El examen de conciencia, forma de oracion

Miguel Á. Moreno sj





0. Introducción

La presente explicación del examen de conciencia como forma de oración está basada en artículos de: W. Bocbuer, M.A. Fiorito y T. Spidlick, publicados en sendos Boletines de Espiritualidad.

Acostumbramos a pensar en el examen de conciencia como una indagación de la conciencia. A esta forma de concebirlo corresponde una forma de hacerlo consistente en una especie de inventario moral de un período determinado de nuestra vida (ya sea el día, o el tiempo vivido desde la última confesión,etc.), que se concluye con un esfuerzo final por pedir perdón y enmendarse. Pero también puede pensarse en el examen de oración como una posibilidad de hacer oración.

A continuación y siguiendo la propuesta de San Ignacio en los Ejercicios intentaremos describir una manera de realizarlo que resulte una verdadera oración.

Como preámbulo indispensable importa ponerse delante del Señor y sentir su presencia; orar es de una u otra manera: hablar con Dios. Es difícil hablar si el interlocutor no es percibido. Se trata, pues, de sentir que es El quien permanentemente nos está hablando, y cayendo en la cuenta de esto, ponerse atento. Es importante ponerse en la presencia de Dios, recurriendo al modo en que con más facilidad se me manifiesta, no imponiendo a Dios mis propias ideas de cómo se me debe mostrar (para ello, pensar en El o sentirlo, o sentirme mirado, o mirar una cruz o una estampa, etc.).

1. Darle gracias por todos los beneficios recibidos

Puesto en presencia de Dios, el primer punto es darle gracias por todos los beneficios recibidos. Como se ve, no se trata de comenzar por los pecados. La vida es un don "todo es gracia", decía Claudel. El punto de partida de mi vida y la clave para entenderla no está en mí, sino en Dios. Para entenderme, debo mirarme desde Dios, y Dios - mal que me cueste entenderlo - me ama. El que ama, se fía a sí mismo, y da de lo que tiene. Y Dios se me da y me da ... Por tanto, el primer punto del examen es introducirme en el flujo fiel amor de Dios y sentirme amado, porque la realidad última de la vida es que "Dios me amó primero".

Para actualizar esta actitud, el camino más apto es el recurrir al recuerdo de los dones que he recibido de Dios : a los que he recibido en una etapa particular de mi vida, o ahora, o a algún sentimiento de agradecimiento pasado que, al evocarlo, renace fácilmente en mí, etc. (Ejemplos: cualidades que he recibido, don de la redención, gracias, particulares, grandes momentos, mis hijos, mi mujer o mi marido, etc.). Y sentirme agradecido.

2. Pedir gracias para conocer mis pecados y lanzarlos

El segundo punto consiste en pedir gracia para conocer mis pecados y -como dice S.Ignacio- lanzarlos (es decir, rechazarlos o aborrecerlos).

Dos observaciones: en primer lugar, se trata de pedir este conocimiento, el cual es don y está fuera del alcanee de nuestra razón. Aunque nos llame la atención, el fruto exclusivo de la libertad del hombre que es el pecado -y en el que Dios no tiene nada que ver-, no puede ser conocido por el hombre sin la ayuda de Dios: "conocer mi pecado" es una gracia que debo pedir porque es parte de la Revelación de Dios a mí.

En segundo lugar, se trata de confrontar mi actitud con la del Señor, señalada en el primer punto: habiendo actualizado, en primer término, el sentimiento de sentirme amado e inundado de dones, percibir mi respuesta de ofensa, desagradecimiento e irresponsabilidad: soy el clásico "hijo pródigo". Mi amor, una vez más, no estuvo a la altura del amor de Dios.

3. Demandar cuenta al anima

En el tercer punto, "demandar -dice S. Ignacio- cuenta al ánima"; es decir, realizar la tarea que suele identificarse como "examinar”.

Aclaremos, en primer lugar, que es decisivo establecer quién es el que "demanda" o "pide cuentas" a mi ánima (o corazón... o conciencia). No soy yo mismo. Es el Señor. Él es quien, infinitamente mejor conocedor de mí mismo, sabe deslindar culpas y responsabilidades. Es lo que aparece continuamente en la Escritura cuando Dios, a través de los Profetas, pide cuentas a Israel... o particularmente en los Improperios que la Iglesia pone en boca de Jesús desde la Cruz durante el Viernes Santo: "qué te he hecho Yo, pueblo mío...". En resumen, dejarse mirar y juzgar por Dios que, en definitiva, es mi mejor garantía porque no busca mi destrucción, como a veces me pasa a mí- sino mi "recreación".

3.1 Veamos ahora algunas de las maneras que pueden facilitar que el Señor nos interrogue.

Una primera, es la clásica, contenida por ejemplo en el Yo pecador, que consiste en revisar los pensamientos, palabras, obras y omisiones del lapso de tiempo que abarca el examen que estoy haciendo. También se pueden ir revisando los Mandamientos o los Preceptos de la Iglesia Esta manera es particularmente útil cuando se trata del examen que antecede a la confesión sacramental.

Otra manera -más global y no tan analítica- consiste en preguntarse dónde ha estado mi corazón durante este día (por ejemplo, si el examen se lo hace antes de ir a dormir). Este consejo es útil para calibrar hasta dónde mi ser está adherido a Jesús y cuánto me vulneran las "afecciones" -aún desordenadas- de mi vida o mis inclinaciónes,etc.

Otra posibilidad puede consistir en centrarse, como punto de partida, en el momento presente del examen, e ir progresivamente, en lenta retrospección, al pasado más cercano, y luego más lejano.

Otra forma es seguir el procedimiento clásico -más contemplativo- de la Sagrada Escritura que narra -y al mismo tiempo ver como Dios trabaja y aparece en todos los hechos, algunas veces triviales, otros cruentos, otros edificantes ...

3.2 Pero lo sustancial -ya se elija algunas de las formas anteriores u otras posibles- es tener en cuenta que cada una de ellas admite dos niveles de toma de conciencia (o, como dice S. Ignacio, de "reflectir para sacar provecho").

Una primera se detiene en los pecados propiamente tales. Una segunda consiste en bucear en las "mociones" que están detrás -a veces mezcladas- y que son las tentaciones y gracias: cuando, guiados por el Señor, nos asomamos a nuestra conciencia, es posible percibirla como una lucha de espíritus, donde la tarea principal consiste en discernir.

De esta manera, los acontecimientos -a veces muy variados- del período de tiempo examinado, podrán pasar delante de mi consideración guiada por el Señor. Muchas veces se tratará de corregirlos -no siempre con éxito-. Pero lo principal, más que querer dirigir mi propia vida, consiste en "entenderla" desde el ángulo de Dios. En este sentido, los dos niveles mencionados -el de los pecados y el de las mociones- están relacionados. Tras los pecados -y las virtudes- está el flujo de las mociones, es decir, de la gracia y de la tentación. Entender el sentido de lo que pasa es conseguir entender por dónde Dios me guía, y seguirlo.

3.3 Una última aclaración: ¿cómo hacer efectivamente que sea Dios quien "pide cuentas" a mi corazón, y no que sea yo quien, sutil o abiertamente, lo suplante? No se trata, por lo tanto, de un cierto esfuerzo de desdoblamiento como si, a pesar de mí mismo, se oyera "otra voz" que sería la de Dios.

Se trata simplemente de detectar, en cada examen -cosa que no siempre acertaremos-, de qué aspectos Dios me quiere hablar. Para eso ayudará ver -de todas las alternativas propuestas u otras- cuál me podría consolar o me da paz, o me permite ubicarme mejor dentro de esta propuesta...

Esto supone que, de todo lo aquí dicho, en cada examen, se puede tomar sólo algo: lo que más me ayude. Con esto estamos diciendo que si, por ejemplo, la gracia nos viniera en esta dirección, el examen es factible que sea comenzado a partir de cualquiera de los cinco puntos aquí descritos y no en su estricto orden. Tampoco es menester agotarlos en cada examen, lo cual sería imposible...

En definitiva, todo es "dar alguna forma y manera" de comunicarme con el Señor que, en definitiva, es lo que importa.

4. Pedir perdon a dios nuestro señor de nuestras faltas

El cuarto punto -dice S. Ignacio- consiste en pedir perdón a Dios nuestro Señor de nuestras faltas. Consecuentes con todo lo dicho -y que se puede resumir en que la iniciativa siempre pertenece a Dios ("Dios nos amó primero")-, aclaremos que no se trata tanto de pedir perdón a Dios para que Dios nos perdone... sino de sentir que Dios me haya perdonado antes (ver parábola del hijo pródigo , Le.15,20-24; y episodio de la pecadora pública, Le.7,40 - 47, con nota de la BJ). Este perdón previo del Señor - al caer en la cuenta yo que me ha sido otorgado antes de pedirlo-- produce mi arrepentimiento y, y consecuentemente, mi pedir perdón ("Esta amó mucho porque se le perdonó mucho"). El arrepentimiento es sustancialmente amor, y el amor sigue al perdón.

5. Proponer enmienda con la gracia qde el señor me promete

Finalmente el quinto punto es proponer enmienda con la gracia que el Señor me promete. Hagamos dos observaciones: en primer lugar, se trata de avanzar especialmente en la línea que el Señor me va indicando y que es la que se supone que me ha revelado (mucho o poco, no interesa) en el examen. Pues para esto tendré gracia. De lo contrario, correré el riesgo de embarcarme en un camino en el que el Señor no me acompaña, y tendrá que luchar solo. Esto puede explicar, en algunos casos, por qué el esfuerzo de enmendarse no termina de obtener la concreción anhelada. La segunda cuestión es que, como marco de referencia, convendría dar primacía en la enmienda a todo lo que afecta a las relaciones con nuestro prójimo en el que está Jesús (nos reconocerán como seguidores de Cristo en la medida en que nos amemos los unos a los otros...).

Dice S. Ignacio que conviene acabar con un Padrenuestro, rezado lentamente y sintiéndolo, el cual representa una síntesis de toda la aventura y empeño del examen.

6. Conclusion

Como conclusión, el examen de conciencia, tal como es comprendido en la espiritualidad de S.Ignacio, no es un mero balance, sino un momento de oración (1).

Como forma de oración, su núcleo reside, en primer lugar, en conseguir entender mi vida cristiana, es decir, mi vida habitada y dirigida por el Espíritu Santo. Por esto una clave decisiva de su realización se orienta, en último término, a poder discernir mejor lo qué, en el acontecer de mi vida, sea el camino de Jesucristo –inspirado por el Espíritu- para seguirlo (2). ¿Quien no consigue entender, de alguna manera, su propia vida cristiana, corre el riesgo de perder, a pesar de su buena voluntad, muchas ocasiones de captar el sentido de lo que le ocurre y de desperdiciar energías -"dar puñetazos en el aire", como decía S. Pablo- y, en consecuencia, corre el riesgo del desaliento.

Pero, en segunda instancia, conviene añadir que, además de este intento para entender mi vida con la mirada del Señor, el examen, como forma de rezar, se caracteriza por intentarlo, cediendo la iniciativa a Dios y partiendo siempre desde El: por eso, se trata de tomar conciencia y sentir los dones recibidos -particularmente el del perdón- para desde allí, como forma de agradecimiento, corresponderle pidiéndole perdón y tratando de serle más fiel (3).

En resumen y dicho desde otro ángulo: el examen de conciencia puede resultar siempre un encuentro con Jesús, donde en un diálogo interior -aunque no siempre fácil ni claro- se revisan las relaciones mutuas, y se las procura ajustar para que nuestro amor a El -último objetivo (4) - esté cada día un poco más a la altura de su amor por nosotros.





Notas:

(1) Nota de La Redacción: y es la forma de orar que más practicaba S.Ignacio: como dice J.Guibert (La espiritualidad de La Compañía de Jesús Sal Terrae,Santander,1955,p.36), "otro rasgo de la vida interior de nuestro Santo es la coexistencia en él, hasta el fin de sus días, de dones infusos los más eminentes, con prácticas ascéticas que a muchos parecerían únicamente buenas para principiantes. En primer lugar, el uso frecuente de exámenes de conciencia continuados hasta el fin de su vida": el Diario espiritual de S.Ignacio -como explica continuación el mismo de Guibert- es el fruto de un frecuente examen de conciencia que no sólo se preocupa de las pequeñas faltas, sino también -y sobre todo- de las gracias recibidas. Y era también la forma de orar que más recomendaba a los suyos: como dice Ribadeneira , "habiéndose encontrado con un Padre de los Nuestros, le preguntó cuántas veces se había examinado aquel día. Como respondiera, si mal no recuerdo, siete veces, repuso el Padre: ¿Tan pocas veces?; y todavía faltaba buena parte del día" (MHSI. Scripta,1 .p.351). Este uso fre- cuente del examen de conciencia y su recomendación a los demás sólo se entiende si se lo ve, en primer lugar, como un "traer a la memoria los beneficios recibidos..." (EE.23A, primer punto de la contemplación para alcanzar amor), y no meramente como un recuento de pecados.

(2) N. de a R.: de aquí que la Congregación General 32 haya dicho-en su Decreto 11, n.38- que "el medio recomendado por S.Ignacio para que continuamente nos rija el espíritu de discreción espiritual lo tenemos a mano en la práctica cotidiana del examen de conciencia"; y mejor si -como dijimos en la nota anterior- esta práctica se hace frecuente durante el día, comenzando -como también dijimos- por el recuerdo de las gracias últimamente recibidas.

(3) N. de la R.: notemos que Ribadeneira (o.c. en la nota 1) dice que S. Ignacio "siempre tuvo también esta costumbre de examinar cada hora su conciencia, e investigar con cuidado diligentísimo cómo había, pagado aquella hora", y no meramente en qué había faltado. Tenemos que abandonar la imagen que nos hemos hecho del examen de conciencia como un mero examen de faltas y pecados: tanto o más importante aún es el examen de las gracias recibidas incluídas en el genérico "cómo había pasado aquella hora"-, porque sólo a su luz se pueden apreciar las faltas y pecados como una ingratitud para con el Dador de tantos bienes. Además, sólo si empezamos el examen de nuestra conciencia agradeciendo los beneficios recibidos , podremos repetirlo -como lo hacía S. Ignacio cada vez que da la hora del reloj; y nuestra oración continua como tanto lo recomendaba Pablo, 1 Tes.5,17, con nota de la BJ- será de agradecimiento y, a la vez, de conciencia de nuestras ingratitudes concretas.

(4) N. de la R.: el objetivo de nuestra vida espiritual -como el de los Ejercicios Espirituales- es la "contemplación para alcanzar amor" a Cristo nuestro Señor (EE.230), cuyo "primer punto" es "traer a la memoria los beneficios recibidos... ponderando con-mucho afecto cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí..." (EE.234); y de aquí que sea natural que comencemos nuestro examen de conciencia -el enseñado por S. Ignacio- con el examen de las gracias recibidas.









Boletín de espiritualidad Nr. 130, p. 5-11.


ir a la página principal - ir al índice cronológico - ir al índice de autores