero aquí se trata del »buen ser« de la Compañía – Provincia o comunidad –, cuyo fin es »ayudar las ánimas suyas y de sus prójimos a conseguir el último fin para que fueron creadas ...« (Const. [307]), y todo lo que hace a este fin es, para la Compañía, »tarea« apostólica.
San Ignacio le dio tanta importancia a esta tarea de la comunicación que puso a su servicio el mejor medio que entonces conocía, o sea, las cartas: testigo de ello los doce volúmenes de sus Cartas, y también la Autobiografía, que es una carta personal para sus hijos de todos los tiempos.
Por eso »la comunicación de letras misivas entre inferiores y Superiores, con el saber a menudo unos de otros, y entender las nuevas e informaciones que de unas y otras partes vienen ...« es una tarea específica de los Superiores, »en especial el General y los Provinciales, dando – éstos – orden como en cada parte se puede saber de las otras ...« (Const. [673]), con tres declaraciones, [674-676]).
Nosotros además conocemos hoy en día otros medios de comunicación, o sea las reuniones, de uso muy limitado en tiempo de san Ignacio por el poco número de jesuitas, por las distancias que los separaban y por el exceso de trabajo que los abrumaba. Por eso san Ignacio las limitó – las reuniones »para la unión personal« – a la Congregación o Capítulo General de toda la orden (Const. [655]); y añadió que la misma »no parece por ahora convenir que se haga en tiempos determinados ni muy a menudo, porque el Prepósito General, con la comunicación que tiene con la Compañía toda, y con ayuda de los que con él se hallaren, excusará este trabajo y distracción a la universal Compañía en cuanto fuere posible« (Const. [677]).
Los tiempos han cambiado, y además la comunicación es un »signo de nuestro tiempo« que conviene cultivar no sólo a nivel universal, sino también provincial y local21; y por eso es un buen objetivo de una reunión que quiere ser espiritual.
2.4. La elaboración en grupo de un mensaje espiritual
Es para nosotros el segundo objetivo específico de una reunión que supone la consecución del objetivo anterior, pero que avanza más allá, y significa una ulterior comunicación con los que no están presentes.
Tenemos que ver en qué consiste y cuál es su importancia, para entender por qué lo consideramos un nuevo objetivo específico, distinto tanto del anterior como del siguiente.
2.41. Qué es un mensaje espiritual elaborado en grupo
La reunión donde se ha logrado una buena comunicación interpersonal entre los presentes es un lugar propicio para la comunicación de Dios con los reunidos y, a través de éstos, también con los ausentes y que de alguna manera están presentes por representatividad espiritual (cfr. 1.12), y a esta comunicación la llamamos mensaje espiritual de Dios.
Vamos a indicar tres tipos de mensajes, a los que tal vez se puedan reducir todos los mensajes posibles:
a. Un tipo de mensaje puede ser la relación de la experiencia de comunicación interpersonal lograda en la reunión, con sus gracias y sus tentaciones y sus momentos de »muerte« y de »resurrección«, que caracterizan el »paso del Señor« su »pascua« – en medio de los reunidos.
Tal fue la Crónica de la II Reunión/72 de Consultores, Superiores y Directores de Obra de la Provincia Argentina (julio de 1972).
b. Otro tipo puede ser la comunicación de un mayor conocimiento de las fuentes, sean las de la iglesia en general, sean de la Compañía en especial (cfr. 0.2), que se consideran un bien de familia del cual todos – y no sólo los presentes – tienen derecho a participar.
Tal fue, por ejemplo, »La vida de comunidad a la luz de documentos ignacianos« (cfr. Estudio – Oración – Acción, Suplemento del Centro de Espiritualidad, n. 5, 12 de marzo de 1971).
c. Por último, un tercer tipo de mensaje puede ser una declaración o exhortación, como orientación de futuras decisiones – tercer objetivo específico de una reunión, que enseguida veremos –, pero que no las contiene como objeto directo de la comunicación.
Tal es el caso, por ejemplo, del Mensaje de los Padres del Concilio Vaticano II a todos los hombres, o los Mensajes a la Humanidad del mismo Concilio; y también buena parte de las Declaraciones y Constituciones del Concilio o de los Decretos de la Congregación General 31 – al menos, su parte introductoria.
En nuestra Provincia, es de este tipo la Crónica de la II Reunión/72 de Consultores, Superiores y Directores de Obra, pues, además de la experiencia global (ya mencionada más arriba), comunica la elaboración hecha, en un plenario, de una opción socio-política en una obra de Compañía (Anexo 2); y esta comunicación puede servir de orientación en la elaboración de este tipo de opciones por parte de una comunidad de trabajo.
2.42. Importancia del mensaje espiritual de un grupo
No se puede negar la posibilidad de que un grupo, en forma similar a una persona privada, reciba un mensaje del Señor; y si lo recibe, debe, más que una persona privada, comunicarlo a los demás.
a. El Libro de la Sabiduría pone, en labios de Salomón, la siguiente consideración sobre la sabiduría recibida: »con sencillez la aprendí, y sin envidia la comunico; no me guardo ocultas sus riquezas, porque es para los hombres un tesoro inagotable ...« (Sab 7,13-14); y esta consideración explica todos los escritos de los Sabios de Israel.
Lo que ahora llamamos »mensaje« es algo de esta sabiduría; y con esto queda dicha su importancia como objetivo específico de una reunión. Necesitamos crecer, como el Señor, »en sabiduría ... ante Dios y ante los hombres« (Lc 2,52); y por ello proclamamos, en la forma de un mensaje para los demás, nuestro crecimiento en grupo.
El Salmista llama »canto nuevo« a esta proclamación22; y lo son todos los Salmos, incluso los que tienen forma de oración.
b. La comunicación a los demás del mensaje recibido, tiene dos ventajas: por una parte, compromete más a los que lo han recibido; y, por la otra, confirma en la fe y en la vocación común a todos. Dios, cuando nos da un mensaje, nos quiere comprometer; y este compromiso es mayor por el solo hecho de hacerlo público, porque los demás resultan testigos del mismo compromiso. Además, todo mensaje es una gracia que se añade a la gracia fundamental de la fe y de la vocación y, por tanto, la confirma.
2.5. La decisión espiritual grupal
Este objetivo, el máximo al cual puede llegar un grupo reunido en el Señor, merece un estudio aparte, no sólo por su importancia y actualidad, sino también por su complejidad.
Nos limitaremos aquí a indicar, muy brevemente, en qué consiste una decisión grupal, cuáles son sus condiciones sustanciales, y por qué lo consideramos el objetivo máximo al cual puede llegar un grupo espiritual.
2.51. En qué consiste
Una decisión puede ser grupal de dos maneras: o porque se toma en un grupo, aunque sea la decisión de uno o más miembros; o porque la toma el grupo como tal.
a. Decisión personal en grupo
El grupo no anula la vida privada de cada uno de sus miembros sino que, al contrario, la incentiva; y por eso puede – y suele – suceder que uno – o más – de los miembros encuentren, en el grupo, al Señor, escuchen su llamado, y respondan al mismo espiritualmente – o sea, discretamente –.
El encuentro y la comunicación interpersonal son – como la soledad absoluta – un lugar propicio para la comunicación con el Señor; y el Señor se vale de las voces sensibles de nuestros prójimos para hacernos oír su voz. »El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros« (Jn 1,14); y su encarnación se continúa y actualiza en toda »carne« asumida por el »espíritu« en el bautismo, la confirmación y la vida de la Iglesia.
b. Decisión grupal como tal
Un grupo bien integrado tiene su personalidad; y puede, como persona »moral«, tomar decisiones que afecten a todos sus miembros, y también a otros miembros de la Iglesia.
La Iglesia toma decisiones grupales en sus Concilios; y la Compañía de Jesús, en sus Congregaciones o Capítulos Generales, reunidos precisamente para eso.23 Pero, en la Iglesia y en la Compañía de Jesús, se toman también decisiones grupales sin esperar ni a los Concilios ni a las Congregaciones Generales.
En todo cuerpo, eclesial o religioso, ya está establecido cuáles decisiones deben ser grupales y cuáles unipersonales; pero un Superior puede delegar, sobre todo en forma ocasional y extraordinaria, su decisión personal a un grupo.
En este caso extremo, o el Superior forma parte del mismo grupo y toma, con él, la decisión; o no forma parte del grupo, pero se compromete a aceptar como suya – »como de mano de Dios nuestro Señor« (Const. [715]) – la decisión del grupo escogido por él.
En los casos ordinarios, los grupos – como las personas privadas – pueden tomar decisiones, entendiendo por tales las que requieren todavía, en la vida religiosa, la »confirmación« del Superior, pero que ya tienen la »confirmación« grupal.24
2.52. Condiciones para una decisión grupal
Una decisión grupal – como una privada – tiene sus condiciones de discreción, algunas de ellas independientes de los procedimientos para llegar a una toma de decisión grupal, y otras que son más fáciles o más difíciles de satisfacer, según sea el procedimiento adoptado.
Los procedimientos para una decisión grupal se pueden reducir a dos tipos fundamentales: el discernimiento comunitario, por una parte; y por la otra la deliberación comunitaria. Y cada uno de ellos tiene sus condiciones propias, y sus condiciones comunes a toda decisión grupal.25
Nos referimos principalmente a las condiciones de discreción de una decisión grupal; y comparándolas con las que se requieren para una decisión privada, se puede decir que, bajo ciertos aspectos, es más fácil la discreción en una decisión privada que en una grupal. O mejor, es más fácil, a un Superior, dejar sin confirmar una decisión privada que una grupal.
Sin embargo, este riesgo no nos debe disuadir de intentar la búsqueda de una decisión grupal, pues ésta tiene sus ventajas respecto de una decisión privada.
Es también cuestión de discreción establecer cuándo una decisión, que hasta el momento fue tomada privada o unipersonalmente, debe hacerse grupalmente, o viceversa: la legislación de la Compañía lo establece de antemano en ciertos casos (cfr. Const. [680] y [711]); pero estos casos son tan generales que se requiere discreción para aplicarlos.
En general, la tendencia actual es hacer grupal la decisión que se duda si, por legislación, debe ser grupal o unipersonal; pero hay casos en que una decisión es confiada, por ejemplo, al P. General, al menos hasta la próxima Congregación General.
2.53. La decisión grupal como objetivo de una reunión
La decisión grupal requiere, para ser discreta, el máximo de condiciones personales, y del grupo como tal26; y por eso la consideramos el objetivo máximo de una reunión.
a. Por de pronto, para una decisión grupal se requieren las mismas condiciones que para la comunicación espiritual (cfr. 2.3) y para la elaboración de un mensaje espiritual; pero en mayor grado, y sus defectos son suplidos con mayor dificultad.
Además, una decisión grupal tiene condiciones que le son peculiares, y que son la aplicación, a un grupo, de las condiciones requeridas para que una persona haga »sana y buena elección« (EE [175]).
b. En realidad, también es una decisión el comunicarse espiritualmente o el comunicar un mensaje espiritual; pero la verdadera decisión requiere, como condición peculiar de discreción, la confirmación de la misma por parte de la autoridad eclesial.
La verdadera decisión es, en la Iglesia, la confirmada por sus autoridades; y toda decisión – privada o grupal – anterior a ella es sólo una propuesta, o una representación, o bien una »objeción de conciencia«: propuesta, cuando se adelanta a la decisión del Superior, pidiéndole que la tome; representación, después que éste la toma, pidiéndole que la cambie; y objeción de conciencia, cuando además la decisión del Superior implica »pecado« para quien la debe obedecer.
Por esta última característica, hay una diferencia fundamental entre la mera representación y la objeción de conciencia; y por tal diferencia, la representación puede ser ordinaria en la vida de un religioso, e incluso reiterarse más de una vez sobre el mismo asunto, mientras que la objeción de conciencia, si se repite, quiere decir que quien la tiene no está en su »camino« (cfr. Congregación General 31, Decreto 17, 10).
En cualquier caso – y aún no llegando a la objeción de conciencia – la búsqueda de la confirmación eclesial es una experiencia dolorosa para el súbdito en primer lugar, pero también para el Superior; pero es una experiencia salvífica para el cuerpo, para la cabeza y para el miembro o los miembros que intervienen.27
Por todo lo dicho, se ve que la decisión grupal es el objetivo máximo de una reunión grupal.
El grupo capaz de alcanzar este objetivo específico es sólo aquel que ha ido progresando en la integración espiritual, tanto internamente (cfr. 1.11, 1.21 y 1.24) como respecto de la Iglesia y de la Compañía, de la cual es miembro (cfr. 0.2).
El logro de los otros dos objetivos específicos anteriores – comunicación y elaboración de un mensaje espiritual – implican también una cierta integración; pero el máximo de la misma se da en el momento de la toma de una decisión grupal.28
3. El cómo de una reunión
El carácter práctico y orientador de este escrito nos aconseja que nos limitemos a sugerir solamente los procedimientos fundamentales – o momentos claves – de una reunión que quiere ser espiritual. Son los siguientes:
a. Plenarios, formales e informales.
b. Grupos formales.
c. Celebraciones de la Palabra y concelebraciones eucarísticas.
d. Soledad en sus diversas formas. e. Tiempos libres.
Los plenarios son las reuniones de todos – o casi todos – los miembros de la reunión: los formales son los organizados como obligatorios; y los informales son los no obligatorios pero a los cuales viene, de hecho, la mayor – o buena – parte de los reunidos.
Los grupos son los organizados por la conducción de la reunión, para preparar o para continuar el trabajo de los plenarios.
Las celebraciones – de la Palabra – y las concelebraciones eucarísticas son, junto con la soledad – o el silencio – los momentos de oración formal para las personas, el plenario, o los grupos; pero la soledad también puede emplearse en el estudio, la reflexión, o la simple lectura.
Los tiempos libres son, en lo natural (físico y psicológico), lo que la soledad es en lo espiritual o sobrenatural.
Estos elementos – o momentos-clave – de una reunión, son los principales; y de cada uno de ellos se puede decir más y se puede hacer menos: todo depende de cada reunión.
4. Conclusión
A modo de conclusión, quisiéramos recapitular brevemente el mensaje de este escrito, subrayando su origen, su enfoque y las consecuencias prácticas de ambos.
4.1. Origen de este escrito
No se halla tanto en una teoría de la Compañía universal (cfr. 0.21 y 0.22), sino en una »praxis« o experiencia, personal y grupal, de esta Provincia (cfr. 0.23).
Las fuentes iluminan esta experiencia, pero la inspiración nace de la misma experiencia de provincia, y su expresión está regulada de continuo por ella.
Consideramos que esta experiencia ha sido una gracia para esta Provincia de la Compañía de Jesús, y que, como tal, hay que comunicarla: como decía santa Teresa,
Una merced es dar el Señor la merced – o gracia –, y otra es entender qué merced y qué gracia, otra es saber decirla y dar a entender cómo es (Teresa de Jesús,Vida, XVII).
Y aquí, en este escrito, hemos intentado esto último.
Por eso este escrito es un mensaje que quiere servir, a los que han tenido esta experiencia de Provincia, a que recuerden esta gracia; y quiere ayudar, a los que no la han tenido, a que la tengan.
4.2. Enfoque de este escrito
Es claramente espiritual, en el sentido ignaciano de este término (cfr. 0.1, 2.1 y passim).
La inspiración teórica se halla en la distinción entre ejercicios espirituales (con minúscula« y »con mayúscula« (cfr. 0.21); pero es una inspiración que la experiencia ha confirmado, incluso cuando no se ha logrado hacerla efectiva.
Una reunión de personas que hace profesión de vida espiritual, sobre todo si, por vocación, entienden la vida espiritual según el magisterio ignaciano, no puede tener – ni en sus miembros, ni en sus plenarios, ni en sus grupos – otra intención que la de »buscar y hallar la voluntad divina en la disposición ...« de toda la reunión.
4.3. Las consecuencias prácticas tanto del origen como del enfoque de este escrito pueden ser, entre otras las siguientes:
4.31. Las orientaciones contenidas en este escrito son para su práctica; y ésta es la que confirmará, matizará, o corregirá sus principios y aplicaciones.
4.32. La práctica de estas orientaciones supone la aceptación, desde el comienzo de la experiencia, del enfoque espiritual propuesto; y consiguientemente de la prioridad que debe darse a los medios espirituales indicados, pero también el uso adecuado de los medios naturales: los primeros, disponen para con Dios, y los segundos para con los hombres (cfr. Const. [814-815]).
4.33. En toda reunión en la que se quieran practicar estas orientaciones espirituales, debe haber un »observador espiritual«, responsable de las mismas desde el principio al fin de la reunión (cfr. 3.11 cb).
4.34. Finalmente, la vida espiritual de la reunión depende de todos los presentes; y cada uno es un »ángel« o un »demonio« para los demás.
La frase del Señor, »el que no está conmigo, está contra mí« (Mt 12,30), completada con la otra, »quien no está contra nosotros, está con nosotros« (Mc 9,40), tiene la aplicación práctica que acabamos de indicar.
Notas:
(1) Fórmula del Instituto, 3 (MConst. I: 375-376).
(2) “La Congregación General como ejercicios espirituales de la Compañía como cuerpo”, Boletín de Espiritualidad 24, p. 40-41).
(3) Fórmula del Instituto, 3 (MConst. I: 375-376).
(4) Cfr. V. Codina, “La theme du chemin chez Ignace de Loyola”, Christus 16 (1969), p. 236-241.
(5) Cfr. Fiorito “La comunicación comunitaria local”, Boletín de Espiritualidad 22, p. 28-31 y 36-40) y “La Congregación General como ejercicios espirituales de la Compañía como cuerpo”, cit., p. 41-43 y 46-48.
(6) Boletín de Noticias, n. 41, 2 de febrero de 1970.
(7) Estudio – Oración – Acción, Suplemento del Centro de Espiritualidad, n. 5, 12 de marzo de 1971.
(8) Cfr. Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 25, p. 56-57.
(9) Cfr. Crónica de la II Reunión/72 de la Provincia Argentina, inc. 3.1, p. 2, e inc. 3.8, p. 3, con las notas 3 y 4, p. 4-5.
(10) Cfr. Crónica de la II Reunión/72 de la Provincia Argentina, nota 2, p. 3.
(11) Cfr. Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 26, p. 30-31.
(12) »La Llamada de Dios en la Iglesia de hoy«, Estudio – Oración – Acción, Suplemento del Boletín de Espiritualidad, n. 22, abril de 1974.
(13) Cfr. »La vida de comunidad a la luz de documentos ignacianos«, Estudio – Oración – Acción, Suplemento del Centro de Espiritualidad, n. 5, 12 de marzo de 1971, p. 3 y Fiorito, “La comunicación comunitaria local”, cit., p. 33-35).
(14) Cfr. Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 26, p. 27-28.
(15) Cfr. “La Congregación General como ejercicios espirituales de la Compañía como cuerpo”, cit., p. 46-47.
(16) Cfr. Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 26, p. 45-46.
(17) Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 25, p. 14-16.
(18) Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 26, p. 8-11.
(19) Cfr. Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 25, p. 11.
(20) Cfr. Fiorito, “La comunicación comunitaria local”, cit., p. 16-19.
(21) Sl 33,3; 40,4; 96,1; cfr. Is 42,10 y Apc 5,9.
(22) Fórmula del Instituto, 3 (MConst. I: 376-377).
(23) Cfr. Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 26, p. 47.
(24) Cfr. Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 26, p. 47-58.
(25) Cfr. Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 26, p. 26-32.
(26) Cfr. Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 25, p. 33-40 y 62-66; Boletín de Espiritualidad 26, p. 24-25; 46-47 y 62-64.
(27) Fiorito, “La elección discrete según San Ignacio”, Boletín de Espiritualidad 26, p. 42-46).
Boletín de espiritualidad Nr. 32, p. 2-26.