Las dos Banderas (*)
Cura Brochero
Cuando el joven Tobías estaba para hacer el viaje a la ciudad de Rages, se le presentó el Arcángel Rafael en persona de joven, y se le ofreció para compañero y conductor; pero si a Tobías se le hubiesen presentado dos jóvenes, y bajo el aspecto del primero se hubiese ocultado el Arcángel, y bajo el aspecto del segundo- se hubiese ocultado Lucifer; si Tobías, volviendo las espaldas al Arcángel, hubiese elegido a Lucifer, ¿no se hubiese precipitado en el mayor infortunio que puede imaginarse...?
Mis amados, todos nosotros estamos actualmente de viaje para la eternidad: todas las horas damos un paso hacia la eternidad. El camino es desconocido: está lleno de peligros y de asechanzas. Dos guías, dos conductores se nos ofrecen: Jesucristo y Lucifer.
Jesús, Hijo unigénito del Padre. Jesús, santidad por esencia y que nos ama en extremo. Jesús que no busca sino nuestra felicidad. IOh, y qué segura que es esta guía!
La segunda guía es Lucifer. Lucifer, el mayor enemigo del Señor. Lucifer, espíritu condenado. Lucifer, que nos aborrece en extremo. Lucifer, que no busca otra cosa que nuestra eterna condenación.
¿Cuál de los dos queréis seguir, mis amados? Y que, ¿habréis perdido el juicio, para abandonar a Jesús y seguir a Lucifer? ¿Os aborrecéis tanto para abandonar el conductor del cielo, por seguir al conductor que lleva al infierno?
¡Ah!. No hagáis tal cosa, mis amados. Por el contrario, seguid a Jesucristo hasta la muerte, y alistaos bajo su bandera, por que Él es el camino que nos conduce con seguridad al Padre; la verdad que descubre todos los engaños y asechanzas de Lucifer; la vida donde se encuentra la bienaventuranza eterna (cfr.Jn.14, 6).
A este fin voy a explicar, en esta noche, la consideración que S. Ignacio llamó de las Dos Banderas porque alentará más y más a vuestro corazón, y le dará más bríos para seguir más de cerca a Jesucristo, porque, siendo verdad que Él nos convida a empresas difíciles y arduas, quizá nuestro corazón tendría menos ánimo para seguirle, si no se hallase reforzado por la eficacia del llamado.
La plática del Cufia Brochero tiene, según estos primeros párrafos, dos presupuestos, y un propósito confesado pon su autor.
1. Primer presupuesto: la existencia del demonio y de su acción nefasta en la historia (cfr. Mt. 13,24-30). S. Ignacio lo llama enemigo de natura humana (EE. 7 y passim), mientras el Cura Brochero lo llama aquí enemigo de Dios: mera cuestión de lenguaje. Lo que importa es la realidad de su acción en nosotros.
2. Segundo presupuesto: la necesidad del discernimiento. La expresa el Cuna Brochero en un ejemplo imaginario: ¿... qué hubiera sucedido si...?. La expresión es una adaptación al ambiente, pero la necesidad del discernimiento es un presupuesto de los Ejercicios de S. Ignacio, ya dude el Principio y Fundamento (EE. 23), y que es claramente explicitado en el Directorio, por ejemplo, que S. Ignacio dictó a Vitoria (cfr. MHSI. MIgn., Directorio, pp. 101).
3. El propósito de la plática. Lo expresa el Cura Brochero en las palabras que acabamos de citar : "A este fin voy a explicar...la consideración de las Dos Banderas, porque, alentará más y más, a vuestro corazón… 0 sea -como dice S. Ignacio del "buen ángel", EE.315- da. "...ánimo y fuerzas, consolaciones...inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos, para que (se) proceda adelante".
4. Es importante, pues, notar que la consideración que se hace del demonio supone la de Cristo; y que la alegría que se quiere causar con el llamamiento de éste prevalece sobre el temor que debe provocar el "llamamiento" del demonio.
En esta meditación, en esta plática de S. Ignacio se miran en campaña dos Capitanes: de la una parte, Jesucristo nuestro Señor, y de la otra Lucifer. Cada uno, en contraposición del otro, llama soldados y pregona con qué sueldo y con qué fin se ha de militar y pelear bajo su bandera. Cada uno ofrece sus bienes: el uno presentes, es verdad, pero muy mezquinos y breves; el otro, algo lejanos, como venideros, pero ciertos, y son eternos, como lo es el mis Dios.
Ahora vosotros, mis amados, antes de extender la mano a tomar los unos o los otros bienes, antes de hacer entrar el pies en la cadena de Luzbel o de poner el cuello en el yugo de Jesucristo, mirad bien tales bienes, y comparad los unos con los otros.
¡Oh Señor mío Jesucristo, y capitán general de los buenos, dadme a conocer los engaños del mal caudillo; y dadme también la fortaleza suficiente para librarme de ellos. Hazme practicar la santa vida que enseñas con tu ejemplo, pues con este solo fin te ofrezco el corto sacrificio que hago al oír tu palabra.
Espero que me concedáis estas gracias por la intercesión de María, a quien saludo con las palabras del Ángel. Ave María...
Comienza el Cura Brochero contraponiendo, en general, los bienes prometidos a Satanás, que son presentes pero mezquino, además breves a los bienes prometido por Jesucristo, que aunque futuro, son ciertos y eternos.
Esta parte introductoria termina con una parte sentida, dirigida a Jesucristo -como S. Ignacio en EE. I39-; pero sin olvidarse de la Virgen -a quien le reza junto a sus oyentes- un Avemaría.
Poned, pues, delante de los ojos de vuestra consideración, por un momento, a Lucifer, príncipe de las tinieblas, y tirano del mundo que, en medio de Babilonia, está sentado sobre trono de fuego y humo, alrededor de un cortejo terrible de demonios, conjurados a hacer daño al género humano, y a destruir el reino de Jesucristo.
Mirad lo horrible de su semblante: su frente altiva y llena de soberbia, sus ojos fieros y encendidos, su boca sangrienta y arrabiada, que no respira sino amenazas y estrago, como lo pinta Job (cfr.Jb.41, 11-13): de su boca -dice- salen llamaradas de fuego, como de humo de quemar ladrillos; de sus narices sale un humo como de olla hirviendo; su aliento es tan abrasador que hace arder hasta las piedras.
En estas circunstancias, levanta y tremolea su bandera, en la que van pintadas figuras feas, placeres abominables, odios, homicidios; honores y riquezas que se desvanecen como el humo.
Convida con un tono de voz formidable, pero lisonjero a los míseros mortales, para que le sigan: Venite fruamur moris (cfr. Sb.2, 6): Venid conmigo a gozar los bienes que os ofrezco; daos a los pasatiempos, mientras os lo permite la juventud; coronaos de rosas, antes de que se marchiten (Sb.2, 8); no haya flor de deleite que no se corte por vuestras manos; dad rienda suelta al apetito ya que sois de naturaleza deleznable.
Poneos en grande estimación en el mundo, porque los honores y dignidades son los verdaderos bienes del hombre; poned todo vuestro cuidado e industria en adquirir y amontonar riquezas, que son el único medio para haceros grandes sobre la tierra, y para comprar los placeres que regalan los sentidos. Yo no pongo otras leyes a mis soldados que los dictámenes de su concupiscencia, y el vivir a su gusto.
Estas y otras peores máximas, derechamente contrarias a los preceptos de Cristo, propone Lucifer, para arruinar al mundo; y a esto le estimula primero el odio implacable contra Dios, cuya justicia vengadora experimenta, y quisiera, a pesar de Él, privarle del servicio y del obsequio de sus creaturas; y, en segundo lugar, le estimula la ambición de su soberbio espíritu, a fin de que los hombres antes sirvan a él, cruelísimo tirano, que al Creador, su legítimo Rey; y, en tercer lugar, le punza la rabiosa envidia, porque los hombres no lleguen a gozar la felicidad del cielo, de que él cayó con eterna ruina.
Pero no se contenta Lucifer con llamar y convidar quienes le sigan bajo de su bandera, sino que envía innumerables legiones de demonios para que traigan gente a su partido. Id, pues -les dice-, fieles ministros míos, id a alistar soldados bajo mis estandartes. ¿No veis cómo el Crucificado dilata cada día más su reino, y por medio de unos vilísimos pescadores nos roba el dominio que teníamos sobre la tierra? ¿Hemos de sufrir que se enarbole el estandarte de la cruz en todos aquellos lugares donde se veneraban nuestras insignias y armas? Y ¿hemos de sufrir que los hombres, hechos de barro, suban a ocupar en el cielo aquellas sillas de donde nosotros, espíritus nobilísimos, fuimos arrojados? Id, pues, oponeos a sus designios, apartadlos de las empresas de virtud; donde no valga la fuerza, valga el engaño. Encended el ansia de las riquezas, que son lazos muy poderosos para traer los menos advertidos a vuestro bando. Acalorad el ardor del apetito, que es una espuela, un estímulo eficaz en grado máximo para los deleites sensuales. Ponedles por delante honores, aplausos y dignidades, que son cebos muy agradables para pescar corazones humanos. En una parte, colgad figuras deshonestas y pinturas obscenas; en otra, esparcid odios mortales, pregonad convites regalados a la gula; poned ocasiones de amores torpes. No haya honestidad segura de vuestros asaltos, ni virtud libre de vuestros engaños. En suma, aquel será más valiente soldado mío, que volviere con más copioso botín de almas rendidas.
A tal exhortación de Luzbel, ¿qué malignos brillos no conciben los demonios? ¿Con qué rabia no se aprontan a sus malvadas empresas con aquellas tres -armas que apuntó San Juan: "Concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos, y jactancia de las riquezas"? (cfr. 1 Jn.2, 16). Los apetitos de la carne, que son la gula y la lujuria; la concupiscencia de los ojos, que son la codicia de riquezas; y la jactancia de la vida, que es la ambición de honras. A esto atienden ya con instancias violentas como leones que bramando dan vuelta, buscando a quien devorar (cfr. 1 P.5, 8), y con engaños ocultos se introducen, como áspides lisonjeros para envenenar hasta lo más recóndito.
Lo cierto es que San Antonio vio al mundo por todas partes, de lo alto a lo bajo, sembrado de lazos y lleno de demonios, engañosos cazadores de almas. Y San Agustín nos avisa, sobre aquel lugar de la Sabiduría -"in medio laqueorum ambulas"- que el demonio por todas partes nos tiene escondidos lazos a nuestros pies: lazos en las riquezas, lazos en los placeres, lazos en las conversaciones, lazos en los convites. ¿Quién podrá escaparse, sin quedar preso en ellos?
Pero el principal cuidado lo pone en ocultar todo el mal bajo apariencia de bien, esconder el anzuelo traidor en el cebo de los placeres; y hacen creer que los soldados serán bien servidos, y con esto pagan los trabajos de los que militan a su sueldo.
¡Oh, y cuantos cristianos, engañados por sus falsas promesas y que corren a gran prisa a alistarse en sus estandartes! ¡Cuántos halagados y atraídos por sus falsos y lisonjeros sueldos, van a estrellarse en los escollos de la iniquidad y del pecado! ¡Oh, si alguno tuviese un poquito de celo por la gloria de Dios, y una gota de deseo por la salud de las almas! ¡Cómo lloraría las ruinas y los errores de tantos jóvenes inocentes, y de tantas doncellas puras que, en la flor de sus años, engañados por tales promesas, han vuelto las espaldas a Jesucristo, por seguir a los traidores demonios!”Dedenmt dilectam animam suam in manu inimicorum eius" (Jr. 12,7).
No os dejéis, mis amados, tan de prisa y tan a ojos cerrados arrastrar por los halagos de Lucifer, sin conocer cuáles son los premios y sueldos que os deciden a seguir su bandera...
Sigue el Cura Brochero su meditación en voz alta presentando -como San Ignacio en EE. 140-142- a Satanás y a sus leyes trabajos, sueldo y premios, lo más vivamente que puede en apartar a sus oyentes, del pecado mortal o sea, supone, -en esta ponte, de su plática- que tiene delante o personas "...que van de pecado mortal en pecado mortal...y entonces -como 5?Ignacio en EE.314- Indica que Satanás ...acostumbra comúnmente...proponerles placeres aparentes, haciéndoles imaginar delectaciones y placeres sensuales, pon más le conservar y aumentar, en sus vicios y pecados.
Satanás se moviliza -contra el hombre- por odio a Dios, por soberbia ambiciosa, y por envidia del destino del hombre. Son los tres motivos que da aquí el Cuna Brochero, resumiendo, de un plumazo, todas las razones -si es que se pueden llamar, "razones"- que Satanás tiene para ser enemigo de Dios y de los hombres.
Es Importante notar, que Satanás, como "mentiroso y padre de la mentira" (cfr. Jn. 8,44), ofrece al hombre placeres aparentes; más aún, efímeros. Es una manera de despreciar al hombre, hecho de barro.
Como dijimos, al presentar esta plática del Cura Brochero, no hay alternativa: o se opta por Jesucristo, o por Satanás. Hablar de "ley natural” es paliar la alternativa, dejándolo al hombre solo delante de su naturaleza, y separado de los demás miembros del pueblo de Dios, regidos por una misma ley de Dios, la "ley de la alianza" (14). Toda la meditación en voz alta del Cura Brochero está centrada en esta alternativa de hierro o Cristo, o Satanás. Lo veremos Igualmente en cualquiera de los párrafos siguientes.
Pero volvamos a la bandera de Jesucristo, para considerar, como en la de Lucifer, sus leyes, sus trabajos y fatigas, sus sueldos y sus premios.
Miremos ahora a Jesús, Salvador del mundo, que, en un sitio humilde, junto al templo de Jerusalén, está sentado, y que, con un modo suavísimo, llama y convida a que le sigan.
Mirad cuán amable es su semblante, sobre todas las bellezas del mundo:"speciosus forma prae filiis hominim…"(Slm.45, 3). En su frente reside la majestad, pero humilde; en sus ojos reina la alegría, pero modesta; de sus labios destila la dulzura, pero que no empalaga; de sus manos salen las gracias, pero sin interés. En sima, Él es todo deseable (cfr., Ag.2, 8).
Corónenle alrededor sus queridos discípulos, pendientes de su boca, para oír y recibir las palabras de vida eterna Verba vitae aeternac" (cfr.Jn.6, 69). Tiene enarbolado el estandarte de la cruz, "en el cual está la salvación, la vida y la resurrección…Convida con su modo suavísimo con palabras suavísimas, a seguirle y a ponerse debajo de su bandera. “Venite ad Me, omnes...”(cfr.Mt. 11,28). Venid a Mi, dice- todos los que estáis fatigados y agravados, que Yo os daré aliento, descanso y refacción. Tornad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; porque mi yugo es suave, y mi peso ligero.
Es verdad, mis amados, que nos muestra el estandarte de la cruz, bajo el cual debemos militar; pero juntamente nos avisa que en la cruz está nuestra salud y nuestra vida; que en la cruz está la defensa de nuestros enemigos, y la gracia de las consolaciones celestiales; que en la cruz se halla la fortaleza del corazón, el gozo del espíritu, la perfección de las virtudes, y la esperanza de la bienaventuranza eterna.
Es verdad que Jesucristo impone, a sus soldados, leyes al parecer muy duras: "niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame"(cfr. Mt.16, 24). Porque el negarse a sí mismo importa una renuncia completa de todos los placeres del sentido, un abandono de las riquezas superfinas, y un desprecio de los vanos honores; pero el tomar la cruz, es una preparación del ánimo para tolerar las cosas contrarías al genio de la naturaleza. Tales son la penitencia, la mortificación del cuerpo, la pobreza de espíritu, y la humildad de corazón: cosas todas que se oponen directamente a los tres géneros de apetitos que sugiere Lucifer.
También es verdad cierta que si Jesucristo nos exige cosas difíciles, nos concede juntamente gracias extraordinarias, para que las hagamos con facilidad y suavidad, como advirtió San León da a los que lo siguen, tal abundancia de ayudas y socorros divinos, que no sólo se hacen fáciles, sino afín agradables y deleitosos los ejercicios de las virtudes. Convida el Salvador al desprecio de las riquezas y al amor de la pobreza; pero, al mismo tiempo, reparte tal gracia para sufrir la falta de los bienes humanos, que S. Luis, rey de Nápoles, después de hecho pobre religioso franciscano, solía decir que le era mucho más sabroso un mendrugo de pan, recogido de limosna, que las delicias de la mesa real, que había despreciado. Exhorta a la pureza y castidad; pero conforta la flaqueza de la pobre carne con socorros tan eficaces, que San Agustín, después de haber experimentado tantos deleites carnales, sentía mayor gusto en vivir privado de ellos, que cuando soltaba las riendas al apetito. Persuade a huir las honras y a tener afecto a la humildad; pero alienta los corazones débiles con tanta eficacia, que Santa Isabel reina de Hungría, tenía por mayor gloria ser ultrajada, que cuando antes era honrada y venerada en su trono.
Quiere el divino Capitán que todos, con sudores y trabajos apostólicos, llevemos almas a su bandera: "para ganar a todos para Cristo" (cfr. Flp.3, 8). Pero endulza de tal modo estos trabajos y fatigas, que San Francisco Javier, en lo más penoso y difícil de su apostolado, se vio obligado a exclamar: "Basta, Señor, basta....No más gusto, mi Dios, que mi corazón no es capaz de tantas delicias del cielo".
Si, mis amados, las mortificaciones, las penurias y las deshonras, que tal vez se padecen por seguir la bandera de Jesucristo, son recompensadas con tantos regalos del espíritu, que siempre marchan parejos los trabajos y los consuelos de los soldados; y bien se puede decir, con el real profeta, "en el colmo de mis cuitas interiores, tus consuelos recrean mi alma" (Slm.94, 19). Y el apóstol San Pablo no se contenta con decir que corresponde una consolación igual al peso de tristeza que se padece por Dios, sino que protesta ser cien veces mayor la avenida de gozo que la gota de aflicción: sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones" (2 Co.7,4).
Pero supongamos que el divino Capitán no quiera favorecer con gracias extraordinarias a sus soldados, ni les quiera endulzar la amargura de su ley con el maná de sus celestiales dulzuras. Finjamos que les dice a sus soldados: "No he venido a traer paz, sino guerra" (Mt.10, 34). Guerra os íntimo, guerra os intimo contra el mundo y contra vosotros mismos. En esta vida os habéis de privar, por amor pío, de esos bienes y deleites tan agradables, tan buscados, tan apetecidos, por entrar en una milicia trabajosa, difícil, molesta, sin alivio, sin consuelo alguno. "Lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará" (Jn.16, 20). Yo, soldados míos, os convido a lágrimas, a dolores, a perecer; cuando el mundo, al contrario, os llama a sus festines y diversiones. Vosotros habéis de gemir bajo el peso de la cruz, mientras el mundo os dará a gozar todo el campo de sus placeres; pero notad bien el trueque que finalmente ha de suceder, porque "vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Jn.16, 20); vuestro breve padecer se convertirá en un eterno gozar; a la breve batalla se seguirá un eterno triunfo. "Esto te fortes in bello, et accipietis regnum aetemum". Pelead valerosamente, que os espera un reino eterno. Cuando, al contrario, “la alegría -del mundo-se convertirá en tristeza" (St.4, 9): todas aquellas alegrías transitorias del mundo se convertirán en eternas lágrimas. Los gustos de una vida caduca muy prontos serán castigados con penas atoradísimas de una muerte sempiterna.
Si el Redentor así afligiese sus soldados en este mundo, por premiarlos después en el otro, con todo esto, ¿no deberíamos entrar gustosos en su partido y alistamos en sus banderas? La felicidad de un término bienaventurado y sin fin, ¿no debiera ser bastante poderosa para facilitar cualquier áspero camino? ¿Cómo podremos, sin pelear y sin padecer, pretender aquel cielo que costo a las vírgenes tantas mortificaciones, a los confesores tantas penitencias, y a los mártires tanta sangre? ¿Acaso no es verdad lo que dijo el apóstol S. Pablo, que no equivalen ni igualan, las peñas y aflicciones de esta vida, a la grandeza de la gloria que esperamos? (Rom.8,18). -
No se porta así, con sus soldados, el Capitán del cielo. La verdad que les tiene preparado un gran premio en la otra vida, para después de la victoria; pero, aun en la vida presente, que es un tiempo de batalla, reparte a sus soldados gran donativo de sus bienes y gracias, y les anticipa copiosos sueldos de dulcísimos confortativos, para que las pocas mortificaciones del cuerpo se les conviertan en sumos gozos del espíritu.
Usa el Salvador con sus secuaces lo que Dios usó con el pueblo de Israel, a quien le había prometido una tierra tan feliz y tan fértil que manase leche y miel, y que abundase en todo género de delicias; pero, con todo eso, aun en el desierto, cuando caminaban por aquellas sendas ásperas y molestas, les proveyó de un pan del cielo, tan abundante como gustoso (cfr.Slm.78,24).Labró para ellos un maná que encerraba en sí todas las suavidades y sabores, sirviendo, no sólo a la necesidad del sustento, sino también a las delicias del paladar.
No de otra suerte se porta nuestro Capitán: si bien es cierto que tiene preparado, a sus siervos en el paraíso, aquel torrente de delicias celestiales, pero, aun en el destierro de esta vida, les reparte con abundancia sus dulzuras, para mantener, aun en medio del trabajo, de la batalla y de la fatiga, los bríos de sus soldados.
Pero lo doloroso es que, con todo esto, no consigue el Salvador traer a sus banderas a la mayor parte de los cristianos, lastiman más militar, al infeliz sueldo de Lucifer, por la miseria de algunos bienes suyos, amargos y perecederos, que al sueldo de Cristo y por la abundancia de sus bienes purísimos, alegrísimos y eternos. Antes quieren ser esclavos de fiero tirano que, por una vida llena de miserias los lleva a una muerte eterna, que siervos de su legítimo Señor e hijos de un amorosísimo padre que, con tantas gracias y por medio de tantas consolaciones, los conduce a una vida bienaventurada…
A continuación el Cura Brochero perfila. -como S. Ignacio en EE, 144-muy bien la imagen de Jesucristo, mostrándonoslo en un sitio humilde...sentado, y que con un modo suavísimo llama y convida a que le sigan... Vinimos que, no sólo aquí, sino en toda la plática, prevalece, cuando habla de Jesucristo -como ya lo hemos notado en el comentario anterior-, el tono que da "...ánimo y fuerzas, consolaciones… inspiraciones y quietud -como S. Ignacio dice que es propio del buen espíritu- facilitando y quitando impedimentos, para que en el bien obrar, (el ánima) proceda adelante" (EE.315).
Perfila además las leyes de Jesucristo, sus trabajos y fatigas, sus sueldos y premios: reserva el nombre de premios para los bienes venideros, eternos; y da el nombre de sueldos a las gracias presentes.
Notemos el uso abundante -que viene "in crescendo" desde los primeros párrafos de la plática- de la Sagrada Escritura, sobre todo del Nuevo Testamento en boca del Cura Brochero no son ripios ni "gerundiadas", sino que -como dijo ti el Señor- "de lo que rebosa el corazón, habla, la boca. El hombre bueno -y lo era ciertamente el Cura Brochero- del buen tesoro, saca cosas buenas..."(cfr. Mt. 12, 34-35).
Notemos también que si en el párrafo anterior -como hemos comentado- el Cura Brochero parecía suponer que sus oyentes "van -dé pecado mortal en pecado mortal..." (EE.314), ahora, en cambio, parece suponer que "van intensamente purgando sus pecados, y en el servicio de Dios de bien en mejor subiendo..." (EE.315). En realidad, mientras estamos en camino, siempre se da o una u otra alternativa; y siempre estamos en serio peligro de dejamos tentar por "placeres aparentes" (EE.314) y siempre necesitamos que nos de el Señor "ánimo y fuerzas... facilitando… y quitando impedimentos, para que en el bien obrar proceda (mos) adelante" (EE.315).
Mucho más importante es notar -como San Ignacio lo hace en sus "reglas para…sentir y conocer las varias mociones que en el ánima se causan...," (EE.313-336), y como lo hace el Cuna. Brochero en toda esta "plática”- qué en uno y en otro caso, siempre el mal espíritu obra "contrario modo" al buen espíritu (cfa.EE. 335); y el darse cuenta de esto, es el comienzo de la vida espiritual a luz del magisterio ignaciano (15).
Termina el Cura Brochero afeando la actitud de los cristianos que. "...estiman más militar, al infeliz sueldo de. Lucifer, por la miseria de algunos bienes suyos, amargos y perecederos, que al sueldo de Cristo y por la abundancia de sus bienes purísimos, alegrísimos y eternos; y, en consecuencia,… antes quiere ser esclavos del fiero tirano que por una vida llena de mil miserias los lleve a la muerte eterna, que siervos de su legítimo Señor, e hijos de un amorosísimo Padre que, con tantas gracias y por medio de tantas consolaciones, los conduce a una vida bienaventurada...".
La oposición entre Cristo y Lucifer sigue siendo radical: aquí no hay "tercera posición" porqué, o se opta por Aquel o se opta por éste.
¡Cuánto bien nos haría darnos cuenta de esto!
Pero, volvamos a la bandera de Lucifer, para acabar de considerar lo falso de sus promesas, lo amargo de sus bienes, y su poca duración.
¿Son, por ventura, las ostentaciones liberales de riquezas, de placeres, de honras, tras las que andáis tan ciegamente perdidos, verdaderas? Advertid que tales promesas, tan conformes al depravado genio vuestro, y tales deseos tan condescendientes con los irracionales deseos vuestros, son indicios ciertos, son pruebas irrefragables de que los demonios os quieren hacer traición y perderos para siempre. Es costumbre, es ardid de todos los traidores dice San Juan Crisóstomo, introducirse con algún embuste agradable a los sentidos.
Caín mató alevosamente a Abel, convidándolo con la recreación agradable del campo (cfr. Gn.4, 8), para quitarle la vida más a su salvo. Dalila hizo muchas caricias a Sansón (cfr.Ju.16, 15) y, después de vencerle, le entregó a la furia rabiosa de sus enemigos que lo tomaron preso. Judas se introdujo a Cristo con un saludo y un beso de paz (cfr.Le.22, 48), para echarle el lazo al cuello y así prenderle.
¿Qué importa que Lucifer os prometa, liberal, y aun os arroje al seno todos los bienes, si son bienes engañosos, si son bienes envenenados, si tales bienes no tiene más que el sobrescrito y la apariencia de bienes; si tales bienes, después de haberlos gozado Salomón hasta hartarse, los definió no sólo como vanos, sino como la misma vanidad y aflicción enojosa del alma?, "Vanitas vanitatum, aflictio spiritus" (cfr.Eclesiastés, 1,1. 14 y passim).
Pero supongamos que sean verdaderos estos bienes, y que tengan los secuaces de Lucifer placeres inmorales con que desfogar a gusto y sin freno los bochornos de sus sentidos; pero, con los placeres van, de ordinario juntas, gravísimas enfermedades, y más intolerables remordimientos de conciencia. Tengan riquezas, con qué granjearse abundancia de comodidades, y adelantar en sus depravados intentos; pero, con las riquezas, van inseparables los temores, las fatigas...no sea que falten las tales riquezas, raíces de muchos vicios, estímulo de tantas tentaciones. Tengan finalmente honras con que hacerse grandes sobre la tierra, y ganar gran reputación y estimación entre los hombres; pero sepan también que, con los honores, van inseparables las rencillas, las inquietudes del ánimo y el incentivo de la soberbia, tan aborrecida y tan castiga da por Dios y por los hombres.
Pero más: supongamos que sean verdaderas las promesas, y verdaderos los bienes, ya sean deleitables, ya útiles, ya gloriosos ¿y cuánto tiempo duraran ellos? ¿Son acaso más duraderos y estables que la vida? ¿Y no es verdad que los secuaces de Lucifer "du- cunt in bonís dies suos, ct in puncto ad inferna descendunt"(cfr, .Jb, 21,15): llevan una vida llena de bienes, y en un momento descienden al infierno? Tales bienes son como las dulces aguas del Jordán, que, después de un breve curso, van a parar al Mar Muerto, hediondo y salado...
Si, pues a un breve gozar se ha de suceder y seguir un eterno sufrir ¿cómo seremos tan locos cómo seremos tan enemigos de nosotros mismos, que queramos entrar a servir a tan bárbaro y perfilado tirano, sólo porque nos promete tales bienes, sabiendo, por tantas experiencias, que no sabe cumplir sus promesas y que, si las cumple, entonces es mayor la ruina que nos causa? Lucifer dará, a sus secuaces, el premio que dio Mahoma a un capitán renegado : este, después de haber entregado traidoramente a Constantinopla, pasó de las banderas cristianas a las mahometanas'-; pero Mahoma, después de que, en premio de la traición, le había prometido casarlo con su hija, le dijo que, habiendo sido sus carnes bañadas, contra la ley de Mahoma, con las aguas del bautismo, quería que, antes de la boda, fuese desollado vivo, para que depusiese la piel bautizada . Así lo dijo, y así lo hizo con increíble pasmo y tormento del infelicísimo cristiano. Tales premios deben esperar los que, habiéndose alistado en las banderas de Jesucristo, se atreven traidoramente a pasar a las filas de Lucifer.
Vuelve nuevamente el Cura Brochero a fijar su atención en Satanás y en su "bandera". Lo nuevo es la rápida presentación que hace, de diversos seguidores del mismo, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento: recuerda una meditación anterior de San Ignacio en el libro de los Ejercicios. -el "tercer punto" de la meditación del "primero, segundo y tercer pecado cuando nace pensar. "... en el tercer pecado particular de, cada uno que, por un pecado mortal, es ido al infierno, y otros muchos sin cuento (que) pon menos pecados que yo he hecho..." se han ido al infierno (EE, 52).
Caín, Dalila, Judas...Salomón, todos han encontrado, tras al grandes "desventajas" del mismo y si alguna vez llegan a ser verdaderas ventajas, son solo temporales. Vanan, a lo más, una vida.
Pero volvamos a la bandera de Jesucristo para ver si siempre con nuestras buenas obras hemos proclamado a Jesucristo por nuestro legítimo Rey, y si en todos los días de nuestra vida le hemos seguido. Porque no fueron solo los pérfidos gentiles los que grita ron a Jesús: "...no queremos que éste reine sobre nosotros" (cfr. Lc.19, 14). Ni fueron solo los que antepusieron a Barrabás, homicida, a Jesús Salvador (cfr.Lc.23, 18). Lo hacen los cristianos cuan do, si no con las palabras, al menos con las obras, se niegan al reino de Jesucristo, huyen de ser sus discípulos, y eligen antes someterse a la esclavitud de un tirano que aceptar la filiación de los hijos de Dios. ¡Oh rebelión afrentosa! ¡Oh ultraje gravísimo que se hace al Rey de la gloria!
Y así Lucifer, ufano y jactancioso, hace aquellos improperios que imagina San Cipriano “¡ego, pro istis, quos mecum vides, flagela non accepi!". Mira, oh Cristo, cuántos siguen mi bandera. Yo no me hice hombre por ellos. Yo no he derramado ni una gota de sangre por ellos. Yo no he padecido ningún trabajo por ellos. Y, con todo, me siguen en tropel casi todos los hombres y casi todas las mujeres, y vienen gustosos a servirme. Tú tomaste carne humana por ellos; Tú has derramado tantos sudores y tanta sangre por ellos; Tú has llegado hasta dar la vida, en afrentosa cruz, por ellos. Y, ¿cuál es el séquito que tiene tu estandarte?, i Va, qué pocos son los que siguen tu bandera! ¡Qué pocos son los que se aplican a servirte!”Ego ne regrium illis celeste promitto". Yo no les prometo el Reino de los cielos, antes, por un camino lleno de miserias, los guío a un infierno de penas. No obstante eso, tengo un sinnúmero de secuaces que vienen a mi mala paga, y viven contentos con ese mal sueldo. Tú les prometes un reino de felicidad, comprado a costa de tu sangre; y, halagándolos con mil favores y caricias, los convidas a reinar contigo en la eterna gloria; pero ellos brutalmente te vuelven la espalda con sus pecados. Más quieren ser infelices conmigo, que dichosos contigo. Esta es la fidelidad de los cristianos, De esta suerte corresponden a tus beneficios.
¡Oh mis amados! ¿Hemos de sufrir que el demonio afrente así al Salvador? ¿No nos resolveremos a volver cuanto antes a su partido?
Pero, si no nos acaban de mover tan indignos y afrentosos improperios de Lucifer, muévanos las justas quejas de Jesucristo, expresadas a Santa Brígida en una triste y dolorosa visión: "Yo estoy abandonado de mis cristianos. Estoy depuesto de mi reino, por colocar en el a un pésimo ladrón. Decidme, opresores de mi fe, ¿qué mal habéis visto en mí para abandonarme? (cfr., 10,32)."Quid male feci?".A no ser que tengáis por mal el haberos creado, haberos conservado la vida, y el haberos enriquecido con tantos beneficios como os he dado. Y mi enemigo Lucifer, ¿qué bien os ha dado para que con tanta ansia y afecto lo sigáis?, ¿Os ha dado alguna mejor vida? ¿Os ha rescatado a costa de su sangre? Haced que muestre las heridas que por vosotros ha recibido, y las fatigas que ha tolerado por vosotros, ¡Ay! que "non ille sed ego redera vos”: Yo sí que puedo mostraros mis pies cansados de tantos viajes por buscaros, mis manos llagadas por haceros beneficios, mi cabeza atravesada de espinas por daros el beso de paz, mi costado abierto por acogeros y entraros- en mi corazón, "Ego redemi vos sanguine meo". Yo os redimí con mí sangre, os compré una herencia eterna. ¿Qué motivos tenéis para revelaros contra Mí, que tanto mal he sufrido por haceros - tanto bien?, ¿Qué razón tenéis para seguir a mi enemigo Lucifer, que también es vuestro enemigo, y no pretende otra cosa que vuestra perdición? Mejor os hubiera sido no haber hecho juramento de fidelidad en el bautismo, que revelaros después, como si en mí servicio hubieseis recibido algunos uníos tratamientos. Ahora, sí tenéis compasión de mis lágrimas, de mis fatigas y de mí sangre, cuidad de vuestra salud que perdéis, tened compasión de vuestra eterna condenación a donde os lleva Lucifer.
¿Tendremos valor para oír estas justísimas quejas del Salvador sin conmovernos, y sin resolvemos a seguirlo, aunque sea caminando en medio de la amargura, y aunque sea derramando ilustra sangre, gota a gota, hasta dar, hasta exhalar el alma?
Vuelve ahora el Cura Brochero a Jesucristo, y a la gratitud y a. la adhesión que se ha ganado pon todo lo que ha hecho pon nosotros.
Es en el fondo el mismo argumento, pero ahora da pie a que el cura Brochero “recuerde a sus oyentes, la Pasión de nuestro Señor Jesucristo; o sea como diría san Ignacio “la tercera semana” de los Ejercicios Espirituales. En un diálogo muy vivaz el Cura Brochero “imagina” que Cristo habla con sus oyentes: el dialogo está tomado de una aparición que tuvo Santa Brígida y está precedida de otro diálogo “igualmente imaginado” que toma de San Cipriano, “mira le dice Lucifer a Cristo…cuántos siguen tu bandera…yo no me hice hombre por ellos, yo no he padecido ningún trabajo por ellos. Yo no he derramado ninguna gota de sangre por ello, y, con todo, me siguen…casi todos los hombres, casi todas las mujeres vienen a mí gustoso a servirme…”
¡Oh Jesús mío!, ya estoy resuelto a librarme de la dura esclavitud del demonio. “va de retro Satanás…” “apártate Satanás”,..(cfr.Mt.4»10). Anatema contra ti, contra tus leyes y contra las promesas de riquezas, de placeres y honras, con las que me habéis engañado, fingiendo en ellas el bien que no tienen, y ocultando el mal que acarrean a la larga.
Si, Jesús mío, no me atrevo a poner mis ojos en el estandarte de la cruz, porque en la cruz veo que nunca te he seguido, que nunca te he acompañado en las batallas; que toda mi vida, prescindiendo de los pocos días de inocencia, he militado bajo la bandera" de Lucifer, he ansiado los sueldos de Lucifer. Porque eres humilde y yo soberbio y ambicioso ; Tú obediente, yo indócil y caprichoso; Tú pobre, yo codicioso de riquezas ; Tú te afanas por la salvación de las almas, y yo paso la vida en el ocio, sin haber salvado un alma, antes sí perdido muchas con mis escándalos ; Tú ayunaste en el desierto y, teniendo sed en la cruz, bebiste hiel y vinagre, en cambio yo estoy lleno de apetitos sensuales y sólo busco el deleite y me entrego a la gula ; Tú estuvisteis en la oración, y yo en la disipación ; Tú eres manso, y yo soy duro con los pobres, impaciente con los que están atribulados, y áspero con todos; Tú desprecias al mundo y condenas sus máximas, y yo estoy sometido a ellas y avasallado por las ideas del siglo ; Tú fuiste ultrajado , escupido, abofeteado y llagado, y yo vivo en el regalo, lleno de comodidades y siempre ansioso de deleites; Tú fuiste acusado y no abristeis tu boca para quejaros de tantas calumnias y falsos testimonios, tantas afrentas y tantos escarnios, y yo no puedo sufrir el mentir agravio sin quejarme vivamente, y a veces sin vengarme o sin desear Ia venganza.
¡Oh, mi capitán Jesús!, bien veo ahora que no he militado bajo el estandarte de tu cruz, sino bajo el estandarte de Lucifer, rezo bien que Tú me vuelvas las espaldas, y me arrojes de vuestro servicio; pero ya que vuestra bondad quiere vencer mi ingratitud, y quiere llamarme de nuevo, como lo haces ahora, aquí me tenéis dispuesto y pronto a ejecutar vuestras órdenes y militar bajo tu cruz -"aunque tenga que morir contigo, yo no te negare" (cfr.Mt.26,35)- Escojo antes padecer contigo, que gozar con el mundo. Elijo alistarme entre tus más valientes soldados, y armarme con el poderoso escudo de vuestra gracia, y así alcanzar victoria no solo de mis enemigos, sino de mí mismo, y reinar contigo en la gloria.
Al diálogo de Lucifer con Chisto, y de Cristo con sus oyentes, el Cura Brochero hace seguir -y así termina su plática- el diálogo de cada uno de estos con Cristo, "¡Oh! No, Jesús mío; no, ya estoy dispuesto a librarme de la dura esclavitud del demonio... Elijo alistarme entre tus más valientes soldados, y así alcanzar victoria no sólo de mis enemigos, sino de mí mismo, y reinar contigo en la gloria”.
Es el deseo de más... -el "magis", tan propio de San Ignacio y de su espiritualidad-, que se manifiesta en una serie de ejemplos, tornados de la vida de Cristo -humildad, obediencia, celo pon las almas, penitencias corporales, oración, mansedumbre con los pobres, desprecio del mundo...- y que se sintetiza en una sola frase del Cuna Brochero :"alistarme entre sus más valientes soldados...y así alcanzar victoria… y reinar contigo en la gloria”.
Podríamos ánimos, pues, repetir de esta plática de las DOS BANDERAS del Cura Brochero lo mismo que dijimos, en otra ocasión, de la PREDICACION SOBRE LA DOCTRINA CRISTIANA, de San Ignacio y no encontramos -ni en una ni en otra- un divorcio entre teología y predicación : o sea, entre la teología que alimenta la vida del mismo que predica, y teología que se predica al pueblo de Dios, sea este ...el que está formado pon "letrados... o personas grandes", o por "niños o personas simples". En una predicación así concebida, San Ignacio -como el Cura Brochero en su plática- no teme hablan de exigencias serias de vida cristiana. En el fondo, no tiene temor de hacerlo, porqué parece está convencido de que estos "niños o personas simples", a quienes no hay que envolver en cuestiones sutiles...son capaces de una gran generosidad con el Señor...Puede ser que una lectura apresurada de la ANOTACION 18 de sus Ejercicios, al no tener en cuenta otros documentos del mismo San Ignacio, nos haga pensar que el "nudo o de poca complexión" de que aquí había (EE. 18)...es, para San Ignacio, un cristiano de tercera categoría. De ninguna manera: es un sujeto que, no es capaz del método, en toda, su integridad, de los Ejercicios; pero que puede, captar todo su contenido de fe, aunque dado en otra forma (16).
La plática del Cura Brochero sobre las, DOS BANDERAS, es otra forma -sencilla, popular- de la misma teología sapiencial de los EJERCICIOS ESPIRITUALES de San Ignacio; y pensamos que el lenguaje hablado del Cura Brochero debió ser mucho más popular que lo que transparenta la plática que publicamos.
Conclusión
Quisiéramos terminar este comentario con una consideración general: lo esencial de la meditación de las DOS BANDERAS, tanto en el libro de los Ejercicios de San Ignacio como en la plática de nuestro Cura Brochero, es la oposición radical entre Cristo y Lucifer.
El Cura Brochero saca entonces una consecuencia: sí se da tal oposición radical, hay que optar o por el uno o por el otro, porque “nadie puede servir a dos señores” porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se entregará a uno y despreciará al otro" (cfr. Mt.6, 24),
En otros términos, no rechazar a Lucifer, a sus propuestas, a sus tentaciones, a sus insinuaciones, sean éstas “delectaciones y placeres sensuales...” (EL.314), o bien “...falsas razones...” (EE.515), es entregarse a él y es, por consiguiente despreciar a Cristo.
La misma consecuencia saca, en sus Ejercicios de San Ignacio: y por eso titula sus "reglas para discernir..." de la siguiente manera: "reglas para en alguna "manera sentir y conocer las varías mociones que en el ánima se causan: las buenas para recibir, las malas para lanzar…"(EE.313 y passim).
Hay gente que discute, que razona, que se defiende, que se justifica, que ataca...y no se da cuenta que, antes de nacer cualquiera de estas cosas, debiera pararse un momento, y considerar qué espíritu le mueve; porque sí notara que le está moviendo un espíritu que no es bueno, no puede recibirlo, sino que debe ronzar lo de si como dice San Ignacio.
El discernimiento de espíritus no es un conocimiento teórico sino practicó: se conoce el buen espíritu para recibir, y el malo para lanzarlo.
Tanto en las regiones donde la Iglesia está establecida desde hace siglos, como en aquellas donde se está implantando, se descubren en el pueblo expresiones particulares de búsqueda de Dios y de fe. Consideradas durante largo tiempo como menos puras, y a veces despreciadas, estas expresiones constituyen hoy el objeto de un nuevo descubrimiento casi generalizado. Durante el Sínodo, los Obispos estudiaron a fondo el significado de las mismas con un realismo pastoral y un celo admirable...
Notas:
(*) Damos primero el texto del Cura Brochero; y luego el comentario -en letra cursiva- , hecho por M.A.Fiorito y J.I.Lazzarini. Para ello dividimos el texto en partes; y las divisiones las indicamos con una letra (mayúscula para el texto, y minúscula para el comentario).
(14) Cfr.E.HAMEL, El Decálogo, Ley de comunidad., BOLETIN DE ESPI-RITUALIDAD n.38, pp.18-21.
(15) Cfr. Fe cristiana y Demonología, BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD, 43, pp.3-7.
(16) Cfr. SAN IGNACIO DE LOYOLA, Una predicación sobre la Doctrina cristiana, BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD n.36, p.3.
Boletín de espiritualidad Nr. 44