Criterios de acción apostólica
recopilado por Jorge M. Bergoglio sj
1. La tentacion del repliegue
Una tentación en la que podemos caer es el quedarnos en un repliegue eterno, contentándonos con lo que hemos logrado.
Esto es malo: empacha al alma. Pero también es malo vivir en desazón, duda, cuestionamiento lento por sí mismo, como si no quisiésemos sentir el consuelo del Señor.
¿Cómo entonces proceder, aceptando los dones y visitas del Señor, y -a la vez- no haciendo allí ''nido" que nos prive de avanzar?
Conviene recordar que el estado habitual de un jesuita debiera ser la consolación, al menos en su expresión de paz : como dice S. Ignacio, consolación es todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda leticia -o alegría-interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su anima, quietándola, pacificándola en su Creador y Señor..." (EE.316).
La lucha diaria por el Reino debe llevarnos a "lanzar" la desolación (cfr.313) y a habituarnos a vivir discretamente en esa paz que es fruto de los dones del Señor, pues de esa paz y consuelo (del ánima quieta y pacificada) nace la creatividad apostólica que es el más fecundo criterio de acción.
Parece ser, por el contrario, de "mal espíritu" andar temiendo el gozo que conlleva la visita del Señor. Se trata de un pudor malo, insolente diría, que termina torturándonos en la esterilidad.
Malo es engolosinarse con la consolación -tal actitud, posterior a la verdadera consolación, puede nacer "del propio discurso...o por el mal espíritu" (cfr.EE.337) Y malo también es no aceptar la consolación y la paz del Señor (cfr.Mt.28, 17; Mc.16, 8; Lc.24, 11. 25. 41; Jn.20, 25 y 27-29).
Cuando sucede alguna de estas dos cosas, nos hará muy bien, siguiendo el consejo de S. Ignacio mucho advertir el discurso de los pensamientos y (ver)... si en el discurso de los pensamientos... acaba en alguna cosa mala o distractiva, o menos buena que la qué...tenía propuesta hacer o la enflaquece o inquieta o conturba al ánima, quitándole la paz, tranquilidad o quietud que antes tenía. Pues es esa "clara señal (de) mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna" (EE.333).
Incluso el deseo de desprecios y humillaciones -cuales se podrían dar en la acción apostólica- debe tener su raíz en el gozo y la paz de sentirse perdonado: como dice S. Ignacio, de la pregunta acerca dé "lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo. (EE.53).
2. La creatividad como gracia y como tentación
Existe una actividad que nace del gozó del Señor y que es una gracia. Se trata de la creatividad que toma cuerpo en la elección ignaciana, consolidada por la confirmación que el Señor nos da.
Cuando -en el Principio y Fundamento de los Ejercicios- miramos para qué somos creados, cuando -en los mismos Ejercicios- renovamos nuestro ofrecimiento al Rey Eternal (EE.97) y pedimos luego ser "...recibidos debajo de su bandera" (EE.147) hasta el punto de "pasar oprobios, injurias por más en ellas le imitar (al Señor)" (ibídem), buscando alcanzar, “si igual o mayor servicio y alabanza fuere a la su divina majestad" (EE.168), la "tercera...humildad perfectísima”; y con estos sentimientos le preguntamos al Señor que quiere de nosotros, entonces somos creativos en Dios: nuestro "magis" tiene rostro concreto, importa desafíos concretos, pide soluciones concretas (1).
Esta creatividad, porque es gracia, puede también ser tentada: cuando nos quedamos con las secuelas de la consolación, creyendo que allí está hablando el Señor (cfr. EE. 336), y nos engolosinamos, volviéndonos pasivos, "instalados”; o cuando simplemente no aceptamos el consuelo de Jesús como si le tuviéramos miedo, y nos enredamos en la ansiedad de buscar un espíritu "creativo" que -en definitiva- resulta una entelequia sin raigambre histórica. Ante esta doble tentación posible, hemos de recordar que nuestra "Creatividad en Dios debe ser a la vez sencilla y fuerte: un seguir andando -sin quedarnos- en el espíritu creativo con que el Señor ha querido bendecirnos.
Quienes estáticamente sé quedan gozando de los progresos apostólicos realizados no superan nunca el espíritu infantil que sólo sabe pedir cosas para el propio contentamiento. Quienes -por otra parte- se angustian en buscar una creatividad en el aire, demuestran en su actitud ese espíritu adolescente solamente consonante con protestas y reivindicaciones porque no aceptan en su corazón su pertenencia al grupo apostólico -sacerdotal, religioso, laical- que es como un hogar o familia donde se da el gozo en el Señor que, al ser fuerza nuestra (cfr.Neh.8, 10), nos identifica y consolida. Los primeros son los superficiales cómodos; los segundos, los atormentados más cuáqueros que católicos, los niños de que nos habla San Pablo (en griego nepíoi, cfr.1 Co.3, 1).Ambos niegan la historia, ya sea los primeros en su continuo caminar, ya sea los segundos en su lento consolidarse para no tornarse deleznables por debilidad. Ambas posturas no ayudan al divino servicio porque no son del Señor (2).
Algunas veces debiéramos preguntarnos por la insatisfacción, el "sentimiento de culpa" escondido, la carencia de identidad apostólica -sacerdotal, religiosa, laical- que puede anidar en estas posturas. Ciertamente quienes las sufren no han sabido alcanzar todavía la capacidad de sobrellevar aquellas antinomias que hacen a nuestro ser de apóstoles y que tienen su fórmula compendiosa en el clásico -dentro de la espiritualidad jesuita- de "contemplativo... en la acción".
Nuestra creatividad ha de ser adulta, con la sonrisa fresca de quien se sabe feliz por estar rodeado de la ternura y la bendición del Señor; y también con la sagacidad de juicio de aquel que ha comprendido que aún en las consolaciones o después de ellas, como dice EE.336, el demonio nos puede tentar (cfr.EE.331).
Nuestra creatividad es, en definitiva, una gracia y, por tanto, hay que pedirla; y cuando nos la haya dado, que nos la conserve.
3. La cohesión como gracia
Hay una cohesión -o unión de los "ánimos”, de que habla San Ignacio en la Parte VIII de sus Constituciones-, que es punto de referencia y base de lanzamiento para nuestra creatividad apostólica.
La tentación, en cambio, puede llevarnos a fantasear sobre una creatividad al margen o prescindiendo de la unidad del cuerpo apostólico del que formamos parte. Una actividad creativa de tal índole no puede prometerse futuro: trabaja en función del momento, negando el tiempo, el tiempo de Dios.
Es propio del mal espíritu proponer éxitos momentáneos (“placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones…”EE.314), mentirnos haciéndonos vislumbrar el “momentos” como si fuera tiempo o eternidad. El resultado de tal falacia es la desolación, la desunión, “oscuridad del ánimo, turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, movimientos a infidencia, sin esperanza, sin amor (y) hallándose – la persona- toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador y Señor (EE 317).
En cambio es propio del Señor de la Paciencia y de la Esperanza salvar en el tiempo: por eso es para nosotros el “Señor de la Gloria”.
4. El repliegue como voluntad de Dios
La cohesión del cuerpo implica a veces un repliegue. Pero es un repliegue que no entraña quedantismo o ineficacia: en los últimos años, hemos tenido que replegarnos en varios sectores (por ejemplo, en lo educacional, circunscribiéndonos a dos Colegios y una sola Universidad).
Tal repliegue apostólico implicaría un sentido tacticista e inmanente si se lo considera descontextuado, su real significado dentro de un discernimiento más amplio que ve la Voluntad de Dios más allá del repliegue.
El repliegue es un hecho, parte de un proceso que supo –frente a múltiples miedos- de audacia de lectura y aceptación de los desafíos, de deseo de mayor servicio a los pobres del Señor.
En realidad no se trata de un repliegue, sino de un proceso de hacerse cargo de sus reservas para potenciarlas en las acciones futuras. Aquí se esconde una riqueza grande, pero la raíz de una tentación, porque pretender reducir todo a un repliegue importa caricaturizar ese sentido de reserva, considerándolo como mero movimiento táctico. El repliegue sería así como una caricatura.
Pero ¿cuáles serían esas reservas, inspiradoras de esas opciones apostólicas?
4.1. En primer lugar nuestro pueblo fiel que nos conduce a una actitud de servicio a los más necesitados de Dios, de justicia, de pan.
Las opciones en el servicio de la fe y la promoción de la justicia (cfr.CG.XXXII, Decreto 4) - o la opción preferencial por los pobres, del Documento de Puebla han de eludir el fácil camino ilustrado de "todo parada el pueblo, pero nada con el pueblo".
Por otra parte, la cercanía de este pueblo considera do como "fiel" nos enmarca en las reales dimensiones de sus reclamos, evitando considerarlo, en su piedad y valores, o "alienado" (como lo pretenden las izquierdas ateas), o "supersticioso" (como lo juzgan las derechas descreídas).
4.2 Unida a lo anterior está la reserva que implica la historia y la cultura de nuestro pueblo.
Nuestro pueblo tiene una manera de ser y una historia que marca hitos y determina exigencias para nuestra acción evangelizadora. En otras palabras, el sentido de inculturación (cfr. CG.XXXII, Decreto 5) es una de las reservas que debemos recuperar.
Los que entre nosotros trabajan entre el pueblo sencillo (los "niños y rudos”, que decía San Ignacio, sin darle a esta última palabra ningún sentido peyorativo) no se alimentan en una mística evasiva de "huir a los montes" : trabajan en el corazón mismo del pueblo que les fue confiado ; y, por otra parte, esta "labor de frontera" tiene una real incidencia en el interés y en los deseos de todos los demás, influyendo -especialmente- en sus pautas valorativas, en todas las decisiones, en sus enfoques.
4.3 Otra reserva es -hablamos ahora concretamente de la Argentina- la reserva de nuestra historia jesuítica local y universal y la de nuestra espiritualidad.
Ejercicios Espirituales prácticamente de todos los jesuitas de esta Provincia, Ejercicios en comunidad, mes de Ejercicios que hicieron varios, Cursos de Ejercicios, publicaciones del Centro de Espiritualidad...
Reencontrarnos con estas realidades que están en la base de nuestro estilo de vida y nuestra historia nos fortaleció a todos.
4.4 La piedad como la conciencia de la necesidad de recurrir al Padre de los Cielos que es Providente. Todos rezamos: esto lo percibimos. Y lo hacemos con un sentido de la Providencia divina que nos ayuda a recuperar la imagen de nuestro Dios Padre y Providente, riqueza de nuestra espiritualidad popular (cfr. Evangeli Nuntiandi n.48). No es raro encontrarnos recurriendo a la oración de petición, los unos por los otros, por nuestras obras, por nuestros trabajos apostólicos...por nosotros mismos.
5. La fortaleza
Al recuperar nuestras reservas, nos hemos fortalecidos en el Señor.
Esto es una gracia : hemos crecido en familiaridad con el Señor, en coraje -o celo, como decía San Ignacio- apostólico (cfr.Const.813 : "los medios que juntan el instrumento con Dios y le disponen para que se rija bien de su divina mano..."),en una palabra, hemos crecido en "parrecía" -ante Dios y ante los hombres, nuestros hermanos-, en esa "parrecía" que nace de lo serio y lo contundente del impulso transformatorio del Misterio de Cristo (cfr. . Gaudium et Spes n.22).
Con humildad podemos decir que la misericordia de nuestro Señor nos ha hecho sentir su fortaleza.
Y con la misma fortaleza nos hemos abocado al trabajo de formar reservas para nuestro futuro.
El Noviciado y la Comunidad de Estudiantes son una preocupación cotidiana, no sólo planteada en términos de futuro (lo cual ya sería pensar en la supervivencia), sino también en términos de derecho: los jóvenes tienen derecho a tener abuelos, y los ancianos tienen derecho a tener nietos. Ambos -ancianos y jóvenes-.deben darse mutuamente "razón de su esperanza".
Plantear las cosas de este modo hace que la esperanza del futuro no se ponga sólo en la cantidad y calidad de los jóvenes (lo cual sería lícito en un estadio funcionalista de la planificación), sino también en el cuidado y el cariño por los ancianos en cuanto son la viva, la reserva viviente que tenemos.
A través de esta vivencia el problema generacional se plantea, no en términos de crisis, sino positivamente: ¿cómo nos seguiremos acercando las generaciones?
6. La conversión de las mentalidades
La pregunta que acabamos de hacer tiene también su relación con las diversas mentalidades que encontramos en las comunidades.
El hecho de que nos encontremos fundamentalmente unidos, no significa que todos hayamos asumido plenamente ese proceso de conversión: "no hay conversión auténtica al amor de Dios sin una conversión al amor de los hombres y -por tanto- a las exigencias de la justicia" (cfr. CG. XXXII Decreto 4, n.28).
Se señaló la necesidad de orar por la conversión de las mentalidades, sabiendo que la fuerza del Espíritu es capaz sobre todos los lastres que condicionan. Igualmente se vio que el camino de la práctica, del trabajo con los más necesitados, es mucho más fecundo para este asunto que el mero planteo teórico, al cual lo rechazamos de plano.
Es prioritario "descargar la batería de los cañones" en la formación de la conciencia social, de manera qué sea aceptada (3) .Buscar, más que el "planteo", la conversión de nuestros hermanos más alejados -en su mentalidad- de lo que la Compañía y la Iglesia nos piden hoy. Para esto, echar mano de esa sagacidad pastoral que San Ignacio tenía para hacer dar a cada, uno el paso que podía -y debía-dar. En este asunto, evitar las "disyuntivas”, que de suyo son siempre disolventes porque no comportan solución alguna, y recurrir más a las "alternativas”, que son creadoras y que se expresan en un lenguaje de antinomias y tensiones que podríamos llamar "dialécticas"(4).
7. Tinte kerigmático de nuestra misión hoy
El tema de los cambios de las mentalidades y de la conversión de nuestras actitudes y valoraciones fue reiterado a propósito de los cambios de estructuras y de nuestra pastoral en la situación económica que estamos viviendo. A propósito de estos últimos planteos se elaboraron varios criterios de acción.
¿Qué más podemos hacer para que la inquietud por la promoción de la justicia sea más nítida en nuestras comunidades y convoque a una mayor conversión de todos nosotros?
Un primer paso ineludible es el "hacerse sensible “a las situaciones humanas de injusticia y de carencia económica. Comenzar por planteos de tipo teórico no ayuda; incluso asusta y espanta a mucha gente.
Hay un tinte, que llamaríamos kerigmatico en la manera cómo la Congregación General XXXII propone nuestra misión hoy: "¿Qué significa hoy ser compañero de Jesús? Comprometerse bajo el estandarte de la cruz en la lucha crucial de nuestro tiempo: la lucha por la fe y la lucha por la justicia que la misma fe exige" (cfr.CG.XXXII, Decreto 2 n.2)."Así pues, ya sea que consideremos las necesidades y aspiraciones de los hombres de nuestro tiempo, o reflexionemos sobre el particular carisma que fundó nuestra Compañía, o busquemos conocer lo que Cristo tiene dispuesto en su Corazón para todos y cada uno de nosotros, llegamos a la misma conclusión: que el jesuita hoy es un hombre cuya misión consiste en entregarse totalmente al servicio de la fe y a la promoción de la justicia, en comunión de vida, trabajo y sacrificio con los compañeros que se han congregado bajo una misma bandera de la cruz, con fidelidad al Vicario de Cristo, para construir un mundo al mismo tiempo más humano y más divino" (ibidem,n.31) (5).
Tal tinte kerigmático tiene la virtud de trascender el mero planteo teórico y situarnos en un en clavé existencial donde se conforma nuestro proceso de conversión. Entonces podemos discernir con fluidez las trampas, las tentaciones surgidas de una visión disyuntiva del problema: o servicio de la fe o promoción de la justicia. Podemos también entrar en esa "dynamis" divina de las antinomias y de las tensiones dialécticas.
En esta pedagogía de las antinomias, un Superior debe ser un guía espiritual para sus hermanos, sabiendo que "la concepción ignaciana es la posibilidad de concertar contrarios, de invitar a la mesa común conceptos que aparentemente no podrían avenirse, porque los remite aun plano superior donde encuentran su síntesis"(6).Por éste camino se da el progreso integrado del jesuita ; y si admitimos aquello de que, para un jesuita, progresar es abajarse, entonces no nos cabrá duda que el progresar en esta antinomia del servicio de la fe y promoción de la justicia tiene como primer paso el "abajarse" al contacto directo con los más necesitados.
Este sería el primer paso que todos tenemos quedar: hacer que los que están a nuestro cuidado se hagan sensibles a las situaciones humanas indigentes por medio de un contacto directo. Es el camino del "buen samaritano"(8).
Dado este primer paso, que produce en el corazón sacerdotal -o simplemente cristiano- cierta sensibilidad paternal se da siempre un segundo paso: el de las obras de misericordia que inspira hacer tanto la necesidad como la sensibilidad paternal. Y aquí conviene ayudar a ver que una obra de misericordia concreta siempre es un acto de justicia.
Si nos quedáramos aquí solamente se correría el riesgo de "reducir" el servicio de la fe y la promoción de la justicia a un simple asistencialismo. Los Superiores han de ayudar a que los jesuitas den, en sus comunidades, el tercer paso: la formación de la conciencia, reflexionado sobre ese contacto directo con la pobreza y sobre la acción de "obra de misericordia" que se hace.
Así es cómo, de una conciencia que se va formando, se pasa a las actividades de otro orden: la reforma de las estructuras. Este sería el proceso que se debe seguir y que debe guiar a cada Superior de una manera personal con cada uno de sus súbditos.
Pero no se trata de un proceso lineal: su dinámica es dialéctica. Es decir, siempre habrá que volver al contacto directo, a la nueva sensibilidad, a la nueva conciencia, y así sucesiva y repetidamente. Precisamente porque es un camino inspirado en el "magis”, tiene sus pautas dialécticas cuya expresión -como se dijo más arriba- nunca es disyuntiva sino alternativa, antinómica. En este camino, el Superior no debe nunca dejarse engañar por las contradicciones destructivas. Ha de avizorar dónde se libra la lucha verdadera: no en el simple planteo ideológico, cuyo resultado será una suerte de clasificación entomológica de su comunidad (éstos son de derecha, éstos de izquierda), sino en el progresar de la acción inspirada por el tinte kerigmático que la Congregación General XXXII ha querido darle a nuestra misión hoy (9).
8. Contacto con los pobres
Sobre la necesidad que hoy tenemos de un contacto directo con los pobres no cabe lugar a dudas. La Congregación General XXXII ha insistido en este punto repetidas veces (cfr. Decreto 4, nn.35, 48,49; Decreto 6, n.l0; Decreto 12, n.4) con un énfasis indiscutible.
El P. Arrupe ha retomado en sus cartas está misma idea: "Mal podremos servir a los pobres si no tenemos con ellos un estrecho contacto y nos falta un mínimo de experiencia acerca de su vida" (Carta a toda la Compañía sobre el apostolado intelectual) (10). A través de este contacto vivencial, en el que se gesta el cambio de nuestra conciencia, también se van perfilando nuestras preferencias y nos resultará mucho menos dificultoso "revisar nuestras solidaridades" (cfr.CG.XXXII, Decreto 4, n.47), rechazando aquellas solidaridades de las cuales Pablo VI hablaba, como impedimentos, en su carta al Cardenal Roy.
Las solidaridades del corazón son -en definitiva- las que inspirarán las hermenéuticas que hagamos sobre la realidad y consiguientemente las opciones apostólicas que tomentos .Los Superiores tenemos que implementar, en cuanto podamos, este contacto directo con los pobres, sabiendo que allí, en ese contacto con las llagas vivientes de Cristo, se gesta la sensibilidad, la acción apostólica y -finalmente- el cambio de estructuras.
No olvidemos que “se hace preciso que todos seamos sensibles a las dificultades y a las aspiraciones de los más desposeídos" (cfr. CG.XXXII, Decreto 4, n.49).
9. Sentido amplio de las estructuras
Durante bastante tiempo, en la reunión se intercambiaron ideas acerca de nuestro trabajo por el cambio de estructuras. Y -en principio- se elaboró un criterio en el sentido amplio de las estructuras.
Estructura también es el corazón humano: "Hoy como ayer no es suficiente, aunque sea necesario, trabajar en la promoción de la justicia y en la liberación del hombre sólo en el plano social o en el de las estructuras (externas).La injusticia debe ser atacada por nosotros en su raíz, que está en el corazón del hombre : nos es, pues, preciso trabajar en la transformación de las actitudes y tendencias que engendran la injusticia y alimentan las estructuras de opresión" (cfr. CG. XXXII, Decreto 4, n.32) (11) .
Tener siempre presente este sentido amplio de las estructuras dará al Superior una nota de realismo en su trabajo con los miembros de su comunidad, evitándole especialmente esas suertes de angustias nacidas de fantasías que lo hacen sentirse impotente para cambiar estructuras.
En este sentido conviene ver qué sentimiento provocan en su estado de ánimo, frases como "no hacemos lo que podemos. “No estamos a la altura de las exigencias" etc.
Si estas frases le dan coraje apostólico para hacer algo más y lo consuelan entonces son del buen espíritu. Si esas frases, en cambio, lo llevan a la tristeza, al desánimo, al desasosiego, le convendrá examinarse mucho y -con la ayuda del Señor- no tardará en encontrar sus propias contradicciones. Y descubrirá que esas frases son para tranquilizar malamente al ánima, poniendo el problema donde no está -pues está en su no total respuesta-: son frases de excusa.
Algo así como le sucedió a la Samaritana: su pecado eran los "cinco maridos..." (cfr. Jn.4, 18) pero prefería hacer "reflexión teológica" sobré la justicia debida a Dios en cuanto al monte en el cual debía ser adorado. Esto se llama "psicología del tero”: tener los huevos en un punto del campo y graznar en otro; y la finalidad es la misma, o sea, despistarse a sí mismo en el camino a seguir.
"El demonio -dice S. Ignacio a una religiosa- nos trae pensamientos de... cuánto hemos hecho y cuánto queríamos hacer, que ninguna cosa vale: así procura traernos en desconfianza de todo..." (Carta 5, BAC -segunda edición-p. 627).Es más fácil lamentarse sobre los "posibles" y los "futuribles" que encarar la realidad virilmente.
Otras veces esta tentación puede tener sentido compensatorio por lo que no hacemos: en nuestra vida, el demonio. Nos halla con conciencia ancha y "pasando los pecados sin ponderarlos”, y entonces "hace cuanto puede (para) que el pecado venial no sea nada, y el mortal venial, y el muy gran mortal poca cosa: de manera que se ayuda con la falta que en nosotros siente (cfr.EE.327), es a saber, por tener la conciencia demasiadamente ancha" (ibÍdem,p.626).
El mecanismo compensatorio también funciona, por el contrario, haciéndonos "formar pecado donde no lo hay" (cfr. EE.349), de modo que nos distraigamos con planteos "nominalistas”, mientras la vida real va por otro camino, de manera que no pongamos los remedios que están en nuestra mano.
10. El cambio de las estructuras
Visto ya el sentido amplio del vocablo "estructuras" nos preguntarnos sobre el significado del cambio de las mismas: ¿en qué consiste?
Hemos de tener cuidado de no "espiritualizar"- demasiado la realidad de las estructuras. Si bien, como se dijo, hay que considerarlas en su sentido amplio, no por eso nos seria lícito reducirlas a intimismos. Esto también sería tentación.
La manera de ordenarse de los hombres, de los pueblos, son estructuras, y ellas nos desafían: "Así seremos los testigos del Evangelio, que liga indisolublemente amor de Dios y servicio del hombre. Y en un mundo en el que se reconoce ahora la fuerza de las estructuras sociales, económicas y políticas, en el que se descubren también sus mecanismos y sus leyes, el servicio evangélico no puede dispensarse de una acción competente sobre estas estructuras" (cfr.CG.XXXII,Decreto 4,n.31)."Las estructuras sociales... contribuyen a modelar al mundo y al mismo hombre, hasta en sus ideas y sentimientos, en lo más íntimo de sus deseos y aspiraciones. La transformación de las estructuras en busca de la liberación tanto espiritual como material del hombre queda así, para nosotros, estrechamente ligada con la obra de la evangelización, aunque esto no nos dispensa de trabajar directamente con las personas mismas, con quienes son víctimas de las injusticias de las estructuras y con quienes sobre éstas tienen cualquier responsabilidad o in fluencia" (ibídem, n.40) 12.
11. Los agentes de cambio o transformación
Esto último nos remite a otro de los temas tratados: el de los agentes de cambio y transformación.
La misión de la Compañía hoy tiene que llevarnos "a desarrollar las actividades de concientización evangélica de los agentes de transformación social..." (cfr.CG XXXII, Decreto 4, n.60); y, en nuestra tarea educativa, formar de tal manera que "contribuyamos a la formación de multiplicadores para el proceso mismo de educación del mundo " (ibídem).
Nos preocupa poder hacer una buena relectura - como nos lo indica el P.Arrupe en su Alocución final a la Congregación última de Procuradores en Roma- del criterio ignaciano del mayor influjo.
Vimos la necesidad de renovarnos continuamente en lo referente a la animación de los laicos-especialmente por medio de los Ejercicios- en la conciencia de que son éstos una ayuda para formar cristianos alimentados por una experiencia personal de Dios y capaces de distanciarse de los falsos absolutos de las ideologías y sistemas, pero capaces de tomar parte en las reformas estructurales sociales y culturales necesarias" (cfr.CG.XXXII, Decreto 4, n-58)
Por los Ejercicios Espirituales podemos trasmitir a los laicos la mística inicial que inspirará todo un trabajo de compromiso apostólico.
Ante una pasada experiencia de "laicos comprometidos" con una espiritualidad de compromiso en el aire más bien intimista y con ribetes- de "diván sicoanalítico”, se enfatizó la necesidad de animarlos por el camino del compromiso ignaciano a través de los Ejercicios.
Hay sectores de laicos que pueden llegar a aprisionarnos en sus contradicciones bajo apariencia de bien. El intimismo urbano no está ausente de la realidad que nos rodea. Una cosa son laicos comprometidos en el cambio de las estructuras partiendo de la mística de los Ejercicios y otra cosa son laicos comprometidos con una mística del mismo compromiso, pueda sin fin de contradicciones secundarias. '
Hay que saber discernir bien, y estar prevenidos ante el halago que pueden producirnos ciertos sectores. Mirar bien los frutos de esta acción apostólica nuestra.
12. El pueblo como reserva
En la inspiración que tengamos para el trabajo con laicos en el cambio de estructuras, no tenemos que dejar de lado una de las reservas más importantes que tenemos – y que antes ya señalamos- : el pueblo.
Un esfuerzo por cambiar las estructuras y hacerlas más humanas y cristianas no puede hacerse al margen del pueblo. Y si bien este tener en cuenta al pueblo en nuestros proyectos pueda significar cierto retraso en los tiempos de acción, el resultado final -con todo- siempre, será " más cristiano que la ilustración funcionalista y liberal de "todo para el pueblo, pero nada con el pueblo".
La inculturación es, en el proceso de cambio de las estructuras (aún en las estructuras del corazón) condición "sine que non" de nuestro actuar jesuita, y afecta no sólo a los contenidos sino a las pautas y a la misma acción, porque "caminando paciente y humildemente con los pobres, aprenderemos en qué podemos ayudarles, después de haber aceptado primero recibir de ellos. Sin este paciente hacer camino con ellos la acción por los pobres y oprimidos estaría en contradicción con nuestras intenciones y les impediría hacerse estuchar en sus aspiraciones y darse ellos a sí mismos los instrumentos para tomar efectivamente a su cargo su destino personal y colectivo" (cfr.CG. XXXII, Decreto 4, n.50).
Son los pueblos mismos quienes llevan, la historia, y la Iglesia debe influir en ellos de modo que evangelice su cultura: se trata de "restaurar en Cristo todos los pueblos y todas las naciones" (cfr.CG.XXXII, Decreto 5, n.l).
"La encarnación del Evangelio en la vida de la Iglesia exige que Cristo sea anunciado y recibido de maneras diferentes según la diversidad de los países o de los ambientes humanos, teniendo en cuenta las riquezas que les son" propias" (cfr.CG.XXXII,Decreto 4,n.54) ; y esto porque la inculturación, percibida desde un punto de vista universal y -por tanto- como criterio válido, para ser transferido a diversas situaciones, significa la diversidad (de culturas, de funciones, de modalidades) en la unidad de concepción (de fe y de espiritualidad).
En nuestro esfuerzo por provocar esa "conversión" de corazones y de estructuras, tenemos que hacer el esfuerzo de justicia por no traicionar la cultura de nuestro pueblo, sus legítimos valores y aspiraciones, evitando filtrarlos, a través de nuestra mentalidad "ilustrada" por el estudio, las fijaciones solidarias, las pertenencias espurias, la comodidad.
En el sentido de traición a los verdaderos proyectos de un pueblo son tan "lobos" Hobbes como Marx. No es garantía, pues, ser "anti-malo" para ser bueno. Los extremos pueden -de suyo consolidar posiciones destructivas.
Y también puede ser mal espíritu dejarnos llevar por la fantasía de un cierto centrismo, seductor en su aspecto de equilibrio, pero que en el fondo cristaliza ésas actitudes asépticas tan típicas de los "extremistas de centro".
El ejemplo del Señor nos salva: se encarnó en el pueblo. Los pueblos tienen hábitos capacidad de valoraciones, contenidos culturales que escapan a toda clasificación: son soberanos en su posibilidad de interpelar.
Trasladar esto a nuestra pastoral significa rechazar de plano el mal espíritu de las zozobras, o el taconeo suficiente que prescinde de los reclamos de los pueblos. Afinar el oído para oír tales redaños supone humildad, cariño, hábito de inculturación y sobre todo, haber rechazado de sí la absurda pretensión de convertirse en "voz" de los pueblos, soñando quizás en que no la tienen. Todos los pueblos la tienen, quizás reducida a veces a susurro por la opresión. Hay que aguzar el oído y escucharla, pero no querer hablar nosotros en lugar de ellos.
Para un pastor la pregunta inicial de toda reforma de estructuras debería ser: ¿Qué me pide mi pueblo?, ¿qué reclamo me hace...? ; y atreverse a escuchar...y esto sin perder de vista los horizontes más amplios de toda la historia (13).
13. La historia de las instituciones
A propósito de nuestra fidelidad a lo que la Iglesia y la Compañía nos piden, nos preguntamos: ¿qué harían los jesuitas si tuvieran que comenzar con tal o cual obra, y en el punto en que estamos?
Fue la pregunta acerca de la selección de ministerios. Teniendo delante el proceso de una comunidad concreta que hacía la pregunta, pudimos educir ciertos criterios que pueden resultar útiles.
Siempre es sano plantearse, de antemano, todas las posibilidades (incluso la de extinción de la obra); pero atendiendo a los sentimientos que esto nos produce, porque sobre ellos habremos de discernir. Se trata, en definitiva, de ir consiguiendo -en una búsqueda sincera- la indiferencia fundamental. Este proceso se hace más difícil cuando existe un apego desordenado a la obra, o cuando -al contrario- ésta se basa en “ciertas estructuras de evangelización, percibidas como ligadas a un orden social repudiado” (cfr.CG.XXXII, Decreto 4 n.26 b), lo cual produce, desdé el "vamos”, un rechazo.
A partir de este planteo inicial hay que recuperar la historia de esa institución y preguntarse por su vigencia.
No es lícito optar produciendo un vacío de historia, porque hay que ver qué espíritu llena luego tal vacío. Proviene del mal espíritu él asentarse definitivamente en una obra; y también es del malo el espíritu del "gitaneo" (el que está “como si se asentase”, EE.140).
En el esfuerzo por recuperar la historia de una institución, se reconoce que Dios ha actuado allí durante mucho tiempo de manera válida, y se buscan -a lo largo de una historia concreta- las pautas de la acción divina para poder ahora evaluar su validez.
En este hacerse cargo de la historia de una institución, uno de los puntos básicos que debe considerarse es la mística de inicial que le dio origen, y cómo esta mística se fue remozando a lo largo de los diversos hitos significativos. Cabe entonces la pregunta: esta mística inicial, ¿tiene todavía validez? Y sí la tiene, ¿cómo resucitarla en los que nos rodean a fin de que tal institución tenga capacidad de convocatoria, de acuerdo a lo que la Iglesia y la Compañía piden hoy?
En el caso concreto que en este momento analizábamos, fuimos viendo cómo la mística inicial fue re-actualizada por la inquietud de responder a la necesidad de presencia de la comunidad en los sectores marginados. Se hicieron tanteos, algunos de los cuales fracasaron. No hay que temer al tanteo, pues les uno de los medios que San Ignacio nos pone en los Ejercicios Espirituales para ayudar a la elección (14). Se fueron poniendo gestos, algunos tímidos, y Finalmente la comunidad entera se volcó a esto. Se logró entonces una realidad totalmente nueva que convalidaba la existencia de esa comunidad en ese sitio: el núcleo comunitario volcado hacia la frontera, y la frontera metida dentro del corazón de la comunidad (no sólo por la presencia de pobres, sino también por las inquietudes comunitarias, mucho más generosas).
Una obra pierde su vigor apostólico cuando no es capaz de volcarse apostólicamente a la "frontera" y, por con siguiente, no es capaz de asumir, en su seno, las problemáticas y las personas que vienen de allí. Ha comenzado a morir.
En este criterio se basa una de las justificaciones que el P. Calvez, Asistente General de la Compañía, ponía para las misiones extranjeras en la Compañía (15): si no consideramos la posibilidad de atender a regiones de paganos con el pretexto de atender a los ateos y paganos de nuestras ciudades, terminaremos por dedicadnos a los piadosos de siempre que nos quieran venir a ver.
Preguntarnos por la capacidad que tiene nuestra comunidad de proyectarse hacia la "frontera" y de asumir en su seno los problemas y las personas de la "frontera", es preguntarnos por su razón de ser, por su poder de convocatoria, por nuestro rol; de pastores...o de exquisitos "peinadores" de ovejas.
14. Los laicos en nuestra misión apostólica
El signo de que una comunidad o una obra de la Compañía tiene esta vitalidad es la capacidad que tenga de agrupar y convocar laicos comprometidos con la misión que allí se realiza. De tal modo que se da como un “círculo dialéctico”: animamos a los laicos por medio de los Ejercicios Espirituales, pero los convocamos definitivamente con instituciones capaces de asumir la "frontera" en su seno y de proyectarse hacia la "frontera".
Muchas veces se plantea la dificultad que existe para "enganchar" a un laico a quien se dio Ejercicios Espirituales en una institución que lo convoque...y otras veces tenemos instituciones a media marcha porque los laicos que trabajan en ellas no tienen los elementos de nuestra espiritualidad que los ayuden a progresar en está pertenencia más generosa. Nuestro cuidado pastoral debe llegar al punto de no dejar ninguno de los laicos a "mitad de camino”, o por falta de mística o por falta de pertenencia.
Esto supone nuestra capacidad no sólo de trasmitir esa mística, sino también la de crear instituciones capaces de provocar pertenencia.
15. Conclusión: realidad y discernimiento espiritual
Al repasar estas cosas que hemos elaborado juntos, se nota que han campeado dos criterios fundamentales de una manera especial: el de la realidad y el del discernimiento espiritual. En (concreto de nuestras consolaciones y desolaciones y más en general de la "variedad de espíritus" de qué tanto nos habla San Ignacio). Dos criterios que el P. Arrupe utiliza continuamente en su Alocución final a los Padres de la última Congregación de Procuradores.
La realidad habla por sí misma; y muchas veces, al dudar sobre la marcha de una obra, de un proceso o sobre una actitud, en vez de hacer "castillos en el aire" o teorías, o caer en el espíritu de "habría que…) resulta muy sano hacer un examen práctico de la situación ¿cómo estaba esto hace un tiempo?¿Cómo está ahora?¿En qué se avanzó y en qué no...? ; y de aquí sacar las consecuencias, que serán reales.
El discernimiento espiritual sigue siendo para nosotros el arma que San Ignacio nos dio para rescatar, de la ambigüedad de la vida, la Voluntad de Dios.
Saber situarnos ante las consolaciones y gracias, y no temerlas. Saber que cualquier esfuerzo por la justicia, si no va unido a la alegría y a la paz, no es de buen espíritu. Caer en la cuenta de que no es lo mismo "contento" 7" que consolación. El demonio busca que hallemos "contento" (con lo que hemos logrado, con la idea que se nos ocurrió, etc.etc.), para llevarnos luego al nominalismo de "habría que...", esencialmente pasivo, y de allí a la ineficacia. La consolación verdadera siempre es realista, se percata de lo que se puede hacer y tiene sentido de lo viable; nos lleva a la acción y de allí a la eficacia.
Si en una reunión sentimos "contento" por todo lo que hemos logrado, o si sentimos "contento" con cuatro o cinco cosas que dijimos (especialmente al estilo de "habría que..."), no nos quepa la menor duda que nos conduce el mal espíritu, que quiere que permanezcamos quedos. Si, en cambio, sentimos la consolación verdadera del Señor y nos dejamos conducir por ella, ciertamente experimentaremos aquello de que "el amor se debe poner más en las obras que en las palabras" (EE.230), porque, aunque nuestro fruto sea exiguo, lo será de realidad y fecundo.
Notas:
(1) En esto de lo concreto hemos de tener en cuenta también que todo verdadero discernimiento debe enmarcarse en nuestra doctrina ignaciana. Un discernimiento sin doctrina -o no fundado en ella-, complica la simplicidad dé las cosas de Dios.
(2) Hay que tener presentes dos realidades de nuestra espiritualidad, cuando hablamos de creatividad. La primera es el "magis..." que tiene la virtud de hacernos caer en la cuenta de los varios espíritus que actúan en nosotros cuando nos proponemos un "magis". Decía al respecto el Beato Fabro, uno de los primeros "compañeros" de S. Ignacio, que "...para provocar esta distinción (de espíritus) en una persona es eficacísimo medio la proposición a la misma de los varios modos de tender a la perfección…Y, en general, cuando uno se pone delante, cosas más altas o para esperarlo para creer, o para amar... con tanta mayor facilidad descubrirá la diferencia entre el espíritu bueno y el malo..." (Fabro, Memorial nn. 301-302) .Y esta es buena manera de ayudar a aquellos que son tentados de la primera manera, es decir, de "quedantÍsmo". La segunda realidad es que el "magis..." nunca es, en abstracto, buen criterio de elección. Es el "ambiente”, pero no el criterio absoluto de elección. Por eso S. Ignacio, en sus Constituciones, señala que siempre se han de tener en cuenta, para el momento de una elección, las circunstancias variables -en concreto- de cada caso (cfr. Const. 622-624 y passim, hablando de las circunstancias de tiempo, lugar y persona). Esta es una buena ayuda para quienes son tentados de la segunda manera, es decir, de buscar una "creatividad" basada en un "magis" abstracto, sin connotaciones históricas, sin inculturación.
(3) "Las comunidades jesuitas tienen que ayudar a cada uno de sus miembros a vencer las resistencias, temores y apatías que impiden comprender verdaderamente los problemas sociales, económicos y políticos que se plantean en la ciudad, en la región o país, como también a nivel internacional. La toma de conciencia de estos problemas ayudará a ver cómo anunciar mejor el Evangelio y participar, de manera específica y sin buscar suplantar otras competencias, en los esfuerzos requeridos para una promoción real de la Justicia" (cfr. CG. XXXII, Decreto 4, n. 43).
(4) La antinomia tiene la virtud de reflejar, de modo inspirador, la realidad de nuestra conciencia en el "segundo tiempo de elección" (EE. 176), y -bien planteada- favorece el discernimiento, porque ella es siempre la expresión de una riqueza inexpresable en términos excluyentes. El P. Arrupe, en su Alocución al finalizar la Congregación última de Procuradores en Roma, se refiere a estas antinomias denominando las "tensiones dialécticas" (cfr. n. 26 de la Alocución), y atribuye a la autoridad el servicio de ser el último y determinante factor que legitima y consuma el discernimiento. Sobre estas antinomias. Véase el discurso de apertura del P. Provincial en la Congregación Provincial, en el BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD n. 55, pp. 33-36.
(5) En la carta, ya citada con anterioridad en el texto, del P. Provincial a toda la Provincia, después de la Congregación de Provincia, previa a la Congregación de Procuradores en Roma, es te tono kerigmático se expresaba así, al referirse a la creatividad: "Si bien la creatividad ha de tener un anclaje histórico para poder prometerse fecundidad, también es cierto que recibe una misión en los diversos lugares y tiempos en que ha de desarrollarse. En nuestra Compañía de hoy se nos señala un espacio determinado para nuestra creatividad: el servicio de la fe y la promoción de la justicia. Hoy ser compañero de Jesús significa comprometerse bajo el estandarte de la cruz en la lucha crucial de nuestro tiempo: la lucha por la fe y la lucha por la justicia que la misma fe exige' (CG.XXXII.Decreto 2, n.2).No deja de llamar la atención la relectura que la Congregación General última hace del buscar la voluntad de Dios para nuestra creatividad apostólica: La Compañía de Jesús, reunida -en su Congregación General XXXII- después de considerar el fin para que fue fundada, es decir la mayor gloria de Dios, y el servicio de los hombres. Después de reconocer con arrepentimiento sus propios fallos en la defensa de la fe y en la promoción de la justicia de preguntarse a sí misma ante Cristo crucificado, lo que ha hecho por El, lo que está haciendo por Él y lo que va a hacer por El, elige la participación en esa lucha como el punto focal que identifica en la actualidad lo que los jesuitas hacen y son" (ibidem.n.3)-. Y este punto focal lo explícita la misma Congregación del siguiente modo: “...El servicio de la fe y la promoción de la justicia no puede ser para nosotros un simple ministerio más entre otros muchos. Debe ser el factor integrador de todos nuestros ministerios; y no sólo de éstos, sino de nuestra vida interior, como individuos, como comunidades, como fraternidad extendida por todo el mundo. Esto es lo que la Congregación quiere significar por una opción decisiva. Es la opción que subyace y determina todas las demás opciones incorporadas en sus declaraciones y directrices (Ibídem, n.9). A la luz de esta misión hemos de ejercitar la creatividad que nos ha sido dada... Nuestra creatividad apostólica hace que el servicio de la fe y la promoción de la justicia tengan en la Provincia nombres concretos. Los hemos ido expresando en nuestras reuniones, en Consultas Ampliadas, en la consideración de la realidad pastoral nuestra, en el ser de nuestro pueblo fiel…De este modo procuramos dar pasos seguros que nos hagan progresar en nuestra misión. Quisiera ahora ir expresándoles estos nombres concretos que hemos escogido como prioritarios en nuestras reflexiones. Lo haré en forma sucinta para refrescar la memoria, a fin de que sirvan de examen de conciencia para cada Superior y Director de Obra, y también como guía para las visitas canónicas de este año. Igualmente estos ítems podrán ser útiles en la relación que cada Superior y Director de Obra debe hacer al P. Genera el fin, de año:
+ La disponibilidad y la constancia apostólicas (cfr. Carta del P. Arrupe del 19 de octubre de 1977)
+ Unión de los ánimos y dispersión apostólica
+ Memoria del pasado y serio arrojo ante el futuro.
+ Integración entre piedad y celo apostólico (cfr. Carta del P. Arrupe del 1 de noviembre de 1976).
+ Presencia del pueblo fiel de Dios. Recurrir como pastores a sus necesidades. Grado de inculturación.
+ Amor a la pobreza y austeridad de vida. Atención de los pobres, enfermos, presos.
+ Integración de los laicos, especialmente a través del espíritu de los Ejercicios.
+ Ejercicios Espirituales de cada miembro de la comunidad. Apostolado de los Ejercicios en la comunidad.
+ Selección de ministerios personal. Austeridad en la selección de ministerios. Estudio y reflexión personal. Libertad de espíritu ante amigos (las solidaridades de que habla el Papa Paulo, VI en la Carta al Cardenal Roy). Libertad ante fijaciones afectivas que nos quitan fuerzas.
(6) J. M. Bergoglio Historia y presencia (fe y justicia en el apostolado de los jesuitas) CIAS, XXV (1976) n.25, pp7-10. En este artículo se manejan varios criterios de discernimiento expresados en las antinomias que nos tocan encarar en nuestros tiempos.
(7) Es el progreso, en los Ejercicios Espirituales, de nuestra disponibilidad personal que, partiendo del "tanto...cuanto" del Principio y Fundamento (EE .23), alcanza su culmen en la Tercera Manera de Humildad: "quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores..." (EE.16, 7).
(8) La parábola del Buen Samaritano explica un problema de distancias. La distancia como defensa ante la interpelación que nos hace el pobre. La miseria siempre se esconde (en cierto sentido podemos decir que es pudorosa por su misma dignidad) .Para verla, entenderla, sentirla, hay que acercarse. El planteo inicial de la parábola del Buen Samaritano versa sobre quién es el prójimo; y el Señor corrige el planteo llevándolo al de quién se hizo más próximo. Aproximarse es no ser ni como el levita ni como el sacerdote que pasaron de largo (el texto griego, autoriza a traducir: "dieron un rodeo") .El samaritano se acercó (llegó cerca de él), se le enterneció el corazón. Al final (vv . 36-37) el Señor retoma estas dos cosas: se hizo próximo y se enterneció el corazón. Los Padres ven en el Buen Samaritano una figura de Cristo. Es la misma teología de Cristo, nuestro más próximo, igual a nosotros menos en el pecado, y qué "tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso" (Hb 2, 17).
(9) "No se trata de una simple encuesta, sino más bien de un proceso de reflexión y de examen inspirado en la tradición ignaciana del discernimiento espiritual. La oración y el esfuerzo de indiferencia y de disponibilidad apostólica deberán desplegar toda la fuerza que le corresponde" (cfr. CG. XXXII, Decreto 4, n.72).
(10) El contacto con los pobres es válido aún para las comunidades dedicadas al apostolado intelectual o de la investigación. El P.Arrupe, al hablar del problema de la interdisciplinariedad en su Carta sobre el Apostolado intelectual, parece ampliar el concepto al poner en relación con él la necesidad de conocimiento experimental de la realidad: "hemos de tener especial cuidado al analizar una situación local concreta a la luz de varias disciplinas. No será suficiente el contar con especialistas en varias cosas, sí no que, junto a quienes enfocan el problema desde un ángulo intelectual, hay que tener en cuenta a aquellos que lo conocen existencialmente, por ejemplo desde la experiencia real de la pobreza”. Esta es la primera instancia. Pero además existe una segunda instancia de relación de la tarea apostólica de una comunidad con la pobreza real: "Por otra parte, según la GG.XXXlI la solidaridad con los hombres que llevan una vida difícil y son colectivamente oprimidos, no puede ser asunto solamente de algunos jesuitas. Aplicándolo a nuestro caso: incumbe también a los que se dedican al apostolado intelectual. Quizá no sean ellos quienes tengan qué participar más de cerca la suerte de las familias de ingresos modestos, aunque no faltarán quienes se sientan inspirados a hacer compatible esa participación y una vida de intenso trabajo intelectual .Yo querría animarlos a descubrir este nuevo estilo de compromiso apostólico intelectual" (ibídem). Podría darse una tercera instancia de relación de la tarea apostólica con la pobreza real; la representada por la experiencia personal -e intransferible- de cada miembro de la comunidad. Esto es, sentir "a sus tiempos algunos efectos de la pobreza (Const.287).
(11) Toda nuestra vocación apostólica puede ser considerada como una preocupación por cambiar estas estructuras en sentido amplio: desde el corazón humano hasta el mundo entero. Tal actitud aparece bien explicitada por la CG.XXXII:"...Nos sentimos Invitados a vivir más re_ sueltamente la dimensión propiamente apostólica de nuestra vida religiosa. Nuestra Consagración a Dios, efectivamente, es repudio profético de los ídolos que el mundo está-siempre tentado a adorar: dinero, placer, prestigio, poderío. Nuestra pobreza, nuestra castidad y nuestra obediencia deben testimoniarlo visiblemente; pese a lo imperfecto de toda anticipación del Reino que está por venir, ellas quieren proclamar la posibilidad evangélica, que es don de Dios, de una comunión entre los hombres basada sobre la participación y no sobre la búsqueda de privilegios de castas, de clases o de razas, sobre el servicio y no sobre la dominación o la explotación. Los hombres y las mujeres de nuestro tiempo tienen necesidad de esta esperanza escatológica, y de los signos de su realización anticipada" (CG. XXXII Decreto 4, n. l6).
(12) En relación directa con el cambio de estructuras están los medios de comunicación social, a los que se dedicó también un momento de la reunión. Estos medios "tienen una importancia capital en esta perspectiva" (del cambio de estructuras) (cfr. CG .XXXII, Decreto 4, n.60).
No deja de llamar la atención que la XG.XXXII haya insistido tanto en dos realidades que aparentemente parecerían contrarias y que sin embargo hacen a la síntesis de nuestro modo de ser: la universalidad y la inculturación. Ambas realidades garantizan ese estar sólidamente en la frontera, típico nuestro. La universalidad nos da horizontes más allá de los límites localistas. La inculturación nos exige tomar en serio el "espacio" que nos ha sido encomendado. Ambas constituyen una antinomia. Una Provincia "localista" ya ha comenzado a morir, porque vive lejos de la frontera. Una Provincia que viva lo universal sin ninguna exigencia de inculturación, confunde el universalismo jesuita con un espiritualismo abstracto, o con un funcionalismo donde los medios quedan divorciados de sus fines, o con un "internacionalismo a la rotariana".
"...Para buscar y hallar alguna gracia o don que la persona quiere y desea...muchas veces aprovecha hacer mudanza...de manera que nos mudemos haciendo dos o tres días penitencia, y otros dos o tres no ...y como Dios nuestro Señor conoce mejor nuestra natura, muchas veces en las tales mudanzas da a sentir a cada uno lo que le conviene" (EE.87 y 89 ; cfr.EE.213).De estas "pruebas" también le habla San Ignacio a San Francisco de Borja : "...ayuda mucho probar y buscar...(porque acaba de decir) aquella parte es mejor para cualquier individúo, donde Dios nuestro Señor más se comunica...porque ve y sabe lo que más le conviene...y le muestra la vía" (Carta 15,BAC,segunda edición,pp 713-714).
(15) "...Hay en la misión a tierras lejanas, a culturas diversas, agentes de muy diversos Idiomas, una cierta materialización de la misión, qué nos es humanamente casi necesaria: sin esto, existe...el peligro de instalarse, aún con las mejores intenciones de misión. Existe el peligro de una inserción muy superficial, y el peligro de Ciertas inserciones que ya no son misión. Hasta existe el peligro de no ir a los no creyentes, porque en nuestros países hay siempre un número suficiente de creyentes para ocupar nuestra atención y nuestras fuerzas...Siempre es esencial un contacto vital con la misión hacia afuera" (cfr. J. Calvez, Nuestra Misión hasta el tercer mundo, INFORMACION S.I., X (1978), p.90) .Este párrafo señala un proceso de mediocridad en la pastoral; es dar un paso involutivo en el sentido de misión. Cuando aparecen estos signos pastorales minimalistas, entonces se está dando en la Provincia lo que dimos en llamar el "intimismo urbano”. El trabajo del jesuita se va involucionando a un grupo de adeptos y devotos, que nada amenaza y hacen gastar mucho tiempo. El jesuita va perdiendo su capacidad de convocatoria y se convierte en un simple "recibidor" de aquellos que golpean a su puerta. En el orden social esto es nefasto, porque este ambiente de feligreses conforma la mentalidad social del jesuita, bien distinta del arrojo que piden la Iglesia y la Compañía hoy. En este "Intimismo urbano" radica una tentación creciente en el corazón del jesuita, que lo aburguesa en el sentido más pleno de la palabra. Se puede describir esta tentación como la insuficiente capacidad de captar la envergadura bélica de nuestra vocación y, por no aceptar esta concepción bélica de la vida, se hace triunfalista, con ese triunfalismo típico y tan contradictorio, propio de todos los minimalismos. A veces se ven jesuitas con verdadero pánico de la guerra, incluso en su vida espiritual personal. Hombres cuyo principal esfuerzo pareciera radicar en querer obviar todo conflicto en vez de enfrentarlo y asumirlo para resolverlo. Viven el clima descrito en la Anotación Sexta de los Ejercicios Espirituales (EE.6).Por la práctica del discernimiento espiritual se puede recuperar esta gracia tan de la vocación Jesuítica: asumir los conflictos para resolverlos, lo cual hacía decir a Hugo Rahner que el jesuita era el hombre capaz de rastrear tanto en el campo de Dios como en el del Demonio. En el proceso de discernimiento espiritual lo malo no es sentir la contradicción o lucha entre uno y otro "espíritu", sino ceder al malo o no seguir al bueno (cfr.EE.313). Antes de la decisión, la "lucha" implica que uno está en serio deseando "lo más...", y dudando si lo debe o no hacer. Mientras que la falta de "lucha" podría ser señal de "falsa paz" (cfr. TERESA, Meditación sobre los cantares, cap.2). Después de la decisión, en cambio -como dice Nadal en unos "dichos de S. Ignacio"-"si se está en consolación...y viene la desolación, ésta suele ser confirmación de la anterior (consolación)" (cfr.FN.2, p.314, n.3).
Boletín de espiritualidad Nr. 64, p. 3-26.