Apuntes para una espiritualidad ignaciana
Hugo Rahner sj
Hay un hecho que no hemos de perder de vista: todas las obras apostólicas de la Compañía de Jesús hallan su origen e inspiración en ese librito, tan importante para la historia de la espiritualidad, que se llama Ejercicios Espirituales (1).
El primer sentido de estos Ejercicios Espirituales es el de proporcionarnos, con una concisión genial, la flexibilidad espiritual que modela toda la vida de su autor.
1. Inquietud cristiana.
Vamos a hablar de un poder de imán incesantemente renovado, que obra sobre el corazón de quien hace los Ejercicios Espirituales, atrayéndolo hacia lo mejor.
Es el instinto o latido de la inquietud cristiana, la chispa de ese fuego que nunca dice "basta" (cfr.Prov. 30, 16: "...la tierra que no se sacia de agua, el fuego que no dice 'basta'").
Es la intuición, entrevista en el desquicicimiento de la conversión de Ignacio, en Loyola, de que no se puede entender bien la médula y el mensaje del Evangelio, a no ser que una renovación total transforme la vida en un anhelo apasionado de algo cada vez mayor.
Podríamos hablar aquí de una "teología del comparativo". Con más sencillez, se trata de un hecho, de una constante en el seno del cristianismo: en la vida de la Iglesia, siempre se da una elevación por encima de lo ordinario que determina el sentido de las vertientes.
Para que haya un río de vida cristiana, es menester que sus fuentes estén situadas en altas montañas. Y jamás habrá un nivel de vida cristiana pura y sencilla, al alcanee de todos, en el que el cristiano no tenga que morir al mundo "normal" de aquí abajo y dejar de ser "burgués".
Tal es la base de toda sociología de la gracia en la Iglesia de Aquel que nos ha salvado "amándonos hasta el fin" (cfr.Jn.13 (1).
Esta es la inquietud que se había apoderado de S. Pablo cuando escribía: "No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús" (cfr.Flp.3, 12).
Es menester buscar el fundamento teológico de esta generosidad en lo más profundo del Ser de Dios que se rebeló en Cristo: Él es siempre mayor que todo. "Deus semper maior", según la expresión de S. Agustín: "siempre será mayor, por más que alejemos los confines" (cfr.Enarr. in Ps. 2,16). Todos los ímpetus de un amor sin límites jamás serían capaces de igualarlo (2). La medida de nuestro amor es siempre el amor sin medida de Jesucristo.
A esto se añade un segundo motivo, otra grande realidad cristiana.
El progreso de la salvación, mientras se lleva a cabo en la historia, camina hacia su término en forma cada vez más impetuosa.
La invitación dirigida a todos los miembros del Cuerpo Místico a que colaboren en la salvación de la humanidad resuena de manera cada vez más urgente. Pero sólo a algunos hombres les es concedido el realizarla: a los que han comprendido bien que no se realiza solamente por la masa, ni por una organización, ni siquiera por el gobierno normal y ordinario de la Iglesia.
Como fundamento de este trabajo siempre serán menester personalidades selectas en la gracia, entusiastas con vertidos por un Dios mayor que todos, hombres poseídos de Jesucristo. Hombres, por lo tanto, que hayan entendido lo que significa esta sola palabra: "magis", es decir, "más”...más grandeza verdadera, más bien, más amor.
2. Un maestro de inquietud.
Ignacio es uno de los que han realizado esta divisa.
Y con los Ejercicios Espirituales quiere formar gente que haya descubierto vitalmente y de modo que quede con él impregnada toda su existencia, el contenido de esta palabra: "a la mayor gloria de Dios".
Los primeros jesuitas, alimentados con el manjar de los Ejercicios Espirituales, se percataban, con toda humildad, de que constituían una comunidad de hombres "poseídos de Jesucristo”. Con este espíritu fundaron sus primeras obras.
En la época actual asistimos, en el seno de la Iglesia, a una evolución histórica de la espiritualidad. El libro de los Ejercicios Espirituales ocupa en ella el primer puesto, porque iluminar plenamente la verdad cincelada con caracteres de oro en el corazón de la edad nueva.
El universo geopolítico acaba de expansionarse como nunca hasta entonces. La escala de valores que la Edad Media había considerado como intangibles, experimentaba un" trastorno definitivo. El humanismo del Renacimiento, descubriendo el Yo, levantaba tempestades. Pero, al mismo tiempo, resultaba cada vez más claro que la conquista del mundo para Cristo dependía de una sola estrategia: de que la gracia benévola de Dios encontrase un alma consciente del poder que tiene para labrar la eternidad con sus decisiones humanas.
En la medida -y solamente en la medida- en que Cristo, Señor del mundo, encuentra hombres abiertos amorosamente y sin reservas a todas las renuncias que la Palabra de Dios exige, puede realizarse la vuelta del mundo a la casa del Padre (cfr. Lc. 15, 18).
Así que podemos resumir, en dos palabras o frases sencillas, el ideal, muy teológico, del libro de los Ejercicios Espirituales, dos palabras o frases con las que Ignacio se encariñó desde el instante en que se volvió hacia"? Dios: la palabra "más..." y la frase "ayudar a las demás".
"Más...", en el sentido de los Ejercicios Espirituales, significa asemejarse cada vez más a Cristo crucificado (3), que venció de este modo al mundo y no de otro.
"Ayudar a las ánimas", o sea, tomar en serio esta verdad revolucionaria: Cristo ha dejado el destino de su obra redentora y de su Iglesia en las manos de los hombres que deben ayudar a ella. El Rey Eterno lanza su llamamiento (EE.95-98). Los hombres ¿lo escucharán? ¿Entenderán que, a partir de este momento, se trata de hacer más? ¿Sabrán olvidarse de sí mismos? El éxito de la obra divina se ajustará en parte a sus generosas entregas.
Procuremos ver, un poco más en detalle, cómo sobre este cimiento se levanta el edificio de los Ejercicios Espirituales.
3. Cristo o Lucifer.
Una cosa hirió a Ignacio desde el principio de su vuelta a Dios; y fue el descubrimiento de los "espíritus" cuya lucha dirige secretamente toda la historia, y divide al mundo entre Cristo y Lucifer (4).
Desde esta época Ignacio quedó impresionado con la intuición muy profunda, bien que inarticulada sin duda, de que un drama formidable se estaba realizando en el mundo, y consiguientemente también, en primero y último lugar, en lo más íntimo de nosotros mismos.
Su Autobiografía describe el progreso de su experiencia: "...de unos pensamientos quedaba triste y de otros a legre, y poco a poco vino a conocer la diversidad de los espíritus que se agitaban (en su interior), el uno del demonio y el otro de Dios. Este fue el primer discurso que hizo en las cosas de Dios; y después, cuando hizo los Ejercicios, de aquí comenzó a tomar lumbre para lo de la diversidad de espíritus" (5).
4. Aborrecible yo.
Otro descubrimiento inflamó a Ignacio desde el principio de su vida espiritual.
Advirtió que, en esta lucha terrible, la victoria no puede ganarla sino quien quiere "señalarse" en el servició de Cristo Rey, haciendo suya la táctica del mismo Dios Encarnado: para triunfar del mundo y del Príncipe de este mundo, es menester entrar en el séquito y al servicio del Crucificado.
Por eso, cuando los Ejercicios Espirituales ponen en boca de Cristo Rey estas palabras: "Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar “en la gloria de mi Padre" (EE.95), la única conclusión, un poco sorprendente, que Ignacio saca inmediatamente es la siguiente: "Los que más se querrán afectar y señalar en to do servicio de su Rey Eterno y Señor universal, no solamente ofrecerán sus personas al trabajo, más aún, haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, harán oblación de mayor estima y momento" (EE.97).
Abandonarse, pues, alegremente a Cristo Rey, presentarse noblemente a Él como voluntario, hacerse su servidor leal, es también caer en la cuenta inmediatamente de que la victoria de Cristo debe siempre comenzar por lo más Íntimo de nosotros mismos.
Necesitamos desde luego defender victoriosamente la fortaleza de nuestro corazón si queremos entrar en campaña con Cristo a fin de reconquistar el mundo para Dios.
En una palabra, es menester llegar a ser hombre del "magis" y no conocer más que una pasión: "...solamente deseando y eligiendo lo que “más” nos conduce al último fin para el que somos creados" (EE.23). Así se expresa el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales.
Pero en el curso de los mismos Ejercicios este "más" revela su sentido decisivo: la conformidad cada vez mayor con el Señor crucificado. Es la Tercera Manera de Humildad (EE.164-168).
Y, habiendo llegado a otra de las cumbres de la sierra, reconoceremos, con pasión y realismo a la vez, que toda victoria en el Reino del Señor depende del modo conque los llamados sepan renunciar a sí mismos: “piense cada uno que tanto se aprovechará en todas cosas espirituales, cuanto saliere de su propio amor, querer e interés" (EE.123).
5. Humildad y prontitud.
El tercer descubrimiento se desprende de los dos primeros.
Él hombre que se ha desnudado de sí mismo hasta llegar a este grado de prontitud (porque a esto equivale la "tercera manera de humildad"), hasta buscar esta conformidad con Cristo en la Cruz, ese forma parte del grupo de los que "no son sordos, sino prestos y diligentes" (EE.91).
Están siempre a disposición de su Rey, sin reservarse nada. Tienen en todo tiempo a flor de boca aquella frase de la Primera Semana de los Ejercicios: "...lo que debo hacer por Cristo" (EE.53).
Un corazón despojado de sí mismo por amor a Cristo se hallará espontáneamente pronto a la acción apostólica. Se sentirá enteramente nuevo, grande como el mundo, y dispuesto a colaborar en la obra redentora del Salvador luchando contra la "bandera" de Lucifer (EE.136).
No se trata ahora de multiplicar las prestaciones exteriores en las obras de la Iglesia, ni de organizar el apostolado en el sentido desvalorizado que el lenguaje corriente da a esta palabra. Menos aún se trata de ceñirse estrictamente a una tarea particular.
Para el que en Cristo ha muerto a sí mismo, todas las puertas se le han abierto a la vez. Como ha ofrecido su propio corazón, helo convertido en hombre de Cristo, adatado a todas las formas de la empresa de salvación. La vida interior y el apostolado adquieren, en los Ejercicios" Espirituales, su equilibrio cristiano.
El que sepa exigir "más" al interior de sí mismo, hallará que, en el mundo exterior, "todo" está preparado para recibirlo.
Esto tiene un solo límite: el amor apasionado e ilimitado a Cristo y su obra.
6. La Iglesia militante.
Pero esto reclama aún alguna precisión.
El curso de los Ejercicios Espirituales termina con las famosas reglas "para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener" (EE.352 ss.).
No sin razón.
El amor apasionado y sin límites al Señor, si ha de seguir siendo auténtico, tiene que fluir entre muros de contención. Porque Dios ha hecho visible en la Iglesia su voluntad de salvar a todos los hombres.
Querer servir más, estar siempre pronto a cosas más grandes: está bien. Pero tiene que probar la autenticidad de estas disposiciones obedeciendo a la Iglesia jerárquica, haciéndole, con humildad, "'pequeños servicios".
El entusiasmo por Cristo tiene que dejarse canalizar por las exigencias concretas de un apostolado de todos los días.
Ignacio y los primeros "compañeros" que comienza a reunir, impulsados por la fuerza de su entusiasmo, van a concebir la "ayuda a las ánimas" como un servicio tranquilo, realista, en medio de los peligros y tempestades que" amenazan a la Iglesia y al Pontífice romano. Si a la vez fundan una Orden religiosa, es porque caen en la cuenta de la necesidad de fijar un plan con que mantener su entusiasmo apostólico. La voluntad inflamada de hacer siempre más, tiene necesidad de una sociedad organizada, precisamente porque desea conservar su pureza y poderse renovar incesantemente.
7. Un ideal.
Estas son las cuatro dimensiones que definen el ideal de los Ejercicios Espirituales y el tipo religioso de la Compañía de Jesús: hombres que han percibido, en la experiencia de la diversidad de los "espíritus", qué combate tan espantoso se está librando entre Cristo y Lucifer; hombres tan deseosos de conformarse con Cristo crucificado, que verifican que no se puede ganar la victoria sin ponerse a seguir a Jesús por medio de una vida interior de oración y de renuncia total; hombres cuyo clima espiritual les capacita para estar siempre prontos a todo por servir al Rey Eternal que quiere vencer al mundo; hombres finalmente capaces de encarnar este entusiasmo en la entrega humilde y animosa a la Santa Iglesia.
En una sola palabra, hombres jóvenes. Y al decir esto, quisiéramos intentar devolverle, a la palabra "juventud", su profunda sonoridad teológica.
8. Juventud teológica.
El bautismo es un nuevo nacimiento cuya fuerza "juvenil" hace al cristiano "hijo de Dios".
Su crecimiento esté sometido a todas las leyes de la edad juvenil, según la palabra del Apóstol: "Hermanos, no seáis niños en juicio. Sed niños en malicia, pero hombres maduros en juicio..." (cfr. 1 Co.14, 20).
La vida cristiana es un perpetuo pasar, de los balbuceos de la infancia (cfr.l Co.13, 11), a la estatura del hombre maduro, "a la madurez de la plenitud de Cristo" (cf. Ef.4, 13).
El verdadero cristiano es a la vez niño y hombre maduro. Pero, mientras madura, jamás puede olvidarse que sigue siendo niño en la gracia. Siempre estará esperando un nuevo crecimiento: su juventud subsiste, animada con la blanda esperanza que triunfa de las callosidades y rigideces seniles, sin que jamás "esté terminada", sin jamás decir "esto basta".
Desde los principios de la Iglesia, el ilustre Clemente de Alejandría expresaba la misma idea en estos términos: "Joven es, pues, el pueblo nuevo y se distingue del pueblo viejo. Aprende los bienes nuevos: nosotros estamos en la edad que ignora todo lo que sea vejez, en la edad en que uno se esfuerza siempre por conocer. Seamos siempre delicados, siempre nuevos, siempre jóvenes. Es menester que quienes participan de la Palabra nueva, sean ellos mismos nuevos. Quien tiene parte en la eternidad, debe asemejarse a lo incorruptible, de modo que toda nuestra vida sepa reza a una primavera, que la verdad que vive en nosotros esté sin vejez, y que nuestras costumbres vayan siempre dirigidas conforme a la verdad (Paidagogos, 1, 5,20).
¿El fundamento cristiano de este espíritu de juventud?
El mismo ser de Dios, siempre mayor que todo, "Deus / semper maior". Nosotros seguimos en período de crecimiento porque a Dios nunca jamás hemos acabado de comprender, por mucho que hayamos penetrado en El.
Aquí abajo es la primavera. De trigos maduros y de / la mies participaremos desde el momento en que entremos / en la visión de Dios.
La formación religiosa debe alimentar nuestro crecimiento con los jugos con que la gracia del bautismo ha llenado nuestra juventud. Porque para todos, la última palabra de la vida auténtica, abultada, como la nuececilla, con los jugos de la juventud, es, repitámoslo: "más...".
9. Conclusión.
La juventud puede tomar formas muy diferenciadas.
La del adolescente no es la del hombre joven. No es la misma la del estudiante que la del futuro sacerdote. Y la juventud del hombre maduro es aún otra cosa.
Todos, sin embargo, viven a la vez ese "hacerse" cristiano, ése tender hacia un estado al que hay que llegar: en su cuerpo, en su vida social, en toda su personalidad, el cristiano se empeña en llegará la medida de la edad de Cristo, a la madurez de la gracia.
La Iglesia es una comunidad de hombres que aún no están "terminados", que siguen aún solícitos, abiertos a las exigencias de la superación.
Es evidente que no podrá tolerar "burgueses", gente satisfecha con vivir, en el Reino de Dios, honradamente de sus "rentas".
Notas:
(1) Nota de la Redacción: cfr. M. A. Fiorito, Ejercicios Espirituales fuente y cumbre de la actividad jesuita, BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD n. 45, p. 27-32: "Hemos tomado, como título de nuestro trabajo, una frase del Vaticano II que aplicamos -por analogía- a los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. En la Constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia (n.10), se dice que la liturgia es la cumbre a la cual tiende toda la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues bien, creemos que vale lo mismo -mutatis mutandis- de los Ejercicios Espirituales: los Ejercicios son la fuente de donde brota toda la Compañía -su Fórmula, sus Constituciones, los hombres que la forman y toda su actividad apostólica; y son también, en su actividad apostólica, la cumbre hacia donde debe dirigirse esta actividad como a su forma suprema...".
(2) N.de la R.: "Mucho más podríamos decir y nunca acabaríamos. Broche de mis palabras: Él lo es todo. ¿Dónde hallar fuerza para glorificarlo? Que Él es el grande sobre todas sus obras... Con vuestra alabanza, ensalzad al Señor cuanto podáis, que siempre estará más alto, y al ensalzarle, redoblad vuestra fuerza, no os canséis, que nunca acabaréis... ¿Quién puede engrandecerle tal como es?" (Eclesiástico, 43, 27-31).
(3) N. de la R.: es el ideal que S. Ignacio señala, en los Ejercicios Espirituales, con las Tres Maneras de Humildad {EE. 164-168); y, en las Constituciones de la Compañía de Jesús, con la que antiguamente se llamaba la "regla 11": "Es mucho de advertir...en cuánto grado ayuda y aprovecha en la vida espiritual...admitir y desear con todas las fuerzas posibles cuanto Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado. Como los mundanos que siguen al mundo, aman y buscan con tanta diligencia honores, fama y estimación de mucho nombre en la tierra, como el mundo les enseña; así los que van en espíritu y siguen de veras a Cristo nuestro Señor, aman y desean intensamente todo lo contrario, es a saber, vestirse de la misma vestidura y librea de su Señor por su debido amor y reverencia; tanto que, donde a su divina Majestad no le fuese ofensa alguna ni al prójimo imputado a pecado, desean pasar injurias , falsos testimonios, afrentas y ser tenidos y estimados por locos ( no dando ocasión alguna de ello), por desear parecer e imitar en alguna manera a nuestro Creador y Señor, vistiéndose de su vestidura y librea...(Y) donde por nuestra flaqueza humana y propia miseria, no se hallase en los tales deseos así encendidos en el Señor nuestro, sea preguntado si se halla con deseos algunos de hallarse en ellos..." (Const.101-102).
(4) N. de la R.: es una visión similar a la de San Agustín en Loa dos Ciudades, visión dramática de la historia humana según la cual –como dice el Vaticano II- "toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como una lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y la tiniebla. Más todavía, el hombre se siente incapaz de dominar con eficacia por si solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse aherrojado entre cadenas. Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al “Príncipe de este mundo” (cfr. Jn. 12, 31) que le retenía en la esclavitud del pecado" (cfr. Gaudium et Spes n. 13). Como el mismo Vaticano II dice (cfr. ibidem n.37), "a través de toda la historia humana, existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final (cfr. Mt.24, 13; 13,24-30 y 36-43). Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo". Cfr. D. Mollat, Cuarto Evangelio y Ejercicios de San Ignacio, en BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD n. 36, p. 35-36.
(5) Cfr. Obras completas de San Ignacio de Loyola, BAC, MADRID -segunda edición- p.92; -tercera edición- p.95. N. de R.: la doble serie de pensamientos -tristeza y alegría- le quedaban después de dejarse llevar por la Imaginación, sea de las cosas del mundo, sea de las cosas de Dios.
Boletín de espiritualidad Nr. 78, p. 19-28.