La indiferencia religiosa

Horacio Bojorge sj







Lo que sigue desea ser un aporte para la reflexión sobre un problema común y discutido en la práctica pastoral: la indiferencia religiosa.

¿Qué hacer con los indiferentes, es decir, con los que no se interesan y prescinden ante Cristo, la Iglesia, los Sacramentos...?

1. Un estado espiritual

La hipótesis que queremos compulsar aquí es que la indiferencia religiosa no es una actitud neutra desde el punto de vista religioso, sino que es un estado espiritual cargado en sí de significación religiosa: no es un hecho natural o cultural que haya de ser objeto de veneración y culto que la mentalidad sajona rinde a los “facts”.

La actitud de indiferencia es un estado espiritual, una situación que nos parece, además, ubicable desde las coordenadas de discernimiento espiritual que nos ofrece la revelación del Nuevo Testamento: nuestra hipótesis es que el Nuevo Testamento nos ofrece enseñanzas para interpretarla, definirla y comprenderla.

Lo que pretendemos aquí es ofrecer un diagnóstico, que a nuestro parecer se desprende del Evangelio, acerca de la naturaleza religiosa de esa actitud de indiferencia. Tratamos de mostrar cómo el Nuevo Testamento considera que la indiferencia es, sí, una actitud humana, pero sobre todo y más profundamente, un “Estado Espiritual”.

1.1. En un espíritu impuro.

Esta expresión, “estado espiritual”, tomada en sentido evangélico, significa o equivale a decir que el hombre indiferente está en determinado espíritu.

Al indiferente frente a Cristo lo define el Evangelio como un hombre que está en un espíritu impuro. Es decir, en un espíritu de signo opuesto y contrario, por naturaleza, al Espíritu de Dios, o sea, al Espíritu Santo.

Por lo tanto, Impuro no ha de entenderse, en este caso, en el sentido restringido que el término recibe en el lenguaje moral, para designar pecados contra el sexto mandamiento: impuro, en sentido evangélico, es sencillamente lo opuesto a lo santo. Y lo santo denota en el Nuevo Testamento el estado de comunión, de comunicación, de participación con Dios que se establece primordialmente por la fe en Cristo y como, consecuencia de esta fe, se refleja en una determinada conducta moral.

En el lenguaje evangélico, es Espíritu Santo el que conduce a la fe en Cristo, y el espíritu impuro es el que obstaculiza en el hombre su acceso a la fe.

1.2. Cómo lo distingue el Nuevo Testamento

Los principios de discernimiento están claros en múltiples pasajes del Nuevo Testamento. Recordemos aquí algunos,

"Todo espíritu que confiesa a Jesús como Cristo venido en carne, es de Dios. Y todo espíritu que rompe la unidad de Jesús (unidad con Dios) no es de Dios" (1 Jn.4,2-3). San Juan acaba de invitar a que no confíen los cristianos en cualquier espíritu, sino que lo disciernan. Para ello les ofrece un “tester” elemental: el hecho de confesar o no a Jesús, es decir, creer o no creer en Jesús. Esta fe en Jesús se ha de entender, obviamente, en el sentido pleno que tiene dentro de la teología de San Juan.

También San Pablo coincide con este principio de discernimiento: "Os hago saber que nadie, hablando con Espíritu de Dios, dice Anatema Jesús, y nadie puede decir Señor Jesús sino por el Espíritu Santo" (1 Co.12,3) (1) .

Por fin, para San Pedro, el signo distintivo de que el Espíritu Santo ha bajado sobre Cornelio, es que éste ha creído en Jesús (Hch.10,15, 28. 34-35; 11,12. 16-18).

La indiferencia, desinterés o prescindencia ante Cristo, como obstáculo para creer en Cristo, no procede del Espíritu Santo.

1.3. "No me interesa...".

El estado de alma del indiferente ante Cristo se expresa, por supuesto, mediante juicios. Fundamentalmente mediante la negación de que Jesús tenga algo que ver con uno, o que uno tenga algo que ver con Jesús.

No hay intereses, deseos, temores, problemas ni soluciones que puedan ser comunes. En otras palabras, Jesús no tiene nada que ver con el propio bien: ni Jesucristo le importa ni él le importa a Jesucristo.

Un caso: se trata de un estudiante que está en el último año de enseñanza secundaria. En el transcurso de la primera clase de religión declara ser ateo y pide ser eximido de asistir a clase. En el transcurso de una entrevista posterior explica que su padre murió de cáncer hace dos años, a pesar de sus oraciones. Desde entonces ha abandonado la fe, al igual que su madre. Sólo se aviene a asistir a clase de religión ante el siguiente planteo de la dirección del colegio: tratándose de una institución católica, es libre de cambiar de colegio si no desea asistirá clase de religión; pero debe asistir si decide quedarse.

Bajo la primera apariencia de desinterés ("Jesucristo no me interesa"), se esconde, como queda de manifiesto en la conversación, este otro juicio: "no le intereso a Cristo". Y esta afirmación viene envuelta de vehemencia y rencor.

Otro caso: es un director laico de un colegio católico de enseñanza media. Al recibir a un nuevo profesor de religión, sacerdote, le dice que, a su juicio, las clases de religión suelen fracasar porque no se trata en ellas de los problemas que preocupan a los jóvenes: amor, amistad, relaciones prematrimoniales, noviazgo, orientación profesional...El sacerdote pregunta si esos problemas no corresponde tratarlos más bien en la clase de Educación cívica y moral. El intento de explicar que la fe es una dimensión específica del hombre, con su densidad e importancia propias, y que la instrucción religiosa tiene su razón de ser en si misma se pierde en el vacío. Igualmente fracasa el intento de mostrar que es imposible dar la solución cristiana a esos problemas si no es partiendo de la fe y una religiosidad bien orientada e ilustrada. La incomprensión de este lenguaje queda apenas disimulada por una respuesta bien educada pero evasiva.

Los presupuestos subyacentes a esta actitud son claros. No distan ni difieren mucho de los principios defendidos por Rousseau en el Emilio (Libro IV): "Nada hay verdaderamente esencial más que las obligaciones de la moral”. En otras palabras: "la fe y lo que uno cree es indiferente, con tal que uno obre bien”. Se da por supuesto que es posible saber qué es bueno y obrar bien, prescindiendo de la fe.

De nuevo: ¿qué tiene que ver Cristo con la vida?

1.4. "En realidad, me da miedo...".

Para el sistema del discernimiento evangélico trataremos de mostrarlo el espíritu de indiferencia es un espíritu de mentira, pues en realidad está ocultando, bajo el aparente desinterés e indiferencia, una aversión (miedo, ira) que en una primera instancia elude el enfrentamiento.

Bajo la aparente indiferencia se esconde o disimula un juicio negativo, ya formado, acerca del Cristo que se pretende ignorar.

La mentira se traiciona, empero, porque mientras se proclama un juicio de indiferencia, no se consigue reprimir a menudo una reacción emocional frente a Cristo, que traiciona el juicio oculto, que justifica el miedo o la hostilidad.

Hay que aclarar que este miedo a cristo o a Dios, es algo muy distinto de lo que la Escritura llama temor de Dios, o la fenomenología religiosa ha descrito come “tremendum” (R.Otto).

Temor de Dios es, para la Escritura, el comienzo de la sabiduría y es sinónimo de respeto. El que respeta a Dios, afirma que Dios es bueno. Si teme algo de Él, es el justo castigo de la propia maldad. El temor de Dios es, por tanto, la afirmación del Bueno como bueno, y de .lo malo como malo. Es, por eso, comienzo de sabiduría, y condición previa y necesaria del amor a Dios. Nadie ama lo que no respeta. Y el respeto (respectus) es la mirada atenta, la consideración correcta que mira y advierte, reconociéndolo, al que tiene delante.

El miedo de Dios, supone en cambio que alguien (que se considera bueno a sí mismo) considera que Dios puede dañarlo. Tiene miedo a Dios. Considera que Dios no es bueno sino malo.

El miedo es opuesto al temor de Dios. Porque si de éste nace y en él se funda la caridad, en el miedo hay tristeza por ser Dios quien es. Del miedo a Dios sólo puede brotar el odio a Dios. "Los demonios creen (dice St.2,19) pero tiemblan".

Se trata aquí de un conocimiento que excluye él amor. En cambio, el conocimiento recto de Dios y la consiguiente caridad, "expulsan el miedo" (1 Jn.4,18) (2). Para San Juan, el amor es criterio de discernimiento para distinguir el buen conocimiento de Dios: "el que no lo ama, no conoce a Dios" (1 Jn.4,8).

En el hombre, el miedo a Dios puede explicarse por ignorancia o error. Pero no así en el espíritu impuro. En el espíritu malo, no hay ignorancia de la bondad de Dios: sino propiamente tristeza por el bien de Dios, por ser Dios quien es. La definida como tristeza por el bien de Dios, o porque Dios es bueno, es el pecado típicamente demoníaco. Y en esto reside la mentira demoníaca: que llama mal al bien que es Dios.

De esa mentira envidiosa, o envidia mentirosa, brota el odio diabólico a Dios. Y cuando Dios se hace visible en Jesucristo, la envidia y el odio diabólicos se hacen mentira y saña homicida: "Vosotros tenéis por padre al diablo, y deseáis cumplir los deseos de vuestro padre. El era homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla la mentira, habla de lo suyo, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Jn.8,44).

1.5. Del miedo a la ira.

Es característico del espíritu malo combinar la mentira y el odio. El espíritu malo niega su odio: "¿Por qué tratáis de matarme? -pregunta Jesús-. Respondió la turba: estás endemoniado, ¿quién trata de matarte?"(Jn.7,20).

El uso del lenguaje delata que la actitud fingida de indiferencia es una forma de herir ("lo mató la indiferencia").

En nuestra hipótesis, el espíritu de indiferencia frente a Cristo es una apariencia fingida, bajo la cual se disimula y oculta el miedo a Cristo y, en una instancia más profunda, la ira, la aversión y hasta el odio. Estas actitudes más profundas pueden no ser conscientes; o como suele decirse, están reprimidas.

1.6. Indiferencia y agitación.

El primer sorprendido ante este planteo, ante esta confrontación con el sistema de interpretación y de discernimiento evangélico, puede ser el hombre que se comporta con indiferencia. Sin embargo, esta confrontación es precisamente un 'test' que desenmascara la indiferencia como un estado espiritual que encubre una reprimida carga emocional adversa a Cristo.

Esa carga emocional se descubre y salta precisamente en el proceso de confrontación, que obra sí como un exorcismo del espíritu impuro de indiferencia. Automáticamente el indiferente se conmueve, se conmociona, reacciona. La indiferencia, la apatía, el desinterés, ceden el paso a la irritación, la hostilidad, el rechazo o la negación. Se ha puesto en movimiento un proceso que no debe sorprender al creyente.

Si la evolución es favorable, el indiferente se ha puesto en camino para alcanzar la liberación que le permita creer en Cristo y amarle, reconociendo su pecado.

No se puede ignorar a Cristo y no pecar.

Si el proceso es adverso, el hombre irá adoptando actitudes de oposición cada vez más clara y abiertamente reconocibles e identificables. Pero, en todo caso, habrá sido superada la etapa de encubrimiento, habrá sido desenmascarada la mentira que encierra la actitud de indiferencia. Habrá quedado claro que el indiferente no es ninguna manera indiferente.

1.7. "Pero es una excelente persona...".

Todavía una aclaración que pretende salir pasó de una dificultad u objeción que suele hacerse a este sistema de interpretación.

En la práctica pastoral encontramos a menudo el caso del “indiferente honesto”, del hombre recto, de la persona buena y hasta “excelente persona”, que es, sin embargo, religiosamente indiferente.

Aún descartados los casos del “falso indiferente”, es decir del creyente no practicante y otros semejantes que suelen ser llamados indiferentes, pero en realidad no lo son quedan aún casos de personas excelentes que no se interesan por Cristo.

Veremos que el sistema de interpretación evangélica nos enseña precisamente a distinguir entre el hombre y el espíritu que está en él. La indiferencia es un estado espiritual, una situación espiritual religiosa que puede coexistir perfectamente en el hombre con una conducta moralmente buena o éticamente correcta en sus relaciones restantes y en su conducta exterior. La indiferencia afecta específicamente su relación con Cristo (una relación, no está demás notarlo, que también cae bajo el juicio moral).

Por otra parte, se puede estar en un estado espiritual sin tener exacta conciencia de su signo. Jesús puede en ocasiones reprochar, incluso a sus discípulos: "no sabéis de qué espíritu sois", o "apártate de mí, satanás”. El estado espiritual, como los estados de ánimo, no tiene por qué ser continuos, pueden ser a veces ocasionales. La doctrina del discernimiento espiritual de San Ignacio de Loyola, de profunda inspiración bíblica, da también testimonio de estos hechos.

2. Un texto evangelico revelador

Veamos ahora cómo lo que venimos diciendo parece desprenderse de un pasaje evangélico, el de Marcos 1,21-28.”

Dice así:

"Y entran en Cafarnaúm y apenas llegó el sábado, entrando (Jesús) en la sinagoga, enseñaba. Y quedaban desconcertados con su enseñanza, perqué les estaba enseñando como quien detenta autoridad y no como" los escribas. Y enseguida, había en la sinagoga de ellos un hombre en espíritu impuro que se puso a gritar diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno (¿Por qué te entrometes?). Has venido a arruinarnos. Sabernos quién eres tú: el Santo de Dios'. Pero Jesús lo increpó imperiosamente diciendo cállate y sal de él. Entonces el espíritu impuro salió de él agitándolo fuertemente y dando un gran grito. Y todos se quedaron estupefactos, de manera que se preguntaban entre sí, comentando: ¿Qué es esto? Un método nuevo de enseñanza, desplegando autoridad. Se impone a los espíritus y le obedecen. Y su fama se extendió enseguida por todos lados, a toda la región de Galilea".

2.1. Nuestra interpretación.

Adelantamos los elementos fundamentales de nuestra interpretación.

En el comienzo mismo del ministerio de Jesús, el primer espíritu impuro o de oposición que le sale al paso, es el espíritu de indiferencia, caracterizado por la frase: "¿Qué tenemos que ver contigo?", o por otra traducción también posible y equivalente: "¿Por qué te entrometes? en un asunto que no es tuyo, sino nuestro. Las frases siguientes, así como los gritos y la agitación, delatan lo que hay realmente bajo la fingida proclama de indiferencia: temor por el que viene para su mal; un conocimiento de Cristo que no va unido a amor, aunque contenga una exacta apreciación de la relación de Cristo con Dios.

Pasemos ahora a un análisis más detallado.

2.2. Apenas Jesús entra en acción.

Cafarnaúm es como la patria del ministerio de Jesús. Es el epicentro de su ministerio, que se desarrolla, según Marcos, principalmente en Galilea. La sinagoga de Cafarnaúm es el teatro privilegiado de sus enseñanzas, pero también testigo de milagros suyos y de una oposición progresiva, que se suscita a raíz de ellos.

Este primer incidente tiene lugar en la sinagoga de Cafarnaúm, y será seguido de otros, tanto en ésta como en las demás sinagogas de Galilea. En el sumario de Mc.1,39, Jesús entra en las sinagogas de Galilea enseñando y expulsando demonios. La segunda vez que entra en la sinagoga de Cafarnaúm (Mc.3,1 ss), Jesús cura, en sábado, al hombre de la mano seca y los fariseos y herodianos se confabulan para acabar con él. Sin embargo, Jairo, uno de los jefes de la sinagoga, cree en Jesús, y éste resucita; a su hija (Mc.5,22. 35. 38). El milagro no tiene lugar en la sinagoga, sino en la casa de Jairo. Otra vez, en sábado, comienza a enseñar en la sinagoga, donde suscita un nuevo desconcierto y escándalo (Mc.6,2 ss). Jesús, en esta ocasión, comprueba su falta de fe y se ve impedido de hacer milagros, lamentándose de ser tenido por extraño en su propia casa. Por fin, hacia el fin del Evangelio según Marcos, las sinagogas, aludidas ahora en general, son el escenario de la competencia de los escribas por los primeros puestos (Mc.12,39) y el lugar donde se enjuicia y se azota a los cristianos. (Mc.13,9).

A partir de estos y otros indicios del evangelio según Marcos, algunos exegetas afirman, atentos al significado teológico de que se revisten los lugares en este evangelio, que para Marcos, Galilea es el lugar donde Jesús ha fundado su Iglesia? pero, a lo largo del evangelio, esta Iglesia se va separando progresivamente de la sinagoga , institución que simboliza al Israel que rechaza a Cristo, y que es representada de manera ejemplar por la sinagoga de Cafarnaúm. Galilea es, por tanto, símbolo de la Iglesia. La Sinagoga de Cafarnaúm es símbolo del Israel que no recibe a Cristo: "Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron", dirá Juan 1,11.

El incidente relatado en Mc.1,21 ss, presenta por lo tanto la primera forma de que se reviste ese rechazo: Indiferencia. Cuyo verdadero contenido se irá revelando a lo largo de la vida de Jesús y de la Iglesia. Podría afirmarse que la indiferencia es como un preludio, aún larvado de la oposición y la persecución.

a. Podemos aún agregar algunos indicios contextúales que confirman lo dicho. En Marcos 1,14-15, Jesús pasa del desierto a Galilea. El desierto es, para Marcos, un lugar asociado al mundo religioso del Antiguo Testamento: es el escenario del Espíritu Santo como Espíritu profético, actuante en San Juan Bautista. Galilea será el lugar donde Jesús fundará su Iglesia. Y Jesús hace su entrada en ella predicando impulsado, entendemos nosotros, por el mismo Espíritu que lo empujó al desierto para su primer enfrentamiento directo con el demonio. Las tentaciones del desierto son el primer contraste, arquetípico, entre el Espíritu Santo y el espíritu del mal. Ese encuentro fija el prototipo de discernimiento necesario para distinguir luego la obra de los espíritus opuestos que obran en los hombres.

b. Desde el desierto a Galilea, y desde Galilea a las regiones paganas circunvecinas, queda dibujado el camino de la expansión evangélica. De Galilea a Jerusalén se dibuja el camino prototípico del enfrentamiento con la oposición Judía. Ese camino se reproduce en pequeño cada vez que Jesús entra a la sinagoga o sale de ella. No es recibido en la sinagoga, en la que debería poder entrar como en su casa. Es recibido, en cambio, en otras casas: la casa de Jesús está allí donde se encuentra la fe. Así por ejemplo, la casa de Pedro, donde cura a la suegra de éste.

c. Por último, también la orilla del mar y el mar mismo, tienen su sentido teológico. Es allí donde Jesús encuentra y llama a sus discípulos para que lo sigan. En el mar se les aparece y se les manifiesta, auto revelándose. Allí Jesús enseña a las turbas y a sus discípulos. Allí los convoca, para encontrarse con ellos después de su resurrección.

2.3. Primera forma de resistencia al Espíritu Santo.

La resistencia del espíritu impuro en la sinagoga dé Cafarnaúm se sitúa "enseguida" tras el comienzo del ministerio de Jesús. Inmediatamente después del seguimiento de los cuatro primeros discípulos, que ha tenido lugar a la orilla del mar.

La palabra "enseguida" (en griego: eüthús) es un término predilecto de Marcos, que lo emplea 42 veces en su evangelio, y sólo se encuentra 12 veces en el resto del Nuevo Testamento.

En el pasaje analizado, Marcos nota que Jesús entra en la sinagoga "enseguida" (euthús) llega el sábado y que el hombre en espíritu impuro se pone a gritar "enseguida" (euthús) como reacción a la enseñanza de Jesús. El pasaje termina diciendo que su fama se extiende "enseguida" (euthús) por todos lados.

Difícilmente puede uno substraerse a la impresión de que el "enseguida" no es una muletilla ni una pura fórmula, sino que ha de tener una significación teológica en la intención de Marcos.

La idea presente en la palabra griega (euthús) es la de "ser recto, ser derecho". De ahí, adverbialmente: "inmediatamente", "enseguida". Quizás no haya que urgir tanto un sentido exclusiva o predominantemente temporal: "rápidamente", sino entender que esa rapidez va cargada de significación teológica, sugiriendo vina relación de concomitancia.

El esquema arquetípico que parece insinuarse aquí puede expresarse así: la predicación suscita inmediatamente resistencia y oposición. Y la oposición, una vez vencida, es punto de partida de una nueva propagación.

Queda insinuada así, por Marcos, una cierta ley de alternancia y consecuencia en el acontecer espiritual, revelada en las vicisitudes de la vida de Cristo, interpretadas como vicisitudes del enfrentamiento del Espíritu Santo con los espíritus impuros. Es la ley de toda predicación.

2.4. Entrar, salir y estar en...

Igualmente importantes son, por lo tantos para enteja der la perspectiva evangélica de Marcos, los movimientos de entrada y salida de un lugar hacia otro.

Bíblicamente, el entrar y el salir tienen, como es sabido, su significación propia asociada sin duda a la imagen sapiencial del camino y de la ley o la conducta del hombre- "Entradas y salidas" es expresión típica hebrea para designar todas las empresas (Núm.27,17; Dt.28,6; 31, 2; Jos.14,11; 2 Re.19,27; Salm.120,8), todos los movimientos, toda la actividad de alguien.

Jesús ordena al espíritu impuro que salga del hombre.

Jesús no sólo entra y sale de casas, sinagogas, ciudades, regiones, sino que entra en agonía, habla de las condiciones para entrar en el Reino, advierte a los discípulos que oren para no entrar en tentación...

El acontecer espiritual se expresa por lo tanto con un lenguaje tomado de la simbólica espacial. Se está en un espíritu como en un lugar. Se está situado espiritualmente. El espíritu impuro o el Espíritu Santo son sitios espirituales.

En el Nuevo Testamento se hablará de vivir en Cristo, vivir en la carne, o en el espíritu. Y en nuestro pasaje se define al hombre como en espíritu impuro. Lo que el hombre hace frente a Cristo, indica dónde está espiritualmente en ese momento. También Pedro, cuando niega a Cristo, está "afuera" "en el patio, abajo" (Mc.14,66),topográfica y espiritualmente, en una situación totalmente distinta a la que está pasando el Maestro.

Además, el Espíritu Santo lleva al hombre a determinados sitios. Impulsa a Cristo al desierto (Mc.1,12), o transporta al apóstol Felipe (Hch.8,39 s). Son también obras propias del Espíritu Santo, el reunir en un lugar, para orar por ejemplo, o el enviar en misión.

No por ser Espíritu es una realidad ajena a lo espacial. Obra espacialmente y es susceptible de ser expresado en categorías espaciales.

Por eso, nuestra traducción ha querido respetar el giro griego "un hombre en espíritu impuro", evitando la traducción común en muchas versiones: "un hombre poseído por un espíritu", aunque puedan equivaler.

Todo esto sugiere el realismo con que el Nuevo Testamento interpreta el estado o la situación espiritual, santa o impura, de un hombre.

2.5. Un espíritu antagonista del Espíritu Santo

En los doce primeros versículos de su evangelio, Marcos nos habla tres veces del Espíritu Santo.

La primera, como contenido de la predicación del Bautista, para definir la obra del que viene: "El os bautizará (es decir, os sumergirá) en el Espíritu Santo" (Mc 1 , 8).

La segunda, en la escena del Bautismo: "Y al punto (Jesús) subiendo del agua, vio rasgarse los cielos y venir sobre él el Espíritu Santo como paloma" (Mc.1,10). Jesús recibe la plenitud del Espíritu públicamente.

La tercera: "Y enseguida el Espíritu le impele a irse al desierto (Mc.1,12).

Cristo, que viene a sumergir en el Espíritu Santo, viene en la plenitud del Espíritu (La "plenitud de los tiempos" se refiere a esta plenitud del Espíritu que está operante en Jesús). Ese Espíritu de Dios lo empuja al desierto para el primer enfrentamiento, el arquetípico, el que se irá desglosando en una explicitación anecdótica, u orante su ministerio. El desierto es el lugar de ese enfrentamiento directo, de ese encontronazo entre ambos espíritus, el Santo y el adversario, que culminará en la Cruz.

En la sinagoga de Cafarnaúm asistimos a la primera anécdota, en la que comienza a manifestarse en la vida pública el enfrentamiento iniciado en la soledad del desierto.

Ya hemos dicho que el espíritu impuro, o inmundo como traducen otros, se ha de entender: no-tanto. Un espíritu opuesto a la comunión con Dios, a toda relación con El.

2.6. De la indiferencia a la blasfemia.

Ya que toda la vida y obra de Jesús están bajo el signo del Espíritu Santo y de la docilidad a El, comprendemos porque, decir que pueda tener parte con el espíritu impuro, es blasfemar contra el Espíritu Santo. Equivale, en efecto, a calumniar al Espíritu que está en Jesús y que se manifiesta en su predicación y en sus obras. Quien blasfemare contra el Espíritu Santo, no tiene perdón eternamente, sino que será reo de pecado eterno. Es que decían: Tiene espíritu inmundo" (Me.3,25-30).

Esta acusación blasfema es la que poco antes han formulado los escribas venidos de Jerusalén, los cuales decían: "Tiene a Belzebú", y "en virtud del príncipe de los demonios lanza los demonios" (Me.3,23).

Es también sugerente la explicitación que ha tenido lugar en los motivos de los opositores, entre la primera y la segunda actuación de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. Se ha pasado de la indiferencia a la voluntad homicida (Me.3,6).

Marcos 1,22-28 muestra por tanto el punto inicial de un crescendo que pasando por la voluntad homicida (Mc.3, 6) y por la calumnia blasfema (Mc.3,23; 29-30), no dejará de progresar e irse revelando en su verdadero alcance a lo largo de todo el evangelio.

Pero ya dentro de esta primera escena, un análisis de las palabras que profiere el hombre en espíritu impuro, traicionan lo que se esconde en la frase inicial de la indiferencia. Ante todo, ya el hecho de que el hombre la profiera a gritos, muestra que no se trata de un estado de ánimo neutro, ni de una verdadera actitud de desinterés o prescindencia. Pero la segunda frase traiciona claramente que el espíritu impuro que habla en este hombre, bajo su pretendida indiferencia, es un espíritu de miedo a Cristo: "Has venido a arruinarnos"; o como traducen otros: "...a destruirnos", "...a perdernos".

Jesús no es mirado por lo tanto con indiferencia, como alguien que no tiene nada que ver, nada en común con uno, sino como un enemigo, como un peligro, como un mal por eso es, primero, evitado. Luego será calumniado, perseguido, hostigado, provocado, boycotteado, y por fin eliminado.

2.7. No es el discípulo mayor que su Maestro.

Todo agente pastoral debería ser instruido para que tomara muy enserio las palabras de Pablo: "Nuestra lucha no es contra carne y sangre (es decir, contra hombres),sino contra los principados...contra las huestes espiritual les de la maldad que andan en el aire" (Efesios 6,12).

Y debería recordar esta advertencia también cuando se encuentra personas en espíritu de indiferencia, que será también presumiblemente la primera anécdota de su combate apostólico.

Lo sucedido en el ministerio terreno del Señor, será normativo para el ministerio de los discípulos. También a ellos envía el Señor con poder para enfrentarse con los demonios, como un complemento, al parecer necesario, de su tarea de predicar (Mc,3,14-15; 6,7).

Marcos explicará y aplicará la enseñanza que se desprende de la primera enseñanza de Jesús en la sinagoga, con las palabras mismas de Jesús a sus discípulos: "Si en algún lugar no os reciben y no os escuchan" (Me.6,11).

No es otra cosa la actitud del espíritu de indiferencia. La enseñanza de Cristo es: no insistir.

Quizás a la misma o semejante situación pastoral ha de referirse otra palabra de Jesús: "No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pateen con sus pies y revolviéndose contra vosotros os hagan trizas" (Mc.7,6). En el lenguaje de las parábolas, la perla es imagen del Reino, centro del mensaje evangélico. El perro y el cerdo son representación respectiva de lo indigno y de lo impuro. Pero aún el perro es capaz de reconocer al que le da de comer. Mientras que el cerdo es capaz de destrozarlo por igual.

2.8. La oposición a Cristo: consciente o inconsciente.

Si en el hombre que se opone a Cristo, o no se interesa en El, puede alegarse la excusa de la ignorancia “perdónalos, porque no saben...". Lc.23,34), el espíritu impuro obra con pleno conocimiento de causa y de la identidad del que tiene delante: "sabemos quién eres tú : el Santo de Dios".

Sabe quién es Cristo y su relación de santidad, de íntima unión con Dios; pero el espíritu impuro es precisamente eso: el que se opone desde el principio a Dios. El espíritu que afirma que Dios es malo para él.

2.9. Aparenta lo que no es.

Hay un detalle que corrobora la afirmación de que el espíritu impuro de indiferencia, es como todo espíritu impuro, un espíritu de mentira, de ficción.

No sólo miente respecto de su propia cualidad. Miente también respecto de su número.

El espíritu habla en plural: "nosotros", "tenemos que ver", "arruinarnos", "sabemos". Cristo le interpela en sin guiar: "cállate", "sal" (3 ).

No sólo Cristo los interpela en singular. Marcos también parece suponer que se trata de un espíritu impuro y no de muchos, como el espíritu pretende aparentar.

Los asistentes a la Sinagoga, en cambio, que si bien desconcertados y admirados, aún no creen, parecen estar más bajo la impresión de la fingida pluralidad: "Se impone a los espíritus y le obedecen". Parecen creer menos a las palabras de Jesús, que se encara al espíritu como con uno solo.

Nos parece que, de este modo, Marcos señala, aunque en forma indirecta, desde esta primera actuación de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, el carácter mentiroso del espíritu impuro.

2.10. No es digno de confianza en nada de lo que dice.

Esta afirmación parece confirmarla el pasaje de Marcos 5 en que se nos narra la liberación del endemoniado de Gerasa. Pero allí la mentira diabólica en cuanto a su número parece ser inversa. Siendo muchos, como se desprende de la misma confesión de su nombre, que Jesús les arranca, los demonios se presentan hablando en singular: "¿Qué tengo que ver contigo?...No me atormentes". Marcos que, al presentar al hombre dice que está "en espíritu impuro"(en singular), habla de "ellos" y en plural después que Cristo los ha desenmascarado, obligándolos a confesar que se llaman "Legión" porque son muchos (4).

El espíritu impuro, a veces es uno y finge ser muchos; otras veces son muchos y fingen ser uno. La lección que Marcos parece ofrecer al lector atento, es que no se puede confiar en ninguna manera en lo que dice el hombre en espíritu impuro, ni siquiera en lo que afirma indirectamente dándolo por supuesto. Esta capacidad de engañar la ilustra la experiencia... (5)

2.11. El espíritu de prepotencia.

El espíritu de indiferencia suele desplegar una suerte de capacidad especial para, impresionar. La presencia de un solo indiferente en un grupo o una clase, tiende a acaparar la atención, a imponerse al grupo y al catequista, profesor de religión o sacerdote. El agente de pastoral puede olvidar, como por una especie de efecto hipnótico, a la mayoría bien dispuesta que tiene delante. Como consecuencia, privilegia al indiferente con lo mejor de su esfuerzo, y a menudo llega hasta impostar su, método y su materia en obsequio suyo, con una injusta preterición del grueso de la clase. Contra lo aconsejado por Jesús, insisten en querer ser recibidos y aceptados (cfr. Mc.6, 11) .

El impacto espiritual y psicológico de los encuentros con indiferentes marcan a veces a un sacerdote en forma pertinaz, que no consigue sacárselos de dentro cuando sube el domingo a predicar a cristianos fervorosos. ¿No hemos visto a menudo sermones que reprochan a los pobres fieles presentes los males y pecados de los que no asoman la nariz por la Iglesia?

Observando la conducta de algunos agentes de pastoral, uno se puede preguntar si no tienen una cierta predilección por las casas en que no los reciben y no los oyen (a menos que pongan sordina a su fe), como si no encontraran gracia en la fácil aceptación que encuentran en las casas bien dispuestas, cuando precisamente la gracia y el Espíritu se manifiestan en la acogida del Evangelio.

2.12. Cállate y sal de él!

La frase de exorcismo de Jesús, funda, como dijimos antes, la distinción entre el hombre y el espíritu en que está.

Es el hombre, sí, el que grita y el que habla. Sin embargo, Jesús no se encara con él. Distingue e impera: “Cállate, sal de él", encarándose con el espíritu, como diferente del hombre.

Esta distinción se expresa de dos maneras: el hombre está en el espíritu impuro; el espíritu impuro está en el hombre. Lo primero se desprende de las palabras de Marcos. Lo segundo, de la orden de Jesús.

Ya hemos hablado sobre el uso del lenguaje espacial para describir las experiencias y realidades del espíritu. Y también hemos notado que la distinción que hace Jesús entre hombre y espíritu, es importante para la pastoral de las excelentes personas.

Podemos agregar aquí que el hombre está en el espíritu como en una atmósfera o, en términos biológicos, un medio. Y a su vez un espíritu está en un hombre, como en un recipiente. Al espíritu del hombre, su adentro, su interioridad espiritual, hacen referencia dichos tales como: "Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre" (Mc.7,15); "¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? (1 Co.2,11) . "Bernabé era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe" (Hch.11,24) .

3. Conclusión

Todo el Nuevo Testamento está lleno de testimonios de la convicción cristiana según la cual, en la confrontación con Cristo, se pone de manifiesto en qué espíritu está cada hombre.

Cristo y la presentación evangélica que de Él se hace suscita la caída o la elevación pone al descubierto los pensamientos de los corazones (Lc.2,34-35); es luz que atrae o ante la cual se huye, poniendo de manifiesto automáticamente un juicio (es decir, un discernimiento) acerca de la actitud íntima y oculta del hombre (Jn.3,20-21).

La indiferencia que se expresa en el "¿qué tiene que ver Cristo conmigo?", es ya una actitud espiritual, que muestra lo que hay en ese hombre; y si hemos de aplicar los criterios del Nuevo Testamento, traiciona su signo negativo.

En conclusión:

1) El Nuevo Testamento ofrece un sistema de coordenadas para situar el fenómeno de la indiferencia religiosa, el desinterés por Cristo, en las múltiples formas de que puede revestirse, como una situación significativa desde el punto de vista espiritual, o sea, desde el punto de vista de su calificación como espíritu impuro, no santo , opuesto al Espíritu Santo, del cual es propio obrar la fe y el amor a Cristo.

2) Este espíritu es el primero que, según Marcos, le sale al paso a Jesús en su vida pública, manifestándose como adverso. Presumiblemente es también el primero que saldrá al paso de sus discípulos.

3) Jesús nos enseñó con su ejemplo a reconocer este espíritu como distinto del hombre en el cual se encuentra y a través del cual se expresa. Pero además dio a sus discípulos instrucciones acerca de lo que debían hacer ante la indiferencia que no recibe a los enviados. Rechazo y acogida deben ser los indicios orientadores del agente evangelizador.

4) El espíritu de indiferencia es, paradójicamente, un espíritu que agita al hombre apenas se confronta con Jesús. Esta es una primera mentira: finge indiferencia, y es agitación. La causa de esta agitación parece ser el miedo a Cristo, considerado por lo tanto como alguien malo. Las formas que va adoptando posteriormente la oposición a Cristo parecen estar ya larvadas desde el comienzo en este espíritu de indiferencia inicial.

5) El espíritu de indiferencia finge ser lo que no es, no sólo cualitativamente sino también cuantitativamente. Esta es una segunda forma de su mentira. Dice ser muchos cuando es uno, y finge ser uno cuando son muchos.

6) Aunque el espíritu impuro puede imprimir su influjo en el alma y el cuerpo del hombre, su esfera propia es la del espíritu, o sea, la misma en que se decide la actitud religiosa frente al Dios que se revela en Cristo. No hay que pensar ni imaginar que este espíritu se encuentre sólo en casos excepcionales, en los que pudiera reconoce ser o sospecharse a través de los signos llamativos, lo que se entiende comúnmente por posesión diabólica. Su realidad y su apariencia son mucho más modestas. Es lícito señalar su presencia dondequiera que se encuentran actitudes de desinterés o indiferencia respecto de Cristo. Aún en personas totalmente normales, y en algunos aspectos hasta ejemplares.





Notas:

(1) Para entender mejor qué pueda significar este "Anatema Jesús", téngase en cuenta que Pedro, según Mc.14,71, interrogado acerca de su relación con Cristo, "comenzó a anatematizar y jurar", negando toda relación con El.

(2) Las palabras que usa aquí San Juan, "éxo bállei”, pertenecen al vocabulario del exorcismo y la excomunión. Sugieren que se trata de un miedo del mal espíritu, opuesto al Espíritu Santo.

(3) En algunas traducciones, la tercera frase del espíritu impuro suele ponerse en singular, de acuerdo con algunos manuscritos griegos. Nosotros, en vez de "sé quién eres", preferimos traducir "sabemos quién eres", siguiendo la lectura de otros manuscritos.

(4) Aquí también algunos manuscritos griegos ofrecen formas singulares. Nosotros preferimos traducir a partir de los que ofrecen homogéneamente las formas plurales. A nuestro parecer los traductores, y en gran parte también los comentaristas, no han atendido a este hecho.

(5) Nota de la Redacción: prescindimos aquí de un largo párrafo del autor, titulado "un caso ilustrador: no creo en Dios pero le tengo miedo", tomado del libro de V. Frankl, La presencia ignorada de Dios. Psicoterapia y religión, Herder, 1979, p. 77-78. En este "caso...”, el autor ilustra cómo pueden coexistir en una persona el miedo a Dios con una actitud intelectual de indiferencia. Nosotros hemos prescindido porque no es necesario para entender la exégesis del autor, objeto directo de su publicación en este Boletín de Espiritualidad.









Boletín de espiritualidad Nr. 76, p. 3-21.