La oracion, lugar de encuentro entre Dios y los hombres

P. Penning De-Vries sj





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Las primeras líneas del Diario Espiritual de San Ignacio de Loyola, nos introducen de lleno en el corazón de los problemas que la oración plantea a los hombres de nuestra época. Dice así:

"Abundancia de devoción en la Misa, con lágrimas, con crecida fiducia, en Nuestra Señora y más (inclinado) a no (tener) nada de (renta)...” ( Diario Espiritual, n.1) (5)

Está claro, pues, que Dios y Nuestra Señora -y las cosas celestiales- no son los únicos objetos de esta oración: San Ignacio, cuando hace oración, no se pierde verticalmente en las alturas. Más tampoco consiste en una reflexión exclusiva sobre los hombres y sobre el mundo -en este caso concreto, sobre la cuestión de saber si hay que tener, sí o no, bienes de este mundo-. San Ignacio tampoco se pierde en el horizontalismo, sino que tiene en cuenta ambas dimensiones: la vertical y la horizontal.

¿Qué es, pues, lo que nos enseña la oración de San Ignacio, tal cual ella se nos manifiesta en su Diario Espiritual? Simplemente, cómo puedo concretar, en mi oración, el encuentro entre Dios y los hombres, entre el cielo y la tierra. Y esto lo lograré, no tanto reflexionando, ya sea sobre Dios, ya sobre los hombres, cuanto haciendo de manera que uno y otros se compenetren mutuamente en una única experiencia: poniéndome en una situación determinada, y examinando cómo ella influye en mi experiencia religiosa; o sea, cómo reacciono, en mi oración, ante semejante situación. 0 bien, a la inversa, tratando, a partir de mi experiencia religiosa, de llegar a tomar una decisión concerniente al lugar ocupar en el mundo; y buscando que Dios mismo sea quien, en último término, confirme mi decisión.

Este, y no otro, es el motivo por el cual Ignacio anota sus experiencias espirituales con todas sus particularidades de tiempo y de lugar, de cantidad y de calidad-: "Abundancia de devoción en la misa, con lágrimas, con crecida fiducia en Nuestra Señora... Su Diario espiritual es, por así decirlo, un "libro de cuentas" en el que anota lo que quiere recordar, no para complacerse en fantasías sobre el pasado y "soñar despierto", sino por las indicaciones que el pasado tiene para el porvenir: el interés no está en las "lágrimas", sino en lo que esas "lágrimas" viene a confirmar.

Sabemos que San Ignacio vuelve a leer su Diario Espiritual. Y que, por ello, debiera llamarse "carnet" de trabajo: encierra, en líneas, las más preciosas visiones; añade palabras al margen; tacha unas palabras y las sustituye por otras, etc. (6). Llega así a abarcar, en una sola mirada, los momentos en los cuales su experiencia religiosa, y el compromiso que asume con el mundo, parecen concordar más armoniosamente; y, al vincular estos momentos entre sí, llega a dejar en claro las grandes líneas del porvenir que se abre ante él.

He aquí un hombre que, en el siglo XVI, ha anotado, en un español deficitario, las vicisitudes de sus devociones a veces extrañas; y, a cuatro siglos de distancia, hallamos provecho en ponderar, palabra por palabra, las "notas" que ha tomado, en analizar una por una sus hesitaciones, y en poner en claro, finalmente, la estructura religiosa de las decisiones que toma para comprometerse con la realidad del mundo que vive.

Nos proponemos, por tanto, concentrar nuestra atención sobre algunos puntos que juzgamos centrales en este Diario Espiritual de San Ignacio, con la convicción de que allí encontraremos la respuesta a algunos interrogantes que hoy se plantean con frecuencia como, por ejemplo, los tres siguientes:

1. ¿Aparta Dios de los hombres, o conduce a ellos? 0, en otras palabras: ¿puede decirse que, en cierta manera la Trinidad es apostólica?

2. ¿Qué papel funcional desempeña la persona de Jesucristo en el desarrollo de una vida humana, y en las diversas etapas de la experiencia religiosa de una vida en el mundo?

3. ¿A qué realidad corresponde, en la experiencia religiosa, la afirmación de que las Tres Personas son una única esencia y que significación cobra, esta experiencia, en una decisión concreta?

Respondiendo, a través del Diario Espiritual de San Ignacio de Loyola, a estos tres interrogantes podremos comenzar a entender en qué consiste una "contemplación en la acción".

1. La trinidad apostólica (11 de febrero de 1544).

Consideremos, en el Diario Espiritual, un texto escrito ocho días más tarde que el anteriormente citado, en el cual el anterior sentimiento, de mayor inclinación, se ha convertido en el de franca confirmación; y donde la Virgen cede el lugar a las Personas Divinas.

Observemos que, para San Ignacio, el tomar una decisión va a acompañado de un progreso en el nivel de la oración. Observemos también el procedimiento de la repetición, propio de la técnica ignaciana de la elección: en el momento en que la elección parece concluida, es retomada una segunda vez para su confirmación, para ver si vuelve a llegar al mismo resultado. Dice así:

“Después para discurrir y entrar por las elecciones y sacadas las oraciones que tenía escrita, para discurrir por ellas, haciendo oración a nuestra Señora, después al Hijo y al Padre para que me den su Espíritu para discurrir y discernir aunque hablaba (yo) de cosas hechas sintiendo azas devoción y cierta inteligencia con alguna claridad… me senté mirando casi in genere el tener todo,…parte,… y nada, y se me iba la gana de ver ningunas razones. En esto viniéndome otras razones. En esto viniéndome otras inteligencias, es a saber, como el Hijo primero envió en pobreza a predicar a los Apóstoles, y después el Espíritu Santo, dando su espíritu y lenguas las confirmó; y así el Padre y el Hijo, enviando el Espíritu Santo, todas tres Personas confirmaron la tal Misión”.( Diario Espiritual. n,15).

En ese 11 de febrero, San Ignacio tiene, pues, la impresión de que las tres Personas divinas confirman la pobreza de la Compañía de Jesús, como confirmaron, en su momento, la misión en pobreza de los Apóstoles.

¿De qué manera? Viendo que la misión apostólica en pobreza es asumida en las "misiones" de las tres Personas divinas.

La mística trinitaria de San Ignacio se orienta siempre hacia el apostolado. A un movimiento ascendente, hacia las alturas de las tres Personas divinas, sucede siempre, tarde o temprano, un movimiento descendente hacia la tierra. Pero esto no quiere decir, en modo alguno, que las tres Personas divinas ejerzan primero un movimiento de atracción, y después un movimiento contrario. En la misma atracción que ejercen y que nos eleva hacia ellas, está contenido otro movimiento que nos llevará, con ellas, en el impulso de su "misión", hacia la tierra.

La elevación de la oración no trae consigo el alejamiento de la realidad; se opone a ello el carácter esencialmente apostólico de las mismas tres Personas divinas (8).

No es necesario dejar a Dios para acercarse a los hombres. Es por Dios, y con Dios mismo, cómo debemos acompañarlo a Dios en su salida hacia los hombres. La atracción hacia el mundo y hacia los hombres no se realiza de una manera diferente de la de Dios, ni fuera de Él, sino que es precisamente mediante una oración así, lugar de encuentro entre Dios y los hombres, cómo se llega a ser "contemplativo en la acción". Por eso el mismo San Ignacio dice, un poco después:

“Después de levantado, me duraba tanto el calor interior y la devoción habida, y en acordarme de tanto bien recibido,…un moverme a nueva devoción en aumento, y a lágrimas; y así andando a (lo de) Don Francisco, con él y después viniendo, sin perder el calor y amor intenso”, (Diario Espiritual.n.22).

Es así como la oración baja a la calle, con San Ignacio, después que se levanta a la mañana, y lo acompaña en sus idas y venidas por Roma.

2. Jesucristo y sus diversas funciones (23-24 de febrero de 1544).

¿Quién es Jesucristo para San Ignacio?

No es otra la pregunta que debemos hacer, ahora que hemos descubierto los diversos movimientos -ascendente y descendente- de la experiencia de Dios en San Ignacio. Pues Jesucristo no se lo vive de la misma manera, ni en todos, ni en cada uno de los movimientos citados.

Si seguimos la línea ascendente hacia Dios, Jesucristo es Aquel que nos introduce en la Trinidad; si seguimos la línea descendente hacia los hombres, es Aquel en quien la gracia de la Trinidad nos acompaña.

Traigamos ejemplos, sacados del mismo Diario Espiritual, que ilustren, por separado, ambos casos. Los encontramos doce días más tarde.

a. En línea descendente:

"Al preparar del altar (para la misa), viniéndome, en pensamiento Jesús, un moverme a seguirlo, padeciéndome Internamente (que), siendo Él cabeza de la Compañía, ser mayor para ir en toda pobreza que todas las razones humanas, aunque me parecía que todas las otras razones pasadas en elección militaban a lo mismo ; y este pensamiento me movía a devoción y a lágrimas, y a una firmeza que, aunque no hallase lágrimas en Misas,etc., me parecía que este sentimiento era bastante, en tiempo de tentaciones o tribulaciones, para están firme". ( Diario Espiritual, n.66).

Al margen de estas notas, San Ignacio acotó posteriormente, indicando con ello claramente la primacía de la experiencia sobre los razonamientos - aunque éstos también ayuden-: "confirmación de Jesús”. Se trata de una experiencia de Jesucristo que confirma a San Ignacio en su decisión de "seguirlo...siendo El cabeza de la Compañía.

Hay que interpretar, en el mismo sentido, la reflexión siguiente:

"... padeciéndome, en alguna manera, ser de la Santísima Trinidad el mostrarse o el sentirse de Jesús, viniendo en memoria de cuando el Padre me paso con el Hijo (Diario Espiritual. n.67) (9).

b. En línea ascendente:

"...viniéndome en mente y suplicando a Jesús me alcanzase perdón de la Santísima Trinidad, una devoción crecida, con lágrimas y sollozos, y en esperanza de alcanzar la gracia, hallándome tanto recio y confirmado para adelante" (Diario Espiritual. n. 73).



Movimiento de ascenso y movimiento de descenso» Cada uno sabe, por experiencia, que para nosotros Jesucristo no es siempre el mismo: lo que lo hace diferente, no es, por supuesto, la persona con quien entramos en contacto, que es siempre la misma, sino los contactos que tenemos con ella.

El mismo nombre y la misma persona, asumen sentidos diferentes según los diferentes contextos. Esta diferencia, que constituye todo el dinamismo del Diario Espiritual de San Ignacio, no será nunca suficientemente señalada. Jesús que alcanza perdón(Diario Espiritual n.73), y Jesús que confirma (ibidem,n.66) ; Jesús al pie de la Trinidad (ib.n.88) , y Jesús que nos precede en pobreza (ib. n.66) ; Jesús que presenta nuestra oración (ib.n.77) , y Jesús moviéndonos a seguirlo (ib.n.66) ; Jesús-intercesión (ib.n.73), y Jesús-misión (ib.n.15) : otros tantos títulos cristológicos que se dan en la misma experiencia, y en base a los cuales -ordenándolos- sería posible establecer, a partir de la experiencia, una cristología funcional, o sea, una doctrina respecto de Cristo tal como El funciona en la experiencia.

Una confrontación con la cristología bíblica tendría, en este caso, el valor de una confirmación o, al menos, de una verificación. Esto vale, en su tanto, también de una Mariología y de una Eclesiología.

3. Tres personas y una sola esencia (en diversos días)

Pasemos ahora a otro tratado teológico, el de la Trinidad; y a otro día, una semana antes. Y veamos que, como un día procede de otro, la Cristología procede de una doctrina de la Trinidad. Ya lo hemos visto más arriba:

…Padeciéndome, en alguna manera, ser de la Santísima Trinidad el mostrarse o el sentir de Jesús, viniendo en memoria de cuando el Padre me puso con el Hijo" (Diario Espiritual. n.67).

El Jesús, con quien caminamos hacia el Padre y hacia la Trinidad (cfr. Diario Espiritual, n.66), no se manifiesta, en la experiencia ignaciana, como manifiestamente idéntico con el Jesús junto al cual el Padre - y la Trinidad - nos coloca, para estar con Él y para seguirlo: el primero, es vivido, en la experiencia, como siendo distinto del Padre- y de la Trinidad -; el segundo, como asumido en la unidad de las tres Personas divinas entre sí.

Aquí se nos da la clave que nos permite comprender cuál es, en definitiva, la experiencia central que domina la vida de oración trinitaria de San Ignacio: a saber, una experiencia de la Trinidad más allá de la distinción de las tres Personas divinas. Semejante experiencia es denominada experiencia del Ser divino, de la Naturaleza divina, o de la Esencia divina. Este lenguaje es simple producto de una teología técnica -o de una técnica teológica-; pero da cuenta muy exactamente de esta experiencia. De la impresión de ser mi lenguaje muy erudito, pero la experiencia a la que se refiere no es tan inhabitual como a primera vista podría creerse. Por el contrario, ¿cómo podríamos ver algo de Dios en Jesús, si no tenemos experiencia de la unidad que existe entre el Padre y el Hijo?: "El que me visto a Mí, ha visto al Padre" (Jn.14, 9). Y, ¿cómo, en la situación que es la nuestra en este siglo XX, podríamos hallar una inspiración cualquiera en ese personaje que el Evangelio nos presenta en Jesús, si no es viviendo con Él en la fuerza de un mismo Espíritu?

El descubrimiento experimental, por mediación del Evangelio, de la voluntad del Dios invisible en una situación concreta, tiene por fundamento una experiencia de la unidad sin diferencia del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.

Así se explica que esta experiencia signifique, cada vez que San Ignacio la tiene, una confirmación: "En la oración (acostumbrada)…sin sentir Mediadores' ni otras personas algunas…teniendo la cosas por acabada, y pareciéndome acepta a la Voluntad de nuestro Señor” (Diario Espiritual). “…no sintiendo inteligencias ni distenciones o sentimientos de Personas algunas, con un amor intensísimo, calor y saber grande a las cosas divinas, con muy crecida satisfacción de ánima”. (Diario Espiritual, n.40).

Esto equivale a decir, en una doctrina trinitaria funcional, que la perikhóresis desempeña un papel de apaciguamiento. La certeza obtenida es tanto mayor cuanto más elevado es el nivel de la oración:

"Antes de comenzar la oración, con un aliento devoto para entrar en ella; después de entrado en ella, con mucha devoción calurosa y lúcida y suave, sin Inteligencias algunas, pero tirando a una seguridad de ánima., no se terminando a alguna Persona divina" (Diario Espiritual, n.56).

"...Has en esta misa conocía, sentía o vela -Dios lo sabe- que en el hablar, al Padre, en ven que en una Persona de la Santísima Trinidad, me afectaba a amar a toda ella, cuánto más que las otras Personas, eran en ella esencialmente ; otro tanto sentía en la oración al Hijo otro tanto en la del Espíritu Santo, gozándome de cualquiera en sentir consolaciones, atribuyéndome y alegrándome en ser de todas tres En soltar este nudo, o cosa semejante, me parecía tanto, que conmigo no acababa de decir, hablando de mí: ¿quién eres tú.?, ¿de dónde?,etc. ¿Qué merecías, o de dónde esto?,etc. (Diario Espiritual. n.63).

En el movimiento descendente de las "misiones” (Trinidad apostólica), una Persona engendra a la Otra, una Persona envía a la Otra y trabaja en la Otra. En este movimiento, las Personas se revelan las Unas a las Otras: "El que me ha visto, ha visto al Padre..." (Jn.14, 9). Y es también en este movimiento dónde se sitúa la experiencia de San Ignacio de que las consolaciones recibidas de una de las Personas, pertenecen a todas tres (cfr. Diario Espiritual, n.63).

Este movimiento de descenso tiene por característica que no se puede decir, sin más, que una Persona viene después de la Otra, que se deja Una por Otra; sino que el movimiento de descenso consiste, por así decirlo, en esto: lo que desciende es lo mismo que está situado en lo alto; o aún, que eso mismo, que está situado en lo alto, viene a instalarse en lo que está abajo.

Hay aquí una experiencia de perikhóresis, o de compenetración, no solamente de las tres Personas entre sí, sino también de Dios y de los hombres, del cielo y de la tierra. La oración y la elección apuntan, cada vez más, a alcanzar esta cima:

"...no viendo así, como los días pasados, las Personas distintas, más sintiendo, como una claridad, lucida, una esencia, me atraía todo a su amor “(Diario Espiritual, n.99).

"...y la tal devoción y amor, todo se terminaba en la Santísima Trinidad, no teniendo noticias o visiones de las distintas Personas, más simplemente advertencia o representación de la Santísima Trinidad. Asimismo, algunos ratos sentía lo mismo, terminando a Jesús, como hallándome a su sombra, como siendo gula, mas no disminuyéndome la gracia de la Santísima Trinidad, antes pareciendo juntarme más con la su Divina Majestad" ( Diario Espiritual, n.101).

Así, por los movimientos de ascenso y de descenso, se establece una mayor unidad de vida entre la contemplación y la acción, entre Dios y los hombres, entre el cielo y la tierra. La oración que sube hacia Dios y penetra en El, vuelve a descender, con El, a la tierra, donde Jesús es nuestro guía. Es esta oración la que ve Todo en todos, "hallando a nuestro Señor Dios en todas las cosas. (10).



Notas:

(5) S. Ignacio se le ofrecían, en general, tres soluciones: 1.No tener renta ninguna: 2.Tener renta sin limitaciones. 3. Tener renta limitada a las Iglesias de la Compañía de Jesús. La elección que hace, y que se conserva en la parte del Diario que, nos ha llegado a nosotros, se refiere a la primera y a la tercera posibilidad. Cfr. Deliberación sobre la pobreza, en Obras completas de San Ignacio (BAC, Madrid, 1963), pp.296-299.

(6) Contamos con un manuscrito autógrafo de S. Ignacio, en que es te trascribió únicamente los párrafos interlineados en el Diario. Todos los signos y señales de esta "re-lectura" del Santo, han sido señalados en la edición de las Obras completas (o.c. en nota 5) a cargo de Iparraguirre (cfr. Ibídem, p.317).

(7) Desde el 18 de febrero hasta el 7 de marzo, no aparece más la Virgen; este día vuelve a sentirla, junto con "...los santos, a un particularmente, con muchas lágrimas " (Diario Espiritual, n. 129)

(8) En este párrafo se encierra una grandiosa teología de la misión apostólica, pieza clave de la espiritualidad ignaciana y de la Compañía de Jesús. La CG.XXXII acaba de decir que "... en el centro mismo de esta Intuición -de San Ignacio- está el sentido de misión...Por tanto, un jesuita es esencialmente un hombre con una misión: una misión que recibe...radicalmente del mismo Cristo, el Enviado del Padre (cfr.Jn.17,18). Precisamente por ser enviado, el jesuita se convierte en compañero de Jesús. Profundizando más, el jesuita realiza su misión en la compañía (CG.XXXII, Decreto sobre el jesuita hoy, nn.13-15). Esta misión no es otra cosa que la extensión de las relaciones trinitarias hacia fuera: el Padre y el Hijo producen eternamente al Espíritu Santo, es decir, le envían.

(9) Recuerda aquí S. Ignacio la visión de La Storta, en la que, como se expresa en la Autobiografía. "...sintió tal mudanza en su ánimo y vio tan claro que Dios le ponía con Cristo su Hijo, que no tendría ánimo de dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo" (Autobiografía n.96). De esta visión -y de otras similares-, brota en San Ignacio -y en sus primeros Compañeros- la firme convicción de que la Compañía debía llamarse "de Jesús", Dice Polanco que “… en esto del nombre tuvo tanta visiones el P.M. Ignacio…, y tantas señales de su aprobación y confirmación... que le oí decir al mismo que pensaría ir contra Dios y ofenderle si dudase que este nombre convenía..." (MHSI, FN. I, p.204). Hay una muy grande relación entre el nombre de "compañía de Jesús", querido por S. Ignacio, y "...La esperanza de que haya EL de conservar y llevar adelante lo que se dignó comenzar -es decir, la Compañía-para su servicio y alabanza, y ayuda de las ánimas..." (cfr., Const. Parte X, n.1 y lugares paralelos).

(10) Cfr., MUSI, Mlgn. Epp.3, p.510. Este pensamiento se halla también en las Constituciones a propósito de los estudiantes y hermanos en formación (Parte III, c.1, n.26); y, como "familiaridad con Dios", es una de las cualidades de todo "compañero de Jesús", requeridas "para la conservación y aumento, no solamente del cuerpo, es decir, lo exterior de la Compañía, pero aún del espíritu, y para la consecución de lo que pretende, que es ayudar a las ánimas" (cfr. Const. Parte X, n.2). Es un pensamiento que se halla en todos los Ejercicios Espirituales, pero sobre todo en la Contemplación para alcanzan amor (EE. 235-236 y passim).









Boletín de espiritualidad Nr. 42, p. 5-13.


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