El lugar de la compasión
Claude Viard sj
Introducción
"Esforzarse a doler, tristar y llorarnos dice el "cuarto punto" de la contemplación de la Pasión de Cristo, que gobierna el desarrollo de la Tercera Semana de los Ejercicios Espirituales de S. Ignacio (EE.195).
Semejante formulación pareciera dar a pensar que el hombre es capaz de producir en sí mismo determinados sentimientos espirituales a fuerza de voluntad, y se cree ver apuntar aquí el voluntarismo que se solía objetar a S. Ignacio.
Al mismo tiempo, ¿no hay aquí un cierto tinte de dolorismo, como si hubiera que buscar y cultivar el dolor, el sufrimiento, en nombre de la Pasión de Cristo, como si el estado ideal fuera sufrir, como si Jesús no hubiera temido y temblado ante el presentimiento de lo que le esperaba? Al hablar del sufrimiento con un cierto énfasis, así se lo haga en nombre de la Pasión, no se está libre del riesgo de comportamientos ambiguos, tales como cierta complacencia o un gusto de las humillaciones en la recuperación de los fracasos.
En consecuencia, ¿no es malsano, peligroso, o al menos ambiguo, el hablar de "esforzarse en sufrir", cuando se presenta la Pasión de Cristo?
Ciertamente es fácil introducir esta clase de planteos si se aísla un texto de su contexto, dirigiéndole al texto ignaciano reproches que no merece. Sin embargo, no es menos cierto que la expresión arriba citada se reitera algo más adelante: "...esforzándome, mientras me levanto y me visto, en entristecerme y dolerme de tanto dolor y de tanto padecer de Cristo nuestro Señor... induciendo a sí mismo a dolor y a pena y quebranto..." (EE.206).
De cualquier manera, el enfoque de la Pasión no está inmune a deformaciones voluntaristas y doloristas. Vale la pena, por ello, tratar de aclarar estas formulaciones ignacianas.
¿De qué esfuerzo se trata, y cómo funciona en el itinerario de la Tercera Semana de los Ejercicios? Y, en / primer lugar, ¿no es un esfuerzo imposible?
2. ¿un esfuerzo imposible?
Por su contenido y su organización, cada uno de los tres "puntos" propios de las contemplaciones de la Tercera Semana de los Ejercicios indican lo que el ejercitante debe proponerse cuando "ve las personas, oye lo que hablan y mira lo que hacen" (cfr.EE.194). Detengámonos en cada uno de estos tres "puntos".
"Cuarto punto: el 4°, considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad, o quiere padecer, según el paso que se contempla; y aquí comenzar con mucha fuerza y esforzarme a doler, tristar y llorar, y así trabajan do por los otros puntos que se siguen" (EE.195).
De un lado, Cristo; del otro, el ejercitante. Lo que se ofrece a ver, oír y mirar, por parte del ejercitante, es Cristo entregado y que se entrega (lo que El "quiere padecer")... Cristo en poder de sus adversarios, rechazado, escarnecido, condenado a muerte; entregado, porque se entregó El mismo, porque fue fiel a su misión hasta el fin.
En presencia de Cristo entregado, el ejercitante es invitado a "esforzarme a doler...". Y hay allí una especié de insistencia que no teme afirmarse: "aquí comenzar con mucha fuerza"…, aún a riesgo de espolear en el camino peligroso que consistiría en crisparse de manera voluntaria sobre el sufrimiento que se ha de experimentar.
Pero, ¿es posible pretender entrar así de lleno en la Pasión? En todo caso, Jesús mismo ha desalentado esta clase de pretensión, cuando dijo a Pedro la noche de la Cena: "A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde" (Jn.13, 36).
Sin embargo, hay ciertamente que hacer un esfuerzo para entrar en la Pasión. En Getsemaní, los discípulos sucumbieron al sueño. La Pasión implica un trabajo, el de consentir.
El ejercitante tiene un "trabajo" a hacer -S. Ignacio emplea este término-, pero que no consistiría en producir dolor, tristeza, llanto. Su trabajo consiste en primer lugar en estar ahí y experimentar la distancia que lo separa del Cristo sufriente. Hace entonces esta experiencia de permanecer ahí con el deseo de unirse a Cristo que sufre, comprobando que no pasa nada... si al menos no colma el vacío de sus propios sentimientos con algo de "drama" interior, de dolor imaginado y forzado. Quizá entonces sufrirá por no sufrir, asombrado y decepcionado como lo estará de su sequedad, cuando en cambio esperaba mucho de esta oración.
Hay que experimentar esta distancia, para acceder a la inteligencia de lo esencial que se da a contemplar, y que está indicado en el punto siguiente.
"Quinto punto: El 5°, considerar cómo la Divinidad se esconde, es a saber, cómo podría destruir a los enemigos, y no lo hace, y cómo deja padecer la sacratísima humanidad tan crudelísimamente" (EE.196).
Aquí se menciona ese aspecto insostenible de la Pasión, que precisamente por ello es revelación: "la Divinidad se esconde..."; pero no está ausente, puesto que ella decide no hacer lo que podría hacer, y obra dejándose maltratar.
Dios se esconde según aquello que el hombre, y por ende el ejercitante, piensa espontáneamente de Él y de su omnipotencia; pero al mismo tiempo se revela como lo que Él es, omnipotente en su debilidad y en su amor que se impone tan poco que no aniquila a sus enemigos (1).
Y, por ello mismo, se revela también al ejercitante qué clase de hombre es: puede contarse entre los enemigos. Al hacerse presente a la traición de Judas, a la negación de Pedro, a las burlas, a las blasfemias, a los sufrimientos infligidos, a todo aquello que soporta "la sacratísima humanidad", el ejercitante descubre a los enemigos, con los que puede identificarse (2) -como ciertamente lo sugiere el hecho de presentar estos diferentes puntos en el presente de indicativo-, y lo que ellos hacen de Cristo, que queda abandonado, literalmente aniquilado, mientras que ellos no lo están.
Cristo ha querido reunir, traer al perdón, en nombre de Dios, y la Pasión es la hora de la división, de la dispersión, del reniego, del odio de los hombres, del silencio de Dios; en una palabra, del pecado que se revela en lo que Cristo sufre en su humanidad.
Helo ahí puesto a prueba en lo que constituye el fondo mismo de su ser: aniquilado, destruido hasta lo último, pero también soportando hasta lo último, porque soporta hasta el fin tanto a su Padre como a los hombres. Por su consentimiento, opera una inversión: los enemigos, entre ellos el ejercitante, no son aniquilados.
La aceptación de este misterio, que exige presencia, paciencia, tiempo, silencio, conversión de la inteligencia y del corazón, desemboca en el sufrimiento de estar con los enemigos, o de haberlo estado, pero también abre el camino al posible reencuentro.
"Sexto punto: el sexto, considerar cómo todo esto lo padece por mis pecados, etc., y qué debo hacer y padecer/ por él" (EE.197).
En lugar de aniquilar a sus enemigos, Cristo ora: "Padre, perdónales...”. En el desarrollo del punto precedente, se da al ejercitante el comprender lo que los "no" del hombre, y por ende los suyos propios, hacen de Cristo, "hecho pecado por nosotros" (1 Co.5, 21), y lo que Cristo hace de ellos, y lo que Él hace finalmente de Sí mismo: "Cómo sufre todo esto por mis pecados".
Así, iluminado el ejercitante en cuanto a la inteligencia del misterio, le es dado el sentirse invitado a querer comulgar en el amor crucificado de Dios, a querer entrar a su vez en el movimiento de intercambio iniciado por Cristo y que está significado por el "por": "Qué debo hacer y sufrir por Él", a cambio del "por mis pecados".
La voluntad que aquí se compromete no es causa de voluntarismo. Es voluntad movida por la inteligencia del misterio expresada en el "punto" precedente, cuando tal inteligencia se da. No se trata de ofrecer a cambio un dolor para hacerse perdonar, ni de pretender querer sufrir para reparar, sino simplemente de dejarse asociar al movimiento de intercambio, acogiendo el don de hacerlo así.
Estos tres "puntos" propios de la Tercera Semana de los Ejercicios indican el movimiento de ingreso en el misterio de la Pasión: la distancia necesaria para tener experiencia, el paso de la paradoja de la ausencia de la divinidad que revela al ejercitante que él mismo es un enemigo, y que el "padecer" se cumple a causa de sus pecados de enemigo; finalmente, la entrada en el movimiento de intercambio de Cristo (el "por El" en respuesta al "por mis pecados"). Y todo esto es don.
Tal es el camino a recorrer de la distancia al Intercambio. El ejercitante ha de hacer un esfuerzo, que no es imposible: no ya querer sufrir por sí mismo utilizando la Pasión para emocionarse o sentirse culpable, sino permanecer en la presencia de Cristo sufriendo.
Para recorrer este camino, el ejercitante tiene así que realizar un esfuerzo que pasa por un medio, la memoria, que él puede controlar, para mejor disponerse a buscar y hallar el don que ya no depende de él.
3. Buscar y hallar
La sexta "adición", propia de la Tercera Semana de los Ejercicios, que invita a vivir en un clima que sea coherente con el fruto espiritual que se busca, precisa: “No procurando de traer pensamientos alegres, aunque sean buenos y santos, así como son de resurrección y de gloria , más antes induciendo a sí mismo a dolor ya pena y quebranto, trayendo en memoria frecuente los trabajos, fatigas y dolores de Cristo nuestro Señor, que pasó desde el punto que nació hasta el misterio de la pasión en que al presente se halla" (EE.206).
La formulación de esta "adición" presenta el interés de indicar al ejercitante el esfuerzo que tiene que hacer, precisándole el medio sobre el cual tiene poder, que no es otro que el traer a menudo a la memoria..., estar presente, permanecer presente a Cristo que sufre y, por ese medio, continuar el esfuerzo de sufrir por la distancia que hay entre él y Cristo.
Ciertamente, hay aquí un esfuerzo por hacer, pero está al alcance del ejercitante, porque el poder de la memoria le da el medio para hacerlo, y esto corresponde a lo que él busca, pidiéndolo como gracia, en la etapa en que se halla. El esfuerzo corresponde a lo que él desea hallar, según precisamente el título de los consejos llamados "adiciones": "Adiciones para mejor hacer los Ejercicios y para mejor hallar lo que desea" (EE.73).
Hallar lo que se desea corresponde a una petición -la que expresan los "preámbulos" de cada contemplación-, que implica un buscar que se despliega a través de todo lo que el ejercitante hace para disponerse a recibir el don que no puede venir sino de Dios.
La Anotación primera (EE.1) lo dice explícitamente: "Por este nombre, ejercicios espirituales, se entiende todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas las afecciones desordenadas, y después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida...".
Se lee aquí el binomio "buscar y hallar", que remite a una expresión central de la espiritualidad ignaciana: "buscar y hallar a Dios en todas las cosas" (3): "buscar" evoca más la actividad del hombre, aunque puesta en movimiento por Dios; y "hallar", la respuesta de Dios a la que él se dispone por su actividad.
La perspectiva que esta fórmula desarrolla no está ausente de los Ejercicios Espirituales. Así la Anotación cuarta explica, hablando de la Primera Semana, cómo la duración de las "semanas" es relativa a la obtención del fruto espiritual buscado: "Acaece que en la Primera Semana unos son más tardos (que otros) para hallar lo que buscan, es a saber, contrición, dolor, lágrimas por sus pecados " (EE.4).
"Acaece": esta Anotación de los Ejercicios dice bien que hay que contar con lo inesperado, lo gratuito, en este camino que es precisamente búsqueda de gracia. "Hallar" no es la obra de un azar, sino que responde a una actitud de búsqueda, que en la Tercera Semana se identifica con el camino de la Pasión. Tampoco es el resultado de un automatismo bien calculado. "Hallar" no está en poder del ejercitante por sus solas fuerzas, como lo estaría el resultado de un esfuerzo voluntarista. Los "ejercicios" que hace no producen el fruto espiritual; pero sí ponen al ejercitante en estado de disponerse a elegir mejor y a encontrar mejor.
Así, en la contemplación de la Pasión, el ejercitante no podría producir el "dolor con Cristo doloroso",etc. pero si tiene poder sobre el medio de disponerse mejor a buscar y encontrar: "Traer a menudo a la memoria los trabajos, fatigas y dolores de Cristo nuestro Señor...", como dice la Adición sexta de la Tercera Semana (EE.206).
El cotejo de esta formulación con la de la Adición sexta de la Primera Semana resulta muy ilustrativo: “... para sentir pena, dolor y lágrimas por nuestros pecados, tener delante de mí quererme doler y sentir pena, trayendo más en memoria la muerte, el juicio" (EE.78). Es la misma estructura. Hay un fruto espiritual buscado, que es aquí la contrición. Está implícito un empeño en la búsqueda: “tener delante de mí quererme doler y sentir pena..-"literalmente, tener delante de mí mi querer, designado aquí con el mismo término de la petición de la gracia: "demandar lo que quiero". Este empeño pasa por el medio a aplicar: "...trayendo más en memoria la muerte, el juicio". Esta última expresión tiene la ventaja de hacernos percibir la función de la memoria: mantener presente, vivir en presencia de la realidad de la muerte, del juicio; en otras palabras, no dejarme distraer del lugar de mi búsqueda.
El ejercitante comprometido en la Tercera Semana puede aún poner en juego otros medios para sostener su esfuerzo, y por ende para disponerse a mejor buscar y hallar el fruto espiritual que desea; así las penitencias exteriores, que apuntan entre otras cosas a "buscar y hallar alguna gracia o don que la persona quiere y desea, así como si desea haber interna contrición de sus pecados, o llorar mucho sobre ellos, o sobre las penas y dolores que Cristo nuestro Señor pasaba en su pasión..." (EE.87). Este texto nos dice claramente que lo que es buscado y hallado en la contemplación es una gracia o un don espiritual. Las penitencias, no más que el "traer a la memoria" la Pasión de Cristo, no producen el fruto espiritual. Pero unas y otras disponen a mejor buscar y hallar el don que viene de lo alto, como "aquel amor que me mueve y me hace elegir la tal cosa... (que desciende) de arriba, del amor de Dios" (EE.184).
4. Compasion
En cada uno de sus tiempos de oración, el ejercitante pide "dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí" (EE.203). Vale decir, que pide la gracia de la compasión, de sufrir con Cristo que sufre.
El texto latino de la Vulgata lo expresa bien. Aún si no retoma la repetición significativa ("dolor con Cristo doloroso..."), presenta una fórmula sintética muy rica de sentido: "Pedir la tristeza, el duelo, la angustia y todas las demás penas interiores del mismo género, a fin de que yo me compadezca con Cristo que padece". El "con" de la repetición del texto español se halla reintroducido en el verbo empleado tanto para el ejercitante como para Cristo que sufre su Pasión. Notemos por último que la formulación insiste en el aspecto relacional del sufrimiento.
La compasión resulta expresada recurriendo a términos que remiten a la Pasión de Cristo: el dolor con Cristo que sufre en su cuerpo; el quebranto con Cristo que es propiamente quebrantado, desgarrado en su ser; el sufrimiento interior por tanta pena como Cristo ha soportado, las lágrimas de la tristeza. Este vocabulario lo volvemos a encontrar en la Adición sexta:"...induciendo a mí mismo a dolor, y a pena y quebranto..." (EE.206). Y el vocabulario de la Adición segunda hace pensar en el cuarto "punto" de la contemplación que ya hemos comentado (EE.195): "...esforzándome, mientras me levanto y me visto, en entristecerme y dolerme de tanto dolor y de tanto padecer de Cristo nuestro Señor" (EE.206). Es otra manera de hablar de la compasión buscada.
La compasión es propiamente gracia, y gracia que viene por otro, vale decir, recibida de Cristo sufriente, junto al cual permanece el ejercitante. Es el sufrimiento de Cristo, constantemente retomado por la memoria, que lo pone en comunión con Cristo y lo separa de los enemigos, entre los cuales se reconoce el mismo, y lo hace convertirse así en amigo en el intercambio recibido: "por él, por mis pecados". La distancia que experimenta entre Cristo y el, que causaba la anterior sequedad, se vuelve consolación: "llamo consolación...cuando lanza lágrimas motivas a amor de su Señor, ahora sea por el dolor de sus pecados o de la pasión de Cristo nuestro Señor..." (EE.316).
De esta manera, hay ciertamente aquí sentimientos y afectividad; pero no se trata en modo alguno de un dolorismo con repliegue sobre sí mismo en un dolor cultivado, provocado. Esos sentimientos no son sino el signo de un don recibido de Aquel mismo que introduce en su comunión.
En esta perspectiva se comprenden mejor las expresiones que podrían inducir a error porque invitan a un esfuerzo. Invitan ciertamente a un esfuerzo ("comenzar aquí con mucha fuerza y esforzarme a doler..."). Pero “este esfuerzo consiste esencialmente para el ejercitante en traer a la memoria” (4) con insistencia "lo que Cristo padece o quiere padecer"; y por ende en mantenerse junto a Cristo para -sin dejar de experimentar la distancia que los separa- buscar y hallar junto a Él la com-pasión.
Mantenerse junto a Cristo que sufre, es insertarse pacientemente mediante el recuerdo de los "pasos" de la Pasión de Cristo que se convierten así en los "pasos" de la compasión del ejercitante.
5. Estar ahí, permanecer en un lugar y luego en otro
S. Ignacio no propone descripciones ni puestas en escena, ni consideraciones sentimentales. Por lo demás, al obrar así respeta el dato de los relatos evangélicos, no ofreciendo otra cosa que lo que éstos contienen. Presenta la Pasión como un todo, según un seccionamiento que hace pasar de un lugar al otro más lenta o más rápidamente, según el tiempo que la Semana dura para el ejercitante (EE. 209).
Pasar de un lugar al otro. El título mismo de los "misterios" propuestos a la contemplación, tal como está formulado en el texto autógrafo (EE.289 a EE.298), lo dice bien claramente: "De los misterios hechos, desde...hasta...inclusive". "Desde...hasta": esta fórmula la volvemos a encontrar en el título de las contemplaciones presentadas según la distribución de los días en el cuerpo del texto (EE.208).
Con sobriedad, pero incansablemente, la mirada del que contempla es invitada a apuntar a lo esencial: Jesús entregado que pasa de un lugar a otro hasta que todo es consumado.
La Pasión es un lento sucederse, un padecer de todo el ser de Cristo, en cuya presencia es puesto el ejercitante para que experimente toda su profundidad, y se deje asociar a ese proceso, pasando él mismo por la prueba del camino a recorrer, y que nunca termina.
Se dan "puntos" de referencia, los mismos de los relatos evangélicos: personas -Anás, Caifás, Pilato, Herodes, nuevamente Pilato, que remiten a lugares; pues en efecto se trata ciertamente de lugares y, para el ejercitante, de estar en el lugar donde Cristo padece, y de sufrir allí por la distancia que los separa: el jardín, la casa de Anás, de Caifás, de Pilato , de Herodes, nuevamente de Pilato, el Calvario, para acabar en la noche y el silencio del sepulcro, y para ir a la casa de Nuestra Señora a velar y seguir estando con este "misterio" que se ha ofrecido a nuestra contemplación.
La Pasión ha sido para Jesús un camino, el mismo del desarrollo del don último de su vida, el camino de su pascua, de su "éxodo” (Lc.9,11), de su "paso" de este mundo al Padre (Jn.13,1).
El ejercitante es invitado a participar de este camino, a descubrir su naturaleza, su forma, la profundidad que adquiere para él, como lo indican los segundos "preámbulos" desarrollados para las dos primeras contemplaciones: "Viendo el lugar: será aquí considerar el camino desde Betania a Jerusalén: si ancho, si angosto, si llano, etc. Asimismo el lugar de la Cena, si grande, si pequeño, si de una manera o si de otra" (EE.192). Y "ver el lugar: será aquí considerar el camino desde el monte Sión al valle de Josafat, y asimismo el huerto, si ancho, si largo, si de una manera, si de otra" (EE.202).
A lo largo de toda esta Semana, es el mismo misterio de la Pasión el que se desarrolla. Lo que este misterio entraña, no es captable inmediatamente, sino en su desarrollo, que se inscribe inexorablemente cuando Jesús es llevado de un lugar a otro. Los detalles no agregan gran cosa, son puntos de referencia que cambian en el espacio y en el tiempo y que remiten todos a una misma realidad: la entrega que Cristo hace de Sí mismo. Ese único misterio de Cristo se fracciona en esas etapas separables, esas "estaciones” de nuestro Vía Crucis tradicional, esos pasos, según el término español consagrado para hablar de las "escenas de la Pasión (cfr.EE.195).
Es el misterio pascual de Cristo que se ha desarrollado a lo largo de toda su existencia, desde su nacimiento "en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí" (EE.116).
Eso mismo que se manifestaba en la existencia de Cristo pobre y humillado y que intervino en los momentos cruciales del itinerario de la Segunda Semana (contemplación del Reino, Dos Banderas, Tres Maneras de Humildad), se despliega ahora para el ejercitante que contempla la Pasión. Se trata para él de permanecer presente al misterio que se cumple, de pasar por esos diferentes lugares donde no se dice nada de nuevo, de durar de lugar en lugar experimentando la lentitud y monotonía del camino y, al hacer esto, de dejar que se inscriba en esa duración la forma que debe asumir su propio camino en seguimiento de Cristo.
6. Comunión
Mientras permanece allí, de lugar en lugar, junto a Cristo que se deja maltratar, puede dársele al ejercitante el experimentar algo de la Pasión de Cristo, recibiendo la gracia de participar en el misterio que se está desarrollando, que transforma el ser de Cristo y que se ofrece a la contemplación en el sufrimiento humano de Dios.
"Los trabajos, fatigas y dolores de Cristo nuestro Señor, que pasó desde el punto que nació hasta el misterio de la pasión en que al presente se halla" (EE.20), lo invitan a contemplar el ser pascual de Cristo, sujeto al trabajo transformante del amor de Dios, llevado por todo su querer filial en "el pasaje de este mundo al Padre", y que quiere asociarse discípulos en ese pasaje, como lo atestiguan los relatos sinópticos y joánico de la Ultima Cena.
S. Ignacio retoma precisamente el episodio de la Cena para hacer entrar al ejercitante en la contemplación de la Pasión: el movimiento de la Pasión, expresado ya por las palabras y los gestos del pan y del cáliz y del lavatorio de los pies, está como dado en comunión a quien se propone contemplar la Pasión.
El despojamiento total de Cristo, ya significado y que va a desplegarse en el abandono y el desgarramiento de su ser, se le ofrece al ejercitante, a su contemplación, si realmente quiere permanecer ahí en presencia de lo insostenible y dejarse actuar sin llenar el silencio y la noche con su charla, sus sentimientos, sus sueños generosos.
La compasión, don de Cristo en su misterio sufriente, es finalmente comunión que no puede venir sino de Dios. La Pasión no es un espectáculo que uno mira para dejarse emocionar. Hay que notar, por lo demás, que S. Ignacio no sugiere al ejercitante, como lo hace en la contemplación de la Navidad, ponerse en cierta manera en escena ("...haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades como si presénteme hallase...", EE.114); lo que equivaldría, en la contemplación de la Pasión, a imaginarse cerca de Cristo, tratando de ayudarle, pero poniéndose entonces al exterior del misterio que se está realizando. Sino que, pasando de lugar en lugar, el ejercitante recibe el comprender lo que Cristo hace de él al asociarlo a su camino.
Ser asociado al camino de Cristo, es ser asociado a su manera de ser, al como Él ha hecho, según la frase de Jesús durante la Última Cena: "Os he dado ejemplo, para que vosotros también hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn.13, 15).
7. Conclusión
La contemplación de la Pasión no tiene nada de voluntarista, en el, sentido de que el ejercitante deba crisparse sobre un querer sufrir con Cristo a fuerza de voluntad y de esfuerzo que produjera en él el sentimiento esperado. Sino que se trata de un esfuerzo requerido y posible, que se apoya sobre la fuerza de la memoria contemplativa que, de lugar en lugar, hace ver, oír, mirar "lo que Cristo padece...". Y es un esfuerzo que el ejercitante descubre poco a poco como sencillo y a su alcance.
Este esfuerzo que sostiene la marcha de lugar en lugar, abre al mismo tiempo el camino al don de la compasión. Al mantenerse pacientemente en el lugar donde se realiza el misterio, el ejercitante accede a la inteligencia” del misterio que le hace comprender lo que, en su abandono, Cristo "padece por sus pecados". Así iluminado, da su asentimiento al intercambio en que Cristo lo introduce: "Qué debo hacer y padecer por El".
La compasión no es dolorismo, búsqueda del dolor por el dolor mismo y por uno mismo. Es gracia pedida: "dolor con Cristo dolorido... pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí" (EE.203); y esta gracia viene como don cuando el ejercitante se mantiene pacientemente en el lugar donde se cumple el misterio de Cristo que sufre; se halla en este lugar, recibida de Aquel que hace entrar en su comunión (5).
Notas:
(1) La resurrección manifiesta la eficacia de este camino del amor sin defensa (cfr.EE.223).
(2) N. de la R.: es una manera de actualizar el misterio evangélico, el considerarse a sí mismo como formando parte del mismo identificándose ya con éste, ya con aquél personaje evangélico. Puede “ser que se trate de lo que S. Ignacio recomienda en todos los "puntos" (EE.106 y passim: "reflectir para sacar provecho...").
(3) N. de la R.: el Dios que busca S. Ignacio en todas las cosas, es un "Dios activo". Repitiendo lo que dijimos en otra ocasión "a un hombre activo como lo es S. Ignacio, le interesa sobretodo en la acción, no el 'ser' de Dios o su esencial, sino sobre todo su acción en nosotros y en nuestros prójimos. En otros términos, que S.lgnacio usaba muchas veces en sus Ejercicios y Constituciones, el hombre activo tiene que “buscar y hallar la voluntad de Dios” (EE.l, definición de los Ejercicios Espirituales) tanto en la oración como sobre todo en la acción. En términos paulinos, al hombre activo le interesa conocer, en sí mismo y en los otros con quienes trata, “la acción del Señor que es Espíritu” (cfr.2 Co.3, 18), tanto en la oración como sobre todo en la acción" (cfr.M.A.Fiorito, Dios debe ser encontrado en todo, BOLETIN DE ESPIRITUALIDAD n.64,p.29). Y a continuación explicamos cómo se hace esto de buscar a Dios -o sea, su voluntad- en todas las cosas (Ibidem, pp.30-31).
(4) N. de la R.: de un modo similar, en la Primera Semana, S. Ignacio le pide al ejercitante, en el primer "punto" del "ejercicio...de los pecados", el "traer a la memoria todos los pecados de la vida, mirando de año en año o de tiempo en tiempo" (EE.56). E incluso dice que aprovecha (para este "traer a la memoria...") "tres cosas: la primera, mirar el lugar y la casa donde he habitado; la segunda, la conversación que he tenido con otros; la tercera, el oficio en que he vivido" (ibidem). Y sin embargo S. Ignacio sabe que "sólo Dios puede revelar al hombre su pecado. Hay en esto un misterio profundo: lo que tenemos de más nuestro, el fruto de nuestra libertad, escapa a nuestro conocimiento... ¿Hay aquí un círculo vicioso? ¿Cómo, en efecto, convertirse, si uno no conoce sus faltas? Humanamente hablando, no hay salida: el mal cometido encierra a nuestra conciencia en una prisión sin ventanas. La única esperanza es que la gracia de Dios haga brillar un rayo de verdad a través de la muralla que levanta nuestro pecado... La actitud, pues, con que hay que abordar la Primera Semana de los Ejercicios Espirituales de S. Ignacio es la de quien va a oír la Palabra de Dios" (cfr. W. de Broucker, La Primera Semana de los Ejercicios, en Boletín de Espiritualidad n. 65, p.2-3). Debemos, sí, hacer un esfuerzo; pero no tanto para conocer nuestro pecado, esta es la revelación que debemos esperar de Dios, sino para "traer a la memoria..." para lo cual ayuda "traer a la memoria..." todo lo externo, que es como la circunstancia de mis pecados. Lo mismo en la Tercera Semana: debemos "comenzar... con mucha fuerza y esforzarme en doler..."; pero este esfuerzo consiste en traer a la memoria, con mucha insistencia, "lo que Cristo padece o quiere padecer", como nos dice nuestro autor en el texto.
(5) Este artículo de Cl. Viard está tomado de Christus, 28 (1981), p. 361-371. Agradecemos su traducción del francés a M. M. Bergadá.
Boletín de espiritualidad Nr. 85, p. 11-23.