Presentación del Boletín de Espiritualidad 36
Miguel Ángel Fiorito sj
El presente Boletín de Espiritualidad es un esfuerzo por ahondar en la espiritualidad ignaciana, haciendo ver su vigencia para nuestra actual pastoral popular.
1. Nuestra pastoral popular
Ya hemos dicho, en otra ocasión, qué entendemos por pastoral popular (1): la pastoral de la Iglesia que se dirige a los pueblos como pueblos, y no a los individuos aislados los unos de los otros (Lumen Gentium, 9 y Gaudium et Spes, 32). En esta forma, la pastoral popular se ubica en su verdadero contexto, y se evita la tentación de »reduccionismo«. Entre nosotros, el »reduccionismo« más frecuente se formularía así: llevar el mensaje a los sectores populares y humildes de nuestra sociedad. En estas condiciones, se prescinde de la historia – e incluso de la cultura – de ese pueblo, a no ser para establecer algunos recursos pedagógicos en la transmisión del mensaje; y la acción pastoral se sigue dirigiendo a los individuos – o a la mera suma de ellos –, y no al pueblo en cuanto pueblo.
El reduccionismo más frecuente del que hablamos arriba, tiene muchas y sutiles manifestaciones. Con frecuencia, estas manifestaciones se originan al amparo del »anunciar el evangelio a los pobres«, urgido en estos tiempos por la Iglesia. No pretendemos ser exhaustivos, pero asistimos a propósitos »liberadores« que consideran a nuestro pueblo como un conjunto amorfo de desconcientizados, a quienes las élites revolucionarias deben tocar con la »varita mágica«. Escuchamos también análisis »clasistas« de nuestra realidad nacional que, con un abstracto internacionalismo, niegan la originalidad del ser argentino: su proyecto, su cultura y su profunda religiosidad cristiana.
Hablar de religiosidad popular no es un tema que primordialmente refiere a sectores – aunque haya sectores en que esta realidad esté más viva –. Religiosidad popular es la chance de la Iglesia argentina para cumplir su misión de unidad, para realizarse como sacramento de unidad. Si con motivo de la religiosidad popular, intentáramos un nuevo tipo de fractura, que no advirtiese en esa religiosidad los caminos de integración en el cuerpo de la Iglesia que se ofrece a todo hombre de buena voluntad, la estaríamos desvirtuando. Tratarla así es pretender quitarle el espíritu (¿marginarla del espíritu?).
La pastoral popular es reconocer el Espíritu que vive en el corazón de nuestro pueblo fiel: el Espíritu confirma en la fe y robustece en el cuerpo a todo hombre de buena voluntad.
En esta tarea de confirmación en la fe (2), creemos que san Ignacio tiene algo que decirnos: y para entender lo que nos dice, debemos profundizar en su espiritualidad.
2. La espiritualidad pastoral de san Ignacio
Hemos elegido, para profundizar esta espiritualidad y para ver su sentido último pastoral, dos trabajos: el uno, »La predicación sobre la doctrina cristiana«, de la cual es autor el mismo san Ignacio (3), y el otro, las reflexiones de Donatien Mollat, tituladas »Cuarto evangelio y Ejercicios de san Ignacio«.
El primer trabajo nos permite mirar los Ejercicios desde otra actividad apostólica, tan cara a san Ignacio, como lo es la predicación de la doctrina cristiana: hay una diferencia entre »dar los Ejercicios« y »predicar la doctrina cristiana«; pero esta diferencia se halla – como veremos – en el método y no en los contenidos.
El segundo trabajo, de Mollat, nos retrotrae, en cambio, a la raíz de los Ejercicios: también aquí tendremos que decir – limitándonos a san Juan y a su Evangelio –, que la diferencia es de método, y no de contenido.
De modo que ambos trabajos, aunque divergentes, resultan armoniosamente complementarios; y al permitirnos comparar, los Ejercicios que san Ignacio daba, con la doctrina cristiana que el mismo Santo predicaba, nos dejan entrever el fondo común de toda la actividad apostólica de san Ignacio, sea ésta dar Ejercicios, predicar la doctrina cristiana ... o fundar la Compañía: una experiencia de Cristo muy fuerte (4), que trata de comunicar a sus prójimos, sean estos »letrados ... príncipes o personas grandes ...« (cfr. Const. [656]), o bien »niños o personas simples« (Const. [410]).
Y como esto parece más obvio respecto de los Ejercicios, comencemos por ver lo mismo en »la predicación sobre la doctrina cristiana« de san Ignacio.
2.1. Qué vemos en la »Predicación sobre la doctrina cristiana« de san Ignacio
La »Predicación sobre la doctrina cristiana« de san Ignacio nos parece una muestra de la teología sapiencial que él mismo caracterizó, en sus Ejercicios Espirituales, como la de los »doctores positivos«, de quienes – dice – »es más propio ... mover los afectos para en todo amar y servir a Dios nuestro Señor« (EE [362]).
Quizás por esto nos encontramos, en esta »predicación« de san Ignacio, un divorcio entre teología y predicación: osea, entre la teología que alimenta la vida del mismo que predica, y la teología que se predica al pueblo de Dios, sea éste – como decíamos más arriba – el que está formado por »letrados ... o personas grandes« o por »niños o personas simples« (5).
En una »Predicación sobre la doctrina cristiana«, así concebida, san Ignacio no teme hablar de exigencias serias de vida cristiana. En el fondo, no tiene temor de hacerlo, porque parece estar convencido de que estos »niños o personas simples«, a quienes no hay que envolver en cuestiones sutiles – véanse los consejos que da, en las »Reglas para sentir en la Iglesia«, acerca de la predicación de la predestinación (EE [366-367]), de la fe (EE [368]), y de la gracia (EE [369]) –, son capaces de una gran generosidad con el Señor; y como quiera que, en su concepción del hombre, privilegia la voluntad por sobre la inteligencia, pone toda su »teología« al servicio de los frutos que se puede prometer, dirigiéndose sobre todo a esta facultad Superior (6).
Puede ser que una lectura apresurada de la Anotación 18 de sus Ejercicios, que no tenga en cuenta otros documentos del mismo san Ignacio, nos haga pensar que el »rudo o de poca complisión« de que aquí habla (EE [18]) – »al que se quiere ayudar para instruirse y llegar hasta cierto grado de contentar a su ánima (ibidem) –, es, para san Ignacio, un »cristiano de tercera categoría«. De ninguna manera: es un sujeto que no es capaz del método, en toda su integridad, de los Ejercicios; pero que puede captar todo su contenido de fe, aunque dado en otra forma.
Esta otra forma es precisamente la »Predicación sobre la doctrina cristiana« que ahora publicamos, no totalmente desarrollada como la hacía san Ignacio – es una »summa delle prediche di M. Ignatio sopra la dorina christiana«, como dice el copista –, pero lo suficientemente explícita como para probar lo que pretendemos: la misma fe, con todas sus exigencias radicales, que san Ignacio comunicaba, con un método muy peculiar, al ejercitante perfecto (7), es la que comunica, en su predicación sobre la doctrina cristiana, a los »niños y personas simples«.
Desde el primer momento de su vida apostólica, san Ignacio pasa, sin solución de continuidad y con el mismo fruto, del »dar los ejercicios« al »declarar la doctrina cristiana«; y, en ambos ministerios, el mismo san Ignacio afirma que »se hacía mucho fruto, a gloria de Dios«, y que »hacían rumores en el pueblo, máxime por el mucho concurso que se hacía dondequiera que él declaraba la doctrina« (8).
Más adelante, en Roma, cuando se redacta la Prima Societatis Iesu Instituti Summa – año 1939, o sea, para la constitución formal de la nueva orden –, se dice que cada uno de los miembros de ésta, debe tener
... por recomendada la enseñanza de los muchachos y rudos en la doctrina cristiana de los diez mandamientos y de los demás rudimentos semejantes, según las circunstancias de las personas, lugares y tiempos ...
Y el mismo documento fundacional da las razones de esta recomendación:
Es muy importante – esto – ... porque ni en los prójimos se puede construir el edificio de la fe sin fundamentos, y en los Nuestros hay el peligro de que, cuanto uno sea más docto, trate de evitar este ministerio, a primera vista menos especioso, siendo así que ninguno haya tan fructuoso, o que – como éste – sea para edificación de los prójimos, o para ejercitar a la vez la caridad y la humildad (9).
No se pueden entender todas estas ponderaciones de la enseñanza de la doctrina cristiana, si no se ve todo lo que está contenido en ella: la fe, hecha, cuando se la predica, teología sapiencial.
Para confirmarlo, vamos a aducir el testimonio de alguien que, a la vez, es contemporáneo y discípulo espiritual de san Ignacio: el beato Fabro. Dirigiéndose éste a sus dirigidos espirituales (todos ellos personas importantes, seculares y eclesiásticos), no teme recomendarlos
... el tener, en aquella lengua que entiendas, el librito en el cual están contenidas todas aquellas cosas que los católicos llaman la doctrina cristiana, y que algunos llaman el catecismo de los pequeños, como son: los doce artículos de la fe, los diez preceptos del Decálogo, los cuatro preceptos de la Iglesia ... los pecados mortales, los cinco sentidos corporales, las obras corporales de misericordia y las espirituales, los siete dones del Espíritu santo, las tres virtudes teologales ... (10)
Como se ve, la doctrina cristiana – o »catecismo de los pequeños« – era el alimento de la piedad de las personas »espirituales«, y también del simple »pueblo fiel«; pero esto último dependía de que hubiera quien le »partiera el pan« de la doctrina a ese pueblo fiel, y, sobre todo, que lo hiciera con todo el corazón, o sea, »sapiencialmente«, sin minimizar esa doctrina común, haciéndola »sentir« en toda su verdad, mejor aún, viviéndola a la vez que predicándola.
La lectura de »la predicación sobre la doctrina cristiana« de san Ignacio – o mejor, del resumen de la misma, tal cual nos ha llegado –, nos hace oír el corazón del Santo: lo que ahí se dice, es lo mismo que él vive (11).
2.2. Qué nos aporta el »Cuarto Evangelio y Ejercicios«, de Mollat
Lo mismo nos hace pensar la conferencia del P. Mollat, acerca del cuarto Evangelio – de san Juan – y los Ejercicios de san Ignacio: o sea, el carácter sapiencial de la teología ignaciana.
Es fruto propio de una teología sapiencial, entre otros, el confirmar en la fe, porque es una teología del »corazón« (12), que se comunica por simpatía. Cuando se busca confirmar en la fe, »no el mucho saber harta y satisface el ánima – como dice san Ignacio en los Ejercicios« (EE [2]) – sino el sentir y gustar de las cosas internamente«. El »saber« – se entiende, »ilustrada o científicamente« (13) – más bien complica las cosas, como lo estamos viendo en Europa, y en los círculos »elitistas« de nuestra patria: lo menos que se puede decir de este »saber« es que no es apto para confirmar la fe entre el pueblo fiel.
A través del estudio comparativo de Mollat, se siente y se gusta internamente la profunda identidad de teología sapiencial entre san Juan y san Ignacio: Juan, como Ignacio, no es un especulativo. Verdadero teólogo por la vigorosa unidad de su visión, por el poder de lo que hoy se suele llamar »concentración cristológica«, no construye, sin embargo, un sistema conceptual: da testimonio. Y su testimonio lo es de una experiencia espiritual que se quiere hacer compartir.
Esta es la conclusión a la que Mollat llega, haciendo un estudio comparativo del vocabulario de san Juan y de san Ignacio. Y a la misma conclusión se podría llegar, al término de los otros rasgos comunes entre el cuarto Evangelio y los Ejercicios de san Ignacio: el »buscar y hallar la voluntad divina«, como objetivo común; la importancia que ambos le atribuyen a la decisión por Cristo; la visión, dramática en ambos, de la historia del hombre, etc. etc.
En todos estos puntos de comparación – como decíamos más arriba –, se siente y se gusta la profunda identidad de teología sapiencial entre san Juan y san Ignacio; y se ve que ambos tratan de comunicarnos »lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos ...« (1Jn 1,1-3).
3. Este Boletín de Espiritualidad
El »buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida« (EE [1]), de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, y también »el esforzarse y alegrarse en todo, para que el ánima, en toda cosa, sea agradable a su Creador y Señor«, como dice el mismo san Ignacio en su »predicación sobre la doctrina cristiana«, convergen en lo mismo: la concreción de la salvación en la cotidianidad de la vida, en el ámbito del trabajo y del estudio, en las relaciones consigo mismo y con los demás ...
En uno y otro caso – en el »dar los Ejercicios«, y en el »predicar la doctrina cristiana« – se opta por lo mismo: »un sólo Dios nuestro Creador y Señor«, porque – como se dice en la misma »predicación sobre la doctrina cristiana« – »en Jesús, nuestro Salvador y Redentor ... (está) el Padre, y el Hijo, y el Espíritu santo, un solo Dios y nuestro Creador y Señor«.
En uno y otro caso, se sigue a Cristo – en quien se siente »ser el Padre, el Hijo y el Espíritu santo ...« – como se sigue »una causa«; y se siente que se lo elige, cada vez que se toma el buen camino. En uno y otro caso, se espera en Él, que es el Rey de la gloria, y no se lo diluye en un seudo-mesianismo; tampoco se lo distancia de la vida cotidiana, ni se avergüenza uno de recurrir mucho a Él.
Nuestro Boletín de Espiritualidad, al ofrecer un resumen de »la predicación sobre la doctrina cristiana« de san Ignacio de Loyola, y un estudio sobre la doctrina cristiana de san Ignacio, pretende demostrar esa convergencia pastoral de apostolados tan diversos – el predicar a »niños o personas simples« (Const. [410]) y el dar »los Ejercicios Espirituales enteramente ...« (Const. [649]) –; convergencia cuyo origen se halla en un espíritu, el de san Ignacio, que abraza »todas maneras de personas, para servirlas y ayudarlas, en el Señor de todos, a conseguir la bienaventuranza ...« (Const. [163]).
Notas:
(1) Cfr. Fiorito / Lazzarini, “Un aporte de la Historia a la Pastoral popular”, Boletín de Espiritualidad 34 (1974), p. 2.
(2) Cfr. Boasso, ¿Qué es la Pastoral popular?, Buenos Aires 1974, p. 58-61.
(3) »La summa delle prediche di M. Ignatio sopra la dorina christiana«, Epp. XII: 666-673: no es toda la predicación, sino un resumen; y está escrito en italiano. La traducción que ofrecemos – y también esta presentación y breve comentario ulterior – se debe al trabajo en común de M. A. Fiorito y J. L. Lazzarini.
(4) En los procesos de canonización, un testigo decía que, cuando conoció a san Ignacio, »estaba loco por Jesucristo«.
(5) »Tan pronto como llegó – a Azpeitia –, determinó enseñar la doctrina cristiana cada día a los niños; pero su hermano se opuso a ello, asegurando que nadie acudiría. Él respondió que le bastaría con uno. Pero después que comenzó a hacerlo, iban continuamente muchos a oírlo, y aún su mismo hermano« (Autobiografía, 88).
(6) Véase lo que más adelante (»Anexo: Breve o sumaria declaración«, punto 3.2. a) diremos de la concepción ignaciana de la voluntad.
(7) Lo esencial del método ignaciano de los Ejercicios, se halla en las meditaciones o contemplaciones »estructurales«, y en los »coloquios« de las mismas, cfr. Fiorito, “Ejercicios e Historia de Salvación”, Boletín de Espiritualidad 20 (1972), puntos 0.2 y 2.4.
(8) Autobiografía, 57 (cfr. nn. 60, 65, 68, 70, 95, etc.).
(9) MConst. I: 18, cfr. Const. [528].
(10) MFabro: 122, »Capita quaedam de fide et moribus, Quartum caput«. Además, el beato Fabro enseñaba un modo de orar que el llamaba el »discurso sobre las grandes verdades de la fe« (MFabro: 249-250): »... fácil será formar varias peticiones por uno mismo y por los demás, o dar gracias, o pedir misericordia, no solamente por los vivos sino también por los difuntos ... para que el Señor les perdone lo que aún deben a propósito del primer mandamiento, y así de los otros mandamientos ...«.
(11) Ribadeneira nos cuenta del mal italiano y, a la vez, de la fuerza de espíritu con que predicaba san Ignacio (cfr. MScripta I: 358-359; FN II: 349-351). Por lo que acá dice (»... y yo era el que repetía cada día lo que nuestro Padre iba enseñando ...«), puede haber sido el mismo Ribadeneira quien redactó esta »summa delle prediche di M. Ignatio sopra la dorina christiana«.
(12) Rahner, Hugo, Teología de la Predicación, Buenos Aires 1950, p. 26.
(13) Cfr. Boasso, cit., p. 32-34): »... la racionalidad científica, en vez de considerarse única, debería recoger aquel saber popular viviente, elaborarlo, recrearlo, y devolvérselo honradamente al pueblo. De paso, caigamos en la cuenta de que esta misma tarea habría que ocupar al teólogo, en un intento renovado de descender a la fuente creadora popular en su vertiente ético-religiosa, elaborarla reflejamente, y devolvérsela servicialmente, si es necesario, purificada críticamente, no según su sentir privado, sino según la luz eclesial«.
Boletín de espiritualidad Nr. 36, p. 1-7.